
Lectura bíblica: Mateo 28
Hemos visto que el Evangelio de Mateo gira en torno a Cristo, quien es incompatible con la religión. Ahora llegamos al último capítulo de este libro. Este no es un capítulo largo; más bien, es bastante corto, pero todo lo que en él se relata está lleno de contrastes entre Cristo y la religión. Desde el principio hasta el final podemos ver la gran diferencia que existe entre Cristo y la religión.
En el versículo uno, leemos: “Pasado el sábado...”. Sabemos que el sábado era representativo de la antigua religión judía. Por consiguiente, cuando leemos: “pasado el sábado”, se refiere al final de la antigua religión. ¡Aleluya! La resurrección de Cristo es el fin de la antigua religión. Ha amanecido una nueva era, la era del Cristo resucitado, y no la era de la antigua religión. Además, leemos: “al amanecer del primer día de la semana...” Una nueva era amanecía; esto se refiere a la resurrección de Cristo. Algo terminó y algo nuevo empezó.
Observe ahora que fueron María Magdalena y la otra María las que vinieron a ver el sepulcro. Sabemos que todo el contenido de la Biblia tiene un gran significado. Debemos entender que, en el Antiguo Testamento, todo acontecimiento importante era siempre revelado a los hombres y no a las mujeres. Resulta bastante difícil encontrar en el Antiguo Testamento un solo caso en el que Dios haya revelado algo primero a una mujer. En el Antiguo Testamento las mujeres no eran tomadas en cuenta. Sin embargo, aquí leemos que el inicio de la nueva era fue descubierto por unas mujeres, y no por los hombres. Estas mujeres llevaban el mismo nombre: las dos se llamaban María. Allí no había hombres. Esto iba en contra de la vieja manera, en contra de los reglamentos religiosos. En la manera antigua eran siempre los hombres los personajes importantes, pero la nueva manera involucra siempre a las mujeres. Espero que los hermanos digan: ¡Aleluya!
Quiero averiguar algo con todos ustedes, especialmente con los hermanos. ¿Es usted hombre o mujer? En la nueva era todos debemos contestar que, hablando espiritualmente, somos mujeres, todos somos Marías. Esta debe ser nuestra visión en este nuevo comienzo. Ser el descubridor de la resurrección de Cristo es algo muy significativo. Debemos entender claramente que la resurrección ya había acontecido, pero nadie la había descubierto antes que las mujeres. Al final del capítulo veintisiete leemos que los principales sacerdotes y fariseos sellaron la tumba con una piedra, y colocaron una guardia. Pero no fueron estos guardias los que presenciaron la resurrección. La piedra seguía allí, pero Jesús ya se había ido. Aparentemente no sucedió nada. Nadie sabía que Jesús ya había resucitado, pero tal acontecimiento fue descubierto por la llegada de estas Marías. Leemos que hubo un gran terremoto y que un ángel del Señor descendió del cielo y removió la piedra (v. 2). ¿Por qué removió la piedra? ¿Para que Jesús saliera? ¡No! Mas bien, para mostrar a las hermanas que la tumba estaba vacía.
Podemos ver que la manera en que el Señor actúa no se conforma a la manera antigua. La era ya cambió. Su resurrección no fue descubierta por hombres, sino por mujeres. Espiritualmente hablando, esta no es la era de los hombres, sino de las mujeres. La religión afirma que toda revelación debe ser dada a los hombres, pero aquí vemos un evento crucial descubierto por las mujeres. Esto va completamente en contra de la religión.
Entonces los ángeles dijeron a las mujeres: “E id pronto y decid a Sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis” (28:7). En aquel tiempo todos los discípulos estaban en Jerusalén. Aparentemente les sería más conveniente encontrarse con el Señor allí mismo. ¿Por qué el Señor quería ir delante de Sus discípulos a Galilea? Geográfica y lógicamente no encontramos ninguna explicación. Pienso que el Señor Jesús hizo esto a propósito, para que Sus discípulos reconocieran el hecho de que éste era verdaderamente un nuevo comienzo, y que la nueva era no tiene nada que ver con la antigua religión. De hecho, lo que el Señor Jesús quería decir a Sus discípulos, era: “Deben salir por completo de esta esfera religiosa”. Más adelante veremos cómo los necios discípulos volvieron de nuevo a la religión, a Jerusalén y al templo (Hch. 21:20-26). Indudablemente el Señor buscaba causar una impresión en Sus discípulos de que todo lo que se relaciona con El es ajeno a la antigua religión. El Cristo resucitado no tenía nada que ver con la religión, y Sus discípulos debían tomar la misma postura.
Debemos recordar que el Nuevo Testamento empezó en Galilea. Jesús fue concebido por Su madre María, no en Jerusalén sino en Galilea (Lc. 1:26-38). Todo empezó en Galilea y debía continuar allí. Los ángeles dijeron a las mujeres: “El va delante de vosotros a Galilea”. Entonces, mientras ellas salían a toda prisa de la tumba con temor y gran gozo, Jesús mismo les salió al encuentro, y les dijo: “...Id, dad las nuevas a Mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán” (v. 10).
Mas adelante, en este mismo capítulo (v. 16), podemos ver que a ellos no se les dijo que fueran a una sinagoga, sino a un monte, al aire libre. Esto iba absolutamente en contra del concepto religioso. En aquel tiempo todos los religiosos se congregaban en el templo de Jerusalén o en las sinagogas de las demás ciudades. Pero ahora, Jesús pedía a Sus discípulos que se alejaran de Jerusalén, y por ende, del templo. Entonces, cuando fueron a Galilea, El no les indicó que fueran a una sinagoga, ni siquiera a una casa, sino a un monte. No piensen que El hizo esto sin ningún propósito. Debemos ver que esto tiene un significado profundo. El lo hizo para causar una impresión en Sus discípulos que de allí en adelante, en la nueva era del Cristo resucitado y de Su Cuerpo, que es la iglesia, todo debía ser diferente de la manera religiosa. Si la religión va hacia el norte, entonces la iglesia debe ir hacia el sur. Si la religión se reúne durante el día, la iglesia debería reunirse de noche. Cristo y la iglesia siempre van en contra de la religión. Actualmente nos reunimos los domingos simplemente porque la gente no trabaja en ese día. Si estuvieran desocupados otro día de la semana, pienso que sería mejor reunirnos en ese tiempo, ya sea viernes o cualquier otro día, y olvidarnos de la reunión del domingo. Este asunto de la adoración dominical pertenece a la religión. Cuando los religiosos se reúnen los domingos, sería mejor irnos a trabajar. Cuando los demás trabajan, deberíamos cesar de trabajar y reunirnos. Ciertamente éste fue el principio que el Señor Jesús adoptó. De hecho, El parecía decir: “Ustedes, sacerdotes religiosos, suben todos a Jerusalén para reunirse allí, pero Yo he pedido a Mis discípulos que vayan a Galilea. Ustedes se reúnen en la sinagoga, pero Yo he indicado a Mis discípulos que se reúnan en la cima de un monte. ¡Cuán opuestos son Cristo y la religión!
Jesús dijo a las mujeres: “Id, dad las nuevas a Mis hermanos” (v. 10). Aquí vemos un nuevo calificativo: “Mis hermanos”. Los religiosos siempre consideran que lo máximo es ser siervos del Señor, o para usar un término más íntimo, “los hijos del Señor”. Pero el Señor mismo se refirió a nosotros llamándonos Sus “hermanos”. Este es un rasgo de la nueva era. Jesús es nuestro Hermano y nosotros somos Sus hermanos. Aquel día los discípulos iban al encuentro de Su Hermano. En cierto sentido, no iban al encuentro de Su Señor o de su Amo, sino de su propio Hermano. ¿Alguna vez han alabado al Señor de esta manera? ¿Han dicho alguna vez: “Señor, cuánto te alabamos por ser nuestro Hermano”? Temo que si alabaran al Señor de esta manera en cualquier servicio cristiano hoy en día, los religiosos rápidamente los callarían y los calificarían de irreverentes. ¡Aleluya, Jesús nos llamó Sus hermanos! El tiene la vida del Padre y nosotros también. Ya no somos solamente Sus discípulos y sus siervos, sino Sus propios hermanos. Lo que El es, nosotros somos, y lo que nosotros somos, El es. El es el Hijo de Dios, y nosotros también somos los hijos de Dios. El es nuestro Hermano, y nosotros también somos Sus hermanos. Asistimos a la reunión de los hermanos. ¡Qué maravilloso!
Inmediatamente después de haber descubierto que Cristo había resucitado, los religiosos ejercieron su poder: “...He aquí unos de la guardia entraron en la ciudad, y dieron aviso a los principales sacerdotes de todas las cosas que habían acontecido. Y reunidos los principales sacerdotes con los ancianos, y habiendo tenido consejo, dieron mucho dinero a los soldados, diciendo: Decid vosotros: Sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron estando nosotros dormidos. Y si esto lo oye el gobernador, nosotros le persuadiremos, y os pondremos a salvo de preocupaciones. Y ellos, tomando el dinero, hicieron como se les había instruido...” (vs. 11-15). Con dinero y por dinero se puede hacer todo. Los religiosos ejercieron su poder para sobornar al pueblo. El poder de la religión actual radica en el dinero. Sin embargo, observe lo que el Señor Jesús dijo a Sus discípulos. El no dijo: “Todo el oro y la plata me ha sido dada. ¡Por tanto, id!” El no dijo eso; tampoco dijo: “Estos religiosos tienen mucho dinero, pero yo tengo más”. ¡No! Antes bien, dijo: “Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id...” (vs. 18-19). En realidad, lo que El estaba diciendo, era: “Vayan con esto. No vayan con dinero, sino con Mi autoridad”. Actualmente en el cristianismo se habla constantemente de dinero. ¡Eso es una vergüenza! Día tras día en la radio, al final de cada programa religioso, se pide dinero. Cristo es incompatible con la religión, y también se opone al dinero. A Cristo no le interesa el dinero, y a la iglesia tampoco debería interesarle.
Nuestra naturaleza y perspectiva religiosa nos hacen pensar que la reunión que efectuó el Señor Jesús con Sus discípulos en el monte de Galilea después de Su resurrección, debía ser muy larga e incluir un mensaje que abarcara varios capítulos de la Biblia. Todos sabemos que después de Su resurrección, el Señor ascendió a los cielos, y podríamos pensar que El tenía que dar muchas instrucciones y reglamentos a Sus discípulos a fin de que ellos las observaran en Su ausencia. Quizás pensemos que El debía dictar los estatutos, credos, doctrinas y requisitos para nombrar ancianos, elegir diáconos, establecer iglesias locales, etc. Yo pensaría que el Señor Jesús debía programar tres semanas de conferencia con Sus discípulos. Pero para nuestro asombro, en lugar de una conferencia de tres semanas, sólo hubo una conferencia de tres versículos, la cual se halla relatada en Mateo 28:18-20: “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todo cuanto os he mandado; y he aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo”. Esta fue la primera conferencia después de la resurrección de Cristo, la primera conferencia de la iglesia.
El Señor Jesús era muy sencillo. En cuanto a Su obra, El simplemente dijo: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Eso es todo. Esta debe ser toda nuestra labor. Debemos simplificar nuestra obra a lo máximo. En nuestra obra debemos poner todo el enfoque en una sola cosa: introducir a las personas en el Dios Triuno. Este es el significado de la palabra “bautizar”. Bautizar significa introducir a las personas en algo. Bautizarlos en agua significa introducirlos en el agua. Del mismo modo, hoy en día lo que debemos hacer es introducir a las personas en el Dios Triuno. Nuestra obra hoy debe ser así de sencilla. No es tan importante la enseñanza ni el mensaje que usemos, siempre y cuando la gente sea introducida en el Dios Triuno, con eso es suficiente. El cristianismo lleva a cabo una gran cantidad de actividades, pero mantiene a la gente fuera de Dios. Hablan del Dios Triuno, pero el resultado final es que las personas nunca entran en El. Nuestra labor consiste en introducir a las personas dentro de Dios.
¿Por qué fue tan breve la conferencia del Señor con Sus discípulos? ¡Porque con la presencia del Señor basta! El les dijo: “Yo estoy con vosotros todos los días”. El no necesitaba decirles tantas cosas, pues todo lo que ellos necesitaran al día siguiente, El se los diría. Y todo lo que ellos necesitaran dos días después, El también estaría con ellos para dirigirlos. Además, cualquier cosa que en el futuro ellos necesitaran, El estaría allí con ellos para suministrarlos. Así que, no necesitaba darles tantos detalles, pues Su presencia lo es todo. En realidad, El les daba a entender: “Mi autoridad es mejor que el dinero, y Mi presencia es mejor que todos los credos y reglamentos”.
En el pasado muchas personas nos han preguntado acerca de dos asuntos. El primer asunto es el dinero. Ellos nos han dicho: “¿De qué manera recaudan fondos? Dígannos el secreto por favor. ¿Tienen a alguien que los respalda económicamente en su obra? ¿Los apoyan algunos millonarios?” Yo les he contestado: “Son muchos los que nos respaldan, en realidad, la mayoría son pobres. Muy pocos de ellos son ricos”. Cuando insisten en saber de dónde proviene el dinero, sólo puedo contestarles: “ Ustedes no saben cómo recaudar fondos, ni yo tampoco lo sé. Nunca he aprendido a recaudar fondos; ni siquiera hablamos de ese tema”. Además, muchas personas nos han preguntado acerca de un segundo asunto y nos han dicho: “Sabemos que ustedes no tienen ninguna organización, pero seguramente sí tienen alguna clase de reglamentos y normas. ¿Cuáles son?” La verdad es que no tenemos ni normas ni reglamentos. Estos dos asuntos forman parte de la mente religiosa: ¿cómo reunir fondos y cómo formular un credo escrito? Pero en este pasaje el Señor Jesús también menciona dos cosas: que toda potestad le ha sido dada, por lo cual debemos ir con Su autoridad; y que El está con nosotros todos los días hasta la consumación del siglo. Con eso es más que suficiente. Ahora tenemos la autoridad de Jesús y Su presencia. ¡Aleluya! No tenemos recursos financieros ni credos, pero tenemos algo mucho mejor: tenemos la autoridad del Señor y Su misma presencia.
Quisiera declarar que ahora aprecio mucho más la presencia del Señor Jesús que la Biblia misma. No pueden imaginar cuánto amaba mi Biblia en los años posteriores a mi salvación. La amaba mucho, pero debo confesarles que en aquel tiempo tenía poco aprecio por la presencia del Señor. Apreciaba mucho Su Palabra, pero no apreciaba tanto Su presencia. Debo aclarar que sigo apreciando mucho la Biblia. De hecho, puedo afirmar que la valoro aun más hoy que en los primeros siete años de mi vida cristiana. No obstante, hoy aprecio mucho más la presencia viva del Señor viviente. El dijo: “Y he aquí, Yo estoy con vosotros todos los días”. Eso me es suficiente. Eso es absoluta y maravillosamente suficiente. ¿Qué más podríamos desear? ¿Qué más necesitamos, sino la autoridad del Señor y la presencia del Cristo vivo?
En el mover presente del Señor en esta nueva era, no existe ningún reglamento, organización ni credo. ¡Olvídense de eso! El Señor nunca dijo que debíamos guardar los mandamientos del Antiguo Testamento. Lo único que El dijo es que debemos enseñar a las personas, de una manera viviente, lo que El nos ha mandado. Debemos decirles que en esta nueva era y en este presente mover del Señor, no se necesita ninguna clase de organización, sistema, ni reglamentos. Todo lo que necesitamos es suplido absolutamente por la presencia del Señor. El dice: “He aquí, Yo estoy con vosotros todos los días”.
Debemos aplicar esta verdad a nuestra situación actual. Cuando los jóvenes realizan sus reuniones especiales, les gusta planear la manera y el orden de dichas reuniones. A menudo van a consultar a los hermanos que llevan la delantera para pedirles consejos y comunión en cuanto a la manera en que deben reunirse. En cierto sentido eso es bueno, pero en otro, no lo es. Deben entender que el Señor Jesús está con ellos. Sólo necesitan reunirse con el Cristo presente, quien es el Señor viviente. El les mostrará cómo reunirse. Cuando experimenten Su presencia, El los conducirá, y momento a momento les revelará cómo seguir adelante. A muchos les resulta difícil creer que algún grupo de creyentes se haya reunido bajo tal práctica. En esto podemos ver cuán religiosos seguimos siendo incluso en nuestras reuniones. Tenemos muy arraigado el concepto de que debemos planear de antemano cómo hemos de reunirnos; de modo que cuando iniciamos la reunión, no estamos muy abiertos al Jesús viviente, al Cristo presente. Aún tenemos ciertos conceptos religiosos en cuanto a la manera en que debemos reunirnos.
Al leer en este capítulo el relato de lo que el Señor dijo e hizo, no podemos encontrar ni una pizca de religión. Si comparamos el relato de este capítulo con los del Antiguo Testamento, descubriremos que son muy diferentes entre sí. Existe un gran contraste, porque lo que el Señor dijo e hizo aquí, no se parece en nada a lo que se practicaba en el Antiguo Testamento. Todo es diferente; todo es nuevo. Debemos darnos cuenta de que en nuestros conceptos todavía nos aferramos a muchos principios religiosos. Si nosotros hubiéramos estado allí, le habríamos dicho al Señor Jesús: “Quédate con nosotros cuatro semanas más, por favor. Tenemos muchas preguntas y muchos asuntos que requieren solución. No sabemos cómo seguir adelante. Nos has pedido que vayamos y hagamos discípulos a las naciones, pero no nos dijiste: ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Quién? ¿Cómo? ni ¿Qué?; Oh, Señor Jesús, ¡quédate con nosotros, por favor! Acláranos todas las cosas”. Seamos honestos: ¿no es verdad que nosotros habríamos dicho todo esto?
En estos últimos ocho años muchos me han preguntado: ¿Qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Quién? ¿Cómo? Pero yo siempre les he contestado: “No sé. Consulten al Señor. El lo sabe”. ¿No nos dijo el Señor que El estaría con nosotros todos los días? ¿Qué más queremos? No hay razón para que alguien dijera: “¡No te vayas, Señor!”, pues El nunca se fue y nunca se irá: El está con nosotros todos los días.
Hoy los cristianos piensan que Jesús resucitó, ascendió a los cielos y se quedó allá. Incluso algunos parecen decirle: “Señor, quédate allí en el tercer cielo. No bajes a interferir en nuestras vidas. Permanece allí como el Señor exaltado, y déjanos laborar eficazmente por Ti aquí en la tierra”. Muchos actúan así y dejan al Señor en el cielo. Y cuando se enfrentan a algún problema, entonces ayunan y oran pidiendo al Señor que haga algo por ellos. Pero ésta no es la manera correcta de proceder. Más bien, debemos disfrutar continuamente de la presencia del Señor. Cada vez que nos enfrentemos a una dificultad, lo único que debemos hacer es volvernos a El y decirle: “Oh Señor Jesús, esto no es nuestro problema, sino el Tuyo. Tú estás aquí. Si Tú puedes ir a dormir tranquilamente, entonces nosotros también podemos”.
En el Evangelio de Mateo, el cual muestra lo incompatible que es Cristo con la religión, es sorprendente el hecho de que no se menciona la ascensión de Jesús; esto es muy significativo. Este evangelio no incluye ni un solo versículo que nos muestre que El ascendió a los cielos. Este es un libro que habla de Emanuel, Dios con nosotros (Mt. 1:23). ¿Cómo podría El abandonarnos y ascender a los cielos? ¡El está con nosotros! En este evangelio podemos leer también: “Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18:20). Además: “...Y he aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo”. La iglesia necesita un Cristo presente. Creemos que el Señor ciertamente está en los cielos, pero ¡aleluya!, El también está continuamente con nosotros, con Su iglesia, pues ahora El es el Cristo resucitado y viviente. Su presencia es muy real y maravillosa. Siempre que nos reunimos, efectivamente sentimos que El está presente. Debemos estar conscientes de ello en todas nuestras reuniones. No debemos verlo solamente como el que ascendió, sino como aquel que está siempre presente. ¡Aleluya! ¡El Señor Jesús está aquí!
Cuando escucho hablar de la llamada “Semana Santa” y de que habrá un “servicio de resurrección”, siempre declaro que para mí, cada día es un día de resurrección y cada reunión es una reunión de resurrección. En cada reunión celebramos al Cristo resucitado. ¿Qué día es hoy? Si hoy es martes, entonces debe ser un martes de resurrección. Para nosotros cada día debe ser un día de resurrección. Cada reunión, por la mañana o por la noche, debe ser una reunión de resurrección, de amanecer, nunca de atardecer, ¡pues tenemos la presencia del Cristo resucitado!
Los cristianos, especialmente en este país, siempre preguntan dónde se encuentra nuestra sede. Quiero decirles que si tenemos alguna sede, ésta se encuentra en la cima del monte de Galilea. Nuestra sede se halla con el Cristo resucitado, en la cima del monte. No tenemos nada religioso. Lo único que tenemos es al Cristo resucitado. ¡Cuánto necesitamos ser librados de los conceptos religiosos! ¡Cuánto nos han envenenado estos conceptos, y todavía muchos de ellos permanecen en nuestra sangre! Si oramos-leemos todos estos versículos y presentamos todos estos asuntos al Señor, aplicándolos a nuestra vida de manera práctica, nos daremos cuenta de cuánto necesitamos todavía ser liberados por el Señor.
En conclusión, lo que tenemos ahora no es otra cosa que el Cristo resucitado. Su autoridad es nuestro poder y Su presencia es nuestro todo. Su presencia es nuestra norma, nuestro credo, nuestra enseñanza y nuestra predicación. En tanto tengamos Su presencia, no necesitamos nada más ni queremos nada más. ¡Gloria al Señor por Su presencia! ¡Aleluya!