
Lectura bíblica: Jn. 1:14, 16; Col. 2:9; Ef. 1:22-23; 3:17-19; 4:11-13
En el último capítulo hemos hablado sobre las riquezas de Cristo. Ahora veamos lo que es la plenitud de Cristo. Si disfrutamos de las riquezas de Cristo, llegaremos a ser la plenitud de Cristo. Podríamos afirmar que la plenitud de Cristo es el tema más profundo del Nuevo Testamento, y su profundidad radica en que las riquezas de Cristo llegan a ser la plenitud de Cristo. Son muchas las personas que no entienden cómo las riquezas de Cristo pueden llegar a ser la plenitud de Cristo, y también son muchos los que ni siquiera distinguen claramente entre las riquezas de Cristo y la plenitud de Cristo.
Permítanme darles un ejemplo a manera de ilustración. Supongamos que en una mano tengo un vaso vacío y en la otra una jarra llena de agua. Puesto que el vaso no tiene nada de agua, es un vaso vacío; en cambio, la jarra está llena de agua, por lo cual podemos decir que ella es rica en agua. Yo podría verter en el vaso el agua que está en la jarra y podría llenar el vaso y seguir llenándolo hasta que el agua rebose. Entonces podríamos decir que este desbordamiento del agua es la plenitud, la expresión. Entonces, aquella fuente rica en agua se habrá convertido en la expresión desbordante de las corrientes de agua. En esto consiste la plenitud: abarca desde las riquezas hasta el desbordamiento y la expresión de dichas riquezas.
La “plenitud” a la que se refiere el Nuevo Testamento es la que procede de las riquezas de Cristo, la cual tiene como fin la expresión de Dios. Las riquezas son la fuente de esta plenitud. El suministro continuo de las riquezas es la fuente que produce la plenitud como la expresión de dichas riquezas. Por tanto, las riquezas son la fuente y la plenitud es el resultado de dichas riquezas.
Después de haber estudiado la historia del cristianismo y las obras que han publicado, nos hemos dado cuenta de que casi nadie ha hablado sobre las riquezas de Cristo y la plenitud de Cristo, las cuales son dos expresiones que aparecen claramente en la Biblia. En Efesios 3:8, que es el único versículo de la Biblia que menciona las riquezas de Cristo, Pablo nos dice: “A mí ... me fue dada esta gracia de anunciar a los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”. Por otro lado, la palabra plenitud, que aparece numerosas veces, es mencionada por primera vez en Juan 1:14: “Y el Verbo se hizo carne y fijo tabernáculo entre nosotros ... lleno de gracia y de realidad”. Aquí la palabra lleno es un adjetivo de la palabra plenitud. En el versículo 16 se nos dice: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. Aquí la palabra plenitud implica las riquezas de Cristo. ¿Por qué Juan usa plenitud en vez de riquezas? Porque estaba refiriéndose al Dios que se encarnó y que, por tanto, tenía una expresión, es decir, la expresión de Sus riquezas. Cuando Dios se encarnó trajo consigo estas riquezas, las cuales son la expresión de Sí mismo, a fin de que nosotros las recibiéramos. Si le recibimos a Él como la expresión de Dios, entonces recibimos Sus riquezas. Esto es lo que quiere decir cuando Juan nos dijo “porque de Su plenitud recibimos todos”. Por tanto, el Cristo encarnado es la expresión de las riquezas de Dios y la plenitud de Dios. Cuando recibimos a Cristo, recibimos la plenitud de Dios, ya que toda la plenitud de Dios habita en Cristo corporalmente (Col. 2:9).
El Evangelio de Juan es un libro que profundiza en las verdades bíblicas, pues en él se nos dice que Jesús el nazareno no sólo es nuestro Señor, sino que Él también es el Dios que se encarnó. El Verbo, que era Dios, se hizo carne, lo cual quiere decir que Dios se hizo hombre, y dicho hombre es nuestro Señor Jesús. Nuestro Dios no sólo es el misterio del universo, sino también el centro de todos los misterios. Un día, este Dios misterioso entró por medio de Su Espíritu en el vientre de una virgen para nacer de ella, y fue llamado Jesús. Fue de esta manera que Dios llegó a ser un hombre. Él era el único Dios verdadero; no obstante, Él se hizo carne y se vistió de humanidad para llegar a ser un hombre real. Como hombre Él fue tentado en todo igual que nosotros, pero sin pecado (He. 4:15). Cuando este Dios-hombre vino, era el Señor Jesús quien vino, y Su venida trajo gracia y realidad.
Antes de que viniera el Señor Jesús, ya existía todo aquello que había en el universo –los cielos, la tierra y el hombre–, y ya en el Antiguo Testamento existían numerosas promesas, siendo la primera de ellas que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente (Gn. 3:15). También ya existían en el Antiguo Testamento numerosas profecías, tales como Isaías 7:14, en la cual se nos dice que una virgen concebiría y daría a luz un hijo. La simiente de esta mujer sería el Salvador del linaje humano, tipificado en Éxodo por el cordero que el pueblo de Dios ofreció para la redención de sus pecados. Además, en el Antiguo Testamento se menciona el tipo del tabernáculo, el cual fue el medio que hizo posible que Dios se reuniera con el hombre; el tabernáculo era el centro en torno al cual se reunieron. Sin embargo, todo aquello que existía en aquel entonces en el universo y todo los tipos presentes en la Biblia eran simplemente una sombra; no eran la realidad misma. Por esta razón, sin Dios, los cielos y la tierra son vanos; sin Dios, incluso el hombre mismo es vano; asimismo, sin Él, el cordero, el tabernáculo y las ofrendas son meras sombras vacías. Por tanto, no debería sorprendernos que el Antiguo Testamento use tan pocas veces la palabra gracia, y que cuando lo hace, su significado no sea muy claro. Hablando con propiedad, antes de que naciera el Señor Jesús, no había gracia ni realidad en el universo porque Él, quien es gracia y realidad, aún no había venido. Es por eso que Juan 1:17 dice que la ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo. Antes que el Señor Jesús viniera, aún no había ni gracia ni realidad, pero una vez que el Señor Jesús vino, la gracia y la realidad vinieron por medio de Él. Esto se debe a que Él es la gracia y la realidad.
Antes de que naciera el Señor Jesús, no había realidad ni gracia en la tierra; todo cuanto existía en la tierra era meramente un tipo o una sombra. No fue sino hasta que el Señor Jesús se encarnó que hubo gracia y realidad en la tierra; de hecho, Él era la gracia y la realidad. La gracia es Dios en Cristo como nuestro deleite. Juan 3:16 nos dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito”. Dios nos ha dado a Su Hijo gratuitamente como un don, y esto es gracia. La gracia no consiste, como muchos piensan, en obtener una posición social muy elevada, ni recibir grandes ingresos, ni tampoco ser dueño de una hermosa mansión. La gracia tampoco consiste en disfrutar de la compañía de muchos hijos e hijas, y tener muchos nietos y biznietos. Según Pablo, tales cosas no son la gracia. Pablo nos dijo que por causa de la excelencia del conocimiento de Cristo, él había estimado toda persona, todo asunto y toda cosa como basura, y consideraba únicamente a Cristo como Aquel que es excelente (Fil. 3:8). Este excelente Cristo es la gracia. Cuando el hombre obtiene gracia, eso es realidad. Puesto que nosotros hemos obtenido a Dios y a Cristo, hemos obtenido la vida divina y la realidad de la vida. Cristo no sólo es la vida misma, sino también la realidad de dicha vida. Si no tenemos a Cristo, para nosotros la vida sería únicamente un término carente de realidad; pero si tenemos a Cristo, no sólo poseeremos la vida divina misma sino también la realidad de ésta vida. Así que, la gracia es el Cristo que disfrutamos gratuitamente, y la realidad es el Cristo que hemos obtenido.
Basados en Juan 1:16, podemos afirmar que la plenitud de Cristo es el rebosamiento de la gracia y de la realidad. Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de realidad, y nosotros hemos recibido de Su plenitud, y gracia sobre gracia. No obtenemos esta plenitud de una vez por todas, sino que la recibimos gracia sobre gracia, continua y gradualmente. En griego, la frase gracia sobre gracia da a entender que la gracia es como las olas del mar, las cuales vienen incesantemente una tras otra. Desde el momento en que fuimos salvos recibimos la gracia y la realidad que provienen de la plenitud de Cristo, y seguiremos recibiendo dicha gracia y realidad hasta que crezcamos y lleguemos a ser hombres de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.
Dios se ha dado a Sí mismo a nosotros para ser nuestra gracia y realidad con miras a producir la iglesia. Juan 12:24 dice: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Este “mucho fruto” es compenetrado para formar un solo pan que es la iglesia. Dios se hizo carne y trajo gracia y realidad con el propósito de producir la iglesia. La iglesia no sólo tiene las riquezas de Cristo, sino que ella también es la plenitud de Cristo; la iglesia es el rebosamiento de las riquezas de Cristo, y dicho rebosamiento es Su expresión.
Génesis 1:27 dice que Dios creó al hombre y a la mujer según Su imagen. Sin embargo, cuando Dios creó al hombre del polvo de la tierra, en realidad Él creó solamente al varón, a Adán, y no a la mujer, Eva (2:7). Dios no creó dos personas. Después, al ver Dios que no era bueno que Adán estuviese solo, le hizo una mujer para que fuese su pareja. ¿Cómo creó Dios a la mujer? Dios hizo que Adán entrase en un sueño profundo y tomó una de sus costillas; de esa costilla edificó una mujer y la puso delante de Adán. En cuanto Adán la vio, dijo: “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne” (v. 23). Debido a que ambos se correspondían perfectamente el uno al otro, se unieron y llegaron a ser una sola carne. Esto demuestra que Eva procedió de Adán, por tanto, ella era el rebosamiento de Adán. En el Nuevo Testamento, Pablo nos dice en Efesios 5 que la historia de Adán y Eva se refiere a Cristo y la iglesia lo cual explica también cómo se produjo la iglesia. La iglesia fue producida cuando Cristo “durmió” en la cruz y de Su costado herido salió sangre y agua. La sangre nos lava de nuestros pecados, y el agua nos da vida. Después, en resurrección, Cristo como Espíritu entró en nosotros y nos regeneró. De esta manera, todos nosotros estamos siendo edificados conjuntamente para ser la iglesia, la pareja de Cristo. Por tanto, la iglesia no sólo es el rebosamiento de las riquezas de Cristo, sino también la plenitud de Cristo. La iglesia no sólo es el fruto de las riquezas de Cristo, sino también el rebosamiento y la expresión de Cristo.
La plenitud de Cristo es la plenitud de Dios. En Colosenses 2:9 dice: “Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Este versículo nos habla de la plenitud de Dios y no de Sus riquezas. Si dijéramos riquezas en vez de plenitud, eso sería incorrecto, porque todas las riquezas de Dios han llegado a ser la plenitud de Dios, que es Su expresión. Toda esta plenitud habita en Cristo corporalmente. Por tanto, toda la plenitud de la Deidad llega a ser la plenitud de Cristo y, al mismo tiempo, la plenitud de Cristo es la plenitud de la gracia y la realidad. Estas tres plenitudes, la plenitud de Dios, la plenitud de Cristo y la plenitud de la gracia y la realidad se refieren a la misma plenitud.
Cuando nosotros disfrutamos de las riquezas de Cristo, llegamos a ser Su plenitud, la cual es Su expresión. Efesios 1:22-23 dice: “... y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. Cristo es la Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, y la iglesia es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. ¿Quién es Aquel que todo lo llena en todo? Es Cristo. La iglesia es el Cuerpo de Cristo, y éste Cuerpo es Su plenitud. En estos dos versículos se nos habla de tres cosas: primero, la iglesia; segundo, el Cuerpo; y tercero, la plenitud. Estas tres cosas se refieren a la iglesia. La iglesia, la cual es el Cuerpo de Cristo, llega a ser la plenitud de Cristo para expresarlo a Él. Una persona con cabeza y cuerpo se ve que es una unidad completa y perfecta. ¿Qué representa eso? Su expresión. Aunque ella intentase ocultarse, no le será posible, porque la expresión de su plenitud no puede encubrirse. Hoy Cristo es tanto la Cabeza como el Cuerpo de la iglesia, por tanto, la iglesia expresa la plenitud de Cristo. Si día tras día somos aquellos que disfrutamos de gracia sobre gracia, al recibir plenamente las riquezas de Cristo y disfrutar de toda la plenitud de la Deidad que está en Cristo, entonces nosotros llegaremos a ser la expresión de la plenitud de Cristo, que es la iglesia.
La plenitud se produce cuando disfrutamos de las riquezas. Por ejemplo, si entramos a un supermercado americano para comprar alimentos, allí veremos una rica abundancia de pescados, carnes, verduras y frutas. Sin embargo, estos alimentos sólo constituyen las riquezas de los Estados Unidos, mas no Su plenitud. ¿Cómo entonces podrían estas riquezas llegar a ser la plenitud de los Estados Unidos? Tenemos que comerlos; debemos pedirles a todos que coman estas riquezas. Si todos los días comiéramos un bistec, poco a poco todos llegaremos a ser personas altas y robustas, y es de esta manera que nos convertiremos en la plenitud de los Estados Unidos. Por tanto, si participamos de las riquezas de los Estados Unidos, llegaremos a ser su plenitud. Si queremos llegar a ser la plenitud de Cristo, debemos disfrutar de las riquezas de Cristo como nuestro alimento y ser llenos de dichas riquezas, a fin de que el elemento de la vida divina se convierta en nuestras riquezas. De esta manera, disfrutaremos y absorberemos incesantemente las riquezas de Cristo, lo cual resultará en que nos convirtamos en la plena expresión de Cristo, que es la iglesia.
Las riquezas de Cristo son muy abundantes; sin embargo, lamentablemente no son muchos los cristianos que están dispuestos a disfrutar de Cristo diariamente como su alimento. Como consecuencia, aunque las riquezas de Cristo están en su ser, ellos no expresan, de manera externa, la plenitud de Cristo. Las riquezas de Cristo no son doctrinas, más bien, son la gracia y la realidad. Hace veintidós años hablé por primera vez en inglés acerca de las riquezas de Cristo que llegan a ser la plenitud de Cristo, en la ciudad de Palo Alto, ubicada en el norte de California. En ese entonces, lo que yo dije fue bien recibido por muchos americanos jóvenes, y ellos comenzaron a disfrutar las riquezas de Cristo. Cuanto más disfrutemos de las riquezas de Cristo, más serán digeridas por nosotros, y cuanto más las digerimos, mayor será nuestra asimilación de dichas riquezas. Esto resulta en la plenitud de Cristo, que es la iglesia. Hoy en día, las iglesias que se hallan en las diferentes localidades de los Estados Unidos han llegado a ser verdaderamente la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo, la expresión de la plenitud de Cristo y la manifestación de Dios en la carne. Debemos darle la gloria a Dios, porque hoy en día Él desea obtener una iglesia que le exprese y que ponga fin a Su enemigo. Por tanto, Dios desea que nosotros disfrutemos de las riquezas de Cristo, y que estas riquezas nos empapen y lleguen a ser nuestro elemento constitutivo. Además, Él también desea que conformemos el Cuerpo de Cristo, a fin de ser Su expresión en cada localidad que se halle en el terreno de la unidad.
Tal vez algunos digan que no deberíamos hablar sobre la iglesia y que tampoco debería importar cómo nos reunamos. Sin embargo, en lo profundo de mi ser, yo sé que es necesario hablar de la iglesia. En los últimos sesenta años, tanto en China continental como en Taiwán, y ahora en los Estados Unidos, ciertos hermanos que se reunían con nosotros fueron influenciados por otros a no hablar de la iglesia y a rechazar el terreno de la unidad de la iglesia. Vi con mis propios ojos que no les fue fácil a estos hermanos crecer y ser fortalecidos en Cristo. Algunos de ellos no sólo nunca fueron edificados juntamente con otros, sino que además causaron división en el Cuerpo de Cristo. Una vez que esos hermanos abandonaron el terreno de la unidad, les fue imposible guardar la unidad del Espíritu, y el resultado fue división tras división. Este es un hecho histórico.
Espero que ustedes, en particular los jóvenes que han escuchado estas palabras, de ahora en adelante, siempre vean lo que es la iglesia, la conozcan y permanezcan en ella. La iglesia es el lugar donde ustedes son alimentados y donde pueden habitar con seguridad. Es también en la iglesia donde recibimos el suministro del Espíritu, porque la iglesia es lo que el Señor desea obtener. Este no es el camino que elige el hombre sino el camino que ha escogido el Señor. Por tanto, nosotros no podemos abandonar este testimonio, ni nadie puede destruir este testimonio. Este es el testimonio de la unidad del Cuerpo de Cristo. Hay una sola Cabeza, un solo Cuerpo y una sola expresión; los tres son Cristo. Debemos guardar esta unidad a fin de no caer en cualquier error. Sólo entonces nuestra relación con la iglesia será semejante a una relación apropiada entre un marido y su esposa. El marido y la esposa deben ser una sola carne y no pueden divorciarse. Ninguno de los dos puede abandonar su posición, ya sea de esposo o esposa, por causa de insatisfacción; de lo contrario, se infiltrará toda clase de corrupción. Esperamos que nuestra visión en cuanto a la iglesia sea apropiada y clara.
La expresión de Cristo es la expresión de Dios. Debido a que la plenitud de Cristo es la plenitud de Dios mismo, la expresión de Cristo es también la expresión de Dios mismo. En Efesios 3:17-19 dice: “Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe, a fin de que ... seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la altura y la profundidad ... para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. El universo tiene sus dimensiones, mas nadie jamás ha podido medirlas. Cristo es las dimensiones del universo; Él es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del universo.
En nuestra experiencia, primero experimentamos la anchura de Cristo y luego Su longitud; después proseguimos a experimentar en la iglesia la altura y la profundidad de Sus riquezas. Pasamos del aspecto horizontal, la anchura y la longitud, al aspecto vertical, la altura y la profundidad; y así avanzamos de un nivel plano a un cubo. Cuando experimentamos a Cristo junto con los hermanos y hermanas en la iglesia, y juntos comprendemos Sus dimensiones, descubrimos que las riquezas de Cristo son ilimitadas e inmensurables. Es por medio de la abundante suministración del Espíritu vivificante que mora en nosotros que las riquezas de Cristo son constantemente impartidas a nuestro ser, a fin de que seamos empapados y llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. La plenitud de Dios se refiere a la expresión de las riquezas de lo que Dios es, y ésta hace que seamos la expresión de Dios, que es la iglesia de Cristo.
Efesios 4:11-12 dice: “Y Él mismo dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo”. Estamos aquí a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, la cual no consiste simplemente en predicar el evangelio, enseñar la Biblia o establecer una reunión, sino en edificar el Cuerpo de Cristo. Según la gramática griega, la construcción apositiva de la preposición para, la cual se repite dos veces, no implica que la obra del ministerio y la edificación del Cuerpo sean dos cosas distintas; más bien, se refiere a una misma cosa dicha de dos maneras diferentes. Por tanto, decir “para la obra del ministerio” es lo mismo que decir “para la edificación del Cuerpo de Cristo”. Nuestra obra no consiste solamente en predicar el evangelio, establecer reuniones o enseñarle a la gente las verdades bíblicas; ciertamente todas estas cosas deben ser llevadas a cabo, pero su objetivo es edificar el Cuerpo de Cristo, la iglesia. Toda actividad que no sea para la edificación del Cuerpo de Cristo, es una obra de división y no contribuye para la obra del ministerio. La obra del ministerio tiene una sola meta, la cual es edificar el Cuerpo de Cristo, la iglesia.
El versículo 13 dice: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. Este versículo no está hablando de tres diferentes metas a las cuales tenemos que llegar, sino a una sola meta que tiene tres aspectos distintos. El primer aspecto consiste en que tenemos que llegar a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios. El segundo aspecto es llegar a ser un hombre de plena madurez. Aunque hoy día nosotros conformamos la iglesia, tenemos que confesar que somos inmaduros, que aún no hemos llegado a ser un hombre de plena madurez, pues estamos todavía en el proceso de ser edificados conjuntamente hasta que lleguemos a ser tal hombre de plena madurez. El tercer aspecto es que tenemos que llegar a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. La plenitud de la estatura es la iglesia. Llegar a ser una iglesia a la estatura de plena madurez es llegar a la estatura de la plenitud de Cristo.
Hasta ahora hemos visto lo que Cristo es en Su excelencia: la incomparabilidad de Cristo, Su trascendencia, Su gloria y Sus riquezas, las cuales tienen una sola meta: Su plenitud, la cual es Su expresión; y esta expresión es la iglesia.
La obra que estamos llevando a cabo es una batalla espiritual, y no estamos como quien golpea el aire en vano, ni estamos como aquellos que corren sin meta definida. Nosotros tenemos la misma meta que tuvieron el apóstol Pablo y todos aquellos que han ministrado a lo largo de los siglos, la cual es edificar el Cuerpo de Cristo. No debemos llevar a cabo ninguna obra que divida el Cuerpo de Cristo. Si predicamos el evangelio, impartimos enseñanzas bíblicas o establecemos reuniones, y esto nos lleva a causar una división en el Cuerpo de Cristo, no debemos hacerlas. Toda nuestra obra debe ser parte de la obra del ministerio, y su meta debe ser edificar el Cuerpo de Cristo.
Tengo la profunda convicción de que este es el camino correcto. Cuanto más avancemos por este camino, más fe tendremos; cuanto más hablemos, más tendremos que decir; y cuanto más prediquemos, mayor será la capacidad y la valentía con la que prediquemos. Al hacer sonar esta trompeta proclamamos lo mismo que proclamó el apóstol Pablo y todos los otros santos que han hecho sonar la misma trompeta a lo largo de los siglos. El sonido de nuestra trompeta es el de la unanimidad. Durante más de veinte años, desde Taiwán hasta los Estados Unidos, hemos hecho sonar esta trompeta y continuaremos haciéndolo sin alterar lo que decimos. Hacemos esto debido a que Cristo en Su excelencia ha llegado a ser todo para nosotros, y lo hacemos para la expresión de Su plenitud: la iglesia. Esta es la meta única de Dios.