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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 388-403)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS OCHENTA Y OCHO

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(94)

  En este mensaje comenzaremos a considerar aspectos de la experiencia y disfrute que tenemos de Cristo según lo revelado en 2 Pedro. Aunque las dos epístolas de Pedro son breves, ellas indican que el apóstol Pedro, quien había sido pescador, fue introducido en el pleno conocimiento de la salvación de Dios conforme a Su economía divina. Las riquezas de Cristo presentadas en ambas epístolas de Pedro revelan todos los elementos divinos de la salvación de Dios.

110. Nuestro Dios y Salvador

  En 2 Pedro 1:1-18 encontramos un pasaje particular y crucial de la santa Palabra, en el cual se revelan aspectos excelentes de la experiencia y disfrute que tenemos de Cristo como nuestro Dios y Salvador. Debemos detenernos en este pasaje de la Palabra no sólo para apreciar y aprehender al Cristo revelado allí, sino también para experimentarlo y disfrutarlo.

a. Jesucristo

  El versículo 1 habla de “nuestro Dios y Salvador Jesucristo”. Jesucristo es nuestro Dios y también nuestro Salvador. Esto indica que Jesucristo es Dios mismo, quien es nuestro Salvador. Él es Dios, a quien adoramos, y Él mismo llegó a ser nuestro Salvador para salvarnos. En los tiempos de Pedro, esto denotaba a los creyentes de Cristo y los separaba de los judíos, quienes creían que Jehová el Creador era Dios, pero no creían que Jesucristo era Dios, y de los gentiles, específicamente los romanos, quienes tampoco creían que Jesucristo era Dios, sino que el césar lo era.

b. En Su justicia nos fue asignada una fe igualmente preciosa

  En 2 Pedro 1:1 se nos dice que en la justicia de Cristo como nuestro Dios y Salvador nos fue asignada “una fe igualmente preciosa”.

1) En Su justicia

  La justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo es una doble porción que consiste en la justicia de Cristo y la justicia de Dios. Nuestro Dios es justo. Mediante Su justicia, Él asignó la fe preciosa como porción divina equitativamente a todos los que creen en Cristo, tanto judíos como gentiles, sin acepción de personas. Ahora Él no es solamente nuestro Dios, sino también nuestro Salvador. Así que, ahora Su justicia no es solamente la justicia de Dios o de Cristo, sino la justicia de nuestro Dios y de nuestro Salvador, Jesucristo.

  Dado que el Señor es nuestro Salvador, Su justicia representa Su acto justo, Su muerte en la cruz en absoluta obediencia (Fil. 2:8), por la cual efectuó nuestra redención (He. 9:12), haciendo posible que Dios nos justifique (Ro. 5:18). La justicia de Cristo se refiere a Sus acciones justas, Sus obras justas. Cuando Él vivió, anduvo y trabajó en la tierra como hombre, lo hizo todo con justicia; todos Sus actos, acciones y obras fueron justos. En particular, al morir en la cruz, haciéndose obediente a Dios, tal acto de obediencia fue una acción justa. La muerte del Señor en la cruz fue realizada en absoluta obediencia a Dios y cumplió todos los requisitos propios de la justicia de Dios, con lo cual dio al Dios justo la posición legítima para justificar a todos los que creyesen en esta acción justa de Cristo. En otras palabras, la justicia de Cristo es el factor y la base que le permiten a Dios justificarnos. Cristo vivió justamente, obedeció justamente y murió justamente; por tanto, edificó Su justicia como base para que Dios justificase a todo aquel que crea en Cristo.

  Puesto que el Señor es nuestro Dios, Su justicia es Su equidad, ya que, con base en la acción justa, la cual es la redención de nuestro Salvador Jesucristo (3:24-25), Él justifica a todos los que creen en Cristo (v. 26), tanto judíos como gentiles (v. 30). En esta justicia doble y por medio de esta justicia doble —la justicia tanto de nuestro Dios como de nuestro Salvador Jesucristo— nos fue asignada por igual a todos los creyentes de todas las naciones la fe preciosa que da sustantividad a la bendición del Nuevo Testamento.

  En 2 Pedro 1:1 se ponen juntas dos clases de justicia: la justicia de Dios y la justicia de Cristo. La justicia de Cristo efectuó la redención. Ahora Dios en Su justicia nos justifica. Es en la esfera de esta justicia doble y por medio de ella que la fe preciosa ha sido asignada equitativamente a todos los creyentes.

  Lo dicho por Pedro acerca de la justicia de nuestro Dios y Salvador, Jesucristo, es muy rico en lo que indica e implica. El pensamiento común entre los judíos en tiempos de Pedro era que Dios les dio ciertas bendiciones para que disfrutasen de ellas. Estas bendiciones les fueron dadas en conformidad con la justicia de ellos. Los judíos pensaban que si vivían y actuaban justamente, tendrían su propia justicia delante de Dios. Tal justicia era la justicia en conformidad con la ley. Por tanto, es llamada la justicia de la ley. Esto significa que nuestra propia justicia es la justicia de la ley. Pablo se refiere a esto en Romanos 10:3: “Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios”. En Filipenses 3:9 Pablo declaró que era su deseo ser hallado en Cristo, “no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por medio de la fe en Cristo, la justicia procedente de Dios basada en la fe”.

  No es según la justicia de la ley que Dios nos asignó nuestra porción neotestamentaria. La porción neotestamentaria es asignada por Dios a nosotros en la justicia y por la justicia que es tanto la justicia de Dios como la justicia de Cristo. La justicia de Dios está en contraste con nuestra propia justicia, y la justicia de Cristo está en contraste con la justicia de la ley.

  Lo dicho por Pedro acerca de la justicia de nuestro Dios y Salvador indica que ha habido un cambio de dispensación. En el Antiguo Testamento, la base sobre la cual las personas eran bendecidas era su justicia en conformidad con la ley. Esto significa que ellas eran bendecidas según la justicia del hombre, la cual es también la justicia de la ley. Pero ahora, en el Nuevo Testamento, Dios nos da una porción maravillosa, no a causa de nuestra propia justicia según la ley, sino a causa de Su justicia según la redención efectuada por Cristo. En lugar de retroceder a la ley, debemos venir a Cristo. Lo que tenemos no es nuestra propia justicia en conformidad con la ley mosaica, sino la justicia de Dios que fue cumplida por la acción justa de Cristo realizada en la cruz. Es en esta justicia y por esta justicia que Dios nos asignó la correspondiente herencia neotestamentaria.

2) A los creyentes les fue asignada una fe igualmente preciosa que la nuestra

  En 2 Pedro 1:1 se nos dice que a los creyentes “se les ha asignado [...] una fe igualmente preciosa que la nuestra”. La fe dada por Dios es asignada a todos los creyentes como la preciosa porción común a todos ellos. Siempre y cuando hayamos recibido tal dádiva, poseemos la porción asignada de la herencia de Dios, pues la fe viviente equivale a tal porción asignada de la herencia de Dios. Cuando Pablo indicó en Colosenses 1:12 que Cristo es la porción asignada de los santos, estaba pensando en la repartición por suertes de la buena tierra de Canaán entre los hijos de Israel como su herencia. Asimismo, Pedro tenía esto mismo en mente cuando en 2 Pedro 1:1 dijo que a los creyentes se les había asignado una fe igualmente preciosa que la nuestra. Pedro comprendía que así como a los hijos de Israel se les asignó una parcela de la buena tierra (Jos. 13:6; 14:1-5; 19:51), todos los creyentes neotestamentarios son hijos de Dios que heredan lo que les ha sido prometido por Dios, esto es, la fe que les fue asignada. Esto implica que “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad” (2 P. 1:3), constituyen la verdadera herencia que Dios les da a los creyentes en el Nuevo Testamento; entre ellas se incluye la naturaleza divina (v. 4) de la que participan los creyentes por medio de la fe igualmente preciosa, en conformidad con las preciosas y grandísimas promesas. La buena tierra, la porción de los hijos de Israel en tiempos del Antiguo Testamento, tipifica al Cristo todo-inclusivo. Así como la buena tierra era la porción de los santos del Antiguo Testamento, del mismo modo Cristo es la porción de los creyentes neotestamentarios. Además, en el Antiguo Testamento la buena tierra fue asignada en heredad a las doce tribus, y en el Nuevo Testamento la fe preciosa nos es asignada en heredad.

  ¿Cómo puede la fe ser nuestra porción asignada? Según la Biblia, Cristo es nuestra porción. Esto significa que es Cristo quien nos fue asignado en heredad. Pero 2 Pedro 1:1 dice que nos fue asignada una fe igualmente preciosa. Referirse a Cristo como nuestra porción podría ser todavía algo doctrinal; está más relacionado con nuestra experiencia decir que la fe es nuestra porción. Si Cristo fuese meramente Cristo para nosotros y no fuese también la fe, entonces no podríamos participar de Él ni tener parte en Él. A fin de que nosotros participemos de Cristo, Él tiene que llegar a ser nuestra fe. Tal fe fue asignada por Dios a todos los creyentes en Cristo como su porción. La fe ha llegado a ser nuestra porción de la herencia neotestamentaria.

  La fe no es meramente un medio, sino también una porción. Un medio es un instrumento mediante el cual obtenemos algo, pero una porción es aquello que obtenemos. En 2 Pedro 1:1 la fe no es un medio; más bien, es aquello que recibimos, el objeto que recibimos. Por tanto, en este versículo la fe equivale a la heredad. Según el Nuevo Testamento, la fe en cierto sentido denota el medio. En particular, la fe es el medio por el cual recibimos la salvación y la vida eterna (Ef. 2:8). Pero en 2 Pedro 1:1 la fe no es considerada como el medio, sino como la heredad asignada, la porción de la herencia neotestamentaria que Dios nos asignó.

  La fe en 2 Pedro 1:1 equivale a la herencia neotestamentaria. Nuestra porción es Cristo, la corporificación del Dios Triuno. Este Cristo es revelado en el Nuevo Testamento y comunicado a nosotros por el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento es el recipiente que tiene por contenido a Cristo, quien corporifica al Dios Triuno. Este recipiente nos comunica a Cristo principalmente mediante la predicación y la enseñanza de la Palabra. La predicación y enseñanza de los apóstoles siempre comunica Cristo a los demás. El Dios Triuno está corporificado en Cristo, y Cristo se halla contenido en el Nuevo Testamento. Por ende, este Cristo es comunicado a nosotros mediante la predicación y enseñanza de la Palabra. El Nuevo Testamento contiene a Cristo, y quienes predican el Nuevo Testamento nos traen tal clase de recipiente. Por medio de este recipiente, Cristo es comunicado a nosotros. Entonces, la fe viene por el oír, y el oír por la palabra (Ro. 10:17). La Palabra cumple la función de comunicarnos a Cristo. Por tanto, Cristo viene a nosotros mediante la predicación y enseñanza de la palabra del Nuevo Testamento.

  El Cristo todo-inclusivo no es solamente la Palabra, sino también el Espíritu vivificante. Al ser predicado y comunicado Cristo a nosotros mediante la Palabra, simultáneamente Él opera dentro de nosotros como Espíritu que produce la fe en nuestro ser. El resultado de la fe producida dentro de nosotros es que todo cuanto Cristo es —conforme a la palabra del Nuevo Testamento—, es impartido en nosotros. Como resultado de ello, tenemos la realidad de Cristo.

  La fe y Cristo son uno. La fe, que es la respuesta al contenido de la Palabra, en realidad es Cristo. Esto significa que la respuesta es uno con aquello a lo que responde. Cuando en nuestra experiencia llegan a ser uno nuestra respuesta y el Cristo que nos fue comunicado mediante la predicación de la Palabra, entonces la fe es producida dentro de nosotros. Por tanto, nuestra fe y Cristo, quien es el objeto de nuestra fe, en realidad son uno. Ésta es la porción de la herencia neotestamentaria que Dios nos asignó.

  La fe no es iniciada por nosotros, y tampoco es algo que proceda de nosotros. Por el contrario, la fe procede de Dios, es iniciada por Dios y es asignada a nosotros por Dios. La fe viene a nosotros mediante la palabra contenida en la revelación de Dios. Cuando esta palabra es predicada a nosotros, ella nos comunica la realidad de la herencia neotestamentaria. Cuando esta palabra es predicada a nosotros, simultáneamente el Espíritu opera juntamente con ella. En realidad, según la Biblia, la palabra y el Espíritu son uno. En Juan 6:63 el Señor Jesús dijo: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. La palabra es el Espíritu, y el Espíritu es la palabra (Ef. 6:17). Por tanto, mediante la palabra hablada y por la operación, la inspiración, del Espíritu, la fe es producida en nuestro interior. Ésta es la manera en que Dios nos asigna la fe igualmente preciosa. Mediante la palabra hablada y por el Espíritu que inspira, Dios infunde fe en nuestro ser. Una vez que esta fe ha sido impartida en nosotros, obtenemos nuestra porción de la herencia neotestamentaria.

  La palabra griega traducida “igualmente preciosa” significa “de igual valor u honra”; por tanto, igualmente preciosa. No significa que todos reciban la misma medida de fe, sino una fe de igual valor y honra. La fe es igualmente preciosa para todos los creyentes en Cristo, sin importar si éstos son judíos o gentiles. Tenemos la misma fe que Pedro tuvo. Aunque Pedro era un gran apóstol, en términos cualitativos la fe que él tenía no difiere de la fe que nosotros tenemos. Él y nosotros compartimos una fe igualmente preciosa. Todos los creyentes del mundo gentil participan de la misma fe preciosa junto con todos los de la tierra judía. Esta fe les capacita para dar sustantividad a la bendición de vida del Nuevo Testamento como porción común que Dios les asignó.

  La expresión les ha asignado [...] una fe igualmente preciosa que la nuestra en 2 Pedro 1:1 indica que en el universo entero hay solamente una fe como porción asignada a todo el pueblo redimido de Dios. En el Antiguo Testamento la tierra de Canaán era la única buena tierra asignada por Dios como herencia a Su pueblo Israel. Cuando el pueblo de Israel entró en la buena tierra y tomó posesión de ella, esa buena tierra fue dividida en porciones y asignada a cada familia de las doce tribus de Israel (Nm. 33:51-54). De manera similar, hay un solo gran asunto que es llamado fe. Dios nos ha asignado una porción de esta fe única a cada uno de los miembros de Su pueblo escogido. Por tanto, todos tenemos la misma fe única. Todos poseemos una porción de esta fe que nos fue asignada.

  En el momento cuando creímos, fuimos nosotros los que creímos, pero fue Dios quien nos asignó una porción de la fe única. El nombre de esa fe única es Jesucristo. La fe que tenemos para creer en Cristo es Cristo mismo (Ro. 3:22; Gá. 2:16a). Hay un solo Jesús quien es la fe para nosotros. Por tanto, nuestra fe es una sola.

  En cuanto a calidad, todos tenemos una fe igualmente preciosa; pero en cuanto a cantidad, la fe que tengamos depende de cuánto hayamos contactado al Dios viviente de modo que Él crezca en nosotros (Ro. 12:3; He. 11:1, 5-6, 27; Col. 2:19). Cuando Dios crece en nosotros, la fe crece en nosotros.

  Pedro llama “preciosa” a la fe que nos fue asignada por la superabundante gracia de Dios. La fe es preciosa. La fe nos permite creer en lo que jamás podríamos creer; y cuando entra en nosotros, dicha fe es nuestra una vez para siempre, de modo que jamás nos dejará. Es imposible que hombre alguno crea en el misterio y la centralidad del evangelio de Dios por su vida natural. Según los razonamientos humanos, no es posible creer que el Señor Jesús es Dios encarnado, que nació de una virgen, que murió para propiciación de los pecados del hombre, que resucitó de los muertos, que ascendió a los cielos, que está sentado a la diestra de Dios y que un día regresará. Pero cuando esta fe preciosa entra en nuestro ser, podemos y tenemos que creer. Cuanto más creemos, más plácidos y cómodos nos sentimos. Una vez obtenemos esta fe preciosa, jamás podemos perderla. Una vez obtenemos esta fe preciosa, jamás podemos dejar de creer. Es imposible para nosotros dejar de creer en verdad —aun cuando ocasionalmente hayamos negado al Señor—, pues la fe preciosa que nos fue dada está en nosotros.

  La fe es lo que da sustantividad a lo que se espera (He. 11:1). La sustancia de las bendiciones del Nuevo Testamento es algo invisible, abstracto y misterioso; no puede ser sentido por nuestra parte emotiva ni puede ser visto por nuestros ojos. No podemos ver la vida divina mediante nuestra vista natural, ni tampoco podemos percibir o palpar la vida divina mediante nuestros sentimientos naturales. Además, Dios mismo, quien es la mayor de todas las bendiciones neotestamentarias, es invisible, misterioso y abstracto. Ninguno de nuestros sentidos físicos puede dar sustantividad a Dios. A fin de dar sustantividad a todas las bendiciones del Nuevo Testamento, necesitamos otro sentido, esto es: la fe. La fe consiste en dar sustantividad a la sustancia divina, espiritual y celestial de las bendiciones neotestamentarias. La fe da sustantividad a Dios mismo como principal sustancia de las bendiciones del Nuevo Testamento. Ella también da sustantividad a la vida divina, al Espíritu de Dios y a la ley del Espíritu de vida. La fe es un asunto de extrema importancia. La fe no procede de nosotros mismos, sino que es una dádiva que Dios nos concede y una porción que Él nos da en heredad. Si tenemos la fe divina como la porción que nos ha sido asignada en heredad, tenemos toda la realidad de la economía neotestamentaria de Dios con todas sus bendiciones.

  La fe es también lo que da sustantividad a la verdad (v. 1), la cual es la realidad del contenido de la economía neotestamentaria de Dios. El contenido de la economía neotestamentaria de Dios se compone de “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad” (2 P. 1:3), es decir, del Dios Triuno que se imparte a nosotros internamente como vida y externamente como piedad. La fe igualmente preciosa, que Dios nos asignó por medio de la palabra de Su economía neotestamentaria y del Espíritu, responde a la realidad de tal contenido y nos introduce en la realidad, haciendo de su sustancia el elemento mismo de nuestra vida y experiencia cristianas. Tal fe les es asignada como porción a todos los que creen en Cristo, y es igualmente preciosa para todos los que la han recibido. Como tal porción, esta fe es objetiva para nosotros en la verdad divina. Sin embargo, introduce en nosotros todo el contenido de la fe que da sustantividad, haciendo así que este contenido, junto con la fe misma, sean subjetivos para nosotros en nuestra experiencia. Esto puede compararse con el paisaje (la verdad) y la acción de ver (la fe), los cuales son objetivos para la cámara (nosotros). Pero cuando la luz (el Espíritu) imprime el paisaje a la película (nuestro espíritu) que está dentro de la cámara, tanto la acción de ver como el paisaje mismo llegan a ser subjetivos para la cámara.

  La economía de Dios, el plan de Dios, consiste en que Dios se imparta en nosotros como vida y como nuestro suministro de vida. Por tanto, la economía neotestamentaria de Dios simplemente tiene por finalidad la impartición de Dios. Esta economía tiene un contenido, este contenido tiene una realidad, y esta realidad es la verdad revelada en la Biblia. La Biblia no es meramente un libro de doctrinas; es una revelación de la verdad, la cual es la realidad del contenido de la economía de Dios. Esta realidad tiene una sustancia. Únicamente la fe puede dar sustantividad a esta sustancia. Por tanto, la fe consiste en dar sustantividad a la sustancia de la realidad de la economía neotestamentaria.

  Esta fe es la verdadera porción de la heredad asignada por Dios. Es la realidad de la economía neotestamentaria que nos fue asignada en la justicia de Dios y por la justicia de Dios, la cual es también la justicia de nuestro Salvador, Jesucristo. Esta justicia doble —la justicia de Dios y de Cristo— es la esfera en la cual y el medio por el cual la porción neotestamentaria nos fue asignada.

c. La gracia y la paz nos son multiplicadas en el pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor

  En 2 Pedro 1:2 se nos dice: “Gracia y paz os sean multiplicadas, en el pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor”. En este versículo hay también dos asuntos cruciales. El primero está relacionado con la gracia y la paz. La frase gracia y paz os sean multiplicadas en el versículo 2 indica que la gracia y la paz vienen a nosotros. Después que la gracia y la paz vengan a nosotros, ellas nos serán multiplicadas en la esfera del pleno conocimiento de Dios y de nuestro Señor y por medio de este pleno conocimiento. Debido a que esta porción maravillosa —el propio Dios Triuno— nos fue asignada, la gracia y la paz vinieron a nosotros. La gracia es el disfrute de nuestra porción de la herencia neotestamentaria, la cual en realidad es el Dios Triuno procesado. En términos sencillos, la gracia es el disfrute que tenemos del Dios Triuno.

  La paz es la condición que resulta de la gracia. Tener gracia y paz es tener el disfrute del Dios Triuno y el fruto de este disfrute. Cuando disfrutamos al Dios Triuno, el resultado es una condición o situación de tranquilidad tanto para con Dios como para con los hombres.

  El segundo asunto crucial presentado en el versículo 2 guarda relación con la frase en el pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor. Al igual que en el versículo 1, la preposición en aquí significa “en la esfera de”, o “por medio de”. La gracia y la paz vinieron a nosotros en una determinada esfera y mediante un medio en particular, esto es: el pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor. El conocimiento pleno del Dios Triuno tiene como fin que participemos y disfrutemos de Su vida y Su naturaleza divinas. No es un conocimiento meramente doctrinal, sino que es un conocimiento en términos de nuestra experiencia, un conocimiento pleno.

  La palabra griega traducida “pleno conocimiento” está compuesta de la palabra gnósis más el prefijo epi, el cual significa “sobre”. Esta palabra denota un conocimiento cabal adquirido por experiencia. Esta clase de conocimiento no es un conocimiento superficial o general; más bien, es un conocimiento profundo, exhaustivo y experiencial. No es simplemente un conocimiento mental, sino que es un conocimiento experiencial en términos de nuestro entendimiento y aprehensión espirituales. El pleno conocimiento de Dios y de Cristo es un conocimiento de Dios y de nuestro Señor que es profundo, práctico, detallado y experiencial. Este pleno conocimiento es tanto la esfera como el medio por el cual podemos disfrutar al Dios Triuno a fin de tener una situación apacible con Él y con todos los hombres.

  La gracia y la paz vinieron a nosotros mediante la fe que Dios nos asignó, la cual da sustantividad a la bendición de vida del Nuevo Testamento (v. 1). Esta fe nos fue infundida por medio de la palabra de Dios, la cual nos trasmite el verdadero conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor. En la esfera del pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor, y por medio de este conocimiento que aumenta y ha aumentado, la gracia y la paz que hemos recibido serán multiplicadas.

  En sus epístolas, Pablo frecuentemente dice: “Gracia y paz a vosotros” (Ro. 1:7; 1 Co. 1:3; 2 Co. 1:2; Fil. 1:2). En 2 Pedro 1:2, después de decir: “Gracia y paz”, Pedro añade la expresión ossean multiplicadas. Esta expresión indica que la gracia y la paz no son asuntos livianos ni pequeños; más bien, están dentro de nosotros, multiplicándose todo el tiempo. Debemos percibir que la gracia y la paz divinas están multiplicándose diariamente dentro de nosotros. Además, Pedro dice en el versículo 2 que la gracia y la paz nos son multiplicadas “en el pleno conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor”. Al final de esta epístola, Pedro nos insta a crecer en “el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (3:18). En un sentido muy real, los creyentes conocemos a Dios y a Jesús, pero debemos comprender que nuestro conocimiento de Dios y de Jesús podría ser inadecuado. Entre una gran cantidad de creyentes existe una gran carencia en cuanto a conocer al Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— y Su economía neotestamentaria. La multiplicación de la gracia y la paz dentro de nosotros es acorde con nuestro crecimiento en el conocimiento de Dios y de Jesucristo. Debemos tener el pleno conocimiento de Dios y de Jesucristo a fin de que la gracia y la paz en nosotros sean multiplicadas. Por esta razón, la carga del ministerio en el recobro del Señor consiste en ayudar a los creyentes a venir al pleno conocimiento del Dios Triuno y Su economía (1 Ti. 2:4).

  En 2 Pedro 1:3 Pedro se refiere a “Su divino poder”. Aquí el pronombre Su denota un sujeto singular, pero en el versículo 2 hay dos antecedentes para este pronombre: Dios y Jesús nuestro Señor. Si estudiamos la Palabra cuidadosamente y de manera correcta, prestaremos atención al hecho de que en el versículo 2 tenemos dos antecedentes para el pronombre singular Su en el versículo 3. Esto indica que nuestro Señor Jesús es Dios mismo y que nuestro Dios en realidad es el Señor Jesús. De otro modo, Pedro habría dicho: “Ya que el divino poder de Ellos nos ha concedido todas las cosas...”.

  Hemos visto que la gracia es multiplicada por medio de que Su divino poder nos haya concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. La vida está dentro de nosotros y nos capacita para vivir, mientras que la piedad está por fuera como la expresión externa de la vida interior. La vida es la energía, la fortaleza interna, para producir la piedad externa. Todas las cosas que pertenecen a la vida, internamente, y a la piedad, externamente, ya nos fueron dadas por el poder divino. Ahora la gracia tiene que ser multiplicada en nosotros conforme a la impartición de este poder divino.

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