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Mensajes del libro «Cristo y la iglesia revelados y tipificados en los Salmos»
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CAPÍTULO VEINTIDóS

LA ALABANZA DE LOS SANTOS SE DIRIGE AL REINO

Salmos 135—145

  Lectura bíblica: Sal. 135:1-3, 21; 136:1-3; 137:1-9; 138:1-2, 4-5; 139:7, 17; 140:7; 142:5; 143:6, 10; 144:9; 145:1-6, 10-13, 18, 21

  Los principales salmos del Libro Cinco que hemos abarcado hasta ahora son los salmos 110 y 118, que son acerca de Cristo; los salmos 122, 126 y 132, que son acerca de la casa y la ciudad; y los salmos 133 y 134 que son acerca de la vida que llevamos en la casa y en la ciudad, es decir, la vida o el vivir propio de la unidad. Les recomiendo a ustedes, hermanos y hermanas jóvenes, que memoricen todos estos salmos.

  Teniendo como contexto todos estos salmos y puntos principales, llegamos al siguiente grupo de salmos del Libro Cinco, los salmos del 135 al 145. En estos salmos, la alabanza que los santos ofrecen a Dios en la casa y ciudad de Dios finalmente se dirige al Cristo reinante y Su reino. Hay once salmos que abarcan este punto.

ALABANZAS Y ACCIONES DE GRACIAS

  El salmo 135 empieza con un aleluya. Cuando un salmo empieza de esta manera, sin duda debe contener algo maravilloso. “¡Aleluya! Alabad el nombre de Jehová; / alabadle, siervos de Jehová, / que estáis de pie en la casa de Jehová, / en los atrios de la casa de nuestro Dios. / Alabad a Jehová” (vs. 1-3). Los siervos de Dios tienen que alabarle en Su casa. Tenga presente que estos versículos son una exhortación a los santos de la antigüedad, a los santos del Antiguo Testamento. Si estos versículos fueron escritos para ellos, ¡cuánto más deben aplicarse a nosotros! Si en la antigüedad los santos debían alabar a Dios de esta manera, ¡cuánto más debemos hacerlo nosotros! ¡Cuán lejos nos ha desviado el cristianismo! Yo fui cristiano por muchos años, pero nadie jamás me dijo que debía alabar a Dios de esta manera. En vez de ello, continuamente me enseñaron e incluso me instruyeron que debía guardar silencio. ¡Oh, cuán deplorable es la enseñanza del cristianismo de hoy en cuanto al silencio! “¡Aleluya! Alabad el nombre de Jehová; / alabadle, siervos de Jehová, / que estáis de pie en la casa de Jehová, / en los atrios de la casa de nuestro Dios. / Alabad a Jehová, porque Jehová es bueno; / cantad salmos a Su nombre, porque es placentero”. Todavía me acuerdo de cuando asistía a las reuniones de esa clase de cristianismo: nunca me llegué a sentir libre para reír o regocijarme; siempre debía asegurarme de mantener una cara sobria y no interrumpir la atmósfera silenciosa. Pero Salmos 135:3 dice que alabar al Señor es placentero. ¡Oh, es muy placentero alabar al Señor!

  El salmo 135 concluye con este versículo: “Bendito sea Jehová desde Sion, / quien habita en Jerusalén. / Aleluya” (v. 21). En el salmo 134 dice: “Jehová [...] te bendiga desde Sion”, pero en el salmo 135 dice: “Bendito sea Jehová desde Sion”. El Señor que habita en Jerusalén es bendecido desde Sion. La última palabra del salmo 135 es aleluya. Este salmo empieza con la palabra aleluya y concluye también con un aleluya.

  Ahora llegamos al salmo 136. “Dad gracias a Jehová, porque Él es bueno; / porque para siempre es Su benevolencia amorosa” (v. 1). Una cosa es alabar a Jehová y otra es darle gracias. Debemos alabarle y también darle gracias. “Dad gracias al Dios de los dioses; / porque para siempre es Su benevolencia amorosa. / Dad gracias al Señor de los señores, / porque para siempre es Su benevolencia amorosa” (vs. 2-3). El salmista aquí da gracias a Jehová, el Dios de los dioses, y al Señor de los señores, porque para siempre es Su benevolencia amorosa. ¿Qué más podemos hacer sino darle gracias?

EL DULCE RECUERDO DEL TIEMPO DE CAUTIVERIO

  Ahora tenemos otro salmo maravilloso, el salmo 137, el cual no debemos olvidar jamás. Éste es un salmo en cuanto al recuerdo de la experiencia de desolación, el recuerdo de la experiencia del cautiverio. Lo que voy a decirle puede parecerle extraño, pero haga lo posible por entenderme. Debemos creer que nuestro Señor es verdaderamente soberano. Puesto que es soberano, si Él nunca hubiera permitido que fuésemos llevados cautivos, nunca habríamos sido capturados. Aunque hubiéramos querido ser llevados cautivos, a menos que Él lo hubiera permitido, esto jamás habría ocurrido. Él es soberano, y todo Su pueblo fue llevado cautivo. Muchos de nosotros hemos tenido la misma experiencia que describe el salmista en el salmo 137. Sin embargo, ¡aun podemos alabar al Señor porque fuimos cautivados! En la eternidad, cuando recordemos cuán miserablemente le fallamos al Señor, cómo fuimos llevados cautivos y cómo el Señor finalmente nos trajo de regreso, este recuerdo será dulce. ¿No está usted de acuerdo conmigo? Cuando los cautivos de la antigüedad regresaron, cuando ellos disfrutaban al Señor juntos en Su casa, ellos hacían memoria de su tiempo en cautiverio: “Junto a los ríos de Babilonia, / allí nos sentábamos; sí, llorábamos / al acordarnos de Sion” (v. 1). Esta clase de recuerdo es muy dulce. Aunque el Señor permitió que fuésemos llevados cautivos, a la postre esto redundó en nuestro disfrute. Muchas veces cuando yo he hablado acerca de mi experiencia en el cristianismo, me he inclinado y he adorado al Señor, diciéndole: “Señor, sin esta experiencia jamás me habría dado cuenta de lo dulce que es Tu casa”. Si nunca hemos fracasado ni hemos sido traídos de regreso, nunca hemos probado la dulzura de la misericordia del Señor al restaurarnos. Incluso esta clase de fracaso y cautiverio es soberanamente parte de la economía del Señor. Simplemente recuerde todas las experiencias que usted tuvo en los pasados dos años, y probará algo de esta dulzura.

  Leamos este salmo. Éste nos muestra cuánto los cautivos apreciaban Sion y Jerusalén. Yo soy muy inferior al salmista; no podría decirlo con mejores palabras, esto es verdaderamente poético. “Junto a los ríos de Babilonia, / allí nos sentábamos; sí, llorábamos / al acordarnos de Sion”. Sion estaba en la memoria de los cautivos. Cuando ellos se acordaban de Sion, corrían las lágrimas por sus mejillas. Ellos se encontraban junto a otros ríos; no estaban bebiendo del río de la casa de Dios, el río que alegra la ciudad de Dios. Estaban sentados junto a los ríos del cautiverio, y cuando se acordaban de Sion, lloraban. “En los sauces que hay en medio de ella / colgábamos nuestras liras” (v. 2). En otras palabras, ellos allí se declararon en huelga, cerraron la boca. Esto era una cárcel; no era un lugar para adorar. ¡Cuán significativo! Para poder cantar alabanzas al Señor se requiere que estemos en cierto lugar. ¿Cómo podemos cantar alabanzas al Señor estando en Babilonia? En Babilonia no podemos tocar nuestras liras; lo único que podemos hacer es llorar. ¡Cuán significativo! “Porque allí los que nos habían llevado cautivos nos exigían canciones, / y los que nos atormentaban nos exigían alegría, diciendo: / Cantadnos / uno de los cánticos de Sion” (v. 3). Cantar alguno de los cánticos de Sion en Babilonia sería una verdadera vergüenza para el Señor. Por eso los santos dijeron: “¿Cómo hemos de cantar el cántico de Jehová / en tierra extranjera?” (v. 4). ¡Esto es espléndido! Yo jamás habría podido usar mejores palabras.

  Los versículos 5 y 6 dicen: “Si me olvido de ti, oh Jerusalén, / que mi mano derecha olvide su destreza. / Que se pegue mi lengua a mi paladar, / si de ti no me acuerdo, / si no pongo a Jerusalén / por encima de mi supremo gozo”. En otras palabras, el salmista estaba diciendo: “Si no me declaro en huelga, entonces que se declaren en huelga mi lengua y mis manos. Si no cuelgo la lira, entonces que no haga nada mi lengua ni mi diestra. Jerusalén no es simplemente mi supremo gozo, sino más que mi supremo gozo. Ella es mejor que lo mejor”.

  El salmo 137 habla del dulce recuerdo de la triste experiencia en el cautiverio. Cuando estemos en la eternidad, nunca nos olvidaremos de todas esas experiencias que tuvimos en Babilonia.

  El versículo 7 dice: “Recuerda, oh Jehová, / contra los hijos de Edom, / el día de Jerusalén, / que decían: ¡Arrasadla! ¡Arrasadla / hasta su fundamento!”. Esto es lenguaje poético, pero según la situación actual, el principio es exactamente el mismo. Usted simplemente no se imagina cuántos de los así llamados cristianos (no hablo de los incrédulos) aborrecen la vida de iglesia hoy. Ellos detestan el recobro de la iglesia local. Si la iglesia en Los Ángeles cerrara sus puertas hoy, muchos aplaudirían. Su deseo se expresa en las palabras “¡Arrasadla! ¡Arrasadla / hasta su fundamento!”. En otras palabras: “Acaben completamente con ella”.

  El versículo 8 dice: “Oh hija de Babilonia, que has de ser devastada, / dichoso el que te pague / la recompensa por lo que nos hiciste”. En el libro de Apocalipsis leemos del regocijo que produce la caída de Babilonia: “Clamó con voz potente, diciendo: Ha caído, ha caído Babilonia la Grande” (18:2). “Por segunda vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos” (19:3). “Dichoso el que te pague / la recompensa por lo que nos hiciste”. Ésta es la venganza de Dios. El tiempo ha de vindicar Su palabra. El enemigo de Jerusalén será castigado, y Babilonia será destruida. Babilonia caerá, pero Jerusalén permanecerá para siempre. A pesar de que los que aborrecen a Jerusalén digan: “¡Arrasadla, arrasadla!”, nosotros y Dios decimos: “¡Edificadla! ¡Edificadla!”. Finalmente, Babilonia será arrasada, y Jerusalén será edificada a una altura de doce mil estadios. Jerusalén permanecerá para siempre. ¡Aleluya, alabado sea el Señor!

ALABANZA POR LA IGLESIA

  Ahora debemos proceder al salmo 138. “Te daré gracias con todo mi corazón; / ante los dioses te cantaré salmos. / Me postraré hacia Tu santo templo / y daré gracias a Tu nombre / por Tu benevolencia amorosa y Tu verdad, / porque has magnificado Tu palabra por encima de todo Tu nombre” (vs. 1-2). El salmista dice: “Me postraré hacia Tu santo templo”. En esta coyuntura lo que embargaba al salmista era la casa y la ciudad. En estos últimos salmos son muchas las ocasiones en que el salmista se refirió a Sion y Jerusalén. “Bendito sea Jehová desde Sion”; “Si me olvido de ti, oh Jerusalén”; “Si no pongo a Jerusalén por encima de mi supremo gozo”. La experiencia de la casa y la ciudad era lo que embargaba totalmente al salmista. En todo el universo no había nada más precioso para él. En el recobro de la vida de iglesia usted y yo llegaremos a esta etapa; día a día diremos: “¡Oh la iglesia! ¡Alabado sea el Señor por la iglesia! ¡Mire a la iglesia! ¡Cuánto prefiero yo a la iglesia por encima de mi supremo gozo! Adoro a Dios por la iglesia”. Quiera el Señor llevarnos a todos a esta etapa.

  Salmos 138:4 dice: “Todos los reyes de la tierra te darán gracias, oh Jehová”. Una vez que la casa y la ciudad hayan sido establecidas, todos los reyes de la tierra alabarán al Señor cuando oigan los dichos de Su boca. “Cantarán de los caminos de Jehová, / porque grande es la gloria de Jehová” (v. 5). Esto significa que ellos alabarán al Señor por Su proceder, por lo que Él ha hecho. Ellos dirán: “Grande es la gloria de Jehová”. Esto se refiere al reinado de Cristo; éste es el reino de Cristo, en el que Cristo mismo reina sobre toda la tierra. En aquel día todos los reyes de la tierra le alabarán; ellos cantarán alabanzas al Señor por Su proceder y dirán: “Grande es la gloria de Jehová”.

LOS SANTOS SIGUEN DISFRUTANDO A DIOS

  Entretanto, mientras los santos alababan acerca de la casa y la ciudad de Dios, ellos seguían disfrutando a Dios. Hemos leído el salmo 136, los versículos del 1 al 3, que hablan de dar gracias al Señor, al Dios de los dioses y al Señor de los señores, porque para siempre es Su benevolencia amorosa. No hay duda de que esto nos habla del disfrute de Dios.

  Salmos 139:7 dice: “¿Adónde iré, lejos de Tu Espíritu / y adónde huiré de Tu presencia?”. Los santos aquí estaban disfrutando de la presencia del Señor. En este versículo resulta bastante evidente que la presencia del Señor es sencillamente el Espíritu. Simplemente no puedo escapar de Su presencia. ¡Qué disfrute tan grande es éste! Por ello los versículos 17 y 18 dicen: “Y cuán preciosos, oh Dios, me son Tus pensamientos! / ¡Cuán grande es la suma de ellos! / Si los contara, serían más que la arena. / Cuando me despierto, todavía estoy contigo”. ¡Oh, cuán preciosos son los pensamientos del Señor para nosotros! No sabríamos decir cuántos son los pensamientos del Señor con respecto a nosotros, y todos ellos son sumamente grandes y preciosos. Estos versículos nos dicen en lenguaje poético cómo los santos, mientras alababan al Señor por Su mover por medio de la ciudad con miras a la tierra, aún estaban disfrutando a Dios. “Cuando me despierto, todavía estoy contigo”, esto es nuestro disfrute de Dios.

  Salmos 140:7 dice: “Oh Jehová Señor, fuerza de mi salvación, / has cubierto mi cabeza en el día de la batalla”. El salmista aquí dijo que el Señor era su yelmo de la salvación, su protección en la batalla. Aun estamos en el día de batalla; pero, alabado sea el Señor, porque estamos bajo Su protección. Él mismo es el yelmo que cubre nuestra cabeza en ese día. Así disfrutamos a Dios.

  Salmos 142:5 dice: “Clamé a Ti, oh Jehová; / dije: Tú eres mi refugio, / mi porción en la tierra de los vivos”. Mientras ellos alababan al Señor, aún estaban disfrutándole. No espere a que muera para alabar al Señor. Si usted lo alaba en la tierra de los difuntos, no creo que esa alabanza sea tan dulce. Alabado sea el Señor, pues Él es nuestra porción hoy; Él es nuestra porción en la tierra de los vivos. Cuando yo era joven, me enseñaron que hoy tenemos que sufrir un poco, y que debemos ser pacientes y esperar hasta que seamos llevados a un maravilloso lugar, el cielo. En un sentido, eso no está completamente equivocado, pero debemos comprender que en medio de los sufrimientos de hoy en día hay más disfrute. En medio de las tribulaciones del tiempo presente el Señor es nuestra dulce porción. Oh Señor, Tú eres nuestra porción hoy en la tierra de los vivos. ¡Alabado sea el Señor!

  Salmos 143:6 dice: “Extiendo mis manos a Ti; / mi alma tiene sed de Ti como tierra reseca”. En otras palabras, aquí el salmista está diciendo: “Me siento seco, aunque no estoy en un lugar seco. Estoy sediento, aunque el lugar donde estoy no es una tierra sedienta; es un lugar donde hay abundancia de agua”. Luego el versículo 10 dice: “Enséñame a hacer Tu voluntad, / porque Tú eres mi Dios; / que Tu buen Espíritu me conduzca / por tierra llana”. La tierra llana aquí significa una tierra plana y pareja, un lugar donde hay completo equilibrio. Alabado sea el Señor, pues si nosotros estamos bajo Su buen Espíritu, Él continuamente nos guiará a una tierra plana y pareja, a una tierra llana. Aunque, por un lado, estemos sujetos a alguna forma de sufrimiento, por otro lado, esto será equilibrado por nuestro disfrute de Dios. Por un lado, es posible que sintamos nuestra pobreza, pero, por otro, percibamos que somos muy ricos en Cristo. Si únicamente tuviéramos las riquezas sin ninguna pobreza, no seríamos personas tan equilibradas. Pero alabado sea el Señor, porque estamos en una tierra llana. La tierra donde estamos espiritualmente, bajo la dirección del Espíritu de Dios, es verdaderamente una tierra llana. “Tu buen Espíritu me conduzca / por tierra llana”. Esto hace referencia al disfrute que los santos tienen de Dios.

  Salmos 145:18 dice: “Jehová está cerca de todos los que le invocan, / de todos los que le invocan en verdad”. Esto concuerda exactamente con Romanos 10, que dice: “No digas en tu corazón: ‘¿Quién subirá al cielo?’ (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ‘¿quién descenderá al abismo?’ (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). [...] ‘Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón’. Ésta es la palabra de la fe que proclamamos [...] Porque: ‘Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo’” (vs. 6-8, 13). No necesitamos subir al cielo para traer abajo a Cristo, ni tampoco necesitamos descender al abismo para hacer subir a Cristo. Él está muy cerca de nosotros, en nuestra boca y en nuestro corazón. Lo único que necesitamos hacer es invocarlo en verdad, invocarlo en realidad. ¡Cuán bueno es esto!

ALABANZA POR EL REY Y EL REINO

  El salmo 145 dice cómo los santos alaban a Dios por Su reinado en Cristo y Su reino. El versículo 1 nos da a entender que Dios es el Rey en Cristo: “Te ensalzo, oh mi Dios y Rey; / y bendeciré Tu nombre eternamente y para siempre”. Ensalzar es una expresión más elevada y más profunda que alabar. Aquí el salmista ensalza a Cristo el Rey. Los versículos del 10 al 13 revelan que el reino de Dios es un reino eterno con gloria y esplendor: “Todas Tus obras te alabarán, oh Jehová, / y te bendecirán Tus fieles. / Hablarán de la gloria de Tu reino / y de Tu poder [el poder ahora viene de la ciudad al reino] contarán, / para dar a conocer a los hijos de los hombres [todos los pueblos, razas y naciones de toda la tierra] Tus actos poderosos / y el esplendor glorioso de Tu reino” (vs. 10-12). Ahora puede ver usted cómo las alabanzas de los salmistas se dirigen al Cristo reinante y a Su reino. En todos los salmos anteriores las alabanzas principalmente se centraban en Cristo, luego en la casa y posteriormente en la ciudad. Ahora las alabanzas se centran en el Cristo reinante y en Su reino glorioso, el cual se extiende a toda la tierra. “Tu reino es reino eterno, / y Tu dominio perdura por todas las generaciones” (v. 13).

  Ahora el versículo 21 dice: “Proclamará mi boca la alabanza de Jehová, / y toda carne bendecirá Su santo nombre eternamente y / para siempre”. ¿Qué más podemos hacer ahora salvo usar nuestra boca para alabar al Señor? No me diga que no necesitamos aclamar con júbilo, y que sólo debemos alabar al Señor desde nuestro interior. El salmista dice aquí: “Proclamará mi boca la alabanza de Jehová”. Usted debe usar su boca. “Toda carne [todo el linaje humano, todos los pueblos] bendecirá Su santo nombre eternamente y para siempre”. Mi boca proclamará Su alabanza, y toda carne bendecirá Su santo nombre por toda la eternidad.

  No debemos olvidarnos jamás de estos salmos que nos hablan de Cristo, de la casa y la ciudad, de la vida de unidad, y, por último, del reino:

  Salmos 110, 118 — Cristo

  Salmos 122, 126, 132 — la casa y la ciudad

  Salmos 133, 134 — la vida de unidad

  Salmos del 137 al 145 — el reino

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