
En este mensaje continuaremos considerando a Cristo, quien es el Marido de la Nueva Jerusalén.
Apocalipsis 21:23 dice: “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara”. Cristo es la lámpara de la ciudad que tiene a Dios como luz. Cristo, el Cordero, es la lámpara, y en Él está Dios como luz. Aquí vemos al Cordero como Aquel que sostiene a Dios dentro de Él como luz debido a que el Cordero es la lámpara, y Dios es la luz en la lámpara. Esto indica que Cristo, el Redentor vencedor, sostiene a Dios dentro de Él. En esto consiste la máxima consumación del Cordero.
Así como la luz no puede estar separada de una lámpara, Dios jamás podría estar separado de Cristo. Si la luz es separada de la lámpara, la luz ya no está presente, y si la lámpara está separada de la luz, deja de cumplir su función por carecer de luz. Por tanto, la luz es una con la lámpara. Asimismo, Dios es la luz y Cristo, el Cordero, es la lámpara. Ellos son inseparables entre Sí; Ellos son dos en uno.
Como Cordero, Cristo es el Redentor. Sin Él como Redentor, jamás podríamos venir a tocar, a contactar, a Dios como luz, pues somos muy pecaminosos y estamos en oscuridad. Debido a que nadie podría permanecer en pie ante Dios en Su luz, tenemos necesidad de la redención, esto es, tenemos necesidad del Cordero. Es únicamente en virtud de la redención y de la sangre que podemos venir a contactar a Dios. En 1 Juan 1 se nos dice que Dios es luz y que al venir a tener comunión con Él, estamos en la luz (vs. 5, 7a). Entonces, al estar en la luz, vemos cuán pecaminosos somos y sentimos la necesidad de ser lavados por la sangre de Jesús (v. 7b). Podemos testificar de esto con base en nuestra experiencia. Siempre que contactamos a Dios, quien es luz, tenemos el sentir de que necesitamos la redención, es decir, tenemos necesidad de la sangre redentora del Señor y del Señor mismo como Cordero. Cristo, como Cordero, el Redentor, es el Mediador entre Dios y los hombres (1 Ti. 2:5). Por medio de Él y en Él podemos contactar a Dios, y en Él y por medio de Él Dios puede revelarse a nosotros. Actualmente Dios como luz está en el Cordero, el Redentor, y en la eternidad Cristo continuará siendo el Cordero en quien podremos experimentar a Dios como luz.
Además, el Cordero es la expresión de Dios. Dios es la luz, y Cristo es la lámpara. La luz necesita del portador de la luz. Jamás debiéramos separar a Cristo de Dios ni a Dios de Cristo. En realidad, Dios y Cristo son una sola luz. Dios es el contenido, y Cristo es el portador de esta luz, la expresión. Este entendimiento de la Trinidad difiere de la enseñanza tradicional. Apocalipsis 21:23 describe a Dios como la luz y a Cristo el Hijo como la lámpara. Así como la luz está en esta lámpara para ser su contenido y ser expresada por medio de ella, también Dios el Padre está en el Hijo para ser expresado por medio del Hijo.
Así como la luz está en la lámpara y es un solo cuerpo con la lámpara, también Dios está en Cristo y es un solo cuerpo con Cristo. Dios es el contenido de Cristo, y Cristo es la expresión de Dios. Cristo y Dios son uno solo. En la eternidad, el Cordero como lámpara resplandecerá irradiando a Dios mismo como la luz a fin de iluminar la Nueva Jerusalén con la gloria de Dios, la cual es la expresión de la luz divina.
En la Nueva Jerusalén el Dios Triuno no solamente es nuestra luz, sino también nuestra lámpara. Si tuviésemos luz sin una lámpara, la luz no tendría la forma apropiada. Podemos valernos de la electricidad a manera de ilustración. La electricidad produce luz, pero la luz está en la bombilla. Sin la bombilla, la electricidad por sí misma nos haría daño.
Cristo es la lámpara, y Dios —dentro de Él— es la luz. Esto significa que el Dios Triuno es nuestra luz, y que Él tiene la forma apropiada en Su corporificación: el Hijo. Este mismo principio se aplica al candelero. El candelero es la forma, y dentro del candelero está el aceite ardiente. Además, las siete lámparas son un solo candelero (Éx. 25:37; Zac. 4:2; Ap. 4:5) a fin de dar expresión a la luz, y las lámparas contienen la luz del candelero. Actualmente nuestra luz no solamente es Cristo, sino Cristo como lámpara que tiene a Dios, la luz.
En Apocalipsis el Cordero es la persona que redime, y este Redentor es la lámpara (21:23). El Cordero como lámpara tiene por finalidad íntegramente ser la expresión. Todas las bombillas de luz tienen por finalidad expresar la luz contenida en ellas. Toda la Nueva Jerusalén está bajo la expresión de la persona de Cristo, quien es la lámpara. Podríamos asemejar la lámpara a una bombilla de luz gigante capaz de iluminar una ciudad cuya anchura, longitud y altura sea de vastas dimensiones. Una entidad tan vasta tiene sólo una lámpara, la cual es Cristo. Dios el Padre como luz necesita de una lámpara; sin la lámpara o bombilla adecuada, la luz eléctrica no resplandecería de modo que pudiera iluminar. Asimismo, si Cristo el Cordero no fuera la lámpara, Dios no podría resplandecer de manera iluminadora.
Si Dios no resplandeciera, no podríamos ver Su naturaleza divina y de oro. Pero Dios resplandece de manera iluminadora desde el interior del Cordero redentor, quien es la lámpara. El Hijo, por ser el Cordero en Su persona, es la lámpara que expresa todo lo que el Padre es, a saber, la luz y la fuente de las riquezas divinas. Todas las riquezas divinas están corporificadas en esta lámpara. Podríamos afirmar que una bombilla de luz es la corporificación de la luz eléctrica, es decir, la corporificación de las “riquezas” eléctricas. Debido a que estamos bajo el resplandor del Hijo, quien es la corporificación de todas las riquezas divinas, podemos disfrutar estas riquezas. La luz nos establece y confirma en nuestra experiencia del Dios Triuno.
Nuestro Dios Triuno es nuestra lámpara, nuestra luz, y Él resplandece dentro de nosotros por medio de la lámpara. Ésta es nuestra experiencia actual y será la Nueva Jerusalén venidera. La ciudad santa será la consumación de todo lo que hemos experimentado por muchos años. Será una intensificación y consumación de nuestra experiencia actual. La Nueva Jerusalén no será algo nuevo para nosotros en la eternidad futura, si es que la experimentamos en la actualidad.
La luz es la naturaleza de la expresión manifiesta de Dios (1 Jn. 1:5). En la Nueva Jerusalén la luz se refiere a Dios mismo, quien ilumina toda la ciudad para Su expresión. Dios como luz divina, la luz de vida, está contenido en el Cordero, la lámpara (Ap. 21:23b). Sin el Cristo redentor como portador de la luz divina, esta luz divina nos “mataría”. Pero al tener al Cristo redentor como lámpara, la luz divina no nos mata sino que nos ilumina. En 1 Timoteo 6:16 se nos dice que Dios habita en luz inaccesible. En Cristo, sin embargo, Dios se vuelve accesible. Fuera de Cristo, el resplandor de Dios nos aniquilaría, pero dentro de Cristo, el resplandor de Dios nos ilumina. Debido a que la luz divina resplandece por medio del Redentor, esta luz llega a sernos querida y palpable. Por medio del Cordero, el Redentor, la luz de Dios se convierte en un grato resplandor con miras a Su impartición. Desde el día que fuimos salvos comenzamos a disfrutar a Dios como la luz divina en el Cristo redentor que nos ilumina todo el tiempo. Incluso hoy en día debemos disfrutar a Dios de este modo.
Apocalipsis 22:5 dice: “No habrá más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará”. La luz de la ciudad santa es la luz única, eterna y divina en la cual viven los elegidos que fueron redimidos y en la cual éstos se mueven dentro de la ciudad (21:23, 25). En todo el universo hay solamente tres clases de luz. Primero, existe la luz natural —el sol y la luna—, la cual fue creada por Dios. Después, existe la luz artificial: la luz hecha por el hombre. Tercero, existe la luz verdadera —la luz auténtica—, la cual es Dios mismo. Apocalipsis dice que en la Nueva Jerusalén no tendremos necesidad de la luz de la luna ni del sol, ni tampoco de luz artificial. Esto se debe a que tendremos la luz real, la cual es la fuente de toda la luz. Esta luz es Dios, quien resplandece desde el interior de Cristo y se difunde sobre todas las naciones.
En tiempos antiguos el atrio del tabernáculo estaba iluminado por el sol durante el día y por la luna durante la noche; y el Lugar Santo estaba iluminado por el candelero. Pero en el Lugar Santísimo no había luz del sol, de la luna ni del candelero. La luz en el Lugar Santísimo era Dios mismo en Su gloria eterna. Del mismo modo, la ciudad santa en la eternidad futura no tendrá necesidad de la luz del sol o de la luna, debido a que Dios mismo será la luz. Esto indica que toda la ciudad de la Nueva Jerusalén será el Lugar Santísimo. Como ya vimos, las medidas de la ciudad en sus tres dimensiones también son prueba de que la ciudad es el Lugar Santísimo. Además de la Nueva Jerusalén, el Lugar Santísimo tanto en el tabernáculo como en el templo es la única estructura presentada en todas las Escrituras cuyas tres dimensiones son iguales. De manera similar, el Lugar Santísimo es el único otro lugar donde no hay necesidad de otra luz que no sea Dios mismo. Esto muestra que en la eternidad la ciudad santa será el Lugar Santísimo. En la Nueva Jerusalén Dios mismo en Cristo lo será todo para nosotros. El Dios Triuno también será nuestra luz a fin de iluminarnos. Aquí tenemos la esencia intrínseca de la Nueva Jerusalén.
La gloria de Dios como luz y el Cordero como lámpara significan que Dios en Cristo es la luz de la Nueva Jerusalén por la eternidad. En la ciudad nueva no hay necesidad del sol, la luz natural, ni de ninguna lámpara hecha por el hombre, pues Dios mismo será la luz y Cristo será la lámpara, desde la cual Dios mismo será irradiado para iluminar la ciudad entera. Esto significa que Dios en Cristo lo será todo en la Nueva Jerusalén. En la presencia de la luz más grande de todas, todas las luces menores no cuentan para nada. Fuera de la Nueva Jerusalén todavía habrá día y noche, pero dentro de ella no habrá noche (21:25).
Actualmente los cristianos concretamente tenemos a Dios mismo dentro de Cristo como nuestra luz. No tenemos necesidad de filosofía alguna, de la luz hecha por el hombre, ni tampoco tenemos necesidad de enseñanzas éticas, como las de Confucio. No necesitamos de ninguna clase de enseñanza religiosa porque tenemos a Dios mismo dentro de nosotros. No necesitamos que alguien nos diga que amemos a nuestros padres, pues tenemos una luz divina dentro de todos nosotros que resplandece todo el día y nos hace saber que debemos honrar a nuestros padres. Sin embargo, debemos comprender que Pablo nos insta a honrar a nuestro padre y madre (Ef. 6:2). Si todos los cristianos ya poseen la luz dentro de ellos ¿por qué el Nuevo Testamento todavía enseña muchas cosas? En Efesios 5:22—6:9 Pablo revela qué clase de vivir es necesario con respecto a nuestras relaciones éticas. Él se refiere a la relación entre marido y mujer, entre hijos y padres, y entre esclavos y amos. Estas exhortaciones no son dadas en Efesios 1, sino en los dos últimos capítulos de este libro. Antes de darnos esta clase de enseñanza, en Efesios 5:14 Pablo dice: “Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”. El Nuevo Testamento nos revela primero no las enseñanzas, sino la luz divina. Debido a que todavía estamos en la vieja creación, tal vez tengamos necesidad de esta enseñanza. Pero en la Nueva Jerusalén ya no habrá nada viejo ni habrá enseñanzas. Si todo el tiempo atendemos a la nueva creación y a la unción interna, no habrá necesidad de enseñanzas. Debido a que estamos en la vieja creación, podríamos tener necesidad de enseñanzas que nos recuerden que debemos despertar de nuestro sueño.
Según el principio que rige la nueva creación, tenemos a Dios como la luz en nosotros. En Él no hay ningunas tinieblas (1 Jn. 1:5). Cuando estamos en comunión con Dios, no tenemos necesidad de ninguna otra luz. Siempre y cuando le tengamos a Él, Él es la luz para nosotros y no tenemos necesidad de ninguna enseñanza ni doctrina. Siempre y cuando tengamos a Dios, quien es luz para nosotros en nuestra comunión con Él, no hay necesidad de nada más.
Salmos 119:130 dice que la abertura, o el develar, de la Palabra de Dios ilumina. Día a día necesitamos profundizar en la santa Palabra. Entonces veremos y estaremos en la luz, la cual es Dios mismo por medio de Su Palabra. Por tanto, no debiéramos aprehender ni hacer nada en conformidad con nuestra habilidad natural o con la educación que hayamos recibido. Tenemos a Dios como nuestra única luz a fin de aplicarla a nuestra vida.
Los cristianos de hoy están divididos por muchas clases de luz natural y artificial, pero nosotros tenemos que ser regulados por la única luz, la luz genuina, la luz más elevada. Esta luz es nuestro Dios redentor y resplandeciente. Tenemos que aplicar esta luz a nuestro andar diario. Muchos de los santos se valen en exceso de su habilidad natural, incluso en la vida de iglesia, y debido a esto hay murmuraciones y razonamientos (Fil. 2:14-15). No tenemos necesidad de la luz natural ni de la luz artificial. Para la edificación del Cuerpo de Cristo debemos andar y vivir bajo la luz divina que redime y resplandece a través de la palabra de Dios.
Así como el templo de la ciudad santa es Dios mismo, la luz también es Dios mismo. Aparte de Dios y el Cordero, no hay ninguna otra cosa en esta ciudad. En la Nueva Jerusalén Dios lo es todo. El Cordero como lámpara resplandece con Dios, la luz, para iluminar la ciudad con la gloria de Dios, que es la expresión de la luz divina. Debido a que Cristo es la luz en la iglesia, ocurre lo mismo actualmente en la vida de iglesia.
Dios en Cristo es el centro de la Nueva Jerusalén como vaso divino. También podríamos decir que Cristo, la expresión de Dios, es el centro de este vaso divino corporativo. En la figura de la Nueva Jerusalén, el Dios invisible es comparado a la luz que resplandece con gloria (Ap. 21:11, 23; 22:5). Cuando la luz resplandece, ésta realiza una obra. La luz es el poder gobernante; la luz gobierna al resplandecer. Por otro lado, la oscuridad trae consigo confusión y desorden carente de todo gobierno. A fin de destruir un gobierno primero se tiene que arrojar todo a la oscuridad. Si todas las luces de una gran ciudad se apagaran, toda ella estaría en tinieblas y habría robos, saqueos y asesinatos; pero cuando regresen las luces, se restablecería el gobierno y el orden sería restaurado.
En los seis días de la obra de creación efectuada por Dios para restaurar, lo primero que fue restaurado fue la luz (Gn. 1:3). Cuando Dios separó la luz de las tinieblas, la luz vino a gobernar (vs. 4, 16). Allí donde está Dios, la luz resplandece; y donde Dios resplandece, tenemos el poder gobernante. Si tenemos la presencia de Dios en la iglesia, tenemos luz, estamos en la luz de Dios, estamos en Dios como luz, estamos bajo la luz de Dios y todos nosotros somos gobernados. Toda confusión es abatida, y todas las cosas son puestas en orden. Si hay confusión entre nosotros, esto quiere decir que no tenemos a Dios como luz y que estamos en tinieblas. Actualmente la iglesia es una miniatura de la Nueva Jerusalén. En esta Nueva Jerusalén a escala menor, si tenemos a Dios como centro en Cristo, tenemos la luz; y lo primero que la luz hace es gobernar y mantenerlo todo en orden.
Además, cuando la luz resplandece, genera. La vida procede de la luz. Cuando la luz de Dios es irradiada a nuestro interior, la vida de Dios entra en nosotros. La luz siempre nos trae vida. Cuando tenemos a Dios como la luz, primero tenemos orden y después vida. Podemos ver esto en Génesis 1. El primer día, cuando vino la luz, se hizo una separación y comenzó a mantenerse el orden. Antes que la luz viniese, todo estaba en caos. Después que la luz vino, la luz fue separada de las tinieblas y se comenzó a mantener las cosas en orden. Después de esto, hubo separación entre las aguas de abajo y las de arriba, y a raíz de este orden brotó la vida. Si tenemos la luz de Dios, tendremos el poder gobernante y el orden respectivo; y si tenemos tal poder gobernante y tal orden, tendremos el poder generador, la generación de vida. Surgirá entonces todo tipo de vida debido a la luz. Ésta es la escena que vemos en la Nueva Jerusalén. Dios es el centro gobernante de la Nueva Jerusalén en calidad de luz resplandeciente. Procedente de esta luz vienen todas las riquezas de la vida. Dios es luz, y de Él fluye el río de agua de vida, y en esta agua viva crece el árbol de la vida.
La Nueva Jerusalén tendrá una clase particular de luz: el Dios redentor que resplandece (Ap. 21:23). El Dios redentor resplandece como Dios radiante. La iluminadora gloria de Dios es la luz que está dentro de Cristo, y el Cristo redentor es la lámpara que contiene la luz. Dios siempre está contenido en Cristo; Él es el único recipiente de Dios. La gloria de Dios es la luz de la ciudad, y el contenido de Cristo es Dios, quien resplandece por medio de Cristo.
En la Biblia, la oscuridad es una forma de castigo. Dios castigó a los egipcios con densas tinieblas por tres días (Éx. 10:22), y en el futuro Dios castigará al anticristo y su reino con tinieblas (Ap. 16:10). Parte del disfrute de la Nueva Jerusalén es que no habrá noche. La ciudad estará llena de luz, y esta luz es Dios el Padre. Él no sólo será la naturaleza de la Nueva Jerusalén, sino también la luz resplandeciente que será disfrutada por toda la ciudad. El primer disfrute que tenemos en la Nueva Jerusalén es Dios como nuestra luz. Actualmente, nuestra experiencia es la misma. Cuando somos dejados en tinieblas, esto constituye un verdadero castigo. Pero cuando abrimos todo nuestro ser a Dios, estamos en la luz, y la luz es Dios mismo disfrutado por nosotros en nuestro vivir diario. No podemos vivir en oscuridad. Podemos vivir únicamente en la luz.
En la Nueva Jerusalén la noche no será más, pues “no habrá más noche” (Ap. 22:5). En el cielo nuevo y la tierra nueva todavía se distinguirá entre el día y la noche, pero dentro de la Nueva Jerusalén esa distinción desaparecerá. Fuera de la ciudad habrá noche, pero dentro de la ciudad no habrá noche pues tendremos una luz divina eterna, esto es, a Dios mismo. Para los creyentes no habrá más noche, porque en la ciudad santa Dios mismo será el “sol” que jamás se pondrá.