Lectura bíblica: Ro. 5:10, 17; 6:3-6a; 8:1, 2, 9-11, 16, 23; 12:5-6
Los Evangelios nos muestran cómo Cristo llegó a ser hombre a fin de que nosotros pudiéramos ser introducidos en Él, y cómo Él llegó a ser el Espíritu a fin de poder entrar en nosotros. En primer lugar, nosotros somos introducidos en Él. En segundo lugar, Él entra en nosotros y vive en nuestro interior. Éste es el aspecto principal que vemos en los Evangelios.
Después de esto, Hechos nos muestra a un grupo de personas que fue bautizado en el Dios Triuno, y ahora Él mora en todas ellas como su vida y, como resultado, ellas llegan a ser Su expresión. Por lo tanto, hablando con propiedad, Hechos no es un libro que trata sobre la predicación, ni sobre la obra ni el ministerio. Este libro es una crónica de un pueblo corporativo que fue introducido en el Dios Triuno y que tiene al Dios Triuno viviendo en su interior. Ellos eran esta clase extraordinaria de seres humanos. Ellos eran una especie que estaba mezclada con Dios, al estar en Dios y tener a Dios viviendo en su interior. Hechos no es un libro que relata las actividades de ciertas personas, sino una biografía de esta clase extraordinaria de seres humanos.
Después de Hechos, vienen las Epístolas. Verdaderamente debemos darle gracias al Señor por el orden en que fueron puestos los libros de las Escrituras. Primero tenemos los Evangelios, luego el libro de Hechos y después la Epístola a los Romanos. Para entender al Cristo que mora en nosotros, necesitamos dos cosas. Necesitamos recibir la visión y tener las debidas experiencias. Las experiencias son siempre el resultado de la visión. Los cuatro Evangelios y el libro de Hechos nos imparten la visión, y las Epístolas nos dicen cómo experimentar al Cristo que mora en nosotros.
La mayoría de los cristianos piensa que el tema del libro de Romanos es la justificación por la fe. Es cierto que una sección bastante grande de este libro abarca el asunto de la justificación por la fe; sin embargo, debemos entender que la justificación por la fe no es la meta suprema de este libro. La meta suprema es el Cuerpo de Cristo. Al comienzo, este libro nos habla acerca de la justificación por la fe, pero al final nos lleva a la meta final del Cuerpo de Cristo. Entre estos dos extremos, o sea entre el comienzo y el final, tenemos al Cristo que mora en nosotros. Romanos empieza hablándonos de la justificación por la fe y concluye con el Cuerpo de Cristo; no obstante, en la sección central nos habla del hecho de que Cristo mora en nosotros.
Si únicamente hemos visto la justificación por la fe, sólo hemos visto la primera parte del libro de Romanos. Apreciamos el hecho de que el Señor usó a Martín Lutero para recobrar el asunto de la justificación por la fe; no obstante, ello sólo es el comienzo del libro de Romanos. Así que, tenemos que proseguir hasta alcanzar la meta. La meta es el Cuerpo de Cristo, y el camino que nos lleva de la justificación por la fe al Cuerpo de Cristo consiste en el hecho de que Cristo mora en nosotros. Por lo tanto, podemos ver que el morar de Cristo en nosotros es muy crucial y estratégico. Si hemos de alcanzar la meta de Dios a partir del comienzo dispuesto por Dios, tenemos que seguir el camino de Dios. Este camino es el Cristo que mora en nosotros.
Es necesario que ahora veamos en el libro de Romanos algunos de los versículos más importantes relacionados con el hecho de que Cristo mora en nosotros. El primero de ellos es Romanos 5:10, que dice: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos en Su vida”. Este versículo abarca dos puntos principales. El primero es que aun siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Cristo. A los ojos de Dios, no sólo éramos pecadores, sino también enemigos. Éramos enemigos de Dios, pero ¡aleluya, fuimos reconciliados! Si sólo fuéramos pecadores, únicamente necesitaríamos ser perdonados, pero puesto que somos enemigos, necesitamos reconciliación. Alabado sea el Señor, no sólo fuimos perdonados, sino también reconciliados. Fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Cristo. Ésta es la consumación máxima de la justificación por la fe; ya no hay problemas entre nosotros y Dios. ¿No es esto maravilloso? Todos los problemas fueron resueltos. Fuimos reconciliados con Dios por medio de la muerte redentora de Cristo.
Sin embargo, este versículo abarca algo más. Y no simplemente es algo más, sino mucho más. “Mucho más [...] seremos salvos en Su vida”. Ciertamente fuimos reconciliados; sin embargo, aún necesitamos ser salvos. ¿Ya fue usted salvo? ¿Está usted seguro de ello? Si en verdad fue salvo, ¿por qué entonces este versículo dice que seremos salvos? ¿Qué significa esto? Bueno, por un lado, nosotros fuimos salvos de la condenación de Dios y fuimos reconciliados con Dios. ¡Alabado sea el Señor, hemos sido salvos! Sin embargo, por otro lado, todavía hay muchas cosas negativas en nuestra vida, de las cuales necesitamos ser salvos. Temo que como esposa usted no se sienta muy contenta con su esposo, y que como esposo, usted no esté en completa paz con su esposa. No sé qué es, pero estoy seguro de que se trata de algo de lo cual usted necesita ser salvo. Además, todos tenemos nuestro temperamento y nuestros defectos de los cuales necesitamos ser salvos. Necesitamos ser salvos diariamente de la carne, del viejo hombre, del yo y de la vida natural.
Aunque fuimos salvos de tantas cosas, todavía necesitamos ser salvos de otras más. De ahí que, mucho más, siendo reconciliados, seremos salvos en Su vida. Esta salvación no se efectúa por medio de Su muerte, sino por medio de Su vida. Debemos considerar algo aquí. Si Cristo no viviera en nosotros, si Él no morara dentro de nosotros, ¿cómo podríamos ser salvos por Su vida? Si Él simplemente estuviera sentado a la diestra de Dios en el cielo, ¿cómo podríamos ser salvos por Su vida? Pero, ¡aleluya!, Cristo hoy no sólo está sentado a la diestra de Dios (Ro. 8:34), sino que Él se mueve en nosotros (v. 10). Mientras Él vive en nosotros, nosotros podemos disfrutar de Su vida salvadora. Y la vida de Jesús es sencillamente Jesús mismo viviendo en nosotros. No debemos pensar que la vida de Jesús es una cosa, y que Jesús mismo es otra cosa. La vida de Jesús es Jesús mismo viviendo en nosotros.
Todos sabemos que Jesús murió en la cruz por nuestros pecados. Así que, por medio de Su muerte, nosotros recibimos el perdón por nuestros pecados y fuimos reconciliados con Dios. Sin embargo, después de Su muerte, Él resucitó para llegar a ser el Espíritu (1 Co. 15:45) a fin de vivir en nosotros. Ahora Él vive en nosotros como nuestra vida. Es por medio de la vida de Cristo, la cual reside en nosotros, que diariamente somos salvos. Diariamente somos salvos de nuestro mal genio, de nuestros defectos, de nuestra insatisfacción con nuestro esposo o esposa, y de muchas otras cosas. Puedo testificar que incluso hoy en día he sido salvo al menos dieciocho veces; esta salvación no ha sido efectuada por Su muerte, sino por Su vida, la cual reside en mí.
Hoy, en un momento dado, algo vino a mí de parte del enemigo. Hace unos días había desechado esa carga. Salmos 55:22 nos dice que debemos echar nuestra carga sobre el Señor. En el idioma original significa desechar su carga. Así que, yo en efecto había echado esta carga sobre el Señor, y la carga había desaparecido. Pero hoy Satanás trató de traérmela nuevamente. Yo me volví al Señor y le dije: “Oh, Señor Jesús, oh Señor Jesús, Tú eres mi vida”. En ese instante, la carga desapareció. De este modo, el Jesús viviente que vive en mí me salvó de esta carga.
Les daré otro testimonio de cómo he sido salvo por Su vida. Esta tarde cuando mi esposa me llamó a cenar, tuve la tentación de contarle a mi esposa algo negativo de cierta persona. Pero una vez más empecé a invocar al Señor. “¡Oh, Señor Jesús, oh Señor Jesús!”. Inmediatamente tuve la profunda sensación de que no debía decir esas cosas. De este modo fui salvo una vez más por el Cristo que mora en mí. ¡Mucho más seremos salvos en Su vida! Les dije que fui salvo dieciocho veces hoy, pero puede haber sido más que eso. No sólo hoy, sino cada día soy salvo gracias al Jesús que vive en mí como mi vida. Cuanto más lo tomo como mi vida en mi andar diario, más soy salvo.
Ahora permítanme decirle algo a las hermanas. Espero que no se ofendan. Todos sabemos que a todos los seres humanos les gusta contar chismes. Sin embargo, las hermanas son expertas en esto. Incluso sería difícil para las hermanas más espirituales no chismear. No obstante, si las hermanas toman a Jesús como su vida, este Jesús viviente las salvará de chismear. Entonces ellas podrán reservar sus fuerzas para orar. No es necesario que desperdiciemos nuestro tiempo y energía chismeando. Podemos ser salvos por el Jesús viviente en nosotros. Entonces tendremos más tiempo y energía para la oración. “Mucho más [...] seremos salvos en Su vida”.
Luego Romanos 5:17 dice: “Pues si, por el delito de uno solo, reinó la muerte por aquel uno, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia”. No sólo somos salvos en Su vida, sino que además reinamos como reyes en vida. Un rey es alguien que está por encima de todo. Todo está sujeto a él. ¡Alabado sea el Señor porque podemos reinar en vida! Todas las cosas serán subyugadas y puestas bajo nuestros pies. Nosotros reinamos en el Jesús que vive en nosotros como vida. Este Jesús que vive en nosotros es incluso el reino. Él es el reino, y en Él, nosotros podemos ser un rey que subyuga y conquista todas las cosas. ¡Aleluya!
Algunas veces un hermano puede decir: “Por la misericordia de Dios a duras penas pude ser salvo de enojarme”. Aunque eso es bueno, es muy deficiente. Lo que necesitamos es ser reyes sobre nuestro mal genio, no ser salvos a duras penas de nuestro mal genio. Entonces podremos decirle a nuestro mal genio: “Quédate quieto. Soy rey sobre ti”. A todos les gusta ser un rey, pero nadie puede ser rey sobre su enojo. Por lo general, nuestro enojo reina sobre nosotros. Pero mediante el Cristo que vive en nosotros como nuestra vida, tenemos la posición para reinar en vida sobre nuestro mal genio. Así pues, no sólo somos salvos, sino que además reinamos en vida.
De Romanos 5 debemos proseguir a Romanos 6. Allí vemos cómo podemos ser salvos en vida y cómo podemos reinar en vida. La razón es que todos fuimos bautizados en Cristo. “¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte? Hemos sido, pues, sepultados juntamente con Él en Su muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida. Porque si siendo injertados en Él hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su muerte, ciertamente también lo seremos en la semejanza de Su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él” (vs. 3-6).
Éste es uno de esos sitios donde aprecio la versión del inglés King James. Ésta dice que todos fuimos bautizados en Cristo. No dice para sino en. Todos fuimos bautizados en Cristo, y eso significa ser bautizados en Su muerte. Así que, por medio de la sepultura fuimos puestos en la muerte. En otras palabras, ser bautizados en Cristo es una especie de aniquilación. ¡Aleluya! Todos fuimos sepultados en Cristo. Todos fuimos aniquilados en Cristo. Esto le da a Cristo la oportunidad para vivir en nosotros. Nuestra aniquilación es Su germinación. Nosotros somos aniquilados en Él, y Él germina en nosotros. Ahora Él vive en nosotros, y nosotros andamos en novedad de vida. Nosotros primero fuimos sepultados en Él y después fuimos resucitados juntamente con Él para andar en novedad de vida mientras Él vive en nosotros. En esto consiste el hecho de que Cristo mora en nosotros.
Ahora llegamos a Romanos 8. Este capítulo comienza con una declaración en el primer versículo. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Me gusta mucho la expresión “en Cristo”. Todos fuimos introducidos en Cristo, y ahora estamos en Cristo. Estando en Cristo no hay ninguna condenación porque en Él no hay nada negativo, oscuro ni pecaminoso. Si estamos fuera de Cristo, estaremos llenos de condenación. Pero en Cristo todo está en la luz. Por lo tanto, no hay condenación. No debemos poner la mirada en nosotros mismos ni pensar en nuestra situación. Si nos examinamos a nosotros mismos, estaremos en un verdadero problema. Por lo tanto, debemos comprender que estamos en Cristo. Así como Pablo lo declaró, nosotros también debemos declararlo. Todos debemos decir: “¡Aleluya, estoy en Cristo, y aquí no hay ninguna condenación!”.
No hay ninguna condenación en Cristo porque en Cristo se encuentra una ley. “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte” (8:2). En Cristo está la ley del Espíritu de vida. Una ley es un principio natural que gobierna. Todos sabemos que la gravedad es una ley. Si ustedes lanzan cualquier objeto al aire, éste caerá. No es necesario que le pidamos al Señor que lo haga regresar a la tierra. Si oramos así, seremos necios. La ley de la gravedad se hará cargo de ello. Lo mismo sucede cuando estamos en Cristo. En Cristo opera la ley del Espíritu de vida. La ley, el Espíritu y la vida, todos ellos, están en Cristo.
Hace más de treinta años yo pasé por una terrible tribulación. Así que me acordé del versículo que dice que debemos regocijarnos en el Señor. Yo estaba sufriendo mucho, así que definitivamente necesitaba regocijarme. Pero ¿cómo podía regocijarme? Intenté regocijarme una y otra vez, pero sencillamente no pude hacerlo. Ahora lo entiendo. Regocijarnos no es una acción que realizamos; es una ley. Si tratamos de regocijarnos, eso es simplemente una acción que nosotros tratamos de realizar. Eso nunca funcionará. Pero si guardamos el principio de la ley espiritual, espontáneamente nos regocijaremos. Regocijarnos es una ley que pertenece al Espíritu de vida, y el Espíritu de vida es nada menos que Cristo como el Espíritu vivificante. Cristo mismo es el Espíritu de vida, y en Él se incluye esta ley.
Cuanto intenté regocijarme hace más de treinta años en aquella situación, no pude hacerlo. Pero ahora he aprendido a invocar al Señor. “Oh, Señor Jesús. Oh, Señor Jesús. Oh, Señor Jesús”. Después de invocar por unos minutos, me es fácil regocijarme, puesto que Aquel que se regocija vive en mí. Ésa es la ley. Cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, le contactamos, y Él es el Espíritu de vida. En Él se encuentra la ley de regocijarnos. ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor porque tenemos tal ley en nosotros!
En Cristo también está la ley de santidad. Cuando tenemos a Jesús viviendo en nosotros como nuestra vida, espontáneamente nos será fácil ser santos. Esto se debe a que la santidad es una ley. Puesto que Cristo vive en nosotros como nuestra vida y nuestra persona, en nosotros opera una ley de santidad. No importa cuántas veces el diablo nos eche en una situación que nos contamina, la ley de santidad espontáneamente nos guardará de perder la santidad. Ésta es la ley del Espíritu de vida. El Cristo que vive en nosotros como nuestra vida es el Espíritu de vida. En este Espíritu de vida se encuentra una ley que opera de manera automática para librarnos de todo lo relacionado con el pecado y la muerte. ¡Aleluya! No hay condenación en Cristo porque la ley del Espíritu de vida nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Éste es el Cristo que mora en nosotros junto con Su ley que nos libera.
Según muchas de las enseñanzas del cristianismo, pareciera que es muy difícil para un cristiano estar firme. Temo que muchos todavía tengan este concepto. Sin embargo, ésta es una enseñanza totalmente errónea. En realidad caer es muy difícil. Trate de caerse mientras usted está de pie. No es tan fácil. Todos nosotros podemos estar de pie muy firmes debido a la ley de la gravedad de la tierra. Para un cristiano es más difícil caer que estar firme. Muchas veces yo he intentado caerme, dejando de asistir a las reuniones. No obstante, aunque quise caerme de esta manera, de todos modos acabé asistiendo a la reunión. No es tan fácil para nosotros caer. Es posible que de vez en cuando tropecemos, pero inmediatamente recobraremos nuestro equilibrio. Después de haber tropezado, aborreceremos lo que sucedió. Esto nos hará más cuidadosos la próxima vez con aquello que nos hizo tropezar. En el cristiano opera una ley que lo hace estar firme. Dentro de todos los cristianos opera una fuerza y un principio gobernante que nos hace estar firmes. Ésta es la vida de Cristo como la ley que nos hace estar firmes. La ley del Espíritu de vida nos ha librado.
Debemos continuar en Romanos 8. “Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él. Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia” (vs. 9-10). Aquí leemos que no estamos en la carne. Esto nos muestra cuánto nos ha engañado el enemigo. Muchos cristianos se lamentan de que son tan carnales. ¡Pero eso es una mentira! Nosotros no estamos en la carne, sino en el espíritu. Esto es lo que nos dice Romanos 8:9. ¿Cuáles palabras son más fidedignas? ¿Las palabras suyas o las de la Biblia? La Biblia dice que no estamos en la carne, sino en el espíritu. Por lo tanto debemos creer las palabras de la Biblia. Nuestras palabras no tiene valor alguno. Solamente las palabras de la Biblia son realidad. Olvidémonos de nuestras palabras y aceptemos las palabras de la Biblia. Ya no estamos más en la carne, sino en el espíritu. Sabemos esto por las palabras de la Biblia. ¡Aleluya! Ya no estamos en la carne porque el Espíritu de Dios mora en nosotros. Ésta es la experiencia de tener a Cristo morando en nosotros. Únicamente el Cristo que mora en nosotros es quien logra que no estemos más en la carne.
En estos versículos vemos que el Espíritu de Dios es el Espíritu de Cristo, y que el Espíritu de Cristo es sencillamente Cristo mismo. Así que, finalmente tenemos esta frase: “Si Cristo está en vosotros”. Éstas no son palabras triviales. Éstas son extremadamente cruciales. Todos tenemos que exclamar: “¡Aleluya! Cristo está en nosotros”. ¿No es esto maravilloso? Esta persona maravillosa está en nosotros. Y esta persona es Cristo.
Por lo tanto, somos una persona maravillosa en el espíritu porque el Espíritu de vida está ahora en nuestro espíritu. “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (v. 16). Cristo es este maravilloso Espíritu, y nosotros tenemos un espíritu. Y Cristo, quien es el maravilloso Espíritu de vida, está ahora en nuestro espíritu. Es aquí donde debemos andar. No debemos poner la mirada en nuestro entorno, en nuestra situación ni en nosotros mismos. Únicamente debemos prestar atención a lo que dice Romanos 8. Cada vez que Satanás venga a hacernos poner la mirada en otra cosa, debemos decirle: “¡Satanás, mira lo que dice Romanos 8!”. Satanás únicamente nos dirá: “Mírate a ti mismo, considera tus circunstancias y tu situación”. Pero nosotros no tenemos que prestar atención a esas cosas. Romanos 8 dice que la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. ¡Aleluya!
Luego Romanos 8:23 nos dice que el Cristo que mora en nosotros es las verdaderas primicias. “No sólo esto, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, aguardando con anhelo la plena filiación, la redención de nuestro cuerpo”. Cristo como el Espíritu que mora en nosotros es las verdaderas primicias. La palabra primicias significa dos cosas. Significa que aquello que probamos es muy fresco y que el disfrute completo está por venir. ¡Aleluya! Cristo es el Espíritu, Cristo es la vida y Cristo es también lo que gustamos. Podemos disfrutar a Cristo delante de Satanás. El Señor prepara una mesa en presencia de nuestros enemigos. El Cristo que mora en nosotros no sólo es nuestra vida, sino también aquello que gustamos. ¡Cuán disfrutable es el Cristo que mora en nosotros! ¡Y cuánto Satanás aborrece vernos disfrutándolo a Él! ¡Alabado sea el Señor porque tenemos a tal persona morando en nosotros!
Finalmente, el disfrute que tenemos del Cristo que mora en nosotros nos conduce a la meta del libro de Romanos. “Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo Cuerpo en Cristo y miembros cada uno en particular, los unos de los otros” (12:4-5). Todos somos miembros de un solo Cuerpo en Cristo. Esto también lo vemos en el último capítulo, Romanos 16. En este capítulo, encontramos cuatro veces la frase en Cristo. También se menciona cuatro veces la frase en el Señor. La hermana fulana es una persona en el Señor, y el hermano fulano es un hermano en Cristo. Así pues, las frases en el Señor y en Cristo aparecen ocho veces en este capítulo.
En su mayoría, los maestros que han hecho estudios expositivos de Romanos no hablan mucho sobre Romanos 16. Simplemente dicen que éste es simplemente un capítulo que contiene saludos. A ellos no les parece que las frases “saludad al hermano fulano” y “saludad a la hermana fulana” sean muy importantes. Pero a mí me gusta Romanos 16 tanto como los quince capítulos anteriores. Allí repetidas veces leemos en Cristo, en Cristo, en Cristo Jesús, en el Señor, en el Señor. ¡Aleluya! Hoy, en la iglesia, nosotros somos aquellos que están “en el Señor”. Si no estamos en el Señor, no somos hermanos y hermanas. Pero, alabado sea el Señor, todos estamos en el Señor. Yo he subrayado en mi Biblia las ocho veces que aparecen las frases en el Señor o en Cristo en Romanos 16. Esto no es una vana repetición. Estas palabras realmente significan algo. Cuando estamos en el Señor, el Señor automáticamente está en nosotros. Esto nos hace miembros de un solo Cuerpo en Cristo. Es entonces que podemos participar de la vida de iglesia. Ésta es la razón por la cual se menciona varias veces la iglesia en Romanos 16.
Por este motivo, Romanos 15 nos dice que tengamos un mismo sentir según Cristo. “El Dios de la perseverancia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (vs. 5-6). Tenemos un mismo sentir no conforme al Cristo objetivo que está en los cielos, sino conforme al Cristo subjetivo que vive en nosotros. Cristo vive en cada uno de nosotros, y todos tenemos a Cristo como nuestra vida. Es por ello que somos uno. Jamás podríamos tener un mismo sentir en conformidad con alguna otra cosa. Así que, estamos en unanimidad, y esa unanimidad es Cristo. Esto a su vez redunda en el bien de la iglesia. El Cristo que mora en nuestro ser es nuestra unanimidad y nuestra unidad. Es de esta manera que todos podemos tener un mismo sentir y a una voz glorificar a Dios en la vida de iglesia. Aunque en número podamos ser miles, todos tenemos un mismo sentir y hablamos a una voz debido al Cristo que mora en nosotros. ¡Aleluya!
Ahora podemos entender cómo Romanos comienza con la justificación por la fe, nos lleva a través del morar de Cristo en nosotros, y nos conduce a la meta del único Cuerpo de Cristo, que es la iglesia. Ahora podemos disfrutar a Cristo en un solo Cuerpo, la vida de iglesia.