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Mensajes del libro «Cristo y la iglesia revelados y tipificados en los Salmos»
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CAPÍTULO DIEZ

LO LOGRADO POR CRISTO EN SU ASCENSIÓN CON MIRAS A LA EDIFICACIÓN DE LA CASA DE DIOS

Salmos 68

  Lectura bíblica: Sal. 68:1, 4-6, 9-13, 15-32, 35

  Ahora hemos llegado a la cúspide de todos los salmos, el salmo 68.

  Cuando yo era un joven cristiano, siempre tenía temor de leer este salmo porque sencillamente no podía entender su significado. Inmediatamente después que fui salvo, me sugirieron que aprendiera de memoria el salmo 1. Fue fácil para mí entender este salmo. Después de estar un buen número de años en la Palabra de Dios, aprendí a resumir pasajes y a dividir la Palabra en párrafos y secciones. Esto me pareció fácil. Pero cuando llegué al salmo 68, no pude resumirlo ni tampoco dividirlo en secciones. Así que la mayoría de las veces lo saltaba o lo ignoraba. Era demasiado difícil para mí. Sin embargo, aunque yo lo ignoraba, el Señor no podía olvidarse de este salmo. Alabado sea el Señor, pues ahora estamos en el salmo 68. Me he sentido muy contento en los últimos meses porque he podido pasar tiempo en este salmo. Ya no le tengo miedo; de hecho, me encanta el salmo 68. Quiero testificarles que hoy yo me encuentro en la cima de este salmo, en la cumbre.

  Como veremos, en este salmo primeramente tenemos a Cristo, en segundo lugar la casa, en tercer lugar la ciudad, Jerusalén, y en cuarto lugar la tierra. Pero ya no tenemos la ley. La ley ha quedado atrás, ha sido abandonada. Cuando llegamos a la cúspide de todos los salmos, únicamente tenemos a Cristo en la casa dentro de la ciudad, con miras a toda la tierra. Éstas son las cuatro palabras clave del salmo 68: Cristo, la casa, la ciudad y la tierra. Si hemos de entender este salmo, y, desde luego, todos los salmos, tenemos que entender estas cuatro palabras. Todo el libro de Salmos se halla en miniatura en el salmo 68. Ya hemos puesto los cimientos para abordar este salmo. Antes de llegar a la cumbre, primero la vemos desde la distancia. Así, pues, ya hemos visto a Cristo, hemos visto la casa, hemos visto la ciudad y hemos visto la tierra. Ya tenemos este fundamento, y ahora nos resultará fácil entender el salmo 68.

  Podemos definir brevemente este salmo diciendo que nos habla de cómo, conforme al mover de Dios en la tierra, Cristo ascendió a los cielos, y cómo, siendo hombre, recibió dones de parte de Dios para la edificación de la morada de Dios. La edificación de la casa de Dios tiene como fin la expansión de la ciudad, y la expansión de la ciudad tiene como fin que Cristo reine sobre toda la tierra. Cristo conquistó todos Sus enemigos, obtuvo la victoria, condujo un séquito de enemigos vencidos, ascendió y fue exaltado al lugar más alto del universo y recibió dones para la edificación de la casa de Dios. Esta casa es para la ciudad, y la ciudad es para toda la tierra. Con esto se puede entender el salmo 68. Sin estos puntos, aunque leyéremos este salmo cien veces, jamás lo entenderíamos. Sin embargo, debemos examinar estos asuntos más detalladamente. Podemos decir que este salmo nos presenta nueve puntos principales.

DIOS SE ESTÁ MOVIENDO EN LA TIERRA

  Si hemos de entender apropiadamente el salmo 68, debemos conocer bien el contexto en el que fue escrito. Este salmo habla del mover de Dios en la tierra mediante Su tabernáculo. En los tiempos antiguos, Dios se movía sobre la tierra entre el pueblo de Israel. Él salió con ellos de Egipto, pasó por el desierto y llegó a la buena tierra. El mover de Dios no se llevaba a cabo en los cielos sino en la tierra. Él cabalgó por el desierto, no por el cielo. Todo el mover de Dios en aquel tiempo estaba relacionado con el tabernáculo, dentro del cual se hallaba el Arca. Según la tipología, el tabernáculo representa la morada de Dios, y el Arca representa a Cristo. Por consiguiente, Dios se movía en la tierra en Su morada y por medio de ella, teniendo a Cristo como centro. Debemos entender claramente estos tres puntos: (1) Dios se mueve en la tierra, (2) el mover de Dios se lleva a cabo en el tabernáculo y por medio de él, y (3) el mover de Dios se lleva a cabo teniendo a Cristo como centro en el tabernáculo. Éste es el contexto en que fue escrito el salmo 68. Es un retrato exacto de la situación relacionada con el mover de Dios en la tierra hoy. Dios está moviéndose en la tierra, Él se mueve en la iglesia y por medio de ella, y se mueve con Cristo, el centro de la iglesia.

  El versículo 1 dice: “Levántese Dios, sean dispersados Sus enemigos, / y huyan de Su presencia los que le aborrecen”. Este versículo es una cita de Números 10:35: “Cuando el Arca partía, Moisés decía: / Levántate, oh Jehová, y sean dispersados Tus enemigos, / y huyan de Tu presencia los que te aborrecen”. Por lo tanto, Salmos 68:1 fue la palabra hablada por Moisés. Cuando Dios emprendió Su mover con el Arca, Moisés dijo: “¡Levántate, oh Jehová!”. Ahora, David cita las palabras de Moisés cuando dice: “Levántese Dios”. Por lo tanto, vemos que el contexto de este salmo es el mover de Dios en Su tabernáculo y con el Arca.

  El mover de Dios en esta tierra no es solamente el contexto del salmo 68, sino también el pensamiento principal. Además del versículo 1, hay otros versículos que hablan con palabras muy expresivas con respecto al mover de Dios. El versículo 4 dice: “Triunfad en Aquel que cabalga por los desiertos”, no como dice la versión King James, la cual habla de cabalgar sobre los cielos. Él no está cabalgando sobre los cielos, sino por los desiertos, los desiertos de esta tierra. Toda la tierra hoy en día es un desierto, una estepa; sin embargo, Dios está cabalgando y avanzando allí. No se sienta desilusionado; triunfe en Él, en Aquel que cabalga por los desiertos. Los desiertos no significan nada para Él; Él está cabalgando por ellos. ¿Había visto esto? “Jah es Su nombre, y exultad ante Él”. Los versículos 7 y 8 continúan el pensamiento del mover de Dios: “Oh Dios, cuando saliste al frente de Tu pueblo, / [...] marchaste por el desierto, Selah”. El punto principal de este salmo es que Dios está moviéndose en la tierra.

LA VICTORIA QUE DIOS OBTUVO EN CRISTO

  Este salmo empieza con el mover de Dios y continúa con la victoria que Cristo obtuvo. Todos los enemigos de Dios han sido derrotados. Cuando Dios se mueve con el tabernáculo y con el Arca, los enemigos siempre son derrotados. Adondequiera que Él va, siempre obtiene la victoria; adondequiera que Él anda en Su mover, conquista. Él jamás ha sido derrotado.

  Muchas veces al leer el Antiguo Testamento únicamente nos causa impresión los fracasos del pueblo de Dios, los hijos de Israel. Sin embargo, debemos leer su historia en Éxodo, Números y Deuteronomio desde otra perspectiva. Debemos ver que siempre que Dios en Su mover confrontaba al enemigo, el enemigo era derrotado. Ni siquiera una sola vez Dios fue derrotado por Sus enemigos. En tanto que el pueblo de Dios tuviera el tabernáculo de Dios, con el Arca como su centro, ellos salían victoriosos. Y aunque ellos fracasaran, Dios jamás era derrotado.

  ¿Ha encontrado usted una sola ocasión en la Biblia en la que Dios fuese derrotado? Dios jamás ha sido derrotado. Éste es el principal concepto que se presenta en este salmo. Dios se está moviendo, y con Su mover hay continua victoria. ¡Oh, si tan solo permanecemos en la casa de Dios con Cristo como centro, jamás seremos derrotados! Es posible que en ocasiones hagamos retrasar a Dios un poco, así como lo hicieron retrasar los hijos de Israel por cuarenta años en el desierto, pero, ¿qué son cuarenta años para Dios? Si para Él mil años son como un día, cuarenta años serían sólo equivalentes a unos cincuenta y cinco minutos. Según la manera en que Dios estima el tiempo, los hijos de Israel sólo lo retrasaron unos cincuenta y cinco minutos. De hecho, con respecto a Dios no existe el concepto del tiempo; el tiempo es algo que nos afecta a nosotros. Para Dios el ayer, el hoy y el mañana significan lo mismo. Desde la perspectiva humana Dios ha sido retrasado muchas veces; no obstante, Él jamás ha sido derrotado. Para Él, una demora no significa nada. Él continúa avanzando, y adondequiera que va, Él derrota al enemigo. No importa cuán lamentable sea la situación de la iglesia, eso no debe distraernos; en lugar de ello, debemos poner la mirada en la gloria del mover de Dios y Su victoria eterna. “Sean dispersados Sus enemigos, / y huyan de Su presencia los que le aborrecen” (v. 1). “El Señor da el mandamiento [...] / Los reyes de los ejércitos huyen. / ¡Huyen!” (vs. 11-12). “Cuando el Todopoderoso dispersó / a los reyes en la tierra” (v. 14). “Has llevado cautivos a los que estaban bajo cautiverio” (v. 18). “Ciertamente Dios aplastará / la cabeza de Sus enemigos” (v. 21). Así pues, la victoria de Dios es el segundo punto que nos comunica este salmo.

  El versículo 11 dice: “El Señor da el mandamiento; / ejército grande son las mujeres que llevan las buenas nuevas”. Todos nosotros no somos más que un grupo de mujeres, una multitud de mujeres, que anuncia las buenas nuevas. No somos ni muy fuertes ni muy competentes; tampoco somos, en un sentido, los guerreros que participan en la batalla; simplemente somos mujeres que anuncian las buenas nuevas. Lo único que hacemos es dar las buenas nuevas. ¿Y cuáles son las buenas nuevas? El versículo 12 dice: “Los reyes de los ejércitos huyen. / ¡Huyen!”. Éstas son las buenas nuevas: la victoria de Cristo, la derrota del enemigo. Puedo testificar que mientras estaba en las denominaciones, continuamente suspiraba, gemía y suplicaba. “Oh Señor, el Señor misericordioso, ten misericordia de mí”. Las reuniones del grupo donde yo me reunía estaban llenas de esta clase de clamor. Nunca llegué a oír alabanzas ni gritos de regocijo. Nunca escuché una canción que dijera: “¡Qué victoria, aleluya!”. Pero en estos días en las iglesias locales continuamente escucho: “¡Aleluya, aleluya, aleluya!”. ¡Huyen, huyen todos los enemigos! ¡Sí, huyen!

  Quienes anuncian las buenas nuevas son mujeres, y quienes reparten el botín también son mujeres. Las mujeres se quedan en casa; ellas no salen a la guerra. Sin embargo, reparten el botín. Yo nunca he salido a la guerra; simplemente soy una mujer que se queda en casa, disfrutando de la victoria y repartiendo el botín. Todos debemos hacer lo mismo. Alabado sea el Señor, pues estamos calificados para ello y nos toca el privilegio de repartir el botín. Todas las reuniones en las iglesias locales son simplemente la oportunidad que tenemos de repartir el botín. ¿Y cuál es el botín? El versículo 13 nos lo dice: “Hay alas de paloma cubiertas de plata, / y sus plumas remeras, de oro amarillo verdoso”. La paloma representa al Espíritu, y las alas representan el poder para remontar vuelo; por lo tanto, el botín es el poder del Espíritu para remontar vuelo. Estas alas están cubiertas de plata, cubiertas de Cristo en Su obra redentora. Sus plumas remeras están cubiertas de oro amarillo verdoso, lo cual se refiere a la naturaleza divina de Dios. Así que, el botín es nada menos que el Dios Triuno. Tenemos al Espíritu como la paloma, a Cristo el Hijo como la plata y a Dios el Padre como el oro. Las tres personas de la Deidad constituyen el botín. Y el botín es nuestra fuerza, nuestras dos alas, no para caminar ni correr, sino para volar y elevarnos por el cielo. Cuando usted llega a la iglesia local y se une a los ¡aleluyas!, usted está disfrutando de los despojos. Luego, después de cada reunión, usted tendrá el sentir de que está volando en lo alto. Ciertamente tenemos alas, y estamos sobre las alas de la paloma. Nuestro botín es el Dios Triuno, quien es nuestra fuerza para remontar vuelo, y todo el botín es el resultado de la victoria obtenida por Cristo.

LA ASCENSIÓN DE CRISTO

  El tercer punto importante que encontramos en este salmo es la ascensión de Cristo. El versículo 18 dice: “Has subido a lo alto, has llevado cautivos a los que estaban bajo cautiverio”. Sin Efesios 4:8-11 no podríamos saber el significado del versículo 18. Pero por medio de este pasaje del Nuevo Testamento vemos que esto se refiere a la ascensión de Cristo. Cristo subió a lo alto, y lo que implica Su ascensión es que todos Sus enemigos fueron derrotados. Antes de ascender, Él derrotó todos los enemigos, incluyendo el último de ellos: la muerte. Él conquistó la muerte. Desde nuestra perspectiva humana, Jesús murió a manos de hombres, pero desde la perspectiva celestial, Él mismo entró en la muerte. Él sencillamente dio un paseo y por Su propia voluntad entró en la muerte a fin de dar a conocer el poder de Su vida. Él permaneció allí por tres días, y conquistó la muerte. La muerte hizo todo lo posible por retenerlo, pero no pudo mantenerlo bajo su dominio (Hch. 2:24). Él entró tranquilamente en la muerte y así mismo salió de ella. Él caminó por la muerte y la conquistó. Antes de acabar con la muerte, Él ya había conquistado todo lo demás. La muerte fue el último enemigo. El hecho de que saliera de la muerte implica que todos los enemigos, incluyendo la muerte misma, fueron vencidos. Así que, Él ascendió triunfalmente, y condujo un séquito de enemigos vencidos. Todos los enemigos derrotados por Él eran cautivos que formaban parte de Su séquito, entre los cuales estaba Satanás, y también usted y yo. Este séquito era una procesión que celebraba Su victoria. ¡Alabado sea el Señor! Hoy podemos decirle a Satanás que él está derrotado y que nosotros también estamos derrotados; pero, aleluya, también podemos decirle que nosotros somos victoriosos en la victoria de Cristo y con ella, pero que él jamás será victorioso. Ésta es una verdadera alabanza. Debemos aprender a alabar al Señor de esta manera. ¡Cuán deplorable es la alabanza de muchos cristianos! Es por este estilo: “Oh Señor, te alabamos porque por todo un año no hemos tenido ni un solo accidente de tráfico”. La alabanza que ofrecen otros muestra cierta mejora, pues dicen: “Señor, Tú eres Victorioso sobre mi mal genio”. Sin embargo, hermanos y hermanas, debemos ver algo mucho más elevado que esto. Cristo ascendió, y en Su ascensión condujo un séquito de enemigos vencidos. Usted estaba allí, y no simplemente su mal genio. Olvídense de no tener accidentes de tráfico, olvídense de vencer su mal genio. ¡Aleluya! ¡Cristo subió a lo alto y también condujo un séquito de enemigos vencidos! Mientras Él ascendía a los cielos, hizo un magnífico despliegue o exhibición en Su procesión triunfal delante de todo el universo. Él derrotó a Satanás y todos los ángeles rebeldes de éste. ¡Satanás y su ejército tiene que huir! Cristo derrotó a todos los hombres rebeldes, incluyéndolo a usted y a mí. Él condujo una procesión con todos estos enemigos derrotados como una alabanza con que celebrar Su victoria. Después de mostrarlos a todo el universo, Él, en un sentido, se los mostró a Su Padre y le dijo: “¡Mira al enemigo y a todos sus seguidores a quienes conquisté y derroté!”.

CRISTO RECIBIÓ DONES

  Ahora vemos el resultado de la ascensión de Cristo: el Padre le dio a Cristo a muchos de estos enemigos derrotados por causa de Su Cuerpo. Estos dones, los cuales se mencionan en Efesios 4, denotan personas, no funciones ni capacidades. “Él mismo dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros” (v. 11), éstos son los dones. Hombres, tales como Pablo, Pedro y Juan, son esos dones. Es como si Cristo, cuando ascendió al Padre con el séquito de enemigos vencidos, le hubiera dicho: “Padre, mira a estos enemigos que he derrotado”, y luego el Padre le respondiera: “Muy bien, permíteme ahora tomar a algunos de esos cautivos; permíteme tomar a Saulo de Tarso, y a éste que está en Los Ángeles y a aquél que está en Houston, y Yo te los daré en calidad de dones para Tu Cuerpo. Todos ellos fueron derrotados por Ti, y ahora Yo te los doy en calidad de dones”. Y eso fue lo que hizo.

  Saulo de Tarso es un buen ejemplo de ello, pues él verdaderamente era un enemigo de Cristo. Pero un día el Cristo ascendido y exaltado lo visitó. Saulo se había convertido en una persona que perseguía a Jesús enérgicamente, pero en el momento en que el Señor lo miró, éste cayó a tierra. No creo que el Ascendido lo hubiera derribado con Su mano, sino que simplemente lo miró. Así pues, Saulo fue derribado a tierra, y escuchó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué me persigues?”. Saulo respondió: “¿Quién eres, Señor? Yo he estado persiguiendo a personas que están en la tierra; nunca he perseguido al Señor del cielo”. El Señor le dijo: “Yo soy Jesús. Tú pensabas que estabas persiguiendo a Jacobo, a Juan, a Pedro y a Esteban, pero no sabías que en realidad me estabas persiguiendo a Mí”. ¿Sabe usted qué sucedió? El Ascendido tomó cautivo a Saulo. En ese mismo momento, Saulo llegó a ser un cautivo, y se arrepintió y dijo: “¿Qué haré, Señor?”. Ese día el Cristo resucitado entró en él, y este enemigo, este enemigo vencido, llegó a ser un cautivo del Cristo resucitado que estaba en su interior como su vida. Fue por medio de esta persona resucitada que este enemigo vencido fue hecho un don, incluso uno de los más grandes apóstoles. De este modo, el Señor Jesús recibió dones de entre los hombres. Él es el Ascendido y, como tal, cautiva a las personas y luego, como el Resucitado que es, las regenera. Es por medio de Su vida de resurrección que convierte a los enemigos cautivos en dones útiles. Fue de esta manera que el Padre, refiriéndose a Pablo, le dijo al Hijo: “Te doy a este pequeñito en calidad de don, y Tú tienes que dar este pequeñito a la iglesia en calidad de don”. Saulo después fue llamado Pablo, que significa “pequeño”. Saulo llegó a ser Pablo. Un enemigo de Cristo a la postre llegó a ser un don que el Padre le dio a Cristo y que Cristo dio a Su Cuerpo.

  Observe a ese cautivo Saulo de Tarso. ¡Cuán grande fue el cambio que experimentó! Lea la historia de su vida; observe cómo continuamente cambiaba. Él fue transformado de semejante enemigo perseguidor a un apóstol tan útil. Él fue un verdadero don para el Cuerpo, y Cristo, la Cabeza, lo recibió como un don de esta manera.

  Muchos de nosotros podemos testificar que hemos experimentado lo mismo. Antes de ser salvos, éramos enemigos de Cristo, pero un día el Ascendido nos miró con Sus ojos. Muchas veces, cuando he reflexionado cómo el Señor me capturó y me transformó de un enemigo a alguien que le sirve, he tenido que postrarme y adorarle. No tengo nada que decir; lo único que puedo hacer es alabarle. No merezco nada. Yo no hice nada; todo lo hizo Él. ¡Oh, aleluya!

  El Señor está transformando a tantos enemigos en dones para Su Cuerpo, y lo está haciendo para que el Señor Dios pueda morar entre ellos. “Has subido a lo alto, has llevado cautivos a los que estaban bajo cautiverio; / has recibido dones de entre los hombres, / incluso de entre los rebeldes, / para que Jehová Dios more entre ellos”. Creo que hoy estamos mucho más calificados para hablar sobre este versículo que el salmista de la antigüedad. Nosotros estamos en la iglesia, la casa de Dios; estamos en la morada donde Dios habita por medio del Cristo ascendido. Nosotros somos los enemigos vencidos que están siendo transformados en dones para la edificación de la casa de Dios. Estamos en la realidad.

UNA MORADA PARA DIOS

  El primer punto en el salmo 68 tiene que ver con el mover de Dios en esta tierra. El segundo es Su victoria en Cristo; adondequiera que Dios va, obtiene la victoria. Después de esto, el tercer punto, la ascensión de Cristo, redunda en el cuarto punto: los dones para el edificio. Quinto, por medio de los dones una morada es edificada para Dios. Así pues, Dios se mueve, Él obtiene la victoria en Cristo sobre todos los enemigos, Cristo asciende, Cristo recibe todos los dones, y luego la casa de Dios es edificada. Alabado sea el Señor, pues Dios ahora tiene una casa donde morar, una morada en la tierra entre los hombres, aun entre los rebeldes.

  Esta morada no es sólo una morada para Dios, sino también para nosotros. En el versículo 5 leemos: “Padre de los huérfanos y Juez de las viudas / es Dios en Su santa morada”. En la antigüedad, la morada de Dios era el tabernáculo, pero hoy en día Su morada es la iglesia. En un sentido, todos somos huérfanos y viudas; pero en la iglesia local Dios es nuestro Dios. Nosotros disfrutamos a Dios como al Dios de los desvalidos en Su morada. El versículo 6 dice: “Dios hace habitar en familia a los solitarios”. La iglesia local es, por un lado, la familia y, por otro, nuestro hogar. Antes de que llegáramos a la iglesia, éramos personas solitarias porque no teníamos familia y desamparadas porque no teníamos hogar. Ahora en la morada de Dios tenemos la familia y la casa. El versículo 10 dice: “Tu rebaño vivo moró en la tierra [la tierra sobre la cual fue esparcida la lluvia, v. 9]; en Tu bondad proveíste para el pobre, oh Dios”. La morada de Dios es para nosotros, los menesterosos.

  Los versículos 15 y 16 dicen: “Oh monte poderoso, oh monte de Basán, / oh monte de muchos picos, oh monte de Basán: / ¿Por qué miráis con envidia, oh montes de muchos picos, / al monte en que Dios desea morar? / Ciertamente Jehová morará allí para siempre”. El monte de Basán es un monte imponente, un monte en tierras paganas al oriente del Jordán. El monte Sion es el monte en que Dios desea morar, y los demás montes, o más bien los montes de muchos picos, miran con envidia al monte de Dios. Nosotros hemos experimentado esto. Algunas de las denominaciones, los montes de muchos picos, sienten envidia de las iglesias locales. Muchas veces han dicho: “¿Por qué las iglesias locales reciben la bendición?”. Es debido a que Dios mora en Sion; ésa es la única razón. Dios desea habitar en las iglesias locales, y toda la bendición viene de Su presencia. Ciertamente, el Señor habitará aquí para siempre. ¡Él tiene una morada aquí en esta tierra en las iglesias locales! “Los carros de Dios son veinte mil, / millares de millares; / el Señor está entre ellos, / como en el Sinaí, en el santuario” (v. 17). ¡Aleluya!

EL DISFRUTE QUE TENEMOS DE DIOS

  Después que la morada de Dios es edificada, disfrutamos en la casa de Dios de todo lo que Dios es, de todo lo que Él hace y de todo lo que Él puede hacer. Éste es el sexto punto que se nos presenta en este salmo. Después del versículo 18, que nos habla de la morada de Dios, tenemos el rico disfrute mencionado en los versículos 19 y 20: “Bendito sea el Señor, quien día tras día nos colma de bien; / Dios es nuestra salvación. Selah / Dios es para nosotros. / Dios de liberación, / y a Jehová el Señor / pertenecen las salidas de la muerte”. En la casa, en la iglesia, en el santuario, Dios día tras día nos colma de bien; por lo tanto, disfrutamos de Sus beneficios; disfrutamos de Su salvación, de Su liberación y de Sus salidas incluso de la muerte. Salir de la muerte es una verdadera liberación. Si pudiéramos salir de la muerte, seríamos librados del enemigo. Todos sabemos que cuando la muerte viene a visitarnos, no tenemos escape. Esto ciertamente es así. Pero nosotros los cristianos podemos decir hoy que cada vez que somos confrontados con la muerte, podemos salir de ella. ¡Qué liberación tan grande! Así pues, nosotros disfrutamos a Dios, pues le experimentamos como nuestra liberación, como nuestra salida de la muerte.

  Además, en la casa de Dios disfrutamos de Su gloriosa victoria. “Ciertamente Dios aplastará / la cabeza de Sus enemigos [...] / Dijo el Señor: De Basán los traeré de nuevo; / los traeré de nuevo desde las profundidades del mar [Rojo], / para que bañes tu pie en sangre, / a fin de que la lengua de tus perros obtenga su porción de los enemigos’” (vs. 21-23). Dios ha derrotado a todos Sus enemigos: Basán ha sido derrotado por Él, los egipcios fueron ahogados por Él en el Mar Rojo. Todos Sus enemigos han sido derrotados. Hoy no es necesario que Él repita Su victoria. Hoy en las iglesias locales, en el santuario, nosotros podemos aplicar Su victoria. Es como si el Señor dijera en estos tres versículos: “Si tú no crees que todos Mis enemigos han sido vencidos, te demostraré Mi victoria. Haré volver a Faraón y sus ejércitos desde las profundidades del mar Rojo y demostraré su derrota una vez más”. Antes de la edificación de la casa, ése era el tiempo para que el Señor derrotara a Sus enemigos. Pero desde que la casa ha sido edificada, ya no es necesario que el Señor repita Su victoria. Lo único que tenemos que hacer es aplicar Su victoria.

  Después que fui salvo, escuché muchos mensajes y leí muchos libros que explicaban cómo ser un cristiano victorioso. Estos mensajes y libros me decían que yo tenía muchos enemigos: el mundo, mi yo, mi mal genio, mi odio y todos mis problemas. Luego estos mensajes y libros mostraban muchas maneras maravillosas en que podía vencer a estos enemigos. Algunos decían que tenía que orar mucho; otros, que debía orar con ayuno; e incluso otros me exhortaban a orar con ayuno y aun a hacer vigilia. Sin embargo, ninguno de estos métodos resultó eficaz. Después me dijeron que Cristo había sido crucificado en la cruz, y que todos mis enemigos, incluyéndome a mí mismo, fueron crucificados allí también; por lo tanto, lo único que debía hacer ahora era reconocer este hecho. Sin embargo, les confieso que intenté considerarme muerto a estas cosas por mucho tiempo, pero no obtuve ningún éxito. Llené muchos cuadernos con anotaciones de estas diferentes maneras y métodos que me ayudarían a ser un cristiano victorioso. Pero un día terminé echándolos a la basura. Había en ellos tantas buenas instrucciones, conceptos, enseñanzas y sugerencias, todo lo cual yo apreciaba grandemente. Pero un día empecé a comprender que es al entrar en la iglesia local y al permanecer en la iglesia local que todos los problemas son resueltos y que todos los enemigos son vencidos. Esto fue muy maravilloso para mí; no podría describirles lo maravilloso que fue. Al permanecer en la iglesia local, el mundo desapareció, mi mal genio desapareció y mis problemas desaparecieron. Les estoy hablando de mi experiencia; he estado aprendiendo esto por más de treinta años. Yo probé diversos métodos y maneras. Escudriñé la Biblia procurando encontrar la voluntad de Dios. Finalmente, esto no funcionó y no logré encontrar nada. Pero cuando vine a la iglesia local y permanecí allí, la voluntad de Dios espontáneamente se hizo muy clara. Yo había intentado resolver mis problemas como individuo vez tras vez pero no logré vencer; pero después, al permanecer en la iglesia local, todos los enemigos huyeron. En realidad, yo no tenía la intención de derrotarlos; ellos sencillamente huyeron. Por lo tanto, con base en mi experiencia puedo testificarles y declararles con toda confianza que la mejor manera de resolver sus problemas, de vencer sus enemigos, de conocer la voluntad del Señor y de obtener Su bendición es simplemente permanecer en la iglesia local y alabar al Señor. Simplemente hágalo; simplemente inténtelo. Ésta es una especie de medicina que cura toda índole de enfermedades.

  En los primeros años de mi ministerio tenía muchos consejos que dar a las personas. Hace treinta y cinco años una hermana se acercó a mí para preguntarme cómo podía ella vencer su mal genio. Le respondí: “Hermana, primero debe hacer esto; en segundo lugar, debe hacer aquello; tercero... cuarto... quinto... y sexto...”. Continuaba hablándole hasta que le daba una lista de doce puntos. Luego, terminaba diciendo: “Vaya a casa y practique todos estos doce puntos, y entonces podrá vencer su mal genio”. ¡Esto era un trabajo muy arduo! Sin embargo, unos diez años más tarde, cuando venían otros a hacerme la misma pregunta, el número de puntos se reducía a unos seis. Luego, unos cuantos años después, el número de puntos se redujo a tres. Hoy en día, ya no les doy una lista de doce puntos, ni de seis ni de tres, sino que les digo una sola cosa: simplemente entren en la iglesia local, permanezcan en la iglesia local y alaben al Señor; todos sus problemas espontáneamente serán resueltos. Créame que es así.

  No sabría expresar la clase de revelación que esto ha sido para mí. Yo le diría a todo el universo que he encontrado el secreto. Esto es muy prevaleciente, es tremendamente eficaz. Venga a la iglesia local y alabe al Señor. ¡Aleluya, aleluya! Para todos los problemas que usted tenga, la mejor manera de orar al Señor es venir a la iglesia local y alabar al Señor. En la morada de Dios, en la iglesia local, el Señor no nos brinda un suministro un poquito a la vez. No, Él nos colma de bien; Él aplica Su victoria sobre todos nuestros enemigos.

  En los años de 1939 a 1940 el hermano Watchman Nee vio el Cuerpo de Cristo con gran claridad. He mencionado que él dio algunos mensajes sobre este asunto, en los cuales nos dijo muy claramente que la guerra espiritual no era una cuestión de individuos sino del Cuerpo. Si usted como un solo individuo trata de derrotar al enemigo, será derrotado por él en gran medida. Usted debe comprender que la batalla ya ha sido ganada. No es necesario que usted pelee. Si usted simplemente de manera práctica halla su lugar en el Cuerpo y permanece en el Cuerpo, la victoria será suya.

  Nosotros fuimos levantados por el Señor en 1920. Antes de 1940 nunca llegamos a bautizar a un gran número de personas a la vez. Quizás llegamos a bautizar a treinta y siete o a treinta y ocho personas en una sola ocasión, pero eso fue todo. El número siempre era reducido porque antes de 1940 siempre predicábamos el evangelio de forma individual. El Señor aún no nos había revelado la manera de predicar el evangelio como iglesia, es decir, la manera en la cual toda la iglesia predica el evangelio. En 1940 empezamos a hacerlo, y en enero bautizamos a más de cien personas en un solo día. En febrero bautizamos a otras cien personas, y después a otras cien en marzo. Habíamos visto que la manera más eficaz de predicar el evangelio no era hacerlo como individuos sino como iglesia. Si usted solo como individuo trata de convencer a sus amigos, eso será más bien difícil; pero si les pide a algunos hermanos que lo ayuden a traer a su amigo incrédulo a la reunión, no necesitará predicarle, sino que él será salvo, ya lo verá. Cuando les presentan todos los problemas a la iglesia, éstos se resuelven espontáneamente. No retenga a sus amigos en sus manos de forma individual; tráigalos a la iglesia. En la iglesia Dios nos colma de bien; en la iglesia Él aplica Su victoria.

  ¿Se siente afligido? ¿Qué debe hacer entonces? Sin duda alguna, venga a las reuniones de la iglesia. No intente animarse a sí mismo ni vencer sus problemas. Traiga todas sus penas a la iglesia local, y dígale al enemigo Satanás que lo acompañe a la reunión. Si su esposa está enojada, simplemente dígale: “Querida, vamos a la iglesia”. No intente resolver sus problemas en su casa para luego venir a la iglesia, pues se sentirá frustrado. Dígales a todos los enemigos y a todos sus problemas: “Vengan conmigo a la reunión”. Yo he tenido muchas experiencias similares. Tan pronto como llegaba a la entrada del salón de reuniones, los enemigos y los problemas huían. Ellos me seguían hasta la reunión, pero en cuanto entraba a la reunión, se daban media vuelta y se iban. He aprendido a ahorrarme mucho tiempo de leer libros. Venir a una sola reunión es mejor que leer diez libros. ¡Aleluya!

NUESTRA ALABANZA

  Ahora estamos listos para alabar. Ahora nos toca a nosotros. Puesto que disfrutamos de todo lo que Dios es, de todo lo que Dios hace y de todo lo que Él puede hacer, simplemente le alabamos. Hoy no nos queda más por hacer sino alabarlo: “¡Aleluya por el disfrute! ¡Aleluya porque Dios nos colma de bien, por la victoria y por la aplicación de la victoria!”. Hemos llevado todos nuestros problemas a las reuniones, y todos ellos han desaparecido; así que simplemente alabamos. “¡Han visto, oh Dios, Tus caminos, / los caminos de mi Dios, mi Rey, en el santuario” (v. 24). ¿Quiénes son los que han visto Sus caminos? Los enemigos, los problemas. Ellos han visto los caminos de Dios en el santuario. Esto es una verdadera alabanza. A veces yo he alabado al Señor de esta manera: “Señor, todos mis enemigos me han seguido hasta la entrada del salón de reuniones, y en cuanto entré, todos ellos se apresuraron a huir. Ellos han visto Tus caminos en la iglesia local”.

  El versículo 25 dice: “Los cantores van delante, los músicos detrás; / en medio, las vírgenes con panderos”. Éste es un escrito poético, y nos dice que todos los cantores y los músicos son mujeres. Las mujeres anuncian las buenas nuevas de la victoria, ellas se quedan en casa y reparten el botín y ahora son quienes alaban. A menos que usted sea una mujer, no podrá alabar. Sin embargo, espiritualmente, todos somos mujeres. No necesitamos pelear. La guerra no es nuestra, sino del Señor. Nosotros somos las mujeres que disfrutan y alaban. En todo el universo sólo existe un hombre: ése es Cristo. Él es quien labora; Él es quien pelea y quien ya ha ganado la batalla; Él es quien lo hace todo. Nosotros simplemente somos aquellos que disfrutan Su victoria, aquellos que alaban. Nuestra responsabilidad no es luchar, sino alabar. Nosotros somos los cantores; somos los músicos, somos los que alaban. ¿Han visto esto? A fin de entender estos versículos, debemos entenderlos en el sentido poético.

  Ahora llegamos a la parte principal de la alabanza en este salmo: “En las congregaciones bendecid a Dios, / aun a Jehová, o vosotros que sois de [Jacob,] la fuente de Israel. / Allí está Benjamín, el pequeño, quien los rige, / y los príncipes de Judá en su compañía, / los príncipes de Zabulón, los príncipes de Neftalí” (vs. 26-27). Esto sin duda es muy interesante. Entre los hijos de Israel hay doce tribus en total, pero sólo cuatro de ellas se mencionan aquí. ¿Por qué se mencionan estas cuatro? En la Biblia Benjamín y Judá siempre figuran juntas; lo mismo sucede con respecto a Zabulón y Neftalí, especialmente en Mateo 4. El hecho de que se hayan escogido estas cuatro tribus en este versículo es muy significativo.

  Benjamín representa al Cristo que es el varón de dolores, quien llegó a ser el hombre que está a la diestra. Su nombre Benoni, que significa “hijo de mi aflicción”, nos habla de Su encarnación y de Su vida humana en la tierra, y Su nombre Benjamín, que significa “hijo de la mano derecha” (Gn. 35:18), alude a Su resurrección, Su victoria y Su ascensión. Cristo era el pequeño Benjamín. Benjamín era la tribu más joven y más pequeña de las doce tribus, pero la tribu de Benjamín era sumamente fuerte y osada en la guerra (49:27). Benjamín es una tribu guerrera, y esta tribu siempre figura junto con la tribu real, la tribu de Judá. Judá representa a Cristo el Victorioso, el león, quien tiene el poder y el cetro, Aquel que regresará en calidad de Rey de paz, es decir, como Siloh (vs. 8-10). Tanto Benjamín como Judá representan a Cristo: desde Su encarnación hasta Su ascensión, Él es Benjamín; y desde el inicio de Su reinado con la autoridad divina hasta Su regreso como Rey de paz, Él es Judá. Por medio de la encarnación, Cristo llegó a ser el Hijo de aflicción; Él peleó la batalla, devoró a los enemigos, repartió el botín y obtuvo la victoria (v. 27). Luego ascendió a los cielos y llegó a ser el Hijo de la diestra de Dios. Él tiene el cetro, la autoridad y ahora todos Sus hermanos lo alaban. ¡Él es digno! Debemos avanzar desde Génesis 49 hasta Apocalipsis 5, donde vemos el León de la tribu de Judá, Aquel que es digno de nuestra adoración, de nuestras alabanzas. Él es el Victorioso, Él tiene el poder y la autoridad, y regresará como Aquel que es pacífico, y nosotros, Sus hermanos, le adoraremos y alabaremos. Éste es nuestro Cristo, representado por Benjamín y Judá.

  Este Cristo también es Zabulón y Neftalí. Estas dos tribus representan una costa donde pueden arribar las naves y también representan una cierva suelta. Ellas nos hablan de palabras hermosas que son pronunciadas y predicadas y de los hombres de Galilea (Gn. 49:13, 21; Mt. 4:12-17; Hch. 1:11). La costa donde arriban las naves está relacionado con el transporte, y representa al Cristo que es propagado por toda la tierra. La cierva suelta alude a alguien que ha sido liberado, a alguien que corre velozmente. Las palabras hermosas son las alabanzas, la predicación y la propagación de Cristo. En esto se ocupaban los hombres de Galilea. Cristo es el verdadero Zabulón y el verdadero Neftalí. Él está siendo propagado, alabado y predicado en toda la tierra hoy. Él es una cierva suelta.

  Los primeros dos nombres, Benjamín y Judá, representan lo que Cristo es: Él era el Hijo de aflicción que murió en la cruz, obtuvo la victoria, ascendió, devoró la presa, repartió el botín y es ahora el Hijo que está a la diestra de Dios; Él también es el León, el Victorioso, quien tiene la autoridad sobre todas las cosas, y quien regresará como el Pacífico. Los dos últimos nombres, Zabulón y Neftalí, representan al Cristo que está siendo diseminado y propagado en toda la tierra. Cuando alabamos al Señor, debemos alabarlo por todo lo que Él es, y también debemos alabarle por Su propagación en toda la tierra. Él es el pequeño Benjamín con Judá, y es Zabulón con Neftalí. Tenemos que alabarle de esta manera.

LA CIUDAD

  Luego, debemos orar pidiéndole a Dios que fortalezca lo que ha hecho por nosotros por medio de la iglesia. “Tu Dios ha mandando tu fuerza; / fortalece, oh Dios, lo que has hecho para nosotros. / Por causa de Tu templo que está en Jerusalén” (Sal. 68:28-29). Dios ya lo ha hecho todo, y todo ha sido consumado; lo que necesitamos hoy es ser fortalecidos. Dios ya le dio muerte a Satanás; por tanto, no necesitamos repetir este hecho, pero sí necesitamos que Él nos fortalezca. Dios ya puso nuestro yo, nuestro viejo hombre, en la cruz; Dios ya hizo todo esto y no necesita repetir esta acción. Sin embargo, nosotros necesitamos que Dios fortalezca esta experiencia en nosotros. La Biblia nos dice que nosotros ascendimos con Cristo a los cielos; Dios ya hizo esto. Hoy lo que necesitamos es el fortalecimiento de esta experiencia en nosotros. Este fortalecimiento se experimenta en el templo. Es en la iglesia local que Dios hace todo para fortalecer lo que ya ha hecho por nosotros. Por lo tanto, debemos orar, diciendo: “¡Oh Dios, fortalece lo que ya has hecho por nosotros por causa de Tu templo!”. No necesitamos que este hecho se repita, pero sí necesitamos que sea fortalecido. Necesitamos que Dios, por medio de Su iglesia, Su morada, haga muy real para nosotros todo lo que ya ha hecho por nosotros.

  No sabría decirles cuánto Dios me ha fortalecido desde que estoy en la iglesia local. En la casa de Dios Él mismo nos fortalece. Debemos apoyarnos en este versículo. Dios ya lo hizo todo por nosotros, y ahora desea fortalecer, por medio de Su casa, todo cuanto ha hecho por nosotros.

  Luego en el versículo 29 leemos: “Por causa de Tu templo que está en Jerusalén, / los reyes te traerán un regalo”. Ahora no sólo nos encontramos con el templo, sino también con Jerusalén, es decir, no sólo nos encontramos con la casa, sino también con la ciudad. Debemos entender esto como escrito poético que es. Cuando experimentamos el ser fortalecidos por Dios en la iglesia local, la iglesia es transformada y pasa de ser una casa a ser una ciudad; el templo llega a ser Jerusalén. La casa está rodeada, protegida y salvaguardada por los muros de la ciudad. Luego, debido a que somos victoriosos, vencedores y lo hemos transcendido todo, tenemos el sentir de que todos los reyes de la tierra le traerán un regalo al Señor. Apocalipsis 21:24 corrobora este pensamiento: “Los reyes de la tierra traerán su gloria a ella [la ciudad]”. Quisiera añadir algo más a modo de interpretación: Si usted es victorioso en las iglesias locales, muchos dones serán traídos por medio de usted. ¿Qué tipo de dones? Muchas almas, muchas personas, serán liberadas y traídas por usted a las iglesias locales donde serán presentados como regalos al Señor.

  Salmos 68:29 y 30 dicen: “Por causa de Tu templo que está en Jerusalén, / los reyes te traerán un regalo. / Reprende a los animales del cañaveral [Egipto], / a la manada de los toros [los líderes] que está entre los becerros de los pueblos, / atropellando a los que codician la plata; / dispersa a los pueblos que se complacen en la guerra”. Dios reprende al enemigo desde la casa que está en la ciudad. No es necesario que Dios pelee otra vez la batalla; por esta razón, Él simplemente reprende a Sus enemigos. Él hace esto desde el templo que está en la ciudad, desde la iglesia local que es salvaguardada por Su fortalecimiento. Cuando Dios obtiene una iglesia que no es solamente un templo ni una casa sino una ciudad, un reino con Su autoridad y majestad, Él puede reprender a Sus enemigos y sojuzgar a todas las naciones. La iglesia local como la ciudad es el peldaño que le permitirá al Señor recobrar toda la tierra.

LA TIERRA

  Los versículos 31 y 32 dicen: “De Egipto saldrán nobles; / Cus se apresurará a extender sus manos hacia Dios. / Oh reinos de la tierra, / cantad a Dios, / cantad salmos al Señor, Selah”. Estos dos versículos muestran cómo la tierra entera será poseída por el Señor. Por medio de la ciudad el Señor recobrará la tierra. “Tú eres portentoso, oh Dios, desde Tus santuarios [hoy podemos decir que Él es portentoso desde las iglesias locales]. / El Dios de Israel da fuerza y poder al pueblo. / ¡Bendito sea Dios!” (v. 35).

  Así pues, en el salmo 68 encontramos nueve puntos principales: el mover de Dios en la tierra, Su victoria en Cristo sobre todos Sus enemigos, la ascensión de Cristo después de Su victoria, los dones que Cristo recibe y da, la edificación de la casa de Dios por medio de los dones, el hecho de disfrutar a Dios en la casa como el todo para nosotros, el hecho de que seamos colmados de bien y apliquemos Su victoria sobre todas las situaciones, nuestras alabanzas basadas en nuestro disfrute, el agrandamiento de la iglesia de la casa a la ciudad y, por último, el recobro de la tierra por medio de la ciudad. ¡Esto es maravilloso! Este salmo es el punto culminante de todos los salmos.

  Dios, levántate triunfante,     Los que Te odian huirán; Como cera ante el fuego,     Los impíos destruirás. Mas los justos tan gozosos,     Con triunfante voz, gloriosos; ¡Alabando, alabando,     Alabando a su Dios!

  Cabalgando en el desierto,     De Sus santos cuidará; A los huérfanos es Padre,     Y un refugio en verdad. En Su santa habitación,     ¡Qué gloriosa salvación! ¡Aleluya, Aleluya,     Aleluya, Amén!

  Para el solitario casa,     Al desamparado, hogar; Prisioneros libertados,     Encuentran prosperidad, Gracia da Dios al rebaño,     Preparando este lugar; ¡Aleluya, Aleluya,     Aleluya, Amén!

  El Señor envía nuevas,     Con victorioso poder; Las mujeres las propagan,     A los reyes vence Él. No más sudor laborioso,     Sino el botín repartir; ¡Aleluya, Aleluya,     Aleluya, Amén!

  Ved al Cristo ascendido,     Sus cautivos siguen a Él; Dones ya perfeccionados,     Que habitan hoy con Él. Somos santos transformados,     Todos los que ha conquistado; ¡Aleluya, Aleluya,     Aleluya, Amén!

  Bendecid a Dios por siempre,     De bien Él nos colmará; Nuestra salvación, Dios fuerte,     Por doquier se alabará. De la muerte ha salido;     Enemigos ya vencidos; ¡Aleluya, Aleluya,     Aleluya, Amén!

  Ellos vieron Tus salidas,     En Tu santa habitación; Con gran voz de jubileo,     Tu triunfante procesión. Los cantores van delante,     Con un gozo resonante; ¡Aleluya, Aleluya,     Aleluya, Amén!

  Guía el Benjamín pequeño,     Hijo a la diestra de Dios, Judá con su compañía,     Lleva el cetro del león. Zebulón y Neftalí,     Buenas nuevas dan allí; ¡Aleluya, Aleluya,     Aleluya, Amén!

  Santos, nuestra fortaleza,     Desde el templo se nos dio; Nuestro Dios ya fortalezca     Lo que nos realizó. Le alcemos más loores,     Y la tierra le adore; ¡Aleluya, Aleluya,     Aleluya, Amén!

  (Hymns, #1100)

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