
Aquel que sirve al Señor debe hacerlo todo al estar unido al Señor, al estar en unión con el Señor. En otras palabras, debe servir al depender del Señor. A menudo no podemos levantarnos para responder a la exigencia del Señor y satisfacer Su necesidad, pero cuando sí podemos levantarnos para satisfacer la necesidad del Señor, corremos el riesgo de no depender del Señor. Es posible no depender del Señor ni acudir a Él porque somos capaces de laborar según nuestra propia capacidad, diligencia y fervor. Todo el que sirve al Señor tiene que evitar actuar de manera independiente. Actuar de manera independiente es hacer al Señor a un lado, es decir, no depender de Él, no orar a Él ni estar unidos a Él y, al contrario, hacer la obra enteramente por nosotros mismos.
Si queremos servir apropiadamente, debemos detener nuestros pensamientos, perspectivas y conceptos porque ningún aspecto de nuestro servicio debe provenir de nosotros mismos. Todo nuestro servicio en su totalidad debe ser del Señor; por tanto, debemos detenernos a nosotros mismos. Podemos recibir el mandato y revelación del Señor sólo cuando nos detenemos.
Cuando alguien recibe el mandato del Señor y la revelación del Señor, de inmediato debe levantarse para cooperar con el Señor. Algunos no pueden levantarse porque no tienen la preparación adecuada. Por ejemplo, algunos tienen un carácter muy complaciente, y otros no están familiarizados con la Biblia. Estas dos razones les impiden levantarse. Otros no lo hacen por causa de la esposa, los hijos y los padres. Cuando el Señor vino para llamar a las personas, algunos no pudieron responder a Su llamamiento porque necesitaban cuidar de las esposas, de los hijos, de los padres, e incluso de su vivir y su seguridad (Dt. 13:6; 24:5; Lc. 14:17-20, 26). De igual modo, muchos reciben el llamamiento del Señor hoy, pero no son capaces de levantarse debido a sus asuntos personales.
Aquellos que pueden responder al llamamiento del Señor son sencillos. Cuando Jacobo y Juan estaban remendando sus redes cerca del mar de Galilea, ellos dejaron su barca y a su padre, y siguieron al Señor tan pronto oyeron Su llamamiento (Mt. 4:21-22). Su respuesta al llamamiento del Señor es la norma. No hay indicios de que ellos hicieran preparativos para cuidar de su padre, sus barcas y sus redes. Su respuesta fue rápida y simple, y no les preocupaban las consecuencias. Esto verdaderamente es un modelo. Es difícil encontrar a alguno que se levante a responder el llamamiento del Señor sin considerar primero sus propias necesidades. Muchos hermanos y hermanas responden al llamamiento del Señor, pero lo hacen como de a rastras; ellos necesitan hacer arreglos relacionados con sus “barcas” y sus “redes”, y también tener un plan adecuado para tomar cuidado de sus “padres”, de modo que sus parientes y amigos no se formen una mala idea y el testimonio del Señor no sufra daños. Sin embargo, es sorprendente que este grupo de galileos no tomaron en consideración ninguna de esas cosas. Ellos abandonaron su barca y sus redes y ni siquiera se preocuparon por su padre; simplemente se levantaron a satisfacer la necesidad del Señor.
En el Evangelio de Mateo, cierto discípulo dijo al Señor: “Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre”, y Él le dijo: “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos” (8:21-22). Cuando el Señor llamaba a alguien, Él no le permitía hacer preparativos. Si el Señor no nos llama, no hay nada que podamos hacer. Sin embargo, una vez que Él nos llama, tenemos que responder a Su llamamiento inmediata e incondicionalmente. Esto es lo que una persona necesita para levantarse. Aunque muchos hermanos y hermanas reciben el llamamiento del Señor, no logran levantarse para responderle. La primera vez que Él nos llama, lo consideramos; la segunda vez que nos llama, todavía no podemos levantarnos; la tercera y la cuarta vez que Él nos llama, nos es aún más difícil levantarnos. Algunos cristianos son llamados a lo largo de su vida continuamente, pero son incapaces de levantarse. En su lecho de muerte, todo lo que sienten es remordimiento. Necesitamos ver solemnemente que cuando recibimos el llamamiento del Señor, de inmediato tenemos que levantarnos para responder a Su llamamiento y satisfacer Su necesidad presente.
En la obra redentora de Dios, nada se puede hacer aparte del hombre. Dios necesita que el hombre coopere y colabore con Él. Sólo el cristianismo degradado enseña que algunos, no todos, pueden servir a Dios. Poco se imaginen que en la salvación que Dios efectúa, todos deben servir a Dios. Dios nos salva a todos y nos llama a todos. Siempre que alguien esté dispuesto a recibir Su salvación, Él lo salva; siempre que alguno esté dispuesto a responder a Su llamamiento, Él lo llama. El problema no es que Él no salve ni llame, sino que no estamos dispuestos a recibir la salvación que Él efectúa ni a responder a Su llamamiento.
La salvación efectuada por el Señor equivale a Su llamamiento; todos aquellos que conocen a Dios entienden esto. El Señor nos salva para llamarnos a servirle. Los Evangelios muestran que cuando el Señor estaba en la tierra, todo el que fue salvo también fue llamado. En la Biblia no hay un solo ejemplo de que el llamamiento del Señor esté separado de la salvación. La Biblia no muestra que Pedro creyó pero que no fue llamado. Pedro fue llamado al mismo tiempo que fue salvo. El hecho de que él fue salvo indica que fue llamado, y si fue llamado indica que fue salvo. Asimismo, Natanael fue llamado al mismo tiempo y en el mismo lugar que él fue salvo (Jn. 1:47-49). Pablo no fue salvo en Damasco y llamado en el desierto; más bien, él fue llamado cuando fue salvo.
En el Nuevo Testamento no vemos a ninguna persona cuyo llamamiento esté separado de su salvación. No podemos hallar un solo ejemplo en el Nuevo Testamento que muestre que una persona fue salva pero que hasta más tarde fue llamada. Si en verdad hemos sido salvos, recibimos el llamamiento de Dios el día que fuimos salvos. La salvación y el llamamiento son una sola cosa. Alguien que ha sido genuinamente salvo tiene el deseo profundo de servir a Dios en cuanto es salvo. Si no tiene el deseo de servir a Dios, es de cuestionar si es salvo. ¿No tuvimos el deseo de servir a Dios en el primer día que fuimos salvos? Tuvimos este deseo debido a que el llamamiento de Dios está incluido en Su obra de salvación. Dios nos salva para que podamos servirle a Él. Dios salva a todos y llama a todos.
Todo lo relacionado con la redención de Dios depende del hombre; así pues, sin el hombre, Dios no puede hacer nada. En Su redención toda la obra es llevada a cabo por el hombre, con el hombre y en la mezcla de Dios con el hombre, y Él nos salva para que podamos servirle. Sin embargo, nuestro problema es que no nos levantamos. Queremos tomar cuidado de nuestras esposas, hijos, padres, familias, profesiones, futuros, fama y riquezas. Hay tantas cosas que debemos atender que no podemos levantarnos. No somos capaces de actuar rápida y decisivamente. Tampoco tenemos el valor ni estamos preparados para tomar riesgos. Tan sólo queremos ser cristianos que disfrutan cierta seguridad. Sin embargo, un cristiano que alcanza la norma asume los riesgos. Responder al llamamiento del Señor nos exige correr ciertos riesgos. Algunos cristianos parecen levantarse, pero como no han sido quebrantados ni disciplinados lo suficiente, no perduran y decaen después de un corto tiempo. Por lo tanto, debemos ver que entre tantos cristianos, no es fácil que el Señor encuentre a algunos que puedan satisfacer Su necesidad. Tales personas son raras de encontrar.
La persona que se levanta por causa de Dios necesita tener la valentía para correr riesgos y tener una voluntad férrea e indomable. Una persona que es tímida y cobarde no puede levantarse. Muy a menudo, de cien personas que el Señor salva, menos de cinco están dispuestas a levantarse por amor a Él. La mayor parte de los cristianos son tímidos, tienen una voluntad débil y son cobardes e indiferentes. A tales personas se les dificulta levantarse, y aun cuando logren levantarse no son de mucha utilidad. Aquellos que se levantan tienen que tener valor y talento. Todo el que le es útil al Señor tiene que tener por lo menos una voluntad fuerte, denuedo y cierta capacidad.
Sin embargo, cuando una persona responde para satisfacer la necesidad de Dios, hay otro riesgo. Puesto que quienes se levantan son algo resueltos y valientes, corren el riesgo de no depender de Dios ni esperar en Dios, sino que más bien hacen las cosas en sí mismos. Aun cuando ellos menosprecian muchos peligros y dificultades y se levantan en pro del Señor frente a repetidas frustraciones, hay un peligro de que ellos se hagan cargo de hacer una obra sin tomar en cuenta lo que el Señor está haciendo. Pueden laborar independientemente por sí mismos y separados del Señor. Ellos pueden hacerle a un lado, sin tener comunión con Él, sin permanecer en Él y sin estar en unión con Él.
En el cristianismo actual hay muchas actividades y obras que han caído en esta categoría. Siempre que alguno tenga la resolución, la capacidad, la responsabilidad y la valentía para correr riesgos, él puede hacer ciertas obras. Ésta es la razón por la que muchas obras en el cristianismo han perdido la presencia del Señor. Esto realmente es alarmante. Podemos hacer muchas cosas sin permanecer en el Señor.
No importa cuán fuertes seamos ni cuánto podamos levantarnos en pro del Señor, todos deberíamos ser débiles en cada paso de nuestra obra. Tenemos que decirle: “Oh Señor, aunque me he levantado, sigo siendo una persona débil. Al igual que los hijos de Israel, necesito que me cargues sobre Tus alas para poder servirte. A los ojos de la gente, puedo parecer muy osado, tener muchas ideas, y puede que tenga una voluntad fuerte, pero Señor, Tú sabes que soy tan débil como el agua. Si Tú no me sostienes y me llevas sobre Tus hombros, no podré caminar una sola pulgada. Oh Señor, separado de Ti nada puedo hacer. Internamente, soy débil en cuanto a la oración. Soy débil en cuanto a tener comunión. Soy débil incluso en cuanto a mi sentir por la obra”. No importa cómo la gente nos evalúe externamente, pensando que somos fuertes, hábiles y firmes en nuestra voluntad, internamente debemos estar en debilidad y temor. Tenemos que decirle al Señor: “Separado de Ti nada puedo hacer. Si bien Tú me necesitas, yo te necesito a Ti. Te necesito no sólo interiormente, sino también exteriormente. Señor, en mi espíritu, necesito de Tu Espíritu; en mi entorno, necesito de Tu mano. Te necesito”.
Una persona que labora y sirve para el Señor en la administración de la iglesia nunca debería actuar políticamente como lo hacen los incrédulos en la comunidad y en la sociedad. Al servir al Señor y administrar la iglesia, nunca deberíamos valernos de trucos ni jugar a la política. En una comunión un hermano sugirió que hiciéramos las cosas de cierta manera. De inmediato le dije: “Hermano, esto es jugar a la política; esto es usar trucos”. Otro día, escuché que un hermano pretendía venir a verme y causar dificultades. Alguien sugirió que le pidiésemos a una hermana que fuera a visitar a la esposa de este hermano para pedirle que ella ejerciera alguna influencia sobre él y cambiara de opinión. Ésta es una manera muy buena para los incrédulos; puede compararse a usar una puerta trasera cuando la del frente está con llave. Pero esto es totalmente inaceptable en el servicio del Señor y en la administración de la iglesia.
Valerse de tretas es prueba de que estamos separados del Señor y que no hemos dependido de Él. Los incrédulos se valen de trucos porque ellos no tienen al Señor, pero aquel que sirve al Señor jamás debería hacer esto. Uno que sirve al Señor está en el Señor. Cuando tal persona encuentra algunas dificultades, nunca debería volverse a la política sino al Señor, y decirle: “No tengo mi propia obra; toda la obra es Tuya. Si Tú permites este problema, lo aceptaré, pero si éste hace que Tu obra sufra, por favor frénalo”.
Cuando administramos la iglesia, nunca deberíamos emplear nuestros ingeniosos pensamientos ni nuestras excelentes habilidades. Un problema que surja en la iglesia se agravará más, mientras más tratemos de evadirlo. La iglesia no necesita pedir que los problemas vengan, y tampoco necesita rehuirlos. Cuando los hijos de Israel se levantaban para crear problemas, oponerse o rebelarse, ni Moisés ni Aarón hacían nada por sí mismos; simplemente se retiraban y se postraban delante de Dios (Éx. 15:24-25; Nm. 14:1-5; 16:1-4, 19-24, 41-45). Cuando Moisés oyó que el pueblo murmuraba, le dijo a Jehová: “¿Por qué has tratado mal a Tu siervo [...] que has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? [...] ¿De dónde conseguiré yo carne para dar a todo este pueblo? Porque vienen a mí llorando y diciendo: ¡Danos carne para comer! No puedo yo solo llevar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía” (11:11-14). Ésta es una oración de una persona que conoce a Dios. Moisés era un gran político, un gran líder militar y un gran educador; él era un hombre de gran capacidad que sabía cómo jugar a la política. Sin embargo, si leemos detenidamente los cuatro libros de Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, veremos que él nunca se valió de tretas al guiar a los hijos de Israel.
Moisés era un hombre anciano (Éx. 7:7); no era inexperto. Había vivido en el palacio de Egipto (2:10) y había conducido a los hijos de Israel a salir de Egipto y cruzar el mar Rojo, y ellos le obedecían (14:31). Sin embargo, siempre que se enfrentaba a un problema, nunca asumió una posición elevada delante de los hombres. En vez de ello, al instante se postraba sobre su rostro delante de Dios (Nm. 14:5; 16:4, 22, 45; 20:6). Cuando los israelitas adoraban al becerro de oro al pie del monte Sinaí, Dios dijo a Moisés: “Tu pueblo, que sacaste de la tierra de Egipto, se ha corrompido [...] que se encienda Mi ira contra ellos” (Éx. 32:7, 10). Inmediatamente Moisés le habló a Dios de Su pueblo, diciendo: “Tu pueblo, que Tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano poderosa [...] a quienes juraste por Ti mismo y les dijiste: Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y daré a vuestra descendencia toda esta tierra de la cual he hablado” (vs. 11, 13). Moisés le estaba diciendo: “Oh Dios, Tú tienes que perdonarlos; aun si no quisieras hacerlo, aun así Tú tienes que perdonarlos”. Moisés negoció con Dios, y finalmente “Jehová se arrepintió del mal que había dicho que haría a Su pueblo” (v. 14), y dio reposo a Moisés (33:14).
Esto significa que Moisés era un hombre que estaba firme del lado de Dios, pero que no servía al Señor en su yo. Pudo estar firme del lado del Señor porque confiaba en Él con respecto a su servicio. El Señor era su soporte, su muro en derredor, su escudo, su estandarte y su fortaleza. Él sirvió al Señor al permanecer en el Señor. En el Antiguo Testamento tenemos a Moisés, y en el Nuevo Testamento tenemos a Pablo, quien dijo: “Del cual yo fui hecho ministro conforme al don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de Su poder” (Ef. 3:7). Pablo no dependía de su propio conocimiento ni de los trucos aparentes sino, internamente, del poder de Dios y, externamente, de la mano de Dios.
Es difícil que una persona capacitada dependa de Dios y reciba Su dirección. Nueve de cada diez personas que se levantan en pro del Señor son de voluntad firme y fuerte. En el servicio que rinden al Señor, tales personas necesitan ablandarse interiormente tan pronto se levanten a servir. Una persona débil no es útil, pero una persona que sea demasiado fuerte tampoco tiene utilidad. La que es débil no puede levantarse, pero la que es demasiado fuerte no puede depender del Señor. Siempre debemos recordar que servir al Señor está relacionado con la obra del Señor y con satisfacer Su necesidad en coordinación con Él. La mayoría de la gente es débil cuando debe ser fuerte, y es fuerte cuando debe ser débil. Así pues, entre tantas personas es difícil que el Señor encuentre a algunos que sean verdaderamente útiles. Algunos, no importa cuántas veces el Señor los llame, no se pueden levantar a responderle; ellos están preocupados o por las esposas o por sus hijos. Otros que se levantan, sin embargo, no se ablandan interiormente. Ellos son como un asno salvaje, pues actúan separados del Señor.
En el asunto de servir al Señor, debemos tener claridad respecto a tres puntos, o no tendremos ninguna utilidad. Primero, debemos ver que la obra del Señor se lleva a cabo cuando Él se mezcla con el hombre. El Señor no trabaja solo, y tampoco el hombre puede trabajar por sí mismo; más bien, el Señor labora en unión con el hombre, y el hombre necesita dejar que el Señor labore porque Él es el Señor. Segundo, debemos ver que necesitamos levantarnos con fuerza para cooperar con Él a fin de satisfacer Su necesidad. Tercero, necesitamos ver que una vez levantados, de inmediato debemos postrarnos delante del Señor. De lo contrario, nuestro celo, nuestra búsqueda y nuestro deseo no le corresponderán al Señor.
El Señor a menudo quiere que nos detengamos, pero no podemos detenernos. Además, cuando nos levantemos en respuesta al Señor, Él nos dirá: “Debes postrarte en Mí”. Muchos de nosotros no pueden hacer esto sin valerse de trucos y métodos. Al estar sirviendo con los hermanos desde 1946 hasta el presente, he aprendido a no usar trucos ni métodos humanos cuando tenemos problemas. Temo más a los trucos que a los pecados. Esto no significa que somos más insensatos que otros porque no tenemos tretas astutas, sino que Aquel a quien servimos no necesita de nuestros trucos. Todo el que sirve al Señor debe aprender estas tres lecciones cruciales.
Les es difícil levantarse a quienes no pueden levantarse, pero también les es difícil postrarse a quienes se han levantado. Sólo aquellos que se levantan y luego se postran son útiles delante de Dios. Sólo aquellos que pueden detenerse en la obra de Dios, que se levantan en respuesta a Su llamamiento y se postran al participar en Su servicio pueden servir a Dios y administrar la iglesia. Cuando sentimos que el Señor no está presente en cierta obra, no deberíamos hacerla. Aun si ésta tuviera un gran impacto, no deberíamos llevarla a cabo. Aunque la gente nos pueda elogiar, no deberíamos hacer ninguna labor en donde el Señor no está presente. No deberíamos seguir adelante sin tener comunión con el Señor y sin tener Su presencia. Moisés guió a los hijos de Israel al depender de la presencia del Señor (Éx. 33:15). Cuando servimos al Señor, también necesitamos la presencia del Señor.
Estos tres puntos —detenerse en la obra de Dios, levantarse en respuesta a Su llamamiento y postrarse en Su servicio— parecieran ser contradictorios, y algunas personas no pueden soportar los cambios. Cuando queremos que ellos se detengan, no pueden detenerse, pero una vez que se detienen, lo hacen a tal extremo que incluso dejan de meditar y orar. Detenerse cuando el Señor lo desea no es una lección sencilla. Un hermano que tenía gran entusiasmo no era capaz de detenerse por mucho que se lo rogábamos. Cuando finalmente se detuvo, lo hizo hasta tal punto que ni siquiera reconocía ser un cristiano. Éste es un problema. Cuando queríamos que él se detuviera, no podía detenerse, pero cuando se detuvo lo hizo de una manera extrema. Por consiguiente, él perdió su utilidad al Señor. Así pues, tenemos que aprender a detenernos a nosotros mismos en la obra del Señor, a levantarnos en respuesta al mandato del Señor y a postrarnos continuamente en nuestro servicio a Él. Por mucho que los hijos de Israel atormentaran a Moisés, él siempre estuvo dispuesto a levantarse, pero también se postraba siempre ante Dios y dejaba que Él obrara.
Pregunta: Aunque no deberíamos recurrir a tretas cuando servimos al Señor, también necesitamos ser prudentes. ¿Cuál es la diferencia entre emplear tretas y ser prudentes?
Respuesta: Mateo 10:16 dice: “He aquí, Yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas”. Ser prudentes equivale a escaparse de las dificultades y los daños que otros nos causan; ser sencillos se refiere a no hacer daño a los demás. La prudencia está relacionada con evitar que seamos heridos por otros; de ahí que, no se aplica entre los santos. Ser prudentes difiere de emplear tretas. Las tretas se emplean para alcanzar las metas que uno tiene, mientras que la prudencia es necesaria para evitar ser heridos por otros.
Pregunta: Pedro siguió al Señor incondicionalmente porque se encontró con el Señor. Sin embargo, nosotros no nos hemos encontrado con el Señor. ¿Qué deberíamos hacer?
Respuesta: Si una persona quiere responder al llamamiento del Señor, primero tiene que experimentar que el Señor lo llame. Si hemos tenido esta experiencia, hemos encontrado al Señor. Pedro respondió al llamamiento del Señor muy rápido, porque tuvo un encuentro con el Señor. Si no hemos tenido un encuentro con el Señor, no es necesario responderle. Sin embargo, no creo que ninguno de entre nosotros pueda decir verdaderamente que nunca se ha encontrado con el Señor. Si un hermano dice eso, quiere decir que él no es salvo. Toda persona salva ha tenido un encuentro con el Señor en su espíritu.
¿Qué significa ser salvo? Un hermano dijo una vez que la rigurosidad con que entrevistamos a la gente antes que se bauticen debería volver a examinarse. Sin embargo, el rigor de la entrevista no es el objetivo; más bien, cuando entrevistamos a la persona debemos poder percibir si ella ha tenido un encuentro con el Señor. Si ella se ha encontrado una vez con el Señor, ella es salva. Sin embargo, si apenas ha oído, creído y recibido una doctrina, cuando mucho ella es sólo una persona devota. Si alguno ha tenido un encuentro con el Señor, aun cuando externamente diga que él no cree, internamente, no podrá evitar creer en Él.
Todo el que es salvo ha tenido un encuentro con el Señor, pero la diferencia es que algunos lo han hecho de forma prevaleciente, y otros sólo de forma moderada. Asimismo, cuando una persona se encuentra con el Señor, en ella se produce cierta exigencia interna; dicha exigencia es el llamamiento del Señor. No nos preocupa si una persona ha tenido un encuentro con el Señor, sino si después de ese encuentro, ella lo toma con seriedad, responde rápidamente y con una entrega absoluta. Antes de tener un encuentro con el Señor, ella no necesita responder a Su llamamiento, pero después que ella es salva y se encuentra con el Señor, de inmediato debería responder al llamamiento que Él le hace.
Además, es poco probable que no nos hayamos encontrado con el Señor después que somos salvos, porque el Señor viene a nuestro encuentro repetidamente, mientras caminamos por la calle. A veces cuando estamos en el automóvil, Él viene a nosotros; a veces cuando estamos de compras, Él viene a nuestro encuentro. Él viene a nuestro encuentro en diferentes ocasiones. La pregunta es cómo le respondemos cuando Él viene a encontrarnos. Nuestro problema no se relaciona con que no podamos tocar al Señor ni encontrarnos con Él, sino que somos demasiado lentos y torpes para responder a Su llamamiento.
Pregunta: ¿Moisés fue llamado después que cumplió ochenta años?
Respuesta: El llamamiento de una persona tiene un principio, un curso y una compleción. Si investigamos el tiempo en que Moisés fue llamado, ello ocurrió antes de la fundación del mundo. El llamamiento de Moisés no fue un hecho casual ni un vago capricho de Dios. El nombre Moisés significa “sacado”. Mucho antes de la fundación del mundo, él fue sacado. Dios también apartó a Pablo desde el vientre de su madre (Gá. 1:15). No sólo el acto de nuestro llamamiento tomó lugar antes de la fundación del mundo; aun nuestra salvación ocurrió antes de la fundación del mundo.
Esto muestra que Dios dio varios pasos en la preparación de Moisés. Primero, Dios preparó unos padres piadosos que, después que él había nacido, le infundieron pensamientos divinos (Éx. 2:7-9). Segundo, Dios le preparó el entorno del palacio en Egipto a fin de que recibiera la mejor educación de sus tiempos para poder guiar a los hijos de Israel (3:10; Hch. 7:22). La comisión de Moisés no podía haberla asumido una persona que no tuviese ningún adiestramiento. Así pues, Dios permitió que él estuviera dentro del palacio para que fuese regulado y educado apropiadamente. Tercero, mediante la infusión que recibió de sus padres, Moisés tuvo el pensamiento y concepto divinos de que necesitaba rescatar a los hijos de Israel (He. 11:24-25). Para él, éste fue el comienzo del llamamiento de Dios. Cuarto, Dios preparó el desierto a fin de forjar el carácter de Moisés. Aunque él tenía pensamientos divinos y había recibido una alta educación, su carácter no había sido adiestrado totalmente, y no había pasado por ninguno de los padecimientos humanos (Hch. 7:23-28). Él era muy fuerte. No tenía hijos ni ningún entorno peculiar, así que Dios hizo que él fuese pastor de ovejas en el desierto por cuarenta años para que pudiera ser refinado en un horno como acero endurecido (v. 29). Cuando todos estos entornos habían sido preparados y tuvieron éxito, Dios vino y lo llamó de forma definitiva. En este momento, el llamamiento de Dios estaba completo (v. 30).
Así pues, es difícil determinar cuándo Dios llamó a Moisés. Si consideramos la fuente, tenemos que decir que fue antes de la fundación del mundo, pero también ocurrió en el palacio, en el desierto y en el proceso de entrenamiento. Entonces Dios intervino. El mismo principio se aplica a nosotros. Si vemos en retrospectiva, podemos testificar que nuestro llamamiento fue predestinado por Dios en la eternidad pasada. Luego, en cierto tiempo, Él dispuso que estuviéramos en el entorno apropiado y no nos soltó; fue para ese tiempo que respondimos a Su llamamiento.
Pregunta: ¿El así llamado límite de la obra se aplica sólo a los obreros?
Respuesta: En la Biblia, la palabra obra tiene un sentido amplio y un sentido estricto. En un sentido amplio, todo lo que Dios hace en esta era por medio de la iglesia, los santos y los obreros, mediante el servicio que le rinden a Él, es la obra de Dios. En un sentido estricto, hay muy pocos, tales como Pablo, que fueron elegidos y llamados por Dios y comisionados por el Señor para hacer Su obra. Así pues, el significado de la palabra obrero también tiene dos significados, uno amplio y otro estricto. En un sentido amplio, todos los santos que predican el evangelio para Dios son obreros de Dios. En un sentido estricto, solo aquellos, como los apóstoles, que Dios envía a predicar el evangelio y a establecer iglesias en todo lugar son obreros de Dios. Por ejemplo, en un sentido amplio podemos decirles a los santos que todos necesitan hacer la obra de Dios, lo cual significa que todos los hermanos y hermanas tienen parte en la obra de Dios. En principio, el sentido estricto está incluido en el sentido amplio. Por ejemplo, algunos responden al llamamiento de Dios de forma particular y sirven a Dios de manera específica.
Pregunta: Después de oír esta clase de mensaje, nos da temor movernos en las reuniones. Por ejemplo, si pensamos que Dios no se ha movido, no queremos movernos; por consiguiente, nadie se atreve a abrir su boca para orar.
Respuesta: Esto muestra que ustedes no han captado el punto principal del mensaje, sino más bien los puntos triviales. No es correcto que no se muevan ni oren, porque Dios no se ha movido durante el tiempo de oración. Si necesitáramos esperar hasta que Dios se mueva para poder respirar y comer, ¿cómo sobreviviríamos? Si Dios no se mueve, el hombre no debe moverse. Éste es el principio correcto, pero ustedes lo han aplicado de forma errónea. El hecho de que sin Dios uno no debe moverse significa que nuestro servicio delante de Él tiene que ser iniciado por Él, no por nosotros. Éste es un principio excelente.
Por supuesto, este principio puede aplicarse en asuntos menores. Por ejemplo, en una reunión de oración, si Dios no se mueve, no deberíamos movernos. En términos de la responsabilidad de la reunión, éste es el principio correcto. Sin embargo, necesitamos ver que la responsabilidad de venir a la reunión está relacionada con la carga que hemos recibido. Por lo tanto, cuando asistimos a una reunión, deberíamos asumir la carga de orar, cantar o compartir. Esto no se trata de venir a la reunión y preguntar si Dios se está moviendo, ni si Dios quiere que llevemos la responsabilidad de la reunión. Antes de asumir una responsabilidad, primero deberíamos preguntar si Dios se ha movido y nos ha confiado esta responsabilidad a nosotros. Si Dios está moviéndose en nosotros, guiándonos, dirigiéndonos y queriendo que llevemos cierta responsabilidad, sabremos si algo procede de Dios tan pronto lo recibamos. Después de recibir una responsabilidad, ya no necesitamos seguir esperando y buscando al Señor. Si alguien nos confía el cuidado de un niño, y nos queda claro que esto proviene del Señor, tenemos que cuidar del niño, cocinando para él y dándole un baño; no es necesario esperar a que el Señor se mueva más en este respecto. En nuestro servicio a menudo tenemos el principio correcto, pero la aplicación incorrecta.
En una reunión un hermano podría decir de una manera muy espiritual: “Si Dios no se mueve, yo no me moveré. Si yo me muevo primero, eso sólo sería una actividad religiosa”. Un hermano que diga esto, tarde o temprano se volverá muy pasivo. No asistimos a una reunión de oración simplemente por asistir, sino para orar. Podemos primero preguntarle al Señor internamente: “¿Debo ir a la reunión de oración?”. Esto puede compararse a recibir una invitación para ir a comer a la casa de alguien. Antes de ir, deberíamos considerar si ir o no ir. Pero después que decidimos ir, deberíamos comer y beber libremente cuando estamos en su casa. Si no comemos ni bebemos nada, la gente nos preguntará el porqué. Sería inapropiado decir que necesitamos considerarlo, porque el tiempo para considerarlo ya pasó. Por lo tanto, en una reunión deberíamos usar enérgicamente nuestro espíritu para tener comunión con Dios. En dicha comunión percibiremos el sentir de Dios, y sabremos si debemos o no debemos orar. No deberíamos ser pasivos en las reuniones.
Una persona genuinamente espiritual normalmente tiene mucho que ministrar en las reuniones, debido a que ella está unida al Señor en comunión. En una reunión de comunión, si todos están a la espera y nadie abre su boca, en cierto momento alguien dará un testimonio extraño, y luego alguien más también dará otro testimonio extraño. Esto arruinará la reunión. Todos quieren ser espirituales y esperar el mover del Espíritu Santo, pero esto hará que la reunión caiga en una especie de pasividad. Si todos ejercitamos nuestro espíritu activamente para tener comunión con el Señor en espíritu, todos tendremos algo que decir, y la reunión será viviente. Por esta razón, en cada reunión debemos activamente tener comunión con el Señor en espíritu y no esperar pasivamente a que Él mueva nuestro espíritu que permanece en condiciones de muerte. Todos debemos aprender esta lección.
¿Qué significa ser activos en el espíritu? ¿Qué significa ser pasivos en el espíritu? ¿Qué significa actuar en comunión? Y ¿qué significa actuar de manera independiente? Tenemos que aprender estas lecciones. Actuar de manera independiente es religión; actuar en unión con el Señor es la iglesia. Tenemos que ejercitar nuestro espíritu para que nuestro espíritu sea fuerte y toque a Dios. No deberíamos dar nuestras opiniones, pero podemos pedirle a Dios que nos dé Sus mandatos. Tenemos que ser tan fuertes que podemos pedirle a Dios, forzar a Dios y urgir a Dios que nos libere Sus mandatos. Esto es ejercitar nuestro espíritu y ser activos en espíritu. Esto significa que tenemos que ejercitar nuestro espíritu para tocar al Espíritu de Dios y permitir que el Espíritu de Dios empuje nuestro espíritu. De esta manera, cuando tengamos contacto con Dios, de inmediato podremos percibir la voluntad de Dios. Si nuestro espíritu es viviente, causaremos que toda la reunión toque al Espíritu, ya sea que oremos o leamos la Biblia.