
Lectura bíblica: Éx. 26:26-29; Lc. 15:22; Ef. 1:13b; 4:2, 3; Hch. 16:6, 7
Hemos visto que el tabernáculo estaba compuesto de tablas de madera recubiertas de oro. También vimos que lo que sostenía al tabernáculo no era el oro, sino la madera. La madera era el elemento principal por el cual el tabernáculo permanecía erguido; es más, la madera era el elemento principal del tabernáculo. El oro le proveía el decorado, la belleza, el valor y la preciosidad, pero la madera posee el poder que le permitía estar derecho o erguido. La madera es un tipo de la humanidad de Jesús, y esto indica que el poder que hace que la iglesia, el tabernáculo de hoy en día, esté derecha, es la humanidad de Jesús. Si estamos escasos de la humanidad de Jesús, la iglesia será muy débil y no tendrá poder para permanecer derecha. Para que la iglesia tenga el poder para permanecer erguida, debe tener la madera de acacia, que es la humanidad de Jesús.
El tabernáculo no sólo tenía tablas, sino también barras: “Harás también cinco barras de madera de acacia para las tablas de un lado del Tabernáculo, cinco barras para las tablas del otro lado del Tabernáculo y cinco barras para las tablas del lado posterior del Tabernáculo, hacia el occidente. La barra central pasará en medio de las tablas, de un extremo al otro. Recubrirás de oro las tablas, y harás sus argollas de oro para meter por ellas las barras; también recubrirás de oro las barras” (Éx. 26:26-29).
El tabernáculo tenía en un lado veinte tablas derechas y veinte al otro, y del lado posterior, el lado occidental, había ocho tablas. En total el tabernáculo tenía cuarenta y ocho tablas individuales y derechas. ¿Cómo podían todas estas tablas ser una? ¿Cómo podían estar unidas? Ésa era precisamente la función de las barras. Al disfrutar de la humanidad de Jesús, llegamos a ser como tablas derechas y fuertes; pero tal vez no estemos unidos a las demás tablas. Tenemos la capacidad de permanecer derechos, pero aún no estamos unidos a las otras tablas. Es por eso que necesitamos las barras que unen. Las barras también estaban hechas de madera de acacia recubiertas de oro, pero los anillos por donde pasaban las barras eran de oro sólido.
Aunque las cuarenta y ocho tablas estaban derechas, eran las barras las que las mantenían unidas. Éxodo 26:26-29 nos dice claramente que en cada uno de los tres lados del tabernáculo había cinco barras, incluyendo la barra central que pasaba de un extremo a otro. Entonces, si la barra central era una barra larga que iba de un extremo a otro, ¿dónde iban colocadas las otras cuatro barras? Seguramente la primera barra estaba más arriba de la barra central, pero solamente llegaba hasta en medio. Y la segunda barra, colocada también más arriba de la barra central, completaba la otra mitad. La cuarta barra debió estar colocada muy por debajo de la barra central, extendiéndose hasta la mitad, y la quinta, colocada al mismo nivel bajo, completaría la otra mitad. Por lo tanto vemos que había cinco barras en cada lado, con la barra de en medio pasando de un extremo al otro. Sabemos que estas cuatro barras deben haberse colocado de esta manera, porque la barra central se extendía de un extremo al otro; de no ser así, no habría habido una barra en medio. Por tanto, tenemos el número cinco, ya que hay cinco barras, y tenemos el número tres, debido a que las barras formaban tres líneas.
A cada lado del tabernáculo, las barras unían las tablas. Pero no era suficiente tener sólo las tablas y las barras; además se necesitan las argollas o anillos. Las argollas de oro estaban adheridas al oro que recubría las tablas. Cada tabla estaba recubierta de oro, y en cada una de las tablas había tres argollas de oro sólido, adheridas al recubrimiento de oro. Así que habían por lo menos 144 anillos para las quince barras de los tres lados del tabernáculo. Cuando se juntaban las tablas, las barras y las argollas, allí estaba la unidad. Cuando las cuarenta y ocho tablas se unían y se juntaban, llegaban a ser una sola morada.
Según la tipología, las barras que unen simbolizan al Espíritu Santo, y los anillos también representan al Espíritu Santo. Ambos son tipos del Espíritu Santo; pero ¿por qué se necesitan las barras y las argollas para tipificar al un solo Espíritu Santo? Esto requiere la experiencia apropiada y también los versículos apropiados que lo confirmen. La última parte de Efesios 1:13 dice: “En Él habiendo creído, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”. Ésta es la experiencia inicial que tenemos del Espíritu Santo. Una vez que una persona cree en el Señor, ella es sellada con el Espíritu Santo. Sin embargo, en el mismo libro, en Efesios 4:3, leemos: “Diligentes en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”. En este versículo no se usa la palabra Santo después de la palabra Espíritu. Debemos guardar la unidad del Espíritu, y más adelante veremos que existe una razón muy importante para esto. Por supuesto que algunos dicen que aquí el Espíritu se refiere al Espíritu Santo, y estoy de acuerdo. Pero no debemos pensar que el apóstol Pablo haya hablado de manera descuidada. Hay una razón por la que él usó en Efesios 1:3 el término Espíritu Santo y en 4:3 el término el Espíritu.
¿Cuál es la diferencia entre el sello del Espíritu Santo y guardar la unidad del Espíritu? Recibir el sello del Espíritu Santo es fácil. Cuando creemos, lo recibimos. Pero guardar la unidad del Espíritu no es fácil. Después de recibir el Espíritu, debemos guardar la unidad del Espíritu. Si yo les preguntase si tienen el sello del Espíritu, ustedes me contestarían: “Amén”; pero ¿guardan la unidad del Espíritu? Esto es otra cosa. Supongamos que hay tres hermanos que han creído en el Señor Jesús; por ende, ellos están sellados con el Espíritu. Pero ellos viven juntos en la misma casa y se pelean todo el tiempo; ¿creen que ellos están guardando la unidad del Espíritu?
Los verbos que usa el apóstol Pablo en Efesios 1:13 están en tiempo pasado: “En Él habiendo creído, fuisteis sellados”. Esto es un hecho cumplido. Pero en el capítulo 4, él dice: “Diligentes en guardar la unidad del Espíritu”. Vemos que estas personas tienen algo, pero también les hace falta algo. Han sido sellados con el Espíritu Santo, pero les falta ser diligentes en guardar la unidad del Espíritu. Entonces vemos que recibir el sello del Espíritu Santo es una experiencia inicial, mientras que guardar la unidad del Espíritu es algo que requiere crecimiento y perfeccionamiento. Todos hemos sido sellados con el Espíritu. Esto ocurre al comienzo de nuestra vida cristiana; no tiene condiciones ni términos, porque es un hecho consumado. Pero guardar la unidad del Espíritu depende de ciertas condiciones. Tal vez usted la guarde y yo no. Quizás yo la guarde ahora, pero no después. Quizás usted la guarde hoy, pero no mañana.
Guardar la unidad del Espíritu es un gran avance, comparado a ser sólo sellados con el Espíritu Santo. Es un solo Espíritu pero en dos etapas. En la primera etapa de nuestra vida cristiana, el Espíritu Santo es el Espíritu que nos sella. Pero debemos avanzar de la primera etapa a la segunda, a fin de experimentar al Espíritu como las barras que unen.
En la primera etapa el Espíritu Santo es simplemente un anillo. En los tiempos antiguos los anillos eran usados como un sello, y aún hay quienes siguen usándolos así. Todos los objetos del tabernáculo en Éxodo tienen un significado espiritual. Los anillos de oro sobre las tablas son un tipo del Espíritu que nos sella. El Espíritu Santo es el anillo de oro que nos sella. Después de ser salvos, fuimos sellados con el Espíritu Santo.
Esto lo podemos ver en Lucas 15, donde se relata el regreso del hijo pródigo: “Pero el padre dijo a sus esclavos: Sacad pronto el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano” (v. 22). El padre puso un vestido sobre su hijo, que representa a Cristo como nuestra justicia. Pero eso no es todo. También le puso un anillo en su mano. Éste es el sello del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos fue dado como un sello.
Todas las tablas del tabernáculo tenían anillos, pero no eran unidas sólo por ellos. Necesitaban las barras que unen. Por ejemplo, dos hermanos pueden ser salvos y tener el sello del Espíritu Santo, pero quizás discutan y actúen siempre independientemente el uno del otro. Ellos necesitan humildad, mansedumbre y longanimidad, y soportarse el uno alo otro en amor (Ef. 4:2), lo cual no puede provenir de su humanidad; más bien, requiere otro tipo de humanidad. En lugar de traducir “soportándoos los unos a los otros”, una versión tradujo “haciendo provisión”. Ésta es la razón por la que necesitamos ser diligentes en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Si estos dos hermanos avanzaran de la primera etapa del Espíritu a la segunda, podrían progresar. No solamente experimentarían al Espíritu Santo como los anillos de oro, sino que también lo experimentarían como la barra, como el vínculo que los une. En la primera etapa el Espíritu Santo era solamente una argolla de oro puro; no tenía la madera. Pero en la segunda etapa, algo le fue añadido. Ahora no sólo tiene el oro, sino también la madera de acacia. En vez de un elemento, ahora hay dos. Por consiguiente, para guardar la unidad, necesitamos la humanidad de Jesús.
Muchos cristianos hablan del Espíritu Santo o del Espíritu de Dios, pero ¿han oído del Espíritu de Jesús? En toda la Biblia esta frase se usa sólo una vez, y la versión King James, en inglés, no la tiene. La traducción apropiada de Hechos 16:6-7 es la siguiente: “Atravesaron la región de Frigia y Galacia, habiéndoles prohibido el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió”. Muchos cristianos nunca han oído que el Espíritu de Dios es ahora también el Espíritu de un hombre. Esto se debe a que el Espíritu hoy no es solamente el Espíritu de Dios, sino también el Espíritu de Jesús. El nombre Jesús no es un título divino, sino el nombre de un hombre. Hoy en día el Espíritu no es sólo el Espíritu de Dios, sino también el Espíritu de Jesús. El Espíritu de Dios sólo tiene un elemento, que es la divinidad de la naturaleza divina; pero el Espíritu de Jesús tiene otro elemento, que es la humanidad de Jesús. En este Espíritu hay tanto divinidad como humanidad. Este Espíritu es el Espíritu de Dios porque tiene la divinidad en Él, y Él es el Espíritu de Jesús porque también tiene la humanidad dentro de Él.
Quiero citarles algunas oraciones del libro El Espíritu de Cristo, escrito por Andrew Murray. En el capitulo 5, titulado: “El Espíritu del glorificado Jesús”, él dice: “De Su naturaleza, que había sido glorificada en la resurrección y ascensión, surgió Su Espíritu como el Espíritu de Su vida humana, la cual fue glorificada en su unión con la vida divina, a fin de hacernos partícipes de todo lo que Él personalmente había logrado y adquirido de Sí mismo y de Su vida glorificada. En virtud de haber perfeccionado en Sí mismo una nueva y santa naturaleza humana para nosotros, Él ahora podía comunicar lo que antes no existía: una vida que a la vez es humana y divina. Y el Espíritu Santo pudo descender como el Espíritu del Dios-hombre: quien es ciertamente el Espíritu de Dios y, sin embargo, es genuinamente el espíritu del hombre”.
El Espíritu de Jesús hoy no sólo es el Espíritu de Su divinidad, sino también el Espíritu de Su humanidad. Cuando recién fuimos salvos, experimentamos al Espíritu únicamente como el Espíritu divino con Su divinidad, pero a medida que crecemos, comenzamos a experimentarlo no sólo como el Espíritu de divinidad, sino también como el Espíritu de humanidad. Es en el Espíritu de Su humanidad donde se encuentra la barra que une. Como el Espíritu de divinidad, Él es el anillo que nos sella, pero como el Espíritu de humanidad, Él es la barra que nos une por los anillos.
Para que la vida de iglesia se mantenga derecha y unida, necesitamos la humanidad de Jesús. Nunca había visto tan claramente la razón por la cual el apóstol Pablo cita tantas virtudes humanas en Efesios 4:2-3. Él menciona la humildad, la mansedumbre o la gentileza, la longanimidad, y el soportarnos los unos a los otros en amor. Todas éstas son virtudes humanas y todas son necesarias para poder guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; todas se relacionan con la unidad del Espíritu. Aquí no se menciona el Espíritu Santo o el Espíritu de Dios, sino el Espíritu, que es el Espíritu del hombre o el Espíritu de la humanidad. De hecho es el Espíritu de Dios, pero aquí se menciona como el Espíritu de humanidad.
Necesitamos otro ejemplo para estar más claros. Supongamos que hay dos hermanos que estaban enfermos. Uno de ellos tuvo cáncer hace tres años, y el Señor lo sanó; el otro casi muere de una enfermedad, pero el Señor lo libró. Ambos recibieron una sanidad milagrosa de parte del Señor. Pero ¿creen ustedes que estos dos hermanos puedan algún día ser uno debido a tales milagros? Me temo que cuanto más ellos hablen de sus milagros, más divididos estarán. Ellos necesitan invocar: “Oh Señor Jesús, Tú eres tan humilde, tan manso; Tú eras así cuando estuviste en la tierra y ahora, Señor Jesús, Tú eres ese hombre en mí. ¡Oh Señor Jesús. Oh Señor Jesús!”. Si estos dos hermanos aprenden a invocar al Señor de esta manera, espontáneamente serán uno. Esta experiencia del Espíritu es la barra que los une, la cual está hecha de madera de acacia, que representa la humanidad de Jesús. Mientras más hablen de sus milagros, más individualistas serán. Pero cuanto más mastiquen la humanidad del Señor Jesús, más espontáneamente serán uno con el Señor y con los demás.
Hoy en día el Señor Jesús es el Espíritu de humanidad; Él es el Espíritu de un hombre. Su humanidad está en el Espíritu Santo, tal como Su divinidad está en el Espíritu Santo. Todos tenemos los anillos de oro, pero aún no podemos ser uno. Necesitamos las barras que nos vinculan, o sea, el Espíritu del hombre Jesús. El gran poder de Jesús está en Su divinidad, pero Su humildad, Su mansedumbre y todas Sus virtudes humanas se hallan en Su humanidad. Es solamente en estas virtudes humanas que podemos guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.
Debo repetir una vez más que la humildad, la mansedumbre y la gentileza no son virtudes de la divinidad, sino de la humanidad. La longanimidad y el soportarnos los unos a los otros en amor también son virtudes humanas. Todas estas virtudes están en el Espíritu de un hombre. Puesto que Jesús ha elevado la naturaleza humana, ¡ahora hay algo en el universo que no existía antes de Su resurrección, esto es, la naturaleza humana elevada de Jesús! Esta humanidad es ahora un elemento del Espíritu de Jesús. Si invocamos Su nombre y nos alimentamos de Él, todas las virtudes de Su naturaleza humana elevada serán nuestras, y por Su humanidad podremos ser uno. Es sólo al tener estas experiencias que podemos guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.
No necesitamos prestar mucha atención a los milagros o a la vida victoriosa, pero sí necesitamos disfrutar a Jesús como un hombre. Cuanto más mastiquemos a Jesús como un hombre, más disfrutaremos todas las virtudes de Su humanidad. Entonces el Espíritu llegará a ser las barras que nos unen. No importa cuánto los hermanos tomen ventaja de nosotros, nosotros lo permitiremos; estaremos tan dispuestos a soportarnos los unos a los otros en amor. Esto no proviene de las virtudes divinas, sino de las virtudes humanas. Es al llevar esta clase de vida que espontáneamente somos uno. Entonces estaremos unidos por las barras de madera de acacia recubiertas de oro.
Ahora regresamos a las cinco barras que formaban tres líneas a cada lado del tabernáculo. El número cinco en la Biblia siempre se compone de cuatro más uno. Si vemos nuestra mano, veremos que tenemos cuatro dedos más un pulgar. Nunca contamos nuestros dedos como tres más dos, sino que siempre es cuatro más uno. Si tuviésemos tres dedos y dos pulgares sería un poco raro. Más aún, si tuviésemos sólo dedos o sólo pulgares, sería peor. La creación de Dios es maravillosa. ¿Cómo alguien puede decir que no hay Dios? El mejor diseñador no podría diseñar una mano de esta forma. En la Biblia el número cuatro denota a las criaturas; hay cuatro seres vivientes en Apocalipsis 4:6, y el número uno denota al único Dios. Así que, cuatro más uno denota al hombre más Dios. Antes de ser salvos, no teníamos a Dios; pero ahora que somos regenerados, somos el hombre más Dios. El número cinco representa al Dios que se añade al hombre a fin de que tome responsabilidad. Estas cinco barras no sólo están allí por el aspecto externo, sino que están puestas de tal forma que mantienen las tablas unidas. Ésa es la responsabilidad de las barras.
Estas cinco barras están distribuidas en tres líneas. Tres significa resurrección. Así pues, el Señor Jesús resucitó el tercer día. Somos el hombre más Dios, pero en resurrección; no es en nuestra disposición natural, sino en resurrección. Y no sólo hay tres hileras de barras, sino que el tabernáculo tiene también tres lados. Esto representa al Dios Triuno. Así que, tenemos al hombre más Dios en resurrección junto con las tres personas del Dios Triuno. Es así como somos uno. Todas las cuarenta y ocho tablas del tabernáculo estaban unidas de esta manera. Ya que hoy en día somos dichas tablas, debemos estar totalmente unidos al tomar la humanidad de Jesús en resurrección con el Dios Triuno.
El factor principal del poder que une en la vida de iglesia es la madera de acacia, la cual está dentro del oro. La unidad proviene de la humanidad de Jesús, y esta humanidad hoy se halla en el Espíritu. Cuando tenemos este Espíritu, tenemos la humanidad de Jesús, la resurrección y el Dios Triuno. Todos estos asuntos están relacionados con la humanidad de Jesús. Si nosotros simplemente disfrutamos Su humanidad, tendremos la resurrección más el Dios Triuno. Pongamos nuestros ojos en el Señor, para que todos estos asuntos sean puestos en práctica en nuestra vida diaria.