
Lectura bíblica: Fil. 3:6-8
Necesitamos ver los obstáculos que la vida de Dios encuentra en nosotros. Creo que muchos hermanos y hermanas, hasta cierto punto, conocen la vida de Dios y han visto un poco sobre ella. Los hermanos y hermanas también tienen cierto entendimiento en cuanto a la manera de obtener esta vida y lo que sucede al obtenerla. Sin embargo, por experiencia sabemos que la vida de Dios también confronta obstáculos y dificultades en nosotros. Cada parte de nuestro ser, tanto interna como externamente, presenta algunos obstáculos a la vida. Aunque sabemos que la vida de Dios ha entrado en nosotros para ser nuestra vida y para ser expresada en nuestro vivir, esta vida, en realidad, encuentra obstáculos en nosotros. Por eso, es muy difícil que la vida pueda expresarse en nuestro vivir.
Todo nuestro ser constituye un obstáculo para la vida de Dios. La vida de Dios encuentra muchos obstáculos en nosotros. Entre mil cristianos es difícil hallar uno que permite que la vida de Dios tenga una vía libre en él. Es difícil hallar un décimo del uno por ciento, mucho menos uno por ciento, que le dé libre acceso a Dios. Los problemas más difíciles y las restricciones más severas que la vida de Dios encuentra en el universo están relacionados con estos obstáculos que se encuentran en el hombre. Éste es un asunto muy serio y amerita que lo estudiemos a cabalidad.
Es un hecho que fuimos salvos y que la vida de Dios ha entrado en nosotros. Sabemos de la vida de Dios, y también sabemos cómo tocarla y contactarla. No obstante, la vida de Dios aún no tiene manera de avanzar en nosotros, y no puede lograr lo que quiere en nosotros porque a diario encuentra obstáculos en nuestro ser. En nuestro vivir diario no le damos a la vida de Dios la manera de avanzar, ni le cedemos terreno en nuestro ser. Todo lo relativo a nuestro hombre natural restringe la vida de Dios. Aun la exhortación que hacemos a los demás puede ser un problema para la vida de Dios. Todo lo que tenemos, ya sea bueno o malo, aprobado o desaprobado, puede ser un obstáculo para la vida de Dios.
Nunca deberíamos pensar que la tibieza y los retrocesos de algunos hermanos y hermanas constituyen un obstáculo para la vida de Dios, pero que la búsqueda celosa del Señor por parte de otros santos no es un obstáculo. Este concepto es falso. Con frecuencia, nuestro celo y nuestra búsqueda son los mayores obstáculos para la vida de Dios. Asimismo, no deberíamos pensar que la impiedad y mundanalidad de algunos santos son un obstáculo para la vida de Dios, pero que los santos que portan la semejanza de Dios en sus vidas, que no aman el mundo y renuncian al pecado, no presentan obstáculo alguno. Esto no es necesariamente cierto. Podría ser que Dios encuentre obstáculos significativamente más grandes y aún más fuertes en estos santos, que en quienes son impiadosos e injustos.
Por consiguiente, necesitamos dedicar mucho tiempo para ver cuáles son los obstáculos que la vida de Dios encuentra en nosotros. Aunque éstos sean asuntos negativos, el peligro es bastante grave; por lo cual tenemos que estudiarlos. Hemos conocido a muchas personas que aman y buscan al Señor con gran celo y que son muy piadosas, pero raramente conocemos personas que permiten que la vida de Dios halle una vía libre en ellos. Raramente vemos que la vida de Dios fluya libremente de cualquier persona sin encontrar algunas dificultades. Entre los cristianos de hoy, casi no podemos hallar a ninguno que le deje el camino libre a Dios. Si pudiésemos hallar una persona así, sería la mayor bendición del universo y el milagro más excelente. Esto significa que es muy raro y digno de atención encontrarnos con alguien que no ponga restricciones ni obstáculos delante de Dios. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que no sólo conozcamos la vida y el camino de la vida, sino también para que descubramos las cosas que la obstruyen y restringen.
El primer problema que la vida de Dios encuentra en el hombre es el problema de la ignorancia. Después que una persona es salva y llega a ser cristiano, aún mantiene sus ideas y conceptos. Después de ser salva, la persona incluso tiene conceptos y nociones sobre lo que significa ser un cristiano apropiado. Es posible que alguien crea en el Señor el primer día, sea bautizado al segundo día y al tercer día considere qué clase de persona debe ser el cristiano. Todos tenemos conceptos. Sin embargo, todos los conceptos del hombre están en tinieblas. No importa si somos sabios o necios, si poseemos una gran educación o ninguna educación, todos nuestros conceptos humanos están en tinieblas y nos impiden conocer la vida y conocer a Cristo. Por muy buenos, encantadores y preciosos que sean nuestros conceptos, todos están en tinieblas y nos impiden conocer a Cristo como vida en nuestro interior.
Después que algunas personas son salvas y se convierten en cristianos, tienen el concepto de que necesitan ser celosos y predicar el evangelio. Ellos no comprenden que incluso este concepto puede estar en tinieblas e impedirles conocer la vida. Otros tienen un concepto diferente. Ellos piensan que ser un cristiano genuino supone renunciar al mundo, a la fama y a las riquezas. Menosprecian todo lo que sea físico y mundano, y procuran abandonar todo lo mundano. Para ellos, esto es lo que significa ser un cristiano modelo. No obstante, debemos recordar que estos conceptos están en tinieblas y que nos impiden conocer la vida. La gente tiene tales conceptos porque no conoce la vida.
Por consiguiente, el primer problema que la vida de Dios encuentra en nosotros es que no percibimos las tinieblas de nuestros conceptos humanos. No comprendemos que nuestros conceptos, aun cuando parezcan ser correctos e íntegros, de hecho están llenos de tinieblas y carecen de vida. Una vez convertidas en cristianas, las personas, en su mayor parte, piensan que deberían ser celosas y abandonar el mundo. Desde la perspectiva del hombre, esto suena muy lógico, pero sin la vida de Dios, no es muy práctico.
Ser cristiano no es cuestión de celo, ni una cuestión de propagar el evangelio, ni es cuestión de abandonar el mundo, ni siquiera es una cuestión de no interesarse por el disfrute material. Ser cristiano no depende de ninguna acción; no depende de nada que se halle bajo el sol. Ser un cristiano depende de cómo nos ocupamos del Cristo que está en nosotros. El día que fuimos salvos, recibimos al Cristo viviente, quien llegó a ser la vida en nuestro ser. Desde ese día en adelante, el hecho de ser cristianos no ha dependido de otra cosa, sino de ocuparnos del Cristo viviente en nosotros. Lo único que importa es cómo nos ocupamos del Cristo viviente que mora en nosotros.
Después de ser salvos, el concepto de querer ser bueno está en todos nosotros. Pensamos que ser un cristiano quiere decir abandonar el mundo, ser celosos y predicar fervientemente el evangelio. Éste es un concepto natural del hombre. Es lo que nosotros pensamos, no el pensamiento de Dios. Tan pronto somos bautizados, es común pensar que deberíamos ser celosos y predicar el evangelio. Sin embargo, cuando oramos y tenemos comunión con Dios en la mañana, el Cristo viviente en nosotros podría tocarnos de una manera diferente según Su operación y mover constante en nosotros. Entonces realmente nos empiezan a suceder cosas. Por ejemplo, a medida que Él opera en nosotros, vemos que algunas cosas que habíamos hecho en el pasado eran inapropiadas, tales como golpear a nuestra esposa, culpar a nuestro esposo o quejarnos de los demás. Incluso tendremos el sentir de que deberíamos pedir perdón. Por lo tanto, necesitamos desprestigiarnos e ir a quienes hemos ofendido y decir: “Lamento de verdad la forma en que te traté en el pasado. También ofendí a Dios. Ahora te pido, por favor, que me perdones”. Esto es lo que Cristo está haciendo en nosotros. Cuando oramos, el Cristo viviente actúa en nosotros y nos motiva a pedir perdón a quienes hemos ofendido.
Sin embargo, después de experimentar esta operación interior, es posible que un hermano no quiera disculparse, sino que comienza a razonar, diciendo: “Soy un hombre, un hombre genuino. Perderé mi prestigio si me disculpo con mi esposa. Iré y predicaré el evangelio y eso será suficiente”. Así que él le pide al Señor: “Concédeme el poder para predicar el evangelio”. Si somos este tipo de cristiano, habremos errado porque nuestra meta ha venido a ser la predicación del evangelio y el celo, en vez de seguir al Cristo viviente que mora en nosotros. He estado en la vida de iglesia por muchos años y he visto que algunos tienen gran celo y son incansables en la predicación del evangelio, pero cuando vamos a sus casas, la esposa nos dice: “Tal vez otros crean en Jesús, pero yo no lo haré. Otros pueden predicar el evangelio, pero yo no creo en lo que mi esposo predica”. Con frecuencia, ésta es nuestra situación.
Podemos predicar el evangelio y tener gran celo, pero esto no significa que el Cristo viviente se exprese en nuestro vivir. Podemos ser celosos y activos al predicar el evangelio e ignorar totalmente el sentir del Cristo viviente en nosotros. El Cristo viviente quiere conquistarnos y quebrantarnos, pero nosotros no queremos permitirlo. Desde el día que fuimos salvos, no hemos dejado que Cristo nos quebrante ni siquiera una vez. Aceptamos lo que coincide con nuestro gusto, tal como el celo y la predicación del evangelio, pero hacemos a un lado por completo todo lo que no coincida con nuestros gustos, tal como pedirle disculpas a nuestra esposa. Ésta es nuestra verdadera situación. Aunque nos esforzamos mucho al considerar lo que debemos hacer antes de ir a predicar el evangelio, nuestra esposa o esposo podrían estar pensando: “¡Vas a ir a predicar el evangelio! Tú no tienes a Cristo ni ninguna realidad”. Esto muestra que nuestro celo y nuestra predicación del evangelio son puras actividades religiosas. El Cristo viviente no está actuando en nosotros ni se expresa en nuestro vivir.
Si verdaderamente conocemos al Señor, cuando oremos a Él en la mañana, Él actuará en nosotros y nos dará el sentir de que debemos disculparnos con nuestra esposa. Después de haber orado, deberíamos humillarnos a nosotros mismos y pedirle disculpas a nuestra esposa por nuestros errores pasados. Después de ello, necesitamos decirle al Señor: “Oh Señor, gracias. He obedecido Tu mover en mí. No tengo otra elección; no quiero mantener mi propio concepto. Tú eres mi única elección y mi único concepto”. Si todos hiciéramos esto, el Cristo viviente tendría más terreno y más oportunidad para hablarnos y para darnos incluso otro sentir más. El resultado de esta operación continua se extendería a la manera en que nos relacionamos con los demás, o podría llegar a abarcar nuestras malas acciones para con ellos. En esos momentos necesitamos preocuparnos solamente por Cristo, y no por nuestro prestigio ni por nuestra autoestima. Necesitamos ir a las personas y disculparnos por nuestros errores pasados. De esta manera, Cristo ciertamente ganará más terreno en nosotros.
Creo que quienes han experimentado esto pueden testificar que después de tener tal experiencia, verdaderamente se sintieron llenos de la presencia de Cristo. Aun cuando estamos aquí en la tierra, sentimos como si estuviésemos en los cielos. No podemos describir este sentir de dulzura, alegría, paz y claridad en nosotros. En este momento podemos preguntarle al Señor: “Oh Señor, ¿cuál es Tu dirección para mí? Me interesa Tu sentir”. Entonces el Señor nos dirigirá a hacer otra cosa y, sin confiar en nuestros propios conceptos y opiniones, simplemente podemos seguirle a Él. Esto es lo que significa ser cristianos, y ésta es la senda de vida del cristiano. Nuestros viejos conceptos sólo nos involucran en una actividad religiosa; no pueden hacernos cristianos normales.
Es difícil cambiar nuestros conceptos, pero no tendremos manera de avanzar a menos que dejemos a un lado nuestros propios conceptos y opiniones. Ser cristianos significa que no tomamos como nuestro objetivo nada que no sea Cristo. Muchas personas tienen dificultades en su vida espiritual después que son salvas, porque ellas no conocen la senda de la vida, ni toman a Cristo como su vida.
El segundo problema que la vida encuentra en nosotros es la hipocresía. Había una hermana en la iglesia en Nankín que hablaba pausadamente y caminaba suavemente; todo lo hacía con suavidad y delicadeza. Por consiguiente, todos los hermanos responsables de la iglesia en Nankín pensaban que ella era muy espiritual. Sin embargo, hablando con propiedad, era una espiritualidad falsa. Necesitamos ver que ser lentos no necesariamente proviene de la vida y que ser rápidos no necesariamente proviene de la vida. Que algo proceda de la vida no depende de que seamos rápidos o lentos. Estas cosas no tienen nada que ver con la vida.
Mucha gente piensa que ser lentos es algo propio de la vida, y que ser rápidos no es propio de la vida. Por ejemplo, si un hermano hace las cosas rápidamente, o al servir hace demasiadas cosas, algunos santos creen que tiene un temperamento volátil, y que él no es espiritual y necesita de disciplina y quebrantamiento. Por otra parte, si otro hermano sacude las sillas y barre el piso lentamente mientras limpia el salón de reunión, muchos santos piensan que él es muy espiritual y que su vida ha sido disciplinada y quebrantada. Esto no es correcto. De la manera en que ser rápidos no corresponde a la vida, ser lentos tampoco equivale a la vida. Que las acciones de una persona procedan de la vida no depende de si él es lento o rápido; más bien depende de la manera en que él se ocupa de Cristo.
Además, es posible que cierto hermano haya nacido con una manera de ser tan cortante como una piedra filosa. Parece que hubiera nacido como con ocho cuernos, y es muy difícil que otros se lleven bien con él. Tanto en la casa como en el trabajo, sus cuernos fácilmente rozan a las personas. Aun después que él es salvo, sus cuernos de continuo rozan a las personas que están en la iglesia. No pueden decirle unas cuantas frases, antes que empiece a argumentar con ellos; es capaz de golpear la mesa y mirarlos con furia. Debido a ello, la gente rápidamente dice que él es carnal y necesita ser quebrantado. Por otra parte, otro hermano tal vez haya nacido con una fina personalidad como la de Jacob. Una piedra fina no tiene ángulos filosos ni protuberancias. Algunas personas son así de nacimiento; en la casa ellas nunca ofenden a sus hermanos ni a sus padres, y en el trabajo jamás ofenden a sus colaboradores ni a sus superiores. No importa cómo otros las traten, ellas siempre son muy finas y ecuánimes. Cuando tal persona es salva, viene a ser un cristiano muy fino en la iglesia. Podrían pasar cinco años, y él jamás ofende a nadie. Muchos hermanos y hermanas lo elogian, diciendo: “Esta persona de verdad es espiritual. Él no discute en la casa ni causa problemas afuera. Le vemos hacer muchas cosas, pero nunca da su opinión. Él verdaderamente es espiritual y está lleno de vida”. Hablar así muestra una carencia del conocimiento de la vida. Necesitamos comprender que esto de hecho es hipocresía. Si tal comportamiento realmente fuese espiritual, entonces eso significa que él era espiritual aun antes de ser salvo. Esto no es posible. La espiritualidad de una persona no está determinada por su apariencia externa, sino por la manera en que él se ocupa de Cristo.
No sólo los otros piensan que este hermano es espiritual, sino que incluso él mismo se cree espiritual. Él no sólo engaña a los otros; también se engaña a sí mismo. Aunque no critica a otros externamente, por dentro él está lleno de críticas. Por ejemplo, cuando ve que un hermano pierde la paciencia, se pregunta por qué este hermano tiene tan mal carácter. Internamente lo critica por no ser como él es, ya que él nunca se ha enojado ni peleado con los demás desde que está en la vida de iglesia. En su interior él piensa de esta manera, aunque externamente tal vez no diga nada. Piensa que los otros están en la carne y necesitan ser quebrantados, pero que él no lo necesita. Además de esto, ora al Señor, diciendo: “Oh Señor, ten misericordia de mi hermano. Aunque no me atrevo a decir mucho, pido que tengas misericordia de él y quebrantes su carne”. Él nunca ora por sí mismo porque considera que su fineza es espiritual. No ve que su espiritualidad es falsa y que de hecho es un gran obstáculo para la vida.
Algunas personas por naturaleza pueden ser suaves, moderadas, pacíficas, compasivas, propensas a llorar por otros, empáticas y abnegadas. Tienen muchos buenos aspectos y virtudes. Cuando ellos se hacen cristianos, traen estas virtudes naturales a la iglesia. Piensan que estas virtudes son propias de la vida y que los cristianos deberían tenerlas; sin embargo, ellos no comprenden que sus ojos interiores no han sido abiertos. Son ciegos y no ven que estas virtudes son falsas. Desde la perspectiva de la moralidad, la gente debería poseer estas virtudes; pero desde la perspectiva de la vida, estas virtudes son falsas. La vida es Dios mismo, la vida es Cristo y la vida es el Espíritu Santo. Todo lo que no es de Dios, ni de Cristo, ni del Espíritu Santo no es vida. Por lo tanto, por mucho que una persona pueda satisfacer, incluso sobrepasar, el estándar de moralidad, esto no compete necesariamente a la vida.
La vida sólo tiene que ver con que Cristo mismo sea expresado en nuestro vivir. Supongamos que una persona trata a su esposa de una manera muy áspera, que incluye miradas muy severas y golpizas. Después que él es salvo, el Señor comienza a operar en él y le transmite el fuerte sentir de que debe dejar el hábito de oprimir a su esposa, disculparse con ella e incluso pedirle que lo perdone. Éste no es un sentir natural ni innato; éste es el Cristo que se expresa por medio de este hermano. A causa de tal operación, él ha sido quebrantado y derrotado, de modo que Cristo puede expresarse por medio de él. Cuando él se disculpa con su esposa y le pide que lo perdone, en él se están expresando la vida y Cristo.
De hecho hay algunas personas que nunca pierden la paciencia. Sin embargo, es más probable que estas personas lleguen a ser verdaderamente espirituales si perdieran la paciencia una o dos veces. Esto se debe a que, con frecuencia, ellos en verdad conocen al yo y a Cristo sólo después que hayan perdido los estribos. No deberíamos pensar que es fácil que las personas se enojen. Algunos nacen con una manera de ser que no pierde los estribos ni siquiera cuando otros tratan de hacerles enojar. A algunas les es difícil no enojarse, pero a otros les es difícil perder los estribos. Esto se debe a su manera de ser, y no es fácil que su manera de ser pueda cambiar. A pesar de ello, cuando Cristo opera y se mueve en ellos, urgiéndoles que hablen una palabra franca y enfática, la vida será expresada si es que ellos actúan en contra de su manera de ser y obedecen el sentir interior que les instan a proferir una palabra franca. Esto es muy difícil para ellos, y requiere que paguen un gran precio.
Así pues, la expresión de la vida nos requiere que rechacemos nuestra manera natural de ser y nuestras preferencias, y simplemente le permitamos a Cristo operar en nosotros y quebrantarnos. Entonces nuestras acciones realizadas en virtud de la operación interior de Cristo procederán de la vida. Si siempre hacemos las cosas según nuestra manera de ser y nuestro ser natural, el resultado siempre será la hipocresía. Debemos ver este asunto claramente.
El tercer problema que la vida encuentra en nosotros es la rebeldía. Cristo opera y se mueve en nosotros a fin de que entendamos claramente Su voluntad y Sus requerimientos para con nosotros, así como la manera en que Él nos dirige y trata con nosotros. Sin embargo, si no le obedecemos, sino que actuamos en contra del sentir interior, sin aceptar Su dirección, ni pagar el precio, esta renuencia y oposición son rebeldía. En este caso podremos mantener nuestra libertad y elección, pero no tendremos la manera de la vida.
Muchas veces pensamos que estamos obedeciendo al Señor, pero de hecho nos estamos rebelando contra Él. Por ejemplo, tal vez queramos predicar el evangelio, pero la operación del Señor en nosotros es que oremos. Dado que no nos gusta quedarnos en casa y orar, pues preferimos hablarles a nuestros amigos del evangelio y tener comunión con los hermanos y hermanas, podríamos simplemente actuar según nuestros deseos. Éste es un acto de rebelión. No obstante, pensamos que estamos siguiendo a Dios al visitar a las personas para traerles el evangelio y al tener comunión con los santos.
Quizás tenemos realmente un sentir interior de que Cristo quiere que oremos y aquietemos nuestro ser en comunión con Él, que nos acerquemos a Él y meditemos en Su Palabra; pero en vez de eso, visitamos a un hermano, o hermana, o incluso a un amigo del evangelio, porque no nos gusta quedarnos en casa y tener comunión con el Señor. No tenemos ni idea de que sin la oración nuestra predicación del evangelio equivale a una rebeldía. De hecho, estamos totalmente en rebelión. Si visitamos a la gente de esta manera, seguro que ellos no podrán percibir la presencia de Dios con nosotros, ya que hemos desobedecido al Cristo viviente en nosotros. En esos momentos deberíamos comprender que nuestra obra externa de predicar el evangelio sólo es una actividad religiosa.
Visitar a amigos del evangelio y tener comunión con los hermanos y hermanas son acciones muy agradables. Sin embargo, podremos ser muy activos y celosos al hacer tales cosas, y aun así encarcelar al Cristo viviente en nuestro interior debido a que le ignoramos. Por lo tanto, estamos de hecho desobedeciendo al Cristo viviente que mora en nosotros. Él quiere que hagamos ciertas cosas de cierta manera, pero nos negamos a seguir Su manera de hacerlas. Nuestra renuencia a hacer las cosas según Su voluntad es claramente una rebeldía. Muchos de nosotros pecamos cada día. El pecado que cometemos con más frecuencia y de mayor gravedad no es externo ni visible; antes bien, es el pecado de desobedecer el sentir de Cristo en nosotros. Cristo está viviendo en nosotros, y Él constantemente nos da un sentir interior de vida. Deberíamos obedecerle a Él, pero a menudo le desobedecemos. Con frecuencia no hacemos lo que Él quiere que hagamos, y muchas veces hacemos lo que Él no quiere que hagamos. Nos rebelamos contra Él frecuentemente. La rebeldía de continuo crea obstáculos a Su vida en nosotros.
El cuarto problema que la vida encuentra en nosotros es nuestra capacidad natural. Nuestro ser natural, nuestra manera de ser y nuestro yo son problemas que impiden que la vida de Dios brote de nosotros. Sin embargo, el problema de nuestra capacidad y habilidad naturales es aún más serio, y es un gran obstáculo que impide que la vida de Dios fluya de nosotros. Muchos hermanos y hermanas aman en verdad al Señor, son celosos por el Señor y manifiestan a Dios en su vivir. No obstante, el mayor problema que ellos tienen es la fortaleza y grandeza de sus capacidades y habilidades. Por consiguiente, Cristo no tiene terreno en ellos ni tiene manera de avanzar en ellos.
Todos sabemos que algunas personas tienen problemas con el pecado, otros tienen problemas con el mundo y algunos otros tienen problemas con su manera de ser. Sin embargo, no es fácil darnos cuenta del problema que representa nuestra capacidad natural. Por ejemplo, hay un grupo de hermanos y hermanas cuya capacidad y habilidad naturales son muy fuertes, y probablemente ellos amen en verdad al Señor y lo buscan. Sin embargo, cuando alguien los contacta, sólo percibe sus capacidades y habilidades porque ellos nunca han sido quebrantados en cuanto a sus capacidades y habilidades. Cuando él los contacta, sólo puede concluir que ellos buscan al Señor y van en pos de Él, pero que la capacidad natural que ellos tienen no ha sido quebrantada. Esto se debe a que el Señor no logra avanzar en ellos cuando se enfrenta a sus capacidades.
Hay muchos hermanos y hermanas así entre nosotros. Ellos son muy capaces y talentosos, pero no consideran que esas cosas sean pecado ni inmundicia. Incluso creen que son cosas buenas y útiles para la iglesia. Piensan que a fin de servir a Dios, ellos necesitan tales capacidades y talentos. No menosprecian sus capacidades naturales; más bien, las valoran como si fueran un tesoro. Si tales capacidades permanecen inquebrantables, ellos mismos llegarán a ser un problema para la vida de Cristo.
Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos ilumine a fin de que veamos cuántos obstáculos tenemos en nosotros y cuánto éstos restringen la vida de Dios. De hecho, los obstáculos que hay en nosotros no se limitan solamente a estas cosas. No obstante, hay una solución para todos estos obstáculos: tenemos que pasar por la cruz y dejar que la cruz nos quebrante. Si queremos que la vida de Cristo no encuentre obstáculos en nosotros, debemos experimentar el quebrantamiento de la cruz y permitir que estos obstáculos sean eliminados y removidos. Esto hará que la vida de Cristo pueda ser expresada en nuestro vivir.