
En 1 Corintios 2:2 Pablo dijo: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. Luego, en 2 Corintios 4:7-11, dijo: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros. Estamos oprimidos en todo aspecto, mas no ahogados; en apuros, mas no sin salida; perseguidos, mas no abandonados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal”.
En las palabras de Pablo podemos ver que el centro de un cristiano es Cristo, Aquel que fue crucificado. Cristo es la vida, y la cruz es el camino. Hemos recibido no sólo a Cristo, sino también Su cruz; es decir, hemos recibido no sólo la vida, sino también el camino. Hemos recibido a Cristo como nuestra vida, y también hemos recibido la cruz como nuestro camino.
Sin embargo, hoy en día estos dos asuntos, a menudo los descuidamos en la iglesia. Los cristianos predican a Cristo y les dicen a las personas que Cristo es el Salvador y la vida del hombre, pero en su vida diaria, muy pocos de ellos realmente experimentan a Cristo como vida. Hoy en día muchas personas en la iglesia conocen y hablan acerca de la verdad de que Cristo es nuestra vida, pero en su vida cotidiana rara la vez tienen la experiencia de Cristo como vida.
Debemos pedirle a Dios de todo corazón que nos permita conocer claramente en nuestra experiencia lo que significa tener a Cristo como nuestra vida y conocer también lo que es la cruz de Cristo. Hoy en día existe un sinnúmero de cristianos en todo el mundo, pero entre ellos es difícil encontrar a uno cuya vida y obra testifiquen de que vive en la cruz y anda en la senda de la cruz.
Cristo como Aquel que fue crucificado es el centro de la salvación de Dios. Por esta razón, Pablo dijo a los corintios: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Co. 2:2). No obstante, ¿cuál era la condición de los corintios? Como vemos en el libro de 1 Corintios, ellos prestaban atención a tantos asuntos que supuestamente son espirituales, tales como los dones espirituales, la elocuencia espiritual y el poder espiritual. También prestaban atención a la fe. Pablo incluso les dijo: “Nada os falta en ningún don” (1:7). En otras palabras, los corintios tenían dones, elocuencia, fe y diversos otros asuntos supuestamente espirituales. Sin embargo, Pablo quería que ellos vieran que todas estas cosas a las que ellos prestaban tanta atención, no eran las cosas en las que Dios se enfocaba. Ellos no habían tocado ni recibido aquello en lo que Dios se enfocaba. ¿Qué es lo que Dios tenía en la mira? Pablo dijo: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”.
El propósito central de Dios es que Él desea ser nuestra vida. Sin embargo, ¿cómo puede Él llegar a ser nuestra vida? Él llega a ser nuestra vida por medio de la cruz. Donde está la cruz, allí está la vida de Dios; donde está la cruz, allí está el camino de la vida de Dios. Debemos pedirle a Dios que nos muestre lo que lograrán en nosotros Cristo y la cruz, y cómo podemos conocer a Cristo y la cruz.
La vida de Dios nos ha sido dada a nosotros en Cristo. Todo el que es salvo tiene a Cristo y la vida de Dios. Sin embargo, si esta vida ha de tener alguna importancia para nosotros, si ha de mezclarse con nosotros, si va a llegar a ser nuestro elemento constitutivo y manifestarse en nuestro vivir, ello dependerá completamente de si experimentamos o no la obra de la cruz. La medida en que la cruz opere en nosotros determinará cuánta libertad tendrá la vida Cristo para obrar en nosotros, cuánto nos habremos mezclado y estemos constituidos con la vida de Cristo, y cuánto se manifestará esta vida en nuestro vivir.
Sin duda alguna, la vida de Dios está en nosotros, y Cristo vive en nosotros. Sin embargo, ¿en qué medida puede la vida de Cristo —la cual está en nosotros— llegar a ser nuestro elemento constitutivo? ¿Cómo puede Su personalidad llegar a ser nuestra personalidad y Su elemento llegar a ser nuestro elemento? ¿Cómo puede Su vida absorber todo nuestro ser natural, llenar nuestro ser, convertirse en nuestro elemento, y expresarse por medio de nosotros? La única manera en que Dios puede lograr todas estas cosas es mediante el quebrantamiento de la cruz. La cruz es lo único que le permite a Cristo tener la posición, la oportunidad y el camino para hacer lo que Él desea hacer y lograr lo que Él desea lograr en el hombre.
¿Qué es la cruz? Para muchas personas la cruz es cierta especie de sufrimiento. Por supuesto, la cruz es dolorosa, pero esto es sólo la mitad del entendimiento que debemos tener. En última instancia, la cruz no significa sufrimiento sino muerte. El lema de la cruz es: “¡Fuera, fuera, crucifícale!”. Cuando el Señor Jesús estaba por ser crucificado, el pueblo exclamó: “¡Fuera, fuera, crucifícale!” (Jn. 19:15). La cruz no sólo hizo sufrir al Señor Jesús, sino que su propósito final era echarlo fuera y acabar con Él; el sufrimiento era sólo el proceso. La muerte acaba con una persona, la lleva a su fin. Por lo tanto, lo que la cruz significa en última instancia es la muerte. El significado de la cruz es el de acabar, el de llevar algo a su fin. La cruz pone fin no sólo a los pecados, sino también a usted y a mí.
Si una persona no está muerta o no ha llegado a su fin, le será extremadamente difícil ser salva de los pecados y el mundo. Sólo una persona que está muerta puede ser salva de los pecados y el mundo. Una persona viva no puede separarse de los pecados ni puede ser libre de los enredos del mundo. Por consiguiente, el significado final de la cruz es hacer morir al hombre, acabar con él. Si una persona realmente está en la cruz, el resultado final es que habrá llegado a su fin.
¿En qué consiste el camino de la cruz? El camino de la cruz no es simplemente un camino de sufrimiento y aflicción, sino un camino de aniquilamiento. Hoy en día nuestro conocimiento y conceptos de los asuntos espirituales son muy superficiales. Pensamos para ser espirituales tenemos que ser fervientes, amar al Señor y conducirnos ordenadamente. Pensamos que mientras podamos controlar nuestro mal genio y mejoremos nuestro comportamiento, podremos satisfacer el corazón de Dios. Sin embargo, Dios no nos impone “castigos”, “mejoramientos” u otros métodos; lo único que Dios nos da es Cristo y Su cruz.
¿Qué es Cristo? Cristo es la expresión de Dios. ¿Qué es la cruz? La cruz es el fin del hombre. La cruz acaba con el hombre y Cristo expresa a Dios. Tal como Cristo y la cruz son inseparables, las experiencias que tenemos de la expresión de Dios en el hombre y de la cruz que le da fin al hombre, son también inseparables. Cristo nos trae a Dios mientras que la cruz nos aniquila. El propósito de Dios en Su salvación no es que nosotros mejoremos nuestro comportamiento, seamos fervientes, amorosos o tengamos la más alta moralidad; antes bien, el propósito de Dios en Su salvación es darnos fin mediante la experiencia de la cruz. Necesitamos que se nos dé muerte, que se nos ponga fin. Lo único que merecemos es ser colgados en la cruz.
Ahora necesitamos recibir luz para ver que la cruz es una experiencia. Esta experiencia siempre acaba con el hombre, lleva al hombre a su fin, reduce el hombre a la nada, lo convierte en un cero. La cifra cero no es una cifra agradable para nadie. Por ejemplo, los hombres de negocios no quisieran que su negocio redunde en un “cero”; los estudiantes no quisieran sacarse “cero” en sus exámenes; y los que depositan su cuenta en el banco no quisieran ver un “cero” en su balance. A nadie le agrada la palabra cero. Sin embargo, la salvación de Dios hace que el hombre llegue a ser un “cero”, es decir, le pone fin al hombre y acaba con él por medio de la cruz.
Los que no conocen la salvación de Dios suelen exhortar a las personas a que rechacen el mal, se conviertan al bien y mejoren su comportamiento. Sin embargo, el propósito final de Dios en Su salvación es conducir al hombre a la muerte, llevar al hombre a la cruz. ¿Acaso el que está colgado en una cruz, el que se está muriendo en una cruz, necesita mejorarse a sí mismo o rechazar el mal y volverse al bien? ¿Acaso necesita las exhortaciones del hombre? Todos sabemos que es imposible exhortar a una persona que ya está muerta. Únicamente podemos exhortar a alguien que está vivo. Si conocemos la salvación de Dios en un grado más elevado, veremos dónde estamos. Veremos que no sólo nuestros pecados y nuestro comportamiento fueron colgados en la cruz, sino también nosotros mismos fuimos colgados allí.
Ahora todos nosotros sabemos que somos de aquellos que están en la cruz. Sin embargo, he aquí una pregunta: dado que estamos en la cruz, ¿está también nuestro vivir en la cruz? La cruz no es una doctrina. Si fuese así, nos tardaría sólo unos minutos entenderla. El día vendrá cuando Dios abrirá nuestros ojos y nos mostrará Su perspectiva para que veamos que ya estamos en la cruz. Esta luz caerá sobre nosotros como un martillo en el clavo, para que, al igual que un clavo después de clavado, nos resulte imposible movernos. Después que hayamos visto esta luz, la luz nos seguirá, nos acompañará y nos vigilará de cerca. Desde ese momento en adelante, rechazaremos hasta lo bueno y, mucho más, el pecado y el mal.
Es posible que algunos no entiendan lo que esto significa. Muchas veces cometemos pecados al actuar por nosotros mismos. También por nosotros mismos hacemos buenas obras. Así que, por iniciativa propia hacemos cosas malas y también cosas buenas. Sin embargo, hoy Dios quiere que nosotros no sólo rechacemos lo malo, sino también lo bueno. Dios quiere que rechacemos nuestra malignidad como también nuestra benignidad. Si no rechazamos nuestra bondad, entonces la bondad de Dios y la vida de Dios no podrán salir de nosotros.
Cierto hermano anciano era un hombre muy bueno. Un día dijo: “Definitivamente es bueno expresar el amor de Dios; con todo, expresar el amor del hombre es mejor que expresar el odio del hombre”. Él dijo esto porque no veía que únicamente una clase de persona puede expresar el amor de Dios. ¿Qué clase de persona es ésa? Es una persona que se rechaza a sí misma. Esta persona repudiará no sólo su odio, sino también su amor. El amor de Dios no puede expresarse por medio de alguien que vive en su odio; pero de igual manera, no puede expresarse por medio de alguien que vive en su propio amor. El amor de Dios es tan resplandeciente como el oro puro, mientras que el amor del hombre no puede compararse ni siquiera con el barro amarillento. La Biblia nos dice que incluso todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia (Is. 64:6), mucho más lo son nuestros pecados. En la luz de Dios no podemos evitar confesar que aun nuestro amor es imperfecto y que nuestros motivos son impuros. Nuestro elemento interno es una mezcla impura. Sin embargo, el amor de Dios no es así. Al igual que el oro puro, el amor de Dios es puro, sin mancha, ilimitado, inconmensurable y sin motivo.
En resumen, si aquello que es del hombre no es rechazado ni quebrantado, entonces lo que es de Dios no se expresará por medio del hombre. Si no somos terminados, no importa qué clase de ayuda le pidamos a Dios que nos dé, Él no nos responderá. Dios jamás nos ayuda a hacer nada. Cada vez que hagamos algo por nuestra propia cuenta, Dios no moverá Su mano ni hará nada para ayudarnos.
Después de salva, una persona piensa que no debiera volver a enojarse ni decir palabras ociosas. Así que ora, diciendo: “Oh Dios, dame fuerza y ayúdame a no enojarme ni a decir ninguna palabra ociosa”. Sin embargo, Dios escucha toda clase de oraciones menos ésta. Todos probablemente hemos tenido este tipo de experiencia. Le pedimos a Dios que nos ayude a no enojarnos, pero al final acabamos por enojarnos aún más. Esto se debe a que el propósito de la salvación de Dios no es ayudarnos, sino crucificarnos y aniquilarnos. Supongamos que una persona muy malgeniada se muere. ¿Pediría ella ayuda para no enojarse? Cuando una persona se muere, su mal genio se acaba; cuando una persona muere, sus palabras ociosas se desvanecen.
En el mismo principio, si una persona mansa muere, ¿podrá seguir siendo mansa? No importa si una persona es irascible o mansa, una vez que muere, desaparece la irritabilidad o la mansedumbre. Únicamente aquellos que todavía están vivos manifiestan toda índole de problemas. En cambio, con respecto a aquellos que están muertos, todos sus problemas se desaparecen y se acaban. Si vemos que estamos en la cruz, nuestro mal genio desaparecerá y nuestra mansedumbre se acabará. Si vemos que estamos en la cruz, nuestro odio cesará y nuestro amor llegará a su fin. Cuando estamos muertos, todo se acaba. El significado de la cruz es muerte, y la experiencia de la cruz es darle fin a todo nuestro ser.
Quizás algunos pregunten: “Si somos aniquilados, ¿eso significa que allí acaba todo con respecto a nosotros?”. Hace muchos años, un cristiano dijo una vez que si enterramos una roca en la tierra, ése será el fin de la roca porque no tiene vida; pero que si enterramos una semilla en la tierra, esto le dará a la semilla la oportunidad de crecer y salir de la muerte, porque hay vida en la semilla. En esto radica la diferencia entre los que tienen la vida de Dios y los que no la tienen. Con respecto a aquellos que no tienen la vida de Dios, una vez que ellos cesan todas sus actividades, llegan a su fin; pero con respecto a nosotros, que tenemos la vida de Dios, una vez que somos aniquilados, permitiremos que la vida de Dios brote de nuestro interior. En otras palabras, una vez que hagamos cesar nuestro amor, nuestra moralidad y todas nuestras actividades humanas, veremos que el amor de Dios, Su bondad, Sus atributos y Su vida, espontáneamente se expresarán por medio de nosotros.
Hoy en día el problema principal entre los cristianos no es el cometer pecados sino el hacer el bien. Tal vez no llevemos una vida pecaminosa, pero si simplemente llevamos una vida que manifiesta nuestra propia bondad, como mucho seremos un buen hombre que se ha convertido del mal al bien, y de ningún modo podremos experimentar la cruz. Los que han experimentado la cruz no tienen el mal, pero tampoco tienen el bien. Cristo encuentra cabida únicamente en aquellos que experimentan la cruz, y son únicamente ellos los que pueden llevar una vida que manifiesta la vida de Dios.
Si una persona simplemente tiene la doctrina de la cruz, pero no conoce ni experimenta la cruz, dicha doctrina no tendrá ningún efecto en su persona ni en su vivir. Algunas personas dicen que conocen la cruz, que ya están en la cruz y que ya están acabadas o aniquiladas. Sin embargo, cuando uno observa su modo de vivir, se da cuenta de que ellos no saben lo que es la cruz, pues viven totalmente regidos por su yo. Piensan según su propia manera de pensar, evalúan a las personas según su propia perspectiva y resuelven los asuntos basados en su propio juicio. Todo lo hacen regidos por su yo. Las personas que son así únicamente son capaces de discernir lo bueno de lo malo; ellas desean lo bueno y no lo malo. A lo más pueden discernir lo correcto de lo incorrecto; desean lo que es correcto y rechazan lo que es incorrecto.
Sin embargo, una persona que realmente conoce la cruz es alguien que es iluminada por Dios. Día a día vive a la luz de la cruz y es capaz de discernir en los asuntos importantes o insignificantes de su vivir aquello que proviene del yo y lo que proviene de Cristo, que opinión es del yo y qué opinión es de Cristo, qué idea procede del yo y qué idea procede de Cristo, qué acción es motivada por el yo y qué acción es motivada por Cristo. A él no le importa si algo es correcto o incorrecto, bueno o malo, sino si ello proviene de Cristo o de sí mismo.
Un día, si bajo la iluminación de Dios realmente vemos que fuimos aniquilados, tendremos un entendimiento profundo de nuestras acciones, pensamientos y reacciones en cada minuto de nuestra vida diaria. Esto nos permitirá discernir si ellos proceden de nosotros mismos o de Cristo. Si realmente recibimos la luz de la cruz, cada vez que tengamos una actitud o pensamiento que proceda de nosotros mismos, de inmediato tendremos un profundo sentimiento de condenación.
Un día Dios nos mostrará que todo lo que proceda del “yo” es Su enemigo. Si el “yo” no es eliminado, la vida de Dios no encontrará ningún punto de salida en nuestro ser. Si vemos esto, nos será imposible vivir conforme a nuestra propia vida. Debido a que vemos esto, cada vez que vayamos a expresar nuestras opiniones, no podremos expresarlas. Ésta es la experiencia de la cruz.
Una vez que hagamos cesar todas nuestras actividades, el Espíritu de Dios de inmediato encontrará en nosotros una base y una oportunidad para tocar nuestro ser y obrar en nosotros. Así, lo que se exprese por medio de nosotros será Dios mismo. Una vez que la cruz realice en nosotros una obra para darnos fin, vendrá la resurrección. Donde está la muerte, allí está la resurrección; y donde está la cruz, allí está Cristo. Dondequiera que la obra de la muerte opere en nosotros, allí también estará la resurrección, y el Espíritu de Cristo será expresado. Entonces lo que proceda de nosotros será Dios mismo y Cristo.
Si derramamos agua sobre una persona, aunque el agua finalmente acabe en el suelo, su ropa se mojará y se mezclará con el agua. Del mismo modo, cada vez que tengamos contacto con la cruz, Cristo pasará por medio de nosotros. Cada vez que Cristo pasa por medio de nosotros, Él se forja en nosotros y se mezcla con nosotros. A medida que experimentemos esto con más frecuencia, alcanzaremos cierta etapa en la que Cristo no sólo que se quedará en nosotros, se mezclará con nosotros y se añadirá a nosotros, sino que además vivirá y se manifestará por medio de nosotros. Entonces la cruz encontrará un lugar y una abertura por donde Cristo podrá brotar y fluir en el hombre. Como resultado, Cristo se mezclará con el hombre, y el hombre será aniquilado en la cruz. Éste es el Cristo crucificado.
Le pedimos a Dios que resplandezca sobre nosotros y nos ilumine a tal grado que no sólo nos refrenemos de decir malas palabras por nuestra propia cuenta, sino también de decir buenas palabras por nuestra propia cuenta. Así, no sólo nos abstendremos de expresar cualquier cosa que sea mala, sino que además nos abstendremos de expresar cualquier cosa que sea buena. La actitud que tenemos de hablar por nuestra propia cuenta será crucificada y aniquilada. Si en todo lo que hacemos estamos dispuestos a aprender la lección de preguntarnos si aquello que hacemos procede de nosotros mismos o de Cristo, entonces seremos bendecidos.
Nuestra norma no debe basarse en aquello que aparentemente es correcto o incorrecto, bueno o malo; antes bien, nuestra norma debe ser el Cristo que mora en nosotros. No sólo debemos preguntarnos si odiamos o amamos a las personas, sino, más bien, debemos preguntarnos si amamos según nuestro propio amor o según el amor de Cristo, debido a que ahora estamos en la cruz y hemos sido aniquilados. En una persona que ha sido aniquilada no se encuentra su propio amor ni su propio odio; tampoco se encuentra el bien ni el mal. En uno que ha sido aniquilado en la cruz únicamente se encuentra una sola cosa: el Cristo que vive en él. Dondequiera que opere la muerte de la cruz, allí estará la resurrección de Cristo.
Cuando Cristo vive en nosotros, todo lo que Él expresa en nuestro vivir —Su bondad, amor, luz o todo lo que sea provechoso para otros— hará que otros toquen a Cristo. No sólo eso, además nosotros tendremos más del elemento de Cristo en nosotros. Día a día, Cristo añadirá a nuestro ser más de Sí mismo. Él hará esto al grado en que nosotros ni siquiera tendremos necesidad de pensar, pues el Cristo que está en nosotros nos dará un sentir claro para conocer lo que procede de Él.
Lo que Dios desea hoy es que muchos vean, a la luz de la cruz, que han sido aniquilados por la cruz. Ver esto hará que nosotros no sólo dejemos de hacer lo malo, sino también dejaremos de hacer lo bueno. Ver esto aniquilará todo nuestro ser. Gracias al Señor, todo el que tiene la muerte de la cruz tiene la expresión del Cristo resucitado. Una vez que tengamos esta experiencia, veremos que Cristo es nuestra vida y que nosotros nos encontramos en la muerte de la cruz y en la senda de la cruz.