
Lectura bíblica: Ro. 11:36
Romanos 11:36 dice: “Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén”. Aquí, la frase que se tradujo “de Él” en el lenguaje original significa “procedente de Él”. Por Él puede traducirse como “pasando por Él”. Esto es como cuando uno necesita pasar por un puente para cruzar de un lado al otro lado de un río. La expresión todas las cosas puede traducirse como “todo”, lo cual incluye a personas, cosas y asuntos. Todas las personas, eventos y cosas proceden de Él, pasan por Él y finalmente son para Él.
Debemos conocer la manera en que el Señor actúa para saber cómo servirle a Él. Esto requiere que conozcamos la vida y la iglesia y que nos ejercitemos apropiadamente para aprender cómo debemos laborar y hacer las cosas. Estos son dos ejercicios cruciales. Para llevar a cabo cualquier cosa, primero debemos preparar el material. Por ejemplo, si un granjero quiere cultivar una planta, primero debe tener las semillas. Si no las tiene, no podrá cultivar nada. Sin embargo, aun si tuviera las semillas, podría ser que no sepa cómo plantarlas. Así pues, una vez que tenemos el material, debemos estudiar la manera de proceder. El conocimiento que tenemos de la vida y la iglesia equivale al material, y nuestro aprendizaje en torno a cómo laborar y hacer las cosas equivale a la manera de proceder. Nuestro conocimiento respecto a la vida y la iglesia es el capital y el material que necesitamos para servir al Señor. Si un empresario quiere montar un negocio, primero deberá obtener el capital y luego estudiar la manera de conducir el negocio. Si cuenta con el capital y con la manera, él probablemente tendrá éxito en los negocios.
Por la misericordia del Señor, tenemos un deseo de servir al Señor; por esta razón, tenemos que considerar cuál es nuestro material y nuestra manera. No podemos laborar para el Señor simplemente a causa de nuestro celo y nuestro amor por Él. Necesitamos considerar qué clase de labor debemos hacer, qué clase de material emplear y qué tipo de capital tenemos. Éstas son cosas críticas. Si no tenemos el material ni el capital, es mejor olvidarnos de servir al Señor. Sin embargo, si tenemos el capital y el material, aun así es posible que no conozcamos la manera de hacer las cosas, por lo cual tampoco sabremos cómo servir. Por consiguiente, cuando hablamos de conocer la vida y la iglesia, nuestro propósito es ayudar a los hermanos y hermanas a obtener el capital y el material necesarios. Esto puede compararse a los edificadores del templo que necesitaban ir al monte a recolectar madera (Hag. 1:8). Perfeccionar a los santos puede compararse con recolectar la madera del monte. Si hemos de hacer la obra del Señor, tenemos que conocer la vida y la iglesia a fin de obtener el material para el servicio del Señor.
Después de esto, necesitamos conocer la manera de proceder. Después que obtenemos el material, necesitamos considerar la manera para llevar a cabo la obra en diferentes lugares y para hacer los preparativos necesarios en los diversos aspectos de la obra. Los hermanos que administran la iglesia en las diferentes localidades y que sirven al Señor a tiempo competo saben, con base en sus experiencias, que hay una gran diferencia entre alguien que sabe cómo laborar y otro que no sabe. Un hermano puede ir a laborar a cierto lugar, pero no hay un resultado. Sin embargo, cuando otro hermano va a laborar al mismo lugar, vemos un resultado inmediato. Aun cuando Dios es el mismo y el Señor es el mismo y el entorno para la obra es el mismo, la obra de una persona no produce fruto, pero la obra de otra persona puede ser muy fructífera. La diferencia yace tanto en la persona como en la manera. Además, toda nuestra obra se verá afectada por personas, eventos y cosas. De manera que, si hemos de saber cómo laborar, tenemos que saber cómo hacer las cosas. En el ejercicio de nuestro servicio, tenemos que prestarle atención a estos dos asuntos constantemente.
El conocimiento de la vida y de la iglesia está relacionado con la verdad y la luz. En cuanto a la obra del Señor, muchas iglesias son débiles y deficientes debido a que los hermanos y hermanas no saben cómo hacer las cosas. Éste es un asunto muy serio. La condición de algunos hermanos y hermanas es muy buena delante del Señor: ellos aman al Señor, son piadosos y oran con frecuencia. Sin embargo, tan pronto una obra está en manos de ellos, ésta llega a su fin; una vez que se les confía el cuidado de una iglesia local, la condición de ella empobrece. Considerando la dimensión del amor que le tienen al Señor y la condición de su espiritualidad y sus oraciones, ellos deberían ser útiles al Señor en muchas cosas. No obstante, el resultado es exactamente lo opuesto. Aunque ellos aman al Señor y a menudo oran con llanto, su servicio es ineficaz. Ellos oran; sin embargo, el entorno permanece igual y la condición de la iglesia permanece igual. Esto se debe a que ellos no saben cómo laborar y hacer las cosas, aun cuando son personas espirituales y oran con regularidad. Si un creyente no es espiritual ni es apto para laborar, él no tiene ningún valor. Sin embargo, si un creyente es puramente espiritual, pero no sabe cómo laborar ni cómo hacer las cosas, no obtendrá resultado alguno.
Un micrófono necesita electricidad a fin de reproducir el sonido. Sin embargo, la electricidad por sí sola no le será suficiente. A fin de que el micrófono reproduzca el sonido, se necesitan muchos otros materiales adicionales, tales como el tomacorriente y los cables eléctricos. Tal vez no haya problema alguno con nuestra espiritualidad y oración, pero si tenemos problemas en cuanto a la manera y el método que usamos en nuestra obra y al hacer las cosas, nuestra obra no será de provecho. Nunca deberíamos pensar que podemos laborar siempre y cuando seamos espirituales y sepamos cómo orar. Hace más de veinte años atrás pensé que siempre que leyésemos la Biblia con diligencia, orásemos con frecuencia y fuésemos personas espirituales, el Señor obraría y haría las cosas por medio nuestro. Sin embargo, éste no es el caso. En los últimos veinte años, las experiencias de muchas iglesias y de muchos santos han probado que ser meramente espiritual y orar con regularidad no es suficiente. También necesitamos saber cómo debemos laborar y hacer las cosas.
Esto puede compararse a una fórmula química que requiere cuatro ingredientes. Si solo tenemos dos ingredientes, no se producirá la reacción química esperada. De igual manera, si no somos espirituales ni oramos, y simplemente dependemos de un método para hacer las cosas, no obtendremos resultados. Si no hay electricidad, el micrófono no funcionará, no importa cuál sea su calidad; además, aun si hay electricidad, se necesitan otras partes eléctricas. Necesitamos ser espirituales y orar, pero también tenemos que considerar la cuestión de cómo laboramos y hacemos las cosas.
Necesitamos prestar atención a nuestra espiritualidad y a la manera en que laboramos, así como debemos tomar en cuenta la electricidad y los componentes eléctricos de un micrófono. Los dos aspectos son necesarios. Espero que todos dediquemos cierto tiempo para llevar estos puntos a la práctica. Si hacemos un esfuerzo por ejercitarnos en estos asuntos, obtendremos cierta comprensión. Cualquiera que sienta que no conoce la vida ni sabe cómo servir, ni laborar ni hacer las cosas, no debe sentirse avergonzado de hacer preguntas. No deberíamos enfocarnos en asuntos triviales; más bien, debemos centrar nuestro estudio en cómo servir, laborar y hacer las cosas, todo lo cual responde a nuestro servicio al Señor.
Aquellos que sirven al Señor deberían tener una comprensión básica de que Dios requiere que el hombre coopere con Él en Su plan. Todo el que tenga el deseo de servir al Señor debería saber esto de manera fundamental. En la creación Dios creó todo por Sí mismo, y como acto final de Su obra creadora, Dios creó al hombre. Después que Él creó al hombre, todo estaba completo; el hombre no tenía que hacer nada ni pedir nada. La obra de la creación fue hecha únicamente por Dios, y el hombre no tuvo parte alguna en ella.
Sin embargo, además de Su obra creadora, Dios tiene la obra de la redención. En la creación el hombre no necesitó hacer nada, y no tuvo parte alguna en la obra de Dios. En la redención, sin embargo, Dios quiere que el hombre labore juntamente con Él. La redención se lleva a cabo mediante el esfuerzo conjunto de Dios y el hombre. Así como el té-agua es producido por la mezcla del té y el agua, la redención es efectuada por la mezcla de Dios con el hombre. Dios efectuó la obra de la creación en virtud de Su propia posición, facultad, poder y autoridad; sin embargo, la redención es efectuada en virtud de la mezcla y la unión de Dios con el hombre. Sin Dios, la redención no puede llevarse a cabo, pero sin el hombre, la redención tampoco puede llevarse a cabo.
Cuando nuestro Salvador efectuó la redención en la cruz, ¿nos redimió Él en Su estatus como Dios o en Su estatus como hombre? ¿Es el Señor Jesús Dios u hombre? Ésta es una pregunta muy importante. Tenemos que recordar que todas las cosas realizadas en la redención fueron llevadas a cabo mediante la mezcla de Dios con el hombre. ¿Dónde comenzó la redención? Comenzó en Belén. La historia de Belén es la historia de Dios introducido en el hombre. La encarnación muestra que la obra de redención efectuada por Dios requiere la mezcla de Dios con el hombre. La redención no puede ser efectuada sólo por Dios mismo, y tampoco puede ser efectuada sólo por el hombre. La redención puede ser efectuada sólo como resultado de que Dios se introduce en el hombre y de que el hombre sea mezclado con Dios y unido a Él.
Es ciertamente correcto decir que Jesús es Dios, y es igualmente correcto decir que Jesús es un hombre. Jesús el nazareno es el resultado de la mezcla y unión de Dios y el hombre. Cuando Jesús estaba en la tierra, Sus pensamientos, Su obra e incluso la dirección de Sus pisadas estaban dirigidos a la redención. Cada pisada Suya era la pisada de Dios con el hombre, y cada acción Suya era la acción de Dios con el hombre. Debemos entender claramente que Aquel que nació en el pesebre en Belén y fue adorado por el hombre es Dios y al mismo tiempo hombre. Aquel que comió en la casa del fariseo es Dios y a la vez hombre. Aquel que fue crucificado en la cruz en Gólgota es Dios y es hombre. La historia de los Evangelios es la historia de la redención que Dios efectuó mediante la mezcla de Dios y el hombre.
Cuando los hermanos llevan la delantera en las iglesias o imparten mensajes, ¿son solamente ellos en sí mismos? Si lo son, esto debería ser desaprobado. Si un hermano está dando un mensaje en su propio yo, esto no es diferente de lo que se practica en el islamismo, taoísmo o en cualquier otra religión. Cuando damos un mensaje en la iglesia, Dios debería estar hablando por medio de nosotros. En cualquier cosa que hagamos, Dios lo debería estar haciendo por medio de nosotros y Dios debería estar mezclado con nosotros. Si yo hablo sin estar mezclado con Dios, yo debería recibir maldición.
Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él era el hijo de María y el hermano de Jacobo, pero dentro de Su ser Él era la Palabra de Dios; Él era Dios. Dios mismo estaba en Él. Éste es el gran misterio de la piedad (1 Ti. 3:16). La redención de Cristo se inició desde Belén, y Belén significa encarnación, la cual es la mezcla de Dios y el hombre. Desde el día en que el Señor Jesús se hizo carne hasta el presente, se mantiene este principio: Dios desea entrar en el hombre y mezclarse a Sí mismo con el hombre como una sola entidad. Si queremos servir al Señor y laborar para Él, debemos ver este gran principio básico.
Cuando servimos al Señor, no es suficiente ser celosos, dar algunas ofrendas materiales y hacer algunas oraciones; el principio básico de servir al Señor consiste en ver que en la redención Dios lo hace todo mediante la mezcla de Dios con el hombre. Él desea la cooperación del hombre. Una vez que veamos este principio, podremos resolver los tres asuntos siguientes.
Puesto que Dios necesita la cooperación del hombre en Su obra de redención, toda obra es de Dios, y no del hombre. En cuanto a nuestra participación, debemos procurar actuar según el principio establecido por Dios. El deseo de Dios de que el hombre coopere con Él, fue algo que Dios mismo inició, no el hombre. Dios da inicio a Su obra, pero ésta se lleva a cabo cuando el hombre coopera con Dios. Ni siquiera podríamos haber soñado que la redención requiere la cooperación del hombre y que necesita pasar por medio del hombre. Éste no es el pensamiento del hombre. Si no vemos este principio, definitivamente tendremos muchas deficiencias en nuestra obra. Todas las obras requieren que el hombre coopere con Dios, pero ninguna es iniciada por el hombre. Todas las obras se originan en Dios como fuente y se llevan a cabo con la cooperación del hombre. Es preciso que veamos este principio: todas las obras comienzan con Dios, y no con hombre.
Ésta es la fuente de la confusión que impera en el cristianismo actual. La razón principal por la que los cristianos están divididos en muchas denominaciones y sectas es que hay muchas cosas entre ellos que han sido iniciadas por el hombre, y no por Dios. El punto de partida no es Dios, sino el hombre. Cada persona que sirve a Dios debe estar sujeta a Él y decir: “Oh Dios, aunque Tú no puedes hacer nada sin mí y aunque necesitas que yo coopere contigo, todo tiene que originarse en Ti, y no en mí. Yo no me moveré a menos que Tú te muevas; únicamente quiero moverme en Tu mover”.
¿Cuál es la diferencia entre la iglesia y la religión? Ninguna religión ha sido iniciada ni desarrollada por Dios. En contraste, la iglesia es iniciada y desarrollada por Dios. La religión fue generada por el hombre, quien adora y sirve a Dios según lo que piensa acerca de Dios. Sin embargo, la iglesia no proviene del pensamiento del hombre; antes bien, la iglesia procede de Dios. La iglesia es el fruto del mover de Dios en el hombre así como del llamamiento que Dios le hace al hombre y de la respuesta del hombre a dicho llamamiento. Desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo Testamento, vemos que quienes sirvieron a Dios fueron llamados por Dios; ninguno sirvió por un deseo propio. Saulo tomó la manera de la religión y, como tal, persiguió a Jesús el nazareno y era celoso en toda clase de actividades religiosas. Luego, un día él vio una gran luz mientras iba en camino a Damasco, y oyó una voz desde el cielo que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Inmediatamente él dijo: “¿Quién eres, Señor?”. (Hch. 9:3-5). Fue en este momento que Saulo comenzó a conocer la iglesia. La iglesia se origina en Cristo y proviene de Dios mismo.
La religión resulta de la imaginación del hombre, pero la iglesia proviene de la revelación de Dios. En la religión el hombre se ofrece de voluntario para servir a Dios, pero en la iglesia el servicio del hombre proviene de un llamamiento cuyo origen es Dios mismo. El Señor dijo a Saulo: “Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues”. Saulo de inmediato le preguntó: “¿Qué haré, Señor?” (22:8, 10). Saulo no dijo: “Haré algo para Ti”. Si él hubiera dicho esto, habría sido algo propio de la religión. En Isaías 14:13-14 el maligno dice: “Yo haré”, implícito en “subiré” y “exaltaré”, pero cuando el hombre se somete y detiene sus esfuerzos, él pregunta: “¿Qué haré, Dios?”. Entonces, al igual que Pablo, él recibirá una revelación: “Se te dirá lo que debes hacer” (Hch. 9:6).
Nada en la iglesia procede de la imaginación del hombre. Más bien, todo en la iglesia debe ser el resultado de la revelación de Dios para el hombre, del resplandor de Dios sobre el hombre, del llamamiento de Dios hacia el hombre y de que Dios gana al hombre. Dios quiere ganar al hombre porque Él necesita la cooperación del hombre. En la iglesia Dios gana al hombre para que éste se mueva con Dios y coopere con Su mover. En la religión el hombre inicia, el hombre decide y el hombre labora. Aunque hay un “servicio”, éste surge del hombre. Hoy en día muchos predicadores están haciendo una obra del hombre. En principio, únicamente aquello que procede de Dios, que es llamado por Dios y responde a la exigencia de Dios equivale al servicio de la iglesia. Cualquiera que no sirve a Dios según esta manera, le está sirviendo según su propia imaginación, decisión y deseo. Aunque estas personas dicen estar sirviendo a Dios en la iglesia, sólo están ocupadas en actividades religiosas.
Por lo tanto, al aprender a servir a Dios, necesitamos ver que la obra de Dios requiere que cooperemos con Él. Ninguna obra debería originarse en nosotros mismos. El Padre, el Hijo y el Espíritu están en nosotros. Toda obra es iniciada por el Dios Triuno y tiene que ser iniciada por Él.
Tan pronto veamos que la obra de Dios requiere la cooperación del hombre, comprenderemos que el hombre ocupa un lugar importante en la obra de Dios. Esto difiere mucho de nuestras oraciones, que a menudo incluyen la noción de que no somos nada y que el Señor puede laborar sin nosotros. Éste no es el pensamiento de Dios. Antes bien, deberíamos orar: “Señor, sin nosotros, Tú no puedes laborar”. Ésta es una oración que es conforme a la verdad y según el corazón de Dios. Aunque Dios el Todopoderoso creó los cielos y la tierra, los que conocen a Dios dirán: “Dios, Tú sólo puedes laborar cuando nos tienes a nosotros. Sin nosotros, Tú no puedes laborar en lo absoluto”. Si no hubiera gente en la isla de Taiwán, ¿cómo podría Dios predicar el evangelio? A lo largo de los años hemos comprendido de nuestra experiencia que si bien Dios es todopoderoso, hay cosas que Él no puede hacer. Tal incapacidad está relacionada con nosotros en lo tocante a nuestra experiencia. Aunque Dios puede hacerlo todo, Él no puede obligarnos a actuar. Él puede moverse en nosotros por muchos años, pero aun así puede ser que no nos levantemos a tomar acciones. Dios puede hacerlo todo en el universo, pero Él no puede obligarnos a levantarnos muy de mañana ni a leer la Biblia. Dios necesita nuestra cooperación; Él no puede realizar muchas cosas en nosotros porque, si bien Él es todopoderoso, tenemos muchas limitaciones.
Con relación a Dios está la eternidad pasada; con relación al hombre está la eternidad futura. Mientras que Dios viaja de la eternidad pasada a la eternidad futura, existe el puente del tiempo. Este puente en realidad es el hombre mismo. Dios quiere cruzar de un lado hacia otro a través del hombre, pero mucha gente porta un letrero que dice “calle sin salida”. Cuando Dios nos hace cierta exigencia, a menudo nos sacudimos la cabeza para indicar que la calle está bloqueada. Cuando Dios nos exige algo, con frecuencia le respondemos: “Pero es que tengo esposa e hijos, y...”. Nuestro “pero” quiere decir que Dios no puede pasar por nuestro ser. En la eternidad Dios no está bajo restricción alguna. Si no permitimos que Dios pase, Dios no puede hacer nada en la vida de iglesia. Nosotros restringimos a Dios a lo sumo.
No obstante, Dios es paciente. Cuando Él no puede seguir adelante con nosotros, Él esperará pacientemente y nos llamará otra vez. Si no le escuchamos, Él esperará aún más. Él es muy paciente. Él esperará hasta que seamos conmovidos por Él, y le digamos a Él: “Oh Dios, Te diré que sí. Ya no diré ‘pero’, ni ‘calle sin salida’. Sólo te diré amén”. Cuando oímos la palabra del Señor y lo abandonamos todo para seguirlo a Él, no seremos como aquel discípulo que le dijo al Señor: “Permíteme que vaya primero y entierre a mi padre” (Mt. 8:21). El principio bajo el cual Dios opera en la redención es que el hombre coopere con Él y que el hombre sea un puente por donde Él puede pasar.
Nunca deberíamos considerar esto como una doctrina solamente. En toda la tierra, no importa cuándo ni dónde, Dios será expresado siempre y cuando estemos dispuestos a decirle: “Dios, heme aquí. Quiero ser un camino allanado en el cual Tú puedas pasar”. Dios siempre opera en el principio de encarnación, esto es, en el principio de que Dios se mezcla con el hombre.
A algunos hermanos les gustaría preguntar: “¿Cómo podemos dar un mensaje y hablar por Dios?”. Podemos estudiar este asunto y descubrir miles de requisitos, pero no podemos ignorar esta cuestión básica: ¿Le permitimos a Dios pasar por nuestro ser y mezclarse con nosotros? Si no tenemos una clara comprensión acerca de este punto, por muy bien que hablemos, nuestro hablar no servirá de nada. Debemos ver que Dios requiere que el hombre coopere con Él en Su obra; la cooperación del hombre es indispensable. Sin la cooperación del hombre, el camino por el cual Dios quiere avanzar estará bloqueado. Si nos postramos delante de Dios y le permitimos pasar por nosotros, la gloria de Dios será expresada.
En nuestra comunión con Dios y en nuestra lectura de la Biblia y en nuestra oración delante del Señor, ¿responderemos incondicionalmente a Su llamamiento cuando escuchemos Su voz? ¿O diremos “sin embargo”, y “pero”? ¿Cuántos de nosotros pueden decirle que sí al Señor, o “Señor, yo tomaré este camino”? Nuestra utilidad en las manos del Señor depende de cuánto cooperemos con Él; cuán lejos puede Él avanzar en nosotros depende enteramente de cuán incondicional sea el amén que le ofrezcamos a Él. Somos seres pecaminosos y corruptos, tendemos a perder la paciencia y siempre les echamos la culpa a otros. Por la experiencia que hemos adquirido al seguir al Señor, sabemos que estas cosas son obstáculos para el Señor. Sin embargo, el mayor obstáculo es nuestra renuencia a someternos al Señor de forma absoluta.
Algunos hermanos y hermanas nunca ofenden a otros, pero no son útiles para el Señor porque cuando ellos le responden a Él, le dicen que sí, y luego le comunican un “pero”. Esto es semejante a un puente que está bien construido pero que porta un letrero, diciendo: “Calle sin salida”. ¿Queremos ser este tipo de puente? Otro puente podría ser viejo y estar agrietado, pero aun así el Señor puede cruzarlo porque el paso está abierto. Algunos creyentes podrán ser como un puente agrietado, pero el Señor siempre puede pasar por medio de ellos.
Había una hermana en Shanghái que nació en una familia de clase alta. Tanto ella como su esposo gozaban de una alta educación. Antes que ella se convirtiese en cristiana, todos sus parientes y vecinos la elogiaban por su mansedumbre y elegancia. Más tarde, ella creyó en el Señor y continuó conduciéndose de una manera muy placentera. Otra hermana era muy irritable antes que fuera salva. Después que fue salva, ella seguía discutiendo con otros frecuentemente, y por la forma en que trataba a su esposo, ella era mucho más inferior que la hermana que era muy mansa. Así que, la hermana verdaderamente admiraba a esta hermana mansa y dócil por su elegancia y gracia. La hermana que era tosca amaba muchísimo al Señor, y asistía a todas las reuniones, orando con frecuencia hasta en llanto debido a que ella comprendía que estaba escasa en muchas cosas. Un día la hermana dócil se quejó con los hermanos acerca de esta hermana tosca. Señaló que la hermana se cubría la cabeza con un velo y hacía oraciones muy espirituales e inspiradoras en la reunión, pero que después peleaba ferozmente con los demás en la casa. Aunque no deberíamos reñir ni argumentar, ¿ganamos algo con el sólo hecho de ser mansos y abstenernos de pelear? Si bien la hermana dócil se comportaba muy bien, ella siempre decía un “pero” cuando el Señor le imponía alguna exigencia. ¿Cuál es la diferencia entre tal respuesta y el ser conflictivo? Podemos ser perfectos, pero ¿eso de qué sirve si no podemos ser un puente por el cual Dios puede pasar?
No estoy diciendo que deberíamos ser toscos, pero quiero mostrarles que Dios quiere personas que le permiten pasar por medio de ellas y que cooperan con Él. Es absolutamente necesario ver que Dios no está buscando personas mansas y perfectas para Su obra; más bien, Él necesita personas que cooperen con Él. Sin la cooperación del hombre, Dios no puede hacer nada. No deberíamos ser orgullosos, pero deberíamos orar: “Oh Dios, Tú puedes trabajar sin mí, pero si me tienes a mí, se te facilitaría el trabajo. No quiero hacer que te demores”. Dios necesita verdaderamente nuestra cooperación.
Si hemos visto que Dios necesita nuestra cooperación, comprenderemos que no podemos ser independientes de Dios en nada. Por una parte, sabemos que si Dios no nos tiene a nosotros, Él no puede avanzar; por otra, si no le tenemos a Él, nosotros no podemos movernos. Necesitamos decirle: “Oh Dios, gracias que he recibido misericordia. Debido a Tu obra de creación y de redención, yo te tengo a Ti e incluso estoy llegando a ser Tú, pero sigo siendo hombre. Dios, Tú no puedes trabajar sin mí. Me necesitas a mí; necesitas al hombre”. Todos deberíamos levantar nuestra cabeza y ser alentados a orar de esta manera por la gracia de Dios. Además, necesitamos decirle: “Sin Ti, yo no puedo hacer nada; te necesito”.
Si planteamos estos tres asuntos juntos, llegaremos a un gran principio: la obra redentora de Dios es llevada a cabo por la labor conjunta de Dios y el hombre. Toda obra se origina en Dios, no en el hombre. El hombre es necesario en todas las obras de Dios, y Dios no puede hacer nada sin el hombre. Dios también es necesario en todas Sus obras, y el hombre no puede hacer sin Dios. El asunto más importante para el siervo del Señor es la relación que tiene con Dios. El grado de nuestra cooperación con Dios determina el grado al cual podemos tocarle y tener contacto con Él. La segunda cuestión es la moralidad. La moralidad nos es necesaria para mantener nuestra posición delante del hombre. Si no tenemos moralidad delante de los hombres, no importa cuánto conocimiento poseamos delante de Dios, no tendremos posición alguna para hablar delante de los hombres. A medida que servimos y laboramos para el Señor, deberíamos dedicar mucho tiempo para tener comunión con el Señor. Al realizar cualquier labor, deberíamos interiormente mantenernos en contacto con el Señor y consagrarnos continuamente al Señor y cooperar con Él.