
Lectura bíblica: Sal. 18:6, 22, 18:43-44, 50; 17:15; 20:6, 9; 21:3-5; 22:1-22
Después del salmo 8 tenemos el salmo 16 como continuación de los salmos acerca de Cristo. Luego, después del salmo 16 no tenemos más de tales salmos sino hasta el salmo 22. ¿Qué podemos decir de los salmos que están entre los salmos 16 y 22, es decir, de los salmos 17, 18, 19, 20 y 21? Si leemos estos salmos detenidamente, notaremos que en ellos hay cierta mejora. Estos salmos no son como los salmos del 3 al 7 ni como los salmos del 9 al 15. Así pues, podemos continuar elaborando nuestro pequeño esbozo para incluir estos salmos y mostrar el nivel y progresión espiritual de éstos:
Como podemos ver, los salmos del 17 al 21 descienden del nivel del salmo 16, pero no tanto como los salmos del 3 al 7 y del 9 al 15. Más adelante, después del salmo 24, veremos que el progreso continúa, hasta que finalmente, cuando lleguemos al último libro de los salmos, ya no encontraremos ninguna decadencia. Al final del libro de los salmos, vemos que el progreso llega a su punto culminante y que se alcanza un nivel normal.
Aquí, en los salmos del 17 al 21, empezamos a ver la primera etapa de este progreso. Podemos definir estos salmos de la siguiente manera: las oraciones de los santos se basan primeramente en la justicia de la ley, pero más adelante éstas cambian y toman como centro al Ungido de Dios, Cristo. ¿Puede ver usted la mejora? Los escritores de estos salmos también aprecian la casa de Dios (véase 18:6 y 20:2), pues se dan cuenta de que Dios escucha las voces de ellos desde Su templo, que Dios los socorre desde el santuario y los fortalece desde Sion. Es sólo hasta este grado que ellos aprecian la morada de Dios.
El salmo 19, una inserción a esta sección, muestra que la justicia de la cual dependen los santos tiene dos clases de testimonio: el testimonio de la creación y el testimonio de la ley. Pero cuando llegamos a los salmos del 20 al 21, el Ungido de Dios llega a ser el testimonio de Dios. Los tres grandes testimonios que Dios da al hombre son la creación, la ley y Cristo. Cristo es el último y más grande testimonio. Por esta razón, vemos que hay una mejora. Al llegar a este punto, los salmistas llegaron a conocer algo de Cristo como el Ungido de Dios. Ellos dijeron que el rey les responde cuando claman a él (20:9). Cuando ellos claman, Dios les responde, y el rey también les responde. Ellos ponen al rey en el mismo nivel que Dios. Esto muestra un verdadero avance.
En los salmos del 17 al 21 el concepto cambia de la ley al Ungido de Dios; gradualmente pasa de una línea a otra. Leamos todos estos versículos que nos hablan del Ungido de Dios.
Salmos 17:15 dice: “En cuanto a mí, en justicia contemplaré Tu rostro; / al despertar, estaré satisfecho con Tu semejanza”. Esto aparentemente son las palabras de David, pero si las leemos repetidas veces, nos daremos cuenta de que en realidad son las palabras de Cristo. Mientras David estaba tratando de decir algo, el Espíritu de Cristo habló en sus palabras. Éstas son las palabras del Ungido: “En cuanto a mí, en justicia contemplaré Tu rostro; / al despertar, estaré satisfecho con Tu semejanza”. Muchos estudiantes de la Biblia creen que lo expresado aquí es el deseo de Cristo durante los tres días que transcurrieron entre Su crucifixión y Su resurrección. “Al despertar [lo cual significa “al levantarme”], estaré satisfecho con Tu semejanza”, es decir, con la semejanza del Padre. Éste era el deseo de Cristo cuando estuvo muerto esos tres días. Su deseo era resucitar.
Ahora leamos Salmos 18:43-44: “Tú me rescataste de las contiendas del pueblo; / me pusiste por cabeza de las naciones”. Esto, por supuesto, no se refiere a David; pues Cristo, no David, es cabeza de las naciones. Aunque éstas eran las palabras de David, en medio de ellas se encuentran las palabras de Cristo. David era ciertamente el rey ungido de Dios, pero luego vemos que Cristo expresó algo en las palabras de David. “Pueblo que yo no conocía me sirve. / Apenas oyen de mí, me obedecen; / los extranjeros vienen a mí acobardados”. Éste, sin duda, debe de ser Cristo. Luego, el versículo 50 dice: “Él hace grande la salvación para Su rey / y manifiesta Su benevolencia amorosa a Su ungido, / a David y a su descendencia para siempre”. La palabra descendencia aquí está en singular, no en plural. La descendencia es Cristo. Así pues, vemos que el concepto del libro de Salmos ha pasado de la ley al Ungido. Esto ciertamente muestra un progreso.
Prosigamos a Salmos 20:6, 9: “Ahora sé / que Jehová salva a Su ungido; / le responderá desde Su santo cielo / con las proezas salvadoras de Su diestra”. Sin duda alguna, el rey, el ungido, es Cristo. “¡Salva, oh Jehová! / Que el rey nos responda en el día en que lo invoquemos”. Éste es un versículo maravilloso. ¿Quién es el rey? Cristo es el Rey, el Ungido.
Salmos 21:3-5 dice: “Porque le sales al encuentro con bendiciones de bondad; / corona de oro refinado has puesto sobre su cabeza. / Te pidió vida; se la otorgaste: / largura de días eternamente y para siempre”. Este versículo dice lo mismo que Apocalipsis 1:18: “He aquí que vivo por los siglos de los siglos”. Salmos 21:5 dice: “Grande es su gloria en Tu salvación; / majestad y esplendor has puesto sobre él”. Aquí vemos a alguien con gloria, majestad, esplendor y largura de días. ¿Quién es esta persona? Sin lugar a dudas es Cristo. El concepto del salmista cambió totalmente; es por eso que digo que hay una mejora. No vemos esta mejora en los salmos del 3 al 7 ni en los salmos del 9 al 15; no se manifiesta sino hasta después del salmo 16.
Ahora llegamos al salmo 22. Para entender este salmo, debemos entender que éste pertenece a un grupo de tres salmos que hablan acerca de Cristo: los salmos 22, 23 y 24. ¡Qué tremendo progreso representan estos tres salmos! Ellos predicen aspectos de Cristo en una secuencia excelente y ordenada: primero hablan de Su muerte, luego de Su resurrección, luego de Su pastoreo después de Su resurrección, y finalmente de Su regreso. Por lo tanto, en estos tres salmos encontramos cuatro asuntos: la muerte de Cristo, la resurrección de Cristo, el pastoreo de Cristo y el regreso de Cristo como Rey. ¡Esto es maravilloso!
Además, a fin de entender estos tres salmos, no debemos olvidarnos de los salmos anteriores que nos hablan acerca de Cristo: los salmos 2, 8 y 16. Vimos que el salmo 2 presenta un resumen de Cristo a modo de principio. Luego el salmo 8 añade algo más: Su encarnación, Su ascensión y Su entronización. Después, el salmo 16 revela Su vida en la tierra, cómo murió y fue resucitado, y cómo fue puesto a la diestra de Dios con quien hay delicias para siempre. ¡Cuán bueno es esto! Sin embargo, el relato todavía no es tan completo ni tan claro. Es dado de a poquitos; un poquito aquí y un poquito allí, es decir, se añade algo aquí y más adelante se añade algo más. Así pues, tenemos el salmo 2, el salmo 8 y el salmo 16, y ahora tenemos los salmos 22, 23 y 24.
En especial quisiera animar a todos los jóvenes a que se memoricen todos estos salmos que hablan acerca de Cristo, no sólo los salmos 2, 8 y 16, sino también los salmos 22, 23 y 24. Los de más edad pueden memorizarse al menos los puntos principales de estos salmos. Esto no les traerá muerte, pues hay vida de resurrección en estos salmos.
El salmo 22 está dividido en dos secciones: los versículos del 1 al 21 componen la primera sección, y del versículo 22 hasta el final, la segunda sección. La primera parte habla de la crucifixión de Cristo, y la segunda de Su resurrección. Esto se presenta con toda claridad.
En toda la Biblia, ningún otro pasaje narra la crucifixión de Cristo tan detalladamente como la primera sección del salmo 22. Este salmo empieza diciendo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (v. 1). En Mateo 27:46 vemos que Cristo habló estas mismas palabras. Éstas no sólo son las primeras palabras de este salmo, sino también las primeras palabras de Cristo en la cruz. Estando en la cruz Cristo dijo siete frases, y ésta es la primera de ellas.
Salmos 22:6 dice: “Pero yo soy gusano y no hombre; / oprobio de los hombres y despreciado por el pueblo”. Esto se cumplió plenamente cuando Cristo estuvo en la cruz. Fue allí que las personas lo despreciaron; fue allí que Él se convirtió en oprobio de todo el pueblo. Luego, el versículo 7 dice: “Todos los que me ven se burlan de mí; / hacen muecas; menean la cabeza”. En Mateo 27 y Marcos 15 vemos lo mismo; el cumplimiento se halla en estos capítulos. Luego Salmos 22:8 dice: “Se encomendó a Jehová; que Él lo rescate; / que lo libre, puesto que se deleita en él”. Esto es exactamente lo que ocurrió en la cruz. Los principales sacerdotes, burlándose de Él, junto con los escribas y los ancianos, le decían: “Ha confiado en Dios; que Él le libre ahora si le quiere” (Mt. 27:43).
Salmos 22:12 dice: “Muchos toros me rodean, / los toros fuertes de Basán me cercan”. Muchos líderes estaban reunidos en torno a la cruz, como los toros fuertes. El versículo 13 dice: “Abren contra mí su boca, / como león voraz y rugiente”. En el versículo 14 vemos un cuadro vívido de la crucifixión. En ese momento Cristo exclamó: “He sido derramado como el agua / y todos mis huesos están descoyuntados”. Mientras el Señor estaba en la cruz, el peso de Su cuerpo hizo que sus huesos se descoyuntaran. “Mi corazón es como cera; / se derrite dentro de mí”. Es por eso que Él dijo: “Tengo sed”. Salmos 22:15 dice: “Mi fuerza se ha secado como un tiesto, / y mi lengua se ha pegado a mi paladar; / me has puesto en el polvo de la muerte”. Él fue “quemado”; fue consumido por el fuego santo de Dios en la cruz. Luego el versículo 16 dice: “Porque perros me rodean; / una compañía de malhechores me cerca; / horadan mis manos y mis pies”. Esto se cumplió al pie de la letra en la cruz. Los versículos 17 y 18 luego dicen: “Cuento todos mis huesos; / me miran, me fijan la mirada. / Reparten entre sí mis vestiduras, / y sobre mi ropa echan suertes”. Mateo 27, Marcos 15 y Juan 19 narran el cumplimiento de estas cosas. Por último, Salmos 22:20-21 dice: “Libra mi alma de la espada, / mi vida preciosa del poder del perro; / sálvame de la boca del león; / sí, mientras estoy entre los cuernos de los bueyes salvajes, respóndeme”. Sin lugar a dudas, Cristo le elevó este clamor al Padre; y Su clamor fue respondido. En el siguiente capítulo veremos la respuesta: Él fue resucitado, fue librado de la muerte.
Así pues, usted puede ver cómo los salmos 2, 8, 16 y 22 nos van revelando poco a poco al Cristo de Dios. No hay otro libro del Antiguo Testamento que presente lo tocante a Cristo con tantos detalles como el libro de Salmos. Cuando terminemos todo este libro, usted tendrá un cuadro completo de Cristo, un cuadro que incluso es más claro y completo que el que nos presenta el Nuevo Testamento.
¡Oh, cuánto necesitamos ver a Cristo en el libro de Salmos! Esto es sólo el comienzo; más adelante, después del primer libro, veremos la preciosidad y dulzura de la casa de Dios y el disfrute que experimentamos en ella mediante las verdaderas experiencias de Cristo.