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Mensajes del libro «Cristo crucificado, El»
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CAPÍTULO TRECE

SEPARADOS DEL SEÑOR NO PODEMOS HACER NADA

  En Juan 15:5 el Señor dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer”.

SEPARADOS DEL SEÑOR NO PODEMOS HACER NADA

  El Señor dijo: “Porque separados de Mí nada podéis hacer”. ¿Qué significa esto? En lo que se refiere a nosotros, todavía somos capaces de hacer muchas cosas separados del Señor. Tal parece que no necesitamos depender del Señor para predicar el evangelio, ni tampoco para visitar a los santos ni para servirle. Muchos de nosotros hemos tenido esta clase de experiencia. En nuestro servicio, en nuestra obra, cuando tenemos que predicar del evangelio, cuando salimos a visitar a los santos, aparentemente podemos hacer muchas cosas sin tener mucha comunión con el Señor y sin necesidad de permanecer en Él. Sin embargo, a los ojos del Señor, todo lo que hacemos sin tener comunión con Él o sin depender de Él, es decir, todo lo que hacemos por nosotros mismos, no cuenta. Es por eso que el Señor dijo: “Separados de Mí nada podéis hacer”. Eso significa que únicamente aquello que hacemos mientras permanecemos en el Señor cuenta delante de Sus ojos. Estando separados de Él, todo lo que hagamos no significará nada.

  Las palabras del Señor aquí no necesariamente significan que seamos personas caídas y que estemos lejos del Señor, sino que hay una barrera entre nosotros y el Señor. La primera parte de este versículo habla del que permanece en el Señor y el Señor en él. Luego, la última parte dice: “Porque separados de Mí nada podéis hacer”. La palabra porque indica que la frase que le sigue explica lo anterior. Por lo tanto, la parte que dice que los pámpanos no pueden llevar fruto estando separados de la vid, explica la parte anterior que habla de no permanecer en el Señor. ¿Qué significa la frase separados deMí? No necesariamente significa que cuando estamos separados del Señor, ya no parezcamos cristianos debido a los pecados o transgresiones que hayamos cometido. Puede ser que sigamos orando, asistiendo a las reuniones y predicando el evangelio como de costumbre. Aparentemente, no tenemos ningún problema con el Señor y somos cristianos normales, pero de hecho, puede ser que estemos separados del Señor y que interiormente hayamos perdido nuestra comunión con Él.

  ¿Qué significa permanecer en el Señor? Podemos usar el siguiente ejemplo. Un teléfono “permanece” en la electricidad. Una vez que la electricidad es activada, el teléfono empieza a “permanecer” en la electricidad, y al mismo tiempo, la electricidad “permanece” en el teléfono. El teléfono y la electricidad están mutuamente unidos y se mantienen en comunicación. Esta clase de comunicación y unión produce un efecto que hace posible que el teléfono transmita el sonido. Sin embargo, cada vez que la electricidad es desactivada, ella deja de permanecer en el teléfono, y entonces el teléfono pierde la capacidad de transmitir el sonido. Aparentemente, el teléfono sigue igual, pero en realidad está desconectado de la electricidad. Es posible que un cristiano tenga un aspecto bueno y apropiado y lleve una vida espiritual irreprochable; sin embargo, puede ser que no permanezca en el Señor, y que el Señor no permanezca en él. En esos momentos, todo lo que haga y todo su vivir carecerá de valor a los ojos de Dios y no significará nada. Su supuesto vivir normal será uno que emana de sí mismo y que lleva a cabo por sí mismo, pero que no está en unión ni en comunión con el Señor, ni es un vivir en el cual el Señor se expresa desde su interior.

  Desde la perspectiva de Dios, toda realidad espiritualidad es Cristo mismo. Ante Dios, en todo lo relacionado con nuestro progreso y vivir espirituales, únicamente cuenta aquello que sea Cristo. Nuestra vida espiritual es Cristo mismo, nuestro vivir espiritual es Cristo mismo y nuestro crecimiento espiritual también es Cristo mismo; todos los asuntos espirituales son sencillamente Cristo mismo. Por consiguiente, si Cristo no está en nosotros, no podremos tener una vida espiritual; si no vivimos en Cristo, no podremos llevar una vida espiritual; y si Cristo no crece en nosotros, no podremos experimentar ningún progreso espiritual. Tal vez hayamos acumulado mucho conocimiento doctrinal y tengamos muchas prácticas espirituales; pero nada de ello contará como progreso espiritual. Nuestro progreso espiritual es el crecimiento de Cristo en nosotros. Todo lo que no es Cristo no es espiritual y carece completamente de valor espiritual a los ojos de Dios.

PERMANECEMOS EN EL SEÑOR A FIN DE LLEVAR MUCHO FRUTO

  Muchos cristianos a menudo preguntan: “¿Qué quiere el Señor que hagamos?”. El Señor dijo que si alguno permanecía en Él, Él también permanecería en él. Lo que el Señor quería decir era muy claro: Él quiere que permanezcamos en Él. ¿Qué significa permanecer en Él? La palabra permanecer es fácil de comprender. Por ejemplo, si usted permanece en su casa, eso significa que usted y su casa están unidos. Cuando usted permanece en su casa, usted y su casa llegan a ser uno. Por lo tanto, permanecer en el Señor alude a nuestra unión con Él. Una vez que nos unamos al Señor, espontáneamente llevaremos fruto.

  ¿Qué significa llevar fruto? Con respecto a los pámpanos de la vid, llevar fruto significa que la vid se expresa por medio de los pámpanos, que la vida que está en la vid se expresa y puede ser vista. Cuando los pámpanos permanecen en la vid, llevan fruto, y la vida que está en la vid se expresa por medio de los pámpanos. Éste es el significado cristalizado de la vid, la esencia de la vid. El fruto que una persona produce mientras permanece en el Señor es el desbordamiento de la vida del Señor, es la vida del Señor que pasa por medio de él y rebosa en él. Lo que rebosa en él es la vida de Cristo, la esencia de Cristo y Cristo mismo.

  Basándonos en este principio, debemos examinar nuestro andar diario para ver si éste es Cristo mismo y si la vida de Cristo pasa a través de nosotros y fluye de nuestro interior. En principio, nuestra vida y nuestra obra cristiana deben emanar de nuestra unión con Cristo, deben ser el resultado de que nosotros permanezcamos en Cristo y de que Cristo permanezca en nosotros, de una unión entre dos personas. El resultado de esta unión es el desbordamiento en nuestro vivir cristiano de la vida de Cristo, de la naturaleza de Cristo y de Cristo mismo.

  Cuando conectamos una lámpara eléctrica a la electricidad, la lámpara permanece en la electricidad y también la electricidad permanece en la lámpara; las dos se unen. El resultado de dicha unión es que la lámpara eléctrica exhibe y expresa la electricidad que está en ella. Esta exhibición y expresión de la electricidad es el “fruto” que produce la lámpara, el efecto que produce la lámpara. Cuando este efecto de la lámpara se hace visible, llega a ser la función que cumple la lámpara. La función de la lámpara consiste en expresar la electricidad que la llena internamente. El fruto que la lámpara produce y el efecto que produce delante de los hombres es la manera en que ella exhibe todo lo que está en su interior.

  Éste es el mejor ejemplo que describe nuestra relación con Cristo. Permanecemos en el Espíritu de Cristo, y Cristo también permanece en nuestro espíritu. Esto es comunión y unión. El resultado de tal comunión y unión es que tenemos el cristal de la vida de Cristo en nosotros. Este cristal es el fruto que llevamos, el cual es Cristo mismo. Éste es el principio que rige nuestra vida y obra.

LA META DEL EVANGELIO ES QUE CRISTO ENTRE EN EL HOMBRE

  A menudo predicamos el evangelio, damos testimonios acerca del Señor y exhortamos a las personas a que crean en el Señor, pero acaso sabemos ¿cuál es el resultado final de nuestra predicación del evangelio? ¿Cuál es la meta, el centro y la realidad del evangelio? El resultado, la meta, el centro y la realidad del evangelio es que Cristo entre en el hombre, es decir, que la vida de Cristo entre en aquellos que le reciben como su Salvador a fin de que sean producidos como “uvas”. Si pensamos que nuestra predicación del evangelio tiene como objetivo que las personas “vayan al cielo” y no al “infierno”, entonces nuestra predicación del evangelio es extremadamente pobre. Si no hemos visto que la predicación del evangelio tiene como objetivo que el Cristo que está en nosotros fluya a otros, y si no tomamos esto como la meta, el centro y la realidad del evangelio, entonces nuestra predicación estará desviada y no podrá llevar a cabo la meta de Dios.

  ¿Cuántas veces hemos tenido la profunda sensación de que cuando predicamos el evangelio tenemos que transmitir la vida del Señor a un pecador a fin de que él llegue a ser una “uva” de Cristo, la vid, y pueda recibir el elemento y la vida de Cristo en su interior? ¿Cuán frecuentemente hemos tenido este fuerte sentir en nuestra predicación del evangelio? Me temo que lo único que sentimos es que cierta persona es nuestro amigo y que a menos de que crea en Jesús, se irá al infierno, lo cual sería muy doloroso. Debido a ello, nos arrodillamos delante de Dios y le oramos con lágrimas, diciendo: “Oh Dios, por favor sálvalo porque Tú deseas que todos los hombres sean salvos y no perezcan. Oh Dios, como Tú ves, mi amigo sigue llevando la vida de un pecador; esto me causa un profundo dolor”. Muchas veces pensamos que podemos ablandar el corazón del Señor con nuestras lágrimas y hacer que Él extienda Su mano para rescatar a esa persona y salvarla de la perdición. ¿Cuál sería la meta de esta clase de predicación? Dicha predicación únicamente tendría como objetivo salvar al hombre del sufrimiento del infierno en el futuro. Sin embargo, la Biblia nos muestra que ésta no es la meta de la predicación del evangelio. Predicar el evangelio es impartir en otros al Cristo que está en nuestro interior, de modo que ellos puedan también tener interiormente a Cristo junto con Su vida, naturaleza y elemento. De este modo, ellos ya no serán simplemente hombres, sino Cristo-hombres e incluso réplicas de Cristo. De esta manera, ellos llegarán a ser “uvas”, el fruto que llevamos como pámpanos de la vid.

CRISTO ES EL CENTRO Y LA REALIDAD DE TODAS NUESTRAS ACTIVIDADES ESPIRITUALES

  Eso no significa que cuando vayamos a predicar el evangelio, no necesitemos hablarles a las personas acerca de Dios, del pecado, de Jesús el Salvador y de la manera en que ellos pueden recibirlo como su Salvador, y que ahora únicamente tenemos que decirles que les estamos transmitiendo a Cristo para que lleguen a ser “uvas”. Más bien, esperamos que todos los cristianos reciban esta luz, a fin de que en su predicación del evangelio se olviden del cielo, del infierno y del sufrimiento futuro. Tenemos que decirles a las personas que la razón por la cual ellas sufren es que no tienen a Cristo. Aunque puedan tener muchas otras cosas, no tienen a Cristo. Tenemos que hacerles saber que nosotros somos cristianos, que tenemos a Cristo en nosotros, que somos pámpanos de Cristo, quien es la vid, y que hemos venido a visitarlos con el fin de transmitirles a Cristo. Una vez que ellas reciban a Cristo, llegarán a ser personas preciosas, resplandecientes y celestiales.

  Todos debemos predicar el evangelio de esta manera: transmitir al Cristo que está en nuestro interior a nuestros amigos y a todos los de nuestra familia. Todos somos pámpanos de la vid. Cuando la vida de Cristo se transfunda en nosotros y pase por medio nosotros, fluyendo de nosotros a otros, ellos recibirán la vida de Cristo y vendrán a ser el fruto que nosotros producimos como pámpanos de la vid. Ésta es la meta de nuestra predicación del evangelio. Si predicamos el evangelio sin impartir a Cristo en los demás, nuestro evangelio carecerá de centro y de realidad. El centro y la realidad de todas nuestras actividades espirituales deben ser Cristo mismo.

  El mismo principio se aplica cuando visitamos a los creyentes, los edificamos y pastoreamos. Cristo debe ser el centro y la realidad de todas nuestras actividades espirituales. Por ejemplo, supongamos que un hermano tiene un problema; supongamos que ha perdido su trabajo, que se ha caído o se ha descarriado, y que nosotros vamos a visitarlo simplemente con la intención de consolarlo, fortalecerlo y decirle que ore, lea la Biblia y reciba luz. Aunque no podríamos decir que esto esté mal, definitivamente esto muestra que todavía no conocemos la realidad espiritual. Simplemente estamos brindándole alguna ayuda y algún consuelo. Si bien esto es bueno, carece de Cristo y, por lo tanto, carece de centro y de realidad. Cristo es el centro de todas las cosas espirituales y también la realidad de todas las cosas espirituales.

DEBEMOS MINISTRAR CRISTO A OTROS A FIN DE QUE OBTENGAN MÁS DE CRISTO

  Si hemos visto que la realidad espiritual es Cristo mismo, cada vez que salgamos a visitar a los santos, a pastorearlos o a enseñarles, tendremos siempre presente el principio conforme al cual debemos ministrarles Cristo a ellos. Esto no consiste simplemente en consolarlos en sus sufrimientos, sino en transmitirles y suministrarles a Cristo por medio de la comunión. Ésta es la razón por la cual necesitamos ganar y experimentar más de Cristo, ya que si no hemos recibido el suministro de Cristo, nos será muy difícil impartir algún suministro a otros, y si tampoco hemos experimentado a Cristo, nos será muy difícil suplir a otros. Hay un himno que dice: “Él vive por mí para que yo pueda dar / Su amor a los corazones que sufren” (Hymns, #362). Espero que todos seamos esta clase de personas, los que dan Su amor a los corazones que sufren.

  Algunos predican el evangelio teniendo como meta que la gente pueda escaparse de la perdición eterna, mientras que otros predican el evangelio con la meta de que Cristo pueda ser ministrado. Ya hemos visto claramente la diferencia entre éstas dos. Por consiguiente, cuando salgamos a predicar el evangelio, debemos tener muy presente este principio y pensamiento central: que nuestro objetivo es transmitir a Cristo en otros a fin de que ellos puedan recibir la vida y la naturaleza de Cristo, es decir, que puedan recibir la vida de la vid. Ésta es la meta de nuestra predicación del evangelio.

  De igual manera, es posible que tengamos dos metas diferentes al edificar a los santos y al cuidar de ellos. Muchas veces no tomamos a Cristo como nuestra meta al cuidar de los santos. Por ejemplo, cuando una persona está enferma y vamos a visitarla, a menudo queremos darle algunas palabras de consuelo. Asimismo, cuando una persona está confundida a tal punto que no es capaz de distinguir entre su mano derecha y su izquierda, y nosotros vamos a visitarlo, queremos ayudarle para que su mente entienda todo con claridad. Así, al visitar, al exhortar y al pastorear a los santos siempre tomamos como nuestra meta otras cosas que no son Cristo. Debido a que no vemos este asunto con claridad ni lo tomamos con la debida seriedad, nos desviamos del centro y propósito de nuestra predicación del evangelio y de nuestra visita. Es imprescindible que veamos que separados del Señor nada podemos hacer.

  La realidad espiritual depende de que satisfagamos la necesidad del hombre con el Cristo que está en nosotros. Si hemos visto esto, independientemente de lo que hagamos, ya sea exhortar, animar o pastorear a las personas, retendremos el principio según el cual debemos ministrar a Cristo en otros a fin de que obtengan más de Cristo. Si bien es cierto que cuando visitamos a las personas esperamos que ellas sean fervientes y no retrocedan, con todo, debemos tener una meta mucho más positiva, la cual es Cristo mismo; tenemos que ministrarles a Cristo. Sin importar si ellas son indiferentes, se han descarriado o están confundidas, debemos tener una sola meta, y ésta es, infundir a Cristo en ellas.

CRISTO ES EL TODO Y ESTÁ EN TODOS

  Cuando Pablo escribió el libro de Filipenses ya era anciano y aún confesaba no tener el debido conocimiento de Cristo. En Filipenses 3:10 él claramente dijo que aún proseguía a fin de conocer a Cristo. El hecho de que seamos personas espirituales o no, dependerá de que continuamente busquemos a Cristo. La razón por la cual no somos espirituales es que estamos escasos de Cristo. La razón por la cual no crecemos espiritualmente y no tenemos peso espiritual es que estamos escasos del conocimiento de Cristo. No tenemos el debido entendimiento espiritual y estamos escasos de amor y santidad debido a que estamos escasos de Cristo.

  A los cristianos no les hacen falta muchas cosas; antes bien, lo único que les hace falta es más de Cristo. En 1 Corintios 1:30 dice que Cristo “nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría: justicia y santificación y redención”. Todos debemos comprender que Cristo es nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención, nuestra vida, nuestro poder, nuestra luz y nuestro todo. A los ojos de Dios todo asunto espiritual, toda realidad espiritual es sencillamente Cristo mismo.

  Toda nuestra carencia y escasez espiritual se debe al hecho de que nos falta más de Cristo. Así pues, usted carece de fervor porque no tiene lo suficiente de Cristo, yo estoy falto de amor porque no tengo lo suficiente de Cristo, y a él le falta fe porque no tiene lo suficiente de Cristo. De nada sirve exhortar a las personas a que tengan más fervor, amor y fe. Lo único que podemos hacer es ministrarles Cristo; entonces espontáneamente tendrán más fervor, amor y fe. Desde el momento en que Cristo entró en nosotros, nosotros tenemos la sabiduría, la luz y el camino porque Cristo es el todo y está en todos (Col. 3:11). Separados de Él nada podemos hacer, y separados de Él todo cuanto hagamos no tendrá ningún valor a los ojos de Dios.

  Si una persona que ministra a la iglesia no es Cristo, y si el pastoreo que ella brinda a los santos tampoco es Cristo mismo, entonces aunque reciba las alabanzas de los hombres, no recibirá ninguna alabanza de parte de Dios, no importa si es un diácono, un anciano o un hermano servidor. Aun cuando reciba la aprobación de los hombres, no recibirá la aprobación de Dios. Esto se debe a que todo lo que se hace fuera de Cristo no cuenta para nada a los ojos de Dios. Todo lo que hagamos contará ante Dios únicamente cuando estemos en Cristo y permitamos que Cristo pase por nosotros y fluya de nosotros. Ya sea que prediquemos el evangelio o visitemos a los santos, o que los ancianos pastoreen a los santos o los diáconos realicen su servicio, todo ello tendrá valor únicamente cuando Cristo fluya por medio de nosotros y sea expresado a través de nosotros. El valor espiritual es Cristo mismo; por lo tanto, solamente lo que es de Cristo tiene valor.

NECESITAMOS TENER COMUNIÓN CON EL SEÑOR EN TODO LO QUE HAGAMOS

  Tal vez algunos pregunten: “¿Cómo podemos permitir que Cristo pase por medio de nosotros y brote de nuestro interior?”. Si queremos permitir que Cristo pase a través de nosotros y brote de nuestro interior es indispensable que tengamos comunión con Él. Juan 15 habla acerca de permanecer en el Señor; permanecer en el Señor es tener comunión con Él. Necesitamos tener comunión con el Señor en todo lo que hagamos. Ya sea que prediquemos el evangelio o visitemos a alguien, debemos estar conectados con el Señor en nuestro interior. Cuando una lámpara eléctrica está conectada a la electricidad, brilla, pero tan pronto la desconectamos, deja de brillar. De igual forma, los cristianos no deben tener ningún problema en su comunión con el Señor. Debemos estar interiormente conectados y unidos al Señor continuamente. A cada momento y en todo asunto debemos estar atentos para ver si estamos conectados y unidos al Señor. Cuando estamos conectados y unidos al Señor, estamos en comunión con Él. Entonces cuando vayamos a predicar el evangelio, el evangelio será liberado a través de nosotros; y cuando vayamos a visitar a los santos, Cristo será liberado a través de nosotros.

  Todos sabemos que si estamos conectados a la electricidad y tocamos a alguien, la electricidad fluirá de nosotros a esa persona. Conforme al mismo principio, si queremos que Cristo pase por nosotros y llegue a otros por medio nuestro, debemos ser aquellos que permanecen en comunión con Él. Nosotros mismos sabemos si estamos o no conectados y unidos a Cristo. Si no estamos conectados ni unidos al Señor, no podremos impartir a Cristo en otros. Sin embargo, si nos mantenemos en comunión y en contacto con el Señor, ya sea que seamos ancianos o diáconos, siempre que vayamos a predicar el evangelio o a visitar a las personas, tan pronto como las contactemos, Cristo saldrá de nosotros, y ellos ganarán a Cristo. Debemos entender claramente este principio fundamental.

  Por consiguiente, antes de empezar a predicar el evangelio o a ministrar la palabra, una persona debe primero tener comunión con el Señor y tener contacto con Él. De este modo, cuando las personas la escuchen, percibirán que la manera en que les habla es viviente. Solamente al tener comunión con el Señor, y después dar el mensaje, que el mensaje podrá ser viviente. Al predicar la palabra, una persona no debe depender de su elocuencia, don de palabra o conocimiento, ni tampoco debe limitarse a hablarles a las personas acerca de la Biblia. Mientras predica la palabra, el predicador debe mantenerse conectado y unido al Señor. Sólo así sus palabras, su expresión, su conocimiento y su lectura de la Biblia, podrán ser un canal por el cual Cristo fluirá de su interior. Como resultado, después de que las personas escuchen el mensaje, el compartir y las palabras de la Biblia, recibirán al Cristo que se halla en ese mensaje, en ese compartir y en la Palabra.

  Todos los asuntos espirituales son sencillamente Cristo mismo. Así pues, visitar a los creyentes es Cristo mismo, predicar el evangelio es Cristo mismo, y predicar la palabra es Cristo mismo. Todo asunto espiritual es sencillamente Cristo mismo. Si Cristo no es el centro ni la realidad, las meras palabras estarán vacías sin ningún contenido, visitar a las personas será una falsedad y el evangelio que prediquemos será un evangelio muerto. Por consiguiente, si queremos servir a Dios, debemos mantenernos conectados y unidos a Cristo. Únicamente cuando tengamos comunión con Cristo en nuestro interior, podremos ministrarlo a otros. Por lo tanto, ya sea que prediquemos el evangelio, visitemos a los creyentes o sirvamos como ancianos, debemos siempre estar conectados a Cristo en nuestro servicio.

DEBEMOS RESTAURAR NUESTRA COMUNIÓN CON EL SEÑOR TOMANDO LAS MEDIDAS NECESARIAS

  Cada vez que sintamos que nos hemos desconectado de Cristo, en seguida debemos tomar las medidas necesarias. Antes de predicar el evangelio o predicar la palabra, si sentimos que no estamos conectados con Cristo, tenemos que dar solución a ello inmediatamente a fin de conectarnos de nuevo a la “electricidad”, al Espíritu. La razón por la cual nuestra predicación no es eficaz para tocar a las personas es que no estamos conectados ni unidos a Cristo. Aquel que toca a las personas es Cristo como el Espíritu. No es nuestro intelecto, nuestros pensamientos, nuestra elocuencia ni nuestro conocimiento lo que logra tocar o ministrar a las personas, sino más bien, el Cristo que se transfunde en ellas mediante nuestra predicación. Por consiguiente, debemos estar conectados a Cristo en todo momento.

  A veces podemos tener la experiencia de que justo antes de empezar a compartir la palabra, nuestra comunión con el Señor se interrumpe. En ese momento, debemos acudir al Señor para resolver lo que haya que resolver, a fin de restaurar la comunión. No hay ningún problema con respecto al Cristo que mora en nosotros; sin embargo, si no permanecemos en Cristo ni tenemos comunión con Él, sino que en vez de ello hablamos por nosotros mismos en nuestra mente y en nuestra determinación, Cristo desaparecerá. Eso no significa que Cristo ya no esté en nosotros, sino más bien, que nuestra comunión con Él se ha interrumpido. Así pues, debemos aprender que cuando no nos sintamos movidos internamente a hacer algo, no debemos decir nada; pero cuando surja un sentir en nuestro interior, debemos hablar según dicho sentir. Debemos tener mucho cuidado y temor de decir algo basados en nuestra memoria, conocimiento y doctrinas; más bien, debemos hablar conforme al sentir que nos dé Cristo interiormente. De ese modo, lo que hablemos será Cristo y el Espíritu.

CRISTO ES LA ÚNICA META

  Debemos tener contacto con Cristo en todo lo que hagamos. Cuando sirvamos, debemos tener contacto con Cristo; cuando leamos la Biblia, debemos tener contacto con Cristo; cuando prediquemos el evangelio, debemos tener contacto con Cristo; cuando hablemos, debemos tener contacto con Cristo; y cuando oremos, debemos tener contacto con Cristo. Siempre debemos tener contacto con Cristo en nuestro interior. Para ello, debemos primero poner en práctica en nuestra vida diaria el conectarnos a Cristo; en segundo lugar, debemos hacerlo todo en unión con Cristo; y tercero, debemos siempre tomar a Cristo como la meta. Si un santo está triste, no debemos simplemente consolarlo; tenemos que darle a Cristo. Asimismo, cuando prediquemos el evangelio, no debemos sólo hacerles ver a las personas que son pecadoras, sino que también debemos mostrarles que necesitan a Cristo y que el propósito de Dios con respecto a ellas es que reciban a Cristo. Puede ser que compartamos miles de mensajes o hagamos miles de cosas, pero en todo ello nuestra única meta deberá ser Cristo. De este modo, nuestra vida diaria, nuestra obra y nuestro servicio serán espirituales y tendrán realidad espiritual.

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