
Lectura bíblica: Dt. 12:5-7, 17-18; 8:7-9; Ef. 1:22-23; 2:19-22
Hemos visto mucho tocante a la experiencia de Cristo. Empezamos con el cordero de la pascua y pasamos a través de muchos aspectos diferentes, tales como el maná diario, la roca herida de la cual fluye la corriente viva, el arca del testimonio con su agrandamiento, el tabernáculo, todas las diferentes ofrendas, los sacerdotes con el sacerdocio, y el ejército santo. Finalmente llegamos a la tierra todo-inclusiva. Hemos visto que esta tierra es todo tanto para Dios como para el pueblo de Dios. El cuadro está muy claro.
Todos los aspectos, desde el cordero hasta la tierra, tipifican a Cristo. Cada uno, como tipo, está completo y perfecto en sí mismo; pero el último, la tierra, es el tipo todo-inclusivo y el más grande. El cordero de la pascua como tipo de Cristo en verdad es completo y perfecto; no obstante, tipifica a Cristo en una escala mucho menor. En cuanto al Señor mismo, El no está limitado, pero con respecto a la experiencia que tenemos de El, existe tal limitación. Cuando venimos al Señor y lo aceptamos como nuestro Redentor, el Cristo que recibimos es íntegro, completo y perfecto; pero en cuanto a la experiencia que tenemos de El, es solamente en una escala pequeña, sólo como un pequeño cordero.
Desde el momento en que experimentamos a Cristo como el cordero, hemos seguido avanzando y progresando; continuamente hemos mejorado en nuestra experiencia de Cristo y le hemos disfrutado más y más. Esto no quiere decir que Cristo se haya hecho más y más grande. No, Cristo es el mismo; pero en nuestra experiencia sentimos que El es más y más grande para nosotros. Día tras día en nuestra experiencia, Cristo se hace más y más grande. En la etapa de la experiencia a la que llegamos en el último punto, la tierra todo-inclusiva, la grandeza de Cristo para nosotros es ilimitada. Es una tierra espaciosa. Es una tierra cuyas dimensiones son la anchura, la longitud, la profundidad y la altura. La anchura y la longitud no tienen límite, ni tienen límite la profundidad y la altura. Nadie puede determinar cuán grande es Cristo; Su amplitud es ilimitada. Esto es la tierra a la que hemos entrado. Las demás cosas pueden medirse. Hay un punto final, hay un límite a las características y experiencias del Cristo que aquéllas tipifican. Pero no es así con la tierra. El Cristo tipificado por la tierra es inagotable e inmensurable.
Cuando disfrutamos a Cristo como el cordero, Dios exige que cesemos toda obra. En la ocasión de la pascua a nadie se le permitía trabajar; todo trabajo se suspendía (Ex. 12:16). No había nada que hacer sino disfrutar el cordero. La sangre era puesta en la puerta, y la carne del cordero se comía dentro de la casa. No había otra cosa que hacer. El mismo principio se aplicaba al comer del maná. El maná descendía del cielo para el disfrute de ellos. No había necesidad de hacer nada más que simplemente salir, tomarlo y disfrutarlo. Así es cuando disfrutamos a Cristo en esa forma. Cuando lo tomamos como nuestro Salvador y como nuestro diario alimento, no hay nada que hacer en lo absoluto. Sólo necesitamos aceptar libre y completamente lo que se ha provisto. Cualquier clase de trabajo que hagamos, sólo sirve de estorbo al disfrute de Cristo en estos aspectos y sería un insulto para Dios.
Pero cuando llegamos al arca, eso es otro cantar; hay algo que tenemos que hacer. En la experiencia de Cristo como el arca tenemos la edificación del tabernáculo. El aspecto del trabajo se intensifica aún más cuando llegamos a la tierra, porque como ya hemos visto, a menos que laboremos en la tierra, no producirá nada para nosotros. La tierra en verdad es diferente del cordero y del maná. El maná descendía del cielo con el rocío (Nm. 11:9). Para disfrutarlo, no se requería ningún trabajo, sino simplemente levantarse, recogerlo y comerlo. Pero cuando el pueblo de Israel entró en la tierra y comenzó a disfrutar de su excelencia, cesó el maná que descendía del cielo, y el fruto de la tierra tomó su lugar como suministro de alimento para ellos (Jos. 5:12). Debemos estar profundamente impresionados con esta diferencia: disfrutar el maná no requiere ningún trabajo, pero disfrutar del producto de la buena tierra depende mucho de nuestro trabajo. Es totalmente diferente.
Cuando somos recién salvos e inmaduros espiritualmente, en verdad disfrutamos a Cristo. ¡El es tan bueno y tan maravilloso para nosotros! ¡Oh, Cristo es nuestro cordero, nuestro maná diario, nuestra roca de la cual fluye agua viva! ¡El es tan bueno! ¡El hace lo todo en nuestro lugar! Pero al ir madurando gradualmente en el Señor, descubrimos que tenemos algo que hacer. Necesitamos tomar alguna responsabilidad; debemos trabajar. Por ejemplo, en nuestras familias humanas hay pequeñitos, infantes y niños. No tienen nada que hacer sino disfrutar lo que continuamente se les provee. Todo lo que necesitan les es preparado por otros. Pero cuando han crecido unos cuantos años más, se les da cierta responsabilidad en la familia, tal vez la de cuidar de los más pequeños y quizás de hacer algunas tareas de menos importancia. Luego, después de madurar un poco más, se les encarga mayor responsabilidad. Cuando llegan a la edad de veinte años o más, consiguen un empleo y ganan lo suficiente para mantenerse. Es precisamente lo mismo en la esfera espiritual. Cuando entramos en el Cristo todo-inclusivo, disfrutamos mucho más de El. Pero al mismo tiempo hay mucha responsabilidad que nosotros debemos tomar. Cuanto más trabajemos en Cristo, más Cristo produciremos, más lo disfrutaremos, y más de Cristo tendremos para compartir con otros, y más podremos ofrecerlo a Dios. Todo esto depende de cuánto laboramos en Cristo. Cuando entramos en la tierra, ¡tenemos que trabajar!
Hermanos y hermanas, ¿cuándo van a registrar su empresa con su ciudad? ¿Cuál empresa? ¡Cristo y compañía! ¡Cristo y compañía, Los Angeles! ¡Cristo y compañía, San Francisco! ¡Cristo y compañía, Sacramento! Cada grupo de creyentes como expresión local del Cuerpo de Cristo debe ser una empresa, una fábrica que produzca a Cristo en gran cantidad. Debemos estar trabajando en Cristo y produciéndolo día tras día. Debemos hacer de Cristo nuestra industria. Si otros nos preguntan cuál es nuestro negocio, nuestra respuesta debe ser que es Cristo, y que nuestra empresa es Cristo y compañía. Queremos que esta empresa tenga sucursales en cada ciudad por todo el mundo. Cuán maravilloso sería si hubiera tal realidad: un grupo de personas cuyo único negocio fuera Cristo. ¡Cristo y compañía, Londres! ¡Cristo y compañía, Paris! ¡Cristo y compañía, Tokio! Un día podremos tener una feria mundial. Cristo y compañía de Taipéi podrá traer algo. Cristo y compañía de Hong Kong podrá traer algo. De cada ciudad los hijos del Señor podrán traer al Cristo que habrán producido y podrán tener una exhibición de Sus riquezas. Reunámonos todos para tener una exhibición de Cristo. No estamos hablando de alguna clase de organización humana, sino de todos aquellos que están edificados en Cristo en una forma práctica, cuyo solo propósito es trabajar en El a fin de producirlo, disfrutarlo, compartirlo y expresarlo. Esta es la intención de Dios.
Consideremos de nuevo al pueblo de Israel en los tiempos antiguos. Después de un año de laborar en la buena tierra, de cultivar la tierra, de sembrar la semilla, de regar y de podar lo sembrado, llegaba el día de la fiesta de los tabernáculos. Entonces, de todas partes de la tierra, de todas las ciudades y aldeas, el pueblo venía para reunirse en su centro, Jerusalén, llevando consigo los diezmos y las primicias de su producción. Allí había una exhibición de todos los productos de la tierra de Canaán. Esta fiesta con el pueblo de Dios y con Dios mismo, dependía del trabajo diligente de ellos en la tierra.
Ahora estamos disfrutando a Cristo como la misma realidad de esa tierra sumamente buena. Es en verdad la gracia de Dios la que nos ha dado esa tierra, pero es un asunto que requiere toda nuestra cooperación. Debemos cooperar y coordinar con Dios. Dios ha preparado y provisto este pedazo de tierra, es decir, Dios nos ha dado a Cristo. Y Dios ha derramado la lluvia del cielo sobre esta tierra, es decir, nos ha dado el Espíritu Santo. La tierra tipifica a Cristo, y la lluvia tipifica al Espíritu Santo. No obstante, es necesaria nuestra cooperación. Debemos cooperar con Dios; entonces tendremos la producción. El problema es ¿cuánto cooperamos con Dios?
En algunos lugares que se llaman iglesias, no se puede ver la existencia del producto de la buena tierra. Lo único que pueden proporcionar a la gente es el cordero de la pascua y el maná del cielo. Lo único que pueden ministrar a la gente es Cristo como el cordero redentor o a Cristo como el maná diario. No pueden ministrar a Cristo como la buena tierra porque ellos mismos nunca han entrado en la buena tierra. Pero en algunas iglesias locales, cuando usted tiene contacto con las personas y asiste a sus reuniones, se da cuenta de que cuando ellos se reúnen hay una exhibición rica; se exhibe toda clase de productos de Cristo. ¿Por qué? Porque han entrado en la buena tierra y están trabajando diligentemente en Cristo. Tienen muchas cosas buenas que han producido de Cristo.
Notemos otra vez que todo el pueblo de Israel traía todo su producto a un solo lugar, al que Dios había escogido, para adorar a Dios y disfrutar el producto delante de Dios y juntamente con El. En tipología, lo que producían era Cristo y lo que ofrecían a Dios era Cristo. Lo que habían producido, lo ofrecían a Dios para disfrutarlo mutuamente delante de El y con El.
Una de las ofrendas que los hijos de Dios ofrecían en tiempos antiguos, era bastante distinta y especial. Era la ofrenda de paz. En esta ofrenda había algo para el disfrute del que la ofrecía, había algo en ella para el disfrute de otros, y también había algo para el disfrute de Dios. Si yo llegara para ofrecer esta ofrenda de paz, habría una parte para mí, una parte para otros y una parte para Dios. Lea el capítulo 7 de Levítico. Verá que la ofrenda de paz es una ofrenda destinada para el disfrute del que la ofrece y para la participación de otros y de Dios.
Hermanos y hermanas, cada vez que nos reunimos para adorar a Dios en Cristo, con Cristo y por medio de Cristo, estamos ofreciendo a Cristo como ofrenda de paz. Y en este Cristo hay una parte para Dios, otra parte para nosotros y otra parte para los demás. Disfrutamos a Cristo mutuamente con Dios y delante de El. Esta es la verdadera adoración, y pone en vergüenza al enemigo, Satanás.
Debemos recibir una profunda impresión de Deuteronomio 12; es sumamente importante. Tenemos que traer todo nuestro producto al lugar escogido por Dios. ¿Cuál es este lugar? Es el lugar donde está la habitación de Dios. Usted debe traer a Cristo al punto central; yo debo traer a Cristo a este punto central; todos debemos traer a Cristo a este lugar central, para disfrutarlo allí mutuamente delante de Dios y con El. Esto dará por resultado la habitación de Dios. Debemos darnos cuenta de que cuando disfrutamos a Cristo no sólo de modo individual sino también de modo corporativo, habrá un resultado. La habitación de Dios cobrará existencia. Eso quiere decir que en la tierra, en esta era, en este mismo momento, Dios tendrá un lugar donde morar. Hermanos y hermanas, cuando disfrutamos a Cristo en cierto grado y cuando nos reunimos para disfrutar a Cristo delante de Dios y con Dios, se pone en claro este hecho: nosotros somos la habitación de Dios; Dios mora entre nosotros. Cuando alguien pregunta dónde está Dios, podemos decirle que venga y vea. Si deseamos encontrar a algún hermano o hermana, vamos a su casa, a su morada. Allí le vemos; allí tenemos comunión con él o ella. Hoy día la gente pregunta dónde está Dios; dicen: “Ustedes predican acerca de Dios, pero ¿dónde está?” Si somos aquellos que disfrutamos a Cristo como la buena tierra hasta tal punto que nos reunamos sobre el terreno de la unidad para disfrutarlo mutuamente con Dios, seremos la iglesia apropiada. Si estamos en esta situación y la gente nos pregunta dónde está Dios, podemos contestar: “Vengan y vean. Dios está en Su hogar. Ahora Dios ha obtenido una morada en la tierra”.
Quisiera poner un ejemplo. Si usted llega a una ciudad y anda vagando por ella día tras día sin morada fija, sería muy difícil localizarlo a usted. La oficina de correos de ninguna manera le podría entregar una carta dirigida a usted. Pero si usted se establece en alguna casa en particular en cierta calle de cierto distrito, tendrá una dirección definida. Cualquier persona lo podrá localizar.
Usted y yo que somos creyentes, continuamente hablamos de Dios. Pero los incrédulos preguntan: “¿Dónde está Dios? Ustedes hablan tanto de El, pero ¿dónde está El?” Podemos contestar que Dios es muy grande; que es omnipresente; que está en todas partes. Pero deseo hacer notar que cuando disfrutamos a Cristo de manera corporativa, hasta cierto punto, Dios, en un sentido muy real, podrá ser localizado. Tendrá una dirección definida en la tierra. Usted podrá decirles a sus amigos: “Vengan y vean a Dios. Vengan a la habitación de Dios. Vengan a Su hogar”. El hogar de Dios está en el mismo lugar donde está “Cristo y compañía”. Dondequiera que usted vaya, si puede encontrar “Cristo y compañía”, allí está el hogar de Dios. El capítulo 14 de 1 Corintios nos dice que cuando los cristianos se reúnen en una manera adecuada, la gente entrará y se postrará, reconociendo que Dios verdaderamente está entre ellos. En otras palabras, confesarán que aquello es la morada de Dios.
¿De qué está hecha esta habitación, este hogar de Dios? Está edificada de Cristo mezclado y unido con muchos creyentes. Entre ellos, Cristo lo es todo. Para ellos El es la tierra todo-inclusiva. Cristo es lo que comen, Cristo es lo que beben; Cristo lo es todo para ellos.
Pongamos como ejemplo a un fuerte joven estadounidense. Todas las células de su cuerpo son estadounidenses. Nació en los Estados Unidos, se crió en los Estados Unidos, y está saturado y constituido del producto de los Estados Unidos. Toda su vida la cosechó de la tierra de los Estados Unidos. Comió de los huevos, la carne de res y de pollo, las papas, las naranjas, las manzanas, etc. de los Estados Unidos. Día tras día ha comido de este país, y día tras día él ha digerido este país y se ha mezclado con el mismo. El ha llegado a ser parte de los Estados Unidos. Es ciento por ciento estadounidense.
Según precisamente el mismo principio, un cristiano es un Cristo-hombre, un hombre constituido de Cristo. Un cristiano es uno que día tras día come a Cristo, bebe a Cristo, digiere a Cristo y se mezcla con Cristo. Después de algún tiempo, hasta cierto punto Cristo llega a ser este hombre. Si usted es estadounidense, no es necesario que se lo diga a otros. Casi dondequiera que vaya por todo el mundo, la gente lo reconocerá como tal. Hay ciertas características distintivas que lo marcan como estadounidense, una de las cuales es el alimento que come. De la misma manera, si es chino, todos lo saben. Si usted sabe lo que comen los chinos, sólo necesita usar su sentido del olfato para discernir su origen y constitución. A veces es bastante difícil distinguir a los japoneses de los chinos. Simplemente mirándoles los ojos, no puede saberse fácilmente. Pero si está familiarizado con la dieta de los chinos y de los japoneses, puede distinguirlos usando el sentido del olfato. Los japoneses comen ciertos alimentos que emiten cierto olor, y los chinos comen alimentos diferentes que emiten olores distintos. En otras palabras, somos lo que comemos, y somos conocidos por lo que comemos. De la misma manera en que un estadounidense es producto de los Estados Unidos, así también un cristiano es producto de Cristo. Esta mañana come un poco de Cristo, y esta tarde come un poco de Cristo. Día tras día come a Cristo y bebe de Cristo. Gradualmente Cristo es digerido por él y mezclado con él de tal manera que él y Cristo se hacen uno. Entonces, cuando él se reúne con otros cristianos que han hecho lo mismo, él trae a Cristo y ellos también traen a Cristo. Cristo lo es todo para ellos. Cristo es la propia constitución de ellos. Dondequiera que vayan no puede evitar traer a Cristo. Cuando se reúnen, ofrecen a Cristo a Dios, lo disfrutan juntos y lo exhiben. Cuando hablan, proclaman a Cristo. Todo es Cristo. Esto es la habitación de Dios; es el hogar de Dios.
Está muy claro que esto es la verdadera iglesia, la verdadera expresión del Cuerpo de Cristo. Es un grupo de personas mezcladas con Cristo, saturadas con Cristo, que disfruten a Cristo día tras día y se reúnen sin tener nada más que a Cristo. Disfrutan a Cristo mutuamente y lo disfrutan delante de Dios y con Dios. Por lo tanto, Dios está entre ellos. En ese mismo momento, ellos son la habitación de Dios; son Su casa, Su hogar. La habitación de Dios es el templo de Dios. Y si tenemos el templo de Dios, tenemos la presencia de Dios y el servicio de Dios.
Pero este templo de Dios necesita ser agrandado. ¿Cómo puede agrandarse? Por medio de Cristo como la autoridad de Dios. Necesitamos a Cristo no sólo como nuestro disfrute, sino también como la autoridad de Dios. Esto es sumamente real. Cuando usted y yo disfrutamos a Cristo juntos, en la manera que hemos descrito, la realidad de la autoridad de Cristo está entre nosotros. En tal disfrute y a consecuencia de tal disfrute, seremos muy sumisos a Dios y los unos a los otros. Estaremos llenos de sumisión. ¿Cree usted que después de disfrutar a Cristo en tal manera podremos discutir los unos con los otros? ¿Cree que en tal disfrute podríamos odiarnos unos a otros? Es imposible. ¿Es posible que seamos formados como ejército para pelear contra el enemigo, y aún estemos peleando entre nosotros mismos? Es posible si no somos un ejército. Si somos un grupo de bandidos o ladrones, es posible. Sin sumisión no existe el ejército. Cuando disfrutamos a Cristo hasta tal punto, cada uno de nosotros se someterá a los demás. No puede ser de otra manera. El amor verdadero se expresa en sumisión. Cuando nos sometemos unos a otros, realmente nos estamos amando. El amor verdadero no existe en mis gustos, preferencias o deseos, sino en mi sumisión. Si hay sumisión entre nosotros, la autoridad de Cristo está entre nosotros. La autoridad de Cristo es la que ensancha la habitación de Dios, el templo de Dios.
¿Qué es el agrandamiento del templo de Dios? Es la ciudad de Dios. Por la autoridad de Cristo, la iglesia no sólo es el hogar de Dios, sino también Su ciudad. No sólo está allí la presencia de Dios, sino también el reino de Dios y la autoridad de Dios. Cuando la gente entra en una reunión, sentirá la presencia de Dios, y también sentirá Su autoridad. Dirá que esto no sólo es la casa de Dios, sino también el reino de Dios. Entonces allí estará la ciudad con el templo. La ciudad y el templo están en el lugar donde hay un grupo de personas que experimentan y disfrutan a Cristo hasta tal punto que están mezclados y unidos con El en todo aspecto. Cuando se reúnen, disfrutan a Cristo delante de Dios y con Dios. Entre ellos, Cristo lo es todo. Si estamos en tal situación, alabado sea el Señor, tenemos la casa de Dios y la ciudad de Dios. Estamos en el hogar de Dios, y estamos en el reino de Dios. Todos que lleguen a nuestro medio sentirán la presencia de Dios así como la autoridad de Dios. Dirán: “Dios no sólo mora aquí, sino que también reina aquí”.
Hermanos y hermanas, esto es lo que Dios busca hoy. Busca una situación así en la tierra, en el mismo lugar donde ustedes viven. Si viven en Louisville, esto es lo que Dios está buscando allí. Si viven en Sacramento, Dios está buscando esta misma realidad en Sacramento. Dondequiera que vivamos, Dios busca entre nosotros Su casa y Su reino, Su templo y Su ciudad. Pero debemos experimentar a Cristo. Comenzando con el cordero pascual, y pasando a través de muchas experiencias, debemos reunirnos con los santos para entrar en la tierra, el Cristo todo-inclusivo. Luego debemos laborar diligentemente en la tierra para producir las abundantes riquezas de Cristo. Debemos llegar a ser “Cristo y compañía”, el grupo de cristianos que producen a Cristo, disfrutan a Cristo, comparten a Cristo y ofrecen a Cristo a Dios en adoración. Todo lo nuestro debe ser Cristo. Esta es la verdadera expresión del Cuerpo de Cristo. Aquí está la casa de Dios y el reino de Dios. Si tenemos esa realidad, tenemos la tierra, el templo y la ciudad.
No queremos entrar ahora en los detalles relacionados con el templo y la ciudad. Pero ya sabemos algo de la tierra: cómo entrar en ella, cómo tomar posesión de ella, cómo disfrutarla y cómo vivir en ella, cómo labrarla, cómo adorar a Dios allí y cómo edificar el templo y la ciudad allí. Entendemos claramente que la tierra es Cristo mismo, y el templo y la ciudad son la plenitud de Cristo. Cristo es la Cabeza, y la plenitud de Cristo es el Cuerpo, la iglesia. En estos mensajes hemos hablado acerca de la tierra con el templo y la ciudad. Esto es Cristo con la iglesia, Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.
Esto es lo que Dios busca hoy. Seamos fieles a El y aprendamos por Su gracia a disfrutar a Cristo, a experimentar a Cristo y a aplicar a Cristo en nuestra vida diaria. Entonces creceremos continuamente en nuestra experiencia y disfrute de El, hasta que con todos los santos entremos en la buena tierra para laborar en ella, y para que lleguen a existir el templo y la ciudad.