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Mensajes del libro «Cristo y la iglesia revelados y tipificados en los Salmos»
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CAPÍTULO DIECISÉIS

UNO CON DIOS EN SU MORADA

Salmos 90—92

  Lectura bíblica: Sal. 90:1-2, 4, 17; 91:1-2, 4, 9, 11-12, 14-16; 92:1-5, 10, 12-15

  Los puntos principales que vemos en el segundo libro de Salmos y el tercer libro son idénticos: cada libro presenta la casa y la ciudad, y al final, en el último salmo de cada libro, Cristo reina sobre toda la tierra. Tanto el Libro Dos como el Libro Tres concluyen con el mismo acontecimiento glorioso. Sin embargo, esta conclusión no la hallamos al final del Libro Uno de Salmos, porque en esa coyuntura el mensaje del libro de Salmos aún no está completo. Al final del Libro Dos todo se ha cumplido. Encontramos a Cristo en las experiencias más profundas de los santos, y tenemos la casa y la ciudad; por lo tanto, se presenta a Cristo como Aquel que viene a reinar sobre toda la tierra. Luego, después de la desolación, en el Libro Tres, tenemos la restauración de todo lo que fue ganado en el Libro Dos. Por lo tanto, el Libro Tres debe contener todo lo que originalmente se hallaba en el Libro Dos. En el Libro Dos vimos la casa y la ciudad junto con Cristo reinando sobre la tierra, y ahora en el Libro Tres, en la restauración, encontramos lo mismo: la casa y la ciudad, junto con Cristo reinando sobre toda la tierra. En el Libro Tres todo lo que se halla en el Libro Dos ha sido restaurado: el disfrute de Dios es restaurado, la experiencia que tenemos de Cristo es restaurada, el aprecio y amor por la casa y la ciudad son restaurados, y el reinado de Cristo sobre toda la tierra es restaurado. Por lo tanto, el Libro Tres es prácticamente igual al Libro Dos. Esto es muy significativo.

LOS HIJOS DE UN REBELDE COMPONEN CÁNTICOS DE RESTAURACIÓN

  Ahora examinemos brevemente los escritores del libro de Salmos. Muchos cristianos creen que David compuso todos los salmos. Esto tal vez sea cierto con respecto al Libro Uno; pues al menos la mayoría de los salmos del Libro Uno fueron escritos por David. Pero, ¿había notado usted que todos los salmos del 42 al 48 —los cuales son más profundos y más preciosos— no fueron escritos por David? El salmo 68, un salmo glorioso y culminante, fue ciertamente escrito por David. Sin embargo, el salmo 72 fue escrito por Salomón, y los salmos 73 y 80 fueron escritos por alguien más. Preste atención ahora a los escritores de los salmos 42, 45—48, 84 y 87, los cuales incluyen algunos de los salmos más profundos del segundo y tercer libros. Todos estos salmos tan profundos fueron escritos por los hijos de Coré. Esto es asombroso. Números 26 nos provee los antecedentes de estos hombres: “Estos Datán y Abiram son los que fueron llamados por la asamblea, que contendieron contra Moisés y Aarón en la compañía de Coré, cuando contendieron contra Jehová; y la tierra abrió su boca y los tragó a ellos y a Coré, cuando aquella compañía murió [...] Mas los hijos de Coré no murieron” (vs. 9-11). Este capítulo narra la rebelión de un grupo de entre el pueblo de Dios encabezado por Coré. Cuando Dios intervino para vindicar y juzgar, Coré fue devorado, pero sus hijos fueron perdonados. Si hubiesen muerto, no tendríamos todos estos salmos tan maravillosos y profundos, de los cuales hemos hablado. Los hijos de un gran rebelde escribieron todos estos salmos que hablan acerca de la restauración de Dios. Ésta es una verdadera obra de restauración.

  Al principio, cuando me di cuenta de esto, sentí que algo saltó en mi interior. Podemos declararle a todo el universo: “Satanás, mira esto; no me importa cuánto puedas hacer; incluso puedes conseguir que los hermanos se tornen en unos rebeldes. Pero ten cuidado, pues algunos de sus hijos quedarán para escribir los salmos más profundos de la obra de restauración de Dios”.

  Casi todos los salmos más profundos, los salmos que consideramos tan dulces y preciosos, fueron escritos por los hijos de Coré. Los hijos de Coré escribieron Salmos 42:1, que dice: “Como anhela el ciervo / las corrientes de agua, / así te anhela mi alma, / oh Dios”. Los hijos de Coré, no David o Salomón, escribieron Salmos 45:1: “Rebosa mi corazón un tema bueno; / hablo lo que he compuesto en cuanto al Rey”. ¿Puede creer esto? Y los salmos 46 y 48, unos salmos tan maravillosos que nos hablan de la ciudad de Dios, también fueron escritos por los hijos de Coré. El Espíritu Santo no nos dice sus nombres, sino que simplemente se refiere a ellos como los hijos de Coré. Por mucho que haga el enemigo, el Señor siempre obtendrá una gloriosa victoria. Fueron los hijos de Coré los que escribieron: “Cuán hermosos son Tus tabernáculos” (84:1). ¡Cuánta bendición los hijos de Coré han traído a tantos santos mediante el salmo 84! El salmo 87, un salmo que es como una gema, pues nos habla de Sion y de los que nacieron allí, fue también escrito por los hijos de Coré. Satanás podrá decir: “Mirad, yo hice que éste se rebelara”; pero nosotros podemos decirle: “Simplemente espera, pues de allí saldrán algunos hijos de Coré. Lo que tú destruyes, Dios lo vuelve a levantar, y los salmos de la restauración de Dios serán escritos por los hijos de Coré, los hijos de ese gran rebelde”.

  Siempre que de joven leía Números 26, aborrecía a Coré. No obstante, casi todos los salmos más profundos fueron escritos por los hijos de este rebelde. Ésta es una obra maravillosa y milagrosa de Dios. ¡Cuánta certeza podemos tener de que Dios va a recobrar las iglesias locales y que con el tiempo muchos hijos de rebeldes escribirán algunos salmos de alabanzas! Sólo un Coré se rebeló, pero muchos hijos que salieron de él llegaron a componer los salmos más profundos.

  Para componer un himno o escribir un salmo se requiere tener muchas experiencias. Esto demuestra que los hijos de Coré obtuvieron muchas experiencias profundas de Cristo, de la casa y de la ciudad. Primero ellos profundizaron en las cosas de Dios (Sal. 42), luego profundizaron en las experiencias de Cristo (Sal. 45) y después profundizaron en las experiencias de la ciudad (Sal. 46, 48 y 87), e incluso tuvieron las experiencias más profundas de la casa (Sal. 84). Esto nos provee una confirmación y una seguridad muy sólida de que un día el Señor recobrará todas las cosas. Un día Él regresará y reinará sobre toda la tierra, y para ello son las iglesias locales.

SALMOS 90: LOS SANTOS TOMAN A DIOS COMO SU MORADA

  Ahora debemos seguir adelante al Libro Cuatro, sin dejar de tener presente el mensaje que nos comunican los primeros tres libros. El Libro Cuatro nos dice que los santos, habiendo sido unidos a Cristo, son uno con Dios a fin de que Él recobre Su título de propiedad sobre la tierra por medio de Cristo en la casa y la ciudad de Dios. Esta frase es muy significativa. Del Señor es la tierra, y ahora Él viene a reclamar Su derecho legal y Su título de propiedad sobre toda la tierra por medio de Cristo en la iglesia. Éste es el mensaje que nos comunica el Libro Cuatro.

  El Libro Cuatro consta de diecisiete salmos, exactamente el mismo número de salmos que tiene el Libro Tres, y éstos se dividen claramente en tres grupos: los salmos del 90 al 92, los salmos del 93 al 101 y los salmos del 102 al 106. No sólo todos los cinco libros de los salmos siguen una maravillosa secuencia, sino que además cada salmo en cada libro sigue un orden bueno y perfecto. Examinemos ahora los salmos del 90 al 92, la primera sección del Libro Cuatro, los cuales nos revelan cómo los santos, en su identificación con Cristo, son uno con Dios en la práctica.

  El salmo 90 nos dice algo de las experiencias más profundas que los santos tienen de Dios. Comparemos el salmo 90 con el salmo 1. El salmo 1 dice que bienaventurado es el varón que guarda la ley; sin embargo, el salmo 90 dice: “Oh Señor, Tú has sido nuestra morada / en todas las generaciones” (v. 1). ¿Cuál de estos dos salmos prefiere usted? ¿Todavía le agrada tanto el salmo 1? No hay ningún punto de comparación. El salmo 1 termina diciendo: “Porque Jehová conoce el camino de los justos, / pero el camino de los malvados perecerá” (v. 6). En cambio, el salmo 90 concluye diciendo: “El favor del Señor, nuestro Dios, sea sobre nosotros, / y confirme sobre nosotros la obra de nuestras manos; / sí, confirme la obra de nuestras manos” (v. 17). ¡Cuán grande es la diferencia! El salmo 90 empieza con el Señor como nuestra morada y termina con el favor de Jehová. Esto ciertamente no guarda relación alguna con la enseñanza de la ley. El salmo 90 nos dice que el Dios eterno es nuestra morada. Podemos encontrar en Dios nuestro eterno hogar. Mil años ante Sus ojos son como el día de ayer, que ya pasó, y como una vigilia de la noche (que son como unas dos o tres horas) (v. 4). Este Dios es nuestra morada. Nosotros podemos morar en Él; podemos permanecer bajo Su cubierta, y de ese modo tener Su favor sobre nosotros. Esto no tiene nada que ver con guardar la ley, sino con el hecho de tomar a Dios como nuestra morada. Es cuestión de poner al Dios eterno sobre nosotros como nuestro favor.

  “Oh Señor, Tú has sido nuestra morada”. “El favor del Señor, nuestro Dios, sea sobre nosotros, / y confirme sobre nosotros la obra de nuestras manos”. Si ésta es nuestra posición, somos aquellos que verdaderamente laboran para Dios, y nuestra obra será confirmada por Sus manos. No se trata de que guardemos los Diez Mandamientos, sino de que moremos en Dios y permitamos que Su favor esté sobre nosotros. Sólo así estaremos calificados para hacer Su obra, y sólo así nuestra obra será confirmada por Sus manos. Esto es lo que nos muestra el salmo 90.

SALMO 91: CRISTO TOMA A DIOS COMO SU MORADA

  Del salmo 90 ahora seguimos adelante al salmo 91, un salmo acerca de Cristo. Este salmo nos muestra cómo Cristo toma a Dios como Su morada y mora en Dios. Cuando Jesús fue tentado en el desierto, Satanás citó el salmo 91. (De hecho, él conoce la Biblia mucho mejor que nosotros). Él dijo: “Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: ‘A Sus ángeles les encargará acerca de Ti, y, en sus manos te sostendrán, no sea que tropiece Tu pie contra una piedra’” (Mt. 4:6). Satanás estaba citando el salmo 91:11 y 12, y al hacerlo demostró que el salmo 91 es un salmo que habla de Cristo.

  El versículo 1 de este salmo dice: “El que habita en el lugar secreto del Altísimo / morará a la sombra del Todopoderoso”. Así, vemos que los santos y Cristo se identifican entre sí como una sola entidad. Los santos toman a Dios como su morada, y Cristo también toma a Dios como Su morada. ¡Cuán bueno es esto! Los versículos del 1 al 13 de este salmo nos muestran cómo Cristo toma a Dios como Su refugio y confía en Dios, y los versículos del 14 al 16 dicen que Cristo puso Su amor en Dios, invocó a Dios y disfrutó de la presencia de Dios y la liberación que Él nos provee.

SALMOS 92: EL RESULTADO DE TOMAR A DIOS COMO NUESTRA MORADA

  El salmo 92 nos muestra el resultado de tomar a Dios como nuestra morada. Cuando nosotros y el Señor Jesús tomamos a Dios como nuestro hogar, el primer resultado es que cantaremos alabanzas. “Es bueno dar gracias a Jehová / y cantar salmos a Tu nombre, oh Altísimo” (v. 1). Sólo cuando moramos en Dios, cuando le tomamos como nuestra morada y permitimos que Su favor esté sobre nosotros, podemos ser llenos de Sus alabanzas. Éste es el primer resultado. El segundo resultado se presenta en el versículo 4: “Porque Tú, oh Jehová, me hiciste regocijar a causa de lo que has hecho; / a causa de las obras de Tus manos gritaré de gozo”. Debemos poner Salmos 90:17 junto con este versículo: “Confirme sobre nosotros la obra de nuestras manos; / sí, confirme la obra de nuestras manos”. Al combinar estos dos pasajes, vemos que cuando moramos en Dios, tomándolo como nuestra habitación, comprendemos en qué consiste la obra de Dios. Prosiguiendo con el salmo 92 leemos: “¡Cuán grandes son Tus obras, oh Jehová!” (v. 5). La gran obra de Dios no consiste simplemente en predicar el evangelio, ni en empezar una obra en el campo misionero, ni en compartir con otros algunos capítulos y versículos a fin de ayudarlos a ser espirituales. Al contrario, la gran obra de Dios consiste en restaurar la edificación de Dios que ha sido desolada y en recobrar a los hijos de Coré. La gran obra que Dios está realizando hoy consiste primeramente en recobrar las iglesias locales y, en segundo lugar, en recobrar a tantos de ustedes. Muchos de nosotros somos verdaderos hijos de Coré. Por lo tanto, la gran obra de Dios consiste en recobrar las cosas que fueron devastadas por Satanás. Solamente al habitar en Su casa podremos conocer esta obra en toda su grandeza. Algunos de ustedes han estado en el campo misionero. ¿Todavía aprecian la obra misionera? Deben percatarse de que hay algo más profundo y más grande que eso. En la casa de Dios podemos ver claramente cuáles son realmente las grandes obras de Dios.

  “Has exaltado mi cuerno como el de un toro salvaje; / estoy ungido con aceite fresco” (v. 10). Muchos queridos santos que han venido a las iglesias locales han experimentado el que su cuerno sea exaltado. Antes que viniéramos a morar en las iglesias, estábamos muy decaídos y con frecuencia éramos derrotados; pero cuando vinimos a la morada de Dios, sentimos que nuestro cuerno fue exaltado sobre nuestros enemigos. Anteriormente, teníamos miedo de esto y aquello, pero después que vinimos a las iglesias locales, dijimos: “¡Aleluya, nuestro cuerno ha sido exaltado!”. En ese entonces sentimos que nos mezclamos con aceite fresco, es decir, no sólo fuimos ungidos con aceite, sino que nos mezclamos con él. La palabra hebrea traducida “ungido” en el versículo 10 es la misma que se traduce “mezcladas” en Levítico 2:4 donde se mencionan las tortas sin levadura que eran “mezcladas con aceite”. En la casa de Dios, mientras moramos en Dios nuestra habitación, cada día tenemos la sensación de estarnos mezclando con aceite fresco. ¿No tiene usted esta sensación? Día a día yo percibo algo muy fresco, que no es simplemente agua, sino aceite que se mezcla conmigo. A veces las personas me preguntan cómo puedo mantenerme tan fresco en el Señor; la razón es que diariamente me mezclo con aceite fresco.

  “El justo florecerá como la palmera; / crecerá como cedro en el Líbano. / Plantados en la casa de Jehová, / florecerán en los atrios de nuestro Dios” (Sal. 92:12-13). Cuando Dios es nuestra morada en las iglesias locales, nosotros somos como palmeras y como cedros, muy majestuosos y afirmados, plantados en la casa de Dios. ¿Ha sido usted plantado? Si estamos plantados, estamos atados, y no nos podemos mover de lugar. Sin embargo, es aquí donde florecemos. “Aun en la vejez producirán fruto; / estarán llenos de savia y verdes” (v. 14). Floreceremos al grado en que aun en nuestra vejez fructificamos; estamos llenos de savia y verdes. Sólo podemos hacer esto al tomar a Dios y la iglesia local como nuestra morada. Dios y la iglesia local como nuestra morada no son dos cosas distintas, sino una misma cosa. Si verdaderamente estamos morando en la iglesia local, ciertamente moramos en Dios; y si somos uno con Dios, ciertamente moramos en la iglesia local. Entonces seremos plantados en la morada divina, floreceremos en los atrios de Dios y daremos fruto aun en nuestra vejez, pues estaremos llenos de cánticos y alabanzas. Cuanto más tiempo moramos aquí, más rejuvenecemos. Éste es el resultado de morar en Dios, y es de esto que nos habla el salmo 92.

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