
Lectura bíblica: Lv. 1:1-3; 2:1; 3:1; 4:2, 3; 5:5, 6; 8:1-13 Ex. 40:17, 21
Ya hemos empezado a ver cómo entrar en la tierra y tomar posesión del Cristo todo-inclusivo. Hemos señalado que si queremos poseer a tal Cristo, debemos comenzar por medio de disfrutarle poco a poco. El pueblo de Israel comenzó a disfrutar a Cristo en tipología, a partir del cordero de la pascua; es allí donde todos nosotros debemos comenzar. Luego siguieron adelante para disfrutarle como el maná celestial, y después como la roca de la que fluye agua viva. Todas estas cosas tipifican a Cristo, pero son tipos elementales; no son ricos ni profundos. A nuestro parecer tal vez sean suficientes, pero hay que comprender que sólo son el comienzo.
Hemos visto el arca y el testimonio de Dios dentro de ella. El arca es otro tipo de Cristo, uno que es mucho más sólido y completo. Si se compara el arca con el cordero, el maná o la roca de la que fluye agua viva, puede verse una progresión. En el arca se manifiesta mucho más de Cristo. En el cordero de la pascua, puede ser que sólo veamos a Cristo como Redentor, como Aquel que murió en la cruz, que derramó Su sangre por nuestros pecados. El maná es un adelantamiento y una experiencia verdaderamente buena. En el maná se gusta la vida vegetal y la vida animal, y al mismo tiempo se toca algo de la perla como material transformado para el edificio de Dios. Estas experiencias son buenas en verdad, pero no se igualan con el arca. La experiencia del arca es mucho más sólida, y su contenido, incomparablemente más completo. En el arca hay algo que puede leerse. Hay algo escrito acerca de Dios mismo. Por el contenido del arca, puede conocerse la misma naturaleza de Dios.
Con el arca se encuentra la expresión, el aumento y el agranduciento de la misma, que es el tabernáculo. El tabernáculo es el agrandamiento y la expresión de Cristo, porque la mayor parte del tabernáculo tiene exactamente la misma naturaleza que el arca. El arca fue construida de madera cubierta de oro, y el tabernáculo fue hecho en la misma manera y con los mismos materiales. Pero, ¿cómo sabemos que el tabernáculo es el agrandamiento y expresión de Cristo como Su Cuerpo, la iglesia? Porque el tabernáculo estaba compuesto de cuarenta y ocho tablas de madera. Estaba constituido de muchas tablas, lo cual tipifica a los miembros del Cuerpo. En la iglesia, muchos miembros son edificados al ser cubiertos y vinculados por medio del oro divino. Son uno en el oro. Están cubiertos con oro y unidos por medio de los anillos y las barras de oro. Si están fuera del oro, se hacen pedazos y son alejados unos de otros. En la naturaleza humana son pedazos sueltos, pero en la naturaleza divina, en el Dios Triuno, son uno. Además, todos los miembros del Cuerpo están cubiertos con el Cristo cuádruple, al igual que el tabernáculo estaba cubierto con las cuatro capas de cortinas. La iglesia, la cual es el agrandamiento de Cristo, la expresión de Cristo, está bajo tal clase de cubierta. Esas cuarenta y ocho tablas estaban puestas sobre basas de plata, lo cual significaba que se basaban en la redención de Cristo. La redención de Cristo es la base en la cual puedan ser cubiertas y unidas con el oro divino, y finalmente cubiertas del Cristo cuádruple. Esto es la iglesia, el aumento y la expresión de Cristo.
Podemos darnos cuenta de que esto es mucho más que el cordero de la pascua, el maná y la roca de la que fluye agua viva. En esto tenemos algo sólido. En ello tenemos a Cristo, quien tiene por dentro el testimonio de Dios, y por fuera Su aumento como Su verdadera expresión. Este Cristo es el centro de aquellos que han de poseer la tierra. Si quisiéramos tomar posesión del Cristo todo-inclusivo, necesitamos tener a ese Cristo como nuestro centro: un Cristo que tiene en Sí el testimonio, un Cristo que es la manifestación y explicación de Dios. Y debemos ser el aumento de este Cristo, el tabernáculo para este Cristo, la expresión de este Cristo. Debemos tener tal centro, y debemos ser tal agrandamiento. Esta es la manera de poseer la tierra. Esto no quiere decir que tengamos una gran cantidad de las experiencias de Cristo, sino que nuestro disfrute de El va aumentando y ensanchándose todo el tiempo.
Empezamos por disfrutar un cordero. Hay que decir un pequeño cordero. Es perfecto y completo, pero pequeño. Después aprendemos a disfrutar diariamente a Cristo como el maná, como nuestro suministro de alimento, y como la roca de la que fluye agua viva. Cristo viene a ser más para nosotros. Luego empezamos a experimentar a Cristo como el testimonio de Dios, la manifestación y explicación de Dios. Cristo está siendo formado en nosotros a un grado más completo y en una manera más sólida. Cuando las personas se acercan a nosotros, se dan cuenta de que esto es nuestro centro; leen la naturaleza de Dios mismo. Nos convertimos en el ensanchamiento de Cristo, Su plenitud, Su Cuerpo. Tal debe ser nuestra experiencia y nuestro testimonio.
Cuando tenemos el arca como nuestro centro y somos edificados como el tabernáculo que contiene esta arca, la gloria de Dios desciende y llena el tabernáculo. No es sino hasta que tengamos este testimonio, hasta que experimentemos a Cristo como el arca, como manifestación de Dios, y hasta que seamos la expresión del arca, el agrandamiento de Cristo, que seremos llenos de la gloria de Dios. Debemos experimentar a Cristo en esa forma. El es la expresión de Dios, y nosotros debemos ser la expresión de El. Entonces la gloria de Dios nos llenará. Podemos estar seguros de que cuando lleguemos a este punto, no importará cuándo ni cómo nos reunamos, de modo formal o informal; la misma gloria de Dios estará con nosotros. ¿Qué es la gloria? Como ya hemos mencionado, es la presencia de Dios percibida por los sentidos humanos. Cuando uno siente la presencia de Dios, eso es la gloria. ¿Dónde está la gloria? Donde el arca sea el centro y donde el tabernáculo esté edificado como su agrandamiento y expresión.
Se puede ver lo que es la gloria de Dios usando como ejemplo la luz de un foco eléctrico. El foco es un recipiente que exhibe la gloria de la electricidad. Cuando no está conectado a la electricidad, no tiene ninguna gloria y es inútil. Pero cuando todo está en orden y se prende la electricidad, la gloria llena el foco. Todos pueden verla. Todos pueden reconocer y sentir la gloria.
Cuando lleguemos al punto de tener a tal Cristo como la manifestación de Dios y cuando nosotros seamos la expresión de este Cristo, la gloria de Dios nos llenará cada vez que nos reunamos. Otros lo podrán sentir. Pueden sentir la misma expresión de Dios porque Dios es glorificado entre nosotros. No será sino hasta que alcancemos esta etapa, que tal realidad existirá. Cuando tomamos a Cristo como el cordero de la pascua, no hay tal expresión de gloria. Incluso cuando le disfrutamos como el maná diario y como la roca de la que fluye agua viva, falta la gloria Shekinah. No es sino hasta que un día el arca sea puesta en el tabernáculo y el tabernáculo sea erigido en las basas de plata y cubierto con la cubierta cuádruple, que la gloria de Dios descenderá.
Este es un cuadro claro de la verdadera expresión de Cristo. La verdadera expresión de Cristo es el agrandamiento de Cristo mismo. Es Cristo como la manifestación de Dios mezclado con nosotros. No es el pequeño cordero pascual ni siquiera Cristo como el maná diario y la roca, sino que es Cristo, la manifestación de Dios entre nosotros como el centro, mezclado con nosotros, agrandado dentro de nosotros y aumentado entre nosotros. En la verdadera expresión de Cristo, todos hemos sido saturados con la naturaleza de Cristo y edificados en El. Cristo tiene dos naturalezas, la humana y la divina, y nosotros también: tenemos la naturaleza humana pero estamos cubiertos de la naturaleza divina. El es el Dios-hombre, y nosotros somos Dios-hombres. El es el arca hecha de madera cubierta de oro, y nosotros somos las tablas hechas de madera cubiertas de oro. En número somos diferentes, pero en naturaleza somos exactamente lo mismo. Cristo es la manifestación de Dios, y todas estas tablas, combinadas como una sola en el oro, son la expresión de Cristo. Cuando llegamos a tal punto, la gloria de Dios desciende y nos llena. Esto es el testimonio. Damos testimonio de nada menos que de este Cristo que es la manifestación de Dios y que ha sido ensanchado por medio de nosotros, llenándonos así con la gloria de Dios.
Puedo relatar muchas experiencias para mostrar este punto. Muchas veces he experimentado tal gloria, una gloria maravillosa. Frecuentemente, cuando he estado con un grupo de creyentes que han llegado a tal etapa, la gloria desciende y todos lo saben. Cuando experimentamos a Cristo no sólo como el cordero pascual y el maná, sino que lo experimentamos juntamente en esta manera más completa y más sólida, siempre tenemos la gloria entre nosotros.
Pero esto no es todo; no es el final de la historia. Aun si tenemos esto, con todo, no estamos capacitados para entrar en la buena tierra. Debemos tener algo más. Empezamos con Exodo 12, disfrutando a Cristo como el cordero redentor; también hemos visto lo que significa pasar a disfrutarle como el maná diario y como la roca de la cual fluye agua viva; y hemos visto el disfrute de Cristo como el arca, como la manifestación del Dios vivo, y hemos visto que nosotros somos la expresión, el agrandamiento de este Cristo, de manera que la gloria de Dios nos llena. Hemos terminado el libro de Exodo, y llegamos ahora a Levítico, el libro siguiente.
Después de que se erige el tabernáculo, debemos tratar con las ofrendas. ¡Cuán rico es Cristo para nosotros en todas las diferentes ofrendas! Quizás usted diga: “Oh, ya hemos visto tanto de Cristo. ¡Ya es suficiente!” Pero, no, hay que seguir adelante. Hay muchísimo más. El tabernáculo se ha erigido, pero ¿cómo podemos tener contacto con este tabernáculo? Aquí está el testimonio, la manifestación de Dios y la expresión de Cristo, pero ¿cómo podemos tener contacto con todo esto? Jamás podemos tener contacto con el tabernáculo por nuestra propia cuenta. Hay una entrada, pero la única forma apropiada de acercarnos a esta entrada y tener contacto con el tabernáculo es usar las ofrendas. Tener contacto con el tabernáculo sin las ofrendas significa muerte inmediata. Cuando nos acercamos para tener contacto con este tabernáculo, debemos traer algunas ofrendas. ¡Oh, Cristo es tan rico! Por una parte, El es la manifestación de Dios, y por otra, El es la manera en que podemos tener contacto con este Dios; Cristo es las ofrendas. Es el mismo medio con el cual podemos tener contacto con la manifestación de Dios, la cual es El mismo. El es todo.
¿Qué son las ofrendas? Hay cinco ofrendas: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por la transgresión. Todas ellas son Cristo. Cada vez que queramos tratar con el testimonio, cada vez que queramos tener contacto con la expresión de Cristo, debemos ofrecer a Cristo de nuevo, debemos aplicar a Cristo de nuevo. A veces necesitamos aplicarlo como la ofrenda por la transgresión, a veces como la ofrenda por el pecado, a veces como la ofrenda de harina, a veces como la ofrenda de paz y a veces aun como el holocausto.
¿Cuándo debemos aplicar a Cristo como la ofrenda por la transgresión? Está muy claro. He aquí un ejemplo. Supongamos que tenemos una reunión y usted está en camino a la reunión; viene con la intención de tener contacto con el tabernáculo que tiene a Cristo como su centro. Pero en su corazón siente que ha hecho algo malo. Quizás se haya portado mal con alguno de los hermanos. Sí, lo vio hoy y aun se sonrió con él, pero su sonrisa fue una expresión de odio. Cuando se acerca a tener contacto con el tabernáculo y el testimonio, el Espíritu Santo lo hace consciente de su transgresión. Usted ha pecado; ha cometido una transgresión. El Señor ha dicho que tiene que amar a su hermano, pero usted lo ha amado en una manera falsa; le sonrió con odio. Así que, debe aplicar a Cristo como la ofrenda por la transgresión.
Muchas veces uno puede decir la verdad, pero con una mentira. En otras palabras se miente con la verdad. A veces le pregunto a cierta hermano acerca del estado de otro. Me contesta que este hermano está bastante bien, pero por el tono de la voz y el sentido del espíritu, percibo que por una parte me está diciendo la verdad, pero por otra es una mentira. Puedo preguntarle a alguien si ama a cierto hermano y puede que conteste que por la gracia de Dios sí lo ama. Si así es, yo sé que no lo ama. Tal vez le pregunto si usted es un buen hermano, y puede ser que me conteste que no es tan bueno. Usted parece humilde y sincero, pero en su corazón se está diciendo que es el mejor hermano de todos. Oh, hermanos y hermanas, ¡todo el tiempo estamos en transgresión!
¡Cuán egoístas somos! Somos tan egoístas que cuando llegamos a la reunión, escogemos el mejor asiento. Aquí en los Estados Unidos tienen asientos separados, así que no pueden aprovecharse de otros. Pero en Formosa tienen bancas largas. Todas las bancas son lo suficientemente largas para acomodar a cuatro personas durante las reuniones comunes. Pero cuando tienen una conferencia, se les pide a los hermanos que se junten unos a otros de tal manera que quepan cinco personas. Sin embargo, algunos hermanos, aun conscientes de esto, se acomodan en la banca ocupando la cuarta parte, obligando a los demás a usar menos espacio. ¿Qué forma es ésta para tener contacto con el tabernáculo y el testimonio del Señor? ¡Qué pecaminosos somos! ¡Cuánto necesitamos aplicar al Señor como nuestra ofrenda por la transgresión!
Hermanos y hermanas, creo que si somos fieles y sinceros delante del Señor, cuando venimos para tener contacto con este tabernáculo, este testimonio, Su Espíritu nos hará sentir toda nuestra pecaminosidad y todas nuestras transgresiones. Estaremos conscientes de lo que hemos hecho y diremos: “Oh Señor, perdóname. Límpiame. Tú moriste en la cruz como mi Redentor; así que una vez más te aplico como mi ofrenda por la transgresión”. ¡Es maravilloso! Cuando aplicamos a Cristo en tal manera, inmediatamente sentimos que hemos sido perdonados y limpiados, y tenemos paz en nuestra conciencia. Tenemos buena comunión con el Señor y con el Cuerpo. Esta es la aplicación de Cristo como nuestra ofrenda por la transgresión. ¿Tiene usted esta clase de experiencia?
Todo el tiempo, sin excepción, al prepararme para ministrar, le pido al Señor que me limpie una vez más. De otra manera, por la condenación de mi conciencia, no tendría la unción para poder ministrar en una forma viva. Debo aplicar a Cristo todo el tiempo como mi ofrenda por la transgresión para que mi conciencia esté limpia y yo esté en paz. De esta manera tengo el denuedo de reclamar la unción de Dios. Donde la sangre limpie, allí vendrá la unción. La unción del ungüento siempre sigue a la limpieza de la sangre. Tenemos la base para reclamar la unción, la obra del Espíritu Santo, para poder ministrar en forma viva. Cuando aplico a Cristo como mi ofrenda por la transgresión, no importa cuánto haya transgredido, ¡alabado sea el Señor! soy perdonado y limpiado. Cuando me acerco a ministrar, o a servir, y aun cuando tengo contacto con algunos hermanos, necesito decir: “Señor, perdóname y límpiame una vez más. Te aplico como mi ofrenda por la transgresión”.
Algunas veces parece que no hemos transgredido. Por la protección del Señor, hemos sido guardados en Su presencia a través de todo el día sin cometer ninguna transgresión. Eso es posible. No sentimos que hayamos transgredido, pero en lo más profundo tenemos otro sentir. Es muy raro. Cuando decimos: “Señor, te alabo; me has guardado todo este día. Por Tu protección no he transgredido”, tenemos un sentir más profundo que indica que dentro de nosotros hay algo pecaminoso. Sentimos que muy adentro hay algo que es más pecaminoso que las transgresiones. Es el Pecado, con mayúscula. Es la naturaleza pecaminosa. Aunque hemos sido salvos y tenemos paz con Dios y unos con otros, en nuestro interior todavía está la naturaleza pecaminosa. Esto es el Pecado del cual se habla extensamente en Romanos 5, 6, 7 y 8. El pecado mora en mí. No estoy hablando de los pecados, sino del Pecado, con mayúscula, en singular. Aborrezco hacer lo que hago, no soy yo el que lo hace sino el Pecado que mora en mí. Hay algo maligno, vivo y poderoso dentro de mí que se llama Pecado. Puede conquistarme, vencerme; puede hacer que yo haga lo que detesto. Es una naturaleza viva, la naturaleza del maligno. Para esto hay una ofrenda, la ofrenda por el pecado.
Un día yo estaba leyendo en el periódico algo tocante a un hombre que robó un banco. Yo dije: “Señor, te doy gracias porque por Tu misericordia y Tu gracia nunca he hecho tal cosa; nunca he robado a otros”. Pero en lo más profundo de mi ser sentí que no debía decir esto, porque el mismo elemento de ladrón está en mí. Es cierto, nunca he cometido el acto de robar, pero tengo la naturaleza de ladrón. Por una parte puedo decir: “Señor te doy gracias por Tu protección que me ha guardado de cometer el acto de robar a otros”. Pero por otra parte debo decir: “Señor, tengo una naturaleza pecaminosa, una naturaleza ladrona, pero Tú eres mi ofrenda por el pecado. Aunque exteriormente no he cometido ninguna transgresión, interiormente tengo una naturaleza pecaminosa. Aunque no necesito aplicarte ahora como mi ofrenda por la transgresión, con todo, el necesito como mi ofrenda por el pecado”.
Hermanos y hermanas, cuando nosotros como criaturas caídas, nos acercamos para tener contacto con el testimonio del Señor, debemos por lo menos aplicar a Cristo como la ofrenda por el pecado. En las Escrituras vemos cómo los hijos de Israel tenían que ofrecer la ofrenda por el pecado para tener contacto con el Señor. No importa cuán bueno usted piense que es. Debe comprender que por estar todavía en la naturaleza pecaminosa, tiene que aplicar a Cristo como la ofrenda por el pecado.
Alabado sea el Señor porque El también es la ofrenda de paz. Día tras día, y momento tras momento, al disfrutarle como nuestra ofrenda por la transgresión y nuestra ofrenda por el pecado, también le disfrutamos como nuestra ofrenda de paz. Por medio de El y en El tenemos paz con Dios y con nuestros hermanos y hermanas. Cristo mismo es nuestra paz. Le disfrutamos como nuestra paz con Dios y con los hombres. El es tan dulce, y nos satisface tanto; cada uno de nosotros puede disfrutarle en la presencia de Dios y disfrutarle juntamente con Dios. Esto es Cristo como la ofrenda de paz.
A veces debemos aplicar a Cristo como la ofrenda de harina. Frecuentemente, después de que lo hemos aplicado y experimentado como la ofrenda por la transgresión y la ofrenda por el pecado, lo aplicamos inmediatamente como la ofrenda de harina. Sencillamente disfrutamos a Cristo. Disfrutamos la vida que vivió en la tierra: ¡El era tan perfecto, tan fino, tan puro y tan espiritual! Le disfrutamos como tal. Decimos: “Señor, ¡cuánto te disfrutamos como la ofrenda de harina para Dios!” Esta es la manera de ofrecer a Cristo como la ofrenda de harina.
Además, frecuentemente debemos aplicar a Cristo como el holocausto. Tenemos que decir: “Oh, Señor, me doy cuenta de cómo te ofreciste completamente a Dios en sacrificio para hacer Su voluntad, satisfacerlo y vivir una vida absolutamente para Dios. Te disfruto como tal Persona”. Muchas veces en la Mesa del Señor tenemos esta clase de experiencia. Aplicamos a Cristo como la ofrenda de harina y el holocausto. Vemos aquella vida maravillosa que el Señor vivió al estar aquí. Lo vemos a los doce años de edad. Lo vemos como carpintero en aquella familia pobre de Nazaret. Vemos cómo se comportó cuando salió en Su ministerio para Dios, cómo se condujo delante de los demás y cómo los trató en Su manera bondadosa, tierna, humilde y santa. Lo aplicamos como nuestro disfrute, nuestra ofrenda de harina y como nuestro holocausto para la satisfacción de Dios. Podemos decirle al Señor: “Tú viviste en la tierra absolutamente para Dios. Tú eres el holocausto. Te aplico como mi disfrute y como la satisfacción para Dios, no sólo aquí en Tu mesa, sino también durante el día. Algunas veces en la mañana y a veces por la tarde, te disfruto como la ofrenda de harina y como el holocausto”.
¡Alabado sea el Señor porque El es todas estas ofrendas para nuestro disfrute! Cuanto más aplicamos a Cristo como la ofrenda por la transgresión, la ofrenda por el pecado, la ofrenda de paz, la ofrenda de harina y el holocausto, tanto más sentimos que estamos en el tabernáculo. Cuanto más aplicamos a Cristo en esa forma, tanto más sentimos que estamos en la gloriosa presencia de Dios. Esto no es doctrina, sino algo muy real. Puede comprobarse; puede experimentarse. Si no tenemos tales experiencias, algo anda mal en nosotros.
Ahora puede ver cuánto de Cristo tenemos que experimentar. Tenemos que experimentarlo como el cordero de la pascua, el maná, la roca, el arca con el tabernáculo, y como todas las ofrendas: la ofrenda por la transgresión, la ofrenda por el pecado, la ofrenda de paz, la ofrenda de harina y el holocausto. Necesitamos experimentar a Cristo y aplicarlo hora tras hora, momento tras momento, de tal manera que seamos capacitados y fortalecidos para seguir adelante y tomar posesión del Cristo todo-inclusivo. No se puede tomar posesión de esta buena tierra repentina ni instantáneamente. Es un proceso gradual. Primero lo debemos disfrutar como el cordero; después lo debemos disfrutar como el maná, la roca, el arca con el tabernáculo; y luego día a día, momento a momento, tenemos que disfrutarle como las diferentes ofrendas. Así seremos capacitados y tendremos la madurez adecuada para tomar posesión de esa tierra todo-inclusiva. Pero aún sigue algo más.
Inmediatamente después de las ofrendas mencionadas en la primera parte de Levítico, se nos presenta el sacerdocio. Aarón y sus hijos fueron adornados y estaban capacitados para servir como sacerdotes para Dios. Debemos tener esto; debemos tener a Cristo como nuestro Aarón. Cristo debe ser nuestro sumo sacerdote y todos nosotros debemos ser Sus hijos, sacerdotes que sirven a Dios. Esto es algo más que necesitamos disfrutar, experimentar y aplicar. Cuando usted llega a la reunión para disfrutar al Señor, ¿usted sirve, usted funciona, usted ministra? Tal vez me conteste: “Hermano, no soy ministro para ministrar. Usted es el ministro”. Pero si me dice que no es ministro, le diré que tampoco lo soy yo. Soy lo que es usted. Usted es un hermano, y yo también soy un hermano. Pero hermanos y hermanas, deben darse cuenta de que tienen que ministrar. Todos tenemos que ministrar. ¿Qué debe usted ministrar? Ya lo sabe. Si es sincero y fiel con el Señor, sabrá lo que tiene que ministrar. Usted es un sacerdote.
Si no estamos sirviendo como sacerdotes, nunca podremos tomar posesión del Cristo todo-inclusivo. Si queremos entrar en la buena tierra, tenemos que ser sacerdotes. Debe haber un sacerdocio entre los hijos del Señor antes de que se pueda entrar a la buena tierra. Quizás usted diga que había muchos entre el pueblo de Israel que no eran sacerdotes. Pero, debe admitir que todos recibieron el beneficio del sacerdocio. En todo caso, entre ellos había un sacerdocio, y también entre nosotros debe haber un sacerdocio.
¿Qué es un sacerdote? Por favor no piense que hoy entre el pueblo del Señor los sacerdotes son los llamados ministros, pastores, predicadores, etc. Me temo que muchos de ellos no son sacerdotes genuinos. ¿Quiénes son hoy los sacerdotes? Son aquellos que viven en Cristo y por Cristo para manifestarlo a El. No importa lo que usted haga ni cuál sea su trabajo. Puede ser maestro de escuela, hombre de negocio, médico, enfermera, estudiante o ama de casa. El punto básico y esencial es que viva en Cristo, ande en Cristo, disfrute a Cristo, experimente a Cristo y aplique a Cristo en toda su vida. Esto lo hace a usted sacerdote. Considere a los hijos de Aarón cuando fueron presentados a Moisés. ¿Qué hizo Moisés? Les quitó la ropa y los vistió de las vestiduras sacerdotales. ¿Qué son esas vestiduras sacerdotales? Son la manifestación de Cristo. Cristo manifestado en usted es la vestidura sacerdotal. Lo que comen los sacerdotes representa a Cristo, lo que visten representa a Cristo y todo su vivir representa a Cristo. Para ser sacerdote, usted necesita vivir en Cristo y servir con Cristo. Cuando enseña en la escuela, enseña en Cristo; cuando hace sus negocios, los hace en Cristo; cuando cuida de su hogar, lo hace en Cristo. Está en la vestidura sacerdotal.
Hace poco una hermana llegó de una ciudad lejana. Nos había enviado un telegrama que indicaba la hora de su llegada y el número de su vuelo, pero ninguno de nosotros la conocía ni la había visto. Para complicar más la situación, era durante una época festiva y el aeropuerto estaba inundado de viajeros. Los hermanos estaban muy preocupados y me decían: “Hermano, ¿cómo podremos reconocer a la hermana? ¿Cómo va ella a conocernos a nosotros?” Les dije: “Estén tranquilos. Habrá alguna señal para poder conocerla”. Cuando el avión aterrizó y los pasajeros empezaron a descender del avión, esperamos a la entrada. Pasaron varias señoras, y luego otras más. Mientras las veíamos pasar, les decía a los hermanos: “Esa no es, esa otra no es. No ésa, no, no ... no...” Al poco rato, se acercaba otra y les dije a los hermanos: “Esa es; ésa debe ser la hermana. Acérquense a hablarle”. Y ella misma nos sonrió. Era la que esperábamos. La reconocí por su “vestidura sacerdotal”.
Hace como treinta años, otra hermana vino a visitarnos en el norte de China, viajando por barco desde Shanghái. El barco no pudo acercarse al muelle; así que, muchas lanchas traían los pasajeros hasta la orilla. Había una multitud de amigos y parientes, gritando y saludándose unos a otros. Pero nosotros nunca habíamos visto a esta hermana; no la conocíamos. Mirábamos a una persona y a otra. Buscábamos y mirábamos en cada lancha que llegaba, pero no pudimos distinguir a nadie que pudiera ser la hermana. Finalmente otra lancha llegó trayendo a una señora, y cuando pudimos distinguirla con la vista, todos dijimos que ella era y acertamos. ¿Cómo lo supimos? Sólo por cierta manifestación. No puedo explicar las señales, pero las puedo captar; las puedo sentir.
Hay muchas historias como éstas. Si usted es sacerdote, hay algo en usted que no es ordinario; tiene características particulares y distintivas. Está equipado con Cristo y adornado con Cristo; El es su vestidura sacerdotal. Tiene que experimentar a Cristo en esa forma; así será sacerdote. Lo que usted toque, lo tocará con Cristo; cualquier cosa que haga, la hará con Cristo. Manifestará a Cristo. Si usted es una hermana y toca a Cristo todo el día, considere cuánto podrá ministrar al Señor. Ayudará a la gente a conocer a Cristo; ministrará a Cristo a su familia. Cuando venga a las reuniones, podrá ministrar muchas cosas. Ya sea que limpie el salón o acomode las sillas o se arrodille con dos o tres otras hermanas para orar por la reunión, todo es un ministerio, un ministerio llevado a cabo en Cristo, con Cristo y por medio de Cristo. Quizás prepare una comida para convidados que han venido para asistir a reuniones especiales. Eso también es un ministerio que debe estar lleno del Espíritu. En Hechos se nos dice que los que servían a las mesas debían estar llenos del Espíritu. No es fácil llevar a cabo la preparación de los alimentos. Es una excelente oportunidad de aplicar a Cristo y ministrarlo.
Hay muchos ministerios que pueden desempeñar los sacerdotes. Uno puede llegar y sentarse en la reunión, y aunque no participe activa y abiertamente en la reunión, aún así puede tener un ministerio poderoso y eficaz a cada momento. En Shanghái, durante el período de 1946 a 1948, yo daba la mayoría de los mensajes. Puedo decirles que cada vez que liberaba un mensaje, algunos hermanos y hermanas —no pocos, quizás de cien a doscientos— estaban allí sentados ministrando. Ministraban con el espíritu, con un espíritu de oración, con un espíritu receptivo. Estaban allí sentados ejercitando su espíritu para extraer el mensaje. Ese era su ministerio y era de lo más eficaz y valioso. Había centenares de personas apretadas en aquel salón de reunión, pero me respaldaban, me apoyaban. Eran uno conmigo. Sin ellos yo no habría ministrado en una forma tan viva y libre.
En una ocasión organizamos algunas reuniones especiales para predicar el evangelio a los incrédulos. Todos los hermanos y hermanas pensaban que era mejor guardar los asientos para sus amigos que no eran salvos; así que, se retiraron a otro cuarto. De esta manera, todo el salón, especialmente al frente, estaba lleno de incrédulos. Cuando me levanté para ministrar, miré alrededor y me asusté. No había ninguno que me respaldara ni apoyara. Tuve que pelear la batalla solo. El peso de todos aquellos incrédulos, aquellos hijos del diablo, era sumamente grande. Estaban en multitud a mi alrededor y sus pecados se levantaron en mi contra. El próximo día les dijo a los hermanos y hermanas: “No, no, ¡nunca se debe hacer eso! Por lo menos doscientos de ustedes deben quedarse para apoyarme. No puedo pelear solo en contra de centenares de personas. Deben regresar y sentarse con todas las personas para orar y recibir”.
Con tal espíritu de apoyo, ¡que denuedo y autoridad hay! Todos son sometidos, no por mí, sino por el Cuerpo, por el sacerdocio. En el día de Pentecostés, Pedro no se levantó solo, sino que se puso en pie con los once. Mire su denuedo. Mire su autoridad. Mire los maravillosos resultados.
Un año en Formosa tuvimos una gran conferencia a la cual asistieron más de dos mil personas. Al pararme al frente, sentí una gran carga. Me sentía sumamente cargado. Les dijo a los ancianos: “Todos ustedes tienen que subir conmigo a la plataforma”. Entonces, cuando llegábamos a las reuniones, todos ellos subían conmigo a la plataforma, y mientras daba los mensajes había un “¡Amén! ¡Amén!” resonando una y otra vez. Me apoyaban, me respaldaban. Yo tenía mucho denuedo, y toda la congregación estaba sometida. Este ambiente inspiró el temor y el amor al Señor. Esto es el ministerio. Hermanos y hermanas, nunca podemos engañar al enemigo, ni a nuestra propia conciencia, ni jamás al Señor. Si aquellos ancianos que estaban en la plataforma no hubieran sido sacerdotes, si hubieran sido gente mundana, les habría sido imposible decir “Amén” de tal manera. No habría habido paz en su conciencia. Tal vez hubieran dicho “Amén” de modo suave y débil, pero eso no significa nada; en eso no hay respaldo. Pero estaban sirviendo al Señor en Cristo; estaban viviendo en Cristo, con Cristo y por medio de Cristo. Por lo tanto, tenían gran denuedo. Cuando llegaba la ocasión de que un hermano tenía que ministrar, podían decir: “Subamos con él a la plataforma como un ejército”. No ministraba un hermano solo, sino un equipo, un ejército. Cuando él hablaba, todos decían “Amén” con un espíritu fuerte y ahuyentaban al enemigo. No le daban lugar al enemigo, y toda la reunión con la congregación entera, era conquistada y capturada por el Señor. Si usted ha tenido tal experiencia o ha estado en una reunión así, puede dar testimonio de la realidad de esto.
Hermanos y hermanas, éste es el verdadero ministerio. Todo depende de cuánto usted viva en Cristo, ande en Cristo y tome a Cristo como su alimento, su vestidura y su todo.
Ahora hemos terminado con Levítico. ¡Cuántos aspectos de Cristo tenemos que experimentar! ¡Cuán rico, maravillosamente rico, es El! Lo debemos experimentar más y más. Ahora no sólo tenemos el arca con el tabernáculo, sino también las ofrendas y el sacerdocio. Estamos mucho más capacitados para entrar en la tierra, pero no debemos enorgullecernos. Hay que practicar todas estas cosas día tras día y experimentarlas en realidad. Somos capacitados para entrar en la buena tierra por medio de disfrutar a Cristo como el cordero, como la fiesta de la pascua, como el maná diario, como la roca de la cual fluye el agua viva, como el arca con el tabernáculo, como todas las diferentes ofrendas y como todo el equipo y suministro del verdadero sacerdocio.