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Mensajes del libro «Cristo crucificado, El»
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CAPÍTULO CINCO

LA EXPERIENCIA DE LA CRUZ

  Mateo 16:21-25 dice: “Desde entonces comenzó Jesús a manifestarles a Sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer muchas cosas de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reprenderle, diciendo: ¡Dios tenga compasión de Ti, Señor! ¡De ningún modo te suceda eso! Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de Mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mente en las cosas de Dios, sino en las de los hombres. Entonces Jesús dijo a Sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque el que quiera salvar la vida de su alma, la perderá; y el que la pierda por causa de Mí, la hallará”.

  Como aquellos que siguen del Señor, a menudo se nos hace difícil experimentar la cruz debido a que en nuestro ser natural quizás jamás hayamos entendido cuánto la cruz tiene que operar en nosotros. Sabemos que el resultado de la cruz es, en última instancia, acabarnos por completo. Por ello, de principio a fin, la obra que la cruz realiza en una persona que va en pos del Señor y le sigue, aniquila por completo su ser y todo lo que procede de sí misma, paso a paso. Esta enseñanza es fácil de entender, mas no tan fácil de experimentar.

A DIOS NO LE INTERESA LO CORRECTO NI LO INCORRECTO SINO CRISTO

  En nuestro ser natural no podemos evitar el concepto de lo correcto y lo incorrecto. Nos inclinamos a pensar que si hacemos lo correcto, agradamos a Dios, y que si hacemos algo bueno, estamos bajo Su resplandor. Raras veces nos damos cuenta lo que a Dios le interesa trasciende lo que es bueno y va más allá de lo correcto e incorrecto. A lo que a Dios le presta atención es si las cosas que hacemos proceden de Cristo o de nosotros mismos. Según nuestro modo de pensar, Dios rechaza lo incorrecto y acepta lo correcto. Sin embargo, según la perspectiva divina, únicamente lo que procede de Cristo es aceptable, mientras que todo lo que procede de nosotros mismos, sea bueno o malo, es completamente rechazado por Dios. La perspectiva de Dios es distinta de la del hombre. El criterio de Dios no se basa en lo correcto o incorrecto ni en lo bueno o lo malo; Su criterio se basa en Cristo. Todo lo que no proceda de Cristo, sea bueno o malo, no es aceptable delante de Dios. Únicamente lo que hagamos en Cristo y por Cristo en nuestro vivir puede ser aceptado por Dios. En resumen, lo que Dios desea ver en nosotros no es lo que nosotros mismos expresamos en nuestro vivir, sino lo que Cristo expresa en nuestro vivir por medio de nosotros.

LA DIFICULTAD QUE EL HOMBRE ENCUENTRA PARA HACER CESAR SUS ACTIVIDADES

  Sin embargo, existe un gran problema. Puesto que el hombre es un ser vivo que tiene sus propias preferencias, pensamientos, sentimientos, voluntad y gustos, ¿cómo puede evitar expresarse a sí mismo en su vivir? ¿Cómo puede hacer cesar todas sus actividades y permitir que Cristo se manifieste en su vivir por medio de él? Esto es ciertamente un asunto muy difícil. No sólo nos es difícil detenernos en los asuntos de mayor importancia, sino aún más en los de menor importancia. Por ejemplo, si estamos muy entretenidos en una conversación con alguien, no nos es fácil detenernos. Aun si dejáramos de hablar externamente, podríamos seguir murmurando dentro de nosotros. Es difícil para nosotros el simple hecho de escuchar a otros cuando nos quieren contar algo. Esto nos muestra que cuando una persona está activa, no le es muy fácil hacer cesar sus actividades.

  En la actualidad, en el servicio de la iglesia, con frecuencia hacemos las cosas por nosotros mismos. Aparentemente, las cosas que hacemos son buenas, correctas y provechosas, pero en realidad las hacemos por iniciativa propia. Es posible que incluso sepamos que las hacemos por iniciativa propia, pero se nos hace difícil detenernos. Hasta cierto punto todos hemos experimentado esto. Tomemos por ejemplo el hecho de leer la Biblia. Algunas veces mientras nos encontramos disfrutando de la lectura de la Biblia, recibimos el sentir interno de que debiéramos dedicar unos minutos para orar por la iglesia. Según los principios espirituales, una vez que surge en nosotros este sentir, de inmediato debiéramos dejar de leer y debiéramos ponernos a orar. Pero por lo general no estamos dispuestos a detenernos. Esto nos muestra una vez más que no nos es fácil hacer cesar nuestras actividades.

  Sucede lo mismo con respecto al asunto de tener comunión. A veces podemos estar teniendo comunión con alguien al grado en que nos sentimos llenos de gozo y deseamos seguir hablando con dicha persona, pero de repente surge en nosotros el sentir de que debiéramos ir a visitar a un santo que está enfermo o tiene algún problema. Una cosa es estar dispuestos a tener comunión con otros, y otra es tener el sentir de ir a visitar a los santos. Sin embargo, puesto que estamos demasiado dispuestos a tener comunión, no podemos detenernos y, debido a que estamos disfrutando de la comunión, no vamos a visitar a los santos.

NO DEBEMOS SIMPLEMENTE OBEDECER A LAS ENSEÑANZAS BÍBLICAS, SINO PERMITIR QUE EL SEÑOR SE EXPRESE EN NUESTRO VIVIR A TRAVÉS DE NOSOTROS

  No debemos pensar que es fácil ser obedientes, pues no es así. Obedecer a las enseñanzas de la Biblia aparentemente es una tarea sencilla, pero obedecer a Aquel que mora en nosotros no es muy fácil. Por esfuerzo propio, una persona puede ser ferviente según la norma de la Biblia; pero de ningún modo podrá obedecer al Señor. Lo que el Señor desea, no es que nosotros amemos a otros después de leer sobre ello en la Biblia, sino que más bien, Él mismo pueda manifestar Su amor en nuestro vivir y amar a otros por medio de nosotros.

TANTO EL AMOR COMO EL ODIO SON LA EXPRESIÓN DE NOSOTROS MISMOS

  Probablemente hayamos tenido una experiencia similar a ésta: después de leer en la Biblia que debemos amar a otros, por casualidad alguien que nos cae bien está a nuestro lado y en seguida empezamos a mostrarle nuestro amor. Aparentemente lo amamos verdaderamente y muchas personas pueden hacer público el hecho de que amamos a los demás. Sin embargo, este amor procede de nosotros en un ciento por ciento. Cuando somos nosotros los que amamos, el Espíritu Santo nos dará el sentir de que este amor procede de nuestro hombre natural y de que en realidad dicho amor es nosotros mismos. Así como nuestro odio es la expresión de nosotros, así también nuestro amor es la expresión de nosotros mismos.

  Ya sea que tenga puesto un traje occidental o una larga bata china, sigo siendo la misma persona. Aun cuando me ponga el mejor vestido del mundo, seguiré siendo la misma persona sin cambiar en lo absoluto. Del mismo modo, puedo ponerme un “vestido” de amor o un “vestido” de odio. Aunque aparentemente hay una diferencia entre estos dos, sigo siendo la misma persona. Soy yo quien odio y también yo soy quien ama; yo soy el que hace ambas cosas.

LA EXPERIENCIA DE LA CRUZ ACABA CON NOSOTROS MISMOS

  La experiencia de la cruz no consiste simplemente en que experimentemos sufrimiento, sino en que seamos aniquilados. Ya sea que amemos u odiemos a las personas, necesitamos ser aniquilados. A menos que se nos ponga fin, Cristo no podrá brotar de nosotros; no podrá salir de nosotros ni manifestarse a través de nosotros. Si amamos a los demás por nuestra propia cuenta, las personas podrán percibir nuestro amor y nuestra persona, mas no percibirán a Cristo. Esto se debe a que la cruz no ha operado en nosotros. En otras palabras, la cruz aún no ha puesto fin a nuestro amor; la cruz todavía no nos ha dado muerte.

NEGARNOS A NOSOTROS MISMOS, TOMAR LA CRUZ Y SEGUIR AL SEÑOR

  El Señor Jesús dijo que si alguno quería venir en pos de Él, debía tomar su cruz (Mt. 16:24). Antes de esto, el Señor dijo que el hombre debía negarse a sí mismo. Es necesario que veamos que la cruz es un adversario del yo y que lo que la cruz elimina es el yo. El Señor dijo estas palabras dentro de cierto contexto. Ese día el Señor les dijo muy solemnemente a los discípulos que Él iría a Jerusalén a padecer la muerte. Entonces Pedro, tomándole aparte, empezó a reprenderle diciendo: “¡Dios tenga compasión de Ti, Señor! ¡De ningún modo te suceda eso!”. Pero el Señor, volviéndose, le dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mente en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (vs. 21-23). Lo que Pedro expresó no era odio sino compasión, amor y preocupación. Sin embargo, ese amor provenía del yo, y Satanás se halla oculto dentro del yo. Quiera Dios abrir nuestros ojos y que un día nos muestre que Satanás se esconde en nuestro yo y se halla mezclado con él. No sólo nuestro odio es Satanás, sino que incluso nuestro amor por otros tiene oculto a Satanás.

  Lamentablemente, hoy en día casi nadie sabe esto. Ni siquiera Pedro sabía esto. ¿Creen ustedes que él odiaba al Señor o que lo amaba? Por supuesto que él amaba al Señor. Jamás nadie diría que Pedro odiaba al Señor; con todo y eso, el Señor lo llamó “Satanás”. Muchas veces nuestros pensamientos de amar al Señor, de hacer el bien y de agradar a Dios provienen de Satanás. ¿Por qué es esto posible? Como el Señor dijo: “No pones la mente en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”. Cada vez que estamos en nosotros mismos, es decir, siempre que ponemos la mente en las cosas de los hombres, somos Satanás.

  Si alguien nos dijera que estamos llenos de Satanás, sin duda nos enojaríamos. Sin embargo, éste es un retrato del hombre, no es una frase para reprender a la gente. Si realmente conociéramos nuestro yo, veríamos que lo que hay en usted y en mí, los descendientes de Adán, no es nada menos que Satanás. De manera que el elemento negativo es Satanás, y el elemento positivo también es Satanás. En el árbol del conocimiento del bien y del mal, se encuentra tanto el bien como el mal. Todo lo que procede de nosotros es inmundo debido a que está mezclado con Satanás.

  El Señor Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (v. 24). Si alguien está dispuesto a renunciarse a sí mismo y a negarse a sí mismo, Satanás no tendrá cabida en ella. Satanás se mezcla con las intenciones del hombre, pero la cruz, la cual está del lado de Dios, acaba con el hombre. Todo lo que es del hombre procede de Satanás. Si odiamos a Dios por nosotros mismos, definitivamente no podremos agradar a Dios. No obstante, aun si amamos a Dios por nosotros mismos, aún no podremos agradar a Dios, puesto que Satanás está en nuestro yo. Por consiguiente, en cierto sentido, Dios no presta atención a aquello que se expresa, sino más bien a la persona que lo expresa, esto es, si es Cristo o si somos nosotros. Si somos nosotros, entonces no sólo necesitamos arrepentirnos, sino también necesitamos ser crucificados. La cruz exige que los que seguimos al Señor nos renunciemos a nosotros mismos y nos neguemos a nosotros mismos. Si deseamos seguir a Cristo, tendremos que negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz y seguirle.

YA FUIMOS CRUCIFICADOS CON EL SEÑOR

  El Señor primero cargó la cruz y después fue crucificado; pero con respecto a nosotros, primero somos crucificados y después cargamos la cruz. El día en que el Señor fue crucificado, nosotros fuimos crucificados juntamente con Él. Por eso, con respecto a nosotros, primero somos crucificados, y después cargamos la cruz. ¿Qué significa cargar la cruz? Muchos piensan que llevar la cruz equivale a sufrir. Por ejemplo, es posible que una esposa siempre sufra dificultades porque su esposo tiene un modo de ser muy peculiar. Así que alguien podría aconsejarla, diciendo: “Ésa es la cruz que Dios te ha dado. Simplemente tienes que cargarla”. Esto muestra que la gente tiene el concepto de que hay más de una cruz. Su esposo es una cruz, su esposa es otra cruz y otras cruces son su jefe, su empleado, sus hijos y su nuera. Pareciera que hay muchas cruces que tenemos que llevar; no obstante, ese entendimiento es equivocado.

  Sólo existe una cruz, la cruz que Cristo llevó al Gólgota, en la cual fue crucificado. No sólo Él fue crucificado allí, sino también usted y yo fuimos crucificados allí. Éste es un hecho objetivo y cumplido. Sin embargo, un día Dios abrirá nuestros ojos para ver que no sólo Cristo fue puesto en la cruz, sino también todos los que creímos en Él también fuimos puestos en la cruz. Ya fuimos crucificados juntamente con Cristo. Desde ese día, seremos aquellos que llevan la cruz de forma subjetiva.

LLEVAR LA CRUZ SIGNIFICA VER QUE FUIMOS TERMINADOS

  ¿Qué significa llevar la cruz? Significa ver que fuimos acabados y que se nos dio fin. Así, tan pronto como empecemos a demostrar amor por alguien, la cruz operará en nosotros para aniquilar nuestro amor. ¿Podría una persona crucificada todavía amar a otros por su propia cuenta? ¿Puede alguien que está en la cruz continuar activo? ¿Puede alguien que está en la cruz todavía hacer algo? Es imposible. Si conocemos la cruz y llevamos la cruz, de inmediato veremos que la cruz ya acabó con nosotros.

  Todos sabemos que cuando encendemos una lámpara de kerosén, al principio no produce humo, pero después, cuando giramos la perilla para que salga la mecha, empieza a humear. El hecho de amar a otros por nuestra propia cuenta es semejante a lo que sucede cuando encendemos una lámpara de kerosén. Al principio, cuando le mostramos nuestro amor a alguien, no hay “humo”, pero si continuamos demostrando nuestro amor, empezará a salir “humo”. Esto es nuestra carne. Hoy tal vez nos parezca muy buena cierta persona y la apreciemos, pero mañana ya no nos agrade y la menospreciemos. Por lo tanto, cuando alguien nos elogie, no debemos emocionarnos mucho, pues más tarde esa misma persona puede ser la que más nos ataque.

  Si una persona no ha sido quebrantada, puede ser que ahora haga cosas buenas, pero eso no necesariamente significa que más tarde no haga cosas malas. Una persona no puede ser pura a menos que haya sido quebrantada. Por esta razón, Dios nos exige que cumplamos un estricto requisito. Él nos exige que seamos librados no sólo del mal y del bien, sino además, exige que también seamos librados de nuestro yo. Por consiguiente, debemos tener la experiencia de la cruz; es imprescindible que pasemos a través de la cruz.

TENEMOS EXPERIENCIAS ESPIRITUALES CUANDO PASAMOS POR LA EXPERIENCIA DE LA CRUZ

  La verdadera experiencia de un cristiano es la experiencia de la cruz. Únicamente aquellos que han pasado por la experiencia de la cruz podrán resistir las pruebas, los golpes y las diversas tribulaciones y aflicciones. Es lamentable que muchos cristianos, a pesar de haber sido salvos por muchos años, aún no han experimentado la cruz. Aparentemente, las respuestas que reciben a sus oraciones, el éxito que tienen en su predicación del evangelio y su comunión con los santos, son todas experiencias espirituales. Pero hablando con propiedad, quien no haya pasado por la experiencia de la cruz, no ha tenido ninguna experiencia espiritual. Únicamente aquellos que han experimentado la cruz han tenido experiencias espirituales. Nuestro ser, nuestro yo, tiene que ser primero quebrantado y aniquilado por la cruz. Entonces Cristo podrá obtener una base en nosotros y salir a través de nosotros, y también Su vida podrá forjarse en nuestra constitución intrínseca.

  Cristo es la vida, y la cruz el camino. Aparte de la cruz, no es posible experimentar la vida de Cristo. Algunos santos aman fervorosamente al Señor, pero al final acaban por caer, debilitarse y meterse en problemas. ¿Por qué? Debido a que nunca han experimentado la cruz. Quizás alguien tropiece y deje de asistir a las reuniones porque alguno de los ujieres le dijo que se sentara en la primera fila. Probablemente otro hermano que era muy ferviente al predicar el evangelio repentinamente deje de predicar el evangelio porque otros lo miraron fríamente. ¿Qué clase de experiencia es ésta? Esto nos muestra que estas personas no han sido quebrantadas por la cruz. Si una persona es quebrantada por la cruz, no tendrá estos sentimientos negativos. El hecho de que seamos sensibles a si otros nos reciben bien o no, eso demuestra que nunca hemos sido quebrantados por la cruz. Únicamente aquellos que han experimentado la cruz pueden soportar las situaciones adversas y únicamente ellos son verdaderos hombres espirituales.

AMAR AL SEÑOR CON TODA PUREZA

  ¿Cómo podemos experimentar la cruz? Las experiencias espirituales de una persona empiezan cuando ella empieza a amar al Señor. Este amor debe ser puro y sencillo. Muchos cristianos aman al Señor con un amor que no es muy puro. Algunos podrían preguntar: “¿Quiere usted decir con eso que yo tengo un motivo oculto al amar al Señor?”. No, eso no es lo que quiero decir. Sin embargo, muchos cristianos aman al Señor con un amor que está mezclado con sus preferencias y, por lo tanto, no es un amor puro. Nuestro amor por el Señor debe ser puro. No debemos desear nada que no sea Él, ni siquiera algo que sea para nuestro disfrute espiritual. Lo único que debemos desear es el Señor mismo. Nuestro corazón debe estar listo para decir: “Oh Señor, deseo Tu voluntad cualquiera que ella sea, y rechazo todo lo que no sea Tu voluntad”. Si simplemente amamos al Señor, recibiremos luz para ver que todo aquello que procede de nuestro yo ya ha sido puesto en la cruz; por lo tanto, rechazaremos todo lo que proviene de nosotros mismos. Una vez que tengamos esta luz, tendremos el sentir en nuestra vida cotidiana de todo aquello que proviene de nuestro yo, y tan pronto tengamos este sentir, debemos tomar nuestra cruz y obedecer a dicho sentir. Si no hacemos caso a este sentir ni lo obedecemos, eso significa que nos hemos bajado de la cruz y que en ese momento estamos separados de la cruz.

LA CRUZ REALIZA LA OBRA DE MATAR

  Si amamos al Señor, Él nos mostrará la cruz y hará que estemos dispuestos a recibirla y a llevarla. De este modo, la cruz podrá operar en nosotros y realizará la obra de matarnos día tras día. Entonces, cuando vayamos a hacer algo por nosotros mismos, la cruz efectuará una obra de aniquilamiento en nosotros. Cuando vayamos a amar a alguien por nosotros mismos, la cruz realizará en nosotros su obra de aniquilamiento. Asimismo, cuando vayamos a leer la Biblia por nosotros mismos, la cruz hará su obra de matarnos, y cuando estemos por salir a visitar a las personas por nuestra propia iniciativa, la cruz obrará en nosotros una vez más. Debido a que amamos al Señor, una vez que tengamos el sentir de la cruz, la obedeceremos. Asimismo, debido a que amamos al Señor, aceptaremos la cruz y la tomaremos, y rechazaremos todo lo que procede de nuestro yo. En esto consiste la experiencia espiritual.

  Sin embargo, son muy pocos los que siempre escogen la cruz, los que nunca la rechazan y siempre la reconocen. Es por eso que Dios levanta muchas situaciones en nuestro entorno para mostrarnos si somos o no de aquellos que siempre escogen la cruz. Muchas veces Dios nos prepara una esposa o un esposo para ponernos a prueba para ver si escogemos la cruz. El propósito de las aflicciones externas y del quebrantamiento interno es poner de manifiesto si escogemos la cruz. Es en tales circunstancias que muchos de los que aman y buscan al Señor encuentran dificultades. Si amamos al Señor y estamos dispuestos a tomar la cruz, el Señor usará nuestras circunstancias externas para ver si realmente estamos dispuestos a tomar la cruz. Algunas veces, debido a nuestra renuencia a tomar la cruz, Dios usa nuestro entorno para golpearnos y quebrantarnos.

  Si interiormente siempre estamos dispuestos a cargar la cruz, nos ahorraremos muchos problemas. A menudo, una persona aparentemente ama al Señor, lo sigue y es ferviente por Él, pero interiormente nunca ha tomado en serio la decisión de escoger la cruz y llevarla. Así que, Dios tiene que usar muchas clases de entornos para disciplinarlo y hacer que sufra el quebrantamiento. Todos estos duros golpes, quebrantamientos y pruebas externas se deben a su renuencia a escoger y llevar la cruz.

  Si conocemos la cruz, aceptaremos con más agrado la humillación antes que la gloria, las dificultades antes que una vida tranquila y cómoda, y la adversidad antes que la prosperidad. Si conocemos la cruz, diremos que únicamente merecemos estar en la cruz, y ser aniquilados y acabados por ella. Ésta es nuestra gloria. Esta gloria no es algo que procede de nosotros mismos; es Cristo mismo.

LOS QUE SON PUROS HAN PASADO POR LA EXPERIENCIA DE LA CRUZ

  Únicamente aquellos que han pasado por la experiencia de la cruz son puros y sencillos. Los que nunca han pasado por la cruz jamás podrán ser puros delante de Dios. Si jamás hemos tenido la experiencia de la cruz, incluso nuestra humildad tendrá la mixtura del yo. Es por ello que muchas veces aun cuando un cristiano pareciera ser santo, interiormente es inmundo. Cuando dice: “Gracias”, el yo está presente, y cuando muestra su humildad hacia otros, allí está el yo. Si recibimos la luz de la cruz, veremos que no somos más que inmundicia. A menos que la cruz haya quitado nuestro yo, todavía seremos inmundos. La obra que realiza la cruz en nosotros nos despoja de todo lo natural e inmundo.

  Si el Señor es misericordioso con nosotros y nos muestra Su gracia, muchos de nuestros problemas serán eliminados y muchas fricciones desaparecerán. La iglesia debe ser una sola, pero sin el quebrantamiento y disciplina que le inflige la cruz al yo, es difícil experimentar esta unidad. Únicamente aquellos que han pasado por la experiencia de la cruz conocen lo que es la verdadera unidad.

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