
Lectura bíblica: He. 1:3; Jn. 17:5; 1:4, 21-24; Fil. 2:15-16; 1:20-21; Col. 1:27
Hemos hablado sobre la incomparabilidad y la trascendencia de Cristo; veamos ahora lo que es la gloria de Cristo. La palabra gloria tiene un significado muy especial en la Biblia, un significado que el lenguaje humano no lo puede explicar con claridad. Algunos chinos piensan que uno ha sido “glorificado” cuando ha conseguido una posición social distinguida o cuando se ha convertido en una persona rica que vive en una casa lujosa. Sin embargo este entendimiento no refleja el significado bíblico, y mucho menos el significado de la palabra jung yao, en el idioma chino. Dicha palabra en chino se compone de dos caracteres: jung y yao. El primero de ellos contiene dos radicales que significan “fuego”, y el segundo contiene un radical que significa “luz”. Cuando dos fuegos arden intensamente y emiten luz, eso es jung yao, o sea, gloria.
Sin embargo, la “gloria” que se menciona en la Biblia se refiere a Dios mismo, a la expresión del resplandor de Dios, a la expresión de Dios mismo. Dios está oculto y es invisible, pero cuando Dios manifiesta Su esplendor, Él se hace visible. Usemos la ilustración de la electricidad. La electricidad es algo que no es visible a simple vista. Estrictamente hablando, hasta el día de hoy nadie ha visto lo que es la electricidad. Aunque la electricidad es invisible, la luz que emiten las lámparas eléctricas es el resplandor de la electricidad, o sea, que la luz emitida por ellas es el resplandor de la electricidad, y el resplandor en sí de la electricidad es la gloria de la electricidad. Podríamos decir que cuando las lámparas eléctricas emiten luz, la electricidad es “glorificada”. Hoy en día se ha hecho muy común el uso de las luces eléctricas, y ya no consideramos la electricidad como algo maravilloso. Sin embargo, si jamás hubiésemos usado luces eléctricas y de repente las viéramos encenderse en un cuarto oscuro, ciertamente diríamos que el cuarto se ha llenado de gloria. La luz se halla oculta dentro de la electricidad, pero cuando esta luz escondida se expresa, eso es gloria. La gloria de Dios es la expresión de Dios. Cuando Dios no se expresa, Él está oculto, pero cuando Él se expresa, allí está la gloria. En el Antiguo Testamento vemos que en Génesis 12 Dios se le apareció a Abraham y habló con él. En el Nuevo Testamento, se hace referencia a este evento en Hechos donde se nos dice que el Dios de la gloria se le apareció a Abraham (7:2).
Según la definición bíblica, la gloria no es obtener una alta posición social o acumular una gran fortuna, sino que la gloria es Dios mismo que se manifiesta en nosotros. Por ejemplo, supongamos que llego a la casa de una pareja de casados a fin de tener comunión con ellos. Pero antes de llamar a la puerta escucho a ambos discutiendo; y cuando el esposo me abre la puerta, veo a su mujer llorando. Esta situación ciertamente no es nada gloriosa, pues es como si una bombilla se hubiera fundido y ya no puede encenderse. Pero supongamos que cuando el esposo me abre la puerta, veo a su esposa orando con la cabeza cubierta y percibo en el marido un espíritu de oración; dicha escena aunque no manifieste cierto esplendor visible, no obstante, está llena del resplandor del Señor. Interiormente diría que esa situación es verdaderamente gloriosa porque veo a Dios expresado en esa pareja.
Hebreos 1:3 es un versículo muy difícil de explicar, pues dicho versículo nos dice que Cristo es el resplandor de la gloria de Dios. Usemos este ejemplo para facilitar nuestra explicación: durante el día podemos ver el Sol, pero hablando con propiedad, lo que realmente vemos no es el Sol, sino su resplandor. El hecho de que Cristo es el resplandor de la gloria de Dios significa que no es a Dios mismo a quien vemos, así como no vemos el sol, sino que vemos el resplandor de la gloria de Dios, quien es Jesucristo. Es decir, Jesucristo es el resplandor de la gloria de Dios. Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, las personas se quedaban maravilladas por las palabras que Él decía, y se preguntaban: “¿De dónde vino este hombre? ¿Cómo puede hablar tales cosas?”. También durante Su estancia en la tierra, el Señor Jesús hizo muchas cosas maravillosas que a muchas personas les resultaron difíciles de entender. Ellas vieron a un simple galileo, a Jesús, y se preguntaban cómo podía Él hacer cosas tan grandiosas y maravillosas, y quien era realmente Jesús. No obstante, la Biblia nos dice explícitamente que Él es el resplandor de la gloria de Dios.
Yo he estudiado la Biblia y estoy totalmente convencido de que este Jesús, según la profecía de Isaías, creció como renuevo delante de Dios y como raíz de tierra seca; además no había parecer en Él, ni hermosura ni atractivo para que la gente lo deseara. Fue despreciado y desechado entre los hombres; por cuanto Su rostro y Su forma se hallaban desfigurados. Sin embargo, en este hombre, quien vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, se hallaba oculta la gloria de Dios. En una ocasión, Él tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó aparte a un monte alto, y súbitamente se transfiguró delante de ellos, y Su rostro resplandeció como el sol y Sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En otras palabras, todo Su ser brillaba en forma resplandeciente, lo cual quiere decir que la gloria que se hallaba oculta dentro de Él fue expresada externamente.
Los tres discípulos vieron a Jesús el nazareno manifestarse en la gloria de Dios, es decir, la gloria de Dios se manifestó completamente por medio de Jesús. Por eso no solamente Pedro nos testifica en su epístola que ellos fueron testigos oculares de Su gloria en el monte santo (2 P. 1:16-18), sino también Juan nos dice en su Evangelio que “en el principio era el Verbo ... y el Verbo era Dios ... Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), lleno de gracia y realidad” (Jn. 1:1, 14).
Cuando las personas del mundo pasan por situaciones difíciles se acongojan y se deprimen; sin embargo, nosotros los creyentes, cuando sufrimos persecuciones y pasamos por dificultades, aun podemos exclamar gozosamente: ¡Aleluya! Esto se debe a que nosotros no solamente amamos al Señor, sino que también estamos llenos de Él. Por estar llenos del Señor, Él rebosa desde nuestro interior. Este rebosar es gloria.
Colosenses 1:27 nos dice: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. El Cristo dentro de nosotros es gloria, pero esta gloria se halla oculta. En la primera línea de la primera estrofa de Himnos, #177 dice: “Vive en mí, Señor, Tu vida”, y en la segunda estrofa dice:
Consagrado está Tu templo, Ya purgado de maldad; Que la llama de Tu gloria Brille en mí con claridad.
Este himno nos declara que Cristo se halla oculto en nosotros y está en espera de ser manifestado.
Pese a que Cristo se halla oculto en nosotros, Su gloria no siempre permanece encubierta, pues a veces se manifiesta abiertamente. Sé que algunos padres, especialmente en las familias chinas que han aceptado la ideología de Confucio y Mencio, se oponen rotundamente a que sus hijos se hagan cristianos, porque piensan que creer en Jesús significa aceptar una religión extranjera, lo cual no es nada glorioso, sino más bien, es una vergüenza para todos sus antepasados por tres generaciones. Esta es la razón por la cual los padres se oponen a que sus hijos crean en el Señor Jesús. Hoy día tenemos aquí entre nosotros un hermano que creyó en el Señor y que fue salvo bajo esas circunstancias. Este hermano fue salvo cuando era un estudiante de secundaria. Antes de ser salvo, él era un adolescente muy travieso, pero después de su conversión su vida cambió por completo. Cuando la gente le reprendía, este hermano permanecía afable para con los demás, y cuando sus padres le azotaban por haber creído en el Señor, sumisamente él se iba a su cuarto y se arrodillaba al lado de su cama para orar al Señor. Una y otra vez el Señor continuamente manifestaba Su gloria en él, quien una vez había sido un adolescente muy inquieto. Finalmente, esto conmovió tanto a sus padres que ellos también acabaron por creer en el Señor. Al principio son muchos los padres que se oponen a que sus hijos crean en el Señor; no obstante, ellos mismos finalmente terminan creyendo en el Señor. ¡Aleluya! Es casi imposible encontrar una familia en la que los padres no siguieran la fe de sus hijos y creyeran en el Señor. Todos los que son verdaderamente salvos manifiestan en ellos la gloria del Señor Jesús; esto quiere decir que el Dios invisible es expresado mediante estas personas.
Juan 17:5 dice: “Ahora pues, Padre, glorifícame Tú junto contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. Este versículo nos dice que en la eternidad pasada el Señor Jesús gozaba de la misma gloria que Dios. No es fácil explicar este versículo porque no estuvimos presentes allí, ni tampoco sabemos cómo fue aquello. Pero todos sabemos que Juan 17 es la oración que el Señor Jesús pronunció antes de Su crucifixión. Después de haber ofrecido esta oración, el Señor se dirigió esa misma noche al huerto de Getsemaní donde fue traicionado, arrestado y juzgado; al día siguiente, fue condenado a muerte en la cruz. Por lo tanto, esta oración encierra un significado muy crítico y profundo. Aunque usted la leyera varias veces, me temo que no llegaría a entender todas sus implicaciones; ello se debe a que el Señor Jesús dedicó esta oración directamente a Dios y no a nosotros. Por eso no le preocupó que nosotros la entendiésemos o no. El Señor Jesús no oró pidiendo: “Padre concédeme tener gloria junto contigo”, sino que dijo: “Padre, glorifícame Tú junto contigo...”. No se trata de tener o no tener gloria, sino de gozar de ella y disfrutarla. No es que el Señor Jesús no tuviese esa gloria, ya que cuando pronunció esta oración, dicha gloria ya estaba con Él, mas no disfrutaba de ella. Antes de que el mundo fuese, antes del comienzo del tiempo, el Señor Jesús ya tenía esta gloria junto con el Padre. Esta gloria también estaba con Él cuando vivía en la tierra, pero no la disfrutaba todavía. Por eso en Juan 17 Él oró: “Padre, glorifícame Tú junto contigo, pues ha llegado la hora en que Tú deseas que Yo disfrute de esta gloria”.
¿Qué significado encierra que el Señor Jesús tenga la gloria de Dios? Y ¿cómo fue glorificado junto con el Padre? No es fácil contestar a estas preguntas. Por lo tanto, debemos considerarlas basándonos en el contexto presentado en Juan 17:5. La primera parte de la oración que el Señor Jesús pronunció en el versículo 1 dice: “Padre ... glorifica a Tu Hijo”, y la segunda parte dice: “para que Tu Hijo te glorifique a Ti”. Aquí no se nos dice que el Señor Jesús le rogó al Padre que lo elevara al trono a fin de exaltarlo y de esta manera, fuese glorificado, sino que dice: “Glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti”. El Padre glorificó al Hijo, y en dicha gloria el Hijo glorificó al Padre. Luego en el versículo 2, que es sumamente precioso, se nos dice: “Como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste”. El Padre le dio al Señor Jesús potestad sobre toda carne. El Señor Jesús no sólo es el Señor de todas las cosas, sino también el Señor de toda la humanidad. Él tiene potestad sobre toda persona con el propósito único de dar vida eterna a los que le han sido dados por Dios el Padre, esto es, aquellos que han sido predestinados y escogidos en la eternidad. ¡Aleluya! Todos los que creemos en el Señor somos aquellos que han sido dados al Señor Jesús por Dios el Padre. Dios nos ha dado a cada uno de nosotros al Señor; y entonces a nosotros el Señor nos da vida eterna.
El versículo 3 dice: “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo”. El Señor Jesús añadió a Su oración esta nota, para decirnos lo que es la vida eterna. Ésta es la vida eterna: que conozcamos al único Dios verdadero y a quien Él ha enviado, Jesucristo. Hoy día el tener o no tener vida eterna dependerá completamente de que usted conozca al único Dios verdadero y a quien Él envió, Jesucristo. Si usted dice: “Alabo al Señor y le agradezco porque conozco al único Dios verdadero y porque conozco también a Jesucristo, a quien Dios envió”, eso quiere decir que usted tiene vida eterna dentro de usted. Todos podemos testificar esto: cuando creímos en este único Dios verdadero y en Jesucristo, quien es Aquel que Dios envió, recibimos en nuestro ser algo que es viviente, algo que nos vivificó interiormente. Esta entidad viviente es la vida eterna.
El versículo 4 dice: “Yo te he glorificado en la tierra, acabando la obra que me diste que hiciese”. Esta es la clave para entender estos versículos. ¿Qué obra Dios encomendó que hiciera Su Hijo, el Señor Jesús? Dios deseaba que el Señor Jesús realizara una sola obra, una única obra, y esta es, que el Señor viviese a Dios manifestándolo en la tierra. Nadie jamás ha visto a Dios; mas el Unigénito de Dios vino a vivir entre los hombres y Él les declaró a Dios; Él lo dio a conocer. Dar a conocer a Dios significa glorificarle a Él. En otras palabras, dar a conocer a Dios es la definición de glorificar a Dios; por lo tanto, glorificar a Dios es expresar a Dios.
Cuando el Señor Jesús oró esta oración, Él sabía que esa sería la última noche de sus treinta y tres años y medio de vida en la tierra, pues Su crucifixión era inminente, la cual habría de ser no sólo un gran sufrimiento para Él, sino también una gran vergüenza a los ojos de los hombres. Sin embargo, el Señor sabía que Su muerte sería como el grano de trigo que es sembrado en la tierra. Si el grano de trigo no muere al ser sembrado, nunca podrá llevar mucho fruto. Asimismo, el Señor Jesús tenía que ser sepultado en la tierra y morir como un grano de trigo. Aparentemente esa muerte constituía una vergüenza y un sufrimiento, pero en realidad Su muerte era una liberación gloriosa. Así como dentro del cascarón del grano de trigo se halla oculta la vida y todas las riquezas de ella, así también el cuerpo físico del Señor Jesús era un cascarón que escondía en su interior la vida divina junto con sus riquezas. Por lo tanto, Su cascarón tenía que ser sepultado en la tierra y morir a fin de que la vida que se hallaba oculta en el cascarón fuese liberada. Una vez que un grano de trigo es enterrado en la tierra y muere, de él brotará un retoño con tallo y hojas el cual florecerá dando como fruto las espigas. Y cuando el grano se multiplica dando fruto uno a treinta, otro a sesenta y otro a ciento por uno, eso es su glorificación.
El Señor Jesús era como ese grano de trigo, pues Su carne era como el cascarón de la semilla, en cuyo interior estaba Dios. No obstante, este Dios no podía ser expresado porque estaba oculto en el cascarón. Por lo tanto, era necesario introducir al Señor Jesús en la muerte, a fin de que por medio de la muerte y la resurrección Él pudiese ser liberado y que Dios, quien estaba en Él, pudiese ser expresado y glorificado. Ésta es la razón por la cual Él oró: “Padre glorifica a Tu Hijo”. Es decir, en esta oración el Señor simplemente le estaba pidiendo al Padre ¡qué lo pusiese a muerte! Es como si una semilla estuviese rogándole a su amo: “¡Amo! No tengas tan alto concepto de mí; no me elogies, ni tampoco deseo que me pongas en el pedestal para ser exhibido. Por favor, ¡plántame en la tierra! Una vez que me plantes en la tierra, seré glorificado”. La oración Padre glorifica a Tu Hijo da a entender que el Señor le pedía al Padre que lo introdujese en la muerte a fin de que Él pasase por ella y fuese resucitado. Después de la muerte y la resurrección del Hijo, el Padre sería manifestado, y así el Hijo también sería glorificado. Más aún, en la glorificación del Hijo, el Padre también sería glorificado.
El hecho de que el Padre sea glorificado en la glorificación de Su Hijo Jesús es algo que está estrechamente ligado con la vida divina. De entre los millones de personas que existieron hace dos mil años, el Señor Jesús fue el único que tenía la vida y la naturaleza divinas dentro de Él con el propósito de expresar a Dios. El énfasis dado a la vida y la naturaleza divinas no es tanto en capacitarnos para hacer obras, sino en capacitarnos para vivir y expresar la vida que se halla en nosotros. Si usted es chino y posee la vida y la naturaleza de un chino, espontáneamente expresará unas características que son propias de un chino. Si usted es japonés y tiene la vida y la naturaleza japonesas, entonces usted expresará los rasgos característicos de un japonés. En otras palabras, lo que usted exprese dependerá de la vida y la naturaleza que tenga en su ser. El Señor Jesús tenía en Su interior la vida y la naturaleza de Dios, y no le fue necesario hacer cosa alguna, sino que simplemente vivía a Dios y le expresaba en Su vivir. Sin embargo, en ese tiempo Dios aún se hallaba oculto en la carne del Señor Jesús y, por lo tanto, era imprescindible que el Señor quebrantase Su carne por medio de la muerte, tal como una semilla tiene que ser plantada en la tierra a fin de que la vida que está encerrada en ella quebrante la cáscara y pueda ser liberada. Eso es gloria. Por consiguiente, el Señor Jesús oró al Padre Dios pidiendo que lo pusiese en la tierra de muerte y que lo resucitara de entre los muertos. De esta manera el Padre Dios sería liberado del interior del Señor Jesús, y la vida y naturaleza del Padre Dios serían manifestadas, lo cual es la glorificación del Hijo por el Padre.
Debido a que el Señor Jesús tiene en Él la vida y la naturaleza divinas, Él también puede dar esta vida y naturaleza a aquellos que Dios escogió, predestinó y dio a Él. En otras palabras, así como el Señor Jesús tiene la vida y la naturaleza divinas para expresar a Dios, nosotros, los que fuimos escogidos por Dios y dados al Señor Jesús, también tenemos la vida y la naturaleza divinas para la expresión de Dios. Debido a que el Señor Jesús nos ha dado la vida eterna que se halla en Él, todos nosotros tenemos la vida y la naturaleza de Dios. Según la Biblia, la meta de haber creído en el Señor no consiste en solamente recibir el perdón de los pecados, sino que es mucho más que eso: consiste en obtener la vida eterna. El perdón de los pecados es solamente el procedimiento; no es la meta. Sin embargo, a menos que seamos perdonados de nuestros pecados, Dios no podrá darnos Su vida eterna. Cuando esta vida eterna entra en nosotros, tenemos una unión orgánica con Cristo. Nada que carezca de vida puede tener una unión orgánica con nosotros, o sea, que sólo las cosas vivientes, las cosas que poseen vida pueden entrar en una unión orgánica con nosotros. Si una piedra entra en nuestro estómago, ésta permanecerá allí tal como es, porque no tiene vida. Sin embargo, si ingerimos alimentos orgánicos como pescados, carnes o frutas, estos serán asimilados por nuestro cuerpo y entrarán en una unión orgánica con nosotros, y finalmente llegarán a ser nosotros mismos.
El Señor Jesús dijo que Él no sólo era el pan de vida, sino que también era el pan vivo, lo cual quiere decir que cuando nosotros lo ingerimos, este pan continúa viviendo en nosotros. El Señor Jesús está lleno del suministro orgánico, y cuando le recibimos en nuestro ser, Él con Sus funciones y operaciones orgánicas, vive y se mueve dentro de nosotros. Así es cómo el Señor nos da la vida eterna, la cual se halla en Él.
Cristo es viviente; Él es el Espíritu, y está en la Palabra. Es mediante nuestra predicación que Él se infunde en otros. Cuando Cristo entra en nosotros, los que hemos sido escogidos por Dios, Él nos imparte la vida eterna. De esta manera llegamos a ser la multiplicación y el agrandamiento de Cristo. Esta multiplicación y agrandamiento son gloria.
La oración registrada en Juan 17:21-24 es muy misteriosa, y contiene muchas veces la preposición en: “Tú, Padre, estás en Mí”, “Yo en Ti”, “que también ellos estén en Nosotros”, y “Yo en ellos”. Al final es difícil saber exactamente quién está en quién. Todos nosotros, los que hemos creído en el Señor, estamos en Dios y también estamos en el Señor Jesús. Dios está en el Señor Jesús; el Señor Jesús también está en Dios; y nosotros estamos en Ellos. En el versículo 22 el Señor dice: “La gloria que me diste, Yo les he dado”. Esta gloria es simplemente la vida y la naturaleza de Dios para la expresión de Dios. Los incrédulos no tienen esta gloria; mas nosotros, los que hemos creído en Cristo, somos los únicos que tenemos esta gloria. Debido a que el Señor Jesús tiene en Su interior la vida y la naturaleza divinas, cuando nosotros creemos en Él, Él imparte en nuestro ser Su vida y Su naturaleza; por lo tanto, todos tenemos esta gloria. En el versículo 23 el Señor añade: “Yo en ellos, y Tú en Mí”. Nótese que el orden que se registra aquí es distinto. Anteriormente teníamos al Padre en el Hijo y al Hijo en el Padre, para que todos los creyentes estuviesen en el Padre y en el Hijo. Luego el Señor dijo que Él había dado a los creyentes la gloria que el Padre le dio a Él, o sea, que Él había impartido a los creyentes la vida y la naturaleza del Padre, dando como resultado que Él esté en ellos. Después de decir esto, el Señor concluyó diciendo que Él está en nosotros, y que el Padre está en Él.
El versículo 24 dice: “Padre, en cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también ellos estén conmigo”. ¿A qué lugar se refiere la palabra donde? La respuesta “tradicional” dada por la mayoría de los cristianos es que ese “donde” se refiere al cielo. Ellos dicen que después de morir el Señor resucitó y ascendió al cielo, y es por eso que Él oró al Padre para que los millones de personas que le fueron dados a Él también fuesen llevados al cielo. Como Él está en el cielo, entonces todos deberían ir al cielo. Esta es la enseñanza tradicional del cristianismo. Sin embargo, aquí la Biblia revela que ese “donde” no se refiere al cielo, sino a estar en Dios. A eso se debe que el Señor Jesús nos diga en Juan 14:6: “Yo soy el camino ... nadie viene al Padre, sino por Mí”. El Señor no dijo “nadie va al cielo”, sino “nadie va al Padre sino por Él”. El pensamiento del Señor en Juan del 14 al 17 no es el de ir al cielo; lo que Él deseaba en Su corazón era introducir a los creyentes en el Padre, así como Él está en el Padre.
Según la revelación presentada en la Biblia, aquí la oración del Señor Jesús nos dice que Él está en el Padre y que Él tiene la vida y la naturaleza del Padre para expresar al Padre. Ahora Su oración es pedirle al Padre que lo siembre en la tierra de la muerte y lo resucite a fin de liberar la vida del Padre y así poder entrar en aquellos que han creído en Él. Una vez que la vida y la naturaleza eternas entran en los creyentes, ellos estarán en el Padre tal como Él está en el Padre. Los creyentes estarán con El dónde Él está. ¿Dónde está el Señor? El Señor está en el Padre. ¿Dónde están los creyentes? Ellos también están en el Padre. Originalmente no estábamos en el Padre, pero ahora sí lo estamos. Debido a que el Señor Jesús ha puesto la vida y naturaleza eternas dentro de nosotros, ahora tenemos en nuestro ser la vida y la naturaleza del Padre Dios. Esto es lo que quiere decir que el Padre está en nosotros, y nosotros en el Padre. De esta manera, así como es el Señor Jesús, así también somos nosotros; dondequiera que está Él, allí también estamos nosotros. El Señor Jesús está en el Padre, y nosotros también estamos en el Padre. El Padre está en Él y el Padre también esta en nosotros. El Señor Jesús tiene la vida y la naturaleza divinas, y nosotros también tenemos la vida y la naturaleza divinas. Por eso el Señor Jesús finalmente dijo: “Para que vean Mi gloria que Me has dado” (17:24). La gloria que Dios le dio al Señor Jesús es la vida y la naturaleza divinas para la expresión de Dios. Antes de ser salvos no teníamos esto, pero ahora que somos salvos, hemos obtenido la vida y la naturaleza divinas para expresar a Dios. Es en esta expresión que vemos la gloria que el Padre le dio al Señor, la gloria que disfrutamos día tras día.
Todos los que hemos sido salvos, tenemos la vida y la naturaleza divinas para expresar a Dios. Además, somos lámparas luminosas en medio de una generación torcida y perversa, donde resplandecemos como luminares, enarbolando la palabra de vida (Fil. 2:15-16). Todos los que tenemos la vida y la naturaleza divinas somos hijos de Dios sin mancha en medio de esta generación torcida y perversa, en medio de la cual resplandecemos como luminares en este mundo oscuro enarbolando la palabra de vida. Este es el Señor Jesús que está siendo glorificado desde nuestro interior.
Tal como dije anteriormente, después de ser salvos muchos jóvenes se han convertido en luminares del Señor Jesús que resplandecen en la presencia de sus padres y de sus parientes y que inconsciente e involuntariamente enarbolan la palabra de vida, quien es el Señor Jesús mismo. Este es Cristo que se glorifica en ellos.
Pablo escribió el libro de Filipenses cuando se hallaba encarcelado y a ello se debe que él dijese: “Conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo” (1:20-21). ¿Qué quiere decir que Cristo sea magnificado en nuestros cuerpos? Pablo no solamente tenía en su interior a Cristo como su vida y su naturaleza, sino que más aún expresaba a Cristo externamente en su vivir. Por lo tanto, cuando Pablo estaba a punto de ser martirizado, él seguía manifestando la grandeza ilimitada de Cristo, y así la gloria de Dios fue expresada en forma grandiosa en su cuerpo. Éste era Cristo que estaba siendo magnificado en su cuerpo.
En Colosenses 1:27 Pablo dice que hay un misterio en nuestro ser, y éste es Cristo en nosotros. Verdaderamente es un misterio que Cristo esté en nosotros; es por eso que muchas veces ya no nos enojamos en absoluto aun cuando la gente nos injuria; antes bien, estamos contentos y llenos de gozo. Esto es realmente una historia misteriosa, de hecho esta historia es el Señor Jesús como la vida eterna. Este misterio en nosotros es Jesucristo como nuestra esperanza de gloria. Cuando Cristo regrese, Él estará en la gloria, y Él nos transfigurará y nos introducirá en la gloria. Esa será nuestra glorificación junto con Él. “Este misterio ... es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”.