
En 1 Pedro 4 Cristo es presentado como Aquel cuyos sufrimientos compartimos.
En 1 Pedro 4:1 se nos dice: “Puesto que Cristo ha padecido en la carne, vosotros también armaos del mismo sentir; pues quien ha padecido en la carne, ha terminado con el pecado”. La palabra armaos indica que la vida cristiana es una vida de combate. Debemos armarnos, equiparnos, con el sentir de Cristo. Esto indica que el sentir de Cristo es un arma que forma parte de la armadura requerida al combatir en la batalla por el reino de Dios.
En el versículo 1, Pedro nos aconseja armarnos con el sentir de Cristo, quien padeció en la carne, a fin de que terminemos con el pecado. Si tememos el sufrimiento, este temor puede llevarnos a pecar. Por tanto, no debemos temer ninguna clase de padecimiento; en lugar de ello, debemos armarnos con una mente fuerte: la mente de Cristo, quien Él mismo padeció en la carne. Debemos ser personas fuertes armadas con el sentir de Cristo como arma a fin de que terminemos con el pecado.
Uno de los principales propósitos de 1 Pedro es animar y exhortar a los creyentes a seguir las pisadas de Cristo al sufrir persecución (1:6-7; 2:18-25; 3:8-17; 4:12-19). Ellos deben tener el mismo sentir que tuvo Cristo en Sus sufrimientos (3:18-22). La principal función de nuestra mente es entender y comprender. Si queremos vivir una vida que siga las pisadas de Cristo, necesitamos tener una mente renovada (Ro. 12:2) que entienda y comprenda la manera en que Cristo vivió para cumplir el propósito de Dios.
En nuestra vida práctica diaria, la parte más fuerte de nuestro ser es nuestra mente. Todo cuanto hacemos en nuestro vivir es dirigido por nuestra mente. No es la voluntad, sino la mente la que dirige nuestra vida. Todas nuestras actividades están bajo la dirección de nuestra mente.
Debido a que la mente dirige nuestro vivir, la predicación de la Palabra tiene que cambiar los pensamientos de las personas. Uno de los objetivos al predicar y enseñar es el de hacer que las personas cambien su manera de pensar. Si pensamos de cierta manera, seremos dirigidos en conformidad con ello; pero si cambiamos nuestra manera de pensar y pensamos de otro modo, nuestro vivir tendrá entonces una dirección diferente. Lo que pensamos gobierna lo que hacemos, decimos y practicamos. Por esta razón, Pedro insta a los creyentes en 1 Pedro 4:1 a armarse con el sentir de Cristo.
Armarnos con el sentir de Cristo es armarnos con el pensamiento y el concepto de Cristo. Esto implica cambiar nuestra manera de pensar. Muchos cristianos piensan que siempre y cuando amen a Dios y hagan Su voluntad, estarán bajo Su bendición y no sufrirán de ningún modo. Es común que los cristianos tengan el concepto de que quienes aman al Señor no deben esperar sufrimiento alguno. Pero consideren la vida de Cristo. Cristo amaba a Dios al máximo, y Él hizo la voluntad de Dios de manera completa y absoluta; pero, ¿qué le sucedió en Su vivir? Tal parece que durante toda Su vida en la tierra no había bendición alguna, sino sólo padecimientos. Él nació en una familia pobre, una familia que no era considerada de clase alta. Si bien aquella familia descendía de David y, por ende, era del linaje real, cuando el Señor Jesús nació, esa familia real era económicamente muy pobre. Además, esa familia no vivía en Jerusalén, sino en la menospreciada aldea de Nazaret, en Galilea. El Señor Jesús vivió en Nazaret por más de treinta años. Al principio de Su vida Él fue puesto en un pesebre, y al final de Su vida Él fue puesto en la cruz. Él padeció un sufrimiento tras otro. Tampoco tuvo un nombre de reputación ni tuvo un lugar donde recostar Su cabeza. El Señor Jesús vivió de esta manera cuando estuvo en la tierra. Su vida fue una vida de sufrimiento.
Si tenemos el sentir de Cristo, comprenderemos que vivimos en una era rebelde y en medio de una generación torcida y perversa. Debido a que esta era es rebelde y esta generación es perversa, cuanto más amemos a Dios y más hagamos Su voluntad, más padeceremos. Padeceremos porque nosotros no podemos dejarnos llevar por la tendencia de esta era. Lo que verdaderamente nos importa es hacer la voluntad de Dios, pero la voluntad de Dios es absolutamente contraria a la tendencia, o la corriente, de esta era. Amaremos al Señor Jesús, pero esto es radicalmente contrario a la tendencia de este mundo corrupto. Por tanto, si amamos al Señor y hacemos la voluntad de Dios, estamos forzosamente destinados a padecer. Ésta será la perspectiva que tengamos con respecto al futuro si tenemos el sentir de Cristo.
Si nos armamos con el sentir de Cristo para padecer, estaremos dispuestos a soportar los padecimientos. Alabaremos al Señor que nuestros sufrimientos sean parte de nuestro destino, que esto nos haya sido asignado por Dios y que tales sufrimientos sean la porción de los hijos de Dios en esta era. En 1 Tesalonicenses 3 Pablo dice que Dios puso a los creyentes para padecer sufrimientos y persecución (v. 3). Dios no nos ha destinado para recibir bendiciones materiales, sino que Él nos destinó para sufrir. Por tanto, sabiendo que Cristo padeció en la carne, nosotros también debemos armarnos con este mismo sentir. Nuestro sentir no debe ser orar pidiendo bendiciones materiales; ello sería tener una manera errónea de pensar.
En 1 Pedro 4:1 Pedro nos dice que quienes han padecido en la carne han terminado con el pecado. El placer enciende las concupiscencias de nuestra carne (v. 2), mientras que el sufrimiento las atenúa. El propósito de la obra redentora de Cristo es liberarnos de la vana manera de vivir que heredamos (1:18-19). El sufrimiento corresponde a la obra redentora de Cristo al cumplir este propósito, y nos resguarda de una manera de vivir pecaminosa, del desbordamiento de disolución (4:3-4). Tal sufrimiento, principalmente en forma de persecución, representa la disciplina de Dios en Su administración gubernamental. Pasar por tal sufrimiento corresponde a ser juzgado y disciplinado en la carne por Dios (v. 6). Por tanto, debemos armarnos de una mente sobria para soportar tal sufrimiento.
En la economía de Dios, el sufrimiento realiza una buena obra en favor de los hijos de Dios. El sufrimiento restringe en gran manera nuestras concupiscencias. Cuanto más disfrute material tengan las personas, más ejercitarán sus concupiscencias y les darán rienda suelta. Pero si padecemos pobreza, persecución o enfermedades, este padecimiento restringirá los deseos desenfrenados. El diablo usa las riquezas para incitar las concupiscencias. Dios, sin embargo, se vale de los sufrimientos en la carne para hacer que terminemos con el pecado.
Los sufrimientos sirven al propósito de equipar a los creyentes con una mente que resista a la carne de modo que ellos no vivan en las concupiscencias de los hombres, sino en la voluntad de Dios (vs. 1-2), a fin de que participen de los sufrimientos de Cristo y se regocijen cuando Su gloria sea revelada (vs. 12-19), y para que sean testigos de los padecimientos de Cristo (5:1).
En 2:11 Pedro también se refiere a una guerra: la guerra entre los deseos carnales y el alma: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma”. Tanto en 2:11 como en 4:1 se hace referencia a la misma clase de combate: la guerra entre los deseos y nuestra alma. Según lo dicho por Pedro en 4:1, debemos armarnos con el sentir de Cristo a fin de combatir contra la carne con sus deseos.
Si hemos de armarnos con el sentir de Cristo, debemos tener a Cristo como nuestra vida. Si intentamos armarnos con el mismo sentir de Cristo sin tenerlo a Él mismo como nuestra vida, estaríamos meramente imitando externamente a Cristo. Si poseemos tal sentir claramente dispuesto a sufrir, aunque quizás tengamos que padecer por causa de los intereses del Señor, ningún aspecto de la pobreza o los sufrimientos podrá hacernos tropezar. Tenemos que armarnos con tal sentir, pero esto no debe ser hecho con base en nuestra valentía natural. En esto consiste seguir al Señor Jesucristo, quien tomó la senda angosta del pesebre y la cruz.
En 1 Pedro 4:5 se nos dice que Cristo “está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos”. Cuando el Señor regrese, Él juzgará desde Su trono de gloria a quienes estén vivos de entre las naciones y establecerá Su reino milenario (Mt. 25:31-46); además, Él juzgará desde el gran trono blanco a todos los que murieron una vez haya concluido el milenio (Ap. 20:11-15). Es significativo que Pedro nos inste a tener el mismo sentir que tuvo Cristo en medio de Sus padecimientos y que inmediatamente después mencione que Cristo ha de juzgar a los vivos y a los muertos. Cuando el Señor Jesús padeció en la carne y fue perseguido por los hombres, Él se armó con el sentir de una mente dispuesta a sufrir porque sabía que se acercaba el tiempo en que juzgaría a todos los seres humanos, incluyendo a Sus perseguidores. Asimismo, mientras padecemos al ser perseguidos por otros, debemos saber que nosotros también un día juzgaremos al mundo porque reinaremos juntamente con Cristo (vs. 4-6; 22:5; 1 Co. 6:2).
En 1 Pedro 4:11 se nos dice: “Para que en todo sea Dios glorificado por medio de Jesucristo”. Finalmente, en todo lo que Cristo es y en todo lo que Él ha hecho, en todo lo que Él será y hará, Él glorificará a Dios. Esto indica que todo nuestro ministerio de gracia, ya sea al hablar o al servir, debe estar lleno de Cristo para que en todo Dios sea glorificado por medio de Cristo.
En 1 Pedro 4:13 se nos dice: “Gozaos por cuanto participáis de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de Su gloria os gocéis con gran alegría”. En la actualidad nos gozamos al participar de los padecimientos de Cristo debido a que en la revelación de Su gloria participaremos de Su gloria (Ro. 8:17-19; 2 Ts. 1:10). En ese tiempo nos regocijaremos con gran alegría; estaremos en un éxtasis de gozo.
En 1 Pedro 4:12, Pedro dice: “Amados, no os extrañéis por el fuego de tribulación en medio de vosotros que os ha venido para poneros a prueba, como si alguna cosa extraña os aconteciese”. Después, en el versículo 13, Pedro procede a referirse a nuestra participación en los padecimientos de Cristo. Aunque la persecución es una tribulación que nos purifica mediante fuego, Pedro nos dice que eventualmente al experimentar tal fuego de tribulación tenemos parte, participamos, en los padecimientos de Cristo. Es posible, pues, que los padecimientos que un cristiano sufre sean los padecimientos de Cristo. ¿Cómo es que las persecuciones que padecemos pueden ser los padecimientos de Cristo? Si no fuésemos cristianos, ciertamente no padeceríamos la clase de persecución descrita en los versículos 12 y 13. Tales persecuciones se deben al hecho de que somos cristianos, hombres de Cristo. Debido a que creemos en Cristo, amamos a Cristo, vivimos a Cristo y somos portadores de un testimonio para Cristo al testificar de Él en esta era, el mundo se levanta contra nosotros. Esta era yace en poder del maligno (1 Jn. 5:19), y por esta razón los incrédulos persiguen a quienes creen en Cristo y dan testimonio de Él. A los ojos de Dios, esta clase de padecimiento es considerado como los padecimientos de Cristo.
Cristo llevó una vida de padecimientos. Ahora nosotros somos Sus socios, los cuales llevamos esa misma clase de vida. Según el libro de Hebreos, no solamente participamos de Cristo mismo, sino que además somos Sus socios (3:14). Cooperamos con Él al llevar una vida de padecimientos. Le seguimos a Él por el camino del sufrimiento. Esto significa que lo que Cristo padeció, nosotros también lo padecemos. Por tanto, al padecer por Cristo de esta manera, nuestros padecimientos son considerados por Dios como los padecimientos de Cristo.
No debiéramos sentirnos desalentados, pues tenemos que padecer como cristianos. Estos padecimientos son positivos y muy preciosos. ¡Qué privilegio es experimentar los padecimientos de Cristo! Pablo incluso pudo decir que él completó lo que faltaba de las aflicciones de Cristo por Su Cuerpo, la iglesia (Col. 1:24). Además, en Filipenses 3:10 él también se refirió a la comunión en los padecimientos de Cristo. En la actualidad debemos ser cristianos, seguidores de Cristo, que experimentan los padecimientos de Cristo. Debemos participar no solamente en las riquezas de Cristo, sino también en los padecimientos de Cristo. Si adoptamos esta perspectiva, nos sentiremos alentados cada vez que padezcamos por causa de Cristo. Incluso podríamos dar la bienvenida a esta clase de padecimientos. Quizás tengamos que pasar por el fuego de tribulación, pero éstos son los padecimientos de Cristo en los cuales tenemos el privilegio de participar.
En 1 Pedro 4:13 Pedro se refiere a gozarse con gran alegría. Esto significa que estaremos gozosos no sólo internamente, sino que también expresaremos nuestro gozo en voz alta. En el tiempo de la revelación de la gloria del Señor, exultaremos. Creo firmemente que daremos gritos, nos regocijaremos y que probablemente hasta demos saltos de gozo; estaremos sumamente emocionados y extasiados de gozo. Hoy en día podemos regocijarnos, pero cuando el Señor sea revelado nos gozaremos de manera exultante.
A continuación, en 1 Pedro 4:14, Pedro dice: “Si sois vituperados en el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el Espíritu de gloria, que es el de Dios, reposa sobre vosotros”. El nombre denota la persona. Estar en el nombre de Cristo es realmente estar en la persona de Cristo, en Cristo mismo. Los creyentes están en Cristo (1 Co. 1:30) y son uno con Él (6:17), puesto que creyeron en Cristo (Jn. 3:15) y fueron bautizados en Su nombre (Hch. 19:5), es decir, en Él mismo (Gá. 3:27). Cuando ellos son vituperados en el nombre de Cristo, son vituperados con Él, y así participan de Sus padecimientos (1 P. 4:13), en la comunión de Sus padecimientos (Fil. 3:10).
La razón por la cual las persecuciones que padecemos son los padecimientos de Cristo es que padecemos en el nombre de Cristo. Según lo dicho por Pedro en 1 Pedro 4:14, somos bienaventurados si somos vituperados en el nombre de Cristo. No debiéramos pensar que es una maldición ser vituperados en el nombre de Cristo. Esto es ser bienaventurado. Sin embargo, si las personas suelen tenernos en muy alta estima, esto podría ser una maldición para nosotros. Con respecto a este asunto, debemos experimentar un cambio en nuestro concepto.
En el versículo 14 Pedro dice que si somos vituperados en el nombre de Cristo, el Espíritu de gloria, que es el de Dios, reposa sobre nosotros. El griego literalmente dice: “El Espíritu de gloria, que es el de Dios”. El Espíritu de gloria es el Espíritu de Dios. Cristo fue glorificado en Su resurrección mediante el Espíritu de gloria (Ro. 1:4). Este Espíritu de gloria, por ser el Espíritu de Dios mismo, reposa sobre los creyentes que sufren al ser perseguidos, para la glorificación del Cristo resucitado y exaltado, quien ahora está en la gloria (1 P. 4:13). Cuando estamos dispuestos a padecer por Cristo, en lo profundo de nuestro ser sentimos que el Espíritu de gloria, que es el de Dios —el Espíritu expresado como gloria—, reposa sobre nosotros. En la actualidad todos podemos experimentar y disfrutar este aspecto de Cristo.
El Espíritu de gloria reposa sobre los creyentes perseguidos a fin de glorificar a Dios. Cuanto más padezcamos y seamos perseguidos, más gloria habrá sobre nosotros. Esto es verdaderamente una bendición. Cuanto más seamos perseguidos y vituperados, más fortalecidos seremos. La persecución y el vituperio no debieran abatirnos; por el contrario, debieran elevarnos. Por tanto, debemos regocijarnos cuando sufrimos vituperio en el nombre de Cristo, pues el Espíritu de gloria reposa sobre nosotros.
Si los cristianos padecemos por Cristo, entonces el Espíritu que está dentro de nosotros será el Espíritu de gloria. Por el lado positivo, todos los padecimientos producen una sola cosa: el quebrantamiento del hombre exterior. Entonces, cuando nuestro hombre exterior es quebrantado, la gloria en el Lugar Santísimo, esto es, en nuestro espíritu, será manifestada. Cuanto más padezcamos en el nombre de Cristo, más el Espíritu de gloria será manifestado.
El versículo 14 dice que el Espíritu es de gloria, que Él está lleno de gloria. Además, la frase el Espíritu de gloria, que es de Dios significa que el Espíritu de gloria es el Espíritu de Dios. Cuando somos perseguidos por causa del Señor, el Espíritu de Dios, quien es el Espíritu de gloria, reposa sobre nosotros.
La gloria es Dios manifestado, Dios expresado. En el caso de los mártires, usualmente en el momento en que mueren como mártires se encuentran en una condición en la que Dios es expresado. Esto es el Espíritu de gloria, que es el de Dios, quien reposa sobre ellos. Cuando Esteban estaba siendo juzgado, los miembros del sanedrín vieron su rostro como el rostro de un ángel (Hch. 6:15), lo cual era la gloria de Dios manifestada. Esto fue debido a que el Espíritu de gloria reposaba sobre él.
Cuando los cristianos padecen por el Señor, el Espíritu de Cristo reposa sobre ellos a fin de que Dios sea expresado e impartido desde el interior de ellos. Cuando las personas padecen por asuntos mundanos, se sienten tan turbadas que su expresión es siempre de tristeza o angustia y no pueden superar tal situación. Sin embargo, los cristianos no son así, pues el Espíritu que mora en ellos, quien es también el Espíritu de gloria, reposa sobre ellos a fin de que sea manifestada la gloria de Dios.
Si estamos dispuestos a sufrir persecución por causa del Señor y padecer bajo las medidas gubernamentales de Dios, entonces el Espíritu de gloria, que es el de Dios, reposará sobre nosotros. Cuando padecemos por causa del nombre del Señor, el Espíritu llega a ser el Espíritu de gloria que reposa sobre nosotros. Ser un mártir no significa ser muerto con amargura; más bien, ser mártir es una cuestión de alegría y gloria. Lo que para la gente del mundo es un sufrimiento, para nosotros, los creyentes, es una gloria. Cuando padecemos bajo las medidas gubernamentales de Dios, siempre hay gloria. El Espíritu de gloria reposa sobre nosotros para ayudarnos en nuestro sufrimiento, y mientras padecemos, este Espíritu de gloria nos da la esperanza de gloria (Col. 1:27) a fin de que nuestro padecimiento manifieste gloria.
Cuando somos vituperados en el nombre de Cristo, el Hijo de Dios, somos bienaventurados porque el Espíritu de gloria y de Dios Padre reposa sobre nosotros. Cuando los creyentes padecen persecución, los tres de la Trinidad Divina están plenamente involucrados, pues están plenamente identificados con los creyentes perseguidos. Cuando los creyentes del Hijo sufren vituperio, el Dios Triuno disfruta de Su descanso al permanecer con ellos en medio de la persecución que sufren. El Espíritu de gloria y de Dios Padre reposa sobre los creyentes. La palabra reposa en 1 Pedro 4:14 significa “permanecer, morar, confortar, sustentar, cubrir y proteger”. Mientras el Espíritu de gloria permanece con nosotros, los que padecemos, Él llega a ser nuestro poder sostenedor, nuestra protección, nuestra cobertura y nuestra victoria; no obstante, con Él esto es un reposar. Esto explica cuál es la verdadera situación cuando ocurre la persecución de los cristianos. Cuando somos perseguidos, nuestro Dios Triuno nos cubre, nos protege, nos sostiene y nos conforta. Él reposa sobre nosotros.
En 1 Pedro 4:16 se nos dice que “si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por llevar este nombre”. Como cristianos que sufren vituperio, no debemos avergonzarnos del nombre cristiano, un término despectivo en tiempos de Pedro, sino más bien glorificar a Dios por llevar este nombre, es decir, expresar a Dios en gloria.
La palabra griega cristianós es una palabra derivada del latín. La terminación ianós, que denota un partidario de alguien, se usaba con respecto a los esclavos que pertenecían a las grandes familias del Imperio romano. A los que adoraban al emperador, el césar o kaisar, se les llamaba kaisarianos, que significa “partidario del kaisar, persona que pertenece al kaisar”. Cuando las personas creyeron en Cristo y vinieron a ser seguidores Suyos, algunos en el imperio consideraron que Cristo era rival de su kaisar. Entonces, en Antioquía (Hch. 11:26) empezaron a usar, como apodo a manera de vituperio, el sobrenombre cristianoi (cristianos), es decir, partidarios de Cristo, para referirse a los seguidores de Cristo. Por consiguiente, este versículo dice: “Como cristiano, no se avergüence”, es decir, si algún creyente sufre a manos de perseguidores que desdeñosamente le llamen cristiano, no debe avergonzarse sino glorificar a Dios por llevar este nombre.
Hoy en día el término cristiano debería tener un significado positivo, es decir, un hombre de Cristo, alguien que es uno con Cristo, alguien que no solamente le pertenece a Él, sino que tiene Su vida y Su naturaleza en una unión orgánica con Él, y vive por Él y además lo vive a Él en su vida diaria. Si sufrimos por ser tal clase de persona, no debemos avergonzarnos, sino que debemos tener la valentía de magnificar a Cristo en nuestra confesión por nuestra manera de vivir santa y excelente para glorificar (expresar) a Dios en este nombre.