
Gálatas 4:19 dice: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”. Filipenses 1:20b-21a declara: “Ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo”. Efesios 4:13 dice: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. El versículo 19 del capítulo 3 dice: “De conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. Estas palabras nos muestran la obra que Dios realiza en Sus redimidos y el propósito que tiene para con ellos.
Si realmente conocemos la Biblia, podremos ver un asunto particular hallado en la palabra de Dios, algo que jamás ha estado ni estará en la imaginación del hombre. Nos referimos al propósito eterno de Dios. Aunque la verdad del Señor ya ha sido propagada por todo el mundo, son muy pocos los que realmente conocen este asunto tan misterioso y maravilloso, el cual Dios ha revelado en Su palabra. Hoy en día hay un buen número de cristianos que tienen un corazón puro, son fervientes y tienen amor y fe, a quienes les interesan las cosas del Señor y están dispuestos a pagar el precio, sacrificándose a sí mismos y viviendo para otros. Sin embargo, entre estos cristianos es difícil encontrar a alguien que satisfaga la norma de Dios y realmente conozca el propósito que Dios determinó en la eternidad. Quiera el Señor concedernos la gracia para que veamos claramente este propósito que Dios determinó en la eternidad.
¿Qué es lo que Dios realmente desea? Dios desea mezclarse con el hombre. Siempre debemos recordar que Dios no desea nada más; lo único que Él desea es mezclarse con el hombre. Él desea mezclarse con el hombre a tal punto que, sin dejar de ser el Dios verdadero, Él se hizo hombre, un hombre auténtico. Con esto no queremos decir que cuando Él se hizo hombre dejara de ser Dios; más bien, queremos decir que Él era Dios mezclado con el hombre, Él era al mismo tiempo Dios y hombre. En Él se hallaban mezclados completamente Dios y el hombre; por lo tanto, en Dios había un hombre y en el hombre estaba Dios. La naturaleza humana estaba en Dios, y la naturaleza divina estaba en el hombre. En Dios se hallaba el elemento humano, y en el hombre se encontraba el elemento divino.
Éste es el propósito que Dios desea llevar a cabo. El propósito de Dios consiste en llegar a la etapa en la cual el elemento humano esté dentro de Él y el elemento divino esté dentro del hombre. Él se mezcla con nosotros al punto en que llega a ser hombre y nosotros llegamos a ser Dios. Quizás les sorprenda escuchar estas palabras. ¿Cómo podemos llegar a ser Dios? Podemos ser Dios porque estamos mezclados con Él. Estamos mezclados con Dios al grado en que podemos declarar: “Aunque somos humanos, tenemos a Dios en nosotros. Poseemos Su vida, Su naturaleza y Su personalidad. Debido a que Él está en nosotros, Su personalidad llega a ser la nuestra, Su naturaleza llega a ser la nuestra y Su vida llega a ser la nuestra. Además, Su imagen es nuestra imagen, Su gloria es nuestra gloria, Su santidad es nuestra santidad y Su bondad es nuestra bondad. Lo que Él es, también lo somos nosotros, y donde Él está, también estamos nosotros.
Todos debemos ver esto. De hecho, todos los que han sido salvos verán esto tarde o temprano. El día vendrá (quizás cuando estemos en el reino o en el cielo nuevo y la tierra nueva) cuando veremos que todos los que sirven a Dios son exactamente iguales al Dios que sirven. Por otra parte, el Dios a quien ellos servirán será exactamente igual a nosotros, quienes le servimos. Él será Dios, mas con el elemento humano, y nosotros seremos humanos, mas poseeremos el elemento divino. Usamos estas sencillas palabras para explicar el deseo que Dios tiene en Su corazón, un deseo que es tan misterioso.
El único propósito de Dios al crear todas las cosas y la humanidad, Su único propósito al hacernos pasar por toda clase de entornos y de obrar continuamente en nosotros de diferentes maneras, es mezclarse a Sí mismo con nosotros a fin de ser nuestro contenido, nuestra vida y nuestra naturaleza. Sin embargo, es muy difícil que estas palabras impresionen a los santos de manera profunda. ¿Por qué? Debido a que el propósito de Dios básicamente no existe en nosotros. No sólo está ausente de nuestros pensamientos, sino que tampoco está en nuestra esperanza. Por lo tanto, todos nosotros, quienes somos salvos, debemos orar pidiéndole al Señor que abra nuestros ojos, para que veamos no sólo la corrupción, la pecaminosidad y la vanidad, sino también algo más elevado, más profundo y más espiritual, lo cual es el propósito de Dios de mezclarse a Sí mismo con el hombre.
Hoy en día muchos cristianos les enseñan a las personas que hay un cielo y un infierno, que el hombre es pecaminoso y maligno, y que debe temer a Dios y arrepentirse ante Dios, que Jesucristo llevó los pecados del hombre y murió por él en la cruz para sufrir el castigo de Dios que le correspondía al hombre, y que al creer en Él el hombre será salvo. Luego concluyen diciendo que el hombre debe amar a Dios, servirle y, mediante el poder de Dios, llevar una vida de santidad. Ellos piensan que es muy loable y satisfactorio alcanzar este estado. Sin embargo, tal vez sea loable para el hombre, pero no lo es para Dios. Quizás el hombre se sienta satisfecho con esto, pero Dios no podrá estar satisfecho.
El propósito central de Dios, el punto central de Su voluntad, Su plan eterno, no es meramente que el hombre sea redimido, tenga un corazón que ame a Dios y lleve una vida de santidad. Lo que Dios desea es mucho más que esto. La voluntad eterna de Dios, Su misterioso plan, el deseo que está en Su corazón, es entrar en el hombre, en usted y en mí, a fin de mezclarse con usted y conmigo. Él desea que Su vida se mezcle con la nuestra, que Su naturaleza se mezcle con la nuestra, que Su personalidad se mezcle con la nuestra y que Su elemento se mezcle con el nuestro. Él desea mezclarse con nosotros a tal grado que resulte difícil poder decir si Él es Dios o es hombre o si nosotros somos hombres o somos Dios. Cuando esto ocurra, Dios y el hombre, y el hombre y Dios, serán inseparables e incluso indistinguibles. La naturaleza de Dios llegará a ser la naturaleza del hombre, y Dios y el hombre, una vez que lleguen a ser uno y se mezclen mutuamente, ya no podrán separarse.
Nosotros no tenemos suficiente conocimiento del Señor, pues ni siquiera sabemos contestar a la pregunta de si el Señor es Dios o hombre. Pero un día Dios nos mostrará que Cristo es Dios hecho carne, Dios manifestado en la carne y Dios mezclado con el hombre. Una vez que recibamos esta visión, diremos llenos de júbilo: “Del Señor en quien creemos se dice que es Dios, y ciertamente lo es. También de Él se dice que es un hombre, e indudablemente Él es un hombre. Él es Dios y a la vez hombre, y hombre y a la vez Dios. Hoy en día Él está en el cielo como Aquel que es Dios y a la vez hombre, y hombre y a la vez Dios, esto es, como Aquel que es la mezcla de Dios con el hombre. Él no sólo es simultáneamente Dios y hombre, sino también la mezcla de Dios y el hombre. Dios y el hombre no son dos personas separadas; al contrario, los dos han llegado a ser uno solo. Es difícil decir si Él es solamente Dios o solamente un hombre, pues los dos han llegado a ser uno solo”.
¿Qué significa ser salvo? Ser salvo significa que de ahora en adelante usted tiene la vida de Dios en su interior y que ya no es la misma persona que era antes. Antes usted era un hombre auténtico; sin embargo, un día usted se arrepintió y creyó en el Señor Jesús abriéndole su corazón y su espíritu. Como resultado, Él entró en usted. Desde ese momento, usted cambió de naturaleza. (Si usted no ha cambiado de naturaleza, me temo que aún no es salvo). Anteriormente, usted era solamente un hombre, pero desde que recibió a Jesús como su Salvador, usted cambió de naturaleza. Una persona que ha cambiado de naturaleza es una persona que ha sido salva.
Por ejemplo, si el sabor del agua en esta taza fuera agrio, usted no se atrevería a beberla. Sin embargo, después que se le añade azúcar, el agua se endulza y adquiere un sabor agradable. ¿Por qué? Porque algo más le fue añadido. Por consiguiente, creer en Jesús no tiene como propósito mejorar o reformar al hombre. Tampoco equivale a recibir la religión cristiana y aprender sus creencias. Creer realmente en Jesús significa que el Espíritu de Cristo le es impartido a usted, significa que una gran medida de Cristo le es impartida mediante el Espíritu Santo, de modo que dentro de usted llega a tener un elemento adicional que es resplandeciente, santo y bueno. Una vez que este elemento entra en el hombre, el hombre experimenta una transformación en su modo de ser.
Anteriormente usted era una persona irascible y que no perdonaba, pero ahora usted cede ante los demás en todo y está dispuesta a sufrir el maltrato. Ser cristiano, sin embargo, no consiste en cultivarse a uno mismo para eliminar el “sabor agrio” de nuestra vida. Aunque nosotros, los cristianos, tengamos el elemento de Cristo dentro de nosotros, seguimos teniendo ese “sabor agrio”. La diferencia es que aunque seguimos teniendo un “sabor agrio”, algo “dulce” se ha añadido a nosotros. ¿Qué significa ser un cristiano? Un cristiano es alguien con quien Cristo se ha mezclado. Aunque anteriormente usted era una persona irascible, ahora la mansedumbre de Cristo absorbe su irritabilidad. Ése no es el resultado de sus esfuerzos por ser una mejor persona, ni es el resultado de cultivarse a sí mismo, ni tampoco el fruto de su ejercicio, sino que es la vida de Cristo que ha entrado en su vida, la naturaleza de Cristo que ha entrado en su naturaleza, la personalidad de Cristo que ha entrado en su personalidad, y Cristo mismo que ha entrado en su ser para mezclarse con usted. Una vez que Cristo se mezcle con usted, Él lo absorberá. Usted no puede absorberlo a Él, porque Él es fuerte y usted es débil, Él es grande y usted es pequeño. De este modo su naturaleza es cambiada. Las tinieblas entonces se tornan en luz, la irritabilidad en amabilidad, la rebeldía en sumisión, la crueldad en amor y la inmundicia en santidad.
Por este motivo, tenemos que pasar mucho tiempo en oración, pidiéndole al Señor que nos conceda luz para ver que el propósito eterno de Dios es que Él desea mezclarse con nosotros. Sólo cuando veamos esto sabremos qué cosa es ser espiritual y qué cosa es progresar espiritualmente. Sólo cuando veamos esto sabremos lo que realmente el Señor desea hacer en el hombre. Lo que Dios desea hacer en el hombre es efectuar esta mezcla. Aparte de esto, no importa qué hagamos, Dios no estará satisfecho. No sólo no estará satisfecho, sino que además se sentirá triste y se lamentará hasta que veamos que Su propósito eterno es que Él se mezcle a Sí mismo con el hombre. Sólo entonces, Él hallará satisfacción y descanso y sólo entonces habrá verdaderamente ganado algo en nosotros.
Todos debemos orar y pedirle al Señor que nos muestre Su propósito eterno y el hecho de que Él desea mezclarse con nosotros. Es probable que aunque escuchemos estas palabras, interiormente aún no hayamos recibido la visión, la inspiración ni la revelación, y sigamos sin poder ver. Por consiguiente, tenemos que orar y pedirle al Señor que nos muestre esta visión espiritual relacionada con el deseo que Él tiene en Su corazón. Debemos pedirle que quite nuestros velos y nos permita comprender que lo que Él busca en nosotros no es nuestro amor, nuestra fe, nuestro fervor ni nuestra buena conducta; antes bien, lo que Él desea y lo que lo satisface es mezclarse a Sí mismo con nosotros.
Gálatas 4:19 dice: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”. Una vez que alguien es salvo, tiene a Cristo morando en él; con todo, Cristo aún no ha sido formado en él, debido a que tiene muy poco del elemento de Cristo. A pesar de que hemos sido salvos, es posible que en estos momentos aún no tengamos mucho de Cristo en nosotros. Algunos quizás fueron salvos hace diez o veinte años. Están llenos de doctrinas, pues saben acerca de Adán, Eva, Abraham, Isaac y Jacob. Si uno les pregunta acerca del libro de Génesis, dirían que es un libro que nos habla de la creación de Dios. Si les preguntamos sobre el libro de Apocalipsis, dirán que habla de los siete sellos, las siete trompetas y las siete copas. Tal vez sepan más que usted. Sin embargo, no tienen mucho del elemento de Cristo en su interior. Tales creyentes son solamente salvos, pero Cristo aún no ha sido formado en ellos.
Algunos de nosotros llevamos más de veinte años de estar en la iglesia. Hemos escuchado muchas doctrinas, somos fervientes y también amamos al Señor, pero internamente el elemento de Cristo no ha aumentado mucho en nuestro ser. Muy poco del elemento de Cristo está presente en nuestro juicio y en nuestras conversaciones. ¿A qué se debe esto? A que sólo tenemos una medida muy pequeña de Cristo en nosotros y a que Cristo no ha crecido ni ha sido formado en nosotros. Es por ello que Pablo dijo que volvía a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo fuera formado en los creyentes.
Si entendemos esto y lo vemos, nos postraremos delante de Dios y diremos: “Oh Dios, ten misericordia de mí. Hasta el día de hoy no tengo mucho de Cristo en mí. El sentir que tengo de Cristo es muy poco en mi vivir, en mis inclinaciones, en mi vida diaria y en mis actitudes. En todos estos aspectos tengo muy poco del elemento de Cristo. Cristo aún no ha sido formado en mí y tengo tan sólo una pequeña medida de Cristo”. Entonces, ya que tenemos una medida tan pequeña de Cristo en nosotros, ¿cuáles son las otras cosas que están dentro de nosotros y nos ocupan? Ellas son el yo, el mundo, nuestras preferencias, nuestros pecados, nuestra bondad, nuestra mansedumbre y nuestro temperamento. En breve, dentro de nosotros tenemos cosas que son tanto buenas como malas. Muchas cosas que no son Cristo nos ocupan y no dejan ningún lugar para Cristo.
Por esta razón, Pablo dijo a los gálatas: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”. El problema con respecto a los gálatas no era que ellos amaban al mundo o anhelaban pecar. Su problema era que ellos habían vuelto su atención a otras cosas que no eran Cristo. Ellos prestaban atención a sus buenas obras que podían hacer por ellos mismos. Puesto que dependían tanto de sí mismos, dejaron muy poco lugar para Cristo. Esto no quiere decir que esté mal hacer buenas obras, sino que cuando usted depende tanto de usted mismo, Cristo se queda sin el lugar y sin la oportunidad de ganar su tiempo y espacio a fin de ganar más terreno en usted. Como resultado, Él aún no se ha formado en usted.
Pablo les dijo a los filipenses: “Conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte” (Fil. 1:20). Lo que Pablo quiso decir con estas palabras era que él siempre permitía que Cristo fuera magnificado en él en cualquier circunstancia, fueran éstas de gozo o de pena, de luz o de oscuridad. De este modo, Cristo no sólo fue formado en él, sino que también magnificado en él. Pablo permitía que Cristo lo llenara continuamente para que en cualquier circunstancia que tuviera que afrontar, en cualquier dolor que tuviera que padecer y en cualquier dificultad que tuviera que pasar, Cristo fuera magnificado en él, no en una situación particular, sino siempre.
Por lo tanto, todos necesitamos saber una sola cosa. La única forma en la que Cristo puede siempre ser magnificado en nosotros y en nuestra vida cristiana es que le permitamos ser nuestro elemento intrínseco y también le permitamos crecer en nosotros. Si hacemos esto, Cristo se expresará por medio de nosotros. Entonces nuestra comprensión será la comprensión de Cristo, nuestra mente será la mente de Cristo, nuestra expresión será la expresión de Cristo, nuestras preferencias serán las preferencias de Cristo y nuestro vivir será el vivir de Cristo, debido a que Cristo se habrá mezclado con nosotros.
Efesios 4:13 dice: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. Aquí Pablo nos da a entender que una vez que conozcamos a Cristo, progresaremos hasta ser un hombre de plena madurez y hasta llegar a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. No piensen que la iglesia ha progresado por el simple hecho de haber aumentado en número, de unos cuantos cientos de personas, a tres o cinco mil personas. Tal vez no sea así. El crecimiento de la iglesia no depende del incremento numérico, ni tampoco de que aumente el amor o el fervor de los creyentes, sino del incremento del elemento de Cristo. La iglesia progresa cuando en ella aumenta el elemento de Cristo y el crecimiento de la vida de Cristo. Es verdad que el fervor, amor y el negarse a sí mismos se encuentra en los cristianos; sin embargo, su fervor, amor y negarse a sí mismos no debe ser del hombre sino de Cristo.
Por consiguiente, debemos saber que el contenido de la iglesia es Cristo y que el crecimiento de la iglesia también es Cristo. Cristo debe ser lo único que aumenta en la iglesia. Algunas personas tenían cierta medida de Cristo el mes pasado, pero después de un mes, tres meses o cinco meses, aumentó más el elemento de Cristo en ellas. Ahora cuando nos encontramos con ellas, no sólo percibimos su celo, amor, mansedumbre, humildad y frescura, sino que también notamos que el elemento de Cristo ha aumentado en ellas. Cuando nos encontramos con ellas, la atmósfera alrededor de ellas nos comunica que tienen más del elemento de Cristo en su ser. Lo que ha aumentado en ellas no es simplemente su amor, su fe, su fervor o negarse a sí mismos, sino que tienen algo que es más real y subjetivo: el elemento de Cristo. En esto consiste el verdadero crecimiento de la iglesia. El verdadero crecimiento de la iglesia depende del aumento de la medida de la estatura de Cristo en la iglesia, del aumento del elemento de Cristo día a día.
En el pasado únicamente pensábamos que como cristianos necesitábamos tener virtudes como amor, fervor, fe, humildad y mansedumbre. Pero ahora sabemos que Cristo como elemento necesita ser añadido a nuestro ser y que Él tiene que crecer en nosotros, ser formado en nosotros y expresarse por medio de nosotros. ¡Cuán maravilloso es que Cristo viva en nosotros y sea nuestra vida, nuestra naturaleza y nuestra personalidad! Sin embargo, aunque sabemos, comprendemos y entendemos esto, no conocemos a este Cristo en realidad. No sabemos cómo Cristo llega a ser vida en nosotros, cómo Su elemento se convierte en nuestro elemento, cómo Su vida llega a ser nuestra vida, cómo Su naturaleza llega a ser nuestra naturaleza, ni tampoco cómo Su personalidad llega a ser nuestra personalidad. Por lo tanto, debemos orar y buscar al Señor para que nos dé revelación. Nuestros ojos necesitan ser abiertos para que en nuestro espíritu podamos ver la luz, la revelación y la visión de que Cristo desea mezclarse a Sí mismo con nosotros. Verdaderamente no podemos comunicar esto con palabras; es por ello que necesitamos suplicar, orar y buscar al Señor para que nos dé luz y revelación al respecto.
De ahora en adelante, debemos orar de manera específica, no pidiendo por ninguna otra cosa sino por conocer a Cristo. No debemos orar por nuestro trabajo, sino porque nos sea dada esta revelación, la revelación de que Cristo en nosotros ahora es nuestra vida. Tenemos que comprender, sentir y experimentar de manera práctica la mezcla de Cristo con nosotros.
La verdadera espiritualidad de un cristiano depende de que Cristo se mezcle con él. Si Cristo se mezcla con nosotros hasta un grado, nuestra espiritualidad será de un grado. Si Cristo se mezcla con nosotros a un grado mayor, entonces nuestra espiritualidad será mayor. La medida de nuestra espiritualidad se basa en la medida a la cual Cristo se haya mezclado con nosotros. Por consiguiente, nuestra realidad espiritual depende de que Cristo se mezcle con nosotros. Debemos darnos cuenta de que nuestra búsqueda y nuestra espiritualidad dependen de que Cristo se mezcle más con nosotros.
Tomemos por ejemplo la lectura de la Biblia. Una persona puede haber leído la Biblia por un año, pero Cristo, puede no haberse mezclado con ella en lo más mínimo. ¿Por qué no? Porque dicha persona no sabe lo que es la Biblia. En 2 Corintios 3:6 dice: “Porque la letra mata, mas el Espíritu vivifica”. Esto nos muestra que tenemos que leer la Biblia ejercitando nuestro espíritu, pues lo que la Biblia nos revela no se halla en nuestra mente sino en nuestro espíritu. Lo que está en nuestra mente es la doctrina, la letra, que nos mata; sin embargo, lo que está en nuestro espíritu nos da vida y nos vivifica. Por lo tanto, cuando leamos la Biblia, debemos conocer a Cristo mediante las palabras de las Escrituras. Tenemos que conocerlo a Él en nuestro espíritu y permitirle aumentar en nosotros.
Ahora todos podemos ver claramente que el propósito de leer la Biblia no es acumular más conocimiento bíblico, sino permitir que Cristo crezca en nosotros. Muchas veces, en nuestra lectura de la Biblia, Cristo viene a nosotros. Sin embargo, hay muchos que solamente leen la Biblia sin permitir que Cristo se mezcle con ellos. Una persona puede tener más de diez años de haber sido salva y puede haber leído la Biblia incontables veces y, al mismo tiempo, no se le ha añadido mucho de Cristo ni ha adquirido mucho conocimiento de Cristo. Cuando otros se encuentran con alguien que a pesar de haber leído la Biblia muchas veces, no tiene mucho aumento de Cristo, lo único que perciben es doctrinas y letra muerta. Una persona así siempre cree que los demás están equivocados y que tienen la culpa, debido a que su mente está ocupada con doctrinas y letra muerta, y a que carece de Cristo.
A muchos cristianos les gusta hablar de “aprender la verdad”. En realidad, aprender la verdad no tiene nada de malo; el problema es que hoy en día la gente usa esta expresión de forma equivocada. La verdad es Cristo mismo; por lo tanto, “aprender la verdad” es permitir que Cristo entre en nosotros, es permitir que el elemento de Cristo aumente en nosotros. Muchas personas permiten que Cristo se añada a ellas continuamente mediante su lectura de la Biblia, la palabra divina. Es por ello que cuando nos encontramos con ellas, sin que nos den un largo discurso, sino con unas sencillas palabras que nos dicen, nos dan el sentir de la presencia de Cristo. Hay algo en sus palabras que hace que en nuestro espíritu nos sintamos a gusto, tranquilos y refrescados, y también sintamos que Cristo está más cerca de nosotros y es más glorioso.
Sin embargo, otras veces conocemos a ciertos santos que leen la Biblia regularmente y saben predicar muy bien. Pero cuanto más hablan, más fríos nos sentimos; cuanto más hablan, parece que más perdemos la presencia del Señor; cuanto más hablan, más perdemos nuestro interés en asistir a las reuniones. ¿A qué se debe esto? A que ellos están llenos de doctrinas. La letra mata. Únicamente Cristo da vida. Debemos leer la Biblia no para buscar doctrinas, sino para buscar a Cristo. Si realmente recibimos la revelación mediante estas palabras, la próxima vez que leamos la Biblia, sentiremos que aborrecemos las meras doctrinas, y oraremos diciendo: “Oh Dios, sálvame de conocer meras doctrinas y de no tener un encuentro contigo. Revélate en Tu palabra, y toca mi espíritu con Tu palabra para que te dé la libertad de obrar en mí. Ven y entra Señor”.
Si leemos la Biblia de esta manera, el Señor tocará lo profundo de nuestro ser y también tocará algo más profundo: nuestras opiniones y conceptos. Tal vez tengamos diez o veinte años de haber sido salvos y Cristo no haya podido aumentar mucho en nosotros. Es posible que todavía nuestro ser esté ocupado de nuestro hombre natural, de nuestras opiniones, de nuestro yo y de nuestro modo de ser, y que no tengamos mucho de Cristo en nosotros. Sin embargo, de ahora en adelante, es posible que cuando leamos la Biblia el Señor toque lo profundo de nuestro ser con una sola oración o con un solo versículo. Cuando esto suceda, debemos orar diciendo: “Oh Señor, perdóname. Durante todos estos años no te he estado buscando; en lugar de ello, he estado buscando solamente la doctrina en la letra, y algo que no es otra cosa que mi yo. Me encuentro lleno del mundo, de mis concupiscencias y de mis preferencias, pero estoy tan escaso de Ti. No has podido ganar mucho terreno en mí. Señor, perdóname”. Si leemos la Biblia con un espíritu contrito —pidiéndole al Señor que tenga misericordia de nosotros y quebrante en nosotros lo que nosotros no podemos quebrantar y quite de nosotros lo que no somos capaces de quitar— entonces quizás en cuestión de veinte minutos o media hora el elemento de Cristo será añadido a nosotros.
Como resultado, cuando tengamos comunión con otros, desaparecerá de nosotros toda palabra ociosa, se desvanecerán nuestros pensamientos malignos y perversos, y se irá nuestro corazón desdeñoso y envidioso. ¿Por qué sucederán estas cosas? Porque Cristo habrá aumentado en nosotros. Su dulzura reemplazará nuestra acidez. Ésta es la verdadera manera de leer la Biblia. La Biblia no es un libro de doctrinas ni de conocimiento, sino que es Cristo mismo. Si no ganamos a Cristo ni tenemos contacto con Él, nuestra lectura de la Biblia será vana y vacía. Es únicamente cuando tocamos a Cristo que obtenemos la autenticidad y la realidad de la Biblia.
Hoy en día, pese a que muchas personas oran, no ganan mucho de Cristo. Si usted solamente ora para que su familia disfrute de paz, para que proteja a sus hijos de todo daño y peligro, y para que su negocio prospere, no verá el verdadero significado y propósito de la oración. La verdadera oración consiste en que usted entre en contacto con Cristo y le toque. Necesitamos recibir luz para ver que si no tocamos a Cristo ni tenemos un encuentro con Él, es mejor no orar. No queremos decir con esto que no debamos dejar nuestras cargas delante de Dios; más bien, queremos decir que debemos hacer todas estas cosas en espíritu. Debemos tener contacto con Cristo y decirle: “Oh Señor, todavía tengo este problema. ¿Podrías resolverme este problema? Todavía siento esta carga sobre mí. ¿Estarías dispuesto a llevar esta carga por mí?”. Debemos tocar y contactar al Señor en nuestras oraciones. El hecho de que Él conteste a nuestra oración o no es lo de menos. Lo que debemos valorar como un tesoro es que en este proceso Él tenga contacto con nosotros.
Por ejemplo, antes de que usted vaya a visitar a alguien, a realizar cierta actividad, a ayudar a los santos o a predicar el evangelio, primero debe tener contacto con Cristo y preguntarle: “¿Estoy haciendo el bien, ayudando a otros y predicando el evangelio valiéndome de mí mismo o de Cristo? ¿Estoy haciendo todas estas cosas por mí mismo o por medio de Cristo?”. Las mismas cosas pueden tener su origen en dos fuentes diferentes; podemos tener dos procedencias para hacer las cosas: por nosotros mismos o por Cristo. Las mismas cosas pueden originarse en nosotros mismos o en Cristo. Asimismo, lo que procede de diferentes fuentes tendrá diferentes resultados.
Debemos comprender que no sólo el odio procede de nosotros, sino que también el amor puede proceder de nosotros mismos. Por consiguiente, no sólo debemos rechazar nuestro odio, sino también nuestro amor. Debemos procurar tocar la presencia del Señor, porque en Él está el amor y es por medio de Él que amamos a los demás. Al tocarle de este modo, no seremos nosotros los únicos que aman, sino que también Él amará. Así, cuando nosotros amemos a otros, Él también los amará.
Hace diez años alguien del norte de China me hizo esta pregunta: “Ya que nuestro amor puede provenir de nosotros mismos o de Cristo, ¿cómo podemos conocer la diferencia? ¿Cómo sabemos si nuestro amor procede de nosotros o de Cristo?”. Esta pregunta es difícil de contestar. Sin embargo, sabemos que cuando amamos a otros, tenemos cierto sentir en lo profundo de nuestro ser. A veces cuando amamos a alguien, interiormente murmuramos, preguntándonos por qué amamos tanto a esta persona cuando esa persona no ama a otros. Si ése es el caso, podemos estar seguros de que ciento por ciento de esa clase de amor procede de nosotros mismos. Cuando usted es consciente de que ama a ciertas personas y que ellas no aman a otros, esa clase de amor, sin duda alguna, procede de usted mismo. Cuando su amor procede de Cristo, aunque obviamente usted ame a otros, no estará consciente de ser alguien que ama a otros ni tampoco se jactará de sí mismo.
Esto mismo se aplica a virtudes tales como la bondad, la mansedumbre y la humildad. Si nuestras virtudes proceden de nosotros mismos, nos jactaremos de nosotros mismos y condenaremos a otros. Sin embargo, si nuestras virtudes son de Cristo, otros las percibirán, pero nosotros mismos no tendremos ningún sentir de ello. Podemos ver este principio ejemplificado en Moisés. La gente veía que su rostro resplandecía, pero él mismo no lo veía (Éx. 34:29). Algunos podrían preguntar: “Si uno no siente lo que está haciendo, ¿cómo puede hacerlo? Si uno no siente que es manso, ¿cómo puede ser manso?”. Aparentemente esto es paradójico, pero en realidad, cuando vivimos en nuestro espíritu, podemos conocer y percibir lo que procede del yo y lo que procede de Cristo. Cuando tengamos un sentir claro de que algo procede de nuestro yo, debemos rechazarlo. En ese momento, Cristo se manifestará por medio de nosotros. Cuando tengamos un sentir que proviene del yo, debemos aborrecerlo y rechazarlo. Tenemos que aborrecer y rechazar no sólo el yo maligno, sino también el yo bueno. Podemos hacer esto porque internamente hemos recibido una revelación. Hemos visto que Cristo tiene un lugar en nosotros, y que Él es nuestra vida y nuestra naturaleza. Debido a que hemos visto esto, no permitiremos que nuestro yo maligno reemplace a Cristo, ni tampoco permitiremos que nuestro yo bueno reemplace a Cristo. Si realmente hemos sido iluminados, veremos que hay muchas cosas en nosotros que son enemigos de Cristo y que hay muchos asuntos en nosotros que son sustitutos de Cristo. Si somos iluminados, veremos que todas estas cosas son frustraciones para Dios y para Cristo. Que Dios tenga misericordia de nosotros y nos quite estos sustitutos y estorbos para que Cristo pueda aumentar y crecer en nosotros. Finalmente, Cristo se mezclará con nosotros al grado en que nosotros y Él, Él y nosotros, seremos absolutamente uno solo. En esto radica la verdadera espiritualidad y el verdadero crecimiento espiritual. Éste es el propósito eterno de Dios y la obra que Dios realiza.