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Mensajes del libro «Conocer la vida y la iglesia»
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CAPÍTULO CINCO

LA SENDA DE LA VIDA

  Lectura bíblica: Jn. 12:24; 2 Co. 4:10-11

  Filipenses 3:10 dice: “A fin de [conocer...] la comunión en Sus padecimientos, siendo conformado a Su muerte”. Conforme al griego original, estas dos frases son dos de las frases más difíciles de traducir porque en el chino no existe tal expresión. El significado del griego es “comprender o conocer por experiencia”. Tener comunión en los padecimientos del Señor equivale a tener comunión con el Señor en Sus padecimientos y mediante los mismos. Ser conformados a Su muerte quiere decir que Su muerte es como un molde y que nosotros estamos en este molde para ser conformados a Su muerte.

LA MUERTE DE CRUZ

  En capítulos anteriores vimos los obstáculos que la vida de Dios encuentra en nosotros. Ahora necesitamos ver cómo Dios se encarga de estos problemas y cómo Él abre una senda despejada para Su vida en nosotros. Esta senda es llamada la senda de la vida. Aunque la vida de Dios está en nosotros, Su vida con frecuencia no puede manifestarse de nuestro interior debido a que hay fuertes obstrucciones, obstáculos y restricciones en nosotros. Por lo tanto, la vida de Dios tiene un camino muy difícil para avanzar en nosotros; ella encuentra rechazo y resistencia en todo asunto. En la salvación efectuada por Dios, parte de Su obra es hacer que Su vida tenga un camino libre en nosotros. Esta obra se lleva a cabo mediante la muerte de cruz.

  En la salvación que Dios efectúa, está la vida y está la muerte, y Su salvación abarca varios asuntos de fe que no se encuentran en otras “fes”. Por ejemplo, ninguna otra “fe” habla de la sangre ni de la redención efectuada por la sangre. Sin embargo, en la salvación que Dios efectúa la sangre es un asunto importante porque sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados (He. 9:22). Este punto no es enfatizado por otras “fes”. Además, la vida también es un tema muy especial en la salvación que Dios efectúa. Sin embargo, solamente en la salvación efectuada por Dios se considera el tema de la vida y se hace énfasis en ella. De principio a fin, la Biblia se enfoca en la vida. El centro y propósito de Dios tiene como meta la vida. En la religión no se habla mucho en cuanto a la vida; en vez de ello, se hace énfasis en cultivar nuestra persona, en mejorar el carácter y en hacer obras caritativas y piadosas. Sin embargo, en la salvación efectuada por Dios tenemos la sangre y la vida.

  A la mayoría de la gente no le gusta oír de la muerte. Los chinos gustan de exhibir ciertas palabras en sus casas como bendición, riquezas, longevidad y felicidad, pero a ninguno le gusta la palabra muerte. No obstante, en la salvación efectuada por Dios se incluye el asunto de la muerte, y es un asunto extraordinario. Los que conocen esta salvación no sólo aprecian lo preciosa que es la sangre y la importancia de la vida, sino que también entienden la importancia de la muerte. En las provisiones de la salvación que Dios efectúa, Él nos ha preparado la sangre, la vida y la muerte. Con respecto a esta salvación, a menudo decimos que hemos recibido la vida de Dios, una vida que es eterna, santa, plena y esplendorosa. Sin embargo, quizás no veamos que en la salvación que Dios efectúa hay algo más que también es precioso, del cual la gente no quiere oír, a saber: el asunto de la muerte.

  Pablo, quien conocía bien a Dios y Su obra de salvación, no sólo fue en pos de la vida de Dios, sino también de Su muerte. Él dijo: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos, siendo conformado a Su muerte” (Fil. 3:10). La comunión que él deseaba conocer no era en la vida de Cristo, sino en Sus padecimientos. El hecho de que Pablo conociera esta comunión indicaba que él participó en esta comunión, la cual le hizo ser conformado a la muerte de Cristo. Pablo deseaba, procuraba y también valoraba la muerte de Cristo. Aun cuando a muchos no les gusta la muerte, Pablo la valoró como un tesoro. Así como en la salvación que Dios efectúa la sangre es preciosa y la vida es importante, también lo es la muerte. Todo el que desee conocer la salvación efectuada por Dios tiene que conocer estas tres cosas preciosas: la sangre, la vida y la muerte.

  Todos conocemos lo preciosa que es la sangre del Señor y cómo la sangre permite que nuestros pecados sean perdonados. Cuando nos sentimos escasos delante del Señor y no podemos venir a Él porque nuestra conciencia nos condena, podemos volvernos a la sangre, confiar en la sangre y acercarnos al Señor. Mediante la sangre nuestros pecados son perdonados, y mediante la limpieza de nuestra conciencia, nuestra comunión con Dios es restaurada (He. 10:19; 9:14). De esta manera, experimentamos lo preciosa que es la sangre.

  Muchas personas salvas hacen énfasis en la vida divina y que debemos experimentar la vida del Señor. No obstante, muy pocos comprenden que Dios en Su obra de salvación ha preparado otra cosa maravillosa para nosotros: la muerte de Cristo. Quizás hemos sido cristianos por muchos años, pero ¿alguna vez hemos visto que Dios, en Su salvación, ha preparado la muerte para nosotros? En nuestra experiencia como cristianos, ¿realmente cuánto experimentamos la muerte en la salvación que el Señor efectúa? Hemos pasado por alto este asunto notable de la muerte en la salvación efectuada por Dios.

  En la Biblia podemos ver que la salvación efectuada por Dios y la vida de Dios han estado ocultas en la muerte. Juan 12:24 dice: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Esto significa que hay vida en el grano de trigo, pero si el grano no cae en la tierra y muere, la vida que el grano contiene no será liberada. Sin embargo, si el grano muere, la vida será liberada. Esto muestra que la muerte es la manera en que la vida es liberada. Dado que la muerte es una vía de salida para la vida, ésta tiene que pasar por la muerte. Ya sea que se trate de un grano de trigo o de cualquier otro tipo de semilla, a fin de liberar la vida que está en ella, la semilla tiene que pasar por la muerte.

  Si nos gusta mucho una semilla y la ponemos en un lugar muy bello o en una caja preciosa, la vida dentro de la semilla, esto es, el contenido y el esplendor que están escondidos en la semilla, no será expresada. Sin embargo, si la enterramos en la tierra, la semilla tendrá la oportunidad de entrar en la muerte, y así todo lo que contiene será manifestado. La vida que está en la semilla es liberada mediante la muerte. Poco tiempo después, veremos crecer una plántula verde. Después que transcurre más tiempo, veremos que brota una hoja en la plántula, y después de que pasa aún más tiempo, las hojas estarán plenamente crecidas y aparecerá la flor. Con el tiempo, la plántula florecerá, llevará fruto y estará plenamente madura.

  Esto muestra que la vida de una semilla puede ser liberada únicamente mediante la muerte. Ésta es una ley natural en el universo, y esta ley simboliza la senda por la cual la vida de Dios en nosotros es liberada. Tanto la vida vegetal como la vida animal son liberadas por medio de la muerte. Por ejemplo, la vida de un pollo se halla en el huevo, pero si no se rompe el cascarón del huevo, la vida no puede brotar. Los criadores de pollos saben que a fin de que la vida que está en el huevo pueda nacer, la cáscara del huevo debe romperse. Que el cascarón se rompa equivale al proceso de la muerte. No importa si se trata de la vida vegetal o animal, para que pueda nacer la vida tiene que pasar por el proceso de la muerte. Ésta es una ley natural, y también es un principio. Esta ley indica que a fin de que la vida de Dios pueda manifestarse de nuestro interior, ésta tiene que pasar por la muerte.

  De igual manera, para que la vida de Dios pudiera manifestarse del Señor Jesús, Él tenía que pasar por la muerte. Él dijo que sin la muerte no puede haber vida (Jn. 12:24). Sin la muerte, que es la senda, la vida no puede ser liberada. El camino de la vida es el camino de la muerte; donde esté la muerte, allí habrá una manera para que brote la vida. Si no experimentamos la muerte en nosotros, la vida de Dios no podrá ser liberada de nosotros. Pablo dijo: “Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos” (2 Co. 4:10). La expresión de la vida del Señor en nosotros está supeditada a una cosa: la muerte. El grado al cual la muerte haya operado en nosotros es el grado al cual la vida del Señor puede brotar de nosotros. Por esta razón, aun Pablo, quien tenía gran experiencia y era maduro en la vida divina, procuraba conocer la muerte de Cristo; él quería ser conformado a la muerte de Cristo. Pablo buscaba esta muerte porque sabía que el grado al cual la muerte operara en él sería el grado al cual la vida del Señor podía ser liberada de él.

LA VIDA CRISTIANA NO ES UN ASUNTO DE LA AUTO-CULTIVACIÓN O DE LA SUPERACIÓN PERSONAL, SINO UN ASUNTO DE LA MUERTE

  Tal vez algunos se pregunten: “¿Cómo podemos aplicar este principio?”. Primero, deberíamos comprender que tenemos un concepto erróneo. Cuando consideramos el tema de la religión, por ejemplo, espontáneamente la asociamos con cultivarnos a nosotros mismos. Si una persona cree en el budismo y es un budista devoto, él de seguro trata de cultivarse y mejorarse a sí mismo. Si alguno cree en el catolicismo y es un católico devoto, él también trata de cultivarse. Sin importar que una persona sea musulmana o cristiana, siempre y cuando ella sea sincera y no sea descuidada, tendrá un concepto en torno a cultivarse y mejorarse a sí mismo. Esto es particularmente cierto con aquellos que son salvos de una manera prevaleciente. Tan pronto ellos son salvos, anhelan ser buenos cristianos y servir a Dios, y de inmediato comienzan a actuar conforme a su concepto acerca de la auto-cultivación y superación personal.

  Por ejemplo, antes de ser salvo, un hombre puede haber tenido mal genio y haberse enojado con su esposa muchas veces. Sin embargo, tan pronto él se hace cristiano, siente que es inapropiado enojarse con su esposa. Por consiguiente, de manera espontánea él piensa corregirse y cultivarse a sí mismo. En realidad, entre todos los que han sido salvos, nadie puede escaparse de este concepto de la auto-cultivación. Por ejemplo, podemos tener una buena comunión con el Señor en la mañana y experimentar Su presencia. Sin embargo, tan pronto salimos de nuestra recámara, alguien puede provocarnos a tal grado que hablamos impetuosamente. Tan pronto se nos escapan tales palabras, de inmediato no estamos en paz. Entonces oramos y le pedimos al Señor que nos perdone, pero luego que imploramos el perdón, también nos proponemos corregirnos para no volver a perder la paciencia otra vez. Esto se deriva de nuestro concepto de cultivarnos y mejorarnos.

  Muchos santos llevan una vida de cultivarse a sí mismos espiritualmente. No obstante, en la Biblia no podemos hallar la palabra cultivo; el cultivo espiritual de la persona no es el pensamiento central de la Biblia. El cristianismo se ha desviado del curso original y carece de luz y de gracia; eleva la auto-cultivación conforme al concepto del hombre y alienta a las personas a cultivarse a sí mismas espiritualmente. Éste es un concepto religioso conforme a la perspectiva religiosa del hombre, pero no es la revelación de la Biblia, ni la revelación dada por la luz de Dios. Si alguno pregunta qué palabra del Nuevo Testamento podría reemplazar la palabra cultivarse, le responderíamos: muerte. La muerte es la manera genuina para cambiar el mal genio de una persona. Un hermano que pierde los estribos no necesita la auto-cultivación, sino la muerte. La muerte no se oye recomendable, pero a fin de que el hombre de la vieja creación pueda ser transformado, la muerte, y no el cultivarse, es lo requerido.

  Por esta razón, que una persona se halle en la vida divina no depende de si él es rápido o lento. Ser rápido no significa necesariamente que uno no esté actuando conforme a la vida, y ser lento no significa necesariamente que uno está actuando conforme a la vida. El hecho de tener la vida divina y de hallarse en ella no depende de si somos rápidos o lentos, sino de si Dios ha sido liberado desde nuestro ser. Incluso podemos cambiar, pasando de ser rápidos a ser lentos, o cambiar nuestro temperamento de uno malo a uno bueno, pero nada será según la vida a menos que Dios se manifieste desde nuestro interior. A lo sumo, expresaremos lo que hemos cultivado de nuestra persona. La vida está relacionada con Dios, no con la cultivación personal, y cuando el Nuevo Testamento habla de la vida, también habla de la muerte. La vida no es un asunto de cultivarse a sí mismo, sino de la muerte.

  En toda la Biblia ningún apóstol fue inspirado por el Espíritu Santo para enseñar a las personas a cultivar su conducta; al contrario, el apóstol Pablo dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Con esto él quería decir que, siendo una persona con la vida de Dios y una persona en la cual vivía Cristo, él había sido crucificado juntamente con Cristo en la cruz. Pablo estaba muerto. La cruz realizó en él una obra de muerte, de modo que la vida de Dios pudiera tener la manera de operar en él. El Nuevo Testamento no nos enseña a cultivarnos a nosotros mismos; más bien, nos enseña a andar en el camino de la muerte. Cuando pasamos por la muerte y actuamos estando en la muerte, la vida de Dios tendrá un camino libre en nosotros. Necesitamos conocer el camino de la vida por medio de la muerte. Necesitamos ver que la auto-cultivación no es la voluntad de Dios, pues Dios no tiene la intención de que nos mejoremos a nosotros mismos. Dios quiere ver que la cruz de Su Hijo nos alcance mediante el Espíritu Santo. La cruz realiza una obra de muerte en nosotros para hacernos pasar por la muerte, de tal modo que la vida de Dios tenga un camino libre en nosotros.

LA MANERA EN LA CUAL DIOS SE EXPRESA EN NUESTRO VIVIR

Conocer la vida de Dios que está en nosotros

  ¿Cómo puede la vida de Dios expresarse en nuestro vivir? Primero, necesitamos comprender que tenemos la vida de Dios en nosotros. Desde el día que fuimos salvos, la vida de Dios entró en nosotros para ser nuestra vida. Sin embargo, esta vida se halla rodeada por nuestra persona. La vida de Dios quiere manifestarse de nuestro interior, pero nuestra persona obstruye y restringe a Dios. Por esta razón, es difícil que Él pueda manifestarse de nuestro interior.

  Muchos santos se convierten en cristianos que mejoran su conducta y toman la manera de la superación personal porque no conocen la vida de Dios que mora en ellos ni el camino de la vida. Ellos piensan que alcanzarán la norma que le corresponde al cristiano al mejorar un poco su temperamento y al hacer lo bueno en vez de lo malo. La manera que ellos toman no guarda relación con la vida; es tan sólo la manera de la religión y de la superación personal. Ellos son cristianos en nombre, pero no en el vivir que realmente tienen. El vivir real de un cristiano consiste en que Dios vive por medio de él. Nuestro problema depende de que la vida divina pueda abrir un camino en nosotros de modo que Dios pueda vivir por medio de nosotros. Esto es lo que necesitamos buscar y descubrir.

Debemos ver que nuestro hombre natural es un obstáculo para la vida de Dios

  Segundo, necesitamos que Dios abra nuestros ojos para ver que somos un obstáculo para la vida de Dios. Es posible que por naturaleza seamos iracundos o mansos, o tal vez seamos rápidos o lentos, pero en cualquier caso, somos un problema para la vida de Dios. Siempre que tengamos un corazón para Dios, tarde o temprano Él nos mostrará que somos un problema para Su vida. En otras palabras, si queremos dejar que la vida de Dios se manifieste a través de nosotros y si queremos andar en el camino de la vida y vivir la vida cristiana, necesitamos acudir a Dios pidiéndole que abra nuestros ojos y nos muestre que nuestra propia persona es un problema para la vida de Dios.

Debemos ver que hemos sido crucificados en la cruz

  Tercero, si Dios ha abierto nuestros ojos, aborreceremos nuestro yo. Cuando seamos alumbrados, verdaderamente detestaremos nuestra manera de ser. Hace veinte años atrás se me mostró misericordia y fui alumbrado para ver mi condición actual, y verdaderamente me odié y me aborrecí a mí mismo. Yo dije: “Oh Dios, el problema que Tú encuentras en mí es mi propio yo. En verdad, debo recibir maldición. Oh Dios, me odio a mí mismo. No importa cómo piense, cómo vea las cosas, cómo tome las decisiones, cómo formule opiniones, ni cómo honre a mis padres, todo eso es un problema para Ti. Oh Dios, me detesto a mí mismo. Me aborrezco a mí mismo”. Cuando aborrecemos y odiamos a nuestro yo, el Espíritu Santo nos mostrará que nuestro yo, el cual restringe y se opone a Dios, ha sido crucificado en la cruz (Ro. 6:6).

  En ese momento veremos una visión, una revelación, respecto a que ya estamos en la cruz. Esto puede compararse a ser salvos y alumbrados por el Espíritu Santo a fin de ver nuestros pecados. En el momento que sentimos pena, dolor y arrepentimiento por nuestros pecados, el Espíritu Santo nos mostró que el Señor Jesús fue crucificado en la cruz por nosotros. Cuando nos arrepentimos de nuestros pecados, el Espíritu Santo nos mostró que el Señor Jesús los había cargado en la cruz por nosotros. Cuando vimos esto, de inmediato le alabamos, diciendo: “Oh Señor, mis pecados están en la cruz. Gracias. Los pecados que eran míos ahora están en la cruz. Señor, Tu cruz ha puesto fin a mis pecados”. En aquel momento fuimos salvos y claramente supimos que éramos salvos. Conforme al mismo principio, el Espíritu Santo nos mostrará que nuestro yo, como enemigo de Dios, es un verdadero obstáculo y restricción para la vida de Dios. Detestaremos, odiaremos, aborreceremos y condenaremos nuestro yo; sin embargo, al mismo tiempo, el Espíritu Santo nos mostrará que el Señor Jesús llevó sobre Sí nuestra persona en la cruz. También nosotros fuimos crucificados en la cruz. En ese momento veremos una visión de la cruz por segunda vez.

  En nuestra experiencia primero vimos que nuestros pecados fueron crucificados en la cruz. Ahora necesitamos ver que nuestra persona también fue crucificada en la cruz. Nuestro yo ha sido crucificado en la cruz. Todo el que vea esta visión alabará, adorará y de inmediato dirá: “Oh Señor, mi persona ha sido crucificada en la cruz. Te lo agradezco y te alabo. Así como mis pecados fueron aniquilados en la cruz, también yo fui aniquilado”. Ésta es nuestra experiencia genuina, y también es el principio de nuestro andar en la senda de la vida. La vida cristiana comienza a partir de este punto.

APLICAR EL CAMINO DE LA VIDA DE DIOS DEPENDE DE NUESTRA VISIÓN

  Por lo tanto, necesitamos entender varias cosas. Primero, necesitamos comprender que tenemos la vida de Dios en nuestro ser. Segundo, necesitamos comprender que nosotros mismos somos un obstáculo para la vida de Dios. No importa si creemos que somos buenos o malos, rápidos o lentos, finalmente el Espíritu Santo nos mostrará que la vida de Dios está en nosotros. Al mismo tiempo, Él nos mostrará que nuestra persona es un problema para la vida de Dios. Nuestra mente es un problema, nuestra voluntad es un problema, y nuestra parte emotiva también es un problema para la vida de Dios; el problema para la vida de Dios es nuestra propia persona.

  Sabemos esto porque aun cuando nuestros pensamientos no estén errados, nuestros juicios sean correctos y nuestras emociones sean las apropiadas, con frecuencia Dios no es expresado por medio de nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Si la vida de Dios no puede ser liberada de nuestro interior, eso quiere decir que hay algo en nosotros que obstaculiza Su vida. Es por esto que decimos que el obstáculo que la vida de Dios encuentra en nosotros es nuestra persona. Para Dios no significa nada si somos buenos o malos, rápidos o lentos. De la misma manera en que perder los estribos no necesariamente se relaciona con la vida de Dios, controlar nuestro mal genio tampoco se relaciona necesariamente con la vida de Dios. Todo lo bueno y todo lo malo, cuando es medido según la norma de la vida de Dios, son impedimentos y obstáculos.

  Tercero, necesitamos comprender que hemos sido crucificados en la cruz. Conforme a la perspectiva, consideración y juicio de Dios, ya estamos en la cruz. Los tres puntos anteriores tratan sobre el camino de la vida y la revelación de la vida. Todo el que quiera tomar el camino de la vida tiene que ver estos tres puntos. Tal visión y revelación nos son mostradas con claridad cuando el Espíritu Santo entra en nosotros. En tal visión vemos al viviente e inmensurable Dios que mora en nosotros con Su vida eterna y poderosa, y en esta revelación vemos que nuestra propia persona es un obstáculo y una restricción para la vida. Sin embargo, Él también nos muestra que estamos crucificados en la cruz. Esta visión es el principio de nuestro andar en el camino de la vida.

  Todo el que esté delante del Señor y quiere andar en el camino de la vida tiene que comenzar en este punto. Necesitamos la misericordia de Dios y el alumbrar del Espíritu Santo para que nos muestren que la vida de Dios está en nosotros, que nosotros somos un obstáculo para la vida de Dios y que fuimos crucificados en la cruz. Todo el que quiera tomar el camino de la vida de Dios, con el tiempo, debe ver esto.

  Cuando el Espíritu Santo abra nuestros ojos para ver que hemos sido crucificados en la cruz, la muerte de cruz resplandecerá en nosotros y llegará a ser una visión interior. Entonces dondequiera que vayamos, esta visión estará profundamente impresa en nosotros. Tan pronto hayamos visto esta visión, iniciaremos el camino de la vida, y la vida de Dios comenzará a expresarse por medio de nosotros.

  Después de haber visto esta visión, comprenderemos que hemos muerto en la cruz y hemos llegado a nuestro fin. Aun si más tarde pareciera que se nos olvidara todo y comenzáramos a actuar según nuestros viejos pensamientos, decisiones y preferencias, la visión nos lo recordará, como si fuese una voz interior, y nos preguntará: “¿No has sido crucificado? ¿No llegaste a tu fin en la cruz?”. Mientras estamos pensando y decidiendo actuar conforme a nuestras preferencias, hay una voz, una palabra, una luz que interiormente nos pregunta: “¿Acaso no estás en la cruz? ¿No estás crucificado?”. Entonces es cuando de manera práctica experimentamos la visión que hemos visto. Aun cuando intentemos pensar a nuestra manera, no podremos hacerlo, y aun cuando tratemos de decidir y escoger según nuestra manera, no podremos hacerlo. Seremos como una pelota desinflada que antes había estado llena de aire.

  Antes de recibir tal visión, podemos compararnos a una pelota llena de aire; sin embargo, después que recibimos la visión de que estamos crucificados con Cristo, se produce un agujero sin siquiera darnos cuenta. Por lo tanto, cuando tratamos de pensar por nosotros mismos, no podemos lograrlo; cuando intentamos decidir por nosotros mismos, no somos capaces de hacerlo; y cuando tratamos de elegir algo por nuestra propia cuenta, ya no tenemos tal capacidad. Tan pronto se introduce en nosotros la visión de la cruz, ésta opera en nosotros y nos hace “un agujero”. Cuando veamos la visión, seremos quebrantados.

  Alguien podría preguntar: “¿Es verdad que una persona que ha visto la cruz no se enoja, y que una persona que no ha visto la cruz sí se enoja?”. No, una persona que no ha visto la cruz se enoja, y lo mismo hará una persona que ha visto la cruz, pero hay una diferencia. Cuando una persona que no ha visto la cruz se enoja, cuanto más él se enoje, más se complace en hacerlo y más avivado se siente a causa de ello. Por otra parte, una persona que sí ha visto la cruz también podría enojarse, pero cuanto más él se enoje, más pierde el gusto de hacerlo y más intranquilo se siente. Tal persona no necesita que nadie la exhorte; después de murmurar un poco, sólo una media frase, ya no puede acabar de decir el resto. Si discute con su esposa, después de decirle una sola oración él siente que se desanima y sabe que algo anda mal. No es necesario que nadie le exhorte. Una persona que no ha visto la visión y que se niega a tomar la cruz peleará en la noche, después que ha peleado en la mañana. Esto muestra la diferencia que hay entre estos dos. Quienes no han visto la cruz se llenan de energía cuando pelean, pero quienes han visto la cruz se desaniman a causa de sus riñas. Experimentar la visión de la cruz no es un asunto de cultivarse a sí mismo, sino de ser quebrantado. La salvación efectuada por Dios no es un asunto de la superación personal, sino de la muerte.

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