Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 388-403)»
Чтения
Marcadores
Mis lecturas

LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS NOVENTA Y TRES

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(99)

114. Un Abogado

  En 1 Juan 2:1-2 Cristo es presentado como un Abogado: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno peca, tenemos ante el Padre un Abogado, a Jesucristo el Justo. Y Él mismo es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”. Aquí “Abogado” es una traducción de la palabra griega parákletos, la cual es traducida “Consolador” en el Evangelio de Juan.

a. Un Abogado con el Padre, Jesucristo el Justo

  El Señor es “ante el Padre un Abogado, [...] Jesucristo el Justo” (v. 1).

1) Un Abogado

  La palabra griega traducida “Abogado” se refiere a alguien que es llamado a acudir al lado de otro para ayudarle; por ende, un ayudante. Se refiere también a alguien que ofrece ayuda legal o que intercede a favor de otra persona; por consiguiente, un abogado, asesor legal o intercesor. La palabra conlleva la idea de consolar y consolación; por eso, se puede traducir consolador. Se usa en el Evangelio de Juan (14:16, 26; 15:26; 16:7), refiriéndose al Espíritu de realidad como nuestro Consolador interior, Aquel que atiende nuestro caso o nuestros asuntos. Se usa en 1 Juan 2 para referirse al Señor Jesús como nuestro Abogado ante el Padre. Cuando pecamos, Él se encarga de nuestro caso intercediendo (Ro. 8:34) y suplicando por nosotros basándose en la propiciación que logró.

  Como hemos visto, “Abogado” es una traducción de la palabra griega parákletos. Dicha palabra está formada por dos vocablos: la preposición para (aquí usada como prefijo) y la palabra kletós. Al ser puestas juntas, estas palabras denotan a alguien llamado para estar a nuestro lado. El único que usa el término griego parákletos en el Nuevo Testamento es Juan. En su evangelio, Juan dice: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (14:16). Esto indica que mientras el Señor estaba con los discípulos, un parákletos, un Consolador, estaba allí con ellos. Pero este parákletos estaba a punto de dejarlos; por tanto, era necesario que viniera otro parákletos, otro Consolador. En realidad, el primer parákletos y el otro parákletos son uno. Aquel que es llamado “otro Consolador” está ahora en nosotros como Espíritu vivificante, y Aquel que era el primer Consolador, el Señor Jesucristo, está ahora en los cielos, sentado a la diestra de Dios.

  En los cielos tenemos al Señor Jesucristo como nuestro Consolador, y en nuestro espíritu tenemos al Espíritu como otro Consolador. Sin embargo, estos dos son uno. Por esta razón, la palabra griega parákletos es usada tanto para el Consolador en los cielos como para el Consolador en nuestro espíritu. Si ponemos juntos 1 Juan 2:1 con Juan 14:16, vemos que en la actualidad el Señor Jesús es nuestro Abogado que está a la diestra de Dios en los cielos; al mismo tiempo, Él es también el Consolador en nuestro espíritu. En los cielos Él es el Abogado que está con el Padre; en nuestro espíritu Él es el Consolador. A esto se debe que Él sea la escalera sobre la cual los ángeles de Dios suben y descienden (1:51). Como Señor en ascensión, Él es nuestro Paracleto con el Padre, Aquel que se encarga de nuestro caso en los cielos. Como Espíritu que mora en nosotros Él es el Paracleto con nosotros (14:16-17), Aquel que está a nuestro lado para cuidar de nosotros.

  La palabra griega parákletos es traducida “Consolador” en Juan 14:16 y “Abogado” en 1 Juan 2:1. Además, en Juan 14:26 y 15:26 esta palabra griega es traducida “Consolador”. “Consolador” es la traducción correcta para parákletos en Juan 14:16, pues en este versículo se expresa el sentir de que este Paracleto viene a consolar a los discípulos en la tristeza que les causa la partida del Señor. El Señor les había dicho a Sus discípulos que Él se iría, y esto los había turbado. Por tanto, en este capítulo el Señor indicó a los discípulos que ellos no debían entristecerse, pues Él pediría al Padre que les enviase otro Paracleto, otro Consolador. Debido a que los discípulos estaban atribulados y requerían consuelo, es correcto traducir parákletos como “Consolador” en Juan 14:26. Esta palabra griega implica el pensamiento de consolar y se refiere a aquel que nos ayuda, nos sirve, se pone de nuestro lado y avanza a nuestro lado. Tal persona es ciertamente un consolador.

  También es correcto traducir parákletos en 1 Juan 2:1 como “Abogado”. De acuerdo al uso en tiempos antiguos, esta palabra griega podría referirse a una persona que cumple la función de un abogado, un defensor legal. La situación en 1 Juan 2:1, en contraste con la situación en Juan 14:16, requiere de un defensor o abogado.

  El Abogado en 2:1 en realidad es un abogado espiritual. Este parákletos se mantiene a nuestro lado, como una enfermera que nos cuida y atiende a nuestras necesidades. El parákletos es también un consejero. En la escuela, los estudiantes tienen un consejero que les ayuda a escoger las clases correctas. Nuestro parákletos también nos ayuda a tomar las decisiones correctas. En su traducción de 1 Juan 2:1, J. N. Darby usa la palabra en inglés patron [o, protector]. En su nota de pie de página, él explica que esta palabra denota un protector romano que cuidaba de los intereses de sus clientes en todo aspecto. La función de un protector romano era muy similar a la que cumple un abogado defensor en la actualidad. Cuando nos encontramos en una determinada situación, podemos encomendar tal asunto en su integridad a nuestro abogado. Entonces nuestro abogado se hace cargo de nuestro caso. Ésta es la función de nuestro Abogado mencionado en el versículo 1. El término parákletos es todo-inclusivo. Implica la idea de ayudar y de nutrir, la idea de aconsejar, y también la idea de consolar. Tal término incluye el concepto de un abogado, un defensor, que se hace cargo de nuestro caso.

  Cristo, un Abogado ante el Padre, se hace cargo de nuestro caso como abogado nuestro. Satanás, el enemigo de Dios y nuestro astuto enemigo, nos acusa delante de nuestro Dios día y noche (Ap. 12:10). Tal vez le diga a Dios que si bien Dios es santo y justo, Sus hijos amados son injustos e inmundos. El Padre entonces podría decirle que Sus hijos tienen un abogado excelente: Jesucristo. Nuestro abogado, Cristo, también podría decirle a Satanás que vea Su sangre, la cual nos limpia de todo pecado, y que cierre Su boca acusadora.

  Según Apocalipsis 12:10 y 11, Satanás acusa a los hijos de Dios día y noche, pero ellos pueden vencer a Satanás por la sangre del Cordero. Una vez comprendemos que somos inmundos, impíos e injustos, podríamos sentirnos derrotados y excluidos de la impartición de vida que el Señor realiza. No obstante, no solamente tenemos la sangre de Jesús, sino que también lo tenemos a Él mismo como nuestro Abogado, nuestro Defensor. Debemos decirle a Satanás que cierre su boca y debemos alabar al Cordero de Dios por Su sangre vencedora. Entonces la vida divina será impartida en nosotros nuevamente. Cristo, nuestro Abogado, se hace cargo de nuestro caso de modo que la impartición de vida pueda continuar.

2) Con el Padre

  En 1 Juan 2:1 Cristo es un Abogado ante el Padre. La frase con el Padre es usada en 1:2. En ambos casos la preposición griega es pros, en el acusativo, una preposición que denota movimiento, lo cual implica vivir, actuar, en unión y comunión con otro. El Señor Jesús, nuestro Abogado, vive en comunión con el Padre.

  El título divino el Padre en 1 Juan 2:1 indica que nuestro caso, del cual el Señor Jesús como nuestro Abogado se encarga, es un asunto familiar, un conflicto entre los hijos y el Padre. Por medio de la regeneración nacimos como hijos de Dios. Después de ser regenerados, si pecamos, contra nuestro Padre pecamos. Nuestro Abogado, quien es el sacrificio por nuestra propiciación, toma nuestro caso para restaurar nuestra comunión con el Padre a fin de que permanezcamos en el disfrute de la comunión divina.

  Juan se refiere a la sangre de Jesús en el capítulo 1 y a nuestro Abogado en el capítulo 2. Dios no solamente ha provisto la sangre de Jesucristo, la cual fue derramada por nosotros a fin de que seamos perdonados y lavados, sino que además Dios proveyó que Cristo fuese nuestro Abogado. Primero, el Señor Jesús derramó Su sangre como el pago por nuestra redención. Después de derramar Su sangre, Él llega a ser nuestro Abogado, nuestro defensor celestial, quien se hace cargo de nuestro caso. ¡Qué maravilloso que nuestro Abogado pague nuestra deuda y se haga cargo de nuestro caso!

  El hecho de que Cristo sea nuestro Abogado ante el Padre, y no simplemente ante Dios, indica que nuestro caso, del cual el Señor se ha hecho cargo, es un asunto familiar, un caso entre el Padre y nosotros como hijos del Padre. Siempre que pecamos, ofendemos a nuestro Padre. Nuestro juez, por tanto, es un Padre-juez, nuestro tribunal es nuestro hogar espiritual y nuestro caso es un asunto de familia. Pero tenemos un miembro de nuestra familia, nuestro Hermano mayor, el Hijo del Padre, quien es nuestro Abogado ante el Padre. Como nuestro Abogado, nuestro Hermano mayor se hace cargo de nuestro caso. Cristo en los cielos actualmente es también nuestro Abogado delante del Dios justo. Si después de haber sido salvos pecamos, con base en que Él mismo es nuestra propiciación, Él intercede por nosotros a fin de restaurar la comunión que fue quebrantada entre Dios y nosotros. Ésta es la razón por la cual Juan dice que tenemos un Abogado ante el Padre.

  La verdad en la Biblia siempre es presentada de manera equilibrada. La verdad presentada en 1 Juan 2:1 también es equilibrada. Por un lado, el título Padre es señal de amor; por otro, el título Abogado es señal de justicia. Por ejemplo, un padre ama a su niño; pero si éste se porta mal, el padre tendrá un caso contra él, un caso basado en la justicia. Aunque el niño sigue siendo amado por su padre y continuará siendo cuidado por él, el padre tiene un caso contra el niño y podría tener que disciplinarlo. De manera similar, siempre que pecamos, el Padre tiene un caso en contra nuestra. Por tanto, tenemos necesidad de un abogado celestial. Necesitamos que Jesucristo, nuestro Hermano mayor, sea nuestro Abogado.

3) Jesucristo, el Justo

  Entre todos los hombres, el único justo es nuestro Señor Jesús. Su acto de justicia (Ro. 5:18) en la cruz satisfizo los requisitos del Dios justo tanto a nuestro favor como a favor de todos los pecadores. Solamente Él reúne los requisitos para ser nuestro Abogado, para cuidarnos en nuestra condición de pecadores y para restaurarnos a una condición justa a fin de que haya una relación de paz entre nosotros y nuestro Padre, quien es justo. Jesucristo, el Justo, es Aquel que es justo, quien es nuestro Abogado, nuestro defensor ante el Padre, nuestro Juez celestial.

  En lugar de referirnos a “Jesucristo el Justo” podemos hablar de “Jesucristo el Correcto”. Jesucristo ciertamente es Aquel que es el Correcto, y únicamente Él puede ser nuestro Abogado ante el Padre. La razón por la cual tenemos un problema y el Padre tiene un caso en contra nuestra, es que somos las personas erróneas. Debido a que somos las personas erróneas, necesitamos que se haga cargo de nuestro caso el Justo, Aquel que es la persona correcta ante el Padre y ante nosotros.

b. La propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo

  Cristo es “la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn. 2:2). Aquí la propiciación se refiere al sacrificio por la propiciación. El Señor Jesucristo se ofreció a Sí mismo a Dios como sacrificio por nuestros pecados (He. 9:28), no solamente para efectuar nuestra redención sino también para satisfacer las exigencias de Dios, estableciendo así una relación de paz entre nosotros y Dios. Por tanto, Él es el sacrificio para nuestra propiciación ante Dios.

  El Señor Jesús es el sacrificio por la propiciación no sólo por nuestros pecados, sino también por los pecados de todo el mundo. Sin embargo, esta propiciación está supeditada a que el hombre reciba al Señor creyendo en Él. Los incrédulos no experimentan la eficacia de la propiciación, no porque ésta tenga alguna falta, sino debido a que ellos no creen.

  La palabra griega para “propiciación” en 1 Juan 2:2 y en 4:10 es ilásmos. En 1:7 tenemos la sangre de Jesús; en 2:1 tenemos la persona misma de Cristo como nuestro Abogado; y ahora, en el versículo 2, tenemos a Cristo como la propiciación por nuestros pecados. Nuestro Abogado, quien derramó Su sangre para lavar nuestros pecados, es nuestra propiciación. Esta palabra propiciación denota apaciguar, o pacificar. Cuando un niño está errado y su padre tiene un caso contra él, no hay paz entre ellos. En tal situación, es necesario que el padre sea pacificado o apaciguado. Esta pacificación, este apaciguamiento, es la propiciación.

  Siempre que los hijos de Dios ofenden al Padre, la comunión entre ellos es quebrantada. En lugar de paz, hay disturbios. Al darse cuenta de la situación, los hijos deben confesarse ante el Padre, quien está presto a perdonarles y lavarles. La sangre que lava ha sido provista, y el Padre mismo es fiel para perdonar y justo para limpiar. Pero ¿cómo puede ser restaurada la paz entre el Padre y Sus hijos? Podríamos pensar que siempre y cuando haya perdón y limpieza, la paz vendrá automáticamente. Sin embargo, todavía es necesario que nuestro Abogado sea nuestra propiciación entre el Padre y nosotros, a fin de que el Padre sea apaciguado y la paz sea restaurada.

  Deben causarnos una profunda impresión todas las provisiones divinas: el lavamiento de la sangre, la fidelidad de Dios, la justicia de Dios, el Abogado y la propiciación. Con Dios tenemos las provisiones de Su fidelidad y Su justicia, y con Cristo tenemos las provisiones de Su sangre y de Él mismo como nuestro Abogado y nuestra propiciación. De día en día, quienes poseemos la vida divina y disfrutamos de esta vida en comunión debemos permanecer alertas con relación al pecado. Pero si pecamos, inmediatamente debemos confesar. Entonces experimentaremos la eficacia de todas estas provisiones. Tendremos el lavamiento de la sangre del Señor, la fidelidad y la justicia del Padre para nuestro perdón y lavamiento, y a Cristo como nuestro Abogado y propiciación que apacigua al Padre y restaura la paz entre nosotros y el Padre. Por medio de Cristo como nuestro Abogado y propiciación, nuevamente tenemos paz con el Padre y disfrutamos comunión con Él.

  De acuerdo con su significado bíblico, la propiciación lleva al disfrute, pues introduce la comunión entre Dios y nosotros. Según lo dicho por Pablo en Romanos 3:25, Dios ha puesto a Cristo como cubierta propiciatoria mediante la fe en Su sangre. Esto indica que Cristo no es solamente Aquel que realiza la propiciación, sino también el lugar de propiciación. Cristo como lugar de propiciación es el lugar donde Dios y Su pueblo redimido pueden conversar, tener comunión y disfrutar el uno del otro.

  Cristo es el Abogado que presenta nuestro caso ante el Padre y que, Él mismo, es nuestra propiciación, Aquel que hace la paz. En realidad, Cristo mismo es la paz entre Dios y nosotros. Esta paz es la base sobre la cual Dios y nosotros podemos conversar, tener comunión y disfrutar los unos de los otros.

  Si pecamos, debemos hacer confesión. Si confesamos nuestros pecados, la sangre de Jesús nos lavará de nuestros pecados. Entonces, en Su fidelidad y justicia, el Padre nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda injusticia. Además, nuestro Señor Jesucristo será el Abogado ante el Padre para hacerse cargo de nuestro caso. Finalmente, después que confesamos nuestros pecados y hemos sido lavados por la sangre y perdonados por el Padre, el Señor se encarga de nuestro caso ante el Padre y entonces se convierte en el disfrute que apacigua al Padre. En otras palabras, esta Persona preciosa se convierte en nuestra propiciación y, por tanto, es la base, el terreno, sobre el cual disfrutamos a Dios y tenemos comunión con Él y Él con nosotros.

  Al reflexionar sobre este asunto nos daremos cuenta de que no es meramente una doctrina, sino algo íntegramente relacionado con nuestra experiencia. Con base en nuestra experiencia sabemos que cuando confesamos nuestros pecados, tenemos el sentir de que la sangre nos ha lavado y que el Padre nos ha perdonado. De inmediato, tenemos también un sentir de disfrute. Ese disfrute es Cristo como nuestra propiciación. Es por este disfrute, por Cristo como nuestra propiciación, que podemos conversar con Dios y Él con nosotros, y que juntos podemos disfrutar a Cristo y tener comunión en torno a Cristo. Por tanto, Cristo es el disfrute que es la propiciación ante Dios por nosotros. Finalmente, Él llega a ser el terreno sobre el cual tenemos comunión con el Padre. Es de este modo que nuestra comunión, la cual es quebrantada mediante el pecado, puede ser recobrada. Debemos alabar al Señor que por estas cinco provisiones —la sangre, la fidelidad y la justicia de Dios, el Abogado y la propiciación— somos restaurados a la comunión plena con Dios.

  Como Cordero, Cristo es la propiciación relacionada con nuestros pecados (1 Jn. 2:2). Una propiciación es una especie de apaciguamiento. Debido a nuestros pecados se había producido cierto disturbio, cierto conflicto entre Dios y nosotros. No había paz. Cristo como Hijo del Hombre, quien era el Cordero de Dios, murió en la cruz para ser nuestra propiciación. Él apaciguó tal disturbio y resolvió el conflicto; por tanto, Él es nuestra propiciación. Él aquietó el disturbio y apaciguó a Dios. Ahora hay una condición pacífica entre Dios y nosotros. Esto tiene por finalidad la impartición de vida. Si no hay tal condición pacífica, Dios no podrá impartir Su vida en nosotros. La impartición de vida requiere de una situación pacífica. El Señor Jesús llegó a ser la propiciación con relación a nuestros pecados que existían entre Dios y nosotros a fin de crear una situación apacible que permita la impartición de vida.

  El Señor Jesús es el Abogado en el tribunal celestial, quien se hace cargo de nuestro caso con base en Su propia obra propiciatoria. Cuando entramos en la luz, somos puestos en evidencia como personas pecaminosas e impías. No obstante, no debemos sentirnos turbados por haber sido puestos en evidencia, pues inmediatamente la sangre de Jesús nos limpia. Debido a que carecemos de la certeza de haber sido limpiados por la sangre, el apóstol Juan procede a recordarnos que Jesucristo el Justo es nuestro Abogado y nuestra propiciación. No debiéramos sentirnos turbados por el hecho de que nuestra condición maligna haya sido puesta en evidencia, pues el Señor ya se encargó de ella. Como Aquel que es la propiciación por nuestros pecados, Cristo ha resuelto definitivamente el problema que teníamos con relación al pecado. Con base en Su obra propiciatoria, Él ahora es nuestro Abogado celestial, quien nos representa al tomar nuestro caso ante el tribunal celestial.

  Debemos fijarnos en que Dios “es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia” (1:9). En este versículo Juan no dice que Dios sea misericordioso ni bondadoso. Nosotros tenemos la inclinación de rogar por misericordia cuando pecamos, pero es justo que Dios nos perdone. Cristo ya hizo propiciación; por tanto, Dios puede perdonarnos justamente no debido a que Él sea misericordioso o bondadoso, sino porque Él es justo. Él nos ha dado las buenas nuevas, y ahora Él tiene que cumplir Su palabra; de otro modo, no sería fiel. Él nos perdona justamente debido a la propiciación de Cristo y nos perdona fielmente debido a Su propia palabra hablada.

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración