
En Romanos 6:3-5 leemos: “¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte? Hemos sido, pues, sepultados juntamente con Él en Su muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida. Porque si siendo injertados en Él hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su muerte, ciertamente también lo seremos en la semejanza de Su resurrección”. Gálatas 3:27 dice: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos”. En 1 Corintios 11:23 dice: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he trasmitido: Que el Señor Jesús, la noche que fue traicionado, tomó pan”, y el versículo 26 dice: “Pues, todas las veces que comáis este pan, y bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga”.
Todos sabemos que Cristo es la realidad de todas las cosas espirituales. La esencia de un cristiano es Cristo y la esencia de la iglesia también es Cristo. Sin Cristo, no puede haber cristianos ni tampoco puede existir la iglesia. Debemos entender estas palabras de una manera profunda y subjetiva. Nunca debemos pensar que la iglesia es algo producido aparte de Cristo. No, la esencia de la iglesia es Cristo mismo. La iglesia no se produce aparte de Cristo; ni llega a existir simplemente por medio de Cristo. Más bien, la iglesia misma —la propia esencia de la iglesia— es Cristo. Bien sea que nos refiramos al cristiano o a la iglesia, la esencia de ellos es simplemente Cristo. Si Cristo no está en una persona, ella no es un cristiano; asimismo, si Cristo no está en un grupo de personas no son la iglesia.
En Colosenses se nos dice que Cristo es el todo y en todos (3:11). Con respecto a los cristianos podríamos afirmar que los cristianos son Cristo, y con relación a la iglesia, podríamos afirmar que la iglesia también es Cristo. Cristo vive en los cristianos y también vive en la iglesia. Más aún, todas las experiencias de los cristianos y todas las experiencias relacionadas con la iglesia, son experiencias de Cristo mismo; es decir, Cristo mismo es la experiencia propia de los cristianos, y Cristo mismo es la experiencia que se tiene en la iglesia. Ni la iglesia ni ningún cristiano pueden tener una experiencia espiritual aparte de Cristo. Ningún cristiano puede tener experiencias espirituales aparte de Cristo, y aparte de Cristo, la iglesia carece de experiencias espirituales. De manera que todas las experiencias propias de los cristianos y todas las experiencias que se tienen en la iglesia no sólo tienen lugar en Cristo, sino que además son Cristo mismo. Todas las experiencias son sencillamente Cristo mismo. Si no tocamos a Cristo ni le experimentamos, no ganaremos nada de Él y nuestra experiencia no podrá considerarse una experiencia espiritual.
Espero que todos captemos muy bien este principio. Ya sea que hablemos de creer en el Señor, del bautismo, del partimiento del pan, de la lectura de la Biblia, de la oración, de la predicación del evangelio, de edificar espiritualmente a los creyentes, del servicio, de la adoración o de cualquier otra experiencia espiritual, la experiencia misma deberá ser Cristo. Si no tocamos a Cristo en nuestra oración, nuestra oración no podrá ser contada como una experiencia espiritual. Si no tocamos a Cristo ni tenemos contacto con Él en nuestra lectura de la Biblia, dicha lectura a lo más será una lectura de escritos religiosos, pues carecerá de toda experiencia espiritual. Asimismo, si no tocamos a Cristo ni tenemos contacto con Él en cada asunto espiritual, simplemente estaremos teniendo contacto con cosas vanas sin llegar a tocar la realidad espiritual, ya que la realidad espiritual es sencillamente Cristo mismo. Es únicamente cuando tenemos contacto con Cristo en todo que obtenemos la realidad espiritual, ya que Cristo mismo es la realidad espiritual.
¿Qué significa creer en el Señor? En China los cristianos que viven en las regiones campesinas suelen decir “creer en una doctrina” refiriéndose a “creer en el Señor”, y “escuchar doctrinas” refiriéndose a “congregarse”. Sin embargo, la experiencia propia de un cristiano debe consistir en tocar a Cristo. Ser cristiano no es creer en doctrinas, sino creer en el Señor, tocarlo y recibirlo, y tener contacto con Él por medio de la fe. No tiene nada que ver con religión ni con doctrinas, sino con Cristo mismo. Si una persona simplemente cree en doctrinas, pero no toca a Cristo en su interior, en el mejor de los casos será un seguidor de la religión cristiana; pero a los ojos de Dios, no será un cristiano o un Cristo-hombre. Tiene doctrinas pero no tiene a Cristo, es decir, entiende las doctrinas con su intelecto, pero no tiene a Cristo en su espíritu. Puesto que no ha tenido ningún contacto con Cristo ni le ha tocado, no es un cristiano.
Por lo tanto, ser salvo significa creer en el Señor, lo cual es completamente distinto de “unirse a la cristiandad”. Una persona que verdaderamente ha sido salva es un constituyente de la iglesia, lo cual es muy diferente que unirse a la cristiandad. Muchos de los que se han unido a la cristiandad no han recibido al Señor; han recibido una religión pero no al Salvador vivo. Pese a que se han unido al cristianismo, Cristo no se ha unido a ellos; por ende, están en la cristiandad pero Cristo no está en ellos. Aunque tienen una relación con la cristiandad, Cristo no tiene ninguna relación con ellos. Así, tienen el cristianismo pero no a Cristo, y pertenecen al cristianismo pero no a Cristo. Lo único que han recibido es el cristianismo; como tales, han creído y recibido las doctrinas en cuanto a Cristo, pero no han recibido al Señor, y por otra parte, entienden y creen muchas doctrinas —lo cual sólo tiene que ver con la mente y el intelecto—, pero no han recibido al Señor ni lo poseen en su espíritu.
Si alguien nos enseñara la doctrina de la naranja, esta doctrina sólo entraría en nuestra mente, pero las vitaminas y la naranja no entrarían en nuestro estómago, pues nuestra mente sólo puede recibir el concepto de lo que es una naranja, mas no a la naranja misma. Para comernos la naranja debemos usar la boca. De la misma manera, nuestra mente es capaz de estudiar doctrinas en cuanto a Cristo, mas no puede recibir a Cristo mismo. Si queremos recibir a Cristo, debemos usar nuestro espíritu. El Señor Cristo es el Espíritu, y Su esencia es Espíritu. Por lo tanto, si queremos tener contacto con Él y recibirle, no podemos usar nuestra mente simplemente para pensar en Él; tenemos que ejercitar nuestro espíritu para recibirle. No importa cuán claramente entendamos con nuestra mente todo lo relacionado con la naranja, ésta no podrá entrar en nuestro estómago; del mismo modo, no importa cuánto entendamos a Cristo, Cristo no podrá entrar en nosotros. Es únicamente cuando ejercitamos nuestro espíritu y abrimos nuestro espíritu para recibir a Cristo, que Él entrará en nosotros. Él tendrá que pasar a través de nuestra mente, parte emotiva y voluntad, a fin de entrar en la parte más profunda de nuestro ser: nuestro espíritu. Creer en el Señor es, por tanto, permitir que Cristo entre en nuestro espíritu.
Espero que todos los que han sido salvos de entre nosotros entiendan que creer en el Señor es abrir nuestro espíritu para recibir al Señor dentro de nosotros. En otro tiempo, nuestro espíritu y nuestro corazón estaban vacíos; estábamos sin Dios y sin Cristo. Pero un día abrimos nuestro espíritu desde lo más profundo de nuestro ser y recibimos a Cristo. Desde ese día en adelante, algo se nos fue añadido: Cristo mismo. De este modo, fuimos salvos. Después de que fuimos salvos dejamos de ser una sola persona y llegamos a ser dos personas y a la vez una. Anteriormente, éramos sólo nosotros, pero ahora tenemos a Cristo en nuestro ser. Los dos, Él y nosotros, hemos llegado a ser uno. Esto es creer en el Señor.
¿Qué significa el bautismo? El bautismo no es una ceremonia para afiliarse a la iglesia. Hay un libro que contiene preguntas y respuestas acerca de la iglesia que le dice a la gente que el bautismo es una ceremonia para afiliarse a la iglesia. Esta manera de hablar tiene un sabor “babilónico” y procede del espíritu de error que opera en el hombre. Estas palabras no provienen del Espíritu Santo en lo absoluto. La Biblia dice: “Una fe, un bautismo” (Ef. 4:5). El bautismo no es un ritual. ¿Qué es entonces el bautismo? Algunos dicen que por medio del bautismo somos sumergidos en la muerte de Cristo. Aunque no es errado decir esto, hay un requisito previo que debe cumplirse para poder ser sumergidos en la muerte de Cristo.
Muchas personas cuando leen Romanos 6 siempre pasan por alto una frase. Leen que han sido bautizadas en la muerte de Cristo y que han sido sepultadas juntamente con Él, pero pasan por alto la frase bautizados en Cristo Jesús. El versículo 3 dice: “¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte?”. ¿Cómo podemos ser bautizados en la muerte de Cristo? Únicamente aquellos que han sido bautizados en Cristo pueden ser bautizados en Su muerte. Por consiguiente, ser bautizados es ser sumergidos en Cristo. Debido a que hemos sido bautizados en Cristo, estamos en Cristo y somos identificados con Él. De manera que cuando Cristo murió, nosotros también morimos.
Por ejemplo, supongamos que una tienda llamada Huang’s tiene una deuda de un millón de dólares, y que yo, sin estar enterado de ello, compro acciones y me convierto en un accionista de dicha tienda. Dos meses más tarde, alguien se me acerca y me pide que pague la deuda. Así que le digo: “No le debo nada a usted”. Entonces me pregunta: “¿No es usted accionista de la tienda Huang’s? Al decirle que sí, me dice: “Puesto que usted es un accionista de Huang’s la deuda de la tienda es suya también”. Debido a que me hecho accionista de Huang’s, el error de la tienda viene a ser mi error, y su deuda, mi deuda. En el mismo principio, cuando fuimos bautizados, fuimos bautizados en Cristo; por consiguiente, cuando Cristo murió, nosotros también morimos, y cuando Cristo resucitó, nosotros también resucitamos.
En el bautismo nosotros fuimos bautizados en Cristo. ¿Qué es ser bautizados? Es ser sumergidos en Cristo. Creer en el Señor es recibir a Cristo; cuando abrimos nuestro corazón para recibir a Cristo es cuando creemos en el Señor. Por medio del bautismo, nosotros fuimos sumergidos en Cristo, es decir, a partir de nuestro espíritu fuimos bautizados en Cristo. Si una persona entra en el baptisterio, pero no tiene la fe de encomendarse al Espíritu Santo, y aun así, se hace bautizar en Cristo por medio de la iglesia, su bautismo carecerá de sentido y de valor. El bautismo es un acto de fe y es mediante este acto de fe que somos bautizados en Cristo. No se trata de una forma o un ritual externo.
Muchos cristianos verdaderamente experimentan la presencia y la obra del Espíritu Santo en su bautizo. En el momento en que son bautizados están llenos de fe. En esta fe ellos realizan una acción externa: se entregan al Espíritu Santo mediante su fe. Así que, cuando son sumergidos en el agua, son bautizados en Cristo. Desde ese momento en adelante, son bautizados en Cristo y están en Cristo. La muerte de Cristo llega a ser su muerte, la resurrección de Cristo llega a ser su resurrección, y la experiencia de Cristo viene a ser su experiencia debido a que han sido identificados con Cristo.
Ahora pasaremos a considerar la segunda María. La primera María está relacionada con el nacimiento de Cristo, mientras que la segunda está relacionada con la muerte de Cristo. Todo aquel que desee permitir que Cristo nazca en él debe ser como la primera María. ¿A quién representa la primera María? A aquellos que aman a Dios al grado en que menosprecian su propia posición. El principio que Dios se hizo carne nos muestra que Él renunció a su posición. Si Dios se hubiera considerado a Sí mismo Dios, no se hubiese hecho carne ni hubiese entrado en el hombre. La razón por la cual Dios pudo hacerse carne era que se había despojado de Su propia posición. Por consiguiente, para que alguien pueda recibir a Dios dentro de sí, debe también estar dispuesto a renunciar a su posición. María renunció su posición como virgen y llegó a ser una mujer encinta. Si no fuera porque uno ama a Dios nadie estaría dispuesto a hacer esto. Todos aquellos que desean que Cristo entre en ellos deben igualmente estar dispuestos a renunciar a su posición.
La segunda María está relacionada con la muerte de Cristo. Muchos cristianos conocen acerca de la muerte del Señor, pero no entienden el significado de dicha muerte. En el Nuevo Testamento la muerte del Señor, o la cruz del Señor, es un tema sobresaliente. Pablo dijo que él se había propuesto no saber cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado (1 Co. 2:2). De un modo general, todo cristiano debería saber acerca de la muerte de Cristo, pero hasta el día de hoy son muy pocos los que verdaderamente la entienden. En los Evangelios el Señor les dijo a los discípulos repetidas veces que Él tenía que sufrir la muerte, pero ninguno de ellos escuchó, entendió o supo de lo que estaba hablando. Inmediatamente después de que el Señor les dijo a los discípulos que Él tenía que ir a Jerusalén para padecer la muerte y ser crucificado, los discípulos empezaron a discutir sobre quién de ellos sería el mayor.
La madre de los hijos de Zebedeo se acercó al Señor Jesús con sus dos hijos para hacerle una petición: que mandara que sus dos hijos se sentaran uno a Su derecha y otro a Su izquierda en Su reino. Ésta fue la respuesta de los discípulos después que escucharon acerca de la muerte del Señor. El Señor les preguntó: “¿Podéis beber la copa que Yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que Yo soy bautizado? [...] Pero el sentaros a Mi derecha o a Mi izquierda, no es Mío darlo, sino que es para quienes está preparado” (Mr. 10:38, 40). El bautismo con el cual el Señor sería bautizado era Su muerte, y la copa que Él bebería se refería al derramamiento de Su sangre. El Señor les dijo a los discípulos muchas cosas, pero ellos no las entendieron. ¿Por qué no pudieron entenderlas? Porque amaban la vanagloria, la posición, la reputación y ellos mismos en vez del Señor. Es imposible que los que se aman a sí mismos conozcan la muerte del Señor.
De entre todos los discípulos del Señor había una hermana, María de Betania, la cual era diferente de los demás. Mientras los demás discípulos se amaban a sí mismos y no al Señor, esta hermana no se amaba a sí misma, pero sí al Señor. Por consiguiente, ella pudo entender las palabras del Señor que los demás discípulos no pudieron entender. Ninguno de ellos escuchó las palabras del Señor en cuanto a Su muerte, pero ella sí las escuchó. Ninguno se dio cuenta de qué hora era, pero ella sí supo que dentro de pocos días el Señor sería entregado en manos de pecadores y moriría, y por consiguiente, aprovechó aquella oportunidad para derramar el ungüento sobre el Señor. Judas, el discípulo que amaba el dinero, la reprendió, diciendo: “¿Por qué no fue este ungüento vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?” (Jn. 12:5). Esta clase de persona no puede conocer al Señor. Si una persona siempre está regateando por un poco de dinero y calculando las cosas materiales, su amor acabará siendo reducido a nada por sus calculaciones. Una persona así no podrá conocer al Señor. María amó al Señor a tal grado que no hizo cuentas. Si uno lleva un libro de cuentas, no hay amor. Cuando uno ama de verdad, no hay contabilidad.
Judas es la única persona en todo el Nuevo Testamento que sabía de contabilidad. ¿Estaba María confundida? Por supuesto que no, era Judas quien estaba confundido. Unos días más tarde mientras Judas traicionaba al Señor Jesús, él regateó y pidió que le dieran treinta piezas de plata. Ese día debe haber sido influenciado por su práctica de llevar cuentas. Muchas veces cuando una persona tiene una mente muy lúcida y es muy buena para calcular las cosas, se le dificulta conocer la muerte de Cristo por cuanto no conoce lo preciosa y dulce que es la muerte de Cristo. Tampoco alcanza a comprender cuán grande es la salvación ni cuán gloriosa es la liberación que se obtiene a través de la muerte de Cristo. Debido a que no conoce la muerte de Cristo no tiene aprecio por ella.
Sin embargo, el Señor testificó de esta hermana, María, diciéndoles a los discípulos que no la molestaran pues lo que ella había hecho con Él era una buena obra. El Señor además les dijo que a los pobres siempre los tenían con ellos, y que siempre podían hacer buenas obras con ellos cuando quisiesen, pero que a Él no siempre lo tendrían. Lo que ella había hecho con el Señor no fue un desperdicio. Más aún, el Señor les dijo a los discípulos: “Dondequiera que se proclame el evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella” (Mr. 14:6-9). Éste puede considerarse el segundo evangelio, que es predicado simultáneamente con el amor del Señor al morir. El primer evangelio declara que el Señor Jesús murió por nosotros, y el segundo evangelio dice que nosotros hemos conocido y comprendido Su muerte.
Aquellos que no aman al Señor no pueden tener la experiencia descrita en Romanos 6. La experiencia que se nos describe en Romanos 6 es la experiencia de morir con Cristo. De entre los discípulos María era la única que fue configurada a la muerte de Cristo, pues tuvo la experiencia de morir con Él. De entre tantos seguidores, solamente María conoció, apreció, experimentó y gustó de manera anticipada la muerte de Cristo. ¿Por qué es éste el caso? Porque ella era María, y María nos habla del hecho de amar al Señor. Únicamente aquellos que aman al Señor le permitirán a Él nacer en ellos; únicamente aquellos que aman al Señor conocerán la muerte del Señor; y únicamente aquellos que aman al Señor podrán conocer Su resurrección.
María fue también otra que experimentó la resurrección del Señor. Muchos de los que siguieron al Señor no le amaban, pues se marcharon a sus casas después de que vieron que el Señor murió y fue sepultado. Sin embargo, había una mujer entre ellos, María, quien vino a la tumba de madrugada el día en que el Señor resucitó, siendo aún oscuro. ¿No sabía ella que el Señor estaba en la tumba? Claro que sí. ¿Por qué entonces fue allí? Porque amaba al Señor. Ella pensaba que aun cuando no pudiera ver al Señor, al menos sería muy dulce poder ver su tumba. María fue la primera en descubrir que la piedra del sepulcro del Señor había sido quitada. Los sepulcros de los judíos eran cuevas que hacían en un monte, en las cuales acomodaban a los muertos. Cuando María vio que la piedra había sido quitada de la tumba, fue a los discípulos corriendo para decirles que alguien se había llevado al Señor del sepulcro. Entonces Pedro y Juan corrieron a la tumba, pero al no ver allí el cuerpo del Señor, volvieron a sus casas. María fue la única que se quedó llorando afuera, junto al sepulcro (Jn. 20:1-11).
Una persona que verdaderamente ama al Señor lo amará a tal grado que no le importará su posición ni se pondrá a contar el costo. De hecho, el amor que no nos hace sentir confundidos no es el verdadero amor. El amor que muchos santos sienten por el Señor es muy claro, comprensible y calmado, y en consecuencia, no reciben la verdadera luz. Cuando los dos discípulos vieron que el Señor no estaba en la tumba, se marcharon porque interiormente estaban muy calmados y entendieron todo con claridad. Sin embargo, María se quedó allí llorando. Mientras lloraba, vinieron la luz y la revelación, pues primero vio a dos ángeles y luego al Señor Jesús. El Señor le preguntó por qué lloraba, y ella, pensando que era el hortelano, le dijo: “Señor, si Tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré” (vs. 11-15).
Fue en ese momento que Jesús le dijo: “¡María!”. Cuando ella escuchó esta voz, de inmediato supo que era el Señor. Mientras el Señor estuvo en la tierra, Él la había llamado con esa misma voz. La palabra del Señor Jesús era muy preciosa y amada para ella. Él dijo: “No me toques, porque aún no he subido a Mi Padre; mas ve a Mis hermanos, y diles: Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios” (vs. 16-17). En principio, la resurrección del Señor no debió haber sido vista por nadie, pero debido a que María fue tan ferviente en su búsqueda del Señor, Él tuvo que aparecérsele primero a ella.
Muchos cristianos citan Romanos 9:16, que dice: “Así que no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”. Muchos de los que citan este versículo son personas ociosas y negligentes, pues todos los que realmente conocen al Señor, le buscan con resolución. María fue la única que se levantó tan temprano cuando aún era muy oscuro. No debemos pensar que esto fue algo fácil, pues en aquel tiempo las mujeres judías debían permanecer en casa. Debió haber sido muy peligroso para ella correr al sepulcro tan de madrugada. Si algo malo le hubiese pasado ese día, los hermanos habrían dicho que ella se había quedado sin protección por no haberse sujetado a la autoridad. Dios permitirá que únicamente aquellos que le aman conozcan Su nacimiento, Su muerte y Su resurrección. Sólo esta clase de personas puede experimentar a Cristo y conocerle. Únicamente una “María” puede conocer la muerte del Señor y experimentar Su resurrección.