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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 388-403)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE TRESCIENTOS NOVENTA Y OCHO

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN LAS EPÍSTOLAS

(104)

118. Aquel que nos guarda

  En Judas, Cristo es presentado como Aquel que nos guarda.

a. Guardados por Él a fin de contender por la fe transmitida a los santos una vez para siempre sin negar a nuestro Amo y Señor, Jesucristo

  El versículo 1 habla de “los llamados, amados en Dios Padre, y guardados por Jesucristo”. La palabra griega aquí traducida “por” también podría traducirse “para”. “Por” denota la fuerza y el medio para guardar; “para” denota el propósito y el objetivo de guardar. El Padre le dio todos los creyentes al Señor (Jn. 17:6). Ellos son guardados para Él y por Él. Somos guardados por el Cristo que disfrutamos.

  A continuación, Judas 3 dice: “Amados, poniendo toda diligencia en escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos a que contendáis ardientemente por la fe que ha sido transmitida a los santos una vez para siempre”. Aquí Judas se refiere a nuestra común salvación. Ésta es la salvación general, la cual es común a todos los creyentes y que todos los creyentes tienen, igual que la común fe (Tit. 1:4).

  La fe que se menciona en este versículo no se refiere a la fe subjetiva, o sea, a nuestra acción de creer, sino a la fe objetiva, a nuestra creencia, o sea, a las cosas en las que creemos, el contenido del Nuevo Testamento, el cual es nuestra fe (Hch. 6:7; 1 Ti. 1:19; 3:9; 4:1; 5:8; 6:10, 21; 2 Ti. 2:18; 3:8; 4:7; Tit. 1:13), en el cual creemos con miras a nuestra común salvación. Esta fe, y no alguna doctrina, ha sido transmitida a los santos una vez y para siempre. Por esta fe debemos contender ardientemente (1 Ti. 6:12).

  En el Nuevo Testamento, la fe tiene tanto un sentido objetivo como uno subjetivo. Cuando esta palabra se usa en su sentido subjetivo, la fe denota nuestra acción de creer; cuando esta palabra es usada en su sentido objetivo, la fe denota aquello en lo cual creemos. En 1 Timoteo 1:19 la palabra fe es usada tanto en sentido subjetivo como también en sentido objetivo. Allí Pablo dice: “Manteniendo la fe y una buena conciencia, desechando las cuales naufragaron en cuanto a la fe algunos”. La primera referencia a la fe en este versículo tiene el sentido subjetivo; denota nuestra capacidad de creer. El segundo uso de la palabra fe tiene el sentido objetivo; denota el objeto de nuestra fe. Pedro dice en 2 Pedro que la fe igualmente preciosa nos ha sido dada (1:1). Esta fe es subjetiva y se refiere a la fe que ya está en nosotros. Esto difiere de la fe en Judas 3, la cual se refiere a aquello en lo cual creemos.

  La fe en su sentido objetivo es equivalente al contenido de la voluntad de Dios que nos fue legada en el Nuevo Testamento. La ley incluye el contenido de los Diez Mandamientos y todas las ordenanzas subalternas. La ley fue dada en el Antiguo Testamento, pero lo que Dios da en el Nuevo Testamento es la fe que incluye todo cuanto compone la nueva voluntad de Dios. Esta voluntad incluye al propio Dios Triuno. Sin embargo, no incluye asuntos tales como la práctica de cubrirse la cabeza, el lavamiento de los pies o las maneras de realizar el bautismo. No obstante, algunos creyentes contienden por tales asuntos, pensando que al hacerlo contienden por la fe. Pero ése no es el entendimiento correcto de lo que Judas quiere decir cuando habla de contender por la fe que ha sido transmitida a los santos una vez para siempre. Contender por la fe es contender por los asuntos fundamentales y cruciales de la nueva voluntad de Dios.

  La fe —lo que creemos— está constituida de ciertas verdades básicas. Primero, creemos que Dios es uno y, a la vez, triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Segundo, creemos que nuestro Dios se encarnó en el Hijo, el Señor Jesucristo. Tercero, creemos que Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado como hombre, vivió en la tierra y murió en la cruz por nuestros pecados para obtener nuestra redención. Al tercer día Él fue resucitado de los muertos tanto física como espiritualmente, y hoy en día Él es nuestro Salvador, nuestro Señor en resurrección y nuestra vida. Debido a que creemos en Él, nuestros pecados han sido perdonados, Él ha entrado en nosotros como vida y fuimos regenerados. A la postre, el Señor Jesús regresará para recibir a todos Sus creyentes a Sí mismo. Éstas son verdades básicas, doctrinas básicas, que constituyen la fe por la cual debemos contender. Debido a que todo creyente saludable y genuino sostiene estas verdades básicas, ellas son llamadas la común fe (Tit. 1:4).

  Aunque en Efesios 4 Pablo hace una clara distinción entre la fe y la doctrina, muchos cristianos confunden estas dos cosas. En lugar de contender por la fe, ellos contienden por sus doctrinas particulares. En ningún lugar en las Escrituras se nos insta a combatir por la doctrina. Sin embargo, tenemos que contender por la fe que está relacionada con nuestra “común salvación” (Jud. 3). Nuestra común salvación procede de la común fe. Aunque todo auténtico cristiano tiene en común la fe y la salvación, podríamos no tener en común todas las doctrinas. Las diferentes denominaciones enfatizan diferentes doctrinas y se aferran a ellas. Aunque no debemos pelear por las doctrinas, tenemos que estar dispuestos a contender por la fe. En 1 Timoteo 6:12 Pablo manda a Timoteo: “Pelea la buena batalla de la fe”. Por tanto, debemos contender por nuestra fe, pero no debemos contender por nuestras doctrinas. Con respecto a la fe, tenemos que ser denodados, firmes y definidos, preparados para contender por la fe que ha sido transmitida a los santos una vez para siempre. Sin embargo, en cuanto a las doctrinas se refiere, debemos tener una actitud amplia para con los demás.

b. Al ser edificados sobre nuestra santísima fe orando en el Espíritu Santo, nos conservamos en el amor de Dios esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna y salvamos del fuego a los que vacilan

  Judas 20-23 dice: “Vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. De algunos que vacilan, tened misericordia, y salvadlos, arrebatándolos del fuego”. Aquí Judas hace ciertas exhortaciones a los creyentes. En los versículos 20 y 21 exhorta a los creyentes a ser edificados sobre la santísima fe y a vivir en el Dios Triuno. Después, en los versículos 22 y 23 exhorta a los creyentes a ayudar a otros con temor, teniendo misericordia de ellos.

1) Edificándonos sobre nuestra santísima fe

  En el versículo 20 Judas dice: “Vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo”. La fe mencionada aquí es principalmente la fe objetiva y se refiere a las cosas preciosas del Nuevo Testamento, en las cuales creemos para ser salvos en Cristo. Nos edificamos a nosotros mismos sobre el fundamento de esta santa fe y en su esfera, orando en el Espíritu Santo. Tanto la verdad de la fe que aprehendemos como el Espíritu Santo mediante nuestra oración son necesarios para que seamos edificados. Tanto la fe como el Espíritu son santos.

  Es correcto afirmar que la fe mencionada en el versículo 20 es la fe objetiva. Sin embargo, debemos saber que esta fe objetiva produce fe subjetiva. La fe primero se refiere a la verdad contenida en la Palabra de Dios y comunicada por la Palabra. Tanto la palabra escrita de Dios que está en la Biblia como la palabra hablada mediante la predicación y enseñanza genuinas y apropiadas, contienen la verdad y nos la comunican. Al hablar de la verdad nos referimos a la realidad de lo que Dios es, a la realidad del proceso por el cual Dios pasó y a la realidad de todo cuanto Él realizó, logró y obtuvo. Por tanto, la verdad —como realidad— incluye todos los hechos con respecto a lo que Dios es, a aquello por lo cual Dios pasó, a aquello que Dios realizó y a aquello que Dios logró y obtuvo. Todo ello está revelado en el Nuevo Testamento. Podemos leer acerca de esto en la Biblia o escuchar acerca de ello por la predicación o enseñanza de alguien; pero en todo caso, dicha realidad está contenida en la santa Palabra y es comunicada a nosotros por la Palabra.

  Al escuchar la palabra que contiene la verdad, el Espíritu de Cristo opera dentro de nosotros. El Espíritu de Cristo siempre opera conforme a la Palabra y con la Palabra. Esto significa que el Espíritu de Cristo coopera con la Palabra. A la postre, como resultado de tal cooperación, en términos de nuestra experiencia la revelación contenida en la Palabra llega a imprimirse en nuestro espíritu y a convertirse en nuestra fe. Ésta es la fe que nos fue asignada como porción procedente de Dios (2 P. 1:1), y esta porción no es otra cosa que la herencia neotestamentaria.

  Al ser edificados sobre nuestra santísima fe, no solamente somos edificados sobre la fe objetiva, sino también sobre la fe subjetiva. La fe subjetiva procede de la fe objetiva. En otras palabras, la fe implica tanto aquello en lo cual creemos como también nuestro acto de creer. Ésta es la santísima fe.

  Esta fe no es algo que proceda de nosotros. En nosotros mismos no tenemos tal fe. La santísima fe es una gran bendición, la cual nos es dada procedente de Dios, es de Dios e, incluso, nos es dada juntamente con Dios mismo. Cuando esta fe es introducida en nosotros, ella viene con Dios mismo, con todo lo que Dios es, con todo aquello por lo cual Dios pasó, con todo cuanto Dios logró en Cristo y por el Espíritu, y con todo lo que Dios obtuvo y logró. En esta fe, todo ello es introducido en nosotros junto con Dios mismo. Siempre y cuando tengamos esta fe, tendremos al Dios procesado, la redención, la regeneración, la vida divina y todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. Además, tendremos la posición y el privilegio propio de aquellos que participan de la naturaleza divina y la disfrutan. Por tanto, una vez que tenemos esta fe, lo tenemos todo. Ahora debemos edificarnos sobre esta santísima fe.

  En Judas 20 la palabra fe implica la palabra verdadera, pues la fe es producida a raíz de lo contenido en la palabra verdadera, la revelación de Dios. La palabra de la revelación de Dios contiene la realidad divina del ser de Dios, de Su proceso, de Su obra redentora, de Sus realizaciones y logros, y esta palabra comunica toda esta realidad divina a nuestro ser. Cuando oímos las palabras con respecto a esta realidad, el Espíritu Santo opera dentro de nosotros de una manera que corresponde a estas palabras. El resultado de ello es la fe.

  Aunque la fe implica la palabra verdadera, ella implica mucho más que esto. Según el Nuevo Testamento, la fe es todo-inclusiva. Siempre y cuando tengamos fe, poseemos todas las cosas divinas. Nuestra santísima fe es tanto los materiales con los cuales edificamos como la base, el fundamento, sobre el cual edificamos. Si no tenemos fe, no tenemos ni los materiales con los cuales edificar ni la base, el fundamento, sobre el cual edificar. Esto significa que sin fe no tenemos nada sobre lo cual edificar ni nada con lo cual edificar. Por ser creyentes, nos edificamos con el contenido de nuestra santísima fe y nos edificamos sobre esta fe como fundamento. Por tanto, con estas cosas divinas como material y fundamento, podemos edificarnos sobre nuestra santísima fe.

  Edificarnos sobre la fe no significa edificarnos con doctrinas teológicas ni con conocimiento bíblico. Mera doctrina o conocimiento es algo demasiado objetivo y también vacío. Pero la verdad como realidad de la Palabra santa no es algo vacío. Esta verdad es el contenido de la santísima fe. Por tanto, con este contenido tenemos algo real y sólido con lo cual edificar y sobre lo cual edificar.

  Edificarnos en la santísima fe no es algo individualista; más bien, esta edificación es un asunto corporativo. Judas habla corporativamente a los creyentes cuando les exhorta a edificarse sobre la santísima fe. Si hemos de edificarnos en la fe, tenemos que hacerlo de manera corporativa; esto es, tenemos que hacerlo en el Cuerpo, en la vida de iglesia. Aparte de la vida de iglesia, no podemos edificarnos sobre la fe. Fuera de la vida de iglesia, no hay tal edificación. En realidad, edificarnos sobre la santísima fe es edificar el Cuerpo de Cristo. De hecho, lo dicho por Judas con respecto a edificarnos sobre nuestra santísima fe equivale a lo dicho por Pedro con respecto a ser edificados como casa espiritual hasta llegar a ser un sacerdocio santo (1 P. 2:5).

2) Orando en el Espíritu Santo

  Según Judas 20, si hemos de edificarnos sobre nuestra santísima fe, debemos orar en el Espíritu Santo. La fe está relacionada con la Palabra, y en el Espíritu Santo tenemos la vida. En este versículo el Espíritu Santo se refiere principalmente a la vida, no al poder. Sin embargo, en la actualidad algunos cristianos entienden al Espíritu Santo principalmente en términos de poder. En Romanos 8:2 Pablo habla del Espíritu Santo como Espíritu de vida. Con base en nuestra experiencia sabemos que orar en el Espíritu Santo es mucho más una cuestión de vida que de poder. Cuando oramos, podríamos no sentir el poder; sin embargo, con frecuencia tenemos el sentir de vida. La vida es más preciosa que el poder. En realidad, el verdadero poder espiritual procede de la vida espiritual.

  El poder genuino es cuestión de vida. Podríamos valernos de las semillas a manera de ilustración. Las semillas de diversas clases son pequeñas. Si bien una semilla es pequeña, a la vez es dinámica y está llena de vida. Debido a que una semilla está llena de vida, ella es poderosa. Después que una semilla es sembrada en la tierra, ella brota y crece hasta llegar a ser una planta o un árbol. Aunque los brotes sean muy tiernos, tienen poder para quebrar el suelo. Este poder procede de la vida dentro de la semilla. De manera similar, edificarnos al orar en el Espíritu Santo es un asunto primordialmente relacionado con la vida.

  El Espíritu Santo en Judas es el Espíritu para nuestra oración. Debemos orar no en nosotros mismos, sino en Él. Actualmente este Espíritu que ora permanece en nuestro espíritu, por lo cual, tenemos que vivir en el espíritu. Judas 19 dice: “Éstos son los que causan divisiones; los anímicos, que no tienen espíritu”. Lo que debe distinguir a los creyentes de los incrédulos es el hecho de que los incrédulos son anímicos, pues no usan su espíritu, mientras que los creyentes atienden a su espíritu y oran en el Espíritu Santo. Podríamos usar las siguientes ilustraciones para describir la diferencia que existe entre creyentes e incrédulos. Cuando un incrédulo ha de emprender un viaje, recurre a su mente para decidir qué medio de transporte deberá usar; esto implica que es una persona anímica. Sin embargo, cuando un creyente ha de emprender un viaje, debe tomar sus decisiones ejercitando su espíritu para orar. De manera similar, los incrédulos recurren a su mente y viven en el alma para tomar decisiones con respecto a sus estudios. Los creyentes, sin embargo, se conducen de manera diferente. Debido a que éstos tienen al Espíritu Santo dentro de ellos, toman todas sus decisiones ejercitando su espíritu para orar en Él. Pero, lamentablemente, a veces nos conducimos igual que los incrédulos. Tal parece que no tuviéramos un espíritu, es decir, que fuésemos personas anímicas. En todas las cosas debemos orar en el Espíritu. Los incrédulos no tienen al Espíritu Santo en su espíritu, pero nosotros, los creyentes, sí lo tenemos.

  La oración debe realizarse en el Espíritu Santo. La oración, que es cuestión de que el hombre coopere con Dios, tiene que poseer dos naturalezas. Las oraciones que proceden únicamente del hombre y no están mezcladas con Dios mismo son meras oraciones religiosas. Ellas no tocan a Dios, no hacen que Dios sea inhalado ni tampoco llegan a Dios. Por esta razón, Judas dice que debemos orar en el Espíritu Santo. Orar en el Espíritu Santo significa que nosotros y el Espíritu Santo tenemos que orar juntos.

  El secreto de la vida cristiana es mezclarnos con el Espíritu Santo. La vida espiritual de un cristiano es absolutamente cuestión de que el hombre se mezcle con el Espíritu Santo. Cuando estamos en el Espíritu Santo, vivimos una vida espiritual genuina. Cuando no estamos en el Espíritu Santo, no vivimos una vida espiritual genuina. Es posible participar de todo tipo de actividades religiosas, pero si no estamos en el Espíritu Santo, es imposible que tengamos una vida espiritual genuina. Esto aplica particularmente a la oración. Aparte del Espíritu Santo, únicamente tenemos oraciones religiosas, la cuales carecen de todo valor espiritual delante de Dios. Si anhelamos oraciones que sean genuinas y espirituales, oraciones que lleguen a Dios, que toquen a Dios, en las que inhalamos a Dios y estamos en Dios, tenemos que orar en el Espíritu Santo.

3) Nos conservamos en el amor de Dios

  En el versículo 21 Judas dice: “Conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna”. Debemos conservarnos en el amor de Dios al edificarnos sobre nuestra santa fe y al orar en el Espíritu Santo; de este modo esperamos y buscamos la misericordia de nuestro Señor, para que no solamente disfrutemos la vida eterna en esta era, sino que también la heredemos y sea nuestra por la eternidad (Mt. 19:29).

  Si no nos edificamos sobre la fe ni oramos en el Espíritu Santo, fácilmente nos apartaremos del amor de Dios. En realidad, aquí las palabras el amor de Dios denotan el disfrute del amor de Dios. Aquí Judas se refiere al amor de Dios no de manera objetiva, sino de manera subjetiva, la manera propia de alguien que disfruta este amor. Hora tras hora debemos disfrutar el amor de Dios. Debemos estar enamorados de Dios no solamente de manera objetiva, sino también de manera subjetiva. Debemos conservarnos siempre en el disfrute del amor de Dios al edificarnos y al orar. Edificarnos está relacionado con la Palabra santa, y orar está relacionado con el Espíritu Santo. Por tanto, si tenemos la Palabra aplicada a nosotros y el Espíritu que opera en nuestro interior, seremos guardados en el disfrute del amor de Dios al mismo tiempo que esperamos la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna.

4) Esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo

  Judas 21 habla de esperar “la misericordia de nuestro Señor Jesucristo”. Es significativo que Judas hable de la misericordia y no de la gracia. Pedro recalca la gracia, pero Judas enfatiza la misericordia. En el versículo 2 de esta epístola Judas dice: “Misericordia a vosotros y paz y amor os sean multiplicados”. La misericordia llega más lejos que la gracia. La misericordia es para las personas que están en una condición y situación miserable y lamentable. Cuando el hijo pródigo vino a su padre en Lucas 15, él se encontraba en una condición completamente miserable y lamentable. Todo cuanto el Padre hizo por este hijo pródigo y lastimoso constituyó una misericordia para con él. Mientras oramos en el Espíritu y nos conservamos en el amor de Dios, debemos esperar mayor misericordia de parte del Señor. La palabra esperando implica poner nuestra confianza. Mientras esperamos por la misericordia de nuestro Señor y ponemos la mirada en tal misericordia, también confiamos en Su misericordia.

  Judas 20 y 21 no solamente exhorta a los creyentes a que sean edificados en la santísima fe, sino también a que vivan en el Dios Triuno. La Trinidad Bendita en Su totalidad es empleada y disfrutada por los creyentes al orar en el Espíritu Santo, conservándose a sí mismos en el amor de Dios y esperando la misericordia de nuestro Señor para vida eterna. En estos versículos tenemos al Espíritu, a Dios el Padre y al Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Debemos orar en el Espíritu Santo, conservarnos en el amor de Dios y esperar la misericordia del Señor Jesucristo. Por tanto, en estos versículos definitivamente tenemos al Dios Triuno.

  En la vida cristiana los creyentes poseen la Trinidad Divina, y ellos deben vivir en y con la Trinidad Divina. El Padre está en los creyentes (Ef. 4:6), el Hijo vive en los creyentes (Gá. 2:20) y el Espíritu permanece en los creyentes (Jn. 14:17). En 2 Corintios 13:14 Pablo dice: “La gracia del Señor Jesucristo [el Hijo], el amor de Dios [el Padre] y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Después Judas dice que debemos ser aquellos que, orando en el Espíritu Santo, nos conservemos en el amor de Dios [el Padre] esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo [el Hijo] (Jud. 20-21).

  La revelación de la Trinidad Divina en 2 Corintios 13:14 y en Judas 20 y 21 se corresponden mutuamente. En ambos pasajes está presente el amor de Dios (el Padre). La misericordia de nuestro Señor Jesucristo (el Hijo) en Judas corresponde con la gracia de nuestro Señor Jesucristo (el Hijo) en 2 Corintios. En el Señor Jesús está la gracia, y cuando la gracia nos es extendida y llega a nosotros, es misericordia. Finalmente, orar en el Espíritu Santo en Judas corresponde a la comunión del Espíritu Santo en 2 Corintios. Orar es una especie de comunión.

  Para disfrutar de la Trinidad Divina tenemos que orar. Orar es entrar en la corriente de la Trinidad Divina, entrar en la comunión del Espíritu Santo. Mediante esta comunión llegamos a la fuente del amor de Dios. Entonces, en el amor de Dios esperamos la misericordia de nuestro Señor y tenemos nuestra mirada puesta en dicha misericordia, de modo que no solamente disfrutemos la vida eterna en esta era sino que también la heredemos por la eternidad (Mt. 19:29). En la apertura de su epístola, Judas menciona la misericordia (v. 2). Se menciona la misericordia y no la gracia debido a que la iglesia había caído en degradación y apostasía. En la situación degradada en que se encontraban las iglesias, se requería la misericordia de Dios. Cuando las iglesias están en degradación, lo que ellas necesitan es la misericordia del Señor que se extiende lejos. Todos necesitamos la misericordia del Señor. Esta misericordia es un puente a la gracia de Cristo. Debemos orar en el Espíritu Santo a fin de que toquemos la fuente, el amor de Dios, en el cual aguardamos la misericordia de nuestro Señor Jesucristo. En esto consiste el disfrute del Dios Triuno.

5) Para vida eterna

  Judas concluye el versículo 21 con las palabras para vida eterna. Aquí la palabra para significa teniendo por fruto o resultando en. El disfrute y la herencia de la vida eterna, la vida de Dios, es la meta de nuestra búsqueda espiritual. Puesto que nos dirigimos a esta meta, deseamos conservarnos en el amor de Dios y esperamos la misericordia de nuestro Señor.

  Judas no dice que todavía no tenemos la vida eterna. Él tampoco afirma que si nos mantenemos orando en el Espíritu Santo y nos conservamos en el amor de Dios, esperando la misericordia del Señor, entonces finalmente obtendremos la vida eterna. Más bien, lo que Judas dice es que al orar en el Espíritu Santo, al conservarnos en el amor del Padre y al esperar la misericordia del Señor, se tiene por resultado nuestro disfrute actual de la vida eterna. Ya tenemos la vida eterna en nosotros. Sin embargo, a menos que oremos en el Espíritu Santo, nos conservemos en el amor del Padre y esperemos la misericordia del Señor, no disfrutaremos tal vida eterna. Pero cuando hacemos todas estas cosas, la vida eterna dentro de nosotros llega a ser nuestro disfrute.

  Aunque tenemos la vida eterna, la medida que poseemos de esta vida podría ser limitada. Pero si oramos en el Espíritu, nos conservamos en el amor del Padre y esperamos la misericordia del Hijo, la vida eterna en nosotros crecerá en cuanto a su medida. Por tanto, la frase para vida eterna no solamente significa para el disfrute de la vida eterna, sino también para el crecimiento, el aumento de la medida, de la vida eterna. Experimentar esta vida es vivir en el Dios Triuno.

6) Salvando del fuego a quienes vacilan

  En los versículos 22 y 23 Judas continúa diciendo: “De algunos que vacilan, tened misericordia, y salvadlos, arrebatándolos del fuego”. Lo dicho por Judas acerca de arrebatar del fuego a los que vacilan es una metáfora, probablemente adoptada con base en Zacarías 3:2. El fuego aquí es el fuego de la santidad de Dios para Su juicio (Mt. 3:10, 12; 5:22). Según estas palabras, debemos procurar salvar a otros y arrebatarlos del fuego.

c. Dios es poderoso para guardarnos de tropiezos y presentarnos sin mancha delante de Su gloria con gran alegría

  Judas 24 dice: “A Aquel que es poderoso para guardaros de tropiezos, y presentaros sin mancha delante de Su gloria con gran alegría”. El versículo 24 es una de las preciosas y grandísimas promesas (2 P. 1:4). Dios es poderoso para guardarnos de tropiezos y presentarnos sin mancha delante de Su gloria con gran alegría por medio del Cristo a quien disfrutamos.

  Judas indica claramente que aunque exhorta a los creyentes a esforzarse en cuanto a las cosas mencionadas en los versículos del 20 al 23, sólo Dios nuestro Salvador puede guardarlos de tropiezos y presentarlos sin mancha delante de Su gloria con gran alegría. Aquí la gloria es la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, la cual se manifestará cuando Él aparezca (Tit. 2:13; 1 P. 4:13) y en la cual Él vendrá (Lc. 9:26). La preposición con aquí significa “en el elemento”, y la frase gran alegría “denota la exuberancia de un gozo triunfal” (Alford).

  Judas 25 concluye diciendo: “Al único Dios, nuestro Salvador, por medio de nuestro Señor Jesucristo, sea gloria y majestad, imperio y autoridad, desde antes de todos los tiempos, ahora y por todos los siglos. Amén”. El único Dios es nuestro Salvador, y el hombre Jesucristo es nuestro Señor. A este maravilloso Salvador, por medio del Señor Jesucristo, sea la gloria, la majestad, el imperio y la autoridad por todos los siglos. La gloria es la expresión en esplendor; la majestad, la grandeza en honor; el imperio, la fortaleza en poder; y la autoridad, el poder para gobernar. En palabras de Judas, esto tiene lugar “desde antes de todos los tiempos, ahora y por todos los siglos”. “Antes de todos los tiempos” se refiere a la eternidad pasada; “ahora”, a la era presente; y “por todos los siglos”, a la eternidad futura. Por consiguiente, esta alabanza surge desde la eternidad pasada, pasa a través del tiempo y llega hasta la eternidad futura.

  Judas aborda este tema de edificarnos sobre nuestra santísima fe (v. 20). Aquí la fe es la impartición de Cristo a nosotros. Ser edificados sobre esta fe es ser edificados en la impartición de la vida divina. Entonces podemos orar en el Espíritu Santo y conservarnos en el amor de Dios esperando la misericordia de nuestro Señor (vs. 20b-21). En la santa fe tenemos la Trinidad para nuestro disfrute. Este disfrute de la Trinidad tiene por finalidad que participemos de la impartición de la vida divina. Con el tiempo, esto redunda en vida eterna y nos presentará sin mancha delante de Su gloria con gran alegría (v. 24). Esto indica claramente que la experiencia que tenemos de la Trinidad consiste en disfrutar la impartición de vida, la cual es para vida eterna y para la gloria divina. Debemos orar en el Espíritu Santo, conservarnos en el amor de Dios y esperar la misericordia de Jesucristo a fin de que podamos tener por siempre el disfrute y crecimiento de la vida eterna y seamos presentados delante de la gloria de Dios.

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