
En este mensaje continuaremos considerando la experiencia y disfrute que tenemos de Cristo como otro Ángel, según lo presentado en Apocalipsis 8.
Apocalipsis 8:4 dice: “De la mano del Ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos”. El humo del incienso indica que el incienso es quemado y asciende a Dios con las oraciones de los santos. Esto implica que las oraciones de los santos llegan a ser eficaces y son aceptables a Dios. En otras palabras, el humo denota que las oraciones de los santos eran eficaces debido a que Cristo había sido añadido a ellas como incienso. El humo del incienso asciende con las oraciones de los santos al trono de Dios, y las oraciones son respondidas.
Es el incienso, no las oraciones de los santos, lo que hace que el humo ascienda. En nuestras oraciones tenemos necesidad de Cristo como incienso con el humo que asciende. Lo que enfatizamos aquí es que hacer arder el incienso en realidad significa orar Cristo. El incienso tipifica al Cristo resucitado y ascendido, el Único que es recibido por Dios y es aceptable para Él. Por tanto, Él se convierte en olor grato para Dios. Este grato olor, como incienso, debe estar presente en nuestra oración. Puesto que el incienso representa a Cristo, hacer arder el incienso significa orar Cristo. El deseo de Dios es que cuando oremos, oremos Cristo.
Si vemos que hacer arder el incienso es orar Cristo, nos avergonzaremos de la manera en que hemos orado en el pasado. Hemos orado muchas cosas que no son Cristo. En lugar de que sea Cristo quien arda como incienso, nosotros hemos hecho arder incienso extraño, algo que no era Cristo mismo. Sin embargo, no debemos ofrecer como incienso nada que no sea Cristo mismo.
Éxodo 30 primero describe el ungüento (vs. 22-33) e, inmediatamente después, el incienso (vs. 34-38). El significado de estos dos cuadros es maravilloso. Aquí vemos un tráfico de doble sentido, un ir y venir; el ungüento viene a nosotros y el incienso va a Dios. Cristo como Espíritu viene a nosotros como ungüento; el Cristo que asciende de nosotros a Dios es el incienso. El ungüento está dirigido a nosotros, y el incienso está dirigido a Dios. El ungüento está destinado a ser disfrutado por nosotros, y el incienso está destinado a ser disfrutado por Dios. El incienso está destinado íntegra y absolutamente para Dios. Pero hay algo para nuestro disfrute: el ungüento. Los sacerdotes y todas las partes del tabernáculo eran ungidos con el ungüento. En esto consiste nuestra porción. El incienso es la porción de Dios. El ungüento es Cristo para nosotros; el incienso es Cristo para Dios. Debemos experimentar este tráfico de doble sentido en el cual Cristo viene a nosotros como ungüento y Él también regresa a Dios como incienso. Después de experimentar a Cristo como ungüento, tenemos que “completar el circuito” al hacer arder el incienso. Tenemos necesidad de la unción del ungüento así como también de hacer arder el incienso. Dios nos unge con el ungüento, y nosotros hacemos arder el incienso para Dios. En resumen, el ungüento trae a Dios —en Cristo y por Cristo— a nosotros para hacernos partícipes del elemento divino; y el incienso es nuestra ida a Dios en oración —con Cristo y como Cristo— para el disfrute de Dios. Esta clase de oración satisface a Dios con su dulce fragancia y, a la vez, lleva a cabo la economía de Dios, Su administración.
Apocalipsis 8 muestra claramente dos cosas: las oraciones de los santos y a Cristo como otro Ángel que trae mucho incienso. El incienso se refiere al Cristo resucitado. Este incienso es añadido a las oraciones de los santos. Aquí debemos preguntarnos si el Señor Jesús puede simplemente añadir el incienso a todas nuestras oraciones. La respuesta es no. Si deseamos que el Señor Jesús en resurrección sea añadido a nuestra oración, nuestra oración ciertamente tiene que pasar por la redención de la sangre y por la aniquilación que efectúa la cruz. Las oraciones en Apocalipsis 8 son oraciones de muerte y resurrección; por tanto, una vez que esas oraciones fueron presentadas ante Dios, de inmediato fueron derramados truenos y relámpagos sobre la tierra. Esto significa que Dios oye y responde a las oraciones de los que están en muerte y resurrección.
Apocalipsis 8 también nos muestra de qué manera Dios en Su administración ha de juzgar la era actual. Este juicio está a la espera de las oraciones de quienes recibieron tanto la redención por la sangre como la aniquilación que efectúa la cruz. Está a la espera de las oraciones de quienes han sido resucitados para buscar lo que Dios anhela de corazón y mantenerse en la posición de muerte a fin de permitir que el Cristo resucitado se una a sus oraciones. Éstas serán oraciones de gran trascendencia capaces de juzgar esta era y darle fin. La razón por la cual los santos pueden orar por cosas tan elevadas y trascendentales es que ellos han sido aniquilados en la cruz y pueden permitir que el Cristo resucitado sea añadido a sus oraciones. Éste es el significado de que el incienso sea añadido a las oraciones.
Las verdaderas oraciones son el Cristo en nosotros que ora al Cristo en los cielos. Puesto que todos nos caracterizamos por tener muchas opiniones, ¿cómo podrá Cristo manifestarse a través de nuestras oraciones? Para permitirle esto, debemos experimentar el lavamiento de la sangre y la aniquilación del fuego. Quienes han sido aniquilados no tienen opiniones. Después que hemos recibido la redención y hemos sido aniquilados en la cruz, podemos unirnos a Cristo en nuestra oración; como consecuencia de ello, nuestra oración será Cristo mismo. Siempre que Cristo sea expresado a través de nosotros, esto conllevará que el incienso haya sido añadido a nuestras oraciones.
El incienso se refiere al Cristo resucitado juntamente con Sus méritos, esto es: todo lo que Él es, todo cuanto Él ha logrado y todo lo que Él realiza. El Cristo resucitado junto con toda Su obra y Sus frutos constituye el incienso. Siempre y cuando recibamos la redención de la sangre y nos encontremos bajo el efecto aniquilador de la cruz, Cristo estará unido a nosotros. Entonces cuando oremos, será Cristo quien ore. En tales ocasiones nuestra oración será la expresión de Cristo. Como resultado, ante Dios serán ofrecidas esta clase de oraciones que son el incienso aceptable para Dios y que son respondidas por Él.
Como vimos en el mensaje anterior, a fin de orar en el altar del incienso primero tenemos que experimentar el altar del holocausto. En nuestra experiencia del altar del holocausto debemos tener la plena aprehensión de lo que es la sangre y las cenizas. Si bien los aspectos que tiene la cruz son numerosos, con relación a la oración hay dos aspectos principales. Un aspecto está representado por la sangre derramada sobre el altar, y el otro aspecto está representado por el fuego que arde sobre el altar. Cuando alguien ofrece un sacrificio sobre el altar del holocausto, y tal sacrificio es aceptado por Dios y consumido por el fuego, el oferente tiene únicamente dos cosas delante de él. Estas dos cosas son la sangre rociada alrededor del altar y las brasas sobre el altar. Pero cuando las cenizas y las brasas se mezclan, lo que el oferente finalmente ve es solamente la sangre y el fuego.
La sangre y el fuego son los dos aspectos importantes de la cruz relacionados con la oración. La capacidad de un sacerdote para entrar en el Lugar Santo a fin de hacer arder el incienso y orar delante de Dios está basada en estas dos cosas. Primero, él tiene que traer consigo la sangre procedente del altar del holocausto que está afuera y debe aplicar dicha sangre al altar del incienso. Segundo, él ha traído consigo el fuego, el cual consumió el sacrificio ofrecido en el altar del holocausto que está fuera, y ha puesto ese fuego en el altar del incienso a fin de hacer arder el incienso. La sangre sobre el altar del incienso que está dentro del tabernáculo y la sangre sobre el altar del holocausto que está fuera del tabernáculo son una sola y la misma cosa. Las brasas encendidas que están sobre el altar del incienso y las brasas encendidas que están sobre el altar del holocausto también son una sola y la misma cosa. En otras palabras, la sangre sobre el altar del incienso al interior del tabernáculo está basada en la sangre sobre el altar del holocausto en la parte externa del tabernáculo. El fuego sobre el altar del incienso en el interior está basado en el fuego sobre el altar del holocausto en la parte externa del tabernáculo. La sangre tiene por finalidad la redención; el fuego tiene por finalidad la aniquilación. Todo lo que sea puesto en el fuego será aniquilado. No hay daño más serio y permanente que el causado por el fuego. Siempre que algo pasa por el fuego, es consumido. En la cruz el Señor derramó Su sangre para redención. Por medio de Su muerte Él también introdujo una gran aniquilación. Todo sacrificio que es colocado en el altar del holocausto no solamente derrama la sangre, sino que también se convierte en cenizas. La cruz redunda tanto en redención como en aniquilación.
Si una persona no ha sido rociada con la sangre, ante Dios ella es como Caín, quien no podía ser aceptado por Dios ni podía orar ante Él. Todo aquel que es aceptable ante Dios y puede orar ha sido rociado con la sangre. Pero una persona que se presenta ante Dios para orar no solamente necesita la redención efectuada por la sangre, sino que también debe ser alguien que ha sido consumido en la cruz. Nadab y Abiú cayeron muertos delante de Dios debido al problema relacionado con el fuego que presentaron, no con relación a la sangre (Lv. 10:1-2). En términos espirituales, Nadab y Abiú se presentaron delante de Dios para orar en conformidad con su hombre natural, sin haber sido consumidos y aniquilados por la cruz. En consecuencia, no solamente sus oraciones no fueron aceptadas por Dios, sino que incluso ellos mismos fueron muertos por Dios. Por tanto, todo el que aprende a orar no solamente tiene que ser redimido por la sangre, sino que también debe ser aniquilado y ser hecho cenizas. Nuestra vida natural tiene que ser completamente aniquilada por la cruz.
Sin la sangre ni el fuego, nadie puede entrar en la presencia de Dios. Sin la redención ni la aniquilación que efectúa la cruz, nadie puede tener acceso a Dios. Un hombre puede orar mucho ante Dios, pero no debiera tener excesiva confianza dando por sentado que todas sus oraciones son aceptables para Dios. Una persona que sabe cómo orar es siempre alguien que ha sido redimido por la sangre y aniquilado por la cruz. Cuando acudimos a Dios para orar, primero debemos preguntarnos si hemos sido aniquilados. Supongamos que deseamos orar acerca del evangelio, nuestra familia, ofrendas materiales o el matrimonio. En cada caso debemos preguntarnos si hemos sido aniquilados en cuanto a ese asunto en particular. Tenemos que preguntarnos si estamos orando motivados por algún interés propio. Sea cual fuere el asunto por el cual vamos a orar, debemos ser aniquilados al respecto.
Debemos tener en mente que el fuego que arde en el altar del holocausto es el mismo fuego que hace arder el incienso en el altar del incienso. Únicamente el fuego que hace arder el sacrificio hasta convertirlo en cenizas puede ser el fuego que haga arder el incienso. Si el fuego es traído al altar del incienso para hacer arder el incienso sin haber hecho arder el sacrificio hasta convertirlo en cenizas, entonces ese fuego es llamado fuego extraño. Si no hemos sido aniquilados en cierto asunto y, no obstante, llevamos ese asunto a la presencia de Dios en oración, esto constituirá una gran ofensa para Dios.
Estrictamente hablando, si una persona no ha sido aniquilada por la cruz en cierto asunto, no podrá verdaderamente orar por tal asunto. Si no hemos sido aniquilados por la cruz con respecto a cierta persona, entonces no somos aptos para orar por ella. Muchas veces el Señor no oye nuestras oraciones por nuestros propios parientes debido a que no nos hemos convertido en cenizas. Esas oraciones son meramente oraciones naturales, oraciones que traen fuego extraño. Muchas veces al orar por la iglesia de Dios y por la obra del Señor, el Señor no responde. Es posible que oremos pidiendo las bendiciones del Señor pero que no veamos tales bendiciones. Oramos durante años pidiendo al Señor que haga crecer a la iglesia, pero la iglesia podría no haber crecido. Muchas de nuestras oraciones no han sido respondidas debido a que son oraciones con fuego extraño, oraciones naturales.
Es erróneo creer que Dios ciertamente oirá nuestras oraciones debido a que Él es misericordioso y nos manifiesta Su gracia. Con frecuencia Dios no oye nuestras oraciones porque nosotros —los que oramos— no hemos pasado por el altar. Algunos traen con ellos solamente la sangre del altar, pero no el fuego; ellos experimentaron la redención, pero no la aniquilación del altar. Debemos recordar que siempre que un hombre vaya a hacer arder el incienso en el altar del incienso, él tiene que cumplir dos condiciones básicas. Primero, tiene que experimentar la sangre, es decir, tiene que ser redimido y limpiado. Segundo, tiene que experimentar el fuego, es decir, tiene que ser consumido por el fuego y haber sido hecho ceniza.
Cuando la luz del Señor resplandezca intensamente sobre nosotros, no podremos orar por un gran número de cosas. La reducción en el número de oraciones que hacemos podría ser indicio de que estamos siendo purificados. Si reconocemos que muchas oraciones son oraciones de fuego extraño, veremos que esas oraciones no son necesarias ni correctas. No nos atreveremos a hacer tales oraciones, las cuales se centran en nuestro beneficio y no en lo que beneficia a Dios, pues son oraciones iniciadas por nosotros y no por Dios. Después que hayamos sido aniquilados por la cruz, se producirá una gran purificación de nuestra oración.
Las cenizas significan que todo ha sido aniquilado; no obstante, el fuego que hacer arder las cenizas todavía está presente para hacer arder el incienso delante de Dios. El incienso se refiere a la resurrección del Señor y a la fragancia del Señor en Su resurrección. Donde está el Señor, está presente la resurrección. Allí donde hemos sido aniquilados tendremos la manifestación de Cristo. Primero pasamos por la redención de la cruz delante de Dios, aceptamos la aniquilación de la cruz y verdaderamente somos hechos cenizas delante de Dios. Entonces, de inmediato, Cristo llega a ser el incienso que hacemos arder delante de Dios.
La oración genuina es tanto Cristo mismo como la expresión de Cristo. Una oración que es buena, correcta, apropiada, veraz y aceptable para Dios es la expresión de Cristo. Si hemos sido aniquilados en la cruz, Cristo vivirá en nosotros a raíz de tal aniquilación. Entonces Cristo será manifestado en nuestra oración. Únicamente tal oración puede ser aceptable delante de Dios y ser considerada una oración de grata fragancia. Ésta es la oración de uno que ha pasado por el lavamiento de la sangre y la aniquilación del fuego, con lo cual ha permitido que Cristo sea manifestado desde su interior.
Si verdaderamente tenemos una visión de esto, nos postraremos delante de Dios, confesando que somos inmundos y naturales. Inicialmente no podremos hacer ninguna otra oración. Veremos la necesidad de ser lavados por la sangre y ser consumidos por el fuego. Le diremos a Dios: “Soy una persona inmunda, y también soy un hombre natural. Hasta este día todavía estoy en mi yo natural. Necesito Tu sangre para ser lavado y Tu fuego para ser consumido. Necesito la cruz para redención y también para ser aniquilado”. Cuando así permitimos que la cruz nos aniquile, de manera práctica experimentaremos que Cristo se manifiesta a través de nosotros. Éste es el Cristo resucitado que llega a ser nuestra oración, el incienso con el cual ardemos delante de Dios. Tal vez no hagamos muchas oraciones, pero las oraciones que hagamos serán respondidas por Dios.
Tenemos que ver la necesidad de que la oración sea realizada en resurrección. En términos de la experiencia espiritual, el atrio del tabernáculo denota la tierra, el aspecto terrenal, mientras que el Lugar Santo y el Lugar Santísimo denotan los cielos, el aspecto celestial. Todo cuanto sea celestial está en resurrección. La mesa del pan de la Presencia significa que el Señor es nuestro pan de vida. Esto pertenece al aspecto celestial y, por ende, está en resurrección. El candelero de oro indica que el Señor es para nosotros la luz de la vida. Esto también forma parte del aspecto celestial y está en resurrección. Las oraciones hechas por los hombres delante de Dios, las cuales están representadas por el altar del incienso, deben ser hechas íntegramente en resurrección. El hombre puede ir delante de Dios para hacer arder el incienso, esto es, para hacer oraciones delante de Dios al acercarse a Dios y contactarle. Tales oraciones tienen que ser hechas absolutamente en resurrección.
Entre las especias que son incineradas en el altar del incienso, la principal es el olíbano (Éx. 30:34). En la Biblia el olíbano específicamente representa la resurrección, del mismo modo que la mirra representa la muerte. El olíbano que ardía sobre el altar del incienso es símbolo de la resurrección. Cuando la grata fragancia asciende, se tiene una atmósfera plenamente en resurrección. Por tanto, según el tipo presentado en el Antiguo Testamento, que el hombre vaya delante de Dios para hacer arder el incienso es un asunto íntegramente en resurrección. Esto indica que las oraciones que los hombres hacen ante Dios tienen que estar en resurrección. Aunque los que oramos somos seres humanos, toda oración tiene que estar en resurrección. Además, aunque oramos en la tierra hoy en día, toda oración tiene que estar en la posición de la ascensión. A fin de que nuestra oración sea aceptable para Dios y pueda ser considerada por Él como fragancia grata, tiene que estar en resurrección y en ascensión.
En la actualidad, si hemos de ser sacerdotes genuinos, tenemos que hacer arder el incienso. Un sacerdote es una persona que internamente hace arder el incienso para contactar al Señor. Los sacerdotes son el pueblo del incienso. La obra que lo sacerdotes realizan no consiste principalmente en presentar sacrificios, sino en hacer arder el incienso. Día tras día ellos hacen arder el incienso, lo cual consiste en orar. Debemos aprender cómo hacer arder el incienso de manera fina y detallada a fin de ofrecer a Dios una grata fragancia.
La manera apropiada de orar consiste en aplicar a Cristo como todas las ofrendas, alimentarse de Cristo ingiriéndolo como nuestro nutrimento completo y luego enunciar algo de Cristo desde lo profundo de nuestro ser. Estos tres asuntos son tres etapas de la auténtica oración. En nuestra oración al Señor, primero tenemos que aplicar a Cristo como Aquel que es todas las ofrendas. Esto incluye las confesiones que hacemos ante Dios. Al comenzar a orar podríamos tener la profunda convicción de que somos pecaminosos; de inmediato, debemos aplicar a Cristo como nuestra ofrenda por las transgresiones o como nuestra ofrenda por el pecado. Debemos orar diciendo: “Oh Padre, soy muy pecaminoso, pero cuánto te agradezco que ahora Cristo es mi ofrenda por el pecado y mi ofrenda por las transgresiones. Simplemente vengo a Ti con Cristo como mi ofrenda por el pecado y mi ofrenda por las transgresiones”. Si no oramos de este modo, no podremos entrar en nuestro espíritu, el cual es el Lugar Santísimo en términos prácticos. Muchos cristianos oran estando fuera del espíritu debido a que no aplican a Cristo como Aquel que es todas las diferentes ofrendas.
Segundo, debemos disfrutar a Cristo en la presencia de Dios. A veces podemos disfrutar a Cristo delante de Dios al leer Su Palabra, y podemos ingerir a Cristo al orar-leer la Palabra. Cuando nos alimentamos de Cristo y le disfrutamos ingiriéndolo como nutrimento, en virtud de este Cristo y Su sangre redentora podemos entrar en la presencia de Dios.
Tercero, debemos enunciar y expresar algo de Cristo desde lo profundo de nuestro espíritu, no desde nuestra mente. Esta expresión de Cristo es el grato incienso que asciende a Dios. Esto nos introduce en Dios e introduce a Dios en nosotros. Como resultado de ello, no solamente nos mezclaremos con Cristo sino también con Dios. Cuando oramos de este modo, no solamente somos nosotros los que oramos, sino que Cristo también ora dentro de nosotros. Nosotros y Cristo, Cristo y nosotros, somos hechos uno al orar. Entonces nuestra oración a Dios es el grato incienso que asciende a Él. Cuanto más oremos ofreciendo el incienso que asciende de este modo, más la gloria de Dios descenderá. El incienso es emanado, y la gloria desciende. En esto consiste la verdadera comunicación, la verdadera comunión y el verdadero compañerismo. La oración es el incienso que asciende a Dios, y la gloria, la luz de Dios, desciende para resplandecer en nuestro interior. Con el tiempo, seremos llenos de Cristo y saturados con la gloria shekiná de Dios.
Esta clase de oración requiere de tiempo. Tenemos que pasar tiempo en presencia del Señor para presentar las ofrendas y hacer arder el incienso. Se requiere de mucho tiempo para hacer arder el incienso. Lo que necesitamos es el sacerdocio con la función sacerdotal, esto es, hacer arder el incienso en virtud de todas las ofrendas. Si desempeñamos esta función sacerdotal diariamente, toda la situación de la iglesia en la actualidad cambiará. Debemos convertir nuestros tiempos de discusiones en tiempos de hacer arder el incienso. Tenemos que aprender a aplicar a Cristo, a disfrutar a Cristo y a enunciar algo de Cristo. En esto consiste la oración apropiada del sacerdocio.
Hoy en día la urgente necesidad de la iglesia es que todos los creyentes practiquen la función sacerdotal de hacer arder el incienso en la presencia de Dios. La única manera de llevar adelante el recobro del Señor consiste en dedicar períodos adecuados de tiempo —por lo menos media hora diaria— para aplicar a Cristo, disfrutar a Cristo y expresar a Cristo. En esta expresión de Cristo tendremos comunión con Dios y conversaremos con Él a fin de que seamos introducidos en Dios y Dios sea introducido en nosotros. Algo muy dulce que asciende a Dios y algo muy glorioso que desciende a nuestro ser nos saturará y hará de nosotros el sacerdocio genuino. El recobro de la vida de iglesia depende del desempeño de esta función sacerdotal.
Debemos cumplir con esta función sacerdotal no solamente a nivel individual, sino con mayor frecuencia a nivel corporativo. Por ejemplo, si nos reunimos con algunos santos todos los días por una hora o media hora para aplicar a Cristo, disfrutar a Cristo y expresar a Cristo corporativamente en nuestra oración a Dios, esto contribuirá significativamente a la edificación de la iglesia. Simplemente debemos pasar tiempo en presencia de Dios a fin de hacer arder el incienso. Si cumplimos con esta clase de función sacerdotal tanto individual como corporativamente, se producirá un gran cambio en la vida y expresión que existe entre nosotros. Que el Señor nos manifieste Su misericordia a fin de que podamos cumplir con esta comisión.
A continuación, Apocalipsis 8:5 dice: “El Ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto”. En la expresión fuego del altar se hace referencia al altar del holocausto, de donde era tomado el fuego. En Levítico 16:12-13 se le instruyó a Aarón que hiciese arder el incienso usando el fuego que incineraba las ofrendas sobre el altar de bronce en el atrio. El incienso ardía con el fuego procedente del altar del atrio, lo cual significa que el hecho de que Cristo arda como incienso para que seamos aceptados por Dios se basa en Su muerte en la cruz por nuestros pecados. Cristo primero se convirtió en las ofrendas a fin de quitar nuestro pecado; después, en Su resurrección sobre la base de Su muerte en la cruz, Él se convirtió en el incienso para que Dios nos aceptase. Esto indica que nuestras oraciones deben estar basadas en el sacrificio de Cristo en la cruz, de modo que Cristo mismo sea añadido como incienso a fin de que tales oraciones sean eficaces y, por ende, sean oídas por Dios.
Cristo tomó el incensario, lo llenó del fuego del altar y arrojó el fuego a la tierra. Que el Señor arrojase el fuego se convirtió en el juicio que sobrevino a la tierra. Como resultado de ello, hubo truenos, voces, relámpagos y un terremoto. Esto indica que el juicio venidero de Dios sobre la tierra será la respuesta a las oraciones de los santos. En Apocalipsis 6:9-11, debajo del altar las almas de los santos martirizados oran por venganza clamando a gran voz: “¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?”. En el capítulo 8 el Señor se añadió como incienso a las oraciones de los santos martirizados, y las oraciones ascendieron al trono de Dios donde recibieron respuesta. La respuesta a las oraciones consistió en que Cristo arrojase el fuego del altar a la tierra, y este fuego se convirtió en el juicio de Dios que sobrevino a la tierra.
Los truenos, las voces, los relámpagos y un terremoto implican la respuesta a las oraciones de los santos, lo cual incluye la oración mencionada en Lucas 18:7-8. Las oraciones de los santos en Apocalipsis 8 tienen que servir al propósito de ejecutar el juicio reservado a la tierra, la cual se opone a la economía de Dios. Arrojar fuego a la tierra equivale a ejecutar el juicio de Dios sobre ella. Por tanto, los truenos, las voces, los relámpagos y el terremoto sobrevienen como señales del juicio de Dios.
El juicio que Dios ejecuta sobre la tierra es la respuesta a las oraciones de los santos, las cuales tienen a Cristo como incienso. Aunque el sexto sello ha sido abierto y las siete trompetas están listas para dar su sonido, nada sucede hasta que Cristo viene a ofrecer a Dios las oraciones de los santos, las cuales tienen a Cristo mismo como incienso. En ese momento hay truenos, voces, relámpagos y un terremoto. Esto indica que si bien Dios tiene la intención de ejecutar Su juicio sobre la tierra, todavía es necesario que los santos cooperen con Él con sus oraciones. Dios necesita que Sus santos oren a fin de que Él pueda ejecutar Su juicio. Si leemos Lucas 18 veremos que el Señor Jesús dice que en cierto momento los santos sobre la tierra clamarán a Dios pidiéndole que venga a confrontar la situación y vindicarse. Al final de esta era la gente será tan rebelde contra Dios que incluso algunos declararán al universo entero que ellos son Dios. Si bien Dios ha tolerado esto, algunos de los santos fieles no podrán soportarlo y orarán diciendo: “Oh soberano Señor, ¿cuánto tiempo soportarás esto? ¿Tolerarás esta rebelión por siempre? ¿Cuánto tiempo deberá pasar antes que vengas a vindicarte y vengarnos? ¿Cuánto tiempo hasta que toda la tierra sepa que Tú eres el Señor?”. A la postre, esta clase de oración será necesaria. Viene el tiempo cuando todos nos sentiremos presionados a orar de este modo. Esto indicará que el final está cerca, pues nuestro espíritu ya no tolerará más la situación imperante. Entonces oraremos al Señor para que se vindique a Sí mismo y dé a conocer a todos los rebeldes que Él es Dios. Cuando oremos así, el Ángel enviado por Dios ministrará a Dios con nuestra oración, añadiéndose Él mismo como incienso. Con toda certeza Dios responderá esta oración, y habrá truenos, voces, relámpagos y un terremoto. Ese será el principio del juicio de Dios sobre esta tierra rebelde. Esto tendrá lugar a la apertura del séptimo sello cuando Cristo, el otro Ángel, ministrará como nuestro Sumo Sacerdote a fin de llevar a Dios nuestras oraciones mezcladas con Su incienso y luego será enviado a ejecutar el juicio de Dios sobre la tierra.
Apocalipsis 8:6 dice: “Los siete ángeles que tenían las siete trompetas se dispusieron a tocarlas”. Las siete trompetas les fueron dadas a los siete ángeles (v. 2), pero sólo después que las oraciones de los santos en los versículos del 3 al 5 hayan sido contestadas, los siete ángeles se prepararán para tocar las trompetas. La respuesta a las oraciones de los santos es la ejecución del juicio de Dios sobre la tierra por obra de las siete trompetas que tocaron enseguida. En otras palabras, las siete trompetas son la respuesta a esas oraciones. Se requieren las oraciones de los santos para que la voluntad de Dios en el cielo sea llevada a cabo sobre la tierra. La ofrenda de las oraciones de los santos a Dios realizada por Cristo hace entrar en acción las siete trompetas.
En Apocalipsis 8 Cristo es descrito como otro Ángel, quien ofrece las oraciones de los santos a Dios (vs. 3-5). Con miras a Su administración Él requiere de nuestras oraciones. Nuestra oración es la respuesta a Su ministerio celestial. A medida que oramos, Él ejerce Su administración. Y mientras Él ejerce tal administración, nosotros oramos. Él ofrece estas oraciones a Dios y después derrama sobre la tierra las respuestas de Dios a nuestras oraciones. El derramamiento de las respuestas de Dios a nuestras oraciones equivale a Su administración universal. Este Administrador es apto en todo sentido; no obstante, requiere de nuestras oraciones. Podemos afirmar que Cristo administra el universo entero por medio de nuestras oraciones. La ejecución de la administración de Dios es motivada por las oraciones ofrecidas a Él desde el altar del incienso. La oración ofrecida en el altar del incienso gobierna el universo.