
Lectura bíblica: Dt. 8:7, 8; 7:13; 32:13, 14; Jue. 9:9, 11, 13; Ez. 34:29; Nm. 13:23, 27; Zac. 4:12-14
Hemos visto tres aspectos de los alimentos que se encuentran en la buena tierra de Canaán: el trigo, la cebada y la vid. Notemos de nuevo el orden: primero el trigo, después la cebada, y luego la vid. Nosotros primero experimentamos al Jesús encarnado, limitado, crucificado y sepultado; luego tocamos al Cristo resucitado. Por el poder de Su resurrección, podemos vivir la vida que El vivió en la tierra. Por el Cristo resucitado, podemos vivir la vida del Jesús encarnado y limitado. Luego aprendemos que cuanto más disfrutamos a Cristo, más debemos sufrir. Cuanto más experimentamos a Cristo, más seremos puestos en el lagar. Seremos prensados para que se produzca algo que agrade a Dios y a otros. Nuestras experiencias dan testimonio de todas estas cosas.
Llegamos ahora al cuarto punto: las higueras. Jueces 9:11 nos dice que la higuera representa la dulzura y el buen fruto. Habla de la dulzura y satisfacción que da Cristo como nuestro suministro. En el primer punto, el trigo, no pudimos ver dulzura ni satisfacción; tampoco lo vimos en la cebada. Incluso en la vid, el énfasis no está en la dulzura y satisfacción que da Cristo como nuestro suministro. Para ver esto debemos considerar el cuarto aspecto, la higuera.
A partir de nuestra experiencia comprendemos que cuanto más disfrutamos a Cristo como trigo, como cebada y como la vid, tanto más experimentamos la dulzura y la satisfacción que da Cristo. Cuanto más disfrutamos a Cristo como Aquel que ha resucitado, tanto más seremos exprimidos, y tanto más lo disfrutaremos como la vid. Pero, alabado sea el Señor, en ese mismo momento nos damos cuenta de la dulzura y satisfacción que da Cristo como nuestro suministro.
Hace aproximadamente treinta años, estaba enferma una joven que vivía en la provincia de Kiang-Su en el norte de China. Era una época de hambre, y ella estaba en una pobreza terrible. En su enfermedad aceptó al Señor, y a pesar de una fuerte oposición de parte de toda su familia, progresó bastante en su crecimiento espiritual. En ese mismo tiempo murió su esposo, y le sobrevino presión tras presión. Fue puesta en lagar tras lagar. En cuanto a doctrina, sabía muy poco, pero en el espíritu realmente experimentaba a Cristo. Día tras día disfrutaba a Cristo y testificaba que Cristo era su vida. Su familia era sumamente antagónica. Cuanto más asistía ella a las reuniones, más la suegra la golpeaba y la hostigaba. Ella cantaba himnos de alabanza al Señor, pero cuanto más se regocijaba, tanto más la ira de su suegra era provocada y más golpes recibía. No obstante, la hermana se quedaba inconmovible. Los golpes de su suegra sólo hacían que alabara a su Señor más que nunca. Un día, cuando ella regresó de la reunión cantando, la suegra estaba profundamente irritada. “¿Qué estás haciendo?” —exclamó— “¡Somos tan pobres, y aún tienes ánimo para cantar!” Y en esto, le dio una buena paliza. Luego en su cuarto, cerrada la puerta, la hermana joven cantó alabanzas al Señor y oró en alta voz. La suegra no pudo evitar oírla y se acercó a la puerta para escuchar. La suegra pensó: “¿Qué le pasa? Tal vez se ha vuelto loca”. La escuchó cuidadosamente. ¿Sabe usted cómo oraba la hermana joven? “Oh, Señor, ¡te alabo, te alabo! ¡Estoy tan contenta! ¡Perdona a mi suegra! ¡Sálvala, Señor, sálvala! ¡Dale la luz y la felicidad que yo tengo! Señor, ¡bendícela!” Todas estas sencillas palabras de oración sorprendieron grandemente a la suegra. Pensaba que la joven la estaría maldiciendo, pero en vez de maldecirla, oraba por ella. La suegra tocó a la puerta. Temblando, llena de temor, la hermana joven pensaba que su suegra venía a golpearla de nuevo. Pero en vez de eso, la suegra le preguntó: “¿Cómo estás, hija, cómo estás? ¡Te pegué! ¿Por qué oras por mí, pidiéndole a tu Dios que me bendiga y me dé gozo? ¿Qué te pasa?” La hermana joven le contestó: “Oh, madre, ¡Cristo me satisface! Estoy muy satisfecha. Estoy llena de dulzura. Sabe, madre, cuanto más usted me pega, tanto más dulzura y satisfacción tengo”. Inmediatamente la suegra entró y le tomó de la mano, diciendo: “Hija, arrodillémonos. Enséñame a orar. Quiero recibir a tu Jesús como mío”.
Oh, ¡la dulzura y satisfacción del Señor como nuestro suministro! Podemos estar seguros de que cuanto más somos prensados, más satisfechos seremos. La presión sólo nos hace experimentar Su dulzura y Su satisfacción. Esto es Cristo como la higuera.
Llegamos ahora al quinto aspecto, las granadas. ¿Qué representan? ¿Alguna vez ha visto usted una granada? Al ver una granada madura, inmediatamente nos damos cuenta de la abundancia y la belleza de la vida.
Consideremos la hermana joven que acabamos de mencionar. ¡Qué belleza había en su vida! Su vida era una clara manifestación de la vida de Cristo. ¡Cuánta abundancia de vida había! Uno de nuestros colaboradores fue a ese lugar y se enteró de su situación. Nos trajo noticias diciendo que todas las iglesias de esa área habían sido nutridas con su experiencia. ¡Alabado sea el Señor por esa abundancia de vida!
Cuando usted disfruta y experimenta a Cristo como el trigo, como la cebada, como la vid y como la higuera, la belleza de Cristo emana de usted y la abundancia de la vida de Cristo está con usted. Esta es la experiencia de Cristo como la granada. Si usted disfruta a Cristo como el Resucitado y por el poder de Su resurrección vive la vida de Jesús en la tierra, sufriendo toda clase de presión, persecución, problemas y conflictos, se dará cuenta de la dulzura y satisfacción de Cristo en su interior y manifestará la belleza y la abundancia de la vida a los demás. Cuando otros tengan contacto con usted, sentirán la belleza y la atracción de Cristo, y se les impartirá abundancia de vida.
El sexto aspecto es el olivo. Sabemos que el olivo es el árbol que produce el aceite de oliva. Este es el último aspecto de los alimentos que podemos clasificar como vegetales. ¿Por qué el Espíritu lo puso al final? Hemos leído Zacarías 4:12-14. En ese pasaje hay dos olivos delante del Señor, los cuales, como explica el Señor, son los dos hijos de aceite. Debemos comprender que Cristo es el Hijo de aceite; Cristo es el hombre ungido con el Espíritu Santo de Dios. Dios derramó sobre El óleo de alegría. El es un hombre que está lleno del Espíritu Santo; El es el olivo, el Hijo de aceite. Oh, si lo disfrutamos como el trigo, la cebada, la vid, la higuera y la granada, sin duda lo disfrutaremos como el olivo, lo cual significa que estaremos llenos del Espíritu. Estaremos llenos de aceite, y llegaremos a ser un olivo.
¿Para qué se usa el aceite del olivo? Jueces 9:9 nos dice que se usa para honrar a Dios y al hombre. Si queremos honrar a Dios o al hombre, lo debemos hacer con el aceite del olivo. Esto significa sencillamente que si queremos servir al Señor, si queremos ayudar a otros, lo debemos hacer por medio del Espíritu Santo. Debemos ser hombres llenos del Espíritu, debemos ser olivos, hijos de aceite. Nunca podemos servir al Señor ni ayudar a otros sin el Espíritu Santo. Pero, ¡alabado sea el Señor! si lo disfrutamos como el trigo, la cebada, la vida, la higuera y la granada, ciertamente tendremos el aceite. Estaremos llenos del Espíritu Santo. En verdad podremos honrar a Dios y a otros.
Me gusta la palabra “honrar”. No sólo debemos honrar a Dios, sino también a otros. No piense que éste sea un asunto ligero o superficial. ¿Se da cuenta de que cuando va a tener contacto con algún hermano o hermana, lo va a honrar? ¿Con qué lo va a honrar? ¿Con usted mismo? ¿Con su vida natural? ¿Con su viejo hombre? ¿Con su conocimiento mundano? Sólo puede honrarlo con el Espíritu Santo. Pero tiene que estar lleno del Espíritu Santo. Tiene que ser un hijo de aceite. Tiene que experimentar a Cristo como el olivo.
Ahora puede comprender por qué el Espíritu Santo puso el olivo al último. Cuando usted haya experimentado a Cristo en todos los otros aspectos y haya llegado a este punto, entonces estará lleno del Espíritu Santo. Así podrá honrar a Dios y a los demás.
Un día un hermano vino a visitarme, pero no vino a honrarme. ¿Sabe usted lo que dijo? “Hermano, hoy fui a ver una película. ¡Es la mejor que he visto! Estaba tan contento que vine a verlo”. Simplemente, sentí que me deshonraba. Me sentí avergonzado. Vino a deshonrarme con una película en lugar de honrarme con el Espíritu Santo.
Hermanos y hermanas, si alguien viene a tener comunión con ustedes en el Espíritu Santo, tal persona verdaderamente les honra. Esa persona, por medio del Espíritu Santo, les honra verdaderamente. Unicamente cuando estamos llenos del Espíritu Santo podemos honrar a otros. De otra manera, cualquier cosa que les digamos, cualquier cosa que hagamos, simplemente los deshonrará. Si solamente podemos hablar con ellos acerca de la situación mundial o de esto y aquello, los estamos colmando de deshonor. En todo su contacto con otros, ¿puede usted decir que por la misericordia y la gracia del Señor y por medio del Espíritu Santo los honra? O, ¿los deshonra con muchas cosas? Para poder honrar a otros, debemos estar llenos del Espíritu Santo.
Si estamos llenos del Espíritu para honrar a Dios y a otros o no, depende mucho de cuánto disfrutamos y experimentamos a Cristo diariamente, como el trigo, la cebada, la vid, la higuera, la granada, y luego como el olivo. Si pasamos los cinco primeros aspectos, ciertamente llegaremos al sexto, al olivo. Seremos hijos de aceite, seremos santos que están llenos del Espíritu Santo.
Pasemos ahora a ver algo acerca de la vida animal. Oh, ¡los aspectos de Cristo en la tierra son muchos y muy ricos! No sólo tenemos la vida vegetal, es decir, la vida de las plantas, sino también la vida animal. Hay dos clases de vida. En el Señor Jesucristo, se encuentran el aspecto de la vida vegetal y el de la vida animal.
La vida vegetal es la vida que se genera a sí misma, que se multiplica. Es la vida que siempre se genera a sí misma y se multiplica. Un grano de trigo cae en tierra, muere y es sepultado. ¿Qué sucede? Produce fruto a treinta, a sesenta o a cien por ciento. Esto es generación; esto es multiplicación. Por lo tanto, el aspecto del Señor Jesucristo que es representado por la vida vegetal es el de generarse y multiplicarse. Este es un aspecto.
Pero hay otro aspecto. Debemos recordar que antes de la caída, antes de que el hombre pecara, el alimento que Dios había ordenado para el hombre provenía del reino vegetal, no del animal. No fue sino hasta después de la caída, después de que el hombre había pecado, que para su dieta la sangre tenía que ser derramada. Antes de la caída no se requerían los animales para el consumo humano, pero cuando entró el pecado, el hombre tuvo que empezar a incluirlos en su dieta. Sin el pecado, no había necesidad de redención por medio de la sangre, pero después de la caída, y por causa del pecado, se requería la sangre. Si vamos a vivir delante de Dios, debemos participar de la redención por medio de la sangre. Entonces, ¿qué simboliza la vida animal? Simboliza la vida redentora, la vida sacrificada. Después de que el hombre cayó y pecó, se requería tal vida para que el hombre pudiera vivir delante de Dios.
Estos son los dos aspectos de la vida del Señor. Por una parte, Su vida es generadora, y por otra, su vida es redentora. En Juan 6, el Señor dijo: “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. Tenemos que disfrutar a Cristo como el que nos redime.
Ahora, quizás a usted le parezca que ha aprendido algo. Ha aprendido a aplicar a Cristo como el trigo, la cebada, y muchas clases de árboles; se regocija. Pero debe comprender que nunca puede aplicar a Cristo simplemente como la cebada, porque usted es un pecador, usted ha pecado. Hasta el día de hoy, usted y yo somos pecadores. Cuando queremos aplicar a Cristo como el trigo, la cebada, la vid, la higuera, la granada y el olivo, al mismo tiempo debemos aplicarlo como el cordero, es decir, como aquel que murió en la cruz, derramando Su sangre para redimirnos de nuestros pecados. En todas las ofrendas del Antiguo Testamento, siempre se hacía una ofrenda animal junto con la ofrenda vegetal. Ya sabemos lo que hizo Caín. Ofreció del producto de la tierra sin nada de la vida animal, y Dios lo rechazó. Si usted quiere disfrutar a Cristo, debe darse cuenta de que es pecador. Debe pedir al Señor que lo cubra con Su sangre preciosa y que lo limpie una vez más. No puede disfrutar a Cristo simplemente como planta, como trigo o como cebada. Tiene que disfrutarlo como la planta con el animal. Debe disfrutarlo como la vida que genera y al mismo tiempo como la vida redentora.
Un día vino a verme una pareja, un hermano y hermana, y me dijeron: “Hermano, sabemos que su estómago no está muy bien; hemos preparado una comida para usted, y quisiéramos invitarle a comer en nuestra casa”. Acepté la invitación. Cuando llegué a su casa, vi que en verdad habían preparado una buena comida, y también la habían arreglado atractivamente. Cuando la mesa estuvo puesta, se veía muy llena de color. Había algo verde, rojo, blanco y amarillo; se veía de lo más agradable. Pero negué con la cabeza. Mi esposa lo notó y me preguntó: “¿Qué pasa? ¿Por qué niegas con la cabeza? ¿No te gusta la comida?” Le dije: “Me gusta, pero no es bíblica; no tiene nada de la vida animal”. Todo lo que estaba preparado era de la vida vegetal. Había verduras, verduras, y más verduras, y algo de fruta; pero no había ninguna clase de carne, nada del reino animal. Le pregunté a la hermana: “¿Piensa que no soy pecador? ¿Piensa que no necesito tomar al Señor como el Aquel que ha sido inmolado, que no necesito Su sangre en este mismo momento?”
Ahora usted entiende. No puede experimentar a Cristo simplemente como la vida vegetal. Usted es pecador. Cuando ofrece la ofrenda de harina, también tiene que ofrecer algo del reino animal. Cuando toma a Cristo como su vida, como el trigo, como la cebada, la higuera, o la granada, al mismo tiempo debe tomarlo como el toro o el cordero. El es aquel que fue inmolado en la cruz, y derramó Su sangre para redimirnos de nuestros pecados.
Un día un hermano me dijo: “Hermano, cuando le oigo orar, siempre dice: ‘Señor, límpianos con Tu preciosa sangre para que podamos disfrutarte más y más’. ¿Por qué siempre le pide al Señor que lo limpie con Su sangre?” Le contesté: “Hermano, no se da cuenta de que todavía tiene una naturaleza pecaminosa? ¿No se da cuenta de que todavía vive en un mundo corrupto y contaminador? ¿No es contaminado por muchas cosas todo el día, desde la mañana hasta la noche?” Cuando queremos experimentar a Cristo y aplicarlo como nuestra vida, debemos comprender que El no sólo es la vida vegetal, sino también la vida animal. Tenemos que aplicarlo como el Redentor, el Cordero que fue inmolado, a fin de poder disfrutar todas las riquezas de Su vida generadora.
Ahora llegamos a dos aspectos más: la leche y la miel. La buena tierra es una tierra de la cual fluyen leche y miel. ¿Puede usted decir a qué clase de vida pertenecen la leche y la miel? ¿Pertenecen a la vida animal, o a la vida vegetal? Notemos cómo el Espíritu Santo las acomoda en la Palabra. En Deuteronomio 8:8 se pone la miel con las plantas: el trigo, la cebada, la vid, la higuera, los granados, el olivo y después la miel. Y en Deuteronomio 32:14, se coloca la leche con los animales: el ganado, el rebaño, la leche y la mantequilla. El Espíritu Santo es muy imparcial. Puso la miel con las plantas y la leche con la mantequilla y los animales. ¿Por qué? Porque el Espíritu Santo sabe muy bien, que en su mayor parte, la miel proviene de la vida vegetal. Se deriva principalmente de las flores y los árboles. Por supuesto, una parte de la vida animal está involucrada, y esa parte es ese animalito, la abeja. Sin las flores no podemos tener la miel, pero tampoco podemos sin las abejas. Se necesitan las flores así como las abejas. Hay cooperación de ambas; estas dos vidas se mezclan y así se produce la miel. Pero en su mayor parte, la miel pertenece a la vida vegetal.
¿Qué podemos decir acerca de la leche? Podemos decir que en su mayor parte la leche pertenece a la vida animal, pero en realidad es un producto tanto de la vida animal como de la vida vegetal. Si no hay pastos, si no hay hierba verde, aunque tengamos ganado vacuno y ovejuno, no podremos tener leche ni mantequilla. ¿Cuál es el mejor alimento: la leche, o todo el fruto de los árboles, de la vid, la higuera, el granado y el olivo? Es cierto que todos son buenos, pero ¿cuál es mejor? Creo que todos nos damos cuenta de que la leche es mejor que todo el fruto de la vida vegetal. ¿Por qué? Porque tanto en la leche como en la miel, disfrutamos la mezcla de las dos clases de vida. Así que, podemos ver que las dos pertenecen a la vida vegetal y también a la vida animal.
¿Qué significa todo esto? ¿Cuáles aspectos de Cristo representan la leche y la miel? Cuando usted disfruta a Cristo como el trigo, la cebada, la vid, etc., y al mismo tiempo lo disfruta como el toro y el cordero, se dará cuenta de que el Señor es muy bueno, que el Señor es tan dulce y rico para usted como la leche y la miel. Especialmente cuando se siente débil en espíritu y acude al Señor para experimentarlo y aplicarlo, siente que El es la leche y la miel. Siente las riquezas y la dulzura de la vida de Cristo. Oh, ¡qué buena es la leche y qué dulce es la miel! ¡Cristo es tan bueno! ¡Cristo es tan dulce! El es una tierra de la cual fluyen leche y miel. Esta experiencia se produce de los dos aspectos de la vida de Cristo, la vida generadora y la vida redentora. Cuanto más usted lo experimenta como el trigo, la cebada, etc., y al mismo tiempo lo experimenta como el ganado y el rebaño, tanto más disfrutará a Cristo como leche y miel.
Hemos visto tres clases de aguas y al menos ocho clases de alimento. ¡Oh, cuán rico es Cristo para nosotros! Debemos tener una experiencia tan adecuada y completa de El, no sólo como el agua viva, sino también como muchas clases de alimentos. Debemos disfrutarlo hasta tal punto que madure la vida interior. Entonces habrá edificación para el Señor y guerra contra el enemigo. Consideraremos esto en el siguiente capítulo.