
Lectura bíblica: Sal. 36:7-9; Jn. 1:4; 8:12; 10:10; 6:63; Ro. 8:2
Ya vimos que la meta de Dios en la creación y en la redención es la vida. Dios creó al hombre a fin de que éste obtuviese la vida. Además, la historia de todo el universo está relacionada con la vida que se halla en los seres vivientes, siendo la vida de Dios la vida más elevada. La fuente de cada vida que existe en el universo es Dios. Por lo tanto, la historia del universo se deriva de la vida de Dios. Si queremos conocer y entender la salvación que Dios nos otorga, debemos ver que la única meta de Dios es la vida; la vida es el único propósito de Dios, y todo lo que sucede en el universo se debe a la vida y se origina en la vida.
Ahora necesitamos ver dos puntos cruciales: ¿a qué se refiere la vida de la que hablamos, y cómo contactamos y tocamos esta vida? La Biblia muestra que la fuente de la vida es Dios; Dios es el origen de la vida. Salmos 36:9 dice: “Porque contigo está la fuente de la vida”. En otras palabras, la vida está en Dios. En los versículos del 7 al 9, hay ciertos puntos que están relacionados y que debemos considerar. El versículo 7 habla de la benevolencia amorosa de Dios y dice que Su preciosa benevolencia amorosa permite que los hijos de los hombres se refugien a la sombra de Sus alas. El versículo 8 habla de la grosura de la casa de Dios y del río de Sus delicias que se dan para que el hombre disfrute de ellos. El versículo 9 tiene dos puntos especiales: “Porque contigo está la fuente de la vida” y “en Tu luz vemos la luz”. Examinemos estos cuatro puntos: primero, el hombre puede refugiarse en la benevolencia amorosa de Dios; segundo, el hombre disfruta la grosura de Dios y el río de Sus delicias cuando se refugia en la benevolencia amorosa de Dios; tercero, el hombre disfruta la grosura de Dios y el río de Sus delicias en la vida de Dios; y cuarto, el hombre puede tocar la vida de Dios en Su luz.
En el Nuevo Testamento podemos ver más claramente que la vida es el Cristo encarnado (Jn. 1:1, 4, 14). En Juan 14:6 el Señor Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la realidad, y la vida”. Él mismo dijo que Él es vida. Que Dios sea vida significa que la vida no es simplemente algo que procede de Dios, sino que es Dios mismo. Juan 1:4 dice que la vida y la luz son lo mismo. Juan 8:12 vincula la vida y la luz, y habla de la luz de la vida. En 10:10 el Señor Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. En 6:63 Él dijo: “El Espíritu es el que da vida [...] las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. El versículo 63 comienza diciendo que el Espíritu da vida y finaliza diciendo que las palabras que el Señor nos habló son espíritu y son vida. Cuando Romanos 8:2 habla de “la ley del Espíritu de vida” se refiere a la vida, al Espíritu y a la ley.
En el salmo 36 la benevolencia amorosa de Dios, la grosura de Su casa y el río de Sus delicias se refieren a las riquezas de Dios; todas las riquezas de Dios se hallan en Su vida. Cuando el hombre toca la vida de Dios, toca las riquezas de Dios. En Su vida podemos disfrutar, probar y tocar el amor, dulzura y riquezas de Dios. Este salmo nos deja ver que en la vida de Dios podemos tocar las riquezas que se hallan en la naturaleza de Dios. La vida es la naturaleza de Dios, la sustancia de Dios. Toda la plenitud de la Deidad habita corporalmente en Cristo (Col. 2:9). Cristo es vida, esto es, la vida divina. Él vino a la tierra para que el hombre pudiera obtener a Dios y obtener Su vida (Jn. 10:10). Esto comprueba que la vida es Dios mismo. Apocalipsis 22:1-2 muestra que el río de agua de vida y el árbol de la vida proceden y crecen de Dios. La vida se origina en Dios porque la vida es Dios. Por consiguiente, cuando Dios fluye y es disfrutado por el hombre, se le llama vida.
El arroz al vapor y el arroz crudo son una buena ilustración. El arroz al vapor proviene del arroz crudo; los dos son esencialmente lo mismo. Si nos sirven granos de arroz crudo, no los podremos disfrutar ni comer, y no saciarán nuestra hambre. Si hemos de comer y disfrutar estos granos de arroz crudo, y así satisfacer nuestra hambre, éstos tienen que ser cocinados al vapor. Cuando Dios está solo allá en el cielo, Él no tiene ninguna relación con nosotros, ni puede ser disfrutado por nosotros. En tal condición únicamente se le puede llamar Dios. Sin embargo, cuando Él se imparte a Sí mismo en nuestro ser para que le comamos y disfrutemos, entonces se le puede llamar vida. La vida procede de Dios, y la vida es Dios. Si entendemos estas palabras, sabremos por qué el Señor dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo” (Jn. 6:51). Él es el pan de vida. Él es el Dios que existía desde el principio, y Él entró en el tiempo para que el hombre pueda obtenerle y disfrutarle aquí en la tierra y para saciar el hambre que éste tiene de hallar satisfacción.
El Señor es el pan de vida, y Él es vida. Cuando comemos arroz al vapor, no ingerimos los granos de arroz sacados directamente de un saco de arroz ni de un contenedor de arroz. El arroz al vapor consta de los granos que han sido cocinados, preparados y puestos sobre la mesa a fin de que podamos comerlo. Aquel que está en el cielo es en realidad el Dios que estaba en la eternidad. Un día Él salió de la eternidad, al igual que se vierte el saco de arroz para que salgan los granos. Luego, Él entró en el tiempo y vino a la tierra a fin de llegar a ser el “arroz al vapor” servido sobre la mesa para el disfrute del hombre. Para este tiempo, Él es llamado vida, y Él es el pan de vida.
El Evangelio de Mateo relata que una mujer cananea vino al Señor y clamó: “¡Ten misericordia de mí, Señor, Hijo de David!”, pero el Señor no le respondió palabra. Ella lo intentó de nuevo, diciendo: “¡Señor, socórreme!”. El Señor respondió: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”. Aunque la mujer cananea era una gentil, era muy bendecida y conocía a Dios, por lo cual dijo de inmediato: “Sí, Señor; también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (15:22-27). El pan sobre la mesa es para los hijos, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa. Esto significa que el Señor descendió del cielo como pan de vida para que el hombre le comiera. La tierra de los judíos puede compararse a un comedor, y los judíos eran los hijos de Dios, pero ellos desperdiciaron su pan y lo echaron bajo la mesa. Ellos alejaron al Señor de la tierra de los judíos y lo tiraron a la tierra de los gentiles. Lo que dijo la mujer cananea indica que si bien ella era un perrillo, el Señor Jesús no se hallaba sobre la mesa sino bajo la mesa, de manera que ella podía comerle y disfrutarle como pan. Ella admitió que era un perro, pero un perro también tiene su porción. El pan bajo la mesa era su porción. Debido a esto, el Señor la elogió, diciendo: “¡Oh mujer, grande es tu fe!” (v. 28). Nuestro Dios no sólo es el Dios del cielo; Él es también el pan de vida. Además, Él no sólo es el pan de vida; también es las migajas que cayeron de la tierra de los judíos y, como tal, Él puede satisfacernos interiormente a nosotros, los gentiles. Así que, la vida es Dios mismo.
Si Dios no tiene una relación con el hombre, Él permanecería en lo alto de los cielos, en donde el hombre no podría tocarle ni contactarle. Dios sería Dios, y el hombre sería el hombre. Sin embargo, Dios descendió del cielo y vino a la puerta del corazón del hombre. Ahora nuestro Dios es el pan de vida. Cuando le abrimos nuestro corazón, Él llega a ser nuestra vida en el momento que entra en nuestro ser. Ésta es la razón por la que Pablo dice que Cristo es nuestra vida (Col. 3:4). La vida es Dios mismo.
A menudo oímos decir que la vida de cierto hermano o hermana es verdaderamente maravillosa y rica. Si yo hubiese oído una palabra así hace diez años, sin lugar a dudas lo hubiera creído. Sin embargo, gradualmente Dios ha abierto mis ojos y he visto que la humildad de cierto hermano o la docilidad de cierta hermana no necesariamente son el resultado de que ellos sean ricos en la vida divina. En 1948, cuando estuvimos en Nankín, llegó una hermana de Hebei, y los santos me hablaron de la espiritualidad de ella, sugiriendo que ella era rica en la vida divina. De inmediato les pregunté en qué basaban su opinión. No pudieron responderme. Les dije que si las apariencias externas, tales como la velocidad de su andar, su modo de hablar con propiedad y la frecuencia de sus sonrisas eran las bases de tales consideraciones, entonces las estatuas de María en las catedrales católicas también podían considerarse como muy espirituales, porque ellas permanecen quietas, inmóviles y nunca se enojan. Lo que determina si una persona es espiritual no son las apariencias externas.
La vida es Dios mismo, y la vida es Cristo. Existen realmente tales cosas como humildad, docilidad y quietud en vida. Sin embargo, la humildad de mucha gente no es vida, y la docilidad de muchos tampoco es vida. Más bien, estas características son apenas un comportamiento. La vida genuina es Dios mismo; el comportamiento es el hombre mismo. Siempre que hablamos de la vida, nos estamos refiriendo al Dios que disfrutamos. Él es el Dios que entra en nuestro ser para hacerse cargo de nuestros problemas y resolver nuestras dificultades. Si necesitamos satisfacción, Él viene a ser nuestra satisfacción; si necesitamos docilidad, Él llega a ser nuestra docilidad. Dios es vida, y la vida es Dios mismo. El comportamiento es el hombre mismo, y es producido por la labor y los actos del hombre.
Cuando la vida se manifiesta en nuestro vivir, Dios surge desde nuestro ser y se expresa en nosotros. En ocasiones cuando contactamos a uno de los santos, percibimos su orgullo, mientras que con otro percibimos su humildad. Éstas son dos diferentes clases de personas. Sin embargo, al tener contacto con otro santo, no podemos decir si él es orgulloso o humilde; en vez de ello, sentimos que estamos tocando a Dios, y es como si estuviésemos delante de Dios. No percibimos ni orgullo ni humildad; lo único que percibimos es Dios y Su presencia. Esto es la vida.
La vida es Dios mismo; la vida es Dios a quien vivimos y expresamos. Cuando Dios es expresado, la vida es manifestada. Muchas veces la humildad del hombre está impregnada del sabor humano, no del sabor divino. Por el contrario, a veces conocemos a gente que nos habla de manera franca y directa. Esta palabra franca y directa podría hacernos sentir tristes y heridos, pero en lo profundo de nuestro ser sentimos que hemos tocado a Dios y experimentado Su presencia. Esto es vida. La vida es Dios mismo. Cuando la vida se manifiesta en nuestro vivir, Dios es manifestado.
Esto no es nuestra teología ni el resultado de nuestra investigación; ésta es la revelación de la Biblia. El Antiguo Testamento nos dice que la vida está en Dios (Sal. 36:9). El Nuevo Testamento habla claramente de que la Palabra se hizo el Cristo encarnado. Él es vida, y Él viene para que el hombre tenga vida y para que la tenga en abundancia (Jn. 10:10). Dios desea que el hombre obtenga a Dios mismo.
Si queremos conocer a Dios, tenemos que conocer la vida. Si queremos obtener y tocar todo lo relacionado con Dios, necesitamos tocar la vida de Dios porque todas las riquezas de la naturaleza de Dios se hallan en Su vida. Esto puede compararse a la carne que contiene una gran cantidad de nutrientes. Si queremos recibir los nutrientes de la carne, tenemos que comerla. De igual manera, Dios es muy rico y muy dulce, y todas Sus riquezas y dulzura se hallan en Su vida. Salmos 36:7-8 dice: “¡Qué preciosa es, oh Dios, Tu benevolencia amorosa! / Por eso los hijos de los hombres se refugian a la sombra de Tus alas. / Son saturados de la grosura de Tu casa, / y Tú los haces beber del río de Tus delicias”. La grosura y el río de vida han de ser disfrutados por el hombre a la sombra de Dios, esto es, en Su casa, en Él mismo.
Al final de la Biblia, Apocalipsis 21:22 dice: “No vi en ella templo, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son el templo de ella”. En la Nueva Jerusalén no hay templo, porque el templo es Dios mismo. Disfrutar la grosura de la casa de Dios equivale a disfrutar las riquezas de Dios en Dios mismo, porque con Él está la fuente de la vida. Necesitamos comprender que la grosura y las riquezas de Dios se hallan en Su vida. Los incrédulos no conocen esta vida, ni pueden tocarla. Si no tienen la vida, tampoco tienen la grosura porque todo lo relativo a Dios está en Su vida. Todas las riquezas de los granos de arroz se hallan en el arroz cocinado, así que si queremos recibir los beneficios de los granos, tenemos que comer y recibir el arroz cocinado. Debido a que las riquezas de Dios se hallan en Su vida, si queremos recibir las riquezas de Dios, debemos tocar la vida porque Dios mismo es la vida.
Puesto que la vida es Dios mismo, ¿cómo puede el hombre tocar y obtener la vida de modo que esta vida pueda entrar en él? Uno de los discípulos le hizo una petición muy interesante al Señor Jesús, diciendo: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta” (Jn. 14:8). Esto indica que ellos sabían de Dios el Padre, pero nunca le habían visto ni tocado. ¿Era Él grueso o delgado? ¿Era alto o bajo? ¿Cuál era exactamente Su aspecto, y qué estaba dentro Él y cuál era Su manera de ser? Los discípulos no tenían la menor idea y estaban intrigados. Habían oído acerca del Padre, pero nunca le habían visto. Por eso, ellos le pidieron al Señor que les mostrara al Padre y estarían satisfechos.
El Señor respondió: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí?” (vs. 9-10). Esto significa que el Señor es el Padre, y el Padre es el Señor. Esto puede compararse a una persona que pide que le muestren cómo se ve un grano de arroz, pese a que come arroz todos los días; esto es muy extraño.
Entonces, ¿dónde está Dios? Dios está en Cristo. El Mí en la frase el Padre está en Mí, es Cristo, quien es la Palabra encarnada. ¿Dónde está Cristo? En Juan 14 el Señor Jesús dijo que el Padre está en Él, y luego dijo que Él dejaría a los discípulos dentro de poco. Aunque el Padre está en Él, Él no quería que los discípulos valoraran esto como un tesoro y se asieran a Él. El Señor dijo a los discípulos que no dejasen que su corazón se turbara, ni que tuviesen miedo, porque Él los dejaría dentro de poco pero vendría otra vez (vs. 18-19, 27-28). Él vino como Espíritu, “el Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce” (v. 17). Esto muestra que Dios está en Cristo, y Cristo es el Espíritu.
¿Dónde está el Espíritu? El Espíritu tiene un nombre muy especial; Él es llamado el Espíritu de vida (Ro. 8:2), lo cual significa que el Espíritu da vida a la gente. Juan 6:63 dice que las palabras que el Señor habla son espíritu y son vida. El Espíritu es vida. Algunos podrían pensar que estoy confundido y que voy dando rodeos. Comenzamos hablando respecto a la vida, y ahora estamos hablando del Espíritu; pareciera que hablar respecto a la vida, Dios, Cristo y el Espíritu fuera como si diéramos muchas vueltas. En realidad, el Espíritu es el Espíritu de vida. En otras palabras, la vida es Dios, Dios está en Cristo, Cristo es el Espíritu y el Espíritu es vida.
¿Dónde está la vida? La vida está en aquellos que creen en Él. Esto es absolutamente cierto, pero ¿cómo entra la vida en el hombre? Necesitamos ver que la vida es la luz del hombre. Salmos 36:9 dice: “Porque contigo está la fuente de la vida; / en Tu luz vemos la luz”. Por favor, recuerde que la vida está en la luz y que esta vida es la luz del hombre. Donde la luz resplandece, allí viene la vida. Donde viene la vida, el Espíritu también está allí. Donde el Espíritu esté, allí está Cristo. Donde Cristo esté, allí está Dios. Donde Dios esté, allí está la vida. La vida está en la luz.
¿Dónde está la luz? La luz está en la palabra de Dios. Las palabras que el Señor nos habla son espíritu y son vida (Jn. 6:63). Ministramos la palabra de Dios porque esperamos que la palabra de Dios entre en todos los hombres. Tan pronto como la palabra de Dios entra en el hombre, ésta viene a ser luz. Una vez recibimos la luz interiormente, obtenemos la vida. Cuando la luz es recibida por el hombre, llega a ser vida. Además, la vida es el Espíritu, el Espíritu es Cristo y Cristo es Dios. Esto no es una teoría, sino una realidad espiritual. El que ha experimentado esto se postrará en adoración y dirá amén.
Siempre que tocamos la palabra del Señor, la palabra llega a ser la luz en nosotros, y la palabra llega a ser la vida que satisface nuestra hambre. Sentimos que estamos comiendo de la grosura y bebiendo del río de Sus delicias, e interiormente estamos llenos de la presencia de Dios, llenos del suministro de Cristo y llenos del Dios Triuno. Por consiguiente, cuando la palabra de Dios opera y comienza a hacer efecto en nosotros y si le obedecemos de buena voluntad, de inmediato somos llenos de luz, de vida, de la presencia del Espíritu, de Cristo y de Dios. De esta manera, cuando la gente tiene contacto con nosotros, percibe en nosotros a Dios, a Cristo, al Espíritu, la vida, la luz y la palabra de Dios. Siempre deberíamos tener presente que la vida es Dios, que Dios está en Cristo, que Cristo es el Espíritu, que el Espíritu es vida, que la vida es la luz y que la luz procede de la palabra de Dios.
Cuando tenemos comunión con el Señor en la mañana, a veces tenemos la sensación de haber recibido una palabra de parte de Dios. A veces la palabra parece tangible, y habla claramente en nosotros; otras veces la palabra parece más intangible, como si apenas fuese una sensación. Independientemente de su forma, es la palabra de Dios. Tan pronto recibimos interiormente una palabra así, de inmediato obtenemos la luz. Esta luz es el mover del Espíritu, y redunda en que somos llenos de vida. De esta manera, interiormente percibimos a Dios, a Cristo y al Espíritu, e interiormente estamos llenos de vida y luz. Cuando las personas nos abordan, tienen el sentir de que están tocando a Dios, a Cristo, al Espíritu, la vida y la luz. Por consiguiente, si podemos o no podemos tocar, contactar y obtener la vida dependerá de la manera en que manejemos la palabra de Dios y de cómo tengamos contacto con ella.
A menudo recibimos una palabra de Dios, la cual es producto del mover del Espíritu en nosotros, y tiene como propósito que contactemos y toquemos la vida. Pero ¿cómo manejamos esta palabra? Mucha gente escucha los mensajes, pero no toca la palabra de Dios. Muchas personas leen la Biblia, pero no oyen la palabra de Dios. Algunos leen libros espirituales, pero nunca tocan al Señor. Esto se debe a que ellos desobedecen e ignoran al Señor, e incluso alegan y discuten con Él. Es por esta razón que la luz de ellos se pierde, y que la vida y Cristo desaparecen.
Esto no sólo sucede en nuestro vivir diario; a menudo tenemos esta clase de experiencia en la reunión del partimiento del pan. Si el Espíritu en nosotros nos da una palabra o una sensación de que debemos abrir nuestra boca y alabar al Señor, deberíamos recibir esta palabra y abrir nuestra boca y alabar al Señor. De este modo, recibiremos la luz interior, y esta luz es la vida, el Espíritu, Cristo y Dios. Cuando respondemos a esta sensación y ofrecemos alabanzas al Señor, sentimos la satisfacción de la vida, la dulzura de Cristo, la presencia de Dios y el mover del Espíritu. Aun después de irnos a casa, interiormente continuamos sintiendo la dulce presencia de Dios.
Lamentablemente, mucha gente tiene una sensación, una palabra sin forma, pero no están dispuestos a obedecer. En vez de ello, interiormente se ponen a razonar, pensando: “El Señor quiere que me levante para alabar y orar, pero si mi oración no es buena, mi desprestigiaré y seré un hazmerreír”. Cuando ellos comienzan a razonar, la luz en ellos desaparece, y la vida, Cristo y Dios también desaparecen. Como resultado, durante la reunión del partimiento del pan ellos se sienten vacíos e insatisfechos interiormente. Cuando se van a casa, siguen estando vacíos y no pueden tocar a Dios, y se van a dormir con esta sensación de vacío. A la mañana siguiente cuando se levantan, sienten que Dios está muy lejos de ellos. Su comunión interior no será restaurada a menos que confiesen delante de Dios: “Oh Señor, perdóname. Aquel día Tú me diste una palabra en la reunión del partimiento del pan, pero no te obedecí”.
Por consiguiente, si queremos tocar la vida, necesitamos la palabra, la sensación que el Espíritu nos da. Tal sensación es la palabra viva de Dios. Aunque es silenciosa, ciertamente es una palabra viviente. Deberíamos aceptarla y obedecerla. Si hacemos esto, la palabra en nosotros llegará a ser luz. Ésta luz es la vida, Cristo, Dios y el Espíritu. Si todos practicáramos de esta manera, podríamos tocar a Dios todos los días. Ésta es la manera de tocar a Dios, y el que toca a Dios de esta manera es bendecido. Ser bendecido es tener la vida de Dios como una realidad espiritual.