
En Colosenses 3:4 leemos: “Cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria”. Gálatas 2:20a dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Luego, 4:19 dice: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”. Filipenses 1:20b dice: “Antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte”. El versículo 10 del capítulo 3 dice: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte”. Todos estos versículos nos muestran que Cristo es nuestra vida y nuestro vivir.
La realidad de la iglesia es Cristo, y la realidad espiritual también es Cristo. Sin Cristo, una persona carece tanto de la realidad de la iglesia como de toda realidad espiritual. En todas nuestras experiencias espirituales —ya sea la experiencia de creer en el Señor y ser salvos, ser bautizados en el Señor o partir el pan en memoria del Señor— tenemos contacto con Cristo mismo y ganamos más de Él. Si una persona cree en el Señor pero no gana a Cristo, su acción de creer es vana. Si una persona es bautizada pero no experimenta una unión con Cristo, su bautizo también es vacío. De igual manera, si una persona parte el pan en memoria del Señor pero no gana ni disfruta nuevamente al Señor, su práctica de hacer memoria del Señor no tiene ningún valor a los ojos del Señor. Esto se debe a que la verdadera manera de recordar al Señor consiste en recibir al Señor en nosotros a fin de ganarle y disfrutarle. Cuando rendimos nuestra adoración y servicio al Señor, debemos ganar y disfrutar al Señor mismo.
El vivir y obra espiritual de un cristiano debe consistir enteramente en experimentar a Cristo mismo. Aparentemente, Cristo desea que nosotros le adoremos, le sirvamos y laboremos para Él. En otras palabras, pareciera que lo que Él desea de nosotros es que hagamos algo para Él. Sin embargo, en realidad, Él desea que nosotros le disfrutemos, le experimentemos y le ganemos. Si una persona realmente sabe lo que significa predicar el evangelio, mientras predica, experimentará a Cristo, ganará más de Él y lo disfrutará. Aunque esté predicando el evangelio a otros, y aunque predique el evangelio para el Señor, mientras predica estará disfrutando y experimentando a Cristo y ganando más de Él.
Colosenses 3:4 dice: “Cristo, nuestra vida”. Esto revela cuán íntima es la relación entre Cristo y nosotros. Cuando decimos que cierta cosa equivale a nuestra vida, significa que la consideramos muy importante, que es algo que está estrechamente relacionado con nosotros. Cristo es nuestra vida. Él no sólo es el objeto de nuestro creer, la realidad de nuestro bautismo y el verdadero contenido de nuestra práctica de partir el pan, sino también Él es nuestra vida. Nuestra vida delante de Dios es Cristo mismo.
Sin embargo, la idea que la mayoría de los cristianos tiene de Cristo como vida es muy distinta. Muchos cristianos piensan que después que una persona es salva, todos sus problemas delante de Dios tienen que ver con mejorar su comportamiento. Puesto que ella es salva, todos sus problemas con relación a Dios serían resueltos si después de ser salva pudiera mejorar su comportamiento. Por ejemplo, antes de ser salva, una persona puede haber llevado una vida disipada, haber tenido una mala conducta, una moralidad baja, un carácter cuestionable y una mala reputación. Sin embargo, después de ser salva, naturalmente piensa que como cristiana, su única responsabilidad delante de Dios es mejorar su comportamiento, su conducta y su carácter. Como consecuencia, empieza a enfocarse en mejorar su comportamiento.
Estamos absolutamente de acuerdo en que después que una persona es salva, debe tener un carácter noble, un comportamiento apropiado y una conducta recta. Sin embargo, no debemos olvidar que después que una persona es salva y se vuelve cristiana, lo que Dios demanda de ella es mucho más elevado que eso. Después que una persona es salva, Dios no desea mejorar su comportamiento ni elevar el nivel moral, sino cambiar su vida. Eso significa que Dios no nos exige que simplemente mejoremos nuestro nivel moral de uno muy bajo a uno bueno. Dios exige que no sólo nuestro vivir cambie externamente, sino también que nuestra vida interior cambie.
La salvación de Dios no sólo nos otorga el perdón de nuestros pecados y el lavamiento de nuestra inmundicia; la salvación de Dios nos da a Cristo en el momento en que somos salvos. Cuando Cristo entra en nosotros, Él se convierte en nuestra vida. En el momento en que somos salvos, recibimos a Cristo como nuestra vida; es decir, recibimos a Dios como vida dentro de nuestro ser. Esta vida que entra en nosotros es diferente de nuestra vida natural. De manera que, además de la vida natural que ya tenemos, recibimos otra vida. Por lo tanto, a partir del momento en que somos salvos, llegamos a tener en nosotros dos vidas diferentes. Una es la vida que teníamos originalmente, y la otra es la vida de Dios, la cual ha sido añadida a nosotros.
Nunca debemos pensar que necesitamos ser salvos porque nuestra vida es muy deficiente y, por tanto, que Dios quiere que mejoremos nuestra vida. No es así. Cuando Dios nos salva, Él nos da otra vida, Su propia vida, además de nuestra propia vida. Al principio no teníamos la vida de Dios, pero después de creer en el Señor Jesús y de recibirle como nuestro Salvador, la vida de Dios nos fue añadida.
Lo más básico con respecto a un cristiano es que la vida de Dios le ha sido añadida. Una vez que esta vida entra en él, él llega a tener dos vidas. Una es la vida que tenía originalmente, y la otra es la vida de Dios, la vida que le fue añadida. En su propia vida hay toda índole de maldad, como cosas malignas, inmundicia, tinieblas, odio, envidias, engaños y codicias. Ésta es su vida original. Sin embargo, la vida que le fue añadida, puesto que se trata de la vida de Dios, es una vida buena, resplandeciente, mansa, amorosa, justa y santa. Todas las semillas de la bondad de Dios están en esta vida, la cual es Cristo mismo.
Esta vida que se ha añadido a nosotros es Cristo mismo. Antes de ser salvos, vivíamos por nuestra propia vida, la vida que está en nosotros. Andábamos, vivíamos y laborábamos totalmente conforme a la vida que teníamos originalmente. Si bien en esa vida había un poco de bondad, amor, mansedumbre, humildad y otras virtudes, dicha vida no era pura, pues estaba mezclada con tinieblas, maldad, odio, envidias y toda clase de engaño. Por ello, en nuestra vida cotidiana encontrábamos que en nuestro ser había odio y también amor, y envidia y también compasión. Además de esto, nos dimos cuenta de que a unos les hacíamos daño, mientras que a otros los ayudábamos. Éramos muy complicados y contradictorios; a veces éramos malvados y otras veces nos comportábamos como caballeros.
Así pues, hay orgullo en nuestra humildad, odio en nuestro amor, falsedad en nuestra honestidad y aun intenciones malignas en nuestras buenas intenciones. Hay muchas cosas malignas escondidas en todos nuestros buenos elementos. Esto se debe a que la vida del hombre se volvió maligna, corrupta e impura. Por consiguiente, es imposible que la vida del hombre pueda ser aceptada por Dios. No obstante, aun si la vida del hombre no fuese maligna e impura, ésta seguiría siendo la vida del hombre. Por muy buena que sea la vida humana, ella no es la vida de Dios.
Los cristianos son personas que han recibido la vida de Dios. Una vez que una persona es salva, tiene a Cristo, a Dios y la vida de Dios en él. A partir de ese momento, la vida de Dios está en él, pero no para que trate de cambiar su conducta externa; más bien, Dios quiere que él viva en virtud de la vida de Dios. Anteriormente, él vivía por su propia vida, pero ahora Dios quiere que él viva en virtud de la vida de Dios, no por su propia vida.
Podemos usar el siguiente ejemplo. En el pasado encendíamos lámparas de kerosén, pero ahora tenemos lámparas eléctricas. Sin embargo, muchas personas, debido a que se habían acostumbrado a las lámparas de kerosén, preferían sus lámparas de kerosén en lugar de cambiarlas por lámparas eléctricas. Por consiguiente, lo importante no es ver si hay luz o no, sino cuál es la fuente de la luz. No podemos suponer que porque la luz resplandece, todo está bien. También debemos preguntarnos: “¿Esta luz proviene de una lámpara de kerosén o de una lámpara eléctrica?”. En el pasado nuestra vida era una “lámpara de kerosén”, pero después de que fuimos salvos, la vida de Dios entró en nosotros. Es como si se hubiese instalado en nosotros una lámpara eléctrica. Por lo tanto, en lugar de usar la “lámpara de kerosén”, debemos usar la “lámpara eléctrica”.
Todos sabemos que mientras una lámpara de kerosén no esté encendida no echará humo; sin embargo, cuanto más alumbre, más humo echará. Así que, con la lámpara de kerosén tendremos luz y humo al mismo tiempo. De igual manera, en nuestra vida natural está presente el bien y el mal. Cuanto más tratemos de hacer el bien por nosotros mismos, más errores cometeremos; es decir, cuanto más “alumbraremos”, más “humo” echaremos. En nuestro ser está el bien y también el mal. De hecho, nuestra vida natural es simplemente el árbol del conocimiento del bien y del mal. La intención de Dios no es que abandonemos el mal y hagamos el bien por nosotros mismos. Ése es el concepto humano, no la intención de Dios. La intención de Dios es que ya no vivamos por nuestra vida natural sino por Su vida. Si vivimos por la vida divina, “alumbraremos”, pero no echaremos “humo”. Si andamos en virtud de la vida de Dios, de inmediato veremos que en Su vida únicamente se encuentra el bien, no tiene el mal.
Puesto que la vida de Dios es Dios mismo, cuando vivimos por la vida de Dios, vivimos en virtud de Dios. De este modo, lo que expresamos en nuestro vivir no es solamente el bien, sino también a Dios mismo. Lo que se expresa por medio de nosotros es la naturaleza de Dios y Su fragancia. Cuando vivimos por nuestra propia vida, puede ser que hagamos lo bueno o lo malo; ambos son expresados por nuestra propia vida. Así que las personas percibirán el bien en nosotros, pero no tocarán a Dios. Tal vez no noten ninguna maldad en nosotros, pero tampoco verán la naturaleza de Dios en nosotros. ¿Por qué? Porque en el mejor de los casos únicamente hemos logrado mejorar nuestro comportamiento, pero la fuente de nuestra vida aún no ha cambiado. Hablando con propiedad, esto no es ser un cristiano sino un moralista. Los cristianos no son solamente personas éticas, sino que también viven en virtud de Dios. Los cristianos tienen a Cristo como su vida y viven por Él, tomándole como vida. Como resultado, lo que ellos expresan en su vivir no es simplemente algo bueno o ético, sino a Cristo mismo.
Debemos tener muy claro que puesto que somos salvos, ahora tenemos a Cristo en nosotros como nuestra vida. ¿Qué significa esto? Por ejemplo, si nuestro cuerpo no tiene vida, no podremos hablar, pensar, ver, oír, sentarnos ni caminar. No podremos movernos en absoluto. La razón por la cual podemos movernos y pensar es que tenemos vida en nosotros, y todas nuestras acciones se basan en esta vida y se originan en ella. El hecho de que Cristo sea nuestra vida significa que todas nuestras acciones, pensamientos, palabras y hechos son conforme a Cristo y se originan en Él. De manera que cuando actuamos, es Cristo quien actúa en nosotros, cuando hablamos es Cristo quien habla, y cuando pensamos es Cristo quien piensa. Todo nuestro vivir y nuestro andar es conforme al Cristo que mora en nosotros; todo lo hacemos por medio de Él.
No debemos pensar que esto es una simple teoría. Es crucial que todos captemos muy bien este principio básico. ¿Qué significa ser cristiano? Un cristiano es alguien que tiene a Cristo en él como vida. ¿Qué es el bautismo? Es ser sumergido en Cristo. ¿Qué significa partir el pan? Es comer a Cristo, es decir, comer el cuerpo del Señor y beber Su sangre. Es comer y beber del Señor mismo y recibir al Señor mismo. El principio básico de la vida cristiana es estar en Cristo, hacerlo todo por medio de Cristo y tomar a Cristo como nuestra fuente, con el fin de ganar más de Cristo.
La mayoría de las personas tiene el concepto de que un cristiano es alguien que guarda reglas y normas, tiene un alto nivel moral, y es honesto y recto. Aunque esto es bueno, tal persona no es estrictamente un cristiano sino un moralista. Lo que determina si alguien es un cristiano no es si tiene un comportamiento apropiado y elevado, sino si tiene a Cristo viviendo en él. Un cristiano es una persona que tiene a Cristo en él como vida.
Por lo general, pensamos que si una persona es espiritual, será mansa, no se enojará, hablará con amabilidad, no actuará apresuradamente ni se irritará. Sin embargo, debemos entender que una persona así de calmada y de tan buen humor es simplemente una escultura. Por supuesto, hay algunas personas que por nacimiento son calmadas, sobrias y de buen genio. Por ejemplo, imaginémonos una madre que tiene varios hijos y que todos ellos son malcriados y rebeldes. Todo el mundo se enoja con ellos, menos la madre; por mal que se porten, ella conserva su compostura. ¿Es ella una persona espiritual? No, no lo es; pues ella es así por nacimiento. Por consiguiente, no podemos juzgar si una persona es espiritual o no basándonos en su apariencia. No todo lo que alumbra es una lámpara eléctrica. Por lo tanto, debemos preguntarnos cuál es la fuente.
Algunas personas son calmadas por nacimiento, otras aprenden a ser calmadas, y otras simplemente fingen serlo. La expresión y actitud que manifiesta una persona no necesariamente indica que ella sea espiritual. Si queremos saber si alguien es verdaderamente espiritual, tenemos que indagar respecto a cuál es la fuente de su expresión y actitud: ¿es Cristo o es él mismo?
Manifestar una actitud de calma por nosotros mismos es completamente distinto de manifestar una actitud de calma en virtud de Cristo. Únicamente somos verdaderos cristianos cuando tenemos a Cristo como nuestra vida y cuando expresamos nuestra calma por medio de Cristo. Una persona que simplemente manifiesta en su vivir virtudes tales como la calma, la mansedumbre y el decoro, no necesariamente es un cristiano. Sólo una persona que vive en virtud de Cristo es un cristiano. Muchos cristianos son verdaderamente calmados, mansos y apropiados; tienen un nivel de moralidad elevado y son las mejores personas de entre todos los hombres. Éstos son los cristianos que viven en Cristo. Su vivir, su andar diario y su comportamiento son muy contundentes. Por consiguiente, no podemos juzgar a un cristiano únicamente por su vivir exterior; debemos también juzgarlo por su vida interior. Una persona es un cristiano genuino únicamente si Cristo vive en él y si Cristo es su vida. Debemos tener siempre presente este principio, éste es el punto principal.
Si examinamos nuestro propio vivir a la luz de este principio o punto importante, ¿podríamos decir que hoy en día nosotros vivimos y andamos en virtud de Cristo? Nuestro vivir hoy, nuestro modo de hablar y nuestro comportamiento, incluyendo nuestros pensamientos y nuestras opiniones sobre cada asunto, todo ello, no debiera estar regido por lo que nosotros somos, sino por el Cristo que vive en nosotros. La pregunta no es si somos cristianos que hacemos el bien o el mal, sino si somos cristianos que viven por medio de sí mismos o en virtud de Cristo. Todas nuestras palabras, pensamientos, e incluso las opiniones y criterios que tenemos sobre cada asunto, ¿son según lo que somos nosotros mismos o son según Cristo? Es decir, ¿proceden de nuestra vida o de la vida de Cristo? Esta pregunta es de crucial importancia.
El esposo y la esposa deben amarse el uno al otro. Un esposo cristiano debe amar a su esposa, y asimismo, una esposa cristiana debe estar sujeta a su esposo. Esto es semejante a un proverbio chino que dice: “El esposo canta y la esposa canta con él”. Sin embargo, la Biblia no les exige a las parejas que únicamente estén en armonía el uno con el otro, sino más bien, que el esposo ame a su esposa no por sí mismo, sino mediante el Cristo que vive en él, y que la esposa se someta a su esposo no por sí misma, sino por medio del Cristo que vive en ella. Por lo tanto, una esposa cristiana tiene pocas alternativas en lo que se refiere a ser una esposa: una de las alternativas es que ella no se sujete a su esposo. No obstante, eso no sería apropiado ni conveniente para un cristiano. La otra alternativa es que ella sea muy sumisa para con su esposo. No obstante, con respecto a que ella sea sumisa hay dos alternativas: una es que ella se sujete a su esposo por su propio esfuerzo, y la otra es que se sujete por medio de Cristo, al vivir en la vida de Cristo y al tomar la vida de Cristo como el poder, el origen y la fuente de su sumisión. Esta segunda alternativa nos muestra no una sujeción común, sino una sujeción que emana de Cristo.
Por consiguiente, existen por lo menos tres clases de esposas. La primera es la esposa que no se sujeta a su esposo. La segunda es la esposa que se sujeta a su esposo por su propio esfuerzo. Podríamos elogiar a esta esposa diciendo que es muy buena esposa, pero no podríamos decir que ella es una esposa espiritual. La tercera clase de esposa es la que no sólo se sujeta a su esposo, sino que además no hace esto por su propio esfuerzo sino tomando la vida de Cristo como el origen, poder, fuente y centro de su sujeción. Esta clase de sujeción no sólo es buena, sino que además es espiritual.
Si las virtudes que exhibimos en nuestra vida diaria no son Cristo mismo manifestado en nosotros, lo más que podremos decir es que hemos obrado bien y correctamente, pero no podremos decir: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Las personas apreciarán nuestras virtudes, pero nosotros no podremos decir: “Vive Cristo en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios” (Gá. 2:20). Más aún, tampoco podremos decir: “Ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo”; ni tampoco decir: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:20-21). Es posible que sepamos cómo ser mansos, cómo comportarnos apropiadamente y cómo estar calmados, pero tal vez no conozcamos a Cristo. Vivimos en nuestra mansedumbre, en nuestro buen comportamiento y en nuestra calma, pero no en Cristo. Es posible que conozcamos el poder de la moralidad mas no el poder de Cristo, y que vivamos en una atmósfera de ética mas no en el Espíritu de Cristo. Por lo tanto, seremos moralistas que se ganan los elogios de los demás, sin vivir en el Espíritu Santo y sin vivir la vida de Cristo. Tal vez podamos decir que somos moralistas y personas de buen comportamiento, pero no podremos decir que somos cristianos.
Aunque hemos sido salvos y tenemos la vida de Cristo, cuando vivimos por nuestra cuenta y no por medio de Cristo, no somos cristianos que expresan a Cristo en nuestro vivir de una manera práctica. Es posible que en nuestro ser únicamente demos cabida a la mansedumbre, a la calma y al buen comportamiento, pero no le demos cabida alguna a Cristo. Así, puede ser que cada día sigamos viviendo por nosotros mismos con temor y temblor, exhibiendo mucha mansedumbre, calma y humildad, mas sin nada de Cristo. La gente entonces podrá elogiarnos por nuestra mansedumbre y quietud, pero no verán a Cristo en nosotros porque Él se ha desvanecido de nosotros.
Si en nuestra vida diaria disfrutamos a Cristo, dependemos de Cristo, tenemos comunión con Cristo y somos llenos de Cristo, podremos decir que para nosotros el vivir es Cristo. De este modo, lo que espontáneamente expresemos será mansedumbre, calma y un buen comportamiento. Aún más, la gente percibirá una fragancia especial con respecto a nosotros, la cual es la fragancia de Cristo. Esto no es ser moralistas u hombres virtuosos, sino que es el Cristo vivo que vive y se manifiesta por medio de nosotros. Ésta será la prueba de que somos cristianos, no simplemente por la vida que tenemos, sino por nuestro modo de vivir. Entonces, ¿qué es un cristiano? Un cristiano es alguien que tiene a Cristo en él y vive por medio del Cristo que vive en él.