
Lectura bíblica: Ro. 8:26-29
La única meta de la obra que el Espíritu Santo efectúa en nosotros es introducirnos en la experiencia de la muerte de cruz. El Espíritu Santo desea encontrar en nuestro ser un lugar y una abertura para Cristo; Él está forjando a Cristo en nosotros para que Cristo pueda manifestarse desde nuestro interior. A fin de que Cristo entre a nuestro ser, necesitamos ser quebrantados y ensanchados, y a fin de que Cristo se manifieste desde nuestro interior, nuestro hombre exterior debe ser derribado y muchas cosas en nosotros deben ser quebrantadas.
El resultado de la obra continua del Espíritu Santo en nosotros es que Él nos llama a recibir la cruz. La cruz realiza en nosotros una obra de quebrantamiento y demolición. Dios nos puso en la cruz, en Cristo, de modo que nuestra persona, que perturba y limita a Dios, pueda recibir los tratos de la cruz.
Después que hemos visto que la cruz trata con nuestra persona, el Espíritu Santo interiormente nos llama a experimentar la cruz día tras día y momento a momento. En nuestro vivir diario y en todas las cosas grandes y pequeñas, el Espíritu Santo nos corrige y nos pregunta: “¿Estás viviendo por ti mismo, o estás permitiendo que Cristo viva en ti?”. Si estamos dispuestos a obedecer la voz del Espíritu Santo en todo, el Espíritu Santo nos preguntará: “¿Es tu hombre natural la fuente de este asunto, o es Cristo la fuente? ¿Es llevado a cabo por el hombre natural o por Cristo?”. Estas preguntas nos llevan a recibir el quebrantamiento y la demolición efectuados por la obra de la cruz.
Cuando el Espíritu hace una obra aniquiladora en nosotros, somos introducidos en la muerte de cruz. Sin embargo, no nos es fácil recibir la cruz. Aunque hemos visto la luz con respecto a la cruz, y el Espíritu interiormente nos llama a venir a la cruz, no nos sometemos a Él con facilidad. No recibimos la cruz de una manera simple, incondicional y directa; no somos personas simples. Es muy difícil tratar con el hombre, y es muy difícil tratar con nuestro “yo”. No deberíamos negar esto delante de Dios. No importa cuánta luz recibamos, cuánta verdad escuchemos, cuán a menudo leamos la Biblia, cuánto Dios nos conmueva, ni cuantas lecciones aprendamos, todavía hay lugares en nuestro ser donde no queremos ser quebrantados por la cruz. Por eso es muy difícil tratar con nuestra persona.
A Dios le fue muy fácil crear el universo. Él creó todo de la nada. Sin embargo, es gravoso y difícil para Dios tratar con nuestra persona. Al crear el universo, Dios habló, y fue hecho; Él mandó, y subsistió (Sal. 33:9). El universo fue creado en un instante. No obstante, cuando Dios trata con nosotros, le puede llevar veinte o treinta años, y posiblemente no acabe de aplicarnos Sus tratos. Un carpintero que quiere modificar un mostrador o una mesa sólo se tomará dos o tres días para acabar el trabajo, aun si le lleva mucho tiempo y esfuerzo. Sin embargo, pueden pasar varios años e incluso varias décadas, y los tratos que Dios aplica al hombre no habrán acabado. Lidiar con el hombre es en verdad un gran problema.
Algunos no están dispuestos a recibir el quebrantamiento de la cruz aunque pasen por mucha disciplina; ellos pasan por muchas dificultades, pero aun así no pueden someterse. Sufren el trato y la disciplina de Dios por varios años, y sufren muchas cosas al punto que pareciera que ya no tienen fuerzas para estar en pie. Sin embargo, cuando uno los contacta, ellos no han cambiado en nada; permanecen intactos a pesar de que están llenos de heridas y cicatrices. Han sufrido mucho, pero son muy superficiales en el sentido de que experimentan muy poco aprendizaje y quebrantamiento, y tienen muy poca o ninguna experiencia de la cruz. Durante sus padecimientos, encuentran muchas dificultades —la esposa parte con el Señor, sus hijos se enferman, sus negocios fracasan y su salud se deteriora. Parece que para ellos todo son golpes y aflicciones, pero su persona no es quebrantada. A menudo creemos que los que pasan por muchas aflicciones y sufrimientos delante del Señor con seguridad han aprendido algunas lecciones, han recibido cierta gracia y experimentado el quebrantamiento de la cruz. Esto no es necesariamente cierto. Algunos pueden estar llenos de heridas y cicatrices y, al mismo tiempo, siguen intactos e inquebrantables sin aprender ninguna lección. Cuando nos encontramos con ellos, causan preocupación, pesar y dolor. Parece que cuanta más disciplina y aflicciones sufren, tanto más obstinados y duros se vuelven. Aunque ellos podrían ser comparados con una bola de algodón antes de sufrir los tratos disciplinarios, después que los han experimentado es como si ellos se hubieran convertido en una sólida piedra. ¡Esto es lamentable! Por consiguiente, debemos comprender que es difícil tratar con nuestra persona.
Nadie es fácil de tratar; todos somos personas difíciles. Es posible que las hermanas sientan que ellas son más mansas que los hermanos, pero hablando con propiedad, cuánto más mansa sea ella, más dura de tratar será. Muchas personas son de dura cerviz y sólo se someten ante una gran dificultad. Si golpeamos una pieza de vidrio, éste fácilmente se rompe; sin embargo, si golpeamos una pieza de hule, no se romperá, por mucho que lo intentemos. Los hermanos pueden compararse al vidrio, que se quiebra de inmediato, pero las hermanas pueden compararse al hule, que no se rompe por mucho que se le golpee. Dado que el hombre es un caso tan difícil, luego que éste cayó, Dios le asignó sufrimientos. Para el varón, Él le dio los sufrimientos fuera del cuerpo; para la mujer, Él le dio los sufrimientos dentro del cuerpo. Si le prestamos atención a la gracia, veremos que es más fácil tratar con los hermanos y más difícil tratar con las hermanas. En la vida de iglesia no necesitamos preocuparnos mucho si tenemos que confrontar a los hermanos, pero toma mucho más esfuerzo tratar con las hermanas porque a ellas no podemos convencerlas con razonamientos ni con sentido común. Si no podemos convencer a los hermanos mediante los razonamientos, podemos hacerlo empleando el sentido común; sin embargo, al tratar con algunas hermanas, somos totalmente incapaces de convencerlas. Ellas tienen sus propios razonamientos y su propio yo. Las hermanas a menudo piensan que sus razonamientos son correctos y que ellas son incluso la corporificación misma del sentido común; por consiguiente, sienten que todos deben ceder ante ellas. Es muy difícil tratar con las hermanas. Así que, bajo el plan de Dios, los sufrimientos a menudo son más difíciles para las hermanas que para los hermanos.
Es muy difícil tratar con el hombre. No deberíamos asumir que como la Biblia habla de la iluminación y el toque del Espíritu Santo y del resplandor y el llamado de la cruz, que el hombre recibirá la cruz y aceptará de buena voluntad el quebrantamiento de la cruz. Éste no es el caso. De hecho, es raro en extremo hallar una persona así. Por lo tanto, necesitamos mucha gracia, vida, al Espíritu, la verdad, la palabra del ministerio, los libros espirituales y el testimonio de la iglesia.
Además, Dios también dispone las personas, las cosas y los asuntos que nos rodean; Él establece el entorno y las circunstancias en nuestra vida para poder quebrantar nuestra persona. Él creó los cielos y la tierra, y también preparó el aire, el agua y la luz solar para nuestra existencia. Él nos predestinó antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4-5, 11), y en el tiempo nos llamó como Sus llamados (Gá. 1:15; 1 Co. 1:1-2). Una vez que somos salvos, Dios realiza una obra de gracia en nosotros a fin de hacer que le amemos, le deseemos y le busquemos a Él. Puede ser que nuestros vecinos nos critiquen y piensen que somos supersticiosos. Quizá sienten que creemos en Jesús a un grado extremo, pero cuanto más amamos, buscamos y servimos al Señor, más gozo interior tenemos. Todas estas cosas son el resultado de la obra de gracia que el Señor efectúa.
El Señor lo predestinó todo antes de la fundación del mundo; Él ha ordenado la familia, el cónyuge y los hijos que necesitamos para nuestra transformación. Él sabe qué clase de jefe, colaboradores, compañeros de estudio y vecinos necesitamos; por consiguiente, Él prepara y ordena todo para nosotros. Somos el pueblo que Dios escogió y predestinó, y somos aquellos que hallan gracia ante Dios. Dios está realizando una obra de gracia en nosotros, y Él ha preparado todo lo que nos sucede en nuestro entorno y las circunstancias de nuestra vida.
El Espíritu Santo también opera en nosotros por medio de los mensajes hablados por Sus siervos, el testimonio de los santos y la dirección y la comunión de la iglesia, a fin de que seamos motivados a amar al Señor Jesús, deseemos ir en pos de Él y le permitamos vivir por medio de nosotros. Incluso deseamos estar dispuestos a ser quebrantados, subyugados y llenos de Cristo a fin de expresarle en nuestro vivir y aun oramos por ello. Si bien nuestro deseo y oración proceden de la obra del Espíritu Santo y emanan de la gracia del Señor, Dios sabe que esto en sí no es suficiente como para tratar con nuestra persona. Por consiguiente, Él lo dispone todo en nuestro entorno, aun las cosas que nos ocurrieron antes de ser salvos.
Hubo una vez un hermano que antes de ser salvo sufrió mucho debido a sus padres. Él no sabía la razón de ello, pero después de ser salvo, comprendió que su sufrimiento había sido preparado por el Señor a fin de que pudiese aprender algunas lecciones espirituales. Después que fue salvo, él amó y buscó al Señor, y oró por una buena esposa. Dado que él había sufrido mucho a causa de sus padres, él quería una esposa como Rebeca, la cual podría consolarle (Gn. 24:67). El Señor aceptó sus oraciones, y a partir de ese día él comenzó a considerar con quien debía casarse. Muchos santos de edad avanzada cuidaron de él y le presentaron diferentes hermanas, pero luego que él oró y ponderó, sintió que ninguna de ellas era la indicada, ni coincidían con su gusto. Al final él conoció a una hermana cuya manera de ser era muy peculiar. Sin embargo, tan pronto se conocieron él sintió que ella era muy apropiada. Esperaba con ilusión que ella fuese como Rebeca y lo consolara; sin embargo, el trato que recibió de esta hermana excedía por mucho al trato que él había recibido de sus padres. No obstante, él no podía cambiar su situación, porque no podía divorciarse de ella, ni pelear con ella. Finalmente, comprendió que este arreglo tenía como fin que él aprendiera más lecciones.
Conocemos muchos ejemplos similares. Muchos santos, después de considerar mucho con respecto a escoger un cónyuge, finalmente eligen a una “querida persona” que sirve para quebrantarlos. Si no nos agrada algún empleado, podemos despedirlo, y si un vestido no nos queda, podemos partirlo en secciones y usarlo como trapo; sin embargo, no podemos deshacernos de nuestro cónyuge. Así que, solamente podemos pedirle al Señor que allane el camino en nuestro ser. A menos que nuestro cónyuge sea arrebatado o que parta con el Señor, no tenemos más opción que tomar el camino de la cruz, el camino de la disciplina del Espíritu Santo. La disciplina del Espíritu Santo se hace evidente no sólo en los asuntos pequeños, sino también en los grandes asuntos de nuestra vida. A menudo Dios nos da una “querida” esposa o un “querido” esposo, y a veces no sabemos si deberíamos reír o llorar. En realidad, todo lo que podemos hacer es volvernos al Señor y orarle a Él, porque muchos años pueden pasar, y no seremos arrebatados, y nuestro cónyuge estará sano y vigoroso. Finalmente, tanto el esposo como la esposa vivirán juntos por muchos años. Esto constituye una gran disciplina.
Hubo un gran evangelista británico llamado John Wesley quien vivió en un entorno donde tenía libertad de elegir con quien casarse, y él escogió a su “querida” esposa. Un día Wesley estaba predicando, y muchas personas fueron conmovidas por su mensaje; sin embargo, su esposa vino y les gritó a todas, rogándoles que no oyesen los disparates que él hablaba. La querida esposa de Wesley permaneció igual y nunca cambió; esto fue una gran disciplina para él. Su vida matrimonial fue como una carrera de tres piernas donde hay muchos tropiezos, incluso caerse de espaldas al piso. Éstas son claras indicaciones de la disciplina del Espíritu Santo.
En nuestra vida humana enfrentamos grandes disposiciones disciplinarias que no podemos evitar ni eludir, puesto que no podemos ser arrebatados ni morirnos. Estas son disposiciones severas. Dios nos escogió y nos predestinó antes que naciéramos. Él ordenó todo lo que se relaciona con nosotros. Cometemos miles de errores en nuestra vida, y no somos culpables de esos errores; todo ha sido dispuesto por Dios. En cuanto al matrimonio, podemos rechazar a alguien que vive cerca de nosotros, y también podemos rechazar a alguien con quien estamos familiarizados. Si, al final, elegimos una persona peculiar, sólo nos podemos culpar a nosotros mismos. Aparentemente la culpa es nuestra, pero si Dios no lo hubiera permitido, tan sólo habría tenido que mover Su dedo meñique, y ese matrimonio no habría sido posible. Para que dos personas se casen hay que dar muchos pasos. Así que, aun si no tenemos buen discernimiento y tomamos una decisión equivocada, siempre deberemos admitir que eso tiene que haber sido permitido por Dios, ya que deben suceder muchas cosas para que se lleve a cabo un matrimonio. Si Dios no nos lo permite, no cometeríamos un solo error aun si lo intentásemos. Creo esto de forma absoluta.
Muchas veces deliberadamente queremos hacer algo equivocado, pero Dios no nos lo permite; así que, no podemos cometer un solo error por mucho que lo intentamos. En ocasiones, tememos cometer errores, y tratamos de evitarlos y prevenirlos, pero después que lo intentamos todo, cometemos los errores. En realidad, estos asuntos no están en nuestras manos; el corazón del hombre planea su camino, mas Jehová dirige sus pasos (Pr. 16:9). Podemos elegir una senda diferente, pero Dios mismo dirige nuestros pasos. Nada nos sucede si Dios no lo permite, y nada nos sucede a menos que Dios nos lo haya medido. Las cosas no nos suceden al azar; todo lo que Dios nos ha medido es exactamente correcto. Dios determina que cierta persona sea nuestro cónyuge; esto fue dispuesto por Dios o, como mínimo, lo permitió.
Lo que Dios dispone, ordena, permite y realiza en nuestro entorno corresponde a la disciplina del Espíritu Santo. El Espíritu Santo gobierna nuestro entorno, y Él mueve y dispone todas las cosas para quebrantar nuestra persona. Nuestro cónyuge es el ayudante que Dios usa para quebrantarnos. En ocasiones, la cooperación que nuestro cónyuge le brinda a Dios no le es suficiente, así que Él nos da hijos. Si nuestro cónyuge, el ayudante principal de Dios, no le es suficiente, Él añade otros ayudantes más pequeños para tratar con nosotros. Si éstos no son suficientes Él puede añadir otros tres, cuatro o aun cinco ayudantes más. En ocasiones, no basta con tener hijos, por eso Dios también nos da hijas.
Cada hermano y hermana es creada y redimida por Dios, y todos estamos bajo la gracia y el cuidado de Dios. Todos somos guiados, cultivados y perfeccionados por Dios. Dado que admitimos que esto es verdad, deberíamos ver que cada asunto importante de nuestra vida humana, tales como nuestro esposo, esposa, padres o hijos, no nos llegaron por casualidad. Nada viene a nosotros sin un propósito. Todo lo ha dispuesto Dios; algunas cosas las dispuso antes que naciéramos, y otras cosas nos llegan como resultado de nuestra oración. Por ejemplo, dado que una hermana sólo tiene hijas, ella ora por un hijo y recibe un hijo. Sin embargo, este hijo verdaderamente debería llamarse “trato disciplinario” porque cuanto más crece, más tratos disciplinarios trae a su madre. Todas estas cosas son efectuadas y dispuestas por Dios.
Espero que todos los hermanos y las hermanas sean impresionados profundamente con el hecho de que las herramientas que Dios usa para darnos gracia son la Biblia, el Espíritu Santo, la iglesia, los santos, la luz de la verdad y especialmente el entorno. Hablando con propiedad, el entorno y nuestras circunstancias equivalen a la disciplina del Espíritu Santo. La disciplina del Espíritu Santo es la mejor herramienta en los designios de Dios. Muchas personas valoran la Biblia como un tesoro y le prestan mucha atención al Espíritu Santo, pero no le prestan atención al entorno; ellas no ponen atención a las personas, cosas y asuntos que se encuentran en su entorno. Un cristiano que es espiritual y vive delante de Dios necesita “leer” tres cosas cada día. Primero, él necesita leer la Biblia. Segundo, él necesita leer su sentir interior. Tercero, él necesita leer su entorno y circunstancias, que incluyen las personas, cosas y asuntos en su alrededor. Muchas personas leen bien la Biblia, y también pueden leer el sentir de su espíritu, pero son incapaces de leer las personas, cosas y asuntos que le rodean. ¿Ha considerado alguna vez por qué Dios le dio ese cónyuge? ¿Por qué Dios nos dio cierta clase de hijo? ¿Acaso hemos estudiado esto y tratado de entenderlo? Muchos hermanos y hermanas memorizan la Biblia y también perciben profundamente el sentir de su espíritu, pero lamentablemente nunca han estudiado el entorno que les rodea, ni lo entienden. Ellos desatienden y pasan por alto sus circunstancias y el entorno, y se pierden del beneficio que pueden obtener de ello. Éste es un gran error. Las circunstancias y el entorno son grandes instrumentos que Dios dispone para tratar con nuestra persona y subyugarnos.
Romanos 8 habla específicamente del Espíritu Santo; la primera mitad del capítulo 8 habla del Espíritu Santo, y la segunda mitad habla del entorno, las circunstancias y los sufrimientos, incluyendo el hecho de que Dios hace que todas las cosas cooperen para bien (v. 28). En torno a nuestro entendimiento espiritual, no basta sólo con conocer el Espíritu Santo; también debemos conocer “todas las cosas” en nuestras circunstancias. El propósito de que todas las cosas cooperen para bien es obtener la cooperación del hombre para que pueda ser conformado a la imagen del Hijo de Dios, y tratar con el hombre hasta el grado de que sea exactamente igual al Hijo de Dios. Por esta razón, el Espíritu Santo hace surgir en nosotros una oración vehemente, y Él intercede por nosotros con gemidos indecibles, causando que interiormente anhelemos recibir la gracia de Dios, tener la imagen de Cristo y ser llenos de la vida de Cristo (v. 26). Cuando expresamos el deseo y la oración del Espíritu Santo en nosotros, estas oraciones y gemidos pasan por el Espíritu Santo y llegan a Dios. Al escuchar tal oración, Dios prepara el entorno que nos rodea y hace que todas las cosas cooperen a fin de quebrantarnos, disciplinarnos y así transformarnos. Cuando nuestro deseo de ser llenos de Cristo y portar la imagen del Hijo de Dios corresponde a la intercesión del Espíritu Santo, Dios oye nuestra oración y levanta un entorno con el fin de tratar con nosotros. Dicho entorno puede ser nuestro cónyuge o nuestros hijos, pero todo ocurre con el fin de quebrantarnos y subyugarnos. Ésta es una gran disciplina.
Aun una persona como Pablo, que fue grandemente bendecido y experimentó la gracia de forma prevaleciente y profunda, habló de un aguijón que le traspasaba y le pinchaba cada día. Cuando ya no pudo soportarlo más, él oró que el Señor le quitara el aguijón. El Señor le respondió: “Bástate Mi gracia” (2 Co. 12:9). El aguijón que estaba en Pablo lo llevó a disfrutar la gracia de Dios y a experimentar el poder de Dios que se perfecciona en la debilidad. Algunas esposas pueden ser aguijones para sus esposos, algunos esposos pueden ser aguijones para sus esposas y algunos hijos pueden ser aguijones para sus padres, pero todas estas cosas las permite el Señor a fin de tratar con nosotros y quebrantarnos. Podemos orar y esperar que los otros cambien, pero cuanto más oramos de esta manera, nos queda más claro que nada cambiará. Nuestro aguijón continuará atravesándonos, turbándonos y molestándonos. Éste es el entorno que Dios ha creado para que podamos conocer la gracia del Señor y experimentar el poder del Señor.
A los ojos de los incrédulos, muchas veces les parece que las circunstancias de los cristianos son muy extrañas, y no entienden que es lo que éstas significan. Sin embargo, Dios sabe que Él es quien lo dispone todo. No hay un cristiano apropiado que no tenga problemas ni presiones en su vida; no hay un cristiano apropiado que lleve una vida tranquila y sin preocupaciones. Todo cristiano apropiado tiene una dificultad o una carga, o se halla bajo alguna opresión o aflicción en toda clase de circunstancias. Ésta es la disciplina del Espíritu Santo. El propósito de la iluminación interior y el llamamiento del Espíritu Santo y de la presión externa del entorno consiste simplemente en derrotar nuestra persona. Si vemos esto, nos inclinaremos y diremos: “Oh Dios, te adoro. Lo que Tú has dispuesto nunca puede ser un error. Esto es lo que yo necesito. Aun si cometo errores, Tú nunca los cometes, y aún te alabo”. En tal momento seremos bendecidos interiormente, y el poder de la vida del Señor nos sostendrá, nos apoyará y nos llevará a soportar las cosas que no podemos soportar en nosotros mismos. En tales momentos tendremos la presencia y el gozo interiores del Señor.
Si aprendemos bien estas lecciones, nuestro cónyuge producirá en nosotros el efecto de la cruz, y nuestro yo, preferencia, opinión, inclinación, pensamiento y todo lo que somos será puesto a muerte. Dios a menudo nos quebranta por medio de nuestro cónyuge. Si nos sometemos al Señor y aceptamos Su trato, conoceremos al Señor interiormente, y seremos bendecidos al tener la vida divina como el poder que nos sostiene y nos permite soportar lo que no podríamos soportar.
Necesitamos ver que el verdadero crecimiento en vida no sólo depende de la iluminación exterior de la Biblia y de nuestra cooperación interior con el Espíritu Santo; también necesitamos de nuestro entorno y de nuestras circunstancias, los cuales son la disciplina del Espíritu Santo. Si realmente vivimos delante del Señor, viviremos en el Espíritu y valoraremos las circunstancias dispuestas por Dios. Valoraremos las personas, las cosas y los asuntos que nos rodean. Cuando la verdad es liberada, habrá una respuesta en nuestro ser, y mediante nuestra oración el Espíritu empezará a obrar en nosotros. Al mismo tiempo, la mano de Dios también dispondrá las cosas en nuestro entorno a fin de reforzar la luz de Su verdad y la obra del Espíritu. El propósito de esta obra interna y externa es quebrantar, subyugar y derribar nuestra persona. Si el Señor nos concede Su misericordia y gracia, estos mensajes nos ayudarán a ver cómo la vida del Señor ha llegado a ser nuestra vida y cuánto Su vida quiere ganar terreno en nosotros para poder vivir por medio de nosotros.
La vida de Dios, la revelación y la luz que hemos visto, así como la disciplina del Espíritu Santo en nuestras circunstancias realizan en nosotros la obra de la cruz. La cruz trae la vida de Cristo, y la muerte de cruz trae resurrección. Los que tienen la expresión de la muerte de cruz, también tienen la expresión de la vida. Éste es el camino de la vida.