
Lectura bíblica: Sal. 102:12-16, 19-22, 24-27; 104:35b; 105:45b; 106:1, 47-48
Ahora llegamos a los últimos salmos del Libro Cuatro.
El Libro Cuatro de Salmos es un libro breve, y solamente incluye tres puntos principales: primero, trata de cómo los santos toman a Dios como su morada, lo cual los hace uno con Dios de modo práctico (Sal. 90—92); segundo, habla del recobro que Dios hace del título de propiedad sobre la tierra por medio de Cristo en la casa de Dios y la ciudad de Dios. Este segundo punto, aunque es bastante sencillo, es sumamente estratégico. Prácticamente es el concepto supremo de todo el libro de Salmos, y es el pensamiento principal del Libro Cuatro. El Libro Uno principalmente se centra en Cristo y la casa; el Libro Dos principalmente se centra en Cristo y la ciudad; el Libro Tres principalmente se centra en el recobro de la casa y de la ciudad; y el Libro Cuatro principalmente se centra en la tierra. Es crucial que queden grabados en nosotros estos puntos principales. El tercer punto del Libro Cuatro es una revelación adicional de Cristo. El Libro Uno nos muestra algo de Cristo, el Libro Dos nos muestra un poco más de Él, el Libro Tres muestra algo adicional en cuanto a Cristo, y el Libro Cuatro nos presenta otra revelación de Cristo. Finalmente, como veremos, el Libro Cinco también nos presenta algo acerca de Cristo. Ya vimos a Cristo en la primera sección del Libro Cuatro, es decir, cómo Él se identificó con los santos al tomar a Dios como Su morada. Asimismo vimos a Cristo en la segunda sección del Libro Cuatro, a saber: cómo Él es el Rey que reina sobre toda la tierra para recobrar el titulo de propiedad de Dios. Así, pues, Cristo es el centro: Cristo toma a Dios como Su morada, y Cristo reina por causa de Dios sobre toda la tierra.
Ahora, al final del Libro Cuatro, encontramos estos cinco salmos: los salmos del 102 al 106, los cuales revelan algo más en cuanto a Cristo. Salmos 102:25-27 se cita al final de Hebreos 1, donde se aplican todos estos versículos a Cristo. Por lo tanto, vemos que el salmo 102 es también un salmo en cuanto a Cristo. Este salmo se divide claramente en tres secciones: la primera sección, del versículo 1 al 11, nos muestra los sufrimientos de Cristo. Este pasaje describe los sufrimientos de Cristo como ningún otro capítulo en toda la Biblia. Él fue afligido, abandonado y derribado por Dios. Cuando yo era un joven cristiano, el versículo 7 dejó en mí una profunda impresión: “Velo y soy como / gorrión solitario sobre la azotea”. Cristo mismo continuamente se desvelaba, estaba sin dormir, al igual que un gorrión solitario sobre la azotea. Las casas en la Tierra Santa tienen techos planos, azoteas, donde las personas solían orar. Pedro en Hechos 10 estaba orando en la azotea. Nosotros creemos que Cristo también estuvo en una azotea muchas veces, velando, sin poder dormir, orando a Dios. Este versículo muestra cómo Cristo se comportó en Sus sufrimientos.
La segunda sección del salmo 102, los versículos del 12 al 22, nos dice cómo Cristo es el Señor que se compadece de Sion, quien ha edificado a Sion, y quien es anunciado en Sion y alabado y servido en Jerusalén. El salmo empieza describiendo el sufrimiento de Cristo, y luego de improvisto cambia al tema de la casa de Dios y la ciudad de Dios. El versículo 13 dice: “Te levantarás y tendrás compasión de Sion, / porque es tiempo de concederle Tu favor; ha llegado el tiempo señalado”. Creo sin duda que en ese tiempo la casa y la ciudad se encontraban desoladas, y los santos deseaban ver la restauración. “Porque Tus siervos se complacen en sus piedras / y miran con afecto a su polvo” (v. 14). No olviden que ésta es una expresión poética. Las piedras mencionadas aquí son los creyentes, y el polvo se refiere al terreno de Sion. Los siervos del Señor se complacen en los miembros de la casa de Dios y miran con afecto a su polvo. El versículo 15 dice: “Entonces las naciones temerán el nombre de Jehová, / y todos los reyes de la tierra Tu gloria”. Una vez más, podemos ver la relación que hay entre la casa, la ciudad y la tierra. Cuando la ciudad se encuentra en una buena condición delante de Dios, entonces el Señor puede tomar posesión de la tierra. Es por medio de Sion, por medio de la iglesia, que las naciones se volverán al Señor y los reyes le darán la gloria al Señor. Cuando amemos a la iglesia, es decir, cuando nos compadezcamos en sus piedras y miremos con afecto a su polvo, estas cosas ocurrirán. El hecho de que la tierra se vuelva al Señor dependerá de nuestra actitud hacia la casa del Señor.
Digo nuevamente que éste es un escrito poético. Debemos entender lo que significa compadecernos en todas las piedras de Sion y mirar con afecto a su polvo. Para la mayoría de los cristianos no es fácil entender estas palabras. Creo que antes de venir a la iglesia local, no podíamos entender el significado de mirar con afecto al polvo de Sion. Pero hoy en día tenemos la posición correcta, y estamos en la posición correcta para entender esta expresión poética y tener dicha experiencia. Nosotros nos compadecemos en las piedras de Sion y miramos con afecto a su polvo. Estamos muy contentos con todos los queridos hermanos en la iglesia local, y estamos afirmados en el terreno de la iglesia.
¿Por qué las naciones “temerán el nombre de Jehová, / y todos los reyes de la tierra Tu gloria”? La respuesta se encuentra en el versículo 16: “Porque Jehová ha edificado a Sion; / se ha manifestado en Su gloria”. Nuevamente vemos que cuando la iglesia sea edificada, el Señor podrá tomar posesión de la tierra. Las naciones temerán al Señor, y todos los reyes le darán la gloria al Señor, porque Él habrá edificado a Sion y en Sion Él será visto en Su gloria. A fin de que el Señor pueda tomar posesión plenamente de la tierra, es necesario que Sion sea edificado.
El versículo 21 dice: “A fin de que sea anunciado en Sion el nombre de Jehová, / y Su alabanza en Jerusalén”. Este versículo principalmente recalca la ciudad en lugar de la casa. La ciudad es más grande que la casa, aunque dentro de ella está la casa. Si aún conducimos nuestras reuniones conforme a la manera vieja del cristianismo, es decir, con el silencio típico, las bancas, las formas y los oradores especiales, no creo que esto anuncie el nombre del Señor ni Su alabanza. En cambio, cuando proclamamos: “¡Oh Señor, amén, aleluya!”, al menos hasta cierto punto estamos anunciando el nombre del Señor y Sus alabanzas. Decir: “¡Jesús es el Señor! ¡Aleluya!”, también es anunciar el nombre del Señor y Su alabanza. Los hombres deben anunciar el nombre del Señor en Sion y Su alabanza en Jerusalén.
Después de estudiar todos los salmos, no puedo encontrar ningún versículo que diga que la casa o la ciudad es un lugar para recibir enseñanzas. No obstante, hay muchos versículos en el libro de Salmos que nos dicen que la casa de Dios, la ciudad de Dios, es el lugar para alabar al Señor. “Bienaventurados los que moran en Tu casa; / continuamente te alabarán” (84:4). No simplemente debemos alabarle, sino también anunciar Sus alabanzas. Debemos hacer de nuestras alabanzas cierta clase de anuncio o declaración.
¿Cuándo haremos esto? “Cuando a una se congreguen los pueblos, / y los reinos, para servir a Jehová” (102:22). Una vez más, vemos cómo el Señor necesita a Sion a fin de recobrar la tierra. Cuando el nombre del Señor sea anunciado en Sion y Su alabanza en Jerusalén, entonces los pueblos y los reinos se congregarán en uno para servir al Señor. Todos estos versículos nos muestran en lenguaje poético cómo el hecho de que el Señor recobre Su título de propiedad sobre la tierra depende de la situación de las iglesias locales. Esto no es un asunto insignificante. Cuando nosotros como iglesia local nos reunimos y clamamos: “¡Oh, Señor, amén, aleluya!”, no estamos haciendo algo sin trascendencia. Esto está estrechamente relacionado con el recobro del Señor y con el derecho que Él tiene sobre toda la tierra.
Un día, mientras mi esposa y yo caminábamos a unas cuadras del salón de reuniones, una niña pequeña nos sorprendió diciendo muy dulcemente: “¡Aleluya!”. Nunca la habíamos visto antes, y ella tampoco nos conocía, pero de alguna manera ella sabía que nosotros somos de los que claman: “Aleluya”. Oh, hermanos y hermanas, digamos cada vez con más frecuencia: “¡Aleluya!” y: “Jesús es el Señor”. Anunciemos Su nombre y Su alabanza. Nosotros nos encontramos en el corazón del reino de Satanás. Por lo tanto, el hecho de decir: “¡Aleluya!” y: “¡Jesús es el Señor!” en este lugar tiene un gran significado e impacto.
Es debido a Cristo y la edificación de la casa de Dios que los pueblos se congregarán y los reinos servirán al Señor. Todos debemos volvernos del concepto religioso de guardar la ley a Cristo mismo, a fin de que la casa y la ciudad sean edificadas. Entonces podremos anunciar Su nombre y Su alabanza, los pueblos se congregarán en uno para servirle, y Dios recobrará Su derecho legal sobre la tierra.
La última sección del salmo 102, los versículos del 23 al 28, trata sobre la eternidad de Cristo. En la primera sección de este salmo, Él era un hombre sufrido y afligido, pero al final del salmo, vemos que Él es el Eterno, el propio Dios, de eternidad a eternidad, el Sempiterno, quien nunca cambiará. “Desde antaño fundaste la tierra, / y los cielos son obra de Tus manos. / Ellos perecerán, mas Tú perduras; / sí, todos ellos como una vestidura se desgastarán; / como ropa los mudarás, / y serán mudados. / Pero Tú eres el mismo, / y Tus años no tienen fin” (vs. 25-27).
Después del salmo 102, tenemos el salmo 103, que habla de Cristo el Señor, quien es el Redentor. “Redime tu vida de la fosa; / te corona de benevolencia amorosa y compasiones” (v. 4). Luego, en el salmo 104, vemos que Cristo el Señor es el Creador bueno y bondadoso que creó tantas cosas. Los últimos dos salmos del Libro Cuatro, los salmos 105 y 106, nos dicen que Cristo es el Señor que hizo un pacto con Su pueblo y que continuamente se relaciona con Su pueblo según Su pacto. Él es el Redentor (Sal. 103), es el Creador (Sal. 104) y también es Aquel que hace y guarda el pacto con Su pueblo (Sal. 105—106).
Notemos ahora que para el final del Libro Cuatro los “aleluyas” han empezado, la primera vez al final del salmo 104. Al final del salmo 105 encontramos otro “aleluya”, y otro al comienzo del salmo 106. Luego, al final del salmo 106, es decir, donde termina el Libro Cuatro de Salmos, encontramos el cuarto “aleluya”. La palabra aleluya no se usa en el Libro Uno, ni en el Libro Dos, ni siquiera al final del Libro Tres. En esas etapas la tierra aún no había sido recobrada plenamente. Pero ahora, en el Libro Cuatro, debido a que la tierra ha sido plenamente recobrada para Dios, los salmistas prorrumpen con cuatro “aleluyas”. No sólo se le ha dado a Cristo la posición que merece y la iglesia ha sido edificada como casa y ciudad, sino que también la tierra ha sido recobrada por el Señor y sometida plenamente al domino de Cristo. Por lo tanto, no queda más que decir, sino: “¡Aleluya!”. Al final del salmo 106 tenemos que decir así como el salmista: “¡Amén, aleluya!”.
Más adelante, en el Libro Cinco, veremos muchos más “aleluyas”. Por ahora sólo estamos al final del Libro Cuatro. Pero, aleluya, Cristo está aquí en la iglesia, en la casa y la ciudad, y el título de propiedad que Dios tiene sobre la tierra ha sido recobrado. Ahora la tierra es del Señor, y todos los pueblos se han congregado junto con los reinos para servirle a Él. ¡Amén, aleluya!