
Lectura bíblica: Dt. 12:1-18, 20-21, 26-27; 14:22-23; 16:16-17
Supongamos que ya hemos tomado posesión de la tierra. Hemos entrado en ella, hemos vencido y derrotado a todos los enemigos, y vivimos allí. Ahora tenemos que descubrir qué clase de vida debemos tener en la tierra.
Primeramente vimos algo acerca de la tierra. La tierra es buena, sumamente buena. En primer lugar es buena en su amplitud, en segundo lugar, en su altitud, y en tercer lugar, es buena en sus riquezas; es buena en tres aspectos. Hemos visto los detalles de sus riquezas: es rica en aguas, en toda clase de alimentos, tanto del reino vegetal como del reino animal, y también en minerales. Además, nos hemos ocupado mucho de la manera de entrar en la tierra y poseerla, comenzando con el cordero de la pascua y pasando por muchas más experiencias de Cristo. Ahora estamos en esta tierra maravillosa; estamos en el Cristo todo-inclusivo. ¿Qué clase de vida debemos tener en esta buena tierra? En el libro de Deuteronomio se habla de eso.
Cuando Moisés, el siervo del Señor, escribió el libro de Deuteronomio, todo estaba listo para que el pueblo de Israel entrara en la tierra. Tenían el tabernáculo con el arca, tenían el servicio sacerdotal, y habían sido coordinados y formados como ejército. Todo estaba listo; el siguiente paso era entrar. Pero Moisés se dio cuenta de que no había sido llamado por el Señor para dirigir al pueblo a entrar en la tierra. Moisés fue el que los había llevado al punto de estar totalmente preparados, pero él mismo no podía entrar en la tierra con ellos. El Señor le dijo que tenía que irse. En ese momento, el corazón de este siervo del Señor se conmovió en amor por el pueblo del Señor. Moisés estaba muy preocupado por el futuro de ellos, especialmente en lo tocante a la vida que deberían llevar después de tomar posesión de la tierra. Por lo tanto, con ese amor e interés, hizo todo lo que pudo para instruirles acerca de la clase de vida que deberían tener después de poseer la tierra. Moisés era semejante a un padre anciano, entregando palabras de sabiduría y consejos de amor a sus hijos maduros. Lo que les decía estaba lleno de exhortaciones para que tuvieran cuidado en la vida que llevarían en la tierra que el Señor había prometido a Sus padres; de otra manera, la perderían. Esta fue la carga que les transmitió a ellos y de la cual escribió en este libro.
El libro de Deuteronomio precede el libro de Josué pero el contenido de Deuteronomio trata con lo que va después de Josué. En cuanto al orden de los libros, es primero, pero con respecto a sus temas, va después. El libro de Josué habla de poseer la tierra, es decir, cruzar el río, pelear la batalla, entrar en la tierra y arrebatarla del enemigo usurpador. Sin embargo, Deuteronomio trata de la vida que se debe vivir en la tierra después de poseerla. En otras palabras, nos muestra la vida que tenemos que vivir para poder disfrutar lo que hemos poseído. Hemos entrado en la tierra y hemos tomado posesión de ella; ahora debemos aprender a disfrutarla y a vivir en ella. No sólo debemos saber tomar posesión del Cristo todo-inclusivo, sino que también, después de poseerlo, debemos saber vivir una vida delante de Dios que nos capacite para disfrutarlo. Este es el mensaje del libro de Deuteronomio.
Entonces, ¿qué vida es la que necesitamos para disfrutar la buena tierra? En primer lugar, es una vida de laborar en Cristo. Es una vida de hacer de Cristo nuestra industria.
Hoy en día se habla mucho de industria. La gente estudia muchas materias para participar en la industria; ellos establecen negocios con miras a la industria y planean ciudades con ese mismo fin. Hoy casi todo está orientado hacia la industria. Las naciones compiten unas con otras en el crecimiento industrial. Hay muchas clases de industrias en el mundo, pero nosotros que somos el pueblo del Señor y vivimos en el Cristo todo-inclusivo, debemos tener una sola industria: Cristo. El es nuestra industria, tenemos que laborar en El.
Hoy día muchas personas estudian la ciencia o la ingeniería. Día tras día investigan estos asuntos y trabajan en ellos. Dedican muchas horas de estudio laborioso, de experimentación y aun de práctica en esos campos. Pero yo quisiera saber, usted como un cristiano nacido de Dios, iluminado por el Espíritu Santo y fortalecido cada día con el poder de resurrección en el hombre interior, ¿en qué está laborando? En otras palabras, ¿cuál es su negocio?
Dondequiera que voy, no me gusta decirle a la gente que soy predicador. Puede ser que suene raro, pero me avergüenzo de presentarme a otros en esa forma. Tampoco me gusta dar a conocer a la gente que soy lo que se llama un ministro. Me es realmente difícil decirle a la gente cuál es mi negocio. Muchas veces al viajar por avión o por tren, alguien se sienta a mi lado y me pregunta cuál es mi ocupación. A veces les sorprendo diciendo: “¡Estoy trabajando en Cristo! ¡Cristo es mi trabajo!” Cuando me preguntan con qué empresa trabajo, a veces les contesto: “Mi empresa es Cristo y compañía”. Usualmente me preguntan después qué es lo que quiero decir con “Cristo y compañía”. Lo único que les puedo decir es que día tras día estoy trabajando en Cristo y que Cristo mismo es mi verdadero negocio.
Ustedes los que son estudiantes deben comprender y experimentar que aun al estudiar, están trabajando en Cristo. Cristo es su industria. Los que son camioneros, tienen que comprender que manejar camiones no es su verdadera ocupación; su verdadera profesión es Cristo; deben trabajar en El continuamente. Ustedes las que son amas de casa, deben saber que su verdadero trabajo no es el de cuidar del hogar y de la familia, sino que es ¡Cristo! ¿Están trabajando en Cristo todo el tiempo? ¿Procuran disfrutarlo y experimentarlo en toda situación?
La vida que se tiene después de tomar posesión de la buena tierra es una vida de laborar en Cristo. Es una vida de hacer de Cristo nuestra industria y de producirlo en gran cantidad. Trabajamos para “Cristo y compañía” y diariamente producimos a Cristo. Muchos hacendados cultivan y producen frutas. Nosotros cultivamos y producimos a Cristo. Día y noche trabajamos diligentemente en la labranza que es Cristo. No obstante, trabajamos con alegría, y nuestro trabajo es un gran descanso para nosotros.
Considere al pueblo de Israel, después de que ocupó la buena tierra y sometió a todos sus enemigos. ¿Qué hicieron ellos? Sencillamente trabajaron en la tierra. Ellos labraban la tierra, sembraban semillas, regaban los sembrados, nutrían las viñas y podaban los árboles. Esas eran las tareas necesarias para poder disfrutar ese pedazo de tierra. Todo esto es uncuadro que nos muestra que tenemos que trabajar diligentemente en Cristo para poder disfrutar Sus riquezas todo-inclusivas. Esto es nuestro negocio. Cristo es nuestra industria. Debemos trabajar en Cristo para producir Sus riquezas. Hemos visto cuán rica es esta buena tierra en tantos aspectos, pero sin trabajar en ella, ¿cómo podrían producirse sus riquezas en abundancia? Tener a este Cristo tan rico es una cosa, pero laborar continuamente en El es otra.
¿Y qué podemos decir del cristianismo de hoy? ¿Es rico o pobre? Debemos confesar que en verdad es pobre. Cristo es mucho más rico de lo que se pudiera medir, pero hoy la iglesia está hundida en la pobreza. ¿Por qué? Porque hoy en día los hijos del Señor son indolentes. No se esfuerzan para laborar en Cristo. Lean los Proverbios escritos por aquel hombre sabio, el rey Salomón: “Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño? Un poco de sueño, un poco de dormitar, y cruzar un poco las manos para reposo; así vendrá ... tu pobreza como hombre armado” (Pr. 6:9-11). ¿Por qué es tan rico hoy los Estados Unidos? Dios en verdad dio a los Estados Unidos una tierra sumamente rica. Pero ésta no es toda la historia. Muchos estadounidenses han trabajado diligentemente en esta tierra para sacar abundantes riquezas de ella. Tenemos que trabajar; no podemos ser perezosos. ¿Qué hay de la mayoría de los cristianos hoy? Están muy ocupados con sus industrias mundanas, y demasiado perezosos en su labor en Cristo.
Debemos cultivar nuestra tierra espiritual; debemos sembrar la semilla espiritual; debemos regar los sembrados espirituales todo el tiempo. No podemos depender de que otros lo hagan por nosotros. Nosotros mismos tenemos que hacerlo o nunca será hecho. Hermanas, ¿oraron-leyeron la Palabra esta mañana? Hermanos, ¿cuántas veces han tenido contacto con el Señor hoy? Esta es nuestra situación. No cultivamos a Cristo. Tenemos una tierra muy rica, pero no trabajamos en ella; así que, no hay ningún producto. En verdad somos ricos en materia prima, pero muy pobres en producción.
El Señor le dijo a Su pueblo que ellos tenían que reunirse para adorarlo por lo menos tres veces al año: en el tiempo de la pascua, en el tiempo de pentecostés y en la fiesta de los tabernáculos. Además, les dijo que cuando se reunieran, por ningún motivo podían venir con las manos vacías. Tenían que traer algo en sus manos para El, algo del producto de la buena tierra. Si eran perezosos y no laboraban en la tierra, no sólo no podrían traer algo al Señor, sino que tampoco tendrían algo con lo cual satisfacerse; estarían con hambre.
Hermanos y hermanas, debemos darnos cuenta de que cada vez que venimos a las reuniones, cada vez que nos acercamos para adorar al Señor, no debemos llegar con las manos vacías. Debemos venir con las manos llenas del producto de Cristo. Tenemos que laborar en Cristo diariamente para producirlo en gran cantidad. Necesitamos más que ese poquito de Cristo que satisface nuestras necesidades. Debemos producirlo con tanta abundancia que quede un excedente para otros, es decir, para los pobres y necesitados. “Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra” (Dt. 15:11). También debe haber un excedente para satisfacer la necesidad de los sacerdotes y levitas: “Y este será el derecho de los sacerdotes de parte del pueblo, de los que ofrecieren en sacrificio buey o cordero: darán al sacerdote ... Las primicias de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de la lana de tus ovejas le darás” (Dt. 18:3-4). Y sobre todo, lo mejor del excedente debe ser reservado para el Señor: “Y al lugar que Jehová vuestro Dios escogiere para poner en él Su nombre, allí llevaréis todas las cosas que yo os mando: vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos, las ofrendas elevadas de vuestras manos, y todo lo escogido de los votos que hubieres prometido a Jehová” (Dt. 12:11). Cuando cosechaban los campos, tenían que reservar las primicias para el Señor. Cuando el ganado producía, los primogénitos eran para el Señor. Debemos laborar diligentemente, no sólo con la intención de producir lo suficiente para suplir nuestras propias necesidades, sino también con miras a adquirir un excedente que pueda satisfacer las necesidades de otros, reservando lo mejor para el Señor. Entonces seremos aceptos delante del Señor y El se complacerá de nosotros.
Esta es la vida en la buena tierra. Es una vida en la cual continuamente laboramos en Cristo, produciéndolo en gran cantidad. Cosechamos tanto de Cristo que estamos totalmente satisfechos, y además, tenemos un excedente para compartir con otros y con el cual podemos adorar a Dios. Adorar a Dios con Cristo no significa adorarlo individualmente, sino adorarlo colectivamente, con todos los hijos de Dios, disfrutando a Cristo unos con otros y también con Dios. Cuando usted llega, trae algo de Cristo. Cuando otro hermano llega, también trae algo de Cristo. Cada uno trae una porción de Cristo, la cual proviene de su labor en El, y hay un rico disfrute de Cristo no sólo de parte de los santos sino, sobre todo, de parte de Dios, a quien se le ofrece lo mejor.
Hemos visto brevemente la necesidad de trabajar en Cristo y hacer de El nuestra industria. Creo que entendemos esto claramente, pero me temo que sólo sea doctrina para muchos de nosotros. ¿Cómo podemos aplicarlo en una forma práctica? ¿Qué debemos hacer para trabajar en Cristo diariamente?
Quisiera poner un ejemplo. Todas las mañanas usted debe orar diciendo: “Señor, me consagro a Ti una vez más, no para trabajar para Ti, sino para disfrutarte”. Usted debe consagrarse sinceramente al Señor con el simple propósito de disfrutarlo y experimentarlo, y nada más. Desde el momento en que despierta en la mañana, necesita decir: “Señor, aquí estoy. Me dedico a disfrutarte. Concédeme durante todo el día, desde este momento en adelante, experimentarte y aplicarte en toda situación. No te pido nada para mañana. Te pido la gracia para disfrutarte hoy. Muéstrame cómo cultivar la tierra, sembrar la semilla y regar los sembrados del Señor”. Entonces, momento a momento, durante todo el día, usted mantendrá su comunión con el Señor. Vivirá en el Señor en una forma práctica, trabajando en El, aplicándolo y disfrutándolo. Si hace esto, considere cuán fructífera y cuán hermosa será su “labranza”. La labranza de Cristo en su vida diaria estará llena de producción. Y al siguiente día del Señor cuando usted vaya a adorarlo con los santos, podrá decir: “Voy a ver a mi Dios; voy a adorar a mi Señor. No voy con las manos vacías, sino llenas de Cristo. Tengo un excedente, y en la mano derecha tengo la mejor parte reservada para mi amado Señor”. Cuando llega a la reunión, tal vez algún hermano se acerque y le diga: “Tengo cierto problema. ¿Me puedes ayudar?” Puede tener un poco de comunión con él y transmitirle algo de su excedente de Cristo. Puede darle un poco del producto del Cristo en quien ha laborado, el Cristo a quien ha disfrutado día tras día. Ha sido satisfecho ricamente con El, y tiene algo adicional para compartir con los hermanos. Cuando empieza la reunión, usted está bien preparado para ofrecer sus oraciones y alabanzas al Señor de lo que le ha reservado. Esto es lo mejor de su excedente, y con los santos gozosamente lo ofrece al Señor para el disfrute y satisfacción de El. Usted ha cosechado lo suficiente de Cristo para usted mismo, para los necesitados y para el Señor. Además, ha almacenado una porción considerable que lo sostendrá abundantemente en los días por venir.
Si somos ricos en Cristo, necesariamente debemos ser ricos en trabajo y en industria. En Cristo no podemos ser perezosos. Debemos dejar que Dios disfrute a Cristo con nosotros y al mismo tiempo con otros. Si usted hace esto, si yo hago esto y si todos lo hacemos, ¡cuán maravillosas serán las reuniones cuando nos congreguemos para adorar al Señor! Yo compartiré con usted y usted conmigo. Usted me dará algo del Señor, y yo a mi vez le daré algo. Habrá mutualidad y disfrute recíproco. Además, el Señor tendrá Su porción completa.
En el mundo actual hay muchas exhibiciones y ferias. En ciertas ocasiones, algunas personas de ciertas áreas o distritos y a veces de todo el mundo, traen sus productos para exhibirlos en un solo lugar. Esto es precisamente lo que hacemos cuando nos reunimos para adorar a Dios. Nos reunimos para tener una exhibición de Cristo, no simplemente del Cristo que Dios nos ha dado, sino del Cristo que hemos producido, del Cristo en quien hemos laborado y a quien hemos experimentado. Nos reunimos para exhibir a este Cristo. Hermanos y hermanas, esto es lo que todas nuestras reuniones deben ser: una exhibición, una feria, donde se exhiba toda clase de los productos de Cristo.
Consideremos de nuevo al pueblo de Israel. En la fecha de la fiesta de los tabernáculos, muchos venían de todas partes de la tierra para reunirse en el centro, Jerusalén. Todos traían consigo sus productos: frutas, vegetales, ganado y muchas otras cosas. Si hubiéramos podido estar en esa ocasión para verla, nos habríamos maravillado de todas las riquezas de la tierra. Habríamos contemplado la abundancia del producto amontonado allí: hermoso, maduro y de muchos colores, con ovejas y ganado por todos lados. Todo era reunido y disfrutado mutuamente en la presencia de Jehová, quien también tenía Su propia porción.
Hermanos y hermanas, la vida de la iglesia sencillamente es esto. Todos los santos disfrutan a Cristo delante de Dios y mutuamente con Dios. Disfrutan al Cristo que han producido. Día tras día trabajan en Cristo; día tras día lo producen. Luego, en cierto día señalado por el Señor, se reúnen. No solamente tienen las manos llenas, sino que también en sus hombros, hablando figuradamente, llevan a Cristo. Se regocijan en la abundancia de su cosecha y de todas las riquezas que han segado de esa “buena tierra” donde viven. No llegan con las manos vacías, ni llegan con el ceño fruncido. No se duermen en las bancas mientras un pobre ministro ocupa la plataforma. ¡Qué lamentable es una situación así! Ciertamente eso no es la adoración del pueblo del Señor. La adoración de Su pueblo se da cuando todos están llenos de Cristo, radiantes de Cristo, exhibiendo al Cristo en quien han laborado y a quien han producido. Un hermano puede decir: “Aquí está el Cristo en quien laboré y a quien produje hoy. El es muy rico y abundante para mí en este aspecto y en el otro”. Una hermana puede testificar: “Alabado sea el Señor, he experimentado la misma paciencia y bondad de Cristo en la situación difícil que hay en mi hogar. El es muy dulce y real para mí en esa forma”. Este es su producto de Cristo. Todos exhiben al Cristo que han cosechado. ¡Qué adoración a Dios! ¡Qué edificación para los santos! Y ¡qué vergüenza para el enemigo! Esta clase de reunión es un gran desconcierto para los principados y potestades en los lugares celestiales. Las fuerzas malignas que la observan son puestos en vergüenza al ver qué clase de Cristo es éste que tenemos. Hermanos y hermanas, ¿tienen reuniones así en su localidad?
Me temo que el enemigo hoy se ríe y que las fuerzas malignas en los lugares celestiales se burlan de nuestras reuniones cristianas. Pero podemos invertir los papeles por medio de disfrutar al Cristo todo-inclusivo, laborando diligentemente en El día tras día, y reuniendo nuestro producto abundante de El para compartirlo con Dios y con todos los santos. Si hacemos esto, el enemigo y sus ejércitos temblarán de ira y de vergüenza.
Esta es la vida que se tiene después de que se ha poseído la buena tierra. Es una vida de trabajar en Cristo, producir a Cristo, disfrutar a Cristo, compartir a Cristo con otros y de ofrecer a Cristo a Dios para que El lo pueda disfrutar con nosotros. Esta clase de disfrute y de compartir es una exhibición de Cristo para todo el universo. Es una adoración a Dios y una vergüenza para el enemigo. Después de tal adoración, ninguno de los hijos del Señor será pobre. Todos serán ricos y satisfechos, y todos saldrán de “Jerusalén” regocijados. Al terminar tal clase de reunión, todos los hermanos y hermanas saldrán rica y abundantemente nutridos. Llegaron con un excedente, y se van con una porción mayor. Todo lo relacionado con la vida en la tierra es Cristo, pero es un Cristo que está relacionado con nosotros. No es simplemente un Cristo objetivo, sino un Cristo muy subjetivo. Es un Cristo en el cual laboramos, a quien producimos, a quien disfrutamos, a quien compartimos con otros y ofrecemos a Dios.
Según el libro de Deuteronomio se han establecido dos maneras de disfrutar a Cristo. Una puede llamarse la manera personal e individual, y la otra, la manera colectiva. Por ejemplo, en lo que a los granos se refiere, al trigo y la cebada, todo el pueblo de Israel podía disfrutarlo a toda hora y en todo lugar. Esta es una manera de disfrutar el producto de la tierra. Pero una parte de los granos no podían disfrutarse de modo individual y separado. El diezmo y las primicias de los granos, junto con los diezmos y las primicias de todas sus cosechas, debían conservarse y en cierto día llevarse a los sacerdotes escogidos por Dios. Tenían que llevarse al lugar de la habitación de Dios, al lugar donde El había puesto Su nombre. En ese lugar, en la presencia de Dios, debían disfrutarse juntamente con todos los hijos de Dios y con Dios mismo. Esta era la adoración colectiva.
Estas dos formas también se aplicaban al ganado. Si deseaban comer de la carne del ganado o de la manada, podían matar a los animales en cualquier lugar y disfrutarlos. Pero no podían comer de los primogénitos; tampoco podían comer el diezmo. Eso tenía que guardarse y llevarse al sacerdote en el lugar donde Dios había puesto Su nombre, donde el Señor había hecho Su habitación y donde se reunían los hijos del Señor. Por una parte, podían disfrutar algo de las riquezas y la plenitud de la buena tierra en cualquier lugar. Cuando quisieran y donde quisieran podían hacerlo. Pero por otra parte, había una porción con respecto a la cual no tenían opción ni libertad. Debían llevarla al lugar escogido por Dios para disfrutarla juntamente con los hijos de Dios. Así que, hay dos maneras: la individual y la colectiva.
Ahora apliquemos estos principios. Nosotros como cristianos podemos disfrutar a Cristo solos en cualquier momento y en cualquier lugar. Pero si queremos disfrutar a Cristo en una manera colectiva con los hijos del Señor, no tenemos alternativa; hay un solo lugar al cual podemos ir. Disfrutarlo separada e individualmente es permisible dondequiera; para esto hay plena libertad. Pero si queremos disfrutar a Cristo con el pueblo del Señor en adoración a Dios, debemos ir al lugar escogido por Dios. Este es un asunto sumamente vital, porque preserva la unidad de los hijos del Señor.
Este principio es totalmente contrario a la situación que prevalece en el cristianismo actual. ¡Cuánta confusión, cuánta complicación y cuánta división se ha suscitado por violar de este principio! Consideremos a los hijos de Israel. De generación en generación, de siglo en siglo, no hubo división entre ellos, porque tenían un solo centro para su adoración. Nadie se atrevía a establecer otro. Había para ellos un solo lugar dónde reunirse, un solo sitio dónde adorar, el cual era el lugar que Jehová escogió de entre todas las tribus para poner allí Su nombre y habitación. En toda la tierra de Israel, Jerusalén era única. Era el lugar designado por el Señor al cual todo el pueblo debía llegar para rendirle adoración colectiva.
Leamos la Palabra del Señor:
Deuteronomio 12:5-8: Sino que el lugar que Jehová vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus, para poner allí Su nombre para Su habitación, ése buscaréis, y allá iréis. Y allí llevaréis vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos, y la ofrenda elevada de vuestras manos, vuestros votos, vuestras ofrendas voluntarias, y las primicias de vuestras vacas y de vuestras ovejas; y comeréis allí delante de Jehová vuestro Dios, y os alegraréis, vosotros y vuestras familias, en todo lo que emprendieres en lo cual Jehová tu Dios te hubiere bendecido. No haréis como todo lo que hacemos nosotros aquí ahora, cada uno lo que bien le parece.
Cuando entramos en la tierra que es el Cristo todo-inclusivo, y a no podemos hacer lo que nos parece. No podemos reunirnos con los hijos del Señor para la adoración corporativa en los lugares que escojamos. Debemos ir al lugar que el Señor ha escogido, al centro único, al único terreno de la unidad.* [* Véase el capítulo 4 de Prácticas adicionales sobre la vida de la iglesia, por Watchman Nee, publicado por Living Stream Ministry.] ¡Cuán contraria a eso es la situación de hoy! Si hay nueve o diez hermanos en cierto lugar, les es muy fácil decir: “¡Formemos una nueva iglesia!” Y si dos o tres no están de acuerdo, se les dirá: “Está bien, váyanse y formen ustedes su propia iglesia”. Y éstos lo harán. En una sola localidad es bastante difícil contar cuántas llamadas iglesias hay. En el cristianismo hoy, cada quien se comporta como si tuviera el derecho de escoger según su propio deseo. Hay un dicho popular que dice: “Asista a la iglesia que usted escoja”. Me gustaría gritar a voz en cuello a todos los hijos del Señor: “¡Ustedes no pueden escoger!” Por una parte, usted tiene la plena libertad de disfrutar a Cristo por sí solo dondequiera que esté, pero cuando se reúne con los hijos del Señor para adorarlo, ya perdió su libertad. El lugar donde se reúnan los hijos del Señor tiene que ser el lugar señalado por el Señor mismo. Debemos ir a ese lugar.
Si usted fuera un israelita de los tiempos del Antiguo Testamento, no podría decirle a David o a Salomón: “No estoy contento contigo. Si tú adoras en Jerusalén, yo me voy a Belén. Estableceré otro centro de adoración allí”. Pero esto es precisamente lo que la gente hace hoy. Ellos dicen: “No queremos estar donde están ustedes. Ustedes se reúnen en la calle Primera, nosotros empezaremos nuestra reunión en la calle Segunda”. Se justifican citando Mateo 18:20, que dice: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Ellos dicen: “Lo que hacemos es muy bíblico. Somos dos o tres congregados en el nombre del Señor y nos reunimos en el terreno de Cristo”. Unos cuantos meses después de que empiezan a reunirse, algunos hermanos entre ellos se sentirán descontentos allí y saldrán de allí para establecer otra congregación. Dirán: “Si ustedes pueden establecer una reunión en la calle Segunda, nosotros podemos establecer una reunión en la calle Tercera”. ¡Qué confusión! En tal situación, no hay límite ni regulación, y las divisiones serán interminables.
Debemos reunirnos con los hijos de Dios en el terreno común de la unidad. No se puede decir que este terreno es demasiado legalista. Debemos ser así de legalistas. Usted y yo tenemos que ser limitados por la regulación de Dios. No tenemos ningún derecho de establecer otro centro de adoración; eso sólo ocasionará división entre los hijos del Señor. El único terreno que podemos tomar y mantener es el terreno de la unidad. Podemos disfrutar a Cristo solos en cualquier lugar, pero no podemos en absoluto establecer una reunión en cualquier lugar para disfrutar a Cristo con otros hermanos y hermanas en adoración a Dios. Ninguno de nosotros tiene el derecho de hacer eso. Todos debemos ir al lugar señalado por el Señor, donde El ha puesto Su nombre y donde está Su habitación. En todo el universo el Cuerpo del Señor, la habitación del Señor, es único; por lo tanto, en todo lugar debe haber una sola expresión del Cuerpo. Esta es una regla básica.
Hermanos y hermanas, lean el libro de Deuteronomio. Las dos reglas acerca de disfrutar a Cristo en la tierra están presentadas claramente. Una se relaciona con el disfrute personal del producto de la buena tierra. Puede hacerlo en cualquier lugar, cuando usted quiera. La otra regla es que si quiere disfrutar el producto de la buena tierra en adoración con el pueblo del Señor delante de Dios, no tiene alternativa, no tiene ningún derecho de seguir sus propias preferencias y hacer lo que le parezca. Debe abandonar sus propios conceptos y decir en temor y temblor: “Señor, ¿dónde está el lugar que has escogido? Hazme saber dónde has puesto Tu nombre, dónde está Tu habitación. Allí iré”. En tal lugar, podrá disfrutar a Cristo con todos los hijos de Dios y con Dios mismo en Su misma presencia.
Si hace esto, puedo asegurarle, le agradará mucho a Dios. De otra manera, usted estará en contra de El, aumentando la división entre Sus hijos. Hay que tener mucho cuidado. Le ruego que escuche bien estas palabras.
¡Cristo es muy completo, muy rico y muy vivo! Podemos disfrutarlo a cualquier hora todo el tiempo. No sólo es permisible, sino que es muy recomendable que procuremos disfrutarlo dondequiera que estemos. Pero debemos recordar la regla básica y estricta, que si queremos disfrutarlo con el pueblo del Señor en adoración delante de Dios, no podemos hacer lo que nos agrade. ¡Debemos estar en temor y temblor con respecto a este punto!
Hermanos y hermanas, ¿se reúnen ahora con los hijos de Dios en el lugar que El ha señalado, en el lugar donde ha puesto Su nombre? Les aconsejaría que se detuvieran y acudieran al Señor. Búsquenlo. Pídanle que les muestre el lugar que El ha escogido y díganle que irán a ese lugar. Esta es la manera correcta de resolver el problema de división que existe entre el pueblo del Señor hoy día. No hay otra forma. ¡Que el Señor tenga misericordia de nosotros!
La vida en la tierra es una vida llena del disfrute de Cristo, tanto personal como colectivo con el pueblo del Señor. Que seamos diligentes para laborar en El, tener las manos llenas de El, y luego ir al lugar que El ha señalado, al mismo terreno de unidad, para disfrutar a este Cristo rico y glorioso con los hijos de Dios y con Dios mismo.