
Lectura bíblica: Sal. 73:1-3, 12-17, 25-26; 74:2-3, 7-8; 75:2, 4-7; 76:2-4
Ahora con el salmo 73 empezamos el Libro Tres de Salmos. El Libro Tres indica que los santos, en sus experiencias, comprenden que la casa y la ciudad de Dios, con todos sus correspondientes deleites, pueden ser resguardadas y mantenidas únicamente por medio de que Cristo sea apropiadamente apreciado y exaltado por el pueblo de Dios. Esto significa que si hemos de tener una experiencia constante de la casa y la ciudad de Dios con todos sus deleites, debemos apreciar a Cristo y conocerle de una manera apropiada. Es únicamente cuando exaltamos a Cristo adecuada y apropiadamente que nuestro disfrute de la casa de Dios y la ciudad de Dios puede ser conservado y mantenido. De lo contrario, perderemos el disfrute de la casa, y la ciudad de Dios desaparecerá. Tener esto presente nos permitirá entender cómo el Libro Tres constituye un avance adicional en la progresión del libro de Salmos.
Cuando llegamos al final del Libro Dos llegamos al punto culminante, a la cumbre. Pero esta situación tan gloriosa, esta victoria, esta ascensión y este cúmulo de bendiciones a menudo no duran mucho. Debido a que no apreciamos lo suficiente la exaltación de Cristo, tenemos un verdadero problema relacionado con nuestro disfrute de la casa y la ciudad de Dios. Dios aun permitirá que el enemigo venga a perturbar y a destruir el disfrute que tenemos de Su casa y Su ciudad. Ésta es precisamente la razón por la cual tenemos el Libro Tres.
Quizás algunos piensen que todos los ciento cincuenta salmos son como piezas separadas y desconectadas, pero no es así. No solamente todos los salmos están relacionados entre sí, sino que además siguen una secuencia maravillosa, la cual se aprecia en la progresión de los cinco libros en los cuales se divide el libro de Salmos. ¿Por qué el Libro Tres no podría ser el Libro Uno, y por qué el Libro Uno está donde está, y después de éste le siguen el Libro Dos y el Libro Tres? En los Libros Uno y Dos la casa es edificada de forma gradual, paso a paso, hasta llegar al nivel más elevado. El Libro Uno es el comienzo; luego el Libro Dos lleva a su conclusión lo que se empezó en el Libro Uno, incluso al nivel más elevado. Pero ahora en el Libro Tres principalmente encontramos la desolación e incluso la destrucción de la casa de Dios. Algo que había sido edificado, algo que ya existía y se había convertido en algo tan maravilloso, cayó en desolación y fue destruido. Ésta es una prueba muy clara de que este libro debe ser puesto en el tercer lugar. El Libro Tres nunca podría ocupar el lugar del Libro Uno, porque sin tener el edificio previamente establecido, no podríamos hablar de su desolación.
Cuando tenemos una situación positiva, el problema es siempre cómo mantenerla y conservarla. No es tan sencillo perpetuar esta condición durante un tiempo prolongado. Cuando llegamos a la cumbre en las iglesias locales, por lo general no permanecemos en la cima por mucho tiempo. Muchas veces viene cierta desolación, lo cual nos hace descender. Tenga esto presente.
Al llegar al salmo 73, debemos recordar nuevamente el salmo 1. Sé que a estas alturas usted conoce muy bien los argumentos que presentamos en contra del salmo 1, pero permítame una vez más mostrarle este salmo a la luz del salmo 73. Salmos 1:1 dice: “Bienaventurado el varón / que no anda / en el consejo de los malvados”. Luego el versículo 3 dice: “Será como un árbol / trasplantado junto a corrientes de agua, / que da su fruto a su tiempo [...] / y todo lo que hace, prospera”. Según el salmo 1, quienes prosperan no son los malvados ni los impíos, sino los santos piadosos, aquellos que guardan la ley. Ahora regresemos a Salmos 73:3: “Porque tuve envidia de los arrogantes, / cuando vi la prosperidad de los malvados”. El salmo 1 dice que los piadosos prosperarán y los malvados perecerán; pero el salmo 73 nos dice que el salmista vio las riquezas de los malvados. En el versículo 12 él dice: “He aquí, éstos son los malvados; / siempre están tranquilos y amontonan riquezas”. Por consiguiente, el salmo 73 demuestra de forma concluyente que hay un problema con el salmo 1. Él dice: “Ciertamente en vano he purificado mi corazón / y he lavado en inocencia mis manos” (v. 13). En otras palabras, está diciendo: “He guardado la ley continuamente; he purificado mi corazón en vano y lavado en inocencia mis manos, porque no he prosperado”. El versículo 14 revela la experiencia de este santo piadoso: “Pues he sido azotado todo el día / y disciplinado todas las mañanas”. ¿Qué podemos decir al respecto? Aquí tenemos a un santo que todo el día es azotado y disciplinado todas las mañanas. Por lo tanto, debemos ver con absoluta claridad cuál es la posición del salmo 1.
Luego él dice a continuación: “Si hubiera dicho: Hablaré así; / he aquí, habría traicionado a la generación de Tus hijos” (v. 15). El salmista estaba muy perplejo cuando vio la situación desde el punto de vista de la bendición o ganancia material, desde el punto de vista del bien y del mal; él se encontró con un gran dilema. Si dijera públicamente: “Ciertamente en vano he purificado mi corazón / y he lavado en inocencia mis manos”, no sería fiel a los hijos de Dios. Pero, ¿qué debía hacer y qué debía decir? El salmista a esto responde: “Cuando consideré esto a fin de entenderlo, / fue ardua tarea ante mis ojos” (v. 16). Todo este dilema era demasiado difícil para él. ¿Cómo puede uno conciliar el salmo 1 con el salmo 73? Si usamos las enseñanzas tradicionales del cristianismo de hoy, no habrá posibilidad alguna de conciliar estos dos salmos. Éste es un argumento muy contundente que deja al descubierto la lamentable situación de las enseñanzas del cristianismo.
Sólo hay una manera de conciliar el salmo 1 con el salmo 73, y ésta se nos presenta en Salmos 73:17: “Hasta que entré en el santuario de Dios; / entonces percibí el fin de ellos”. El santuario de Dios es el lugar donde podemos obtener la revelación que necesitamos. El santuario aquí, sin duda, representa la morada de Dios. Nuestro espíritu hoy en día es la morada de Dios. Más aún, las iglesias locales son la morada de Dios. Por lo tanto, debemos volvernos a nuestro espíritu, y debemos acudir a la iglesia local; entonces entenderemos todo claramente. Nuestro espíritu y la iglesia local son los lugares donde recibimos la revelación divina, donde encontramos explicación a todos nuestros problemas. Cuando entré “en el santuario de Dios, entonces percibí...”.
¿Qué percibió él? El versículo 25 dice: ¿A quién tengo en los cielos sino a Ti? / Y fuera de Ti nada deseo en la tierra”. Él comprendió que Dios estaba operando para despojarlo de todas las cosas materiales a fin de que él disfrutara a Dios de una manera tan absoluta. Ésta es la revelación. ¿Por qué los malvados prosperan y sus riquezas aumentan continuamente? Porque Dios los ha abandonado; Él sencillamente deja que ellos sigan su propio camino. Ellos no tienen nada que ver con el disfrute de Dios. Pero la intención de Dios con respecto a los santos que le buscan es despojarlos de todas sus bendiciones materiales y de todo deleite físico a fin de que puedan hallarlo todo en Dios. Nada en el cielo y en la tierra puede ser su disfrute salvo Dios mismo. Fue por medio de la experiencia del salmista, según se describe en la primera parte del salmo 73, que él finalmente pudo declarar: “¿A quién tengo en los cielos sino a Ti? / Y fuera de Ti nada deseo en la tierra”. Él recibió revelación. Él aprendió por qué Dios no permitía que los santos que le buscan prosperaran como la gente mundana. La intención de Dios es que nada nos distraiga del disfrute absoluto de Dios mismo. A la postre, no se trata de simplemente guardar la ley, sino de buscar a Dios de forma absoluta. No se trata de hacer el bien o el mal, ni lo correcto o incorrecto; si eso es lo único que a usted le preocupa, eso significa que aún está distraído con el árbol del conocimiento del bien y del mal. Se trata de buscar a Dios, obtenerle y poseerle. Se trata de experimentar a Dios al grado en que usted también pueda declarar: “¿A quién tengo en los cielos sino a Ti? / Y fuera de Ti nada deseo en la tierra”. En otras palabras: “No me importa nada sino el árbol de la vida; no me importa nada que no sea Dios mismo”. Esto es lo que nos muestra el salmo 73. Cuando el salmista entró en el santuario de Dios, él recibió esta revelación y tomó a Dios mismo como su todo. ¿Cómo podemos también nosotros tener la experiencia que tuvo el salmista en estos versículos? Debemos estar en el espíritu y en la iglesia local, en el santuario de Dios. Únicamente con este salmo podemos apreciar la diferencia entre el Libro Tres y el Libro Uno. Podemos observar una gran mejora. No se trata de guardar la ley ni de comportarnos según el bien o el mal, sino de tener a Dios y conservarlo como nuestro todo.
Consideremos ahora brevemente el salmo 24 a la luz del salmo 73. Salmos 24:1 dice: “De Jehová es la tierra” y el versículo 3 nos plantea esta pregunta: “¿Quién subirá al monte de Jehová?”. El versículo 4 tiene la respuesta: “El limpio de manos y puro de corazón; / el que no ha alzado su alma a la falsedad / ni ha jurado con engaño”. Algunos podrían pensar que este versículo está hablando de los que guardan la ley. Pero si leemos el salmo 73, vemos que se mencionan las mismas palabras: “Ciertamente en vano he purificado mi corazón / y he lavado en inocencia mis manos” (v. 13). La vanidad es todo lo que no es Dios. Los ídolos son vanidad; la prosperidad mundana es vanidad; todo lo que no es Dios es vanidad. Un corazón puro es un corazón que no busca nada que no sea Dios. Solamente alguien que tiene un corazón puro podrá decir: “¿A quién tengo en los cielos sino a Ti? / Y fuera de Ti nada deseo en la tierra”. Si usted todavía está buscando algo aparte de Dios, su corazón está apegado a la vanidad. Es Dios mismo quien es la realidad. No piense que Salmos 24:4 está hablando de guardar la ley. No, no está hablando en absoluto de ello; antes bien, está hablando de alguien cuyo corazón no está apegado a nada que no sea Dios mismo. La persona que se describe en Salmos 24:4 es la misma del salmo 73. Es aquella que ha lavado sus manos y purificado su corazón; por lo tanto, tiene un corazón puro. Salmos 73:1 dice: “Ciertamente Dios es bueno para con Israel, / para con los puros de corazón”. Salmos 24:4 no se refiere a los que guardan la ley, sino a los que buscan a Dios. “¿Quién subirá al monte de Jehová?” ¡Aquellos que le buscan!
La manera de ver todas estas cosas es entrar en el santuario de Dios. Muchos de nosotros podemos testificar que antes de entrar en las iglesias locales, éramos ignorantes de muchas cosas. No fue sino hasta que entramos en el santuario de Dios que comprendimos estas cosas.
Ahora debemos avanzar del salmo 73 al salmo 74. En el salmo 73 encontramos los sufrimientos y privaciones de los santos, pero en el salmo 74 tenemos la desolación, no de los santos en particular, sino de la morada de Dios. Para muchos de los que buscan a Dios, sus sufrimientos personales no significan mucho, pero la desolación de la morada de Dios les afecta grandemente. En el salmo 73 el salmista se siente turbado hasta cierto punto a causa de su aflicción personal, pero la condición desolada de la casa de Dios descrita en el salmo 74 lo turba aún más. Cuando leemos el salmo 74, participamos del dolor que sufrieron los santos a causa de la desolación de la casa de Dios. La primera parte de este salmo (vs. 1-11) narra el dolor que sintió el salmista con respecto a la obra destructora del enemigo sobre la casa de Dios. En la segunda parte (vs. 12-23) encontramos el clamor por el recobro de la casa de Dios.
¿Por qué permite Dios la desolación de Su casa? La respuesta no se halla en este salmo, ni en el siguiente. Debemos leer todo el tercer libro de Salmos para obtener la respuesta. La razón es que Cristo no fue debidamente apreciado ni exaltado. Los santos apreciaron la casa de Dios, pero hasta cierto punto descuidaron a Cristo; es decir, prestaron más atención a la casa de Dios que a Cristo mismo. Puesto que Cristo no fue debidamente apreciado ni tuvo la preeminencia entre los santos, vino la desolación.
Debido a esta desolación el salmista oró, diciendo: “Acuérdate de Tu asamblea, la cual de antiguo compraste, / que redimiste como tribu de Tu heredad, / y el monte Sion, donde moras. / Dirige Tus pasos a las ruinas perpetuas; / el enemigo ha dañado todo lo que está en el santuario” (vs. 2-3). Por un período extendido de tiempo Dios permitió que Su casa permaneciera en desolación. Los versículos 7 y 8 nos dicen: “Han prendido fuego a Tu santuario, / han contaminado la morada de Tu nombre, echándola a tierra. / Han dicho en su corazón: Oprimámoslos completamente. / Han quemado todos los lugares de asamblea de Dios en la tierra”. ¡Cuánta desolación permitió Dios! Tenga presente estos versículos. Ellos le ayudarán a entender algunos de los siguientes salmos, puesto que los salmos siguientes son la respuesta a esta situación. Dios permitió tanta desolación en Su casa porque la posición debida a Cristo fue abandonada. ¡Cuán cuidadosos debemos ser! La iglesia local es maravillosa y ciertamente gloriosa, pero el disfrute de la iglesia local sólo puede ser mantenido y conservado cuando Cristo es debidamente apreciado y exaltado entre nosotros. Si nos concentramos en la iglesia local pero descuidamos a Cristo mismo, caemos en el peligro de permitir que la casa de Dios sufra desolación. En la iglesia local se le debe dar a Cristo el lugar apropiado: Él debe tener la preeminencia. Si Él no es debidamente apreciado ni exaltado, perderemos el disfrute de la casa de Dios. Ésta es una advertencia para que, después de haber llegado al nivel más elevado del disfrute descrito en el Libro Dos, no perdamos este disfrute ni experimentemos la desolación que se narra en el Libro Tres. Quiera el Señor tener misericordia de nosotros para que podamos atender a esta advertencia y le demos a Cristo el honor, el aprecio y la exaltación que merece.
El salmo 75 aparentemente no tiene nada que ver con el salmo 74, pero de hecho es la respuesta dada a los santos que se hallan en la experiencia del salmo 74. En el salmo 74 el salmista estaba turbado por la desolación de la casa de Dios y clamó a Dios para que remediara este mal, le pidió que juzgara a los impíos, a los que desolaron la casa de Dios. La respuesta se halla en el salmo 75: Cristo vendrá a poner fin a aquella situación; Él vendrá a juzgar a los que causan la desolación. Por un lado, el pueblo de Dios no apreció ni exaltó debidamente al Ungido de Dios; pero, por otro, los que traen desolación a la casa han ido a un extremo; por esta razón, Cristo tiene que intervenir y juzgar. Cristo dice: “Cuando escoja el tiempo señalado, / seré Yo quien juzgaré con equidad” (v. 2). En 74:10 el salmista había hecho esta pregunta: “¿Hasta cuándo, oh Dios, ha de afrentar el adversario?”. La respuesta se halla en 75:2: cuando llegue el tiempo señalado, Cristo vendrá a juzgar. Él ha establecido las columnas de la tierra (v. 3). Cuando llegue el tiempo señalado, ejecutará Su juicio en la tierra a causa de Dios.
En los versículos del 4 al 6 Cristo dice: “Dije a los jactanciosos: No os jactéis; / y a los malvados: No levantéis el cuerno. / No levantéis en alto vuestro cuerno, / no habléis arrogantemente con cerviz erguida. / Porque ni del oriente ni del occidente, / ni del sur viene la exaltación”. ¿De dónde viene entonces la exaltación? Viene de Dios, del norte. Si leemos Ezequiel 1, descubriremos que Dios viene del norte. Ir al norte es como ir hacia arriba e ir al sur es como ir hacia abajo. Siempre que vamos hacia el norte, estamos yendo hacia arriba; y siempre que vamos hacia el sur, estamos yendo hacia abajo. Dios no está en el sur, sino en el norte. Salmos 48:2 nos dice que el monte Sion, la ciudad del gran Rey, está a los lados del norte. Muchos pasajes de la Biblia dan a entender que Dios está en el norte y que viene del norte, de la región de arriba. La exaltación no viene del oriente ni del occidente ni tampoco del sur, sino del norte, porque Dios está en el norte.
Salmos 75:7 dice: “Dios es el Juez; / a uno abate y a otro exalta”. Ésta es la respuesta al salmista que escribió el salmo 74. Cristo vendrá para poner fin a la desolación. Él hará que las personas sepan cuáles son los derechos de Dios y se sometan a Su gobierno.
No me cabe duda de que ahora, en nuestros días, el tiempo señalado ha llegado. La iglesia ha estado en desolación ya por mucho tiempo. Muchos queridos santos de generaciones pasadas oraron diciendo: “¿Hasta cuándo, oh Dios, hasta cuándo? ¿Cuándo vendrás a juzgar?”. Cristo contesta esta oración en el salmo 75. Les dice que cuando llegue el tiempo señalado, Él juzgará a los que causan la desolación. Él habla a los insensatos y les dice que la exaltación no viene de parte de ellos, ni de ninguna otra dirección, sino de Aquel que está en el norte, de Dios. Él anunciará Su juicio y alabará a Dios (vs. 9-10). Todos debemos reclamar en nuestras oraciones hoy: “Señor, Tú debes venir ahora a juzgar a los que causan desolación, para que la desolación de Tu iglesia venga a ser cosa del pasado”.
El salmo 76 nos dice que la morada de Dios se halla donde Dios derrota a Sus enemigos. Según el orden en que fueron dispuestos todos los salmos, esto significa que la derrota de los enemigos de Dios viene después de la desolación, así como el salmo 76 viene después del salmo 74. Esto ciertamente concuerda con la situación actual. Hoy, después de la desolación de la iglesia, Dios está derrotando a Sus enemigos en las iglesias locales.
Salmos 76:1-2 dice: “En Judá Dios es conocido; / grande es Su nombre en Israel. / En Salem está Su tabernáculo, / y Su morada, en Sion”. Salem significa “pacífico, perfecto y completo”. Es allí donde está el tabernáculo de Dios. ¡Esto es maravilloso! Sion significa “fortaleza” o “seguridad”. Por lo tanto, Salem significa paz, y Sion nos habla de la seguridad que experimentamos en una fortaleza. Aquí en la morada de Dios tenemos paz y aquí encontramos seguridad. El versículo 3 dice: “Allí quebró las flechas encendidas del arco, / el escudo, la espada y la batalla. Selah”. Debemos subrayar la palabra allí. Es en la morada de Dios, en las iglesias locales, que Dios derrota y destruye a Su enemigo y desmenuza todas sus armas de guerra. El versículo 4 dice: “Más glorioso eres Tú, / más excelente que los montes de presa”. Los que traen desolación al santuario de Dios son los montes de presa, pero Sion es más excelente y más glorioso que todos los que causan desolación. No se olvide de que todos estos salmos fueron escritos en forma de poesía; por lo tanto, debemos entenderlos como poesía.
Ahora consideremos estos cuatro salmos juntos. En el salmo 73 vemos los sufrimientos personales de los santos que buscan a Dios, y luego, en el salmo 74, la desolación de la casa de Dios. El salmo 75 dice que Cristo interviene para juzgar a los que causan desolación, y el salmo 76 declara la victoria de Dios en Su morada. En primer lugar, hasta cierto punto Dios despoja de cosas materiales a los santos que le buscan. En segundo lugar, ellos han visto la desolación de la casa de Dios. Tercero, ellos han llegado a conocer la intención de Dios a fin de disfrutarle de forma absoluta y luego disfrutar de la casa de Dios. La casa de Dios ha estado desolada por mucho tiempo porque ellos no le dieron al Ungido de Dios la posición apropiada, es decir, no le dieron la preeminencia. Cuarto, en el tiempo señalado, el Ungido de Dios vendrá para poner fin a esta situación. Quinto, la victoria de Dios se experimenta en la morada de Dios. Es en la iglesia como ciudad que Dios derrota a todos Sus enemigos. Pero aún debemos regresar a la morada de Dios, a Salem, a Sion. Salem significa paz y Sion significa seguridad; por lo tanto, es allí que encontramos paz y seguridad.
Estos cuatro salmos en conjunto nos permiten ver que el disfrute que tenemos de la casa de Dios depende enteramente de la posición que se le da a Cristo entre el pueblo de Dios.