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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 404-414)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE CUATROCIENTOS TRECE

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN APOCALIPSIS

(10)

  En este mensaje continuaremos considerando a Cristo en calidad de Sacerdote que despabila los candeleros, las iglesias.

l. Como el Amén, el Testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios

  En Apocalipsis 3:14, Cristo es revelado como “el Amén, el Testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios”.

1) El Amén

  Cristo tiene un nombre, y Su nombre es el Amén. El título Amén tiene varios significados: “realidad”, “sí”, “así sea”. Amén es una especie de eterno sí. Debido a que Amén es el nombre del Señor, que nosotros digamos “Amén” equivale a invocar el nombre del Señor. Cuando decimos “Amén” queremos decir “Oh, Señor Jesús”. Que todos aprendamos a decir “Amén”.

  Cristo, el Amén, también es la finalización. Al hablarle a la iglesia en Laodicea, el Señor primero proclama ser el “Amén”, y segundo proclama ser el “Testigo fiel y verdadero”, y por último proclama ser “el principio”. Estas expresiones dichas en ese orden nos muestran que Él es Aquel que no puede ser explicado por nosotros. El orden en que están estos títulos no se conforma a la lógica humana. Él es el principio del universo entero, el Testigo que lo mantiene y el Amén, la finalización. Todo cuanto Dios se propuso realizar —incluyendo Su intención de establecer muchas iglesias locales y de llevar a su consumación la Nueva Jerusalén— será realizado. Por ejemplo, Dios desea que nosotros seamos vencedores y co-reyes de Cristo. En lugar de declarar que nosotros no podemos ser éstos, simplemente debemos decir “Amén”. Para todas las promesas de Dios y para todo cuanto Dios desea realizar, Cristo es el Amén. Es muy significativo que Él declare ser el Amén no en la primera epístola a las iglesias en Asia, sino en la última. Él es el Amén, Él lo es todo, y Él es el Amén a todo. Todos debemos verle y conocerle a tal grado. Él es Aquel que es todo-inclusivo, excelente, maravilloso, misterioso y asombroso.

2) El Testigo fiel y verdadero

  La palabra Amén, un vocablo hebreo, significa “firme”, “estable” o “confiable”. El Señor es firme, estable y confiable. Por consiguiente, Él es el Testigo fiel y verdadero. Esto indica que la iglesia en Laodicea —la iglesia recobrada que cayó en degradación— no es firme, estable, confiable, ni es fiel y verdadera como testigo del Señor.

  Cristo es el Testigo verdadero, y Él es fiel y verdadero al testificar. Él jamás dice una mentira en Su testimonio. Él es el Testigo fiel y verdadero a fin de realizar Su impartición. Un mentiroso, un testigo falso, jamás podría impartir vida a otros. Si hemos de impartir vida a otros, tenemos que ser fieles y verdaderos. Es imprescindible que no haya falsedad en nosotros; pues entonces seremos aptos para dar vida. Debido a que Él es viviente, santo, fiel y verdadero, Él es apto para impartirnos vida.

  En Cristo vemos que Dios es amor y luz y que Él es santo y justo. Por tanto, el Nuevo Testamento revela que Cristo es la corporificación de Dios (Col. 2:9). Que Cristo sea la corporificación de Dios significa que Él es el retrato de Dios; como tal, Él es el testimonio de lo que Dios es. Debido a que Cristo es el testimonio de lo que Dios es, Él es llamado “el Testigo fiel y verdadero” (Ap. 3:14; 1:5). Como Testigo de Dios, Cristo es portador del testimonio de Dios para mostrarnos qué clase de Dios es Él.

3) El principio de la creación de Dios

  “El principio de la creación de Dios” se refiere al Señor como origen o fuente de la creación de Dios, lo cual implica que el Señor es la fuente inmutable y sempiterna de la obra de Dios. Esto indica que la iglesia en Laodicea ha cambiado al dejar al Señor como su fuente. Además, como principio de la creación de Dios, Él es la cabeza de la creación, el primero de todas las criaturas.

  Que Cristo sea el principio de la creación de Dios significa que el universo entero como creación de Dios comenzó con Él. Como fuente inalterable y sempiterna de la obra de Dios, Cristo ha sido el principio de toda la creación de Dios. Sin Él nada podría haber sucedido, porque Él fue el principio.

  La impartición de Dios tiene por finalidad impartir Su vida a los seres humanos que le pertenecen, Sus criaturas. Es Cristo quien dio origen a las criaturas. Esto indica que toda la creación está bajo Su control, Su autoridad como cabeza. Él es el principio, el origen, de toda la creación de Dios. Por tanto, toda la creación está bajo Su dirección con el propósito de que Dios se imparta en Sus criaturas escogidas.

m. Como el oro, las vestiduras blancas y el colirio que deben ser comprados por los vencedores

  En Apocalipsis 3:18 Él procede a decir: “Yo te aconsejo que de Mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se manifieste la vergüenza de tu desnudez; y colirio con que ungir tus ojos, para que veas”. Cristo es el oro, las vestiduras blancas y el colirio que deben ser comprados por los vencedores. Al comprar se requiere pagar un precio. La iglesia en Laodicea debe pagar un precio por el oro, las vestiduras blancas y el colirio, los cuales necesita desesperadamente. A fin de ser los vencedores diariamente debemos pagar el precio para comprar oro (Cristo como nuestra fe que crece a fin de que participemos de Su elemento divino), vestiduras blancas (Cristo expresado como justicia en nuestra vida diaria) y colirio (el Espíritu como ungüento que ilumina a fin de ungir nuestros ojos para que podamos ver las cosas espirituales).

1) El oro

  En la Biblia nuestra fe activa y operante (Gá. 5:6) es comparada con el oro (1 P. 1:7), y la naturaleza divina de Dios, la cual es la divinidad de Cristo, es tipificada por el oro (Éx. 25:11). Por la fe participamos de la naturaleza divina (2 P. 1:1, 4-5). La iglesia en Laodicea tiene el conocimiento de las doctrinas referentes a Cristo, pero no tiene suficiente fe viviente como para participar del elemento divino de Cristo. Ella tiene que pagar el precio necesario para obtener la fe de oro a través de pruebas de fuego a fin de participar del oro verdadero, el cual es Cristo mismo como elemento de vida para Su Cuerpo. Así ella puede llegar a ser un candelero de oro puro (Ap. 1:20) para la edificación de la Nueva Jerusalén, la ciudad de oro (21:18).

  Como se mencionó anteriormente, según la tipología o las figuras bíblicas, el oro representa dos cosas: la naturaleza divina de Dios y la fe viviente mediante la cual sentimos aprecio por la naturaleza divina y la hacemos nuestra. Estas dos cosas están combinadas. Si no tuviésemos la fe viviente para sentir aprecio por la naturaleza divina y aplicarla, ésta no podría llegar a ser nuestra. La naturaleza divina puede llegar a ser nuestro disfrute únicamente por medio de nuestra fe viviente. Cristo es la corporificación de la naturaleza divina, y Él es también nuestra fe viviente. Si tenemos fe, entonces podemos participar de la naturaleza divina. Esto significa que tenemos que tener a Cristo. Tenemos que pagar el precio y decirle al Señor: “Tengo mucho conocimiento de las verdades de la Biblia, pero reconozco que no tengo mucho de Ti. Señor, preferiría tenerte a Ti en lugar de tener mero conocimiento o vanas enseñanzas. Señor, Tú eres el verdadero oro, la corporificación de la naturaleza divina. A fin de sentir aprecio por esta naturaleza divina y aplicarla, necesito una fe viviente. No obstante, Señor, no tengo esta fe viviente, pero pongo la mirada en Ti. Señor, sé Tú mi fe viviente. Quiero vivir por Ti como mi fe, la fe del Hijo de Dios” (Gá. 2:20). Si le hablamos al Señor de esta manera, Él nos dirá que para nosotros ganar más de Él es imprescindible que paguemos el precio dejando todo lo que impide que Cristo llegue a ser nuestro disfrute. Si conservamos estas cosas, el Señor permanecerá alejado de nosotros, pero si renunciamos a ellas, vaciamos nuestras manos y nos asimos de Cristo, le tendremos a Él como nuestro disfrute.

  Jamás podríamos separar la fe viviente de la naturaleza divina. Aunque es difícil explicar esto en términos doctrinales, por experiencia sabemos que cuando tenemos una fe viviente, disfrutamos la naturaleza divina. Y viceversa, cuando estamos en la naturaleza divina, ciertamente tenemos esta fe viviente. Por tanto, estas dos cosas se combinan y ambas están representadas por el oro. La iglesia en Laodicea necesita este oro, es decir: la naturaleza divina aplicada, poseída, por la fe viviente, la cual es Cristo mismo. Para obtener esto tenemos que pagar un precio.

  En el Nuevo Testamento nuestra fe, la fe viviente, es una persona, y esta persona es Cristo. A esto se debe que tengamos que poner nuestra mirada en Él, orar a Él, tener comunión con Él y leer Su Palabra (He. 12:2). Cuanto más leamos Su Palabra y estemos atentos a ella, más el Cristo viviente será revelado internamente a nosotros, y este Cristo interno espontáneamente será la fe para nosotros. La fe no es una mera acción, sino una persona viviente, quien vive en nosotros y actúa en nosotros. La fe viviente, la cual es Cristo mismo, es el oro que tenemos que comprar.

2) Las vestiduras blancas

  El Señor aconseja a la iglesia en Laodicea que compre vestiduras blancas para que pueda vestirse y no se manifieste la vergüenza de su desnudez. En figura, las vestiduras representan la conducta. Aquí las vestiduras blancas representan una conducta que el Señor puede aprobar, conducta que es el Señor mismo vivido por la iglesia, y es lo que la iglesia recobrada, que luego se degradó, necesita para cubrir su desnudez. Estas vestiduras blancas no son Cristo como nuestra justicia en términos objetivos para nuestra justificación; más bien, las vestiduras blancas son Cristo como nuestra justicia en términos subjetivos, esto es, el Cristo que desde el interior de nuestro ser es expresado en nuestro vivir. El Cristo expresado en nuestro vivir será nuestra segunda vestidura a fin de que seamos aprobados por el Señor. Esto no tiene por finalidad nuestra salvación, sino que seamos escogidos (Ap. 17:14). Todos necesitamos esta segunda vestidura. Cuando poseemos la fe viviente y participamos de la naturaleza divina, esta naturaleza divina con el tiempo se manifestará desde nuestro interior a fin de ser nuestro vivir. Este vivir es Cristo expresado en el vivir que emana de nuestro ser, y esto es la segunda vestidura, la cual nos da la posición requerida y cumple los requisitos para que seamos aprobados por Cristo. Esta vestidura cubrirá nuestra desnudez. Sí, es verdad que ya todos fuimos justificados y estamos cubiertos por la primera vestimenta, el mejor vestido dado al hijo pródigo en Lucas 15. Pero después de haber sido justificados, tenemos que amar al Señor, ser ardientes y estar absolutamente consagrados al Señor. Si somos esta clase de cristiano, tendremos la fe viviente para participar de la rica naturaleza divina, la cual se convertirá en el Cristo expresado en el vivir que emana de nuestro ser como segunda vestidura que cubre nuestra desnudez.

  Después de haber sido justificados, si no amamos al Señor y no vivimos por Él, para Él y con Él, entonces estamos desnudos. Un hermano que no ame al Señor ni viva por el Señor está en oprobio y desnudo. Él no tiene al Cristo precioso como su cobertura. Él cree en Cristo y le pertenece, pero puesto que ni le ama ni vive por Él, él está desnudo a los ojos del Señor y a ojos de los demás creyentes. Tal persona carece de Cristo como su hermosa cobertura.

  Tenemos que pagar el precio para adquirir esta segunda vestidura: el Cristo que desde nuestro interior es expresado en nuestro vivir. Éste es el Cristo subjetivo para nosotros, el Cristo experimentado por nosotros de manera subjetiva. Según nuestra experiencia, podemos testificar que, por un lado, aunque tengamos la seguridad de haber sido justificados, por otro, podríamos tener el sentir de estar desnudos. Sin duda alguna, como hijos de Dios, hemos sido justificados, redimidos, salvos y regenerados, y ahora somos miembros de Cristo. Pero, por otro lado, tenemos el sentir de estar desnudos al no expresar a Cristo en nuestro vivir de modo que Él sea nuestra hermosa cobertura. Internamente, nos condenamos a nosotros mismos por esto. Si examinamos estas palabras a la luz de nuestra experiencia, comprobaremos que son verdaderas. Por tanto, todos tenemos que pagar el precio y decir: “Señor, sea cual fuere el precio, lo pagaré, a fin de que Tú seas expresado en mi vivir. Señor, deseo que Tú seas mi vivir. No quiero conducirme por mí mismo, ni tampoco corregirme o mejorar por mí mismo. Señor, deseo que Tú seas expresado en mi vivir. De día en día deseo vivirte expresándote desde el interior de mi ser para que seas mi vivir manifiesto. Señor, no quiero que solamente seas mi vida internamente, sino también mi vivir externamente”. Si oramos de este modo al Señor, Él llegará a ser nuestra cobertura externa, la segunda vestidura para que seamos aprobados y escogidos por Él. No hay necesidad de esperar por el día de Su segunda venida. Incluso en la actualidad podemos tener la certeza de que hemos sido aprobados y escogidos. Por tanto, cuando llegue el día, Él ciertamente nos dirá que vayamos con Él a disfrutar de nuestra porción y combatir a Su lado contra el ejército del anticristo.

3) El colirio

  Tercero, el Señor aconseja a la iglesia en Laodicea que de Él compre colirio para ungir sus ojos a fin de que pueda ver. El colirio requerido para ungir los ojos debe de referirse al Espíritu que unge (1 Jn. 2:27), quien es el Señor mismo como Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Debido a que ella se distrajo con el conocimiento muerto de la letra, la iglesia recobrada que se degradó necesita esta clase de colirio para tratar su ceguera. A fin de adquirir el colirio que el Señor le aconseja comprar, ella tiene que pagar un precio.

  La perspicacia espiritual siempre está relacionada con el Espíritu. Necesitamos más del Espíritu, no más conocimiento. No necesitamos muchas doctrinas, sino que necesitamos más Espíritu para que unja nuestros ojos y las profundidades de nuestro ser a fin de que tengamos la perspicacia requerida para ver las cosas desde el interior de nuestro ser. Con este colirio, esta unción, podemos obtener tanto un conocimiento visionario como una profunda perspicacia a fin de ver las cosas de manera completa. Entonces diremos: “Señor Jesús, debido a que ahora veo qué tesoro eres Tú, estoy dispuesto a pagar cualquier precio”. Muchos cristianos no están dispuestos a pagar un precio por Cristo debido a que no ven qué tesoro es Cristo. Ellos no ven la preciosidad, el valor ni la valía de Cristo. Pero una vez que nuestros ojos hayan sido ungidos por el colirio divino y espiritual, comprenderemos que vale la pena pagar cualquier precio por Cristo. Para ver esto necesitamos el colirio. Esto es para que tengamos la vista requerida a fin de ver las cosas divinas y espirituales.

  Como ya hicimos notar, el oro, las vestiduras y el colirio son —todo ello— Cristo mismo. Cristo lo es todo; nuestra necesidad actual es Cristo. La intención del ministerio en el recobro del Señor es ayudar al pueblo del Señor a ser iluminados para que vean la valía, el valor y la preciosidad de Cristo, y al tener tal visión perspicaz, estén dispuestos a pagar cualquier precio para ganar más de Cristo. Por Cristo, vale la pena pagar el precio de nuestro futuro, nuestro destino y toda nuestra vida. Aun si pagásemos todo esto, el precio sería muy barato. Nuestro yo, nuestro futuro y nuestra vida no valen nada. En realidad no pagamos nada para obtener al Cristo que lo es todo. Pablo dijo que estimaba todas las cosas como pérdida por amor a Cristo y las tenía por basura, estiércol (Fil. 3:8). En la vida de iglesia en el recobro del Señor únicamente nos interesa el rico Cristo. El objetivo del ministerio en el recobro del Señor es ministrar algo de ungüento a fin de que los ojos de las personas sean ungidos para que vean la preciosidad de Cristo y se sientan atraídas a Él. La iglesia degradada necesita colirio; ella necesita revelación, visión y mucha gracia.

  En cuanto estemos dispuestos a pagar el precio para comprar colirio, podremos ver. Lo crucial es estar dispuestos a pagar el precio. Aquello que no podemos dejar a un lado, eso es el precio que hay que pagar. Todo cuanto reemplace a Cristo, todo cuanto sea un sustituto de Cristo, o incluso todo cuanto esté en contra de Cristo —sea esto nuestra reputación, posición, conocimiento, riqueza, deseos o pensamientos—, es el precio que hay que pagar. Debemos comprar el colirio, en lugar de disculparnos diciendo que no hemos visto la visión. Debemos orar diciendo: “Señor Jesús, por Tu misericordia, compraré colirio. Por Tu misericordia estoy dispuesto a pagar el precio”. Si le decimos esto al Señor, los cielos nos serán abiertos, las escamas que cubren nuestros ojos caerán y veremos la visión celestial.

  En resumen, el Señor aconsejó a los creyentes en Laodicea que compren de Él oro, vestiduras blancas y colirio. La razón por la cual el Señor les ordenó comprar de Él oro es que en la iglesia en Laodicea había mucho barro —esto es, cosas que no son Dios mismo— pero muy poco oro, muy poco del elemento de Dios. Con respecto a las vestiduras blancas, el color blanco denota pureza, la ausencia de cualquier mixtura, y las vestiduras se refieren a nuestro andar y conducta. Por tanto, las vestiduras blancas representan un andar y una conducta que expresan la pureza de Dios. El colirio es para ungir los ojos. Cuando los ojos sufren alguna dolencia y no pueden ver, es necesario comprar colirio para curar nuestros ojos y hacer que brillen nuevamente. En condiciones normales, la naturaleza interna de un cristiano debe ser pura, y su vivir manifiesto debe ser blanco y resplandeciente. Estas tres cosas requieren que nosotros compremos, que paguemos un precio. La intención de Dios es llevar a cabo Su propósito eterno por medio del hombre. Por tanto, después que el Señor nos llame, debemos pagar un precio a fin de llegar a serle útiles.

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