
Este libro se compone de catorce mensajes dados por el hermano Witness Lee en Taipéi en 1952, y trata del Cristo crucificado como el secreto del vivir cristiano, el crecimiento en vida y la manera que Dios tiene para llevar acabo Su propósito eterno.
El Señor Jesús dijo: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn. 12:24). Estas palabras se aplican no solamente al Señor Jesús, sino también a nosotros. Hoy en día nosotros tenemos la vida del Señor en nosotros, así que somos los muchos granos de trigo. Sin embargo, no somos capaces de multiplicarnos, no podemos llevar mucho fruto y no podemos producir muchos granos debido a que no hemos sido quebrantados por la muerte.
Nosotros, en su mayoría, somos personas muy estables, constantes y estamos enteros. Sin embargo, muchas veces nuestra estabilidad, firmeza y el hecho de estar intactos representan un problema. Por ejemplo, aunque podamos tener muchos años de ser salvos, es posible que no tengamos cicatrices ni ningún indicio de la obra de la cruz en nosotros y nuestro ser aún siga intacto, entero, constante e inalterado. La única diferencia tal vez sea que antes de ser salvos éramos personas muy alocadas, irresponsables y de un mal comportamiento, y que, después de ser salvos, dejamos de ser alocados e irresponsables y empezamos a tener un buen comportamiento. Esto no es nada más que un cambio de comportamiento.
Hay dos clases de cambio que pueden ocurrir en la vida de un cristiano. Uno es el cambio que ocurre en nuestra conducta externa, y otro es el cambio que tiene lugar en la vida interna. Un cambio en nuestra conducta externa significa que anteriormente usted hacía lo que se le antojaba, actuaba libremente y sin ninguna restricción. Pero ahora, después de haber sido salvo, siente que su conducta pasada no es propia de un cristiano y que, por lo tanto, debe ser más cuidadoso. Sin embargo, esto no deja de ser un cambio externo, pues en su ser interior usted sigue siendo el mismo. Usted sigue siendo muy seguro y firme, muy estable e impasible, y también muy entero e intacto, es decir, sigue siendo la misma persona que era al principio. Nuestro problema no radica en nuestra conducta externa, sino más bien, con nuestra manera de ser, con nuestra vida natural y con nuestro viejo yo.
Hoy en día el cristianismo exhorta a las personas a que mejoren su comportamiento externo, pero a lo que Dios presta atención es algo mucho más elevado que esto. Lo que Dios busca no es simplemente un cambio en la conducta del hombre, sino más bien, que el hombre experimente una transformación interna en vida. Él no desea que sólo manifestemos un cambio en nuestro modo de vivir, lo cual sería algo externo, sino más bien que seamos quebrantados en nuestro modo de ser, lo cual es algo interno. El cambio externo de comportamiento recibe las alabanzas de los hombres, pero no puede agradar a Dios. Lo que Dios desea y lo que le agrada no es el mejoramiento externo de nuestra conducta, sino la transformación en vida y el quebrantamiento interno de nuestro modo de ser. La simple mejora de nuestro comportamiento hace que seamos personas buenas, mas no personas espirituales. A fin de ser espirituales, necesitamos ser quebrantados interiormente. Si no somos quebrantados, si no sufrimos ningún golpe y si no pasamos a través de la muerte, seremos personas que están enteras, pero no seremos personas que están llenas de vida.
Lo que otros ven en el mejoramiento de nuestra conducta externa es nuestra moralidad, pero no nuestra espiritualidad. Muchas veces, de la misma manera que nuestra inmoralidad es nuestra cobertura, así también nuestra moralidad puede ser nuestra cobertura. Los incrédulos nos exigen que tengamos un alto nivel de moralidad, lo cual es justo y razonable. Sin embargo, lo que Dios exige de nosotros es mucho más elevado que eso; Él exige que seamos quebrantados y aplastados para que el Cristo que está en nosotros —el Cristo glorioso, el Cristo de santidad— pueda vivir por medio de nosotros.
Hay varias categorías de cristianos. Una de las categorías es los cristianos degradados. Desde una perspectiva humana, los cristianos de esta categoría no parecen ser cristianos en nada, porque viven y andan igual que los incrédulos. Éstos son cristianos degradados. Otra categoría de cristianos son los cristianos que tienen un buen comportamiento. En el pasado estos cristianos eran muy libertinos, pero ahora se conducen ordenadamente; antes hacían lo malo, pero ahora hacen lo bueno. A los ojos de los hombres, estos cristianos están por encima de la norma; pero a los ojos de Dios, ellos aún están muy por debajo de la norma, pues lo que Dios desea obtener no son ni cristianos degradados ni cristianos que estén por encima de la norma.
Lo que Dios desea no es simplemente que seamos librados de los pecados, sino que llevemos una vida en la que Cristo se exprese desde nuestro interior. Esto no tiene que ver con lo bueno ni lo malo, con lo que es apropiado o inapropiado, ni con lo que es moral o inmoral; más bien, tiene que ver con que Cristo sea expresado en nuestro vivir desde nuestro interior. Todos sabemos que desde que fuimos salvos, tenemos a Dios en nosotros como nuestra vida. Sin embargo, ¿quién es la persona que vive, es Dios o nosotros? ¿Somos nosotros la persona que vive y se manifiesta o es Dios? El meollo del asunto es: si estamos dispuestos o no a ser quebrantados y a pasar a través de la muerte. Si no estamos dispuestos a ser quebrantados ni a experimentar la muerte, Dios no podrá manifestarse desde nuestro interior. Pero si estamos dispuestos a ser quebrantados y a morir, Dios podrá expresarse en nuestro vivir desde nuestro interior. Según la Biblia, negar nuestro yo es pasar por la muerte y el quebrantamiento.
No debemos simplemente atender a nuestras necesidades humanas; pues también debemos atender a la necesidad de Dios. Cuando el Señor Jesús se encarnó, Él estaba restringido y encarcelado y era incapaz de liberarse de Su cuerpo humano. Sin embargo, por medio de Su muerte, Él fue liberado. La “cáscara” de Su cuerpo humano fue quebrantada por medio de la muerte para que la divinidad que estaba en su interior, el Cristo que estaba en Él, pudiera ser liberado. El resultado de esta liberación fue que la vida de Dios pudo entrar en muchas personas y también en nosotros. Sin embargo, inmediatamente después que Su vida entró en nosotros, Él quedó confinado y constreñido en nosotros.
Muchas personas observan la Navidad para celebrar el nacimiento de Jesús, pero jamás han experimentado el nacimiento de Jesús. ¿En qué consiste experimentar el nacimiento de Jesús? En que cuando una persona es salva, Dios entra en ella. De este modo, el Señor Jesús nace en ella y ella experimenta el nacimiento de Jesús. Sin embargo, cada vez que Jesús nace en una persona, se encuentra con un problema: queda confinado en el que ha sido salvo. Él nació como nazareno, y este nazareno era un problema para Él, era algo que lo limitaba. Así que, esto necesitaba ser quebrantado, ser partido, por la cruz. Cuando el Señor sufrió el golpe de la cruz, Su ser fue abierto y partido, y la vida fue liberada desde Su interior. Sin embargo, cuando esta vida entró en Pedro, en Juan, en usted y en mí, se encontró con el mismo problema, con el mismo impedimento. Todos podemos testificar que Cristo ha nacido en nosotros; no obstante, no podríamos afirmar con seguridad de que Cristo vive y se manifiesta o es liberado desde nuestro interior.
Cristo no necesita vasos enteros, sino más bien, vasos que han sido quebrantados, pues únicamente los vasos que han sido quebrantados pueden ser canales de agua viva. Los vasos enteros únicamente pueden servir de cisternas que contienen aguas de muerte. El mayor problema en la actualidad es lo difícil que es encontrar heridas y cicatrices en la mayoría de los cristianos. La mayoría de nosotros no tiene heridas, cicatrices, marcas de muerte o experiencias de la cruz. Aunque hemos sido salvos y aunque indiscutiblemente tenemos la vida de Cristo en nosotros, esta vida no encuentra ninguna salida. Esto no se debe a que nuestro comportamiento sea demasiado deficiente o demasiado bueno, sino a que todavía estamos muy enteros y somos inexpugnables. Debido a que no tenemos heridas, Cristo no puede ser liberado desde nuestro interior.
Supongamos que una persona es irascible y parece ser arrogante. Sería relativamente fácil que ese tipo de persona llegara a ser humilde, ya que después de examinarse a sí misma repetidas veces, condenaría su irritabilidad. Supongamos que otra persona es mansa por naturaleza y aparentemente humilde. Le sería más difícil a esta persona conocerse a sí misma; más bien, le resultaría más fácil volverse orgullosa delante de Dios. Quizás piense que la otra persona es iracunda y arrogante, y que él es manso y humilde. ¿Qué es esto? Es un orgullo verdadero. A veces cuando salimos a visitar a las personas, la esposa dice: “Mi esposo es una persona muy rápida”. En realidad, lo que quiere decir es que su esposo es acelerado y que ella no es así, y que ella es mansa mientras que su esposo es una persona problemática. Sin embargo, en realidad ella es más problemática delante de Dios que su esposo. Es difícil que muchos de los santos que tienen tantas cualidades positivas logren avanzar espiritualmente. Esto se debe a que han escuchado muchos mensajes, pero no los han escuchado para sí mismos sino para otros.
Algunos de los santos no parecen tener mal genio, sino que más bien, parecen ser ovejas mansas. Así que, cuando escuchan los mensajes, siempre piensan en cómo la palabra se aplica a otros y no a ellos mismos. Cuando oyen un mensaje en cuanto al quebrantamiento, piensan: “El hermano Chang es muy malgeniado, no hay duda que él necesita ser quebrantado. La hermana Wang tampoco es muy buena que digamos; ella también necesita ser quebrantada”. Sin embargo, nunca se les ha ocurrido que los que son mansos necesitan mucho más ser quebrantados que los malgeniados.
Con frecuencia, a Dios le resulta más fácil disciplinar a una persona terca que a una persona dócil. Un hermano puede ser tan dócil que es como una pelota de caucho, a la cual Dios no tiene forma de quebrantar. Cuando surge cierta situación, a él le tiene sin cuidado. Cuando su supervisor le llama la atención por algo, a él no le importa. Cuando algunos de los miembros de su familia lo regañan, se muestra aún más indiferente. Como una pelota de caucho, este hermano rebota cada vez que alguien lo golpea y vuelve a subir cada vez que alguien lo arroja contra el suelo. Una persona así se muestra indiferente a todo; es inquebrantable. Nadie lo puede quebrantar; ni una, ni dos, ni tres ni siquiera cinco personas. Sin embargo, si fuera como el vidrio, se quebraría con el primer golpe.
Si una hermana no puede ser quebrantada por su esposo, ni por su hijo ni por su nuera, la gente la alabará diciendo que ella es verdaderamente espiritual porque nadie la ha podido quebrantar. Sin embargo, debemos comprender que debido a que ella no ha sido quebrantada ni puede serlo, Cristo no puede vivir ni expresarse desde su interior. Lo que manifiesta en su vivir es su yo, el cual aún sigue intacto, es su distinguido y refinado yo, pero no es Cristo. Por consiguiente, a Cristo le resulta imposible expresarse en el vivir de ella.
Nuestra bondad, nuestras buenas obras ni nuestra moralidad pueden representar a Cristo. Únicamente Cristo puede representar a Cristo. Nada que sea nuestro, por bueno que sea, puede representar a Cristo. El progreso de la vida espiritual de un cristiano no depende de cuánto él haya cambiado, sino más bien, de cuánto haya sido quebrantado y hasta qué estatura Cristo haya crecido en él. En otras palabras, el crecimiento de un cristiano depende de que él sea quebrantado y de que Cristo aumente en él.
Ninguno que sea un buen vaso en las manos de Dios puede permanecer entero; en lugar de ello, tendrá muchas cicatrices y heridas. Cierta hermana puede tener más de una década de haber creído en el Señor; sin embargo, debido a que su vida ha sido fácil y calmada, ella no tiene ninguna herida. El esposo con quien ella se casó es muy considerado, el hijo que ella dio a luz es muy obediente y el trabajo que ella se consiguió es muy fácil y no le da ningún problema. Todo el mundo diría que ella es muy afortunada, pero en realidad, no lo es. Muchas veces la obra que Dios lleva a cabo en alguien que verdaderamente está en Sus manos consiste en quebrantar, golpear y partir. El Jesús nazareno, Aquel que fue el más agradable a los ojos de Dios, también experimentó muchas aflicciones mientras estuvo en la tierra. Él fue llamado “varón de dolores” (Is. 53:3) y sufrió muchas lesiones y heridas. Por consiguiente, una persona que esté en las manos de Dios, si es que Dios la valora y la tiene en alta estima, sufrirá muchas heridas como resultado de la obra de Dios en ella. ¿Qué clase de obra es ésta? Es la obra del quebrantamiento. Si Dios nos muestra Su favor, Su mano obrará en nosotros de muchas maneras, y nosotros tendremos muchas cicatrices y heridas. Estas cicatrices y heridas entonces vendrán a ser los puntos de salida por los cuales podrá fluir el agua viva.
En el siglo XVIII John Wesley era un evangelista de Inglaterra famoso, quien era un siervo útil de Dios y quien también era poderoso en la predicación del evangelio. Sin embargo, su esposa era un sufrimiento para él. Un día mientras predicaba, muchos de entre la audiencia fueron conmovidos. De repente su esposa vino corriendo y le gritó: “¿Qué estás haciendo aquí? ¿No crees que yo puedo cuidar de tu comida?”. La historia nos dice que cuando ella estaba a punto de morir, aún no era salva ni tampoco había cambiado. Si usted le hubiera preguntado a John Wesley por qué Dios no cambió a su esposa, le habría contestado: “Si Dios hubiera cambiado a mi esposa, yo habría perdido mi poder”. El poder de un cristiano no estriba en su prosperidad sino en su adversidad, no en las circunstancias favorables sino en las desfavorables, estriba en pasar por situaciones de las que no puede escaparse.
En 2 Corintios 12 Pablo nos dijo que él tenía un aguijón en su carne y que le había rogado al Señor con respecto a esto tres veces para que le fuera quitado. Pero en lugar de contestarle su oración, el Señor dejó que el aguijón permaneciera en su cuerpo. El propósito del Señor era que Pablo pudiera experimentar Su gracia que basta (v. 9) y se diera cuenta de su necesidad de ser quebrantado. Lo que el Señor le indicaba era que si Pablo no hubiera tenido ese aguijón, el cual lo hacía que se sintiera herido y afligido, Cristo no habría tenido un canal para que pudiera fluir desde su interior. Tal vez le temamos al sufrimiento, pero por favor, no se olviden que la cruz es el punto de salida para la vida del Señor. Todos aquellos que han recibido la gracia del Señor pueden decirle: “Oh Señor, si no soy quebrantado, no podrás salir de mi interior. Para que puedas salir de mí, tengo que recibir Tu quebrantamiento”. La cruz es el punto de salida para la vida del Señor. Quien ha sido quebrantado por la cruz tiene en su ser una grieta por la cual la vida puede brotar, y quien tiene heridas tiene un canal por el cual la vida del Señor puede fluir.
En Malasia todos los que cultivan árboles de caucho saben que el látex únicamente puede fluir si se le hace un corte al árbol. Más aún, ellos saben que cuanto más grande sea el corte, más látex fluirá. Éste es un cuadro de nosotros muy apropiado, pues describe cómo los cristianos primeramente necesitamos ser quebrantados y cortados, para que así el elemento de Cristo, la vida de Cristo, pueda fluir a través de este corte. Por lo tanto, muchas veces cuanto más sintamos que estamos en tinieblas, en aflicciones, en dificultades y en un lugar donde no penetra la luz del sol, más fluirá por medio de nosotros la vida de Cristo.
Por consiguiente, vemos que el problema que afronta la vida de Dios en nosotros no es el mundo, los pecados ni las relaciones humanas, sino nuestro hombre natural. Por supuesto, el mundo, los pecados y las relaciones humanas son factores que ciertamente estorban la vida de Dios, pero éstos son de poca importancia, pues son como vestidos que uno se puede quitar. Sin embargo, dentro de los cristianos se encuentra un problema más subjetivo: nuestro yo, nuestra vida natural. La solución a este problema es el quebrantamiento. Por lo general no necesitamos ser quebrantados para deshacernos de los pecados, del mundo y de los lazos humanos, pero para deshacernos del yo, de nuestra índole natural y de nuestro modo de ser, ciertamente necesitamos el quebrantamiento de la cruz.
En 1 Corintios 2:2 Pablo dijo: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. Lo que Pablo sabía incluía dos aspectos: uno era Jesucristo, y el otro era Jesucristo crucificado. Para Pablo, si únicamente tuviera a Cristo pero no Su cruz, no habría tenido nada qué predicar. El grado al cual la cruz nos quebranta determina la medida en la cual Cristo es liberado por medio de nosotros, y el grado al cual la cruz opera en nosotros determina la medida en la cual Cristo es expresado por medio de nosotros. Nuestro ser es un enemigo de Cristo y un estorbo para Dios, y es por ello que necesita ser quebrantado por la cruz. No hay duda alguna de que hemos sido salvos; no obstante, Cristo no encuentra la manera de salir de nuestro interior. Cristo no puede ser liberado de nuestro interior, porque nosotros nos hemos convertido en un obstáculo para Él. El problema hoy en día no tiene nada que ver con otros, sino con usted y conmigo. Quiera el Señor tener misericordia de nosotros y nos muestre esta visión. Esta visión posee dos aspectos, dos énfasis: un aspecto es el hecho de que Cristo está en nosotros, y el otro, el quebrantamiento de la cruz.
A menudo pensamos que lo más difícil que tienen que vencer los cristianos son los pecados y el mundo. Por ello, suponemos que mientras hayamos resuelto completamente el problema de los pecados y hayamos sido totalmente salvos del mundo, seremos buenos cristianos. Sin embargo, es necesario que veamos que aunque algunos ya hayan resuelto completamente el problema de sus pecados y hayan sido totalmente salvos del mundo, aun persiste un problema en ellos; y ese problema es que ellos aun no han sido quebrantados. Por ejemplo, es posible que aunque una botella contenga agua, el agua no pueda fluir. Tal vez digamos que esto sucede porque la botella está demasiado sucia, pero después de que uno la lava, todavía el agua no puede fluir. Así que, podríamos decir que no fluye debido al estampado decorativo que está en la botella; no obstante, después que uno le quita los estampados, el agua todavía no puede fluir. Sin embargo, una vez que uno quiebre la botella, el agua fluirá. Del mismo modo, aun cuando nos hayamos podido deshacer de la inmundicia y del sabor del mundo, la vida aún no podrá fluir por medio de nosotros. El problema radica en que todavía no hemos sido quebrantados.
Por consiguiente, debemos pedirle a Dios que tenga misericordia de nosotros y nos muestre que la cruz debe realizar una obra de quebrantamiento en nosotros. Al principio cuando fuimos salvos, pensábamos que con tal de que pudiéramos resolver el problema de nuestros pecados y el mundo, e hiciéramos buenas obras, seríamos buenos cristianos. Sin embargo, esto no es suficiente. La meta de Dios es que seamos quebrantados a fin de que Cristo pueda manifestarse por medio de nosotros. Es por ello que Pablo dijo que él se propuso no saber otra cosa sino a Jesucristo, y a éste crucificado. La cruz está buscando una abertura en nosotros por donde Cristo pueda salir. Muchos cristianos han sido verdaderamente salvos y son fervientes por el Señor. No sólo han sido salvos de los pecados sino también del mundo. Sin embargo, no experimentan ningún progreso en su condición espiritual, y el Señor aún no encuentra la forma de salir del interior de ellos. Por consiguiente, no es nuestro fervor, ni el hecho de resolver el problema de los pecados y el mundo lo que le permite al Señor salir de nuestro interior. Más bien, el impedimento más grande que el Señor encuentra en nosotros es nuestro yo. Aunque podamos obtener muy buenos resultados al predicar el evangelio y miles de personas sean salvas, es probable que Cristo aún no tenga la forma de salir de nuestro interior. Cristo podrá salir de nosotros únicamente cuando nuestro ser, nuestro yo, haya experimentado el quebrantamiento y la disciplina de la cruz. Solamente por medio de este tipo de quebrantamiento, Cristo encontrará una salida en nosotros.
Muchas veces hemos dicho que tenemos que seguir al Señor para tomar el camino de la cruz. Pero ¿qué significa eso? Eso significa que tenemos que recibir el quebrantamiento de la cruz. ¿Qué significa la cruz? La Biblia nos muestra que cuando colgaron al Señor en la cruz, Él fue crucificado en el cuerpo humano del cual se había vestido. A los ojos de Dios, cuando Él fue crucificado, todos aquellos que le pertenecen a Él también fueron crucificados (Gá. 2:20; Ro. 6:6). Si usted le preguntara a un judío: “¿Quién fue crucificado?”, le contestaría: “Un nazareno, el hijo de un carpintero”; si le preguntara lo mismo a un gentil le diría: “Un hombre de amor universal fue inmolado en la cruz”; y si le hiciera la misma pregunta a un cristiano, respondería: “Mi salvador”. Pero ésta sería la respuesta de una persona que recién ha sido salva. Sin embargo, un cristiano más avanzado diría: “Mi Salvador y yo fuimos crucificados. Yo fui crucificado juntamente con mi Salvador”. Además, todas las cosas que no son Dios —las cosas anímicas, las cosas pecaminosas, todas las cosas creadas y todo lo que pertenece a la vieja creación— fueron crucificadas juntamente con Cristo.
En Génesis 6 se encuentra la historia de Noé cuando construyó el arca. El hecho de que el arca pasara por las aguas del diluvio significa que nosotros pasamos por la experiencia de la muerte. Sin embargo, Noé simplemente no pasó por las aguas del diluvio, sino que las pasó estando dentro del arca, y cuando el arca pasó por las aguas del diluvio, Noé y toda su familia pasaron por dichas aguas. Desde la perspectiva de Dios, nosotros ya morimos en la cruz. Todos aquellos que le pertenecen al Señor ya fueron crucificados con Cristo. Esto es un hecho, no una doctrina. A los ojos de Dios, usted y yo ya morimos, ya estamos acabados. La cruz realizó una obra de aniquilamiento. Sin embargo, para tener esta experiencia, necesitamos luz y revelación. Así como necesitamos luz, visión y la capacidad de ver a fin de experimentar a Cristo como nuestra vida interior, del mismo modo necesitamos luz, visión y la capacidad de ver a fin de experimentar el hecho de que fuimos crucificados juntamente con Cristo. Quiera Dios tener misericordia de nosotros y nos muestre que no sólo Cristo es nuestra vida, sino también que nosotros ya fuimos crucificados juntamente con Él. Ser aniquilados es una actitud, no es una mera doctrina. Para ello se requiere luz y revelación.
La cruz es primeramente un hecho, luego una revelación y finalmente una experiencia. Ya hemos escuchado la palabra de la cruz, pero aún necesitamos recibir la luz que nos revele su realidad. Una vez que la veamos, gozosamente exclamaremos: “Oh Señor, te alabo. Lo que nunca antes vi, ahora lo veo. Yo ya morí en la cruz. ¡Qué descanso! ¡Qué salvación! ¡Qué liberación!”. Por un lado, la muerte no es algo bueno, pero por otro, la muerte es algo muy maravilloso, pues una vez que morimos, todas las cargas que hemos llevado durante toda nuestra vida nos son quitadas. Así pues, la muerte resuelve todos los problemas. Algunos tal vez nos exhorten a crucificarnos a nosotros mismos. Sin embargo, ¿quién puede crucificarse a sí mismo? Es imposible crucificarse uno a sí mismo. La crucifixión del Señor Jesús fue obra de Dios y se efectuó bajo la administración de Dios. Dios reunió a los romanos, a los judíos y a los gentiles, y crucificó al Señor Jesús por medio de aquellos que estaban en contra de Dios. Jesús el nazareno no se crucificó a Sí mismo, sino que, más bien, fue crucificado según lo que Dios dispuso en Su soberanía.
Puesto que es imposible que una persona se crucifique a sí misma, Dios le da al hombre luz en cuanto a la cruz, mostrándole primero la cruz como un hecho, luego dándole la revelación de la cruz, y finalmente permitiéndole tener la experiencia de la cruz. ¿Qué es la experiencia de la cruz? Es cuando nuestro Dios fiel dispone nuestras circunstancias y prepara la cruz para nosotros en nuestra vida diaria. Nuestra familia, nuestro cuerpo físico y todas las personas, eventos y cosas que nos rodean coordinan juntas, para llegar a ser la cruz que obra en nosotros a fin de quebrantarnos. Por consiguiente, después que veamos la cruz como un hecho, tenemos que prepararnos, porque la mano de Dios entrará para realizar la obra de quebrantarnos y golpearnos interiormente.
Para los que aman al Señor y lo buscan, ésta es la manera de seguir al Señor. Según la perspectiva de Dios, ya estamos en la cruz. Hoy Dios nos está hablando estas palabras, pero el día vendrá —quizás sea hoy, mañana, en un año o en diez años— cuando estaremos dispuestos a recibir el quebrantamiento de la cruz. Estaremos dispuestos a permitir que la mano de Dios determine nuestras circunstancias para que se lleve a cabo la obra de quebrantamiento en nosotros, de modo que en nosotros haya cicatrices y heridas que permitan que la vida de Cristo fluya libremente por medio de nosotros. Por consiguiente, todo aquel que esté dispuesto a recibir la cruz, es agraciado y bienaventurado. También es un canal de agua viva mediante el cual Cristo podrá fluir. Tal persona, tal como lo dijo Pablo, no sabrá ninguna otra cosa entre los santos sino a Cristo, y a éste crucificado. Sin Cristo, no hay vida; y sin la cruz, no hay camino. Cristo y Su cruz tienen como resultado que estemos en vida y en el camino de la vida para que Dios fluya de nosotros.