
En cuanto al estado de confusión en que se halla la iglesia hoy, deberíamos tener una actitud apropiada hacia otros grupos cristianos. Primero, tenemos que reconocer que todos los que creen en la redención efectuada por la preciosa sangre del Señor y que han recibido la vida de Dios son nuestros hermanos y hermanas en el Señor, no importa en dónde ellos se reúnan o el camino que tomen. Nunca deberíamos pensar que los cristianos que no se reúnen con nosotros no tienen la vida del Señor, ni podemos decir que los cristianos que no se reúnen con nosotros no aman al Señor. Ninguno de estos conceptos es correcto. Aparte de nosotros, hay miles y miles de salvos, y entre ellos hay muchos que aman genuinamente al Señor.
Segundo, deberíamos tener comunión y contacto personal con estos hermanos y hermanas, pero deberíamos tratar de evitar cualquier relación con sus organizaciones. Nos asociamos con los individuos porque ellos son nuestros hermanos y hermanas, pero no con los grupos ni las organizaciones. Sin embargo, nuestra comunión debería tener un propósito doble. Por una parte, podemos recibir cierta ayuda espiritual de ellos; por otra, podemos brindarles alguna ayuda espiritual. Con la excepción de estas dos razones, no es necesario tener comunión. Tenemos que aprender a ser rectos y honestos delante del Señor. Si otros nos brindan su ayuda, debemos ser humildes para recibir la ayuda, y tenemos que estar dispuestos a brindarles ayuda según sus necesidades. Ésta es la razón más importante, incluso la única razón, para tener contacto con otros creyentes. Si no tenemos contacto para disfrutar de un suministro mutuo, la comunión no es necesaria. Ésta debería ser nuestra actitud hacia otros cristianos.
No estamos de acuerdo que nuestros hermanos y hermanas participen en algún grupo u organización cristianos, porque actualmente las organizaciones cristianas tienen muchos problemas. Con respecto a aquellos que incluso predican el evangelio puro, por así decirlo, su grupo, su organización y su entendimiento de Dios no son mayormente según la verdad. El Señor puede testificar a favor nuestro que no tenemos la intención de criticarlos, pero sus organizaciones impiden totalmente que las personas sigan al Señor.
Por una parte, reconocemos que en las organizaciones cristianas hay hermanos y hermanas y que deberíamos tener comunión con ellos. Por otra parte, no estamos de acuerdo con que las organizaciones mismas deban existir, ni aprobamos ningún contacto con estas organizaciones, porque ellas impiden que las personas conozcan al Señor. Aunque no aprobamos esto, no hay un reglamento sobre ello entre nosotros, y no es un elemento de nuestra fe. En otras palabras, si un hermano o hermana que parte el pan y adora al Señor entre nosotros contactara alguna organización cristiana, o participara en ella, ése es un asunto que él o ella debe llevar delante del Señor. No ejercemos ningún control en este asunto. Sin embargo, por causa del servicio que rendimos a los santos, tenemos que hablar una palabra franca delante del Señor. No estamos de acuerdo que los hermanos y hermanas participen en ningún grupo u organización cristianos. Si algunos piensan que es beneficioso para ellos ir allí, esto es un asunto de ellos delante del Señor. Es probable que no tengan un entendimiento apropiado sobre este asunto, pero un día, si se les muestra misericordia, comprenderán que estas organizaciones no pueden ayudarles a ganar más de Cristo. Sin embargo, no estamos aquí para controlar a los hermanos y hermanas. Este asunto debe exponerse abiertamente porque, al llevar nuestra responsabilidad en el servicio, tenemos que hablarles francamente de esto a los hermanos y hermanas.
In 1947 cuando estuvimos laborando en Shanghái y Nankín, un hermano occidental que pertenecía a La Misión al Interior de la China vino a verme después de una conferencia y me dijo: “Doy gracias al Señor por abrir la puerta del evangelio en varias universidades; el Señor está bendiciendo esta obra”. Luego nos hizo la humilde petición de que nos uniésemos a ellos en el mover del evangelio en estas universidades. En aquel tiempo había muchas hermandades de jóvenes cristianos predicando el evangelio en varios recintos universitarios, pero nosotros teníamos una actitud diferente. No prestábamos atención a lo que otros hicieran, sino que sólo nos concentrábamos en hacer fielmente la obra del Señor. El Señor nos había confiado una responsabilidad, y nuestros hermanos se hallaban en varias universidades de Shanghái. Por tanto, la obra del evangelio en la Universidad Nacional de Chiao Tung era muy efectiva, y muchos hermanos y hermanas iban en pos del Señor. Además, muchos hermanos que asistían al Colegio Médico de la Defensa Nacional en Nankín eran salvos. Debido a que nuestra obra del evangelio en las diversas universidades era muy bendecida por el Señor, los hermanos occidentales de La Misión al Interior de la China tenían la esperanza de que cooperaríamos con ellos.
En aquel momento le contesté, diciendo: “En cuanto a su petición, sentimos que estaría bien hacerlo. Sin embargo, necesitamos clarificar unos cuantos asuntos. Primero, lo que nosotros creemos es también lo que ustedes creen; nuestra fe es la misma que la suya. En cuanto a predicar fervientemente el evangelio, somos iguales, y no hay ningún problema. Segundo, en cuanto al asunto de guiar a quienes son salvos a ser edificados y conocer la vida del Señor, creemos que ustedes son iguales que nosotros. Sin embargo, hemos encontrado un problema en China por más de veinte años”. A este punto él comenzó a ponerse nervioso. Yo continué, diciendo: “Hermano, en cuanto al evangelio que predicamos, ustedes nos responden con un absoluto amén, y en cuanto a la verdad de la edificación que hablamos, también están de acuerdo. Sin embargo, desde que fuimos levantados por el Señor en China hace unos veinte años atrás, el cristianismo nos ha atacado y causado problemas. Se nos ha atacado y molestado, no por el evangelio que predicamos ni por la verdad de la edificación que hablamos, sino por la absoluta invalidación que pronunciamos acerca del actual cristianismo organizado. Hermano, los dos estamos de acuerdo en términos del evangelio y la edificación espiritual. Simplemente espero que cuando ustedes vayan a los recintos universitarios, presenten solamente el evangelio y nada más”. Él asintió, y creo que entendió mi respuesta y nuestra posición. Desde aquel día, él nunca mantuvo correspondencia con nosotros ni se reunió más con nosotros. Nosotros repudiamos absolutamente cualquier organización del cristianismo, pero ellos no pueden abandonar su organización. En este asunto nunca podemos ser uno.
Este hermano occidental fue muy comprensivo. Él sabía que como no podíamos abandonar nuestra postura, no podíamos acceder a su petición. En términos del evangelio y de la edificación espiritual, él no necesitaba hacernos ninguna petición. No obstante, en términos de la práctica, él pertenecía a una organización de la cual nosotros no podíamos ser parte y que habíamos rechazado por más de veinte años. Él estaba claro de que rechazábamos la forma del cristianismo organizado a la cual ellos pertenecían, no el evangelio ni la verdad que predicaban. Por esta razón le dije que sería bueno que ellos llevaran únicamente el evangelio a los jóvenes de las universidades, y no las cosas relacionadas con su organización. Ésta es nuestra actitud.
Reconocemos que muchos de los hijos de Dios predican el evangelio y hablan la palabra de vida; no negamos esto. Sin embargo, delante del Señor y por Su gracia, repudiamos las organizaciones del cristianismo. No aprobamos que los santos tengan contacto con estas organizaciones, pero esto no implica que ejercemos control sobre los santos. Si los santos los contactan o no, eso depende de ellos.
Algunos hermanos y hermanas han preguntado por qué no invitamos a otros hermanos del cristianismo a ministrarnos la Palabra y por qué no ministramos la Palabra a otros grupos cristianos, dado que hay entre nosotros algunos hermanos que ministran muy bien la Palabra. Nuestra respuesta permanece igual; no podemos participar en ninguna organización. Entre ellas hay hermanos que pueden ser verdaderamente muy dotados, pues saben cómo hablar la verdad y brindarles ayuda a las personas. También confesamos que ellos necesitan recibir la bendición que nosotros hemos recibido y la luz que hemos visto. No obstante, con el fin de evitar confusiones y problemas, no deberíamos tener contacto con sus organizaciones. El cristianismo está lleno de confusión, y esto les impide a las personas conocer al Señor.
Por ejemplo, cierto grupo cristiano que enseña doctrinas ortodoxas en ocasiones invita a algún modernista para que predique doctrinas modernistas, incluyendo a un predicador extranjero que es muy popular en Taiwán. Él es un modernista que no cree ni en la encarnación del Señor Jesús, ni en la concepción del Señor Jesús por el Espíritu Santo, ni en el nacimiento virginal, ni en el poder de la sangre del Señor para lavar los pecados, ni en la resurrección del Señor, ni en la ascensión del Señor al tercer cielo ni en el regreso del Señor en el futuro. Él no cree en estos siete asuntos. Sin embargo, estos asuntos son puntos cruciales del evangelio. Si éstos desaparecieran, nuestro evangelio no sería realmente el evangelio. Esto muestra cómo la confusión latente en el cristianismo les impide a los creyentes a conocer la verdad y la salvación que Dios efectúa. Cuando las personas escuchan a este predicador, posiblemente sean impresionados con su elocuencia, pero de hecho, sin saberlo han sido perjudicados.
No tenemos intención de ejercer control sobre los hermanos y hermanas al impedirles que reciban ayuda de otros. Sin embargo, basándonos en la experiencia que hemos adquirido con los años, vemos que los beneficios que recibimos cuando nos predican personas ajenas o cuando les predicamos a otros grupos, no pueden compensar los daños que sufrimos. No vale la pena el esfuerzo, así que lo mejor es no hacerlo.
Con base en nuestra experiencia de más de veinte años, hemos llegado a la conclusión de que no deberíamos preocuparnos por lo que otros están haciendo; simplemente deberíamos vivir delante del Señor. Con respecto a los otros, no necesitamos interferir y, con respecto a nosotros, deberíamos seguir fielmente la luz que hemos recibido del Señor. Puede ser que la predicación de cierta persona sea muy edificante, pero no la invitaremos a ministrar la Palabra debido a la confusión imperante en su trasfondo y entorno, y no iremos a su grupo. En un sentido positivo, no estamos desocupados ni deambulando. Tenemos una comisión específica y cosas específicas que queremos cumplir. Para llevar a cabo nuestra comisión no necesitamos invitar a otros. Esto no significa que somos orgullosos; éste simplemente es el hecho.
El Señor nos ha comisionado una obra en Taiwán que nos será muy difícil completar aun si redoblamos nuestros recursos humanos y nuestro tiempo. Verdaderamente no tenemos tiempo de hacer nada aparte de cumplir con nuestra responsabilidad. Tampoco podemos esperar que personas ajenas a nosotros nos brinden una ayuda mayor. Si el Señor nos muestra que hay un grupo de personas aparte de nosotros que puede prestarnos una ayuda genuina debido a la bendición que ellos han recibido, gustosamente los invitaremos a que compartan su bendición con nosotros. Esta comunión en cuanto a nuestra actitud hacia otros cristianos y otros grupos cristianos es muy necesaria, ya que los santos se hallan en diferentes niveles y en diferentes condiciones; esto es, algunos saben cómo ejercer discernimiento, y otros no. Por favor, recuerden que ésta es nuestra actitud; no es un credo ni un estatuto entre nosotros. Los santos tienen libertad propia. Siempre y cuando ellos no hayan cometido un pecado manifiesto contra el Señor, ellos pueden disfrutar de la comunión en la mesa del Señor.
¿Tienen las iglesias un centro de organización? Cuando leemos el Nuevo Testamento, resulta fácil pensar que Jerusalén era un centro organizativo. Cuando era joven estudié en una escuela cristiana, y en la Biblia que ellos publicaban leí una nota de pie de página que decía que Jerusalén era la sede de las iglesias. Puesto que yo no tenía claridad en cuanto a la verdad, pensé que eso era cierto. A medida que seguí leyendo la palabra del Señor, poco a poco pude ver que las iglesias no tienen un centro organizativo en la tierra. Jerusalén no era la sede de una organización centralizada. Jerusalén era un centro, pero no era el centro de una organización, sino de la obra. Según las Escrituras, las iglesias no tienen un centro con referencia a una organización. Las iglesias en Jerusalén, Samaria y Antioquía eran todas iguales. No existía un centro de una organización, ni sedes ni sucursales, ni había una sucursal mayor que controlara a otra menor.
En términos de la apariencia de las iglesias localmente, no tenemos un centro; ninguna iglesia puede controlar a otra iglesia. Sin embargo, tenemos un centro en términos de la obra y el suministro espiritual. En aquel tiempo Jerusalén era el centro de la obra en todos los lugares. Cuando las iglesias se encontraban con problemas espirituales y necesitaban del suministro espiritual, Jerusalén era el centro del suministro, pero no era un centro en términos de una organización. Jerusalén era el centro de la obra y del suministro espiritual. Éste es un principio básico en la Biblia.
Necesitamos explicar cuatro asuntos a los hermanos y hermanas. Primero, no tenemos un centro financiero. No tenemos un centro para mantener nuestro dinero y nuestras finanzas. Todas las misiones y denominaciones mantienen sus finanzas en un lugar centralizado, y luego de ese centro se distribuye el dinero. A esto se le llama centro financiero. Sin embargo, según la luz y el principio de la Biblia, no queremos ni nos atrevemos a tener un centro financiero, porque una vez se forme un centro financiero, automáticamente se crea una organización.
Todos sabemos que el dinero es algo muy poderoso. El dinero está relacionado con el poder, e inconscientemente incluye las relaciones humanas. Es difícil que alguien reciba dinero de otra persona y que no se halle bajo el control de dicha persona. El que tiene dinero tiene autoridad. Es por esto precisamente que no queremos tener un centro financiero. En todos los años no hemos tenido un centro financiero entre nosotros. Incluso hoy en día, si un hermano sirve al Señor a tiempo completo, sólo el hermano sabe la cantidad que recibe para su sustento.
En ocasiones un hermano que lleva la delantera goza de muy buena reputación y recibe una comisión mayor. Puede ser que los santos le confíen una gran suma de dinero y le piden que lo use en relación al Señor. En este momento, él puede recibir la dirección de compartir una parte con cierto hermano. Sólo él y el Señor saben de esta transacción; no está involucrada una tercera persona. Nadie debería controlar a un hermano con su dinero. Si hay un control, éste debe provenir del Señor. El siervo del Señor no debe considerar que el dinero que recibe es un salario bien merecido. Si éste es el caso, se da lugar a una organización, y él se halla bajo el control del hombre. Espero que este asunto nos quede claro una vez para siempre. No tenemos un centro financiero entre nosotros.
Nunca deberíamos pensar que la iglesia en Taipéi es la sede y el centro financiero de las iglesias en Taiwán. Si tenemos tal concepto, deberíamos abandonarlo rápidamente porque es erróneo. No es correcto que los hermanos y hermanas que tienen cierta capacidad financiera piensen que su dinero debería enviarse a Taipéi, cuando el Señor les guía a ofrendarlo. Si el Señor les conduce a enviar dinero a Taipéi, eso está muy bien; sin embargo, los santos no deberían tener el concepto de que existe un centro financiero, porque esto infringe la autoridad del Espíritu Santo. Éste es un asunto trascendental. Si las finanzas invaden un lugar, emergerá una organización y el control del hombre ciertamente estará presente.
Segundo, a muchos que se les ha mostrado misericordia quieren levantarse para servir al Señor. Ellos deberían levantarse a servir al Señor, pero también deberían tener claro que quienes sirven al Señor deben hacerse cargo de sus necesidades diarias. Nadie es responsable por nosotros; ni una iglesia ni el centro de la obra es responsable por nosotros. Si se nos muestra misericordia y tenemos deseos de servir al Señor, tenemos que tratar con este asunto delante del Señor exhaustiva y directamente. Si somos abatidos por la pobreza o el hambre, no deberíamos acudir a la gente por ayuda, porque nadie es responsable por nosotros. Este asunto debe ser llevado a comunión desde el comienzo mismo. Hemos recibido misericordia y nos hemos levantado para servir a Dios debido a Su llamamiento. Así pues, el Señor es nuestro Ayudador. Deberíamos recibir el suministro de parte de Él, y no pedirle a nadie que cargue con esta responsabilidad.
Si una escuela contrata a algún maestro, la escuela es responsable por él; si la escuela no le paga su salario, él puede apelar a la corte. Sin embargo, cuando nos levantamos para servir a Dios, tenemos que comprender que no nos ha contratado una persona, un centro ni una organización; más bien, el Señor mismo nos ha llamado. Por consiguiente, necesitamos confiar en el Señor con respecto a la responsabilidad de satisfacer nuestras necesidades.
Aunque hay hermanos y hermanas en muchos lugares que sienten que deberían servir al Señor a tiempo completo, esto no significa que hayan sido contratados o empleados por nosotros, ni que deberíamos hacernos responsables de su vivir. Éste no es el caso. Los hermanos responsables de todas las iglesias necesitan tener un entendimiento exacto de este asunto. No hay entre nosotros un centro financiero o un centro de gobernación. Puedo decirles francamente que yo no sé cuánto dinero gasta la iglesia en Taipéi, porque yo no controlo las finanzas de la iglesia en Taipéi.
Las finanzas de todas las iglesias son independientes las unas de las otras. Ellas están delante del Señor y no son controladas por el hombre. Espero que los hermanos y hermanas que aman al Señor y que los santos que aman las iglesias hagan su mejor esfuerzo por cuidar de las necesidades en las iglesias, incluyendo las necesidades de los servidores de tiempo completo. Espero que entre nosotros nadie controle ni gobierne el asunto de las finanzas, sino que tengamos una dulce comunión con todas las iglesias en mutualidad.
Cuando recién nos levantamos para servir al Señor en Taiwán, la mayor parte de los hermanos y hermanas no tenía ningún entendimiento sobre este asunto; por tanto, las necesidades de muchos servidores no eran cubiertas de manera apropiada. Sin embargo, el Señor ha tenido misericordia de nosotros en este asunto, y el suministro está comenzando a llegar. De ahora en adelante, las iglesias y los santos deberían aprender a cuidar de las necesidades de los servidores de tiempo completo; al mismo tiempo, los servidores deberían aprender a no confiar en el hombre, sino más bien a esperar confiados en el Señor y vivir delante de Él. En estos asuntos tenemos que aprender bien las lecciones. Necesitamos tratar con el Señor, ejercitando nuestro espíritu para acercarnos a Él y ejerciendo nuestra fe para confiar en Él. Además, necesitamos aprender a cooperar con Él en fe y recibir Sus tratos disciplinarios.
Tercero, el Señor realmente nos ha concedido Su gracia y nos ha preservado, de modo que no tenemos un centro organizativo, ni tenemos a nadie que controle nuestras finanzas. Si hay alguno, ése es el Espíritu Santo, el Señor mismo. Espero que todos los servidores de tiempo completo aprendan a esperar en el Señor, y todos los que aman al Señor en las iglesias aprendan a ser guiados para que puedan dar para las necesidades de la obra y de los obreros. Si un obrero recibe más ofrendas, él no debería guardarlas para su uso personal, sino que debería tomar cuidado de las necesidades de otros colaboradores. Debería suceder que al que recoja mucho, no le sobre, y al que recoja poco, no le falte. Algunos colaboradores, cuya posición es más prominente, quizá reciban más ofrendas. Tales deberían cuidar de los colaboradores que tienen una menor posición. Puesto que todos los colaboradores laboramos juntos en la obra del Señor, no deberíamos pensar que el abundante sustento del Señor es sólo para nuestro uso personal. Necesitamos cuidar de los otros colaboradores.
Los que no han aprendido a vivir delante del Señor prefieren gastar en ellos mismos en vez de tomar cuidado de otros; ellos están dispuestos a ver sufrir a otros. En circunstancias normales, si un colaborador ha recibido más, él debería tomar cuidado de otros. El Señor quiere que seamos fuertes en este asunto a fin de no caer bajo el control del hombre ni en un sentido de inferioridad. Sin embargo, esto no significa que no haya un centro en la obra ni en los asuntos espirituales. Pablo era quien llevaba la delantera entre los creyentes gentiles, y Pedro y Juan eran los líderes entre los creyentes judíos. Esto no era una organización, sino un centro que era la base de la obra espiritual. El Señor confió la obra a estos hermanos que llevaban la delantera, y se les encomendó hacer la obra del Señor.
Cuarto, tenemos que aprender a andar en la senda apropiada del Señor sin desviación alguna. No deberíamos decir que podemos ser descuidados porque las iglesias son financieramente independientes y porque no tenemos un centro en la obra. Esto es un error. Tenemos que tomar en cuenta los dos aspectos. De esta manera aprenderemos a tener una comunión apropiada y a recibir el suministro espiritual sin estar involucrados con el control y los métodos humanos. En el aspecto físico, no confiamos en el hombre, no estamos bajo el control del hombre y no tenemos un centro. Sin embargo, en el aspecto espiritual y con relación a la obra, sí tenemos un centro y ninguno de nosotros puede actuar de manera independiente.
Hay varios principios que espero que los hermanos responsables de todas las iglesias puedan tener bien claro. Primero, según la comunión anterior, todos los que ingresan al entrenamiento deben ser aquellos que tienen la capacidad para ser colaboradores. Segundo, necesitamos cuidar de las necesidades de las iglesias en nuestras localidades y de las necesidades de los entrenantes de una manera equilibrada. Necesitamos decidir, con base en las necesidades, quienes deberían permanecer en las iglesias y quienes deberían venir e ingresar al entrenamiento. Tercero, los que ingresan al entrenamiento tienen que venir todo el tiempo. Si algunos pueden venir únicamente al inicio, pero no pueden quedarse hasta la compleción del entrenamiento, no deberemos tomarlos en consideración. Cuarto, nunca deberíamos presionar a alguien para que deje su empleo y venga al entrenamiento. Una persona debería estar clara si ella debe o no debe dejar su empleo permanentemente; no podemos reemplazar la función de su conciencia. Es mejor que los que trabajan permanezcan en sus empleos, a menos que ellos mismos sientan que deben hacerlo y tengan una clara confirmación de parte de los que llevan la delantera en ese respecto. Necesitamos descubrir si los que desean dejar sus empleos por causa del entrenamiento han sido persuadidos por otros o si ellos mismos quieren hacerlo. Quinto, necesitamos considerar la capacidad financiera de la gente. Conforme a nuestro presupuesto, los que vienen al entrenamiento tienen que encargarse de sus propios gastos; no tenemos manera de cuidar de ellos. Tenemos que dejarles saber esto claramente.