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Mensajes del libro «Cristo es contrario a la religión»
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CAPITULO DIEZ

EN EL LIBRO DE HECHOS, CRISTO ES CONTRARIO A LA RELIGION

  Lectura bíblica: Hch. 4:1-3, 5-7, 13, 18-21; 5:17-29, 33, 40-41; 6:9-13; 7:54-59; 8:1-3; 9:1-5; 10:9-16; 11:1-3, 12, 19; 15:1-2, 28-29; 21:17-28

CRISTO ES UNO CON LOS SANTOS

  Debemos darnos cuenta de que, en el libro de Hechos, Cristo vivía en Sus creyentes. Cristo no sólo estaba presente en los cuatro evangelios, sino también en el libro de Hechos. En los evangelios vemos a Cristo en Su propio cuerpo físico, el cual María le dio al nacer; pero en el libro de Hechos podemos ver a Cristo en un Cuerpo agrandado, esto es, un Cuerpo místico que el Espíritu Santo le dio. El primer capítulo de Hechos narra la forma en que Cristo ascendió a los cielos en presencia de Sus seguidores. Luego, el capítulo siguiente describe el modo en que este Cristo descendió sobre Sus seguidores. Desde aquel día, el día de Pentecostés, Cristo se fusionó con Sus creyentes, es decir, se hizo uno con Sus santos. Desde ese día, El no sólo estaba en ellos, sino también permaneció sobre ellos; El los llenó por dentro y además los revistió por fuera. Llegó a ser uno con Sus discípulos de forma plena y absoluta, hasta el grado que ellos llegaron a ser el mismo Jesucristo.

  Recordemos las palabras que oyó el perseguidor, Saulo de Tarso, cuando fue derribado al suelo camino a Damasco. El Señor Jesús le dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué Me persigues?” (Hch. 9:4). Entonces Saulo contestó: “¿Quién eres, Señor?” Y parecía que Saulo dijera: “Jamás he perseguido a una persona en los cielos; todos los que he perseguido están en la tierra. Perseguí a Juan, a Pedro y a Esteban; ahora estoy en camino para perseguir a otros más en la ciudad de Damasco. ¿Quién eres Tú?” El Señor contestó: “Yo Soy Jesús, a quien tú persigues”. En realidad el Señor le estaba diciendo: “Debes comprender que Pedro, Juan, Esteban y todos Mis creyentes son Yo mismo; cuando los persigues a ellos, me persigues a Mí. Yo Soy uno con ellos, y ellos son uno conmigo”.

  Por consiguiente, en el libro de Hechos, vemos que Cristo siguió viviendo en la tierra con Sus discípulos y en ellos. Tenemos que entender que todos y cada uno de los sufrimientos, viajes y discursos de estos discípulos, fueron efectuados y experimentados por Jesús mismo. El propio Jesús vivía, se movía, trabajaba y actuaba por medio de Sus discípulos.

CRISTO, EL OBJETIVO DE LOS ATAQUES DE LA RELIGION

  En el libro de Hechos, la religión continuó oponiéndose a Cristo. La batalla entre la religión y Cristo se volvió aún más intensa en el libro de Hechos que en los evangelios. Los discípulos de Jesús siguieron testificando de Su Señor, haciendo caso omiso a la oposición religiosa. Esto ofendió mucho a los religiosos y a sus líderes; así que estos ejercieron su autoridad religiosa para arrestar y encarcelaron a los discípulos del Señor. En cierto sentido, los líderes religiosos se oponían a todos los seguidores de Jesús, pero el objetivo principal de sus ataques no eran los seguidores, sino Jesús mismo. El problema principal de los religiosos no eran los seguidores galileos de Jesús, sino Jesús mismo. Por consiguiente, les prohibieron a los discípulos hablar o enseñar en el nombre de Jesús. Como podremos ver, a ellos no les preocupaba el hecho de que los discípulos enseñaran o predicaran, siempre y cuando no lo hicieran en el nombre de Jesús. Realmente no se oponían a esos galileos; más bien, estaban en contra del propio Jesús. No aborrecían a Sus seguidores, sino al propio Señor Jesús. Por supuesto, los discípulos no obedecieron la prohibición dada por los religiosos, pues dentro de ellos llevaban algo más viviente y poderoso que las palabras de dichos líderes. De modo que, continuaron predicando y alabando a Su Cristo sin temor alguno, por lo cual fueron arrestados y encarcelados rápidamente.

  Sin embargo, esto no los detuvo, ya que “un ángel del Señor abrió de noche las puertas de la cárcel y conduciéndolos afuera, dijo: Id, y puestos en pie en el templo, hablad al pueblo todas las palabras de esta vida” (5:19-20). ¿Qué vida? La vida que no puede ser retenida, la vida que incluso la cárcel no puede aprisionar. El ángel los envió a que hablaran las palabras de esta vida. Así que, fueron de madrugada al templo y hablaron. En tanto, los líderes enviaron a los alguaciles para que interrogaran a los discípulos en la cárcel, y los alguaciles volvieron diciendo: “La cárcel hemos hallado cerrada con gran seguridad, y los guardas afuera de pie ante las puertas; mas cuando abrimos, a nadie hallamos dentro” (v. 23). Cuando los principales sacerdotes oyeron esto, “quedaron perplejos en cuanto a ellos, preguntándose en qué vendría a parar aquello” (v. 24). Finalmente, encontraron a todos los prisioneros hablando en el templo con denuedo en el nombre de Jesús. Es probable que se hayan dicho: “¿Qué haremos? No podemos hacer nada con esta gente”, dando a entender que eran incapaces de frenar esta vida. Los galileos no eran personas extraordinarias, pero dentro de ellos había una vida incontenible. Era la vida la que causaba tantos problemas, y no aquellos pescadores galileos.

  Posteriormente, en el capítulo seis, varios grupos discutieron con Esteban. ¿Ha considerado qué clase de personas eran ellas? Venían de las diferentes sinagogas, de distintos grupos religiosos. Todos ellos se juntaron para confrontar a Esteban y aparentemente obtuvieron la victoria, pues finalmente lo apedrearon hasta darle muerte. Pero interiormente ellos perdieron la batalla. Debemos estar conscientes de que Esteban no estaba solo. Mientras ellos lo apedreaban, él estaba conectado con los cielos. En aquel momento, “los cielos se abrieron”, y Esteban vio “al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios”. Esto significa que Jesús era uno con Esteban, y que Esteban era uno con Jesús; los cielos y la tierra, la tierra y los cielos se unieron en ese momento. Aquellos religiosos no perseguían a Esteban, sino a Jesús. No apedreaban a Esteban, sino al propio Jesús, quien había ascendido a los cielos. Este no es un asunto insignificante.

SAULO, UN CABALLO EN EL CARRUAJE DE JESUS

  Saulo de Tarso no sólo presenció el martirio de Esteban, sino que estuvo de acuerdo con ello. Saulo se había dedicado por completo a erradicar a Jesús. Estaba convencido que lapidar a Esteban constituía una gran victoria, y que después de ello, podría llevar más lejos la persecución contra los seguidores de Jesús. Por tanto, fue a ver al principal sacerdote, con el fin de pedirle autoridad para capturar y encarcelar a todos los que en Damasco invocaban este nombre. Todos conocemos la historia: cuando Pablo iba por el camino, Jesús mismo le habló desde los cielos; aquel a quien Esteban vio mientras era apedreado hasta la muerte, aquel que era uno con Esteban, ahora venía al encuentro de este perseguidor. Una luz resplandeció de los cielos, la cual derribó a tierra a Saulo, y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” El Señor Jesús le habló con cortesía. ¿Había notado usted esto? La voz dijo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra los aguijones”. Las palabras del Señor fueron muy significativas. Antiguamente se ponían aguijones en los carruajes con el fin de controlar a los caballos. En ocasiones los caballos daban coces y se rebelaban contra el carro y su conductor. Cuando hacían esto, eran pinchados por los aguijones y así aprendían la lección. Para el Señor Jesús, lo que Saulo estaba haciendo era dar coces contra los aguijones. Lo que en realidad el Señor estaba diciendo a Saulo, era: “Saulo, por mucho que me persigas, seguirás bajo Mi dominio. Soy Yo quien tiene dominio sobre ti, no tú sobre Mí. Tú eres un caballo atado a Mi carruaje, y no haz sido un caballo dócil. Deja de dar coces contra los aguijones; así nunca lograrás nada. Como puedes ver, has sido derribado al suelo”. En ese momento, los ojos interiores de Saulo empezaron a abrirse. Es probable que él haya pensado: “¡Oh, no debí haber perseguido a Jesús, pues ahora veo que El no es tan pequeño; más bien, es muy grande, tanto en los cielos como en la tierra. Me encuentro bajo el dominio del mismo Jesús a quien he perseguido. Ahora me doy cuenta que no soy más que un pequeño caballo, y que El me está montando”. Este aguerrido perseguidor fue sometido maravillosamente. Finalmente, el Señor Jesús ganó la victoria sobre los escribas, los saduceos, los fariseos, los principales sacerdotes, y aun sobre este terrible perseguidor. El Señor Jesús ganó la victoria sobre todos los religiosos.

PEDRO EL RELIGIOSO

  Cuando llegamos al capítulo diez vemos que el Señor Jesús tuvo un problema, no con los sacerdotes ni con los fariseos, ni siquiera con los perseguidores, sino con Pedro. Hasta aquí Pedro seguía siendo en cierta medida religioso. En los capítulos dos, tres, cuatro y cinco de Hechos, Pedro aparece como una persona maravillosa y celestial, totalmente fuera de la religión y absolutamente en el espíritu, pero cuando llegamos al capítulo diez, vemos a otro Pedro, a un Pedro completamente religioso. El subió al techo de una casa para orar según su horario. Eso no era malo. No critico a nadie por orar con un horario habitual; a veces necesitamos hacer eso. Pero, ¿se da cuenta de que en aquel tiempo, Pedro aún era religioso? Aunque el no estaba consciente de ello. En este pasaje vemos que, en lo que podríamos llamar un trance, Pedro vio descender algo del cielo; tal visión era diametralmente opuesta a sus conceptos religiosos. Por supuesto, no puedo decir lo que Pedro oraba mientras tuvo esta visión inesperada. No obstante, puede ser que haya estado orando por la conversión de todos los judíos, por la salvación de todos sus compatriotas. Quizás le haya pedido al Señor que mandara un gran avivamiento sobre la nación judía. Pero mientras él guardaba la hora de oración, de pronto vio descender del cielo un lienzo, en el cual “había de todos los cuadrúpedos y reptiles de la tierra y aves del cielo” (v. 12). Entonces escuchó la palabra del Señor: “Levántate, Pedro, mata y come” (v. 13). Esto estremeció a Pedro. Lo que él oyó se oponía diametralmente a la ley y a la Escritura contenida en el capítulo once de Levítico. A los hijos de Israel únicamente se les permitía comer animales limpios, pero no animales inmundos. Sin embargo, aquí había toda clase de criaturas vivientes, y el Señor le pidió que las comiera. Al leer detenidamente el contexto de estos versículos, vemos que probablemente todas las criaturas contenidas en el gran lienzo eran inmundas. De cualquier manera, el lienzo estaba lleno de cosas inmundas. El Señor le dijo “mata y come”, pero Pedro contestó: “Señor, de ninguna manera; porque ninguna cosa profana o inmunda he comido jamás”. En otras palabras, Pedro estaba diciendo: “Esto va en contra de mis prácticas”. El no usó la palabra “religión”, pero ciertamente la religión estaba implícita.

  Estamos conscientes de que debemos desechar la religión, pero ¿se han dado cuenta de que no resulta tan fácil deshacerse de ella? ¿Podrían imaginarse que una persona como Pedro, a estas alturas, siguiera conservando algo de religión? Miren a Pedro en los primeros capítulos de Hechos, y obsérvenlo ahora en el capítulo diez. Parece otra persona: alguien que se preocupa mucho por la religión, pero descuida al Espíritu. Pedro obligó al Señor a hablar tres veces con él, y aun así no entendía. Finalmente, cuando los gentiles enviados por Cornelio llegaron en busca de Pedro, el Espíritu dentro de él le indicó que los acompañara.

PEDRO APRENDE LA LECCION

  Esta vez Pedro recordó muy bien la lección que con dificultad aprendió en Mateo 17. Cuando el Señor Jesús fue al monte de la transfiguración con Pedro, Jacobo y Juan, recordarán cómo Pedro no consultó ni tomó en cuenta a los demás. No obstante, esta vez Pedro sí lo hizo. Cuando llegaron los hombres enviados por Cornelio, y después de que el Espíritu le indicó que los acompañara, él tomó a seis hermanos. En el monte de la transfiguración había solamente dos hermanos con él, Jacobo y Juan; pero esta vez él tomó a seis hermanos para que le acompañaran. Siete hermanos visitaron como un solo hombre a Cornelio. Finalmente Pedro había aprendido la lección: no quedaba ningún rastro de individualismo en él. Pedro fue muy cuidadoso; ya no actuaba independientemente. En este asunto Pedro estaba equivocado desde el punto de vista religioso, pero tenía toda la razón en el plano espiritual. El Señor nunca le dijo que tomara a seis hermanos con él; nunca le pidió eso. No obstante, Pedro actuó con prudencia, puesto que estaba consciente de que sería criticado por sus hermanos judíos por haber ido a los gentiles. Por lo tanto, tomó consigo a esos hermanos, no solamente como sus testigos, sino también como su protección. Eso estuvo bien. Pedro tomó sobre sí mismo la responsabilidad de este caso. En ocasiones debemos hacer algo que el Señor no nos pidió. A veces el hacer algo que el Señor no nos ha pedido le agrada más que simplemente hacer lo que nos ha mandado.

  Así que, fueron a la casa de Cornelio; usted ya conoce la historia. Mientras Pedro les estaba hablando, el Espíritu Santo cayó sobre los gentiles exactamente como había caído sobre los creyentes judíos el día de Pentecostés. Todos los hermanos que acompañaron a Pedro fueron testigos de ese hecho. Cuando volvieron a Jerusalén, pasó lo que Pedro había sospechado, ya que todos sus hermanos judíos le preguntaron: “¿Por qué?” Le dijeron: “Pedro, fuiste a una casa gentil; tuviste comunión con gentiles. ¿Por qué?” ¿Qué significan éstas preguntas? ¡Esto es la religión! El no comer nada inmundo era una práctica religiosa, y el hecho de no tener contacto con los impuros gentiles era también algo religioso. La religión seguía presente en ellos de una manera muy prevaleciente. Pero Pedro tenía la visión y permaneció firme, así que les relató lo que había sucedido desde el principio hasta el final. El les dijo: “No fui el único en ver que el Espíritu Santo vino sobre los gentiles. Estos seis hermanos estaban conmigo, y ellos también lo vieron”. Sabemos que dos es el número del testimonio, pero ahora Pedro tenía tres veces dos. El aprendió bien la lección en Mateo 17, a tal grado que nunca la olvidó. El Señor fue al monte de la transfiguración solamente con dos hermanos, además de Pedro, pero ahora Pedro tomó tres veces más hermanos con él para visitar a Cornelio. ¡Alabado sea el Señor! Pedro realmente había aprendido la lección. Por lo tanto, en el capítulo once, él pudo hablar con tanto poder, diciendo: “No me critiquen, si estoy equivocado, los seis hermanos también lo están. Ellos estuvieron conmigo, ¿qué pueden decir a esto?” Siete es el número completo. Siete hermanos se pararon firmes en contra de la religión. ¡Qué bueno es esto!

  Mi argumento es éste: la religión está en nuestra propia sangre. Pedro estaba fuera de la religión, pero la religión seguía presente en él así como también en muchos creyentes judíos. Habían visto que el Señor Jesús vivía y actuaba totalmente fuera de la religión, pero aún quedaba en ellos algo religioso. Me preocupa el hecho de que entre nosotros, muchos aún mantienen algo religioso dentro de ellos, a pesar de haber visto claramente la naturaleza maligna de la religión. Llegará el tiempo en que ustedes mismos serán probados por el Señor, como Pedro lo fue, y dirán: “Señor, no; nunca he hecho cosa semejante en toda mi vida cristiana”.

EL CONCILIO EN JERUSALEN ACERCA DE LA RELIGION

  Después de los capítulos diez y once llegamos al capítulo quince, donde leemos que ciertos hombres descendieron a Antioquía desde Jerusalén diciendo a la gente: “Si no os circuncidáis conforme a la costumbre de Moisés, no podéis ser salvos” (v. 1). Escuche lo que dice la religión. ¡Cuán religiosas fueron estas palabras! No obstante, los que hablaban eran creyentes. En tan corto tiempo después de los primeros cinco capítulos de Hechos, vemos a tantos creyentes judíos volver a la religión. Esto creó una gran conmoción entre las iglesias en el mundo gentil; por lo tanto, los ancianos decidieron enviar a Pablo y a Bernabé para que solucionaran este asunto en Jerusalén. Por la misericordia del Señor, en el concilio de Jerusalén se decidió no continuar con esta enseñanza. ¡Alabamos al Señor por ello!

  Es muy difícil abandonar nuestro trasfondo religioso. Actualmente sucede lo mismo: ciertamente tenemos un trasfondo religioso, pues la mayoría de nosotros salimos de la religión. El problema consiste en que salimos de la religión, pero ella no ha salido de nosotros. Hemos dicho a la religión: “Me divorcio de ti”, pero la religión nos dice: “No te dejaré jamás”. Hermanos y hermanas, no lean este capítulo para aplicarlo a los demás; más bien, léanlo y aplíquenlo a sí mismos. Es fácil salir de la religión, pero no es tan fácil sacar la religión de nosotros.

EL PROBLEMA DE PABLO CON LA RELIGION

  Sabemos que el apóstol Pablo escribió las Epístolas a los Gálatas y a los Romanos; en ellas habló duramente en contra de la antigua religión. ¿Puede usted creer que, después de escribir estas dos epístolas, Pablo cumplió en Jerusalén un ritual del templo judío? Pues así sucedió. Vemos esto en el capítulo veintiuno de Hechos. Lo persuadieron los propios ancianos de la iglesia. Volvamos a leer este pasaje; es sorprendente.

  “Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo. Y al día siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Jacobo, y se hallaban reunidos todos los ancianos. Y después de saludarlos, les contó una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por medio de su ministerio. Cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios.”

  ¡Eso está muy bien! ¡Aleluya! Pero no era tan sencillo.

  “Y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley. Pero se les ha informado en cuanto a ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni anden según las costumbres”.

  Todo eso era cierto. Pablo había hecho esto. Lean la Epístola a los Gálatas, lean la Epístola a los Romanos; Pablo ciertamente hizo todo eso.

  “¿Qué hay, pues? Ciertamente oirán que has venido. Haz, pues, esto que te decimos...”

  Escuchen, fueron los ancianos los que hablaron con Pablo.

  “Tenemos aquí cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza, y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley. Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros ya hemos escrito lo que determinamos: que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación. Entonces Pablo tomó consigo a aquellos hombres, y al día siguiente, habiéndose purificado con ellos, entró en el templo y dio aviso del cumplimiento de los días de la purificación, hasta que la ofrenda se presentara por cada uno de ellos” (Hch. 21:17-26).

  ¿Pueden creer que Pablo haya hecho esto? ¡Oh, Señor Jesús! ¡Oh Señor Jesús! ¡Ten misericordia de nosotros! ¿Pueden imaginar que en el tiempo de Hechos 21, todos los ancianos en Jerusalén hayan dado este consejo? No eran hermanos sin peso espiritual, sino los ancianos, incluyendo a Jacobo. Todos ellos dieron este consejo: Hemos decidido no exigir de los creyentes gentiles la observancia de la ley, pero nosotros los judíos todavía debemos guardar la ley. Al tomar el consejo de ellos, puede ser que Pablo sintiera que él debía hacerse a todos todo (1 Co . 9:22). Tal vez éste haya sido su razonamiento. Pero por mucho que intentemos encontrarle excusas a nuestro hermano Pablo, el Señor Jesús no aceptaría ni honraría lo que él hizo. Leamos el versículo 27: “Pero cuando estaban para cumplirse los siete días [para el ritual de la purificación], unos judíos de Asia, al verle en el templo, alborotaron a toda la multitud y le echaron mano, dando voces: ¡Varones israelitas, ayudad! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, la ley y este lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo...” El Señor permitió que algunas personas interfirieran con el ritual antes de que se cumpliera, porque no podía soportar la situación. Esta fue la causa del encarcelamiento de Pablo, donde permaneció hasta su muerte. Fue poco tiempo después de eso que el Señor mandó al ejército romano en el año 70 d. de C., bajo el mando de Tito, para destruir el templo, Jerusalén y la religión judía. Los ancianos judíos dijeron: “Ya ves hermano, cuantos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley”. Parece que el Señor les respondía: “Mandaré un ejercito para limpiar todo eso”. Y lo hizo. Ese fue el final, ¡Aleluya! ¡Ese fue el fin! Alabado sea el Señor, porque desde aquel tiempo no podemos encontrar en la historia ningún escrito de ancianos dando semejante consejo a los hermanos. Todo ello fue terminado.

LA RAIZ DE LA RELIGION EN NOSOTROS

  Permítanme advertirles nuevamente que aún no se han librado totalmente de la religión. Lo repito: tal vez hayan desechado la religión, pero la religión no los abandonará tan fácilmente. Quizás usted haya decidido divorciarse de su “esposa religiosa”, pero su “querida esposa religiosa” no lo abandonará a usted jamás. Esta esposa religiosa es una verdadera esposa; resulta muy difícil deshacerse de ella.

  Hace varios años unos hermanos de cierto lugar aprendieron a orar-leer, y luego volvieron a su localidad a reunirse con otros creyentes para practicarlo. Como resultado, se levantó una protesta general que llegó hasta mis oídos. Los creyentes decían: “¡No podemos aceptar esto! ¡Aquí la gente no está acostumbrada a tal práctica!” De nuevo vemos que la religión se levantó. Ellos reaccionaron igual que Pedro cuando el Señor hizo descender el lienzo del cielo. “Señor, de ninguna manera; porque ninguna cosa profana o inmunda he comido jamás”. Pero el Señor contestó: “Lo que Dios limpió, no lo tengas por común”. En otras palabras, el Señor dijo: “Quizás no te guste, pero a Mí sí me gusta”. Finalmente, el Señor obtuvo la victoria en aquel lugar.

  ¿Limitaremos nosotros al Señor? Quién puede saber lo que el Señor hará y hasta dónde llegará. No estoy defendiendo el orar-leer, los gritos, ni la alabanza ruidosa, pero insisto en que debemos suprimir todo lo religioso. Es posible que usted no está acostumbrado a las “novedades”, pero el Señor dice: “He aquí, Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap. 21:5). ¿Qué diría usted? ¿Qué puede decir a esto?

  Pedro efectivamente tenía la base bíblica de la ley para no comer nada inmundo. Sin embargo, nosotros hoy no tenemos ninguna base para mantener nuestra antigua clase de “culto” cristiano. Debemos reconocer que se trata únicamente de nuestra tradición. La insistencia de Pedro en no comer nada inmundo se basaba en las Escrituras, en el Antiguo Testamento. Pero ahora, si usted dice que no le gustan los gritos ni las alabanzas ruidosas en las reuniones, no encontrará ninguna base en la Biblia, pues en ella no existe ni una sola palabra al respecto. Que el Señor nos conceda misericordia para que estemos dispuestos a abandonar todos nuestros conceptos religiosos. Usted puede decir que algo es inmundo, pero el Señor contesta que El lo ha santificado. Usted dirá que no puede establecer contacto con los gentiles, pero el Señor dice que El los ha escogido desde antes de la fundación del mundo. Si usted no los acepta, de todos modos, tarde o temprano los verá en la Nueva Jerusalén. Usted se encontrará allí cara a cara con la gente que ahora ha despreciado. Cuando esté frente a ellos ¿qué hará? A usted no le gustan las reuniones ruidosas, pero el Señor Jesús dice que a El sí le gustan. El dice: “Estoy tan contento con que invoquen Mi nombre”. ¡Oh Señor Jesús! ¡Oh Señor Jesús! ¡Oh Señor Jesús!

  La religión se ha convertido en un verdadero hoyo, en el cual hemos caído. No quiero decir que al rechazar la religión debemos actuar de manera insensata. Ciertamente debemos ser sobrios, en el buen sentido de la palabra; no obstante, aunque resulta fácil salir de la religión, no es tan fácil sacarla de nosotros. Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, El actuó abiertamente delante de Sus discípulos, mostrándoles Su actitud hacia la religión. Todos vieron eso; ellos se dieron cuenta de que Jesús no tenía nada que ver con la religión. Además, todos ellos fueron revestidos con el Señor mismo en el día de Pentecostés y llegaron a ser Sus testigos osados y vivientes. Sin embargo, en los capítulos once, quince y veintiuno de Hechos, nuevamente quedó expuesta en ellos la raíz de la religión. Tal vez nos parezca increíble, pero debemos considerar nuestra propia situación. La raíz de la religión aún se encuentra en nosotros ¡Que el Señor Jesús tenga misericordia de todos nosotros!

  En principio, ahora nos encontramos en la misma situación. En la actualidad, el cristianismo es prácticamente una religión. No piense que el cristianismo está bien sólo porque tiene la Biblia. No todo está bien en el cristianismo sólo por el hecho de que predican a Cristo. En el tiempo antiguo, los ancianos del judaísmo tenían la Biblia, y también enseñaban acerca de Cristo. Pero Cristo mismo vino, y ellos no se interesaron en El. En principio, pasa lo mismo hoy en día.

  Hace unos años el Dr. A. W. Tozer, poco antes de su muerte, escribió un artículo en el cual subrayaba que el cristianismo actual organiza conferencias para hablar del servicio cristiano, del esfuerzo misionero, etc. Sin embargo, supongamos que Cristo mismo entrara en la sala de conferencia. Ellos le preguntarían: “¿Quién es usted?” Esto es lo que escribió A. W. Tozer, el famoso ministro de la Alianza Cristiana y Misionera. Este es el cristianismo actual. Estas fueron sus propias palabras, no las mías.

  Debemos tener cuidado y estar alertas. No piense que todo está bien porque tenemos la Biblia y predicamos a Cristo. Más bien, debemos estar llenos de vida, llenos del Cristo vivo, sin nada religioso del cristianismo ni de la tradición; sin organización, reglamentos, formas, ni meras enseñanzas y doctrinas muertas. Cristo es una persona viva y no algo religioso; El se preocupa únicamente por Sí mismo. A El no le interesa un Cristo doctrinal, un Cristo histórico ni un Cristo intelectual. Lo único que le interesa es el Cristo que vive en el espíritu del creyente. Esta es la era del recobro del Señor, y el recobro consiste en experimentar al Cristo que vive en nuestro espíritu. Esto no tiene nada que ver con las formas, reglamentos, enseñanzas, ni con las doctrinas expresadas en letras muertas. ¡Oh, que nos consagremos absolutamente a ser uno con el Cristo viviente!

  En los Evangelios vimos cómo el Señor se opuso a la religión en el asunto del ayuno. De allí, El empezó a quebrantar todas las tradiciones religiosas. Vimos cómo El quebrantó la observancia del sábado y la echó a un lado. Luego, en Hechos capítulo diez, El quebrantó la ley acerca de comer cosas inmundas, y con ello, quebrantó la ley de la separación entre el mundo judío y el mundo gentil. Después de esto, El quebrantó la ley de la circuncisión (Hch. 15), y finalmente, acabó con toda la religión al enviar al ejército romano en el año 70 d. de C., bajo el mando de Tito, el príncipe del Imperio Romano, destruyendo así totalmente al judaísmo. Que el Señor nos conceda misericordia, nos rescate de la religión y saque la religión de nosotros.

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