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Mensajes del libro «Conocer la vida y la iglesia»
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CAPÍTULO CUATRO

LOS OBSTÁCULOS SUBJETIVOS QUE LA VIDA DE DIOS ENCUENTRA EN NOSOTROS

  Lectura bíblica: Ro. 12:2; Fil. 2:5, 13; 2 Ts. 3:5

CUATRO CLASES DIFERENTES DE OBSTÁCULOS

  En el mensaje anterior vimos cuatro obstáculos diferentes que la vida de Dios encuentra en nosotros. Aunque estos cuatro problemas están en nosotros, en términos relativos, son más bien objetivos que subjetivos. Ahora debemos ver otros cuatro obstáculos que la vida de Dios encuentra en nosotros. Estos cuatro obstáculos no sólo se hallan en nosotros, sino que también son muy subjetivos para nosotros en nuestra experiencia. No son como los cuatro obstáculos anteriores que se hallan principalmente fuera de nosotros. Por ejemplo, algunas personas tienen dificultades con algunos aspectos de su conducta y de sus acciones, pero son problemas principalmente externos y objetivos. Sin embargo, hay algunos obstáculos que la vida de Dios encuentra en nosotros que son más subjetivos e intrínsecos.

LA VIDA DE DIOS ESTÁ MEZCLADA CON EL HOMBRE

  Necesitamos entender que la vida de Dios no entra en nosotros para ser nuestra vida de manera externa. Además, a fin de ser nuestra vida, la vida de Dios no anula nuestra persona. Más bien, entra en nuestro ser para mezclarse con nosotros y ser nuestra vida. Por consiguiente, Él todavía necesita nuestra persona, y nuestra persona continúa existiendo. Dios no viene a ser nuestra vida al hacernos a un lado y eliminar nuestra persona. Esto no es lo que Dios está haciendo. Aunque la vida de Dios viene a ser nuestra vida, Dios desea que nuestra persona siga existiendo porque Él la necesita. El propósito de Dios es mezclarse con nuestra persona; Él desea mezclarse con nosotros como una sola entidad.

  Por ejemplo, el té al comienzo es el agua que está dentro de la taza. Cuando el elemento del té es añadido al agua, ésta se convierte en té. Sin embargo, esto no quiere decir que éste sólo contiene hojas de té, y no agua; las hojas del té están mezcladas con el agua, y el agua se hace té. El agua y el té llegan a ser uno solo. Aunque al principio éramos sólo humanos, la vida de Dios ha entrado en nosotros para ser nuestra vida. Esto no quiere decir que nuestra persona ha dejado de existir y que sólo tenemos la vida de Dios en nosotros. Algunos piensan acertadamente que antes de ser salvos, ellos no tenían la vida de Dios; pero luego que reciben la salvación, asumen incorrectamente que su vida humana fue reemplazada por la vida de Dios. Según su comprensión, éstos son dos eventos sucesivos, pero esto no es cierto. Después que somos salvos y regenerados, la vida de Dios se mezcla con nuestra vida humana.

  En la primera etapa de nuestra vida humana, sólo poseemos la vida humana, no la vida de Dios. Una vez que somos salvos, la vida de Dios entra en nuestro ser. Por una parte, la vida de Dios quiere ser nuestra vida; por otra, la vida de nuestra persona sigue existiendo. La vida de Dios no ha reemplazado la nuestra, sino que se ha mezclado con nosotros. Ahora, no somos meramente un hombre, sino un Dios-hombre. Esto puede compararse a una taza de té, la cual no es meramente agua, sino más bien té y agua. Cuando el elemento del té es añadido al agua, ésta se convierte en té-agua. Dado que somos salvos, ya no somos simplemente humanos; somos humanos mezclados con Dios. Si le decimos a algún amigo incrédulo: “Tú no eres meramente humano”, él tomaría esto como un insulto y le haría sentirse incómodo. Sin embargo, ésta es una palabra muy práctica para los cristianos, porque es agradable y dulce cuando la vida de Dios entra en nuestro ser.

LA COOPERACIÓN ENTRE EL HOMBRE INTERIOR Y EL HOMBRE EXTERIOR

  Después que la vida de Dios entra en nosotros, ya no somos meramente humanos; también tenemos la vida de Dios y el elemento de Dios. Podemos decir que somos Dios-hombres. Ya no somos meramente hombres, sino que somos hombres mezclados con Dios; somos Dios-hombres. No obstante, aun cuando Dios está mezclado con nosotros, ¿estamos dispuestos a cooperar con Él? En la escuela primaria hay un juego muy popular llamado “la carrera de tres piernas”. Los que participan en el juego forman equipos compuestos de dos estudiantes, y una pierna de uno de los estudiantes se ata a la del otro, de modo que los dos deben andar juntos con tres piernas. Los dos tienen que caminar juntos en un acuerdo hacia cierto destino. Al final, los que corren mejor son los equipos que manifiestan el mejor entendimiento mutuo y la habilidad de coordinar juntos. De hecho, muchas veces no importa si ellos corren lentamente, porque ganar una carrera de tres piernas no depende de la velocidad tanto como de que no haya tropiezos ni caídas. Claro, si un equipo puede correr más rápido, es aún mejor. Pero es terrible cuando un estudiante que es rápido y otro que es lento no pueden coordinar juntos, y pronto se caen. Una vez que caen, pierden la carrera. Por lo tanto, el equipo que generalmente gana la victoria final está formado de dos personas que tienen temperamentos, ritmos, perspectivas y comprensiones similares. Ellas pueden ganar, porque corren como si fuesen una sola persona.

  Antes de ser salvos, éramos una sola persona. Después que fuimos salvos, Dios entró en nuestro ser y ahora Él quiere vivir con nosotros como si estuviésemos en una carrera de tres piernas. Él quiere que cooperemos con Él y nos movamos juntamente con Él. Es en este tiempo que los problemas comienzan a aparecer, pues antes de ser salvos vivíamos enteramente por nosotros mismos. Hacíamos lo que queríamos hacer, amábamos lo que queríamos amar y escogíamos lo que queríamos escoger. Todo era un asunto personal, y tomábamos decisiones enteramente por nosotros mismos. Aun cuando exteriormente parece que fuéramos iguales que cómo éramos antes de recibir nuestra salvación, muchos de nosotros podemos testificar que ahora hay dos personas en nosotros. Por ejemplo, cuando decidimos hacer algo, la otra persona en nosotros no está de acuerdo. Creo que todos hemos tenido esta experiencia. A menudo parece que Alguien en nosotros quiere hacer algo en particular, pero nuestro hombre exterior no está de acuerdo. En tal situación sentimos claramente que hay dos personas en nosotros: una está por dentro y la otra por fuera.

  Esto puede compararse a un espectáculo cómico chino compuesto de dos personas. [N. del E.: en este tipo de espectáculo, una persona actúa conforme a lo que otra persona que se oculta detrás de ella esté diciendo o cantando]. Durante este acto, si yo soy la persona que se oculta detrás de la persona que está al frente, quizás diga: “Dóblese a la cintura”, y él se doblará a la cintura. Si yo digo: “Mueva su cabeza”, él moverá su cabeza. Para realizar bien este espectáculo cómico de dos personas, la persona que se oculta atrás y la que está al frente deben actuar al unísono. Si no actúan al unísono, el público verá fácilmente que ellos no actúan juntos. El vivir de un cristiano genuino puede compararse a un espectáculo cómico de dos personas. En el cristiano hay una persona que le hace llorar o reír. No obstante, hay ocasiones cuando Aquel que está en nosotros está triste, pero nosotros por fuera nos reímos, o quizás nosotros estemos tristes, pero Él está contento. Tal vez Él quiere que hagamos algo en particular, pero nosotros queremos hacer otra cosa. Entonces sentimos claramente que tenemos una persona por fuera, y otra por dentro.

  Todo cristiano genuino puede testificar que él no es un cristiano normal, cuando la vida que lleva por dentro y por fuera está en contradicción. Dios desea que él vaya al este, pero él quiere irse al oeste. Si éste es el caso, su persona externa no es uno con su persona interna, y él no es un cristiano apropiado. En otras palabras, él puede ser un cristiano genuino, pero su vivir es anormal. Bajo circunstancias normales, él debería ser una misma persona, tanto interna como externamente. Cuando Dios se siente feliz en él, también él está feliz; cuando Dios se siente triste en él, él está triste; y cuando Dios le da un mandato, él inmediatamente le obedece. Toda su persona le corresponde a Dios por completo.

  Esta clase de cristiano no sólo es un cristiano genuino, sino también un cristiano normal. Esta clase de cristiano es coherente interna y externamente. Por eso, él tiene gozo y paz interior. Cuando él ora, está lleno de la presencia de Dios. Puede actuar en perfecto acuerdo con Dios, como si estuviese participando en un espectáculo cómico de dos personas. Cuando Dios se mueve, él se mueve; cuando Dios le insta a hablar, él habla a una sola voz, y las palabras que Dios habla interiormente, él las habla exteriormente. Cualquier luz que Dios le infunde, él por fuera resplandece con esa misma luz; cualquier dirección que Dios le revele interiormente, él la sigue exteriormente. Él está en perfecta armonía con Dios y puede cooperar con Dios. Esto describe la vida cristiana normal de un cristiano normal.

LOS PROBLEMAS SUBJETIVOS QUE SE HALLAN EN NOSOTROS

  Lamentablemente, hay muy pocos cristianos normales. Es como si todos ellos fueran actores malos en un espectáculo cómico de dos personas, quienes no pueden actuar al unísono, ni son “profesionales”. La vida de Dios puede actuar en nosotros, pero nosotros no actuamos en conformidad con Él; no somos uno con Él. No cooperamos con Él ni le obedecemos. Por lo mismo, la vida de Dios encuentra obstáculos en nosotros. Estos problemas pueden dividirse en tres categorías, aunque también puede haber una cuarta categoría, la cual amerita algunas consideraciones finales.

  Nuestro espíritu es la parte más profunda de nuestro ser, y la vida de Dios está en Su espíritu. Cuando el Espíritu entra en nuestro ser, Él entra en nuestro espíritu. El Espíritu en nosotros puede compararse con el filamento de una bombilla. El filamento es la parte más interna de una lámpara, y permite que la corriente eléctrica fluya. Cuando la electricidad fluye en una bombilla, lo hace dentro del filamento. Si la bombilla carece de filamento, la electricidad no puede fluir en éste y la bombilla no puede irradiar la luz. El filamento puede compararse al espíritu que está en nosotros, en el sentido de que el Espíritu Santo junto con la vida de Dios entra en nuestro espíritu. Nuestro espíritu mezclado también puede compararse al actor oculto que actúa en el espectáculo cómico de dos personas: el Espíritu, oculto en nuestro espíritu, nos sopla órdenes y sentimientos en nuestro espíritu.

  La parte más profunda de nuestro ser es nuestro espíritu, pero alrededor de nuestro espíritu está nuestra persona, nuestro yo, que también es el alma mencionada en la Biblia. Nuestra alma rodea a nuestro espíritu. Las tres partes de nuestra alma son la mente, que es el órgano que nos permite pensar; la voluntad, que es el órgano mediante el cual elegimos y tomamos decisiones; y la parte emotiva, que es el órgano por el cual expresamos los sentimientos. La mente, parte emotiva y voluntad equivalen a nuestro yo, que también es nuestra persona, nuestra alma. El Espíritu Santo mora en nuestro espíritu, el cual está en la parte más profunda de nuestro ser. Alrededor de nuestro espíritu está nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Por tanto, a fin de ser coherentes interna y externamente, la mente, la parte emotiva y la voluntad de nuestra alma tienen que cooperar con nuestro espíritu. La mente, parte emotiva y voluntad equivalen a nuestra persona, la cual es el hombre exterior mencionado en la Biblia; el Espíritu Santo en nuestro espíritu es el hombre interior (2 Co. 4:16). Nuestra alma puede compararse al actor que está enfrente del escenario, y nuestro espíritu, a la persona que se oculta detrás de la escena. Tenemos una persona adentro y otra persona afuera.

  Un cristiano apropiado es aquel cuya mente, parte emotiva y voluntad coopera con su espíritu. Un cristiano que no es normal es aquel cuya mente, parte emotiva y voluntad no pueden cooperar con su espíritu, e incluso lo contradicen. Por lo tanto, él vive bajo un velo. Si nuestra mente, parte emotiva y voluntad no pueden cooperar adecuadamente con nuestro espíritu, tendremos problemas.

El problema de nuestra mente

  Un hermano podría ser muy ferviente después de ser salvo, y tener el concepto de que debería predicar el evangelio por amor al Señor y salvar pecadores. Este concepto proviene de su mente. Él piensa que tan pronto se convierte en cristiano, deberá ser celoso por el Señor y predicar el evangelio porque es lo que se supone que debe hacer un cristiano apropiado. Sin embargo, él no comprende que eso sólo es una opinión natural que proviene de su mente y de sus pensamientos. El Señor Jesús vive en su espíritu, y cuando él ora en la mañana, quizás el Señor le dé la sensación de disculparse con su esposa. Esta sensación no proviene de su mente ni de sus pensamientos; más bien, emana de su espíritu, donde mora el Espíritu del Señor. Tal pensamiento no guarda relación con su mente natural ni con sus pensamientos naturales. Él no tiene concepto alguno de que debe disculparse con su esposa.

  Mientras él desea celosamente predicar el evangelio para el Señor, el Espíritu del Señor está actuando en su espíritu y le insta a disculparse con su esposa. Esto muestra que el pensamiento de su mente acerca de ir a predicar el evangelio difiere de la sensación que está en su espíritu, acerca de que él debería disculparse con su esposa. El pensamiento de su mente no concuerda con la sensación de su espíritu. Interiormente, tiene el sentir de que él debería disculparse, pero externamente, sus pensamientos sólo se enfocan en la predicación del evangelio. Estos dos no son uno. Esto es un problema, porque sus pensamientos no corresponden al sentir que él tiene en su espíritu. Su única consideración es predicar celosamente el evangelio; él no piensa en disculparse con su esposa, aun cuando tiene el sentir en su espíritu. Hay miles de historias semejantes. Esto muestra el problema de nuestra mente.

  El año después de que China ganó la guerra sino-japonesa, fui a Nankín y me encontré con un hermano que había conocido por diez años. Él era una persona prominente en la industria textil. Un día, nos invitó a comer con él, y deliberadamente se sentó junto a mí. Él me dijo: “Hermano Lee, realmente creo que yo debería hacer más cosas, esto es, debería hacer más cosas para el Señor”. Cuando oí esto, no estuve de acuerdo con él, y no me sentía muy tranquilo interiormente. Le miré, y continuó diciéndome que él quería cuidar de los huérfanos y que él quería hacer esto y aquello. Habló de muchas cosas, y cuanto más hablaba, más se entusiasmaba. Cuando nuestro tiempo concluyó, él me preguntó: “Hermano Lee, ¿qué piensa usted al respecto?”. Yo no pude decirle nada. Interiormente, sólo pensé: “¿Provienen estas cosas del mover de Cristo dentro de usted?”.

  Ese día me sentí muy decepcionado. Este hermano había sido salvo por largo tiempo y había pasado por muchas cosas, pero parecía como si él no hubiese aprendido ninguna lección ni hubiese avanzado. De hecho yo quería preguntarle: “¿Es esto algo que el Señor quiere que usted haga, o es fruto de sus propios pensamientos y opiniones?”. También quería preguntarle: “Hermano, ¿durante estos últimos años, ha tomado medidas con respecto a su consagración? ¿Ha puesto fin a sus pecados por completo? ¿Ha ganado terreno el Señor en usted? Si las cosas que usted quiere hacer se originan en sus pensamientos, entonces éstas sólo serán actividades religiosas aunque resulten exitosas. No ayudarán a que las personas vean y obtengan a Cristo, porque sólo son actividades religiosas que se originan en sus pensamientos; esas cosas no son un testimonio del Cristo que usted expresa en su vivir a partir de su espíritu”.

  Cristo es el Espíritu, y el Espíritu mora en nuestro espíritu. Cuando el Espíritu se manifiesta de nuestro interior, es vida. No obstante, a veces estamos pocos dispuestos a participar con Dios en un espectáculo cómico de dos personas. Cuando el Espíritu se mueve en nosotros, lo ignoramos, lo reprimimos y lo dejamos de lado; en cambio, nos valemos de nuestra mente para pensar y de nuestros ojos para ver. Empleamos nuestra mente para pensar en lo que otros harían y usamos nuestros ojos para ver lo que otros hacen, en vez de seguir al Cristo viviente que mora en nosotros. Así que, aun si llevamos a cabo algún proyecto religioso, no estaremos expresando la vida de Cristo en nuestro vivir. Su vida se verá bloqueada y no podrá avanzar en nosotros. Aunque tenemos la vida de Cristo en nuestro ser, no cooperamos con ella ni en nuestros pensamientos ni en nuestras acciones y, por eso, esta vida no puede expresarse en nuestro vivir. Éste es el problema de nuestra mente.

El problema de nuestra voluntad

  Tenemos también el problema de nuestra voluntad. Aun cuando nuestra mente muchas veces entiende la intención de nuestro espíritu y conocemos la voluntad de Dios, no estamos dispuestos a someternos y obedecer. Por ejemplo, consideremos al hermano que decide predicar el evangelio conforme al concepto que está en su mente. Cuando él ora, y el Señor le da una sensación en su espíritu de que le pida disculpas a su esposa, la mente no tiene dificultades en entender este sentir, pero él tiene una voluntad obstinada y se niega a someterse. Esto muestra el problema de la voluntad. Tal hermano no es capaz de someterse ni al Señor, mucho menos que se someta a su esposa. De manera que, nuestra voluntad es otro gran obstáculo. Podremos entender, saber, aprehender y sentir profundamente que el Señor quiere que hagamos cierta cosa, pero nuestra voluntad se niega a someterse y a rendirse. Nuestra voluntad es obstinada y dura, y nos negamos a ser ablandados, a permitir que Dios nos quebrante y a someternos a Él. Aunque este hermano claramente sabe que el Espíritu Santo desea que él se disculpe con su esposa, la voluntad es demasiado fuerte, y él se rehúsa a obedecer. Por consiguiente, el Espíritu de Dios y Su vida encuentran un enemigo y un obstáculo.

  No deberíamos pensar que sólo los hermanos tienen una voluntad obstinada. Con frecuencia es mucho más difícil someter la voluntad de una hermana que la de un hermano. Una hermana en una ocasión oró así: “Oh Señor, sé claramente que debería pedirle disculpas a una hermana, pero no puedo someterme. Si ella fuese un extraño de la calle, le pediría disculpas, pero se trata de una hermana que sirve en la iglesia, así que no puedo someterme”. Esta hermana fue muy osada al decirle esas palabras al Señor. Ella incluso tenía excusas para no someterse.

  Una hermana puede argumentar y reñir con su esposo en la casa, pero puede sentarse con él ante la mesa del Señor en la reunión del partimiento del pan. Quizás ella ore: “Oh Señor, permíteme saldar mi deuda contigo, y después en la casa le pido disculpas a mi esposo”. Al hacer esto, da la impresión de que su conciencia está en paz. Sin embargo, después que llega a su casa, ella se niega a someterse, pensando interiormente: “Estoy dispuesta a pedirle disculpas a cualquier hermano que yo haya ofendido en la iglesia, pero no puedo rendirme a mi esposo. Si me disculpo con él, estaré admitiendo que estoy equivocada y que yo he perdido. ¿Cómo puedo permitir que esto suceda?”. Ella incluso puede tener avivamiento matutino al día siguiente, y su conciencia puede mortificarla respecto a que ella engañó al Señor, pero su mente también le dirá que no es razonable disculparse con su esposo. Esta lucha puede prolongarse hasta por semanas, aun medio año. Debido a que ella rehúsa disculparse, puede perder la presencia del Señor por medio año. Por lo tanto, el Señor encuentra un fuerte obstáculo en tal obstinada e intransigente voluntad. Nuestra voluntad realmente es un gran estorbo para Dios.

  Algunas personas tienen una voluntad muy débil; es tan débil que ellos no pueden ser fuertes. Su voluntad es tan blanda como un fideo muy cocido, y otros no saben cómo lidiar con ellos. Aun cuando un hermano sabe que él debería someterse al Señor, es incapaz de actuar porque no tiene fuerza de voluntad. Conoce claramente la voluntad del Señor, pero es incapaz de llevarla a cabo. Por mucho que le exhorten, él es como un fideo blando y aguado que no se puede sostener con un par de palillos chinos. Es posible que mientras una persona esté orando en su habitación entienda bien lo que el Señor desea, pero tan pronto sale de ahí ella es incapaz de hacer algo. Tanto una voluntad fuerte como una voluntad débil son obstáculos para la vida de Dios.

  Una voluntad que ha sido quebrantada es fuerte y flexible. Ser flexible no es igual que ser blando. Ser flexible significa que uno no es insistente ni obstinado. Sin embargo, cuando se presenta la necesidad, uno puede ser fuerte y osado; tal persona no teme entregar su propia vida. Sólo una persona con una voluntad así puede llevar a cabo el mandato del Señor y actuar conforme a la guía del Señor. Una persona con esta clase de voluntad deja que el Espíritu del Señor se manifieste de su interior como vida. Tener una voluntad que puede cooperar con Dios es un asunto notable.

El problema de nuestra parte emotiva

  Además, nuestra parte emotiva también es un gran problema para Dios. El Nuevo Testamento no sólo habla de que Cristo es nuestra vida y de que Dios entra en nuestro ser para que podamos expresar a Cristo en nuestro vivir mediante el Espíritu. La Biblia también habla de que nuestra mente necesita ser renovada a fin de que tengamos la mente de Cristo y para que Dios pueda operar en nuestras decisiones (Ef. 4:23; Ro. 12:2; 1 Co. 2:16; Fil. 2:5, 13); los apóstoles que escribieron el Nuevo Testamento conocían la intención del Espíritu Santo. Ellos comprendieron que sin la renovación de nuestra mente y sin el quebrantamiento de nuestra voluntad, la vida de Dios no podía ser expresada por medio de nosotros. Es por esto que el Nuevo Testamento habla tanto de nuestra mente, parte emotiva y voluntad.

  En 2 Tesalonicenses 3:5 se nos dice: “El Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios”. Esto quiere decir que nuestra parte emotiva necesita tener la parte emotiva de Dios y que necesitamos sumergirnos por completo en las emociones de Dios. Deberíamos amar lo que Dios ama; nos debería agradar lo que a Dios le agrada, y odiar lo que Dios odia. Nuestros sentimientos de amor, ira, pena y gozo deberían ser los sentimientos de amor, ira, pena y gozo que Dios tiene. Todo lo que nos agrade y nos desagrade debería ser todo aquello que a Dios le agrade o desagrade. Todo cuanto Dios tiene es nuestro porque Su naturaleza ha sido forjada en nosotros. Nuestra parte emotiva y Su parte emotiva han venido a ser una sola.

  A menudo tenemos la presencia y la sensación del Señor en nuestro interior, pero nuestra parte emotiva tiene otras preferencias que no son las del Señor. Nuestros gustos y aversiones difieren del sentir y el mover del Señor. Por lo tanto, aunque verdaderamente tenemos la sensación y el mover del Señor en nuestro ser, no obedecemos esta sensación y hacemos caso omiso de Su mover porque no concuerdan con nuestros gustos y preferencias. Por esta razón, actuamos conforme a nuestros gustos y emociones, y no cooperamos con la operación de la vida del Señor. Así que, la vida del Señor encuentra un obstáculo en nuestra parte emotiva.

  Aunque los santos deben tener comunión unos con otros —hermanos con hermanos y hermanas con hermanas—, a veces tenemos una comunión fuera de límites y nos dejamos influenciar por nuestra parte emotiva. Se desarrolla un problema cuando la comunión que tenemos entre nosotros se torna en amistad. En especial, las hermanas cultivan amistades con otras hermanas cuando tienen comunión. Éste es un problema relacionado con las emociones. Aunque el Señor le dé a una hermana un claro sentir de poner fin a una amistad, con frecuencia ella se niega. Tal amistad la hace desviarse y, al final, ella sigue la amistad exterior a la vez que desobedece su sentir interior. Este ejemplo nos muestra que la vida del Señor se enfrenta con el obstáculo de nuestra parte emotiva.

  Debemos ver un gran principio: si la vida de Dios ha de operar en nosotros, necesitamos volvernos de nuestra parte emotiva, tener una voluntad fuerte y flexible y ser renovados en nuestra mente. Necesitamos abandonar nuestros conceptos y perspectivas, y necesitamos leer la Biblia y permitir que la Palabra del Señor renueve nuestra mente y pensamientos de modo que pensemos y veamos las cosas según la perspectiva de Dios revelada en la Biblia. De esta manera, nuestra mente puede cooperar con la vida de Dios. Al mismo tiempo, necesitamos aprender a rendirle nuestra voluntad al Señor a fin de que ésta sea flexible. Entonces cuando necesitemos ser fuertes, podremos adoptar una postura firme en pro del Señor. Por lo tanto, nuestra voluntad puede ser fuerte y también flexible, y seremos aptos para cooperar con el Señor.

  Además, nuestros sentimientos y nuestros gustos deben coincidir con los del Señor. Si hemos de tener Sus sentimientos y Sus gustos, debemos permitir que Dios nos guíe al grado que nuestra manera de ser sea uno con Su manera de ser. Todas y cada una de las partes de nuestra alma —nuestra mente, parte emotiva y voluntad— tienen que cooperar con la operación del Espíritu Santo en nosotros y con la sensación del Señor. Entonces Dios mismo será expresado en nuestro vivir. Ésta es la mejor cooperación que podemos brindar a Dios a fin de que Su vida tenga la manera de expresarse por medio nuestro. Si no cooperamos con Él, nuestra mente, parte emotiva y voluntad continuarán siendo obstáculos para la vida divina.

El problema de nuestra persona

  Cuando consideramos los problemas relacionados con nuestra mente, parte emotiva y voluntad como un todo, podemos ver que nuestra persona es el problema; nuestra persona verdaderamente es un obstáculo que nos impide expresar la vida de Dios en nuestro vivir. Si analizamos este asunto, veremos que algunos problemas están relacionados con la mente, otros están relacionados con la voluntad, y otros están relacionados con la parte emotiva. Sin embargo, en conjunto, todos nuestros problemas se deben a nuestra persona, la cual nunca ha sido quebrantada por Dios. Podemos haber sido salvos por gracia, pero nuestra persona sigue inquebrantable; nunca hemos sido quebrantados por Dios y permanecemos intactos. Nuestro yo, que es nuestra persona, es un problema para la vida de Dios. La vida de Dios no puede manifestarse a través de nosotros porque nuestra persona es un obstáculo; nuestra persona bloquea la vida de Dios. A fin de que la vida de Dios se manifieste a través de nosotros, debemos ejercitarnos de modo que nuestra persona sea quebrantada y destrozada. Cuanto más severo sea nuestro quebrantamiento, tanto más la vida de Dios podrá fluir de nosotros.

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