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Mensajes del libro «Cristo crucificado, El»
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CAPÍTULO SEIS

LOS REQUISITOS NECESARIOS PARA RECIBIR LA CRUZ

  Podría decirse que Efesios 3:16-19 contiene las palabras más elevadas y cruciales de toda la Biblia. Este pasaje dice: “Para que os dé, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu; para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”.

  Este pasaje de la Palabra nos muestra al Espíritu Santo, a Cristo y a Dios, Aquel que llena todo. Aunque las palabras son sencillas, lo que se nos dice aquí es muy misterioso, y lo que se incluye aquí es extremadamente rico. No sólo Dios mismo es mencionado, sino también las riquezas y la plenitud de Dios. Debemos prestar atención aquí no simplemente al hecho de que podemos ser llenos, sino al hecho de que podemos ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios.

PARA QUE SEAMOS LLENOS HASTA LA MEDIDA DE TODA LA PLENITUD DE DIOS

  Todos sabemos que la intención eterna de Dios es forjarse a Sí mismo en nosotros y mezclarse con nosotros. Quizás algunos no pudiendo comprender esto, digan: “¿Cómo Dios y el hombre pueden mezclarse juntos? o ¿cómo puede Dios mezclarse a Sí mismo con el hombre?”. Hay por lo menos un versículo en la Biblia que nos muestra este asunto y nos dice de manera clara y enfática: “Para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios” (v. 19). No solamente Dios desea entrar en nosotros y mezclarse con nosotros, sino que además desea llenarnos de todas Sus riquezas —de todo lo que Él es y todo lo que Él tiene— al grado en que nosotros lleguemos a ser Su plenitud y expresión. Esto, el propósito final de Dios, es muy maravilloso y misterioso.

  Todos los estudiosos de la Biblia reconocen que Efesios es el libro más elevado de entre todos los libros la Biblia y que el versículo 19 del capítulo 3 es la cumbre, el centro, del libro de Efesios. Día tras día, Pablo oró ante Dios por la iglesia en Éfeso. Aunque la iglesia en Éfeso ya era muy elevada y espiritual, Dios todavía tenía un deseo y un propósito aún más elevado con respecto a ellos. Esto nos muestra cuanto hemos descuidado el deseo que Dios tiene para Sus hijos y cuán difícil es que se cumpla en el hombre este deseo que Dios tiene. Lo que Dios ha deseado a lo largo de los siglos es que nosotros seamos llenos de Él hasta que tengamos la medida de Su plenitud.

  ¿Cómo podemos ser llenos de las riquezas de Dios, las cuales comprenden todo lo que Dios es? Para ello se requiere la obra que realiza el Espíritu Santo en nuestro interior. Si el Espíritu Santo no obrara dentro de nosotros, no podríamos ser llenos, ni tampoco sería posible que las riquezas de Dios se mezclaran con nosotros. En otras palabras, si no permitimos que el Espíritu Santo opere en nosotros, es imposible que las riquezas de Dios lleguen a ser nuestro elemento intrínseco. El Espíritu Santo obra dentro de nosotros a fin de que conozcamos al Cristo que está haciendo Su hogar en nuestros corazones. Es por ello que aquí se nos dice que el Espíritu Santo mora en nosotros y que Cristo está haciendo Su hogar en nuestros corazones a fin de revelarnos a Cristo poco a poco, de modo que podamos experimentarlo de una manera práctica. Cuando experimentamos a Cristo en nuestro interior podremos gustar y experimentar las riquezas de todo lo que Dios es.

DIOS EN CRISTO MORA EN NOSOTROS POR MEDIO DEL ESPÍRITU SANTO

  Dios puso todo Su Ser en Cristo. Más aún, después de la muerte y la resurrección de Cristo, Él entró en nosotros y ahora mora en nosotros mediante el Espíritu Santo. Efesios 3:16 dice: “Para que os dé, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu”. Este versículo nos dice que el Espíritu que está en nosotros opera en nuestro ser. El resultado de la obra que el Espíritu realiza en nosotros es que Cristo more en nosotros, que Él haga Su hogar en nuestros corazones. El Espíritu es quien mora en nosotros, pero cuando el Espíritu opera en nosotros, pone en nosotros el sentir de que es Cristo quien está haciendo Su hogar en nuestros corazones. ¿Por qué es esto? Debido a que es por el Espíritu que Cristo mora en nosotros.

  Cuando el Espíritu opera en nosotros, Cristo hace Su hogar en nuestros corazones a fin de que seamos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Aquí vemos una maravillosa secuencia: el Espíritu que opera en nosotros nos da el sentir de que Cristo está en nosotros, y el hecho de que Cristo esté en nosotros es la manera en que somos llenos de Dios interiormente. ¿A qué se debe esto? A que Dios está en Cristo, y Cristo mora en nosotros mediante el Espíritu. De manera que si el Espíritu está en nosotros, Cristo está en nosotros; y si Cristo está en nosotros, Dios está en nosotros.

FACTORES Y REQUISITOS NECESARIOS PARA QUE LOS CREYENTES EXPERIMENTEN AL DIOS TRIUNO

  Hemos visto en este pasaje de Efesios cómo podemos ser llenos del Dios Triuno más y más, al morar Él en nosotros, es decir, cómo podemos ser llenos de Dios, Cristo y el Espíritu. Aquí se menciona la Trinidad Divina y también los dos pasos, factores o requisitos necesarios para que podamos experimentar al Dios Triuno: uno es la fe, y el otro es el amor. El primer paso es la fe: para que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones por medio de la fe; y el segundo paso es el amor: para que seamos arraigados y cimentados en amor. A fin de experimentar a Cristo en plenitud, necesitamos tener tanto fe como amor.

Debemos tener fe para con Él

  Debemos tener fe y amor para con el Dios Triuno. Tener fe es creer en la palabra de Dios, esto es, creer que Cristo está haciendo Su hogar en nuestros corazones. Muchos de nosotros que somos salvos descuidamos esta fe, es decir, creemos en muchísimas cosas, tales como el reino de los cielos, el lago de fuego, la existencia de Dios, la muerte del Señor por nosotros, el perdón de los pecados y la vida eterna. Sin embargo, son muy pocos los que dicen: “Creemos que Cristo está haciendo Su hogar en nuestros corazones y que Dios en Cristo mora en nosotros mediante el Espíritu”. Todas las experiencias espirituales se basan primeramente en la fe. Sin la fe, nuestras experiencias espirituales no tendrían ninguna base. Si no creemos que Dios mora en nosotros, no tendríamos nada que decir, puesto que no tendríamos ninguna base para lo que decimos.

  La razón por la cual podemos decir esto y aquello es que creemos que Dios, en Cristo, mora en nosotros mediante el Espíritu. Debemos aceptar este hecho por la fe. Si no lo aceptamos, ¿cómo podríamos experimentar el hecho de que Dios mora en nosotros? Sin tal fe, no podríamos hablar acerca de ningún asunto espiritual. Antes de poder experimentar las riquezas de Dios en nosotros al grado en que seamos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios, debemos tener esta fe. Espero que todos los que escuchamos este mensaje nos arrodillemos delante de Dios y lo alabemos teniendo plena certeza de que el Dios Triuno vive en nosotros.

  Yo me he arrodillado delante del Señor muchas veces, no para pedirle algo ni para confesar mis pecados, sino para alabarlo específicamente por este asunto. Este asunto es extremadamente importante. Algunos, mientras se encontraban gravemente enfermos, oraron pidiendo sanidad. Después que fueron sanados, alabaron al Señor sobremanera. Otros, al afrontar una dificultad, le pidieron al Señor que los ayudara. Después que el Señor les respondió sus oraciones, también le alabaron sobremanera. Todos ellos testifican que lo que experimentaron fueron “buenas nuevas de gran gozo” (Lc. 2:10). Sin embargo, espero que todos sepamos que las noticias más agradables, las verdaderas buenas nuevas de gran gozo, es que el Dios de la gloria, el Dios que llena todas las cosas, vive en nosotros. Por favor, consideren cuán glorioso es este milagro, cuán gloriosa es esta maravilla.

  En Filipenses Pablo nos dijo que todas las cosas son basura y que únicamente Cristo es la Persona más excelente (3:8). Sin embargo, los cristianos de hoy consideran como algo excelente y como lo más precioso aquello que es basura. Aunque no podríamos afirmar que consideran basura a Aquel que es lo más excelente, lo más precioso, al menos sí podríamos decir que son como niños que valoran la caja que contiene el diamante, más que el diamante mismo. Dios está en nosotros, pero parece que eso no importara. ¿Qué es lo que valoramos? Valoramos nuestras lágrimas y nuestra tristeza. ¿Qué es lo que valoramos? Valoramos nuestra capacidad y nuestro futuro. Cuando perdemos nuestro empleo, le pedimos a Dios que nos provea uno, y cuando lo conseguimos, desbordamos de alabanzas y acciones de gracias a Dios. Cuando un miembro de nuestra familia se enferma, oramos a Dios con lágrimas, y cuando se sana, lo alabamos llenos de gozo. Tal vez hayamos alabado a Dios incontables veces, pero ¿alguna vez lo hemos alabado por morar en nosotros como el Dios de gloria?

  D. L. Moody, un predicador estadounidense famoso, una vez dijo que el milagro más grande que Dios hace es que nosotros, quienes estábamos muertos en pecados, hayamos sido avivados al recibir Su vida. Hoy en día diríamos que el milagro más grande que Dios hace en nosotros es mucho más grandioso que lo que proclamó Moody. Nosotros, quienes estábamos muertos, no sólo fuimos avivados por Dios con Su vida, sino que además estamos siendo llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Dios mismo es la plenitud, y Dios mismo es la gloria. Esta Persona tan maravillosa mora en nosotros. Si realmente hemos recibido la luz y hemos visto la visión, nos volveremos locos. Quiera el Señor tener misericordia de nosotros. Todos necesitamos apartar un tiempo para alabar a Dios específicamente por el hecho de que Él mora en nosotros, y no por ninguna otra cosa.

  Dios nunca nos abandonará, así que no debemos preocuparnos por nada. En el Evangelio de Mateo, el Señor nos dijo que si buscábamos primeramente Su reino y Su justicia, todo lo que necesitáramos nos sería añadido (6:33). ¿Qué significa la palabra añadido? Por ejemplo, supongamos que usted va a un almacén para comprarse una tela, y que el dueño de la tienda le da como “añadidura” un calendario. Usted no compró el calendario, pero por haber comprado la tela, el dueño le regaló un calendario como añadidura. Luego, si compra más tela, él le regalará otro calendario como añadidura. El Señor dijo que si buscábamos primeramente Su reino y Su justicia, la comida, la bebida y el vestido, todo ello, nos sería añadido. Pero lamentablemente, nosotros siempre despreciamos la “tela” y únicamente mostramos interés por el “calendario”. No mostramos aprecio por la “tela” ni la valoramos; lo único que nos interesa es el “calendario”. En realidad, ¿de qué tenemos que preocuparnos? Nosotros no creamos la tierra, ni tampoco inventamos la luz del sol ni la lluvia. Tampoco hicimos crecer ni un solo grano de trigo. Todas estas cosas fueron creadas y hechas por Dios. Dado que Dios es capaz de crear todas estas cosas, ¿acaso no puede Él enviarnos todas estas cosas para nuestro disfrute? Tal vez algunos pregunten: “¿Quiere decir eso que no necesitamos hacer nada, sino que simplemente debemos esperar a que Dios nos envíe todas estas cosas?”. Debemos darnos cuenta que ninguna persona que tiene temor de Dios diría tal cosa.

  Delante de Dios, debemos despreocuparnos por las cosas materiales. En el pasado hubo muchos que tuvieron en poco el disfrute material por causa de Dios y Su reino, pero al final Dios les concedió muchas cosas materiales para su disfrute. El Dios a quien servimos nunca nos falla. Aun cuando algunas veces nos haga pasar por pruebas, con todo, debemos alabarlo y darle gracias por la relación que tenemos con Él. Hoy en día muchos cristianos desconocen al Dios que creó todas las cosas, y en vez de ello valoran sobremanera todas las cosas que Él creó. Pablo dijo que tenía por basura todas las cosas. Dios nunca ha valorado estas cosas. No obstante, tenemos un tesoro en nosotros al cual Pablo calificó de excelente. ¡Dios es el excelente! ¡Cristo es el excelente! ¡Y esta Persona vive en nosotros! ¡Cuán glorioso es este hecho!

  Debemos conocer, apreciar, recibir y creer el hecho de que este glorioso Dios vive en nosotros. Sin esta fe, no podríamos hablar de ninguna experiencia espiritual. Una persona puede considerar una experiencia espiritual si después de orar fervientemente por su hijo para que el Señor lo protegiera durante un viaje, el Señor en efecto lo guarda de un peligro. Esta persona se sentiría muy gozosa después de tener tal “experiencia espiritual”. Ciertamente, un cristiano debe tener esta clase de experiencia, pero ésta no puede contarse como una verdadera experiencia espiritual.

  El primer paso que tenemos que dar para tener una verdadera experiencia espiritual es creer que Dios mora en nosotros. Debemos postrarnos en señal de adoración a Dios y elevar nuestros corazones a Él para alabarle, diciendo: “Oh Dios de la gloria, Tú, siendo el Señor de todo el universo, vives en mí. Tú estás en el trono, pero también estás en mí. Te alabo porque Tu deseo es llenarme hasta que sea Tu plenitud. ¡Qué gloria es ésta!”. Un cristiano normal debe ofrecer esta clase de alabanza. La razón por la cual no nos sentimos liberados ni tenemos paz es que no hemos visto ni hemos dado importancia al hecho de que el Dios de gloria vive en nosotros. Sin fe es imposible ver y recibir este hecho.

  Hay quienes dicen que nuestra enseñanza es demasiado elevada y demasiado profunda, y que si cambiáramos nuestra enseñanza tan sólo un poco, más personas nos escucharían. Sin embargo, si no damos este tipo de mensajes, el Dios de gloria en nosotros no estaría complacido, ya que ésta es Su intención según se revela en las Escrituras. Si verdaderamente sabemos que el Dios de la gloria vive en nosotros y tenemos comunión con Él, se acabarán todos nuestros problemas, en particular aquellos relacionados con los pecados, el mundo, las situaciones adversas, nuestro alimento, el vestido, la vivienda y el transporte. El Dios de gloria, Aquel de inigualable valor en todo el universo, vive en nosotros. ¡Cuán tremendo es esto!

  Observemos cuán vasto y maravilloso es este universo. Dios es quien creó este vasto y maravilloso universo, y ahora este mismo Dios creador vive en nosotros. Él es ciertamente una Persona de inigualable valor. ¿Es precioso el oro? Sí, lo es, fue creado por Dios. No obstante, el Dios que creó el oro mora en nosotros. Él no sólo es nuestro Señor, nuestro Padre y nuestro Dios, sino que además vive en nosotros, y nosotros estamos siendo llenos hasta la medida de toda Su plenitud. Si vemos esto, experimentaremos un cambio radical en todo nuestro ser.

  Hace muchos años en Chifú, durante la comunión que tuvimos en un banquete de amor, un hermano que recientemente había sido salvo vio lo precioso que era que el glorioso Dios viviera en él. Después de ver esto, a él no le importó que en ese momento se estuviera repartiendo la herencia de su familia; él simplemente renunció a todo. Ésta es la personalidad propia de un cristiano. Esto se debe únicamente al hecho de que él vio y creyó que el Dios de la gloria moraba en él. La fe es el primer paso que tenemos que dar.

Debemos amarle

  La segunda obligación que tenemos para con el Dios Triuno es amarle. Pablo dijo: “A fin de que, arraigados y cimentados en amor” (Ef. 3:17b). Todos aquellos que verdaderamente crean en el Señor, lo amarán. Si alguien nos ha ayudado en algo, es razonable que lo amemos. Debido al favor que nos ha hecho, nos sentiremos motivados a amarle. A menudo en la reunión de la mesa del Señor escuchamos a los santos decir: “Oh Señor, Tú entregaste Tu vida por causa de nuestros pecados, y derramaste Tu sangre y soportaste el sufrimiento en la cruz”. Esta clase de oración es muy buena; sin embargo, no sólo debemos ver que el Señor murió por nosotros, sino también que Él vive en nosotros. Éste es el aspecto subjetivo. Así que, en la reunión de la mesa del Señor nuestro corazón debería ser conmovido por Su gracia para alabarlo a Él por el hecho de vivir en nosotros y por haberse unido a nosotros.

  El Señor no sólo murió por nosotros, sino que también vive en nosotros. De hecho, Él murió por nosotros a fin de entrar en nosotros. Sin derramamiento de sangre, un cordero o un buey no podría entrar en nosotros como alimento ni convertirse en nuestro elemento constitutivo. De manera que no es suficiente sólo ver el amor que el Señor mostró al morir por nosotros, sino que además debemos ver el propósito de Su amor al morir por nosotros. ¿Cuál es este propósito? Que el pudiera entrar en nosotros y ser nuestro alimento, nuestra vida y nuestro elemento. Si vemos esto, alabaremos al Señor en Su mesa, diciendo: “Oh Señor, sin Tu muerte y sin el derramamiento de Tu sangre, no podría recibir hoy en mi ser este pan y esta copa. Gracias, Señor”.

  Si comprendemos esto, en lo profundo de nuestro ser percibiremos que el Señor es muy encantador. No sólo lo adoraremos y le expresaremos nuestro afecto, sino que además lo amaremos de todo corazón. ¡Él es maravilloso y precioso sobremanera! Si verdaderamente le conocemos, ciertamente le amaremos. No podremos experimentarle a menos que creamos en Él y le amemos. Únicamente aquellos que creen en Él y le aman pueden experimentarle. El amor es un requisito estricto. En realidad, no es el Señor quien se ha alejado de nosotros; más bien, somos nosotros quienes no le amamos. Si no le amamos, nos será imposible experimentarle. Es necesario, pues, que tengamos fe y amor para con Él. La fe y el amor son los factores que nos permiten experimentarle.

EL HOMBRE SE COMPONE DE TRES PARTES: ESPÍRITU, ALMA Y CUERPO

  Ahora debemos dedicar algún tiempo y esfuerzo a entender nuestra experiencia práctica. Sabemos que Dios nos llena al morar en nuestro espíritu. El hombre no se compone solamente de un cuerpo y un alma, sino que además tiene un espíritu en lo más profundo de su ser. La Biblia nos dice que el hombre se compone de tres partes. Empezando desde la parte más profunda, tenemos un espíritu, un alma y un cuerpo (1 Ts. 5:23); y empezando desde la parte más externa, tenemos un cuerpo, un alma y un espíritu. La parte más externa es el cuerpo, la parte más interna es el espíritu, y el alma se encuentra en medio del espíritu y el cuerpo.

  Nuestro cuerpo es nuestra parte externa, nuestro órgano externo. Nuestra alma es nuestro yo, y consta de tres partes: la mente, la parte emotiva y la voluntad. Cuando pensamos, usamos el órgano del intelecto, que es nuestra mente, nuestro cerebro. La palabra cerebro es un término biológico, mientras que la palabra mente es un término psicológico. Nuestra capacidad de pensar y considerar las cosas son funciones propias de la mente, que es la parte principal de nuestra alma. Nuestra parte emotiva es el órgano con el cual sentimos gozo, ira, tristeza y deleite. Puede ser que algo nos guste o que nos sintamos contentos o furiosos. Todas éstas son funciones propias de nuestra parte emotiva, que es la segunda parte de nuestra alma. Tomar decisiones y elegir son funciones de nuestra voluntad, la tercera parte de nuestra alma. Estas tres partes —la mente, la parte emotiva y la voluntad— en conjunto, conforman el alma. ¿Qué es el alma? Es nuestro “yo”, nuestra personalidad, nuestro ego. A menudo decimos “yo”, este “yo” se refiere principalmente a nuestra alma. La mayoría de las personas únicamente saben que el hombre tiene un cuerpo, que es la parte física, y un alma, que es la parte psicológica, y hasta ahí llega su análisis del hombre.

  Sin embargo, la Biblia nos dice que el hombre no sólo se compone de dos partes —un cuerpo y un alma—, sino que además tiene un espíritu en lo más profundo de su ser. Todos los que son salvos pueden entender la condición en la cual se halla nuestro espíritu y la necesidad que éste tiene. Por ejemplo, a veces no tenemos ningún problema físico y nos sentimos contentos psicológicamente, pero a pesar de ello, nos sentimos deprimidos interiormente. Aun cuando tenemos el disfrute de lo material y no nos falta la diversión psicológica, interiormente no nos sentimos contentos. Como resultado, buscamos a Dios y oramos a Dios que es algo que procede de nuestra parte más interna y más profunda: nuestro espíritu.

  Todos sabemos que Dios mora en nuestro espíritu. Sin embargo, ¿cómo puede el Dios que mora en nuestro espíritu manifestarse en nosotros? Cuando hablamos acerca del hombre, nuestro énfasis no es el cuerpo del hombre, sino más bien su alma. Así, cuando Dios se manifiesta en nosotros, Él se manifiesta en nuestra alma. Eso significa que Dios se expresa por medio de nuestra alma: nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Cuando decimos que Dios es visto en nosotros, queremos decir que el elemento de Dios se puede ver en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. En otras palabras, pensamos como Dios piensa y tomamos decisiones como Dios toma decisiones.

  A pesar de que muchas personas son salvas y tienen a Dios en su espíritu, aún no poseen el elemento de Dios en su mente, parte emotiva y voluntad. Algunos cristianos que son fervientes podrían sentirse conmovidos cuando se inclinan para orar y tocar a Dios, pero después de que se levantan, siguen siendo los mismos de antes. Sus pensamientos siguen siendo sus pensamientos, su voluntad sigue siendo su voluntad y su parte emotiva sigue siendo su parte emotiva. Si bien han sido verdaderamente salvos e indudablemente Dios mora en su espíritu, Dios se encuentra rodeado por su alma y no puede moverse. Fuera del espíritu se encuentra el alma y fuera del alma está el cuerpo. El espíritu, el alma y el cuerpo son como tres capas y cada una de ellas es más profunda que la otra.

  Tomemos por ejemplo una bombilla. Por fuera está cubierta por la pantalla de la lámpara e interiormente tiene un filamento. Además de esto, la electricidad pasa a través del filamento. Si el filamento tiene problemas, la electricidad no podrá pasar por él. Estas tres capas —el filamento, la bombilla y la pantalla— podemos compararlas con nuestro espíritu, alma y cuerpo. La pantalla de la lámpara podemos compararla con nuestro cuerpo, la bombilla con nuestra alma y el filamento con nuestro espíritu, en el cual Dios mora. Si pintamos la bombilla de muchos colores, la luz en su interior no podrá brillar. De manera semejante, hoy Dios mora en nosotros, pero si nuestra mente, parte emotiva y voluntad están llenas de nuestro yo, del mundo y de pecados, Él no podrá expresarse por medio de nosotros.

  Ahora la pregunta es, ¿cómo podemos permitir que Dios, quien está en nuestro espíritu, se exprese por medio de nuestra alma —nuestra mente, parte emotiva y voluntad—, de modo que cuando la gente nos vea, pueda ver que tenemos a Dios en nosotros? ¿Cómo podemos llegar a ser personas cuyos pensamientos, sentimientos, decisiones, gustos e inclinaciones tengan el “sabor” de Dios, aquellos en quienes Dios mora?

DIOS SE EXTIENDE DE NUESTRO ESPÍRITU A NUESTRA ALMA EMPEZANDO POR NUESTRO CORAZÓN

  ¿Cómo puede Dios extenderse desde nuestro espíritu a cada parte de nuestra alma? Dios se extiende a cada parte de nuestra alma empezando por nuestro corazón. Nuestro corazón posee dos aspectos: el aspecto biológico y el aspecto psicológico. Aquí nos referimos al aspecto psicológico. Nuestro corazón biológico puede verse durante una operación quirúrgica, pero nadie ha visto nuestro corazón psicológico. Conforme al pensamiento hallado en la Palabra de Dios, el corazón se compone de una parte del espíritu y de todas las partes del alma. La parte principal de nuestro espíritu es la conciencia, y nuestra alma incluye nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Estas partes, cuando se combinan juntas, conforman nuestro corazón. Por esta razón, cuando hablamos de la raíz del problema del hombre, tenemos que referirnos al corazón del hombre. No es acertado decir simplemente que nuestra alma representa nuestro ser, cuando de hecho, es nuestro corazón el que representa nuestro ser.

  Los chinos suelen decir que una persona distraída es alguien que tiene un corazón ausente. El corazón del hombre es muy importante, pues representa la sinceridad del hombre. Cuando la Biblia habla de la relación que el hombre tiene con Dios, dice que debemos ejercitar nuestro espíritu para adorar y tener contacto con Dios (Jn. 4:24). Sin embargo, no sólo debemos ejercitar nuestro espíritu, sino también nuestro corazón. En Mateo 5:8 dice: “Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios”. En nuestra relación con Dios, nuestro corazón juega un papel muy importante. Es cierto que en nuestro interior tenemos un espíritu y que Dios mora en nosotros, pero si no tenemos un corazón que ame a Dios o desee a Dios, Él no podrá hacer nada en nosotros.

  En los cuatro Evangelios el Señor hizo mucho énfasis en el corazón del hombre. En el Evangelio de Juan, el Señor le preguntó a Pedro: “¿Me amas más que éstos? [...] ¿Me amas?” (21:15-17). Incluso en el Evangelio de Mateo, también dijo que el que ama a padre, a madre, a hijo o a hija más que a Él no es digno de ser Su discípulo (10:37). En los tres años y medio que el Señor estuvo con los discípulos, Él primordialmente procuraba ganar los corazones de ellos. El Señor los atrajo y se manifestó a los ojos de ellos de una manera muy agradable y encantadora, a fin de ganar sus corazones.

  Cantar de los cantares 1:2-3 dice: “¡Oh, si él me besara con besos de su boca! / Porque mejores son tus amores que el vino. A más del olor de tus suaves ungüentos, / Tu nombre es como ungüento derramado; / Por eso las jóvenes te aman”. Así pues, el primer paso que debemos dar para ir en pos del Señor no requiere el ejercicio del espíritu sino del corazón. Todos los que siguen al Señor son primero atraídos por Él. Por eso, esta buscadora del Señor dijo: “Atráeme; en pos de ti correremos” (v. 4). Si no amamos al Señor con nuestro corazón, el Señor no podrá hacer nada en nosotros. Amamos al Señor, porque Él ha atraído nuestro corazón. Este amor no es un amor de adoración ni un amor afectuoso, sino un amor romántico. ¡Él es tan bueno y tan placentero! ¡Él es del todo codiciable! Debemos amar al Señor a tal grado.

  Nuestro corazón conecta y une nuestra alma con nuestro espíritu. Cuando le amamos, este amor transmitirá lo que está en nuestro espíritu a nuestra alma. A medida que amemos al Señor, veremos cuán llenos estamos de nosotros mismos en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Entonces estaremos dispuestos a tomar la cruz. Tomar la cruz es negarnos a nuestra alma, es decir, negarnos a nuestra mente, a nuestra parte emotiva y a nuestra voluntad y negarnos a nuestro propio ser. Una vez que hagamos esto, la cruz pondrá una marca sobre nosotros y matará nuestro yo. De este modo, experimentaremos la cruz. Entonces nuestro yo, nuestro amor, nuestras preferencias, nuestra fuerza de voluntad y nuestro conocimiento, será puesto todo en la cruz.

  Cuando la cruz opera en nuestra alma, mata el yo que está presente en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad. Pero donde opere la muerte de la cruz, allí también estará la resurrección. La cruz opera en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad, a fin de darle más cabida a Cristo en nuestro ser. Cuando esto sucede, el Espíritu también transfunde la mente de Dios a nuestra mente, los sentimientos de Dios a nuestra parte emotiva y la voluntad de Dios a nuestra voluntad. Así, cuanto más le conozcamos, más nos conoceremos a nosotros mismos; cuanto más nos conozcamos a nosotros mismos, más la cruz operará en nosotros; y cuanto más la cruz opere en nosotros, más el Espíritu entrará a cada parte de nuestro ser. Y una vez que el Espíritu entra, Cristo entra, y cuando Cristo entra, Dios entra.

  Como resultado, día tras día nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad serán llenas del elemento de Dios. Entonces nuestros pensamientos serán los pensamientos de Dios, y nuestras preferencias serán las preferencias de Dios. Así, Dios se mezclará con nosotros al grado en que todas nuestras actitudes, conversaciones, palabras y acciones, expresarán a Dios. Y una vez que Dios se mezcle con nosotros y nos llene de todas Sus riquezas, llegaremos a ser Su plenitud.

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