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Mensajes del libro «Cristo crucificado, El»
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CAPÍTULO SIETE

CUATRO ASUNTOS RELACIONADOS CON LA ORACIÓN POR LA OBRA DE DIOS

  En Isaías 6:8 leemos: “Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí”. Hoy en día muchos de nosotros hemos recibido una gracia especial de parte de Dios para ver el camino que Dios está tomando y la obra que Él está haciendo, a fin de que seamos bendecidos al recibir Su comisión y responder a Su llamado. Con respecto a estos asuntos importantes, debemos tener mucha oración.

LA OBRA DE DIOS SE BASA EN NUESTRA ORACIÓN

  Sabemos que la obra de Dios depende de nuestra oración. La medida en que Dios obre dependerá de cuánto nosotros oremos. Qué tan fuerte sea la obra de Dios dependerá de cuán fuerte sea nuestra oración, y cuán eficaz sea la obra de Dios dependerá de cuánto elemento espiritual contenga nuestra oración. Cierto siervo del Señor una vez dijo que nuestra oración determinará la medida en la que Dios obre. Las personas por las cuales oramos son personas en las cuales Dios obrará, y cuánto oremos determinará la medida en la cual Dios obrará. Así pues, nuestra oración prepara el camino para la obra de Dios.

  Pedimos al Señor que obre entre nosotros no sólo hoy, sino mucho más en el futuro. Para ello tenemos que dedicar mucho tiempo a la oración. Si no oramos lo suficiente ni de manera específica, no podemos esperar que Dios vaya a obrar más. Por lo tanto, le pedimos a Dios que les conceda a los santos la carga de orar. Ponemos nuestros ojos en Dios para que los presione a orar, aun al grado de que pierdan la paz, de que sientan que no pueden avanzar y que no pueden comer ni conciliar el sueño hasta que oren. El salmista nos dijo que mejor es un día en los atrios de Dios que mil fuera de ellos (Sal. 84:10). Eso significa que pasar tiempo en oración es mil veces más eficaz que dedicar tiempo a otros asuntos. Pasar un día en oración es mejor que pasar mil días envueltos en otros asuntos. Le pedimos al Señor que haya entre nosotros suficiente oración y un número suficiente de hermanos que oren.

DIOS NO DESEA LABORAR SOLO, SINO QUE EL HOMBRE LABORE JUNTAMENTE CON ÉL

  La Biblia revela que Dios está laborando todo el tiempo. Jerusalén era el centro de la obra de Dios en el Antiguo Testamento. Dios deseaba laborar al grado en que Jerusalén fuera la alabanza en la tierra (Is. 62:6-7). Sin embargo, Dios no empezó a hacer esto inmediatamente. ¿Qué fue lo que hizo? Primero puso guardas, hombres que velaran en oración sobre los muros de Jerusalén. Estos guardas que fueron designados por Dios le recordaban a Él esto día y noche, y no le daban descanso a Dios ni se tomaban un descanso ellos mismos. ¿No les parece esto extraño? En los cielos no hay ningún problema, pero sí existe un problema en la tierra. La voluntad de Dios está asegurada en los cielos, mas no en la tierra. La “electricidad” no puede ser transmitida a la tierra, y por tanto, Dios no puede hacer nada. No podemos ver mucho de la obra y bendición de Dios sobre el hombre debido al problema de parte del hombre.

  Por favor, escuchen a este llamado: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” (6:8). Dios tiene la intención en los cielos de salvar a los hombres, pero ¿a quién le importa esta intención? A lo largo de los siglos Dios ha hecho esta pregunta continuamente: “¿Quién irá por nosotros?”. Él deseaba salvar a los hijos de Israel, pero ¿quién estaba dispuesto a laborar juntamente con Él? Él desea conceder Su gracia al hombre, pero ¿a quién le interesa el deseo que Él tiene en Su corazón? No hay problema de parte de Dios, pero si hay un gran problema de parte del hombre. ¿Cuál es el problema? El problema es que nuestras oraciones no son correctas, pues se originan del concepto equivocado de que debemos esperar a que Dios obre primero, cuando en realidad Dios está esperando que nosotros laboremos juntamente con Él. Por mucho tiempo Dios ha querido laborar. Él desea salvar a miles de pecadores y por mucho tiempo ha estado listo para salvarlos, pero no ha encontrado a nadie que esté dispuesto a laborar juntamente con Él. Por ello, continúa suspirando: “¿Quién irá por nosotros?”. Este gemir indica cuán grande es este problema. El problema es que en este universo Dios está listo para concederle a los hombres Su gracia, para salvarlos y para obrar en todos los rincones de la tierra; sin embargo, no hay nadie en la tierra que esté dispuesto a cooperar con Él.

  La obra de Dios requiere la oración del hombre. Sin la oración del hombre, Dios no puede hacer nada aun cuando desee hacer algo. Éste es un principio importante en la obra de Dios. Si Dios no puede encontrar personas que laboren con Él y oren, no podrá hacer nada, aunque sea el Dios todopoderoso y desee hacer algo. ¿Por qué? La razón es que Él no desea laborar solo; Él desea, más bien, que el hombre labore juntamente con Él. Ésta es una ley que rige Su obra. Si Él no puede encontrar a tales personas, no podrá llevar a cabo Su obra.

A DIOS LE FALTA LA COOPERACIÓN DEL HOMBRE EN LA TIERRA

  ¿En qué consiste esta ley? Muchos santos de entre nosotros han estudiado electricidad. Conforme a las leyes de la electricidad se requieren dos cables para que se transmita la electricidad: el cable que suministra la energía y el cable por el que regresa la electricidad. Únicamente cuando estos dos cables están conectados la electricidad puede transmitirse. Si únicamente tenemos el cable que suministra la electricidad pero no el cable por donde ésta regresa, la electricidad no podrá ser transmitida. Quizás se pregunten: “¿Por qué existe esta ley?”. No lo sé. Ni siquiera los electricistas pueden darles una explicación adecuada. No obstante, ellos descubrieron que para que la electricidad pueda ser transmitida se necesita un cable que suministre la electricidad y otro por donde ésta regrese. Las cosas de la tierra son un reflejo de las cosas que están en los cielos. El Espíritu de Dios no puede ser transmitido a la tierra, porque hace falta el “cable que envía la corriente de regreso”, es decir, hacen falta hombres en la tierra que cooperen con Él. Aunque Dios no tiene ningún problema en los cielos, sí tiene problemas en la tierra, porque aún no ha podido obtener un grupo de personas en la tierra que cooperen con Él.

  En Mateo el Señor nos enseñó a orar, diciendo: “Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (6:10). Esto indica que no hay ningún problema con que la voluntad de Dios se haga en el cielo, pero sí hay problemas para que ésta sea hecha en la tierra. El hombre representa un gran problema que impide que se haga la voluntad de Dios, pero casi nadie se percata de ello. Es por ello que son muy pocos los que oran: “¡Oh Dios! Por favor, envíame a mí”. En determinada época y lugar puede ser que sólo haya una persona dispuesta a responder al llamado de Dios. Sin embargo, aunque sólo haya una persona que esté dispuesta a atender la necesidad de Dios, a laborar juntamente con Él y a doblar sus rodillas para orar, dicha persona será un canal para el cielo. Todas las bendiciones celestiales, el poder, la gracia e incluso Dios mismo, se transmitirá a la tierra por medio de esa persona. Entonces el mundo podrá recibir la gracia de Dios, obtener la bendición de Dios y conocer a Dios mismo por medio tal persona.

  ¿Es este asunto difícil o problemático? Para Dios este asunto no es difícil ni representa en absoluto un problema para Él. Las dificultades y problemas residen en nosotros. Nuestro corazón, nuestro entendimiento, la manera en que respondemos y recibimos, así como también nuestra oración, son insuficientes. Es por eso que, en palabras sencillas, Dios nos dice que si no laboramos juntamente con Él, si no oramos, si no le recordamos lo que hay que hacer, Él descansará. ¿Entienden lo que eso significa? Significa que Él tiene un trabajo por hacer, pero no podrá hacerlo. Si logra hacerlo o no, dependerá de nuestra disposición para orar y de recordarle lo que hay que hacer. Si le oramos y le recordamos, Él obrará, pero si no oramos ni le recordamos, Él no obrará.

  Hoy en día el Señor ha sido muy misericordioso con nosotros al concedernos un ambiente tan pacífico y personas que tienen tanta hambre y sed por la salvación. Sin embargo, los que han sido salvos son muy pocos en número, el evangelio no ha sido difundido ampliamente y en muchos lugares aún no hay iglesias. ¿Será que el Señor no está dispuesto a salvar a las personas? ¿Será posible que a Él no le agrada salvarlas? Si conocemos a Dios y nos interesa satisfacer el deseo que está en Su corazón, comprenderemos que por mucho tiempo Dios ha estado listo y ha estado esperando a que el hombre responda a Su llamado. En otras palabras, el “cable que suministra la corriente” ya está allí, pero aún falta el “cable que envía la corriente de regreso”; es por ello que no hay electricidad ni luz en este lugar. ¿Cuál es el “cable que envía la corriente de regreso”? Es usted y yo. Nosotros hemos retrasado muchas de las obras de Dios y no hemos salvado a muchas almas a tiempo. Si nos interesásemos más por Dios y orásemos más, muchas más almas serían salvas.

  Hoy en día la salvación de Dios parece que no tuviera poder, y el evangelio no parece ser el poder de Dios porque muy pocos son salvos. ¿Es está una falla o un problema del cielo o de la tierra? ¿Dónde reside el problema, en Dios o en nosotros? Si realmente conocemos a Dios, veremos que todos los problemas y obstáculos se encuentran en usted y en mí. Si no nos interesa la necesidad de Dios, si no buscamos a Dios ni laboramos juntamente con Él, si no oramos a Dios ni le recordamos de Su obra, Él no podrá hacer nada. ¿A qué se debe esto? A que Dios jamás puede hacer nada que vaya en contra de Su principio. Si Él no puede encontrar un hombre y si no hay nadie que labore con Él, le será imposible llevar a cabo Su obra en la tierra. Aunque Él desea laborar y puede hacerlo, carece de una base para empezar Su obra. ¿Por qué? Porque no hay nadie que coopere con Él.

DEBEMOS APARTAR UN TIEMPO PARA ORAR CADA DÍA

  Espero que en un futuro no muy lejano todos podamos confirmar el hecho de que estamos dispuestos a responder al llamado de Dios, muchas personas en nuestro medio serán salvas, y la gracia de Dios será transmitida a la tierra por medio de nosotros. No es demasiado difícil ni problemático responder al llamado de Dios; es sólo cuestión de que nuestro corazón lo desee. Si deseamos responder al llamado de Dios, de ahora en adelante debemos tomar la resolución de apartar un tiempo para orar en la presencia del Señor cada día. Debemos orar una y otra vez porque a menos que oremos lo suficiente, lo único que tendremos será sólo doctrina. Todos tenemos que reunirnos con Dios, tocarle y responder a Su llamado, a fin de satisfacer la necesidad que Él tiene en esta era.

  Ahora abarcaremos algunos asuntos cruciales y hablaremos de la meta a la cual todos debemos prestar atención. Espero que todos retengamos estos asuntos en nuestra mente, y se los presentemos a Dios en oración y se los recordemos día y noche hasta que veamos que la obra de Dios llegue a ser una alabanza en la tierra.

TENER UN CORAZÓN PARA EL SEÑOR

  En primer lugar, debemos dedicar un tiempo específico para orar que los santos tengan cada vez más un corazón para el Señor. Eso significa que tenemos que orar al Señor para que ellos tengan un corazón que sea lo suficientemente inclinado hacia el Señor y que cada uno de ellos ame al Señor. No sólo debemos orar para que ellos sean salvos y participen en la vida de iglesia, sino también para que sean conmovidos por el Señor y tengan un corazón para Él, no cualquier clase de corazón, sino un corazón suficientemente inclinado para con Él. Lo más importante con respecto al hombre es su corazón. Hoy en día los educadores consideran al hombre un animal racional, pero hay una parte en el hombre —su corazón— que es mucho más subjetiva y que lo representa mucho mejor que su propia mente.

  Durante tres años y medio nuestro Señor Jesús estuvo en la tierra con los discípulos cada día, guiándolos y enseñándoles, y el asunto más importante en el cual el Señor se enfocó fue el conmover sus corazones. Aunque no podemos encontrar estas palabras en los evangelios, sí podemos concluir que el Señor conmovió muchas veces los corazones de ellos. Él conmovió el corazón de Jacobo, el corazón de Pedro y el corazón de Andrés; Él tocó los corazones de cada uno de los doce discípulos. Aquello a lo cual el Señor prestó más atención durante esos tres años y medio, fue los corazones de ellos. ¿Por qué fue esto? Porque si sus corazones no se hubieran inclinado a Dios ni hubieran afirmado sus corazones en el Señor, no habrían tenido futuro en los asuntos espirituales, y el Señor no habría podido hacer nada.

  El Señor se hizo carne para poder laborar por medio de los discípulos, pero si los discípulos no hubieran tenido un corazón para el Señor, ¿cómo habría podido el Señor hacer algo? Supongamos que Jacobo, Pedro, Juan y Andrés no tuvieran nada en su corazón por el Señor y que simplemente se hubieran ido a pescar. Supongamos que ellos hubieran sido salvos y bendecidos, pero no tuvieran un corazón que se interesa por la obra del Señor. ¿Cómo hubiera podido el Señor laborar por medio de ellos? Si el Señor no hubiera podido llevar a sus discípulos al aposento alto en Jerusalén, habría llegado el Día de Pentecostés y el Espíritu Santo habría sido derramado, pero no habría habido ningún vaso en la tierra que recibiera la guía del Espíritu Santo. Sin embargo, el Día de Pentecostés cuando el Espíritu Santo descendió, había ciento veinte personas cuyos corazones estaban listos y se interesaban por el Señor. Por lo tanto, cuando el Espíritu Santo descendió, pudo encontrar a ciento veinte personas en la tierra cuyos corazones eran para el Señor y eran lo suficientemente inclinados hacia el Señor.

  Cuando el Señor apareció a los discípulos en los Evangelios, Él se manifestó a ellos como una persona encantadora. En los Evangelios vemos que el Señor mostró Su poder, pero también vemos que el Señor reveló lo precioso que era. Una mujer lo ungió con un valioso ungüento y besó Sus pies (Lc. 7:37-38). Esto nos muestra cuán encantador era el Señor y cuán dulce y precioso era Él mientras estuvo con Sus discípulos. Él no obligaba a los discípulos; más bien, los atraía con Su gracia, Su amor, Su dulzura y Su gloria. ¿Qué parte de los discípulos atrajo? Él atrajo sus corazones. El Señor conmovió los corazones de los discípulos con Su preciosidad.

  El Señor conmovió los corazones de las personas con Su preciosidad al grado que a ellas ya no les importaba ninguna otra cosa. Dos de las hermanas, María Magdalena y María de Betania, lo abandonaron todo por amor al Señor. ¿Por qué? Debido a que el Señor era muy querido y precioso para ellas. Por este motivo, ellas lo dejaron todo para amar y buscar al Señor de forma absoluta. Sin embargo, los hermanos, como vemos en el caso de Pedro, después de la muerte del Señor eran todavía muy débiles, pese a que sabían que el Señor había resucitado. Pedro fue el primero en regresar a pescar, y los demás discípulos lo siguieron. Aquella noche no pescaron nada. Pero cuando ya iba amaneciendo, el Señor se apareció en medio de ellos. ¿Acaso los reprendió el Señor? No. El Señor se les acercó, fue muy suave y manso con ellos y los atendió. Cuando llegaron a la playa, el Señor les preguntó: “Hijitos, ¿no tenéis algo de comer?”. ¡Cuán encantador era el Señor y con cuanta ternura se dirigía a ellos! Después que Pedro escuchó aquella voz, no le importó nada y, dejando la barca y los peces, se echó al mar. ¿Acaso lo reprendió el Señor en ese momento? No. El Señor no lo reprendió, sino que más bien le preguntó suavemente a Pedro, y con mucha compasión: “¿Me amas más que éstos?”. Lo que el Señor quería decir era: “¿Me amas más que el mar? ¿Me amas más que el mundo? ¿Me amas más que tu barca? ¿Me amas más que tu ocupación? ¿Me amas más que tu destreza para pescar? ¿Me amas más que tus aptitudes? ¿Me amas más que tus compañeros? ¿Me amas más que esos ciento cincuenta y tres peces? ¿Me amas más que éstos?”.

  En lugar de reprender o echarle la culpa a Pedro, el Señor simplemente le preguntó: “¿Me amas más que éstos?”. ¿Cómo contestó Pedro? Pedro le respondió: “Sí, Señor; Tú sabes que te amo”. Luego el Señor le preguntó de nuevo: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?”. Pedro no sabiendo cómo responder, simplemente le dijo al Señor: “Sí, Señor; Tú sabes que te amo”. El Señor no le hizo esta pregunta una o dos veces sino tres veces. Esto se relata en Juan 21. El único énfasis y el único propósito de la obra del Señor durante esos tres años y medio fue conmover los corazones de los discípulos y motivarlos a amarle.

  Sin Juan 21, no podríamos tener el primer capítulo de Hechos. Si el corazón de un hombre no es conmovido por el Señor, no podrá decirle al Señor: “Oh Señor, te amo”. El Señor llevó a Pedro, a Jacobo, a Juan y al resto de los discípulos al punto en que ellos fueron conmovidos por Su amor y vieron Su gloria. ¿Qué hicieron ellos entonces? Dejaron sus parientes y todos sus bienes, y subieron al aposento alto en Jerusalén. Sufrieron mucha persecución y adversidades allí, pero no tenían miedo. El hecho de que subieran al aposento alto significa que ellos habían abandonado todo lo terrenal. Ellos dejaron todo, incluyendo sus bienes, sus familias, sus parientes, su posición y su reputación, y hollaron todo esto y lo pusieron bajo sus pies.

  Ellos oraron en el aposento alto día tras día, una y otra vez, y perseveraron en ello por diez días. Durante ese tiempo no buscaron las cosas de la tierra sino las cosas de los cielos; no les importó el hombre sino únicamente Dios. Ésta era su única meta. Oraron hasta que un día el Espíritu Santo descendió sobre ellos; ellos oraron hasta que un día el “cable que suministra la electricidad” se encontró con el “cable que lleva la electricidad de regreso”, es decir, hasta que Dios encontró al hombre. En ese momento, la “electricidad” fue transmitida y el Espíritu vino. Como resultado, primero fueron salvas tres mil personas y luego cinco mil. ¿De dónde provenían esas tres mil y esas cinco mil personas que fueron salvas? Fueron el resultado de la oración, del amor que sentían los discípulos por el Señor. Si los discípulos no hubieran amado al Señor, no habrían abandonado nada; si ellos no hubieran abandonado nada, no se habría elevado ninguna oración; sin la oración, no habría descendido el Espíritu Santo; si el Espíritu Santo no hubiera descendido, no habría sido dado el poder; sin el poder, no se habría llevado a cabo ninguna obra; y, finalmente, si la obra no se hubiera llevado a cabo, nadie habría sido salvo.

  Si estas ciento veinte personas no hubieran amado al Señor ni hubieran vaciado sus corazones del mundo, Dios no habría podido realizar ninguna obra. Sin embargo, debido a que el Señor atrajo a estas personas, ellas vaciaron todo su ser y sus corazones del mundo. El mundo no tenía cabida en ellas, no podía usurparlas, no tenía poder sobre ellas y el mundo había sido desalojado de ellas. Estas personas no sólo amaban a Dios, sino que además se habían vaciado del mundo, y le dieron completamente la espalda a todo lo de la tierra. Anteriormente, lo más precioso para ellos eran sus barcas, sus redes de pescar y sus compañeros de pesca, y sus corazones sólo se interesaban por el mundo, los bienes materiales, sus ocupaciones y sus familias. Sin embargo, un día, el Señor vino y les preguntó: “¿Me amas más que éstos?”. Estas palabras del Señor cambiaron por completo sus corazones. Sus corazones cambiaron aun al grado en que un día ellos sencillamente lo abandonaron todo: la tierra, el mar, la barca, las redes y los peces. En lugar de ello, lo único que deseaban era el Señor, las cosas celestiales y Dios. Y cuando subieron al aposento alto en Jerusalén, todo su ser y todos sus corazones estaban vueltos al Señor, ellos oraron hasta el día en que el Espíritu Santo descendió sobre ellos y los llenó. El Espíritu Santo que los llenó era el poder. Espero que todos veamos que sin la oración, el Espíritu Santo no habría podido llenarlos; que si el Espíritu no los hubiera llenado, no habrían recibido poder; y que si no hubieran recibido poder, la obra no habría sido fructífera. Todo esto proviene de la oración.

  ¿Dónde se origina la oración? La oración nace de nuestro amor por el Señor. Si no tenemos un corazón que ame al Señor, no podrá haber oración. Por consiguiente, debemos escuchar al Señor, quien nos dice: “¿Me amas más que éstos?”. No sólo necesitamos escuchar Su voz, sino también responder, diciendo: “Sí, Señor; Tú sabes que te amo”. Debemos pasar por esta experiencia antes de llegar a Hechos. Primero la oración ascendió en Hechos 1, y luego el Espíritu descendió en Hechos 2. Espero que todos los santos perciban y vean la dulzura del Señor y Su belleza. Quiera el Señor atraernos para que le amemos y seamos conmovidos por Él, al grado en que nuestro corazón experimente un cambio radical y se enderezca por completo para mirar a los cielos.

  El tiempo es muy corto, y el día de la venida del Señor ya se aproxima. Al ver los cambios en la situación mundial, ¿no debiéramos orar? Debemos amar al Señor y volver a Él nuestros corazones mientras aún tenemos el día de hoy. Desde hoy en adelante, debemos orar y pedirle al Señor que cambie nuestros corazones, de modo que nosotros, que pertenecemos a Dios, seamos de aquellos que aman a Dios.

LA ENTRADA AL ESPÍRITU

  En segundo lugar, aunque en los Evangelios vemos que el Señor le dio mucha importancia al asunto del corazón, en Hechos y en las Epístolas, vemos que el Señor trata el asunto de nuestro espíritu. Esto tiene un doble significado. Por un lado, el Espíritu de Dios entra en nosotros para llenarnos, y por otra, nosotros entramos en el Espíritu Santo a fin de conocer las cosas espirituales y para tener visión, revelación y entendimiento espirituales.

  Este punto es más avanzado que el anterior, pues el amor que tenemos por sí solo no es suficiente. Si únicamente amamos al Señor, es posible que todavía estemos vacíos interiormente debido a que el Espíritu aún no ha entrado en nosotros. Asimismo, si nosotros no entramos en el Espíritu Santo, no podremos tener el debido conocimiento. Nuestro entendimiento de los asuntos y cosas espirituales sería muy superficial y limitado, y espiritualmente no estaríamos firmemente arraigados. Para ello se requiere mucha oración. Que el Señor nos introduzca en el Espíritu Santo de modo que seamos llenos del Espíritu Santo y tengamos un espíritu abierto, no sólo para oír doctrinas, sino también para ver la luz, para ser llenos del Espíritu Santo y para entrar en la realidad espiritual.

RECIBIR LOS DONES Y EL LLAMAMIENTO

  Tercero, necesitamos recibir los dones y el llamamiento. ¿Qué es un don? Un don es una aptitud espiritual. Por ejemplo, tal vez algunos santos no sepan predicar la palabra y entonces le pidan al Señor que les dé el don de predicar. Otros quizás no sepan predicar el evangelio y entonces le pidan al Señor que les dé el don de predicar el evangelio. Incluso puede haber otros que no sepan cómo guiar a las personas y le pidan al Señor que les dé el don de guiar a otros. Más aún, algunos de entre nosotros debieran levantarse y pedir dones que son más fáciles de obtener: los dones de sanidad y de echar demonios. A veces, cuando predicamos el evangelio, encontramos que muchas personas son muy supersticiosas. Por lo tanto, no podemos predicarles el evangelio simplemente con palabras. Debemos orar y pedirle a Dios que nos dé los dones de sanidad y de echar fuera demonios. Debemos tener esta clase de denuedo. Espero que cada uno de nosotros reciba algunos dones espirituales. Algunos podrían echar fuera demonios, otros podrían sanar enfermedades, otros podrían predicar la palabra, otros edificar a las iglesias, otros predicar el evangelio, otros administrar la iglesia y otros ministrar a los santos. Quiera el Señor dar estos dones a Su iglesia de muchas maneras.

  El llamamiento está relacionado con los dones. Espero que los santos respondan al llamado que el Señor nos hace de apartar nuestro tiempo y todo lo demás para el Señor, y sirvan como obreros, ancianos o diáconos. Esto es algo muy glorioso.

LA PROPAGACIÓN DE LA OBRA Y EL ESTABLECIMIENTO DE LAS IGLESIAS

  El cuarto asunto es la extensión de la obra y el establecimiento de las iglesias. Los tres asuntos anteriores son para esta meta. Le pedimos al Señor que levante a muchos santos que respondan a Su llamado y realicen la labor de propagar el evangelio. Esperamos que para el final de este año el Señor añada diez lugares más, tales como Hualien, Su-ao, Miaoli, Panchiao, Chutung y Changhua, donde se celebre la reunión de la mesa del Señor. Ésta es nuestra meta básica. En segundo lugar, esperamos que se levanten iglesias en todos los países y ciudades. Tercero, esperamos que también se levanten iglesias en cada pueblo y aldea. Entonces el evangelio llegará a la gente de todo lugar y toda región, y el Señor será extensamente predicado entre ellos. Ésta es nuestra meta a largo plazo.

  Espero que todos veamos que no hay otro lugar y época en que se necesita más predicar el evangelio que este lugar y esta época en que vivimos hoy. Damos gracias al Señor por darnos una sociedad y un entorno estables, los cuales facilitan la predicación del evangelio. Si no aprovechamos bien este tiempo para laborar para el Señor, definitivamente lo decepcionaremos. Pedimos al Señor que ponga en nosotros la carga de orar, a fin de que podamos vencer todo obstáculo y recibamos poder de lo alto, de modo que permitamos que el evangelio del Señor salga de nosotros.

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