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Mensajes del libro «Cristo crucificado, El»
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CAPÍTULO DIEZ

EL PARTIMIENTO DEL PAN: RECIBIR A CRISTO

  Cristo es el contenido de la iglesia y también la realidad intrínseca de cada uno de los asuntos en la iglesia. Si no tenemos a Cristo ni ganamos más de Él, incluso nuestra adoración y servicio carecerá de sentido. Así como la realidad de creer en el Señor es que Cristo entre en nosotros, y la realidad del bautismo es nuestra unión con Cristo, de la misma manera, todos los servicios en la iglesia deben estar relacionados a Cristo.

  Después que una persona es salva, se encontrará con varios asuntos. El primero de ellos es el bautismo, y el segundo, el partimiento del pan.

EL PARTIMIENTO DEL PAN

  ¿Cuál es el significado del partimiento del pan, y cuál es la realidad de partir el pan? Al escuchar acerca del partimiento del pan, de inmediato la mayoría de los cristianos diría que el propósito de partir el pan es hacer memoria del Señor. Es cierto que en la Biblia el Señor mismo nos dijo que debíamos partir el pan en memoria de Él (Lc. 22:19). Así que, con base en esto, muchos cristianos concluyen que el significado del partimiento del pan es recordar al Señor. Aunque estas palabras, o esta definición, no está mal, el significado de recordar al Señor no es tan sencillo.

  Las palabras del Señor acerca de que hiciéramos memoria de Él tienen un significado muy distinto de lo que nosotros entendemos. Cuando hablamos de recordar a alguien, tenemos nuestro propio concepto. ¿Cuál es este concepto? Por ejemplo, después que un padre muere, sus hijos lo recuerdan. Todos entendemos la palabra recordar de esta manera, pero ¿es así como hacemos memoria del Señor? Me temo que muchos dirían que nosotros recordamos al Señor simplemente meditando en Él. No obstante, este concepto es muy distinto del concepto bíblico.

RECORDAR AL SEÑOR NO SIGNIFICA MEDITAR EN ÉL

  Según nuestra mentalidad natural, pensamos que cuando partimos el pan en memoria del Señor, tenemos que guardar mucha calma y meditar en el Señor de una manera detallada. Sentimos que debemos considerar cómo Dios descendió de los cielos a la tierra, nació en un pesebre, vivió en Nazaret por treinta años, anduvo por Galilea y por la tierra de Judea, sufrió las críticas y la persecución de los hombres, fue traicionado, atado y azotado por nosotros, como cargó la cruz hasta el Gólgota, fue crucificado, soportó dolores insoportables, llevó nuestros pecados y fue juzgado por Dios en nuestro lugar. Más aún, pensamos que debemos contemplar como fue sepultado, Su resurrección, Su ascensión y el Espíritu Santo enviado por Él. También pensamos que debemos meditar en el hecho de que ahora Él está sentado en los cielos como nuestro Sumo Sacerdote y que un día Él regresará para llevarnos para estar con Él para siempre y disfrutar de Su gloria por la eternidad. Así que tenemos todas estas escenas dentro de nosotros: desde el trono en el cielo al pesebre en Belén, desde Galilea a Judea, desde la virgen María al Gólgota, y desde la tumba a la resurrección, la ascensión, la segunda venida, el arrebatamiento para estar con el Señor y el disfrute de la gloria por siempre. Sin embargo, esta manera de recordar se basa en cierta clase de concepto religioso que carece de revelación o de valor espiritual.

  Todos los términos y expresiones que se usan en la Biblia difieren de nuestra comprensión natural de las cosas. La fe de la que la Biblia habla es diferente de nuestro entendimiento de la fe. El arrepentimiento del que habla la Biblia difiere de nuestra comprensión del arrepentimiento. Asimismo, la manera de hacer memoria del Señor según la Biblia es definitivamente distinta de lo que entendemos nosotros. Cada domingo, cuando los santos hacen memoria del Señor en la reunión de la mesa del Señor, si todos ellos centran sus pensamientos en el Señor Jesús y meditan en Él en silencio, ¿significa eso que todos ellos aman al Señor, son espirituales y tienen la presencia del Señor? Esta manera de recordar al Señor meditando en Él no es el resultado de una revelación, sino de cierta especie de adoración religiosa. Éste no es el servicio que corresponde a una revelación, sino a un servicio que es según nuestros conceptos naturales.

RECORDAR AL SEÑOR SIGNIFICA COMER EL CUERPO DEL SEÑOR Y BEBER SU SANGRE

  En la Biblia no encontramos ningún pasaje en que el Señor nos mande que meditemos en Él para recordarle. ¿Qué fue lo que dijo el Señor? Mientras comían la última pascua, Él “tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es Mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí” (Lc. 22:19). El Señor no les dijo a los discípulos que al participar en la mesa del Señor ellos tenían que aquietar sus corazones y meditar en Él para recordarle. En lugar de ello, les dijo: “Esto es Mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí”. Lo que el Señor dio a entender es que recordarlo a Él es comer de Él. La manera de recordar al Señor según la Biblia no es meditar en Él; lo primero y lo más importante consiste en comerle. ¿Qué es lo que comemos? Comemos el cuerpo del Señor.

  El versículo 20 añade: “De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre, que por vosotros se derrama”. Lo que el Señor quiso decir era que Él deseaba que ellos bebieran de la copa en memoria de Él. Por consiguiente, ¿qué significa recordar al Señor? Recordamos al Señor cuando comemos el cuerpo del Señor y bebemos Su sangre. La manera en que se recuerda al Señor según la Biblia es comerle y beberle. Hacer memoria del Señor es comer el cuerpo del Señor y beber Su sangre.

EL SEÑOR SE CONVIERTE EN NUESTRO ALIMENTO

  ¿Qué significa comer el cuerpo del Señor y beber Su sangre? Comer el cuerpo del Señor y beber Su sangre es comer y beber del Señor mismo. Quizás alguien diga: “He comido pollo”. ¿Cómo pudo comerse el pollo? Sin la muerte y sin derramamiento de sangre, el pollo no podría haber entrado en él. La razón por la cual el Señor Jesús puede entrar en nosotros y ser nuestro alimento es que Él murió y derramó Su sangre.

  Un día el Señor Jesús les dijo a los judíos: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará” (Jn. 6:27). Eso significa que el pan que los judíos procuraban comer y del cual querían saciarse era simplemente un alimento físico y temporal y que, en lugar de ello, ellos debían buscar el alimento que permanece para vida eterna. El pan que el Señor daba era Su carne, pero los judíos no le entendieron, y por eso contendieron entre sí, diciendo: “¿Cómo puede este hombre darnos a comer Su carne?” (v. 52). Así que el Señor Jesús les dijo: “El que come Mi carne y bebe Mi sangre, tiene vida eterna [...] Porque Mi carne es verdadera comida, y Mi sangre es verdadera bebida. El que come Mi carne y bebe Mi sangre, en Mí permanece, y Yo en él” (vs. 54-56). Entonces muchos de Sus discípulos dijeron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” (v. 60). Esto se debía a que ellos estaban llenos de sus conceptos naturales.

  ¿Qué significa comer la carne del Señor y beber Su sangre? Comer la carne del Señor y beber Su sangre es ingerir al Señor comiéndole y bebiéndole. El Señor es vida. Por lo tanto, cuando Él entra en nosotros, la vida eterna también entra en nosotros.

COMER Y BEBER AL SEÑOR ES RECIBIRLE

  Esto nos muestra que mediante Su muerte el Señor se dio a Sí mismo a nosotros. Si Él no hubiese muerto ni derramado Su sangre, no tendría ninguna relación con nosotros ni habría podido entrar en nuestro ser. La razón por la cual Él puede entrar en nosotros es que murió y derramó Su sangre, y de ese modo pudo llegar a ser comida y bebida para nosotros. Ahora, cada vez que nos volvemos a nuestro espíritu, creyendo y recibiendo al Señor que murió y derramó Su sangre por nosotros, comemos Su carne y bebemos Su sangre. Creemos que en Su cuerpo Él llevó nuestros pecados en la cruz, que Él murió por nosotros y que Su sangre fue derramada por nosotros en la cruz. A los ojos de Dios, cuando creemos y recibimos al Señor de este modo, estamos comiendo Su carne y bebiendo Su sangre.

  Lo que la carne y la sangre del Señor logró es ahora nuestra porción. Cuando creemos en Él y le recibimos, Él entra en nosotros mediante el Espíritu Santo. Cuando esto sucede, Él está en nosotros y en unión con nosotros, y nosotros estamos en Él y en unión con Él. Por lo tanto, comer la carne del Señor y beber Su sangre es recibir al Señor mismo como nuestro disfrute, nuestra vida y nuestro alimento. Esto es lo que significa comer la carne del Señor y beber Su sangre.

  El principio más predominante con respecto a comer y beber es recibir, y el principio en cuanto a recibir es la unión. Todo lo que usted coma y beba, entrará en su ser. Más aún, usted estará unido con aquello que come y bebe. Por mucho que meditemos en una persona, ella no podrá entrar en nosotros. Por consiguiente, partir el pan no es meditar en el Señor, sino comer el cuerpo del Señor y beber Su sangre. Al ser bautizados nosotros entramos en Cristo y nos unimos a Cristo, y al partir del pan nosotros comemos y bebemos al Señor mismo, y así nos unimos y mezclamos con Él. Cada vez que partimos el pan, más del Señor entra en nosotros, y cada vez que recordamos al Señor, tenemos una unión más profunda con Él. Esto es lo que significa recordar al Señor.

COMER, BEBER Y RECORDAR AL SEÑOR EN ESPÍRITU

  En el pasado cuando recordábamos al Señor, muchos de nuestros conceptos eran religiosos y, por ello, la manera en que lo hacíamos era principalmente en nuestra mente. Cada vez que nos acercábamos a la mesa del Señor, considerábamos el hecho de que Él era Dios, que luego se hizo carne, vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, murió en la cruz, se levantó de los muertos al tercer día, ascendió al trono y ahora espera regresar. Siempre recordábamos al Señor de esta manera, esto es, lo adorábamos y meditábamos en Él en nuestra mente. Sin embargo, el Señor dijo que Él es Espíritu y que es necesario que los que le adoran, le adoren en espíritu y con veracidad (Jn. 4:24). Es únicamente cuando usamos nuestro espíritu y estamos en nuestro espíritu que podemos tocar al Señor, adorarle y verdaderamente recordarle.

  La manera en que verdaderamente recordamos al Señor es recibirle y permitirle entrar en nosotros una vez más. El Señor dijo: “Esto es Mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí [...] Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lc. 22:19-20). Nosotros comemos el pan, que significa el cuerpo del Señor, y bebemos la copa, que significa la sangre del Señor, y hacemos esto en memoria de Él. Así pues, recordamos al Señor comiéndole y bebiéndole. El Señor no desea que meditemos en Él ni tratemos de tener contacto con Él con nuestra mente; antes bien, Él desea que tengamos contacto con Él, le comamos y le bebamos con nuestro espíritu. Cuando Él fue partido por nosotros en la cruz, Él derramó Su sangre y liberó Su vida. El pan y la copa que tocamos representa Su cuerpo que por nosotros fue dado, y Su sangre que por nosotros fue derramada. Eso significa que Él murió y que Su vida fue liberada desde Su interior. Ahora no sólo recibimos un pan y una copa visibles, sino que al mismo tiempo, tocamos y recibimos al Señor mismo en nuestro espíritu. De este modo, le permitimos entrar en nosotros una vez más, y una vez más ganamos más de Él, le recibimos y le disfrutamos. El Señor dijo que esto hacíamos “en memoria de Mí”.

RECORDAR AL SEÑOR ES RECIBIRLE UNA VEZ MÁS

  Al partir el pan nos volvemos a nuestro espíritu y por medio de los símbolos recibimos al Señor una y otra vez. Cada vez que partimos el pan, recibimos al Señor una vez más, y cada vez que partimos el pan, nuevamente tenemos contacto con el Señor quien murió y resucitó, tocándole en nuestro espíritu. Si realmente vemos esto, la próxima vez que nos reunamos para partir el pan, comprenderemos en lo profundo de nuestro ser que nos hemos llenado de tantas otras cosas y que, debido a ello, el Señor no logra encontrar ningún lugar o espacio libre dentro de nosotros. Una vez que nos percatemos de esto, debemos orar, diciendo: “Oh Señor, quita todas las cosas que no debieran estar en mí para que tengas cabida en mi ser”. La revelación que recibamos resolverá nuestros problemas internos y hará que espontáneamente le digamos al Señor: “Oh Señor, me siento contento de derramar mi ser y vaciarme a mí mismo. Oh Señor, te recibo como el Espíritu en mí. Lléname de Tu vida de resurrección”. Al hacer esto, definitivamente seremos llenos de Cristo después de partir el pan.

  Hay un hermano que por mucho tiempo no se llevaba bien con su esposa. Interiormente sentía que eso no estaba bien, pero sencillamente no podía evitarlo. Cada vez que asistía a la reunión de la mesa del Señor, después de cantar un himno y de sentirse más tranquilo, empezaba a orar: “Señor, Tú eres Dios, pero tomaste forma de un pecador y te humillaste por nosotros. Tú naciste en Belén, creciste en Nazaret...”. Él disfrutaba su oración y los santos se regocijaban en sus espíritus. Sin embargo, así como no estaba contento con su esposa antes de la reunión de la mesa del Señor, seguía descontento con ella después de la reunión. Después de la reunión de la mesa del Señor y después que terminaba de meditar y orar en su mente, aún no había sido tocado por el Señor interiormente. Por consiguiente, después de la reunión él continuaba en la misma condición que estaba antes de la reunión. Permanecía intacto y seguía siendo la misma persona de siempre.

  Sin embargo, un día después de recibir revelación y ver que recordar al Señor en realidad significa recibir al Señor, no pudo seguir participando del pan. ¿Por qué? Porque comprendió que puesto que no estaba contento con su esposa, no podía recibir a Cristo en él aunque comiera el pan; por consiguiente, no podía seguir participando de la mesa. Como se sentía muy mal, confesó todos sus pecados y todo lo que estaba en él, diciendo al Señor: “Oh Señor, vierto delante de Ti todos mis disgustos, mi ego, mis pecados y el mundo que hay en mí”. Esto no fue un acto de meditar con la mente, sino de recibir al Señor en él. En esa hora que estuvo recordando al Señor al partir el pan, disfrutó al Señor una vez más. Como resultado, él llegó a ser una persona diferente.

PARTIR EL PAN ES PARTICIPAR DE LA MESA DEL SEÑOR

  La Biblia nos dice que cuando partimos el pan, participamos de la mesa del Señor (1 Co. 10:16-17, 21) y disfrutamos al Señor. Cuando invitamos a alguien a cenar a nuestra casa, no podemos ser nosotros el alimento que servimos. Sin embargo, la mesa del Señor es diferente, pues en dicha mesa el Señor mismo está servido sobre la mesa. Lo que está servido sobre la mesa del Señor es el Señor mismo. Al recordar al Señor nosotros nos acercamos a Su mesa, y sobre esta mesa se exhiben Su carne y Su sangre. Hoy en día el cristianismo ha hecho de la mesa del Señor una práctica religiosa, sin ninguna realidad de Cristo. Sin embargo, cuando nos acercamos a la mesa del Señor, venimos a recibir al Señor mismo. Nos vaciamos de nosotros mismos para que el Señor pueda entrar. Es en esa hora que disfrutamos al Señor comiéndole y bebiéndole. Al final, lo hemos recibido y lo hemos disfrutado interiormente y, como resultado, el mundo y la carne se desvanecen.

  Participar de la mesa del Señor equivale a recordarle a Él. ¿Vendría alguien a un banquete solamente a observar y a pensar, en vez de comer y beber? Todo el que asiste a un banquete sin duda va a comer y a beber. Por consiguiente, si realmente sabemos lo que significa recordar al Señor, definitivamente comeremos y beberemos hasta que nuestro corazón esté contento en la mesa del Señor. De esta manera, cada vez que recordemos al Señor, podremos decir confiadamente que toda nuestra hambre y nuestra sed han sido completamente satisfechas. Si la gente nos pregunta qué estamos comiendo y bebiendo, podremos decirles que estamos comiendo y bebiendo al Señor Jesús. Cuando lo recibimos a Él en nosotros, Él llega a ser nuestra vida y nuestra fuerza internas, y nosotros nos sentimos capaces de amar a los que no podemos amar, hacer lo que no podemos hacer, ser lo que no podemos ser y vivir de una manera que nos es imposible vivir. Luego, durante la semana, Él será digerido en nosotros para ser nuestro todo de modo que nos sintamos gozosos y satisfechos. Esto es lo que significa disfrutar a Cristo y recibir al Señor.

  Espero que la manera en que hagamos memoria del Señor no esté centrada únicamente en meditar en Él, sino que esté basada en recibirle a Él. Cada vez que hagamos memoria de Él, espero que le comamos, bebamos y disfrutemos en nuestro interior, y de ese modo regresaremos a casa con Sus riquezas, a fin de que Él sea nuestra satisfacción, gozo y suministro. Esto es lo que significa recordar al Señor.

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