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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 404-414)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE CUATROCIENTOS CINCO

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN APOCALIPSIS

(2)

  En este mensaje continuaremos considerando nuestra experiencia y disfrute de Cristo, quien es el último de la Trinidad Divina.

c. El Soberano de los reyes de la tierra

  El Hijo de Dios es presentado además como el Soberano de los reyes de la tierra (Ap. 1:5). Primero, Él vivió en esta tierra como el Testigo fiel. Después, Él resucitó de entre los muertos para llegar a ser el Primogénito de entre los muertos con miras a la iglesia, la nueva creación. En la actualidad Él es el Soberano de los reyes de la tierra en Su ascensión. Él gobierna sobre la tierra, el mundo entero, como el Soberano de los reyes de la tierra. Habiendo pasado por la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección y la ascensión, Él ha sido entronizado por encima de todos los reyes.

  En Apocalipsis 1:5 se describe a Jesucristo como “el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, y el Soberano de los reyes de la tierra”. El nombre Jesús implica la encarnación, y el título Cristo indica que el Señor Jesús es el Ungido de Dios. Él fue el Testigo fiel en Su vivir humano, y Él es el Primogénito de entre los muertos en Su resurrección. En Su ascensión y entronización Él es el Soberano de los reyes de la tierra, pues Él es ahora Señor de todos y Cabeza de todos. Además, Él gobernará sobre todas las naciones cuando venga a reinar en Su reino. El título el Soberano de los reyes de la tierra se refiere, por tanto, a Su ascensión, a Su situación actual y a Su regreso. Por consiguiente, la descripción de Cristo presentada en este versículo abarca desde la encarnación de Cristo hasta Su reino eterno.

  El Hijo es el Soberano de los reyes de la tierra. Aunque muchos comunistas se oponen a Cristo, ellos siguen Su calendario sin darse cuenta de ello. Según la historia, aquel cuyo calendario usamos es aquel a quien estamos sujetos. Si una persona usara el candelario de cierto rey, estaría sujeta al gobierno de ese rey. Asimismo, incluso los impíos son regidos por Jesucristo, pues usan Su calendario. Ellos tal vez lo llamen el calendario internacional, pero en realidad es el calendario de Cristo. Su calendario es el calendario universal; el nacimiento de Jesús se ha convertido en el hito que marca el calendario de todos los pueblos de la tierra. Usar Su calendario es reconocer que Él es el Rey. De este modo, sin percatarse de ello, ellos reconocen que Él es su Soberano. En el universo hay un solo y único Soberano. Actualmente la humanidad entera usa el calendario de Cristo y está bajo Su gobierno. Todos los habitantes de la tierra son Su pueblo, y Él es el Soberano de todas las naciones. Él es el único Soberano de la tierra; el mundo entero es el reino de Cristo.

  Llamarle el Soberano de los reyes de la tierra equivale a afirmar que Él está muy por encima de los gobernantes terrenales. En la tierra ha habido muchos reyes, reinas y presidentes, pero el Soberano de todos ellos es Cristo. Los gobernantes de este mundo no son los verdaderos gobernantes. Cristo es el único que gobierna el mundo. En un sentido muy real, Cristo como Soberano de los reyes ha destronado a todos los reyes. Únicamente Él es el Soberano.

  Además, según Apocalipsis 19:16, Él es el Rey de reyes y el Señor de señores. Cristo es tanto el Soberano como el Rey. Como Soberano, Él gobierna toda la tierra. Podría parecer que los reyes y presidentes gobiernan la tierra y que el Señor Jesús no está en el trono. No obstante, esta Persona que parece no estar en el trono es el Soberano de todo aquel que ha sido entronizado. En la actualidad, el mundo entero está bajo el gobierno del Señor. Todo rey, reina, presidente y jefe de estado se encuentra bajo Su reinado. Él es verdaderamente el Líder, el Gobernante principal. Toda la situación mundial está bajo Su gobierno, no bajo el control de ninguna nación. Jesucristo es el Administrador del universo actual. Dios hizo a Cristo el Soberano y lo exaltó como Líder. Él es el Soberano de todos los reyes de la tierra a fin de administrar el plan de Dios para el hombre. Él administra el universo entero con el propósito de cumplir el plan eterno de Dios.

  Cristo lleva a cabo Su misión como Soberano de los reyes de la tierra por los siete Espíritus de Dios que arden delante del trono de Dios (1:4; 4:5; 5:6). Todos los líderes mundiales se encuentran bajo el fuego ardiente de los siete Espíritus. Los siete Espíritus arden sobre esta tierra en la actualidad con el propósito de llevar adelante la administración de Dios. La situación mundial en su totalidad se encuentra bajo la llama del fuego ardiente de los siete Espíritus. Los siete Espíritus llevan adelante la administración de Dios en la tierra. La situación mundial y los asuntos internacionales se encuentran todos bajo la dirección de esta llama de fuego. La llama de fuego de los siete Espíritus ardientes delante del trono de Dios ha controlado de manera soberana la situación mundial. El trono de Dios en los cielos es el factor decisivo de la situación mundial. Tenemos que comprender que hoy en día los siete Espíritus de Dios arden delante del trono no solamente con relación a las iglesias, sino también con relación a la situación mundial requerida para las iglesias.

d. Quien nos ama y nos ha liberado de nuestros pecados con Su sangre

  Según Apocalipsis 1:5 Cristo, el Hijo de Dios, “nos ama, y nos liberó de nuestros pecados con Su sangre”. Él nos ama y efectuó la redención en nuestro favor al derramar Su sangre, la cual nos lava y purifica de todos nuestros pecados. Únicamente la sangre de Jesucristo, a quien Dios juzgó en la cruz (Is. 53:8), puede lavarnos de nuestros pecados. Por tanto, la sangre de Cristo es la única sangre redentora. Sólo Su sangre puede redimirnos de todos nuestros pecados. Una vez creemos en el hecho de que el Señor murió y derramó Su sangre en la cruz para hacer propiciación por los pecados, la sangre del Señor hace que Dios perdone nuestros pecados y nos libre del castigo por el pecado; esta sangre también lava nuestros pecados y quita de nosotros la inmundicia propia del pecado (1 Jn. 1:7-9).

  El Señor derramó Su sangre para redimirnos de nuestros pecados, lavarnos de nuestros pecados y liberarnos de ellos, de modo que ya no tengamos el problema referente a los pecados. Todas las dificultades que nos sobrevienen a causa de nuestros pecados fueron resueltos por la sangre del Señor, la cual nos liberó de ellos. Puesto que la sangre del Señor nos liberó de nuestros pecados, también nos liberó del juicio, de la condenación, de la ira y de la muerte, todo lo cual está relacionado con los pecados.

e. Hizo de nosotros un reino, sacerdotes para Su Dios y Padre

  Apocalipsis 1:6 dice que el Hijo de Dios “hizo de nosotros un reino, sacerdotes para Su Dios y Padre”.

1) Un reino

  La razón por la cual Dios nos lavó en la sangre preciosa de Cristo era que pudiésemos ser puestos bajo Su gobierno. Los creyentes, que fueron redimidos por la sangre de Cristo, no sólo nacieron de Dios y así fueron introducidos en Su reino (Jn. 3:5), sino que también fueron hechos un reino para la economía de Dios. Este reino es la iglesia (Mt. 16:18-19). Juan, el escritor de Apocalipsis, estaba en este reino (Ap. 1:9), y todos los creyentes redimidos y renacidos también forman parte de este reino (Ro. 14:17).

  Apocalipsis 1 y 5 revelan que el Señor nos compró con Su sangre para hacer de nosotros Su reino (1:5-6; 5:9-10). La palabra griega traducida “reino” en 1:6 y 5:10 implica el significado de “rey”. En el griego, como en inglés, la palabra rey y la palabra reino comparten la misma raíz. Sea que la palabra griega se traduzca “rey” o “reino”, en ambos casos denota autoridad real o soberanía. Al salvarnos mediante la sangre de Jesús, Dios no solamente desea trasladarnos a Su reino, sino también hacer de nosotros Su reino. En otras palabras, a los ojos de Dios, quienes hemos sido salvos no solamente fuimos salvos para ser introducidos en Su reino, sino también para ser hechos Su reino. Dios nos compró con la sangre de Jesús con el objetivo de hacer de nosotros Su reino. Su propósito al hacer de nosotros Su reino es gobernar, reinar, a fin de llevar a cabo Su voluntad en la tierra y obtener un grupo de personas en la tierra que estén sujetas a Su autoridad.

  Toda persona salva tiene cierta medida del reino dentro de ella. Algunos lo tienen en mayor medida y otros en menor medida, pero toda persona salva tiene el reino dentro de ella. La salvación del Señor no solamente trae a nuestro ser la vida del Señor, sino también el gobierno celestial. Sabemos que toda persona salva tiene al Espíritu Santo por dentro. Este Espíritu Santo no solamente es vida y poder, sino que además está conectado al trono en los cielos. El Espíritu Santo en Apocalipsis 4 y 5 es los siete Espíritus delante del trono de Dios (4:5; 5:6). Esto indica que el Espíritu Santo está conectado al trono. El Espíritu Santo no solamente introduce la vida de Dios en nosotros, sino también el trono de Dios. Por un lado, Él es el Espíritu de poder; por otro, Él es el Espíritu reinante, quien introduce el trono de Dios a nuestro espíritu. Él es el Espíritu que hace que el trono de Dios gobierne en nuestro espíritu dentro de nosotros. El Espíritu Santo en nosotros no solamente es el Espíritu de vida y el Espíritu de poder, sino también el Espíritu reinante. Muchos cristianos suelen hablar de que el Espíritu Santo derramó el amor de Dios a nuestro ser, pero pocos comprenden que el Espíritu Santo también trae y establece el trono y la autoridad de Dios en nuestro ser. El Espíritu Santo es la autoridad —los siete Espíritus de Dios delante del trono—, y Él desea establecer el trono en nosotros. Los siete Espíritus de Dios, el Espíritu siete veces intensificado, ha entrado en nosotros con el trono de Dios y está gobernando y reinando dentro de nosotros. Si nos sujetamos a Él, seremos bienaventurados, pues el reino será nuestro.

  Dios está recobrando Su derecho sobre la tierra con el fin de hacer de toda la tierra Su reino (11:15). Cuando Cristo vino, trajo consigo el reino de Dios (Lc. 17:21; Mt. 12:28). Este reino ha crecido y se ha convertido en la iglesia (16:18-19), la cual establecerá el reino de Dios en toda la tierra. Por un lado, el reino de Dios hoy está en la iglesia, y por otro, el reino de Dios viene por medio de los creyentes vencedores (Ap. 12:10). Luego Cristo y los creyentes vencedores reinarán sobre todas las naciones en el reino milenario (2:26-27; 12:5; 20:4, 6).

  Si le permitimos a Él ejercer Su autoridad en grado suficiente, seremos un grupo de vencedores. Según lo dispuesto por Dios, todos los creyentes deben estar sujetos a la autoridad de Cristo, deben permitir que Cristo reine y deben constituir una esfera en la cual Cristo pueda ejercer Su autoridad. Pero son muchas las personas salvas que, si bien desean la salvación del Señor, el amor del Señor y las bendiciones del Señor, no le permiten al Señor reinar en ellas a fin de que Él pueda obtener Su reino. Ante esta situación, el Señor tiene que realizar una obra adicional en la iglesia a fin de obtener para Sí un grupo especial de personas. A lo largo de los últimos dos mil años la línea constituida por estos que aman al Señor se ha mantenido ininterrumpida. Aparentemente la iglesia está en decadencia, y verdaderamente la iglesia en su conjunto se encuentra en tal decadencia; sin embargo, en medio de tal decadencia todavía hay vencedores. En medio de esta decadencia todavía hay algunos que aman al Señor y le dicen: “Señor, estoy sujeto a Tu autoridad. Soy Tu reino. Estoy dispuesto a permitir que Tu trono y Tu autoridad me gobiernen. Amo Tu gobierno. Señor, Tú eres el Rey, y yo estoy sujeto a Tu gobierno. Me someto a Tu autoridad”. Cuando haya un grupo de vencedores en la iglesia, estos vencedores traerán la autoridad de los cielos, el reino de Dios, a la tierra. Entonces la iglesia será victoriosa, y el enemigo estará desvalido.

  Tenemos que aprender con la debida seriedad a ser restringidos, gobernados y adiestrados en sujeción a la autoridad del reino. Únicamente quienes en la actualidad reciban tal adiestramiento para estar sujetos a esta autoridad celestial podrán ejercer esta autoridad celestial en el futuro. Si hoy en día aprendemos a estar sujetos a la autoridad de Dios, un día seremos entronizados para gobernar y reinar junto con Su amado Hijo.

  Apocalipsis 1:6 y 5:10 dicen que Dios hizo de nosotros un reino. Esto significa que, como ciudadanos del reino de Dios, permitimos que Él reine y reinamos por Él. Somos hijos del Dios Todopoderoso, quien es el Rey de reyes. Esto hace de nosotros miembros de la familia real. No solamente somos hijos de Dios, sino también miembros de la familia real. En la actualidad, debemos saber no solamente que somos ciudadanos del reino de Dios, sino que también estamos siendo adiestrados para ser reyes. A la postre, reinaremos como reyes en el reino de Dios. Esto puede compararse a un príncipe que crece en un palacio real como hijo, pero que en realidad está siendo adiestrado para un día reinar como rey. Apocalipsis 20 dice que en el milenio todos los vencedores serán co-reyes con Cristo, y estos co-reyes de Cristo serán los sacerdotes de Dios y de Cristo, quienes reinarán con Él por mil años (v. 6). En la Nueva Jerusalén también reinaremos con Cristo en el reinado (22:5).

2) Sacerdotes para Su Dios y Padre

  Cristo hizo de nosotros un reino, y este reino es el sacerdocio. La redención lograda mediante la sangre de Cristo no sólo hizo de nosotros un reino para Dios, sino también sacerdotes para Dios (1 P. 2:5). Apocalipsis 5:9-10 dice que con la sangre de Cristo fuimos comprados para Dios de toda tribu, lengua, pueblo y nación, y que fuimos hechos sacerdotes para nuestro Dios. El reino tiene como fin el dominio de Dios, mientras que los sacerdotes son para la expresión de la imagen de Dios. Éste es el real sacerdocio (1 P. 2:9), cuyo fin es el cumplimiento del propósito original que Dios tenía al crear al hombre (Gn. 1:26-28). Este real sacerdocio es ejercido hoy en la vida de iglesia (Ap. 5:10), será practicado intensivamente en el reino milenario (20:6) y tendrá su plena consumación en la Nueva Jerusalén (22:3, 5). La Nueva Jerusalén es simplemente el reinado y el sacerdocio. Todos aquellos que estén en la Nueva Jerusalén serán reyes y sacerdotes. Por un lado, ellos reinarán por Dios; por otro, servirán a Dios.

  La Biblia entera es un libro acerca del sacerdocio. Desde el tiempo en que los hijos de Israel fueron traídos al monte Sinaí y comenzaron a edificar y establecer el tabernáculo, e incluyendo todo el Nuevo Testamento, la Biblia es por completo un relato acerca del sacerdocio. El propósito original de Dios era que toda la nación de Israel fuese “un reino de sacerdotes” (Éx. 19:6). Sin embargo, debido a que ellos adoraron al becerro de oro (32:1-6), la mayoría de los israelitas perdió el sacerdocio. Después, únicamente Aarón y sus hijos fueron sacerdotes, y los levitas sirvieron al sacerdocio en los asuntos prácticos (Nm. 3:6-10). No obstante, en el Nuevo Testamento, según Apocalipsis 1:5b-6 y 1 Pedro 2:5 y 9, todo creyente en Cristo es un sacerdote.

  Afirmar que un sacerdote es una persona que sirve a Dios es correcto, pero tal entendimiento es superficial. Debemos captar de manera más profunda lo que significa ser un sacerdote. En la creación del hombre efectuada por Dios podemos ver las cualidades requeridas para ser un sacerdote. La Biblia, un libro acerca del sacerdocio, revela que Dios creó al hombre con miras a obtener el sacerdocio, un cuerpo de sacerdotes, que le sirva. Dios creó al hombre con cuatro características particulares. Primero, Él creó al hombre a Su imagen para que el hombre pueda ser portador de Su semejanza a fin de expresar a Dios (Gn. 1:26). Segundo, Él dio al hombre Su autoridad para que ejerza Su dominio, lo cual indica que el hombre es Su representante (v. 28). El hombre expresa a Dios y representa a Dios. Tercero, Él creó al hombre con un espíritu, y este espíritu en Génesis 2:7 es llamado el “aliento de vida”. La palabra hebrea aquí traducida “aliento” también puede traducirse “espíritu”, tal como se hizo en Proverbios 20:27: “Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre”. Nuestro espíritu humano creado por Dios es un órgano diseñado para contactar a Dios y para recibir a Dios. Cuarto, Dios puso al hombre frente al árbol de la vida, lo cual indicaba que el deseo de Dios era que el hombre recibiera a Dios mismo como árbol de la vida a fin de que pudiese vivir a Dios (Gn. 2:8-9). Dios creó al hombre a fin de hacer del hombre Su expresión y Su representante, para lo cual creó dentro del hombre un órgano que le permitiese al hombre contactar a Dios y recibirle como vida de modo que el hombre pudiese vivir a Dios. Éstas son las cuatro características particulares que muestran el deseo de Dios al crear al hombre. Un sacerdote es una persona portadora de estas cuatro características particulares.

  El Antiguo Testamento también revela que un sacerdote ofrece a Dios los sacrificios, los cuales tipifican a Cristo, para satisfacción de Dios. Un sacerdote es una persona que ministra Dios a otros, trayendo Dios al hombre y trayendo al hombre a Dios. Por tanto, tiene que ser una persona cercana a Dios, es decir, alguien que es uno con Dios. Tal persona conoce el corazón de Dios y expresa en su hablar la voluntad de Dios, la manera de proceder de Dios y el plan de Dios. Tal persona es un sacerdote que lleva a cabo el servicio sacerdotal en el sacerdocio antiguotestamentario.

  En el Nuevo Testamento muchos elementos fueron añadidos al sacerdocio. Un sacerdote neotestamentario debe ser una persona que viva a Cristo en términos de Su muerte, de Su resurrección y de Su ascensión (Gá. 2:20; Col. 3:1-3). En el Antiguo Testamento había elementos que tipificaban a Cristo, mas no eran concretamente Cristo en la realidad de Su muerte, resurrección y ascensión. Pablo era un modelo de los sacerdotes neotestamentarios del evangelio de Dios. Él era una persona portadora de la imagen de Dios, que expresaba a Dios y poseía la autoridad de Dios, con lo cual representaba a Dios (Gá. 4:19; 6:16; 2 Co. 5:17-21). Él era una persona que siempre ejercitaba su espíritu. En el Nuevo Testamento él enseñó mucho acerca de nuestro espíritu humano, y usaba su espíritu para contactar a Dios, para recibir a Dios (Ro. 1:9). Él disfrutó de Cristo como Espíritu vivificante en su espíritu y disfrutó a Cristo como su vida (8:16; Col. 3:4). En Filipenses 3:10 él expresó su deseo de conocer a Cristo y el poder de Su resurrección a fin de que fuese configurado a la muerte de Cristo. Esto nos muestra que el sacerdote neotestamentario debe ser una persona inmersa en la experiencia de la muerte de Cristo y en el disfrute del poder de resurrección de Cristo (2 Co. 4:7-12).

  El Nuevo Testamento revela que todos los creyentes son sacerdotes del evangelio de Dios (Ro. 15:16). Un ministro de Cristo Jesús a las naciones es un sacerdote del evangelio de Dios que ministra, labora e infunde vigor. Como sacerdotes neotestamentarios, debemos predicar el evangelio de la salvación de Dios en todas Sus virtudes a fin de hacer de pecadores sacrificios espirituales gratos para Dios. Cuando predicamos el evangelio, hacemos de pecadores hijos de Dios y miembros de Cristo, y luego les ayudamos a crecer en la vida divina a fin de que puedan ser miembros activos en la práctica de la vida del Cuerpo. Todo cuanto Pablo hacía formaba parte de su servicio en el evangelio. La predicación del evangelio de Dios es el servicio que debemos rendir a Dios en nuestro espíritu. Servir a Dios es ocuparse del evangelio, y ocuparse del evangelio es predicar el evangelio a fin de que Cristo pueda ser impartido en otros, infundido en otros, para que ellos lleguen a ser miembros de Cristo, para que el Cuerpo de Cristo sea constituido y para que muchas iglesias locales sean establecidas con miras a que Su Cuerpo sea expresado en muchas localidades. Predicar el evangelio de Dios, lo cual es llevar a cabo la economía neotestamentaria de Dios, consiste en predicar a Cristo hasta que Su Cuerpo sea constituido y expresado en diferentes localidades de modo que muchas iglesias locales sean establecidas. En esto consiste la predicación del evangelio, y en esto consiste el servicio neotestamentario, el cual es llamado el sacerdocio neotestamentario.

  El modelo único de los sacerdotes del evangelio en el Nuevo Testamento es el apóstol Pablo (1 Ti. 1:16). Debemos ver cómo Pablo realizó su labor como sacerdote del evangelio. Según el relato del Nuevo Testamento, Pablo ofrecía tal sacrificio en tres etapas. Primero, Pablo salvó a los pecadores para ofrecerlos a Dios como sacrificios que eran gratos para Él (Ro. 15:16). Segundo, él cuidó de los creyentes conduciéndolos hasta que ellos se ofrecían por sí mismos a Dios como sacrificio vivo (12:1). Tercero, él amonestaba y enseñaba a todos los santos en toda sabiduría a fin de presentar perfecto en Cristo a todo hombre (Col. 1:28-29). Él hizo esto al trabajar y luchar según la operación de Dios que actuaba en él con poder. Que Pablo anunciase a Cristo tal como se menciona en Colosenses 1:28 consistía en darlo a conocer. Presentar a todo hombre perfecto en Cristo equivale a ofrecer como sacrificio a todo hombre perfecto en Cristo. Todas estas etapas constituyen la labor del sacerdocio neotestamentario del evangelio. La predicación del evangelio de Dios es la vida diaria de un sacerdote del evangelio en el Nuevo Testamento. Nuestra predicación es nuestro servicio sacerdotal y debe llegar a ser nuestro vivir diario y nuestro obrar diario; debemos incluso hacer que esto forme parte de nuestro ser. Tenemos que asumir esta responsabilidad para el beneplácito de Dios.

  Si practicamos el ministerio sacerdotal en la vida de iglesia hoy, seremos hechos sacerdotes para Dios y para Cristo en el reino milenario a manera de recompensa. En la Nueva Jerusalén en la eternidad, una de las bendiciones destinadas a los redimidos es la de ser sacerdotes que sirven a Dios. Los sacerdotes que conforman la Nueva Jerusalén sin duda alguna tendrán las cuatro características propias de la creación del hombre efectuada por Dios. Ellos serán personas que traigan Dios al hombre y que lleven el hombre a Dios, y serán absolutamente uno con Dios. Día y noche llevarán una vida en la muerte de Cristo, en Su resurrección y en Su ascensión. Ello será la consumación del servicio sacerdotal.

f. Aquel que viene con las nubes y que será visto por todo ojo, aun por quienes le traspasaron, y todas las tribus de la tierra harán lamentación por Él

  Apocalipsis 1:7 dice: “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, aun los que le traspasaron; y todas las tribus de la tierra harán lamentación por Él”. En Apocalipsis el regreso de Cristo se revela en dos aspectos. En un aspecto, Cristo vendrá secretamente como ladrón (3:3; 16:15), y en otro, vendrá visiblemente en una nube (1:7; 14:14). Esto corresponde a Mateo 24:30 y 43. Nadie sabe el día ni la hora de Su venida secreta (v. 36), mientras que el día de Su venida visible es claramente revelado: ocurrirá al sonar la última trompeta (la séptima trompeta), al final de la gran tribulación (1 Ts. 4:16; 1 Co. 15:52; 2 Ts. 2:1-3).

  Cristo ascendió al cielo en una nube. Él volverá a la tierra de la misma manera (Hch. 1:9, 11; Mt. 26:64; Ap. 14:14). Al cierre de la gran tribulación Cristo vendrá en las nubes con poder y gran gloria para ser visto por todas las tribus de la tierra. Cuando Cristo venga en las nubes, la tierra le verá. El Señor se aparecerá como el relámpago, el cual resplandece en la extensión del cielo de este a oeste.

  Apocalipsis 1:7 menciona “todas las tribus de la tierra”. Aquí la tierra se refiere a la Tierra Santa. Todas las tribus de la Tierra Santa le verán. Nos basamos en Zacarías 12:10-14 para afirmar esto, pues allí dice que mirarán a Aquel a quien traspasaron y que la tierra plañirá por Él. Las tribus mencionadas en Apocalipsis 1:7 son las tribus de aquellos que le traspasaron. Apocalipsis 1:7 ciertamente hace referencia a Zacarías 12. Según el contexto de Zacarías 12, las tribus no son todas las naciones de la tierra, sino las doce tribus en la Tierra Santa. Con base en esto podemos afirmar que las tribus en Apocalipsis 1:7 son las doce tribus en la Tierra Santa. Cuando el Señor aparezca como relámpago al venir con poder y gloria de modo que pueda ser visto por todos en la Tierra Santa, las doce tribus le verán y llorarán amargamente.

  Cuando Cristo venga a la tierra al final de la guerra de Armagedón, el remanente de Israel mirará a Aquel a quien ellos han traspasado, se arrepentirán y plañirán, y creerán en Cristo y le recibirán (Zac. 12:10). De este modo, todo Israel será salvo. En esto consistirá la salvación de toda la casa de Israel efectuada por Dios. Los judíos arrepentidos verán a Aquel a quien traspasaron. Esto significa que mirarán al Cristo que fue traspasado por ellos. Aunque fueron los antepasados de estos judíos arrepentidos quienes traspasaron al Señor Jesús, Dios considera ese hecho como algo realizado por estos judíos arrepentidos. La razón para esto es que a los ojos de Dios, todo el pueblo de Israel es como una sola persona.

  Cristo es Aquel que fue traspasado y con quien hay una fuente abierta. Al ser traspasado Cristo, se abrió una fuente por el pecado y la impureza (Jn. 19:34, 37; Zac. 13:1). Esta fuente es el fluir de Su preciosa sangre procedente de Sus manos y de Su costado para el lavamiento de los pecados; esta fuente fue abierta para efectuar la redención. Que Cristo fuera traspasado constituye el fundamento para la redención. Si Cristo no hubiera sido traspasado, no habría fundamento para nuestra redención.

  Zacarías 12:10 dice: “Plañirán por Él como se plañe por un hijo único, y llorarán amargamente por Él como se llora por un hijo primogénito”. Un hijo único es sumamente querido por sus padres, y un primogénito recibe honra entre los muchos hijos. El Israel arrepentido plañirá por Cristo como Hijo unigénito de Dios y llorará amargamente por Él como Hijo primogénito de Dios. Ellos llorarán no a causa de sus propios pecados, sino por haber rechazado al Señor en el pasado.

  En el Nuevo Testamento, Cristo es revelado primero como Hijo unigénito de Dios y después como Hijo primogénito de Dios. Juan 1:18 dice que el Hijo unigénito de Dios, quien está en el seno del Padre, le ha dado a conocer. Juan 3:16 dice que Dios amó al mundo de tal manera que dio a Su Hijo unigénito. Mediante Su muerte y resurrección, el Hijo unigénito llegó a ser el Hijo primogénito (Ro. 8:29; He. 1:6a). Según el Nuevo Testamento, que Cristo fuese el Hijo unigénito de Dios tenía por finalidad que nosotros fuésemos redimidos y recibiésemos la vida eterna. Que Cristo llegase a ser el Hijo primogénito mediante la muerte y la resurrección tiene por finalidad que seamos hechos hijos de Dios como herederos para que heredemos todas las riquezas de lo que Dios es, o sea, que recibamos todas las riquezas del Dios Triuno, participemos de ellas y las disfrutemos. Al arrepentirse, Israel reconocerá a Cristo como Hijo unigénito de Dios y como Hijo primogénito de Dios. Ellos comprenderán que Cristo, como Hijo unigénito, les ha redimido y les ha traído vida eterna, y que Él, como Hijo primogénito, hizo de ellos herederos para que hereden las riquezas del Dios Triuno como su disfrute.

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