
Lectura bíblica: Sal. 22:22-31, 23—24
Como hemos visto, la primera parte del salmo 22 describe la muerte de Cristo. Ahora, la última parte de este salmo habla acerca de la resurrección de Cristo de una manera maravillosa. La palabra resurrección no se usa en este pasaje, pero se alude a ella clara y definidamente.
El versículo 22 dice: “Anunciaré a mis hermanos Tu nombre”. Esto nos muestra un cambio repentino en la línea que lleva este salmo. Los versículos anteriores se caracterizan por un sufrimiento y tristeza extremos. Luego, de repente Él dice: “Anunciaré [...] Tu nombre”. Esto significa que Él resucitó; y después de Su resurrección, dijo: “Anunciaré a mis hermanos Tu nombre [el nombre del Padre]”. Este versículo se cita en Hebreos 2:12, con lo cual vemos que esto es una profecía acerca de Cristo.
El Señor Jesús, después de Su resurrección, le dijo a María: “Ve a Mis hermanos” (Jn. 20:17). Luego, nuevamente en Mateo 28:10 dice: “Id, dad las nuevas a Mis hermanos”. Antes de Su muerte el Señor Jesús nunca llamó hermanos a Sus discípulos. ¿Por qué lo hizo entonces? Porque por medio de Su resurrección todos Sus discípulos fueron regenerados (1 P. 1:3) y hechos hijos de Dios; por lo tanto, todos ellos llegaron a ser Sus hermanos. El Nuevo Testamento nos dice que, por un lado, el Señor Jesús es el Hijo unigénito de Dios (Jn. 3:16) y, por otro, Él es el Hijo primogénito de Dios (Ro. 8:29). Antes de Su resurrección, el Señor Jesús era el Hijo unigénito de Dios, pero después de Su resurrección, el Hijo unigénito llegó a ser el Hijo primogénito, porque para ese tiempo todos Sus creyentes fueron regenerados y llegaron a ser Sus hermanos, los hijos de Dios. El Hijo unigénito llegó a ser el Hijo primogénito, el Primogénito entre muchos hermanos. “Para que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos”. Éste no es un asunto insignificante.
Aquí encontramos una alusión a la iglesia cuando dice: “Anunciaré a mis hermanos Tu nombre”. Todos Sus hermanos son miembros de Su Cuerpo, la iglesia.
Luego Salmos 22:22 dice a continuación: “En medio de la asamblea te alabaré”. Así es como dice el Antiguo Testamento; pero al citarse este versículo en Hebreos, la palabra asamblea se traduce de manera diferente, pues dice “iglesia”. “En medio de la iglesia te cantaré himnos de alabanzas” (2:12). Aquí tenemos la iglesia, y nosotros somos la iglesia. Todos debemos creer que hoy en día Cristo, el resucitado Señor, está entre nosotros, y que Él está cantando en medio de nosotros. Cuando nosotros cantamos, Él canta en nuestro cantar. Cristo está en resurrección, y Él tiene muchos hermanos que conforman Su iglesia, Su Cuerpo. Ahora Él está en la iglesia, cantando alabanzas al Padre, y Él nos pide que alabemos al Padre: “Los que teméis a Jehová, alabadle; / glorificadle, descendencia toda de Jacob” (Sal. 22:23).
A partir del versículo 26 hasta el final de este salmo, hay algunas cosas que para muchos son difíciles de entender. Pero si usted ora-lee esta sección repetidas veces, estando atento al Espíritu, verá que esto describe el resultado de Su muerte y Su resurrección. Este resultado tiene cinco aspectos: en primer lugar, los humildes y los prósperos “comerán y estarán satisfechos” (vs. 26, 29). Esto es muy bueno. Nosotros somos personas que comen continuamente. Día a día estamos comiendo en Su resurrección, por lo cual somos satisfechos. Luego, debido a que estamos satisfechos, adoramos. Las personas del mundo e incluso algunos cristianos no entienden lo que estamos haciendo. Nosotros somos los humildes, y ellos son los altivos; nosotros somos los que verdaderamente son prósperos, florecientes, y ellos son los menesterosos. Los humildes y los prósperos de esta tierra comerán, serán satisfechos y adorarán.
El segundo aspecto se encuentra en el versículo 27: “Todos los confines de la tierra / se acordarán y volverán a Jehová”. Esto realmente es así. Todos los confines de la tierra, especialmente hoy, se acuerdan del Señor, se vuelven a Él y le adoran.
El tercer aspecto lo vemos en el versículo 29: “Todos los que descienden al polvo se postrarán ante Él, / aun el que no puede conservar viva su alma”. Esto concuerda con lo dicho en Filipenses 2, donde leemos que todos los que están en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra doblarán sus rodillas delante de Cristo. Alabado sea el Señor, pues nosotros somos aquellos que viven, pero la Biblia nos dice que incluso los muertos se inclinarán ante Él. En el nombre de Jesús, toda rodilla se doblará; esto se debe a que Cristo resucitó.
El cuarto aspecto del resultado de la resurrección de Cristo se halla en Salmos 22:28: “Porque de Jehová es el reino, / y Él rige entre las naciones”. Cristo es el Rey que rige las naciones. Nosotros aún no hemos visto esto con nuestros ojos, pero un día lo veremos. Aparentemente Satanás gobierna hoy, pero gracias a la revelación celestial, nosotros no somos engañados y vemos la realidad. Cristo es el Rey, el reino es del Señor, y Él rige las naciones. ¿Qué creen ustedes, la situación actual o lo que dice la Palabra de Dios? Alabado sea el Señor, pues nosotros creemos la Palabra de Dios.
El quinto punto tiene que ver con la predicación del evangelio: “Su descendencia le servirá; / lo relacionado con el Señor será contado a una generación venidera. / Vendrán y anunciarán Su justicia; a un pueblo no nacido aún, anunciarán que Él ha hecho esto” (vs. 30-31). Sin lugar a dudas esto se refiere a los creyentes; los creyentes son la descendencia de Cristo. Nosotros contaremos esto a la generación venidera; anunciaremos Su justicia, Su justificación, Su salvación, a un pueblo que aún no ha nacido; y les diremos que el Señor ha hecho esto. Ésta es la predicación del evangelio. Éstos son los cinco aspectos del resultado de la muerte y resurrección de Cristo. Por el momento no podemos profundizar en estos asuntos; simplemente les he presentado las líneas generales con todos los puntos. Confío en ustedes y en el Espíritu Santo, y creemos que dedicarán tiempo para orar-leer estos versículos a fin de obtener una ganancia adicional.
Después del salmo 22 Cristo está en resurrección. ¡Alabado sea el Señor, pues no sólo tenemos aquí un solo salmo de Cristo sino tres! Por lo tanto, después del salmo 22, tenemos el salmo 23.
La mayoría de los cristianos no se percatan que el salmo 23 es una continuación del salmo 22. “Jehová es mi Pastor”. ¿Quién es Aquel que es mi Pastor? Es Cristo en resurrección. No debemos olvidarnos del salmo anterior, que nos narra cómo Él padeció la muerte para redimirnos, cómo Él resucitó, y cómo nosotros fuimos hechos Sus hermanos por medio de Su resurrección. Es también debido a esto que todos los confines de la tierra, en un sentido, se vuelven a Él —aun los muertos se postran ante Él— y nosotros, los humildes y los prósperos, le comemos durante todo el día, nos saciamos de Él, le adoramos, le servimos y predicamos el evangelio a la generación venidera. Este Cristo, quien murió, resucitó y produjo tal resultado, es nuestro Pastor.
El Nuevo Testamento también habla de Cristo nuestro Pastor. El Señor se llama a Sí mismo “el buen Pastor” (Jn. 10:11), y Él es también llamado “el gran Pastor” (He. 13:20). Dios lo levantó de entre los muertos para que fuera el gran Pastor de las ovejas. Luego, en 1 Pedro 5:4 Pedro nos dice que Él es el “Príncipe de los pastores”, la cabeza de todos los pastores. Él es el Pastor en resurrección. Él es el Pastor hoy no en los cielos sino aquí en la tierra dentro de nosotros y entre nosotros. Por lo tanto, Él debe ser el resucitado, debe ser el que guía y también debe ser el Espíritu. Si no lo fuera, ¿cómo podría estar entre nosotros y en nosotros en la tierra como nuestro Pastor? Por consiguiente, es en resurrección que Cristo hoy en día es el Pastor según se revela en este salmo.
No podemos detenernos mucho por ahora en el salmo 23, pero sí quisiera decirles que en Su pastoreo hay cinco estaciones por las cuales debemos pasar. La primera es muy maravillosa: los verdes pastos con las aguas de reposo. “En verdes pastos me hace recostar; / junto a aguas de reposo me conduce” (v. 2). Muchos de ustedes en las iglesias locales están descansando en los verdes pastos y bebiendo de las aguas de reposo. Muchos hermanos que recién han empezado a reunirse en estos días exclaman: “¡Aleluya, ahora estamos en la iglesia local!”. Estoy de acuerdo con ustedes, y me siento contento, muy contento. Cristo en la iglesia local es los verdes pastos, y en la iglesia local nosotros estamos junto a aguas de reposo. No obstante, esto es apenas la primera estación, el comienzo de Su pastoreo.
La segunda estación es las sendas de justicia. “Restaura mi alma; / me guía por sendas de justicia / por amor de Su nombre” (v. 3). No basta con que simplemente disfrutemos al Señor; el propósito de este disfrute es que prosigamos a andar en las sendas de justicia. No sólo tenemos que andar en las sendas de la gracia, sino también en las sendas de justicia. Todos sabemos lo que es la justicia. Con la gracia experimentamos el amor y la felicidad, y todo es más bien fácil. Pero con respecto a la justicia, las cosas no son tan fáciles para nosotros, pues experimentamos cierta clase de regulación y restricción. No obstante, es necesario que de los verdes pastos avancemos a las sendas de justicia, tomando estas sendas por amor de Su nombre. Ésta es la segunda estación.
Luego debemos proceder a la tercera estación. Tenemos que avanzar más y más. Quienes hemos seguido al Señor por muchos años podemos decirles que cuanto más avanzamos, más difícil se torna nuestra situación. La tercera estación es el valle de muerte. Sé que a ustedes les gustan los verdes pastos y que no quisieran entrar en el valle de sombra de muerte. El valle no está en la cima, sino en la hondonada; no es esplendoroso, sino sombrío; y tampoco está lleno de vida, sino de muerte. Ciertamente a ustedes les gustaría permanecer en los pastos verdes donde están las aguas de reposo, pero tarde o temprano, se internarán en el valle. Independientemente de cuánto procuremos ayudarles a permanecer en la cima, ustedes descenderán al valle. Entonces, pasarán por el valle de sombra de muerte. Sé que esto les sucederá. Pero no se asusten; escuchen lo que dice el salmista: “Aunque ande / por el valle de sombra de muerte, / no temo mal alguno, / porque Tú estás conmigo” (v. 4). Si alguna vez observaron a un pastor con su rebaño, se habrán dado cuenta de que cuando su rebaño está recostado en los verdes pastos, a veces el pastor se ausenta o simplemente observa su rebaño desde lejos; pero cuando su rebaño tiene que cruzar un valle lleno de sombras, el pastor está muy cerca de su rebaño y procura protegerlo. Cuando usted pasa por el valle de sombra de muerte, el Pastor está más cerca de usted que en cualquier otra ocasión.
Además, Su vara y Su cayado nos confortan. La vara es para brindar protección, para mantener los lobos alejados, y el cayado es para guiar en cualquier dirección que sea necesaria. En el valle usted tiene al Pastor con usted, y también tiene Su vara y Su cayado. Esto es más que suficiente. En todos los años pasados he atravesado un buen número de valles. Pero siempre que he entrado en un valle, la presencia del Señor ha sido muy querida y preciosa para mí. Puedo testificar también que la vara me ha protegido y el cayado me ha guiado. En verdad ha sido así. Ésta es la tercera estación.
Tal vez usted piense que después del valle, todo debería ser maravilloso; pero la siguiente estación es la del campo de batalla. Es sólo después de andar por el valle de sombra de muerte que somos capacitados y equipados para combatir. Permítanme decirles que independientemente de cuán activos y llenos de vida ustedes parezcan estar hoy, no puedo tener confianza alguna en ustedes. Ustedes tienen que pasar la prueba; tienen que pasar por el valle de sombra de muerte. Los alfareros, después que hacen ciertos objetos de arcilla, los ponen en el horno. Hay una gran diferencia entre las vasijas de barro que han sido cocidas en el horno y las que no han pasado por este proceso. El valle de sombra de muerte es el lugar donde debemos ser cocidos. Después de esta experiencia, estaremos calificados y equipados para combatir en la batalla.
Sin embargo, en el campo de batalla, ¡alabado sea el Señor!, hay una mesa preparada delante de nosotros. “Aderezas mesa delante de mí / en presencia de mis adversarios” (v. 5). Para nosotros, combatir en ese campo de batalla es participar de un banquete. Mientras combatimos, participamos del banquete. Incluso, podremos decirle al enemigo: “Envía tus ejércitos; todos ellos serán otros tantos platos en este banquete”. El Antiguo Testamento nos dice que aun nuestros enemigos son nuestra comida (Nm. 14:9). Para nosotros los cristianos nuestros enemigos son nuestros mejores platillos. Ésta es una mesa, una mesa puesta delante de nosotros con diversidad de platillos. Y esto no es todo, pues es aquí, en el campo de batalla, donde experimentamos el ser ungidos con aceite derramado sobre nuestra cabeza y donde nuestra copa rebosa. Esto es verdaderamente así. En nuestras experiencias, cuanto más hemos estado en el campo de batalla combatiendo por el Señor, más hemos percibido que estamos bajo la unción, que estamos celebrando un banquete y que nuestra copa está rebosando. Esto sin duda es muy bueno; pero aún no es todo.
Ahora llegamos a la última estación. ¡Aleluya! “Ciertamente la bondad y la benevolencia amorosa me seguirán / todos los días de mi vida, / y moraré en la casa de Jehová / por la duración de mis días” (Sal. 23:6). ¿A qué se refiere esto? Es en este punto que estamos establecidos en la iglesia local. El salmista no dijo que él pasaría una temporada en la casa de Jehová, sino que moraría en la casa de Jehová. Algunos cristianos piensan que esto se refiere al hecho de ir al cielo. Después de pasar por todo tipo de circunstancias en la tierra, ellos creen que morirán e irán al cielo, donde morarán en la casa de Jehová. ¿Creen ustedes que es a esto que se refiere este versículo? Si pudieran preguntarle a David, el autor de este salmo, él les diría que este pensamiento es absurdo. David esperaba morar en la casa de Jehová aquí en la tierra.
Quizás ustedes digan que ahora están en la iglesia local. Es cierto, ustedes están ahora en la iglesia local, pero permítanme hablarles de la verdadera situación desde el punto de vista de mi experiencia. Yo he estado en la iglesia local por cuarenta años, pero puedo testificarles que hoy en día mi experiencia de estar en la iglesia local es diferente de la de hace cuarenta años. Hace cuarenta años, yo no estaba tan establecido en la iglesia local, pero hoy estoy muy establecido. Ninguno de los lectores de este libro podría arrancarme de la iglesia local. Yo moro en la casa de Jehová. Hoy puedo oír a algunos decir: “¡Aleluya, estoy muy contento de estar en la iglesia local!”. Pero seis meses después, es posible que digan: “Esta iglesia local no es lo que pensaba que era; voy a dejarla”. Un pequeño árbol que apenas tiene dos semanas de haber sido plantado puede ser arrancado fácilmente. Pero después que un árbol ha estado creciendo por cuarenta años, se requeriría un gran buldózer para poderlo quitar. ¡Alabado sea el Señor! Puedo declarar que estoy firmemente establecido en la casa del Señor. No me importa si la casa del Señor es al parecer maravillosa o deplorable; yo simplemente estoy aquí. Tal vez ustedes hoy piensen que están establecidos en la casa del Señor, pero en realidad no están muy establecidos. Para ello, necesitan pasar la prueba, necesitan tiempo para crecer, tiempo para echar raíces más profundas. El pastoreo del Cristo resucitado nos conduce a las iglesias locales, y a la casa del Señor para que permanezcamos allí para siempre. Es aquí que la bondad y la benevolencia amorosa nos seguirán todos los días de nuestra vida.
Ésta es la última estación. Así, pues, comenzamos en los verdes pastos y terminamos en la casa del Señor; y en medio de esto, tenemos las sendas de justicia, el valle de sombra de muerte y el campo de batalla. De esto nos habla el salmo 23; nos muestra cómo el Cristo resucitado nos pastorea, guiándonos hasta que entremos en la casa de Dios. ¡Esto es muy bueno! Sin embargo, aún no es todo.
El salmo 24 es uno de los salmos más profundos de todos los salmos, y es bastante difícil de entender. Comienza diciendo: “De Jehová es la tierra”. El salmo 8 habla de la excelencia del nombre del Señor en toda la tierra. Pero este salmo va más allá de eso, pues dice: “De Jehová es la tierra y su plenitud; / la tierra habitable y los que en ella habitan” (v. 1). Esto significa que el Señor tiene el derecho, el título de propiedad, de la tierra. “Él la fundó sobre los mares / y la asentó sobre las corrientes” (v. 2). Puesto que Él la asentó, es Suya. Al parecer, la tierra hoy en día no es del Señor. Incluso cuando este salmo fue escrito, la tierra aparentemente no era del Señor. Pero, ¿se ha dado cuenta de que en esta tierra por lo menos existe un monte, que es llamado el monte santo, y que por lo menos ese monte es Suyo? Por eso, el versículo 3 dice: “¿Quién subirá al monte de Jehová?”. Así que la tierra es del Señor, pero en la práctica, la tierra hoy no es Suya. Sin embargo, sobre esta tierra existe al menos un monte, un pequeño lugar, que es del Señor.
Permítame darle un ejemplo. ¿Es la ciudad de Los Ángeles del Señor hoy en día? No. ¿Pero se han dado cuenta de que hoy en día en Los Ángeles hay un monte? ¡Alabado sea el Señor! Según la tipología, el Sion de aquellos tiempos era un monte. El monte Sion era poseído por el Señor en un cien por cien, mientras que el resto de la tierra no era Suya. Podemos decirlo de esta manera: Aunque la tierra es del Señor, solamente el monte Sion era verdaderamente poseído por el Señor. De igual manera, Los Ángeles es del Señor, pero solamente el monte de la iglesia local es poseído hoy por el Señor. ¿Es California del Señor? No. Pero en California hay algunos montes, hay algunas iglesias locales, y estos lugares son poseídos por el Señor.
En el versículo 3 encontramos esta pregunta: “¿Quién subirá al monte de Jehová, / y quién podrá estar en Su lugar santo?”. La respuesta es: Cristo y Sus hermanos. La iglesia es un monte que es ocupado por el Señor hoy como el peldaño, la cabeza de playa, que le permitirá al Señor regresar. La tierra es del Señor, pero hoy se encuentra usurpada; sin embargo, en esta tierra usurpada hay un pequeño lugar, un monte, que es el peldaño que le permitirá al Señor regresar para poseer toda la tierra.
El versículo 7 dice: “Alzad vuestras cabezas, oh puertas; / y seáis levantados, oh portales perdurables; / y entrará el Rey de gloria”. Siendo nosotros el monte Sion, debemos mantener nuestras puertas abiertas para que Cristo entre en ellas. Según un artículo, que considero acertado, este salmo fue escrito cuando David devolvió el Arca a Sion. Fue en esta situación, en estas circunstancias, que David escribió el salmo 24. Sion estaba allí, y también las puertas. Entonces David dijo: “Alzad vuestras cabezas, oh puertas; / y seáis levantados, oh portales perdurables; / y entrará el Rey de gloria”. ¿Quién es este Rey de gloria? / ¡Jehová, fuerte y valiente! / ¡Jehová, valiente en la batalla!” (vs. 7-8). Éste es Cristo. El Arca tipificaba a Cristo; que el Arca entrara en las puertas tipifica la entrada de Cristo.
En Apocalipsis 3:20 el Señor le dijo a la iglesia en Laodicea: “He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él”. Este versículo indica que incluso algunas de las iglesias locales le han cerrado la puerta al Señor Jesús, dejándolo afuera. No piensen ustedes que por el solo hecho de que somos una iglesia local, tenemos al Señor Jesús con nosotros. En cierto sentido Él sí lo está, pero en otro sentido puede ser que esté afuera. Incluso ahora mismo, mientras disfrutamos mucho de la presencia del Señor, debemos decir: “Alzad vuestras cabezas, oh puertas; / y seáis levantados, oh portales perdurables”. Todos debemos tener nuestro ser abierto al Señor. Si Cristo no pudiera entrar en la iglesia hoy de manera adecuada y plena, ¿cómo podría Él regresar a la tierra? Si la iglesia, si Sion, no está totalmente abierta al Señor, ¿cómo podemos esperar que la tierra esté abierta a Él? Por lo tanto, debemos responder y decir: “Sí, abran las puertas; abramos nuestro ser completamente a Él. ¡Entra, oh Señor, entra! Antes que regreses a la tierra, entra en la iglesia, entra para poseer plenamente este pequeño monte, el monte Sion”.
En el contexto del salmo 24, el monte Sion ya estaba allí, mas no el Arca. Pero luego vemos que el Arca viene, es decir, Cristo está en el proceso de entrar. Y mientras el Arca entraba, David dijo: “Alzad vuestras cabezas, oh puertas; / y seáis levantados, oh portales perdurables; / y entrará el Rey de gloria”. Es posible que seamos el monte Sion, que seamos la iglesia local, pero que el Rey de gloria aún no esté completamente adentro. Por lo tanto, debemos estar abiertos; debemos alzarnos, para que el Rey de gloria entre por completo. Entonces la iglesia será el peldaño, la cabeza de playa, para que el Señor regrese y posee la tierra.
El rey David, en los últimos días de su vida, fue echado de Jerusalén por su hijo rebelde, Absalón. Su reino se vio amenazado, y su lugar fue usurpado. Pero el Señor vindicó a David, y al cabo de poco tiempo Absalón pereció. En aquel tiempo, David envió a algunos a Jerusalén para que prepararan el camino para su regreso. Ellos entonces vinieron a ser el peldaño que permitió que el rey David regresara (2 S. 15:25-29; 19:11-15). Hoy en día nosotros somos aquellos a quienes Cristo envió a este mundo rebelde y usurpado. Estamos aquí para ser el peldaño por el cual el Señor puede regresar para tomar posesión nuevamente de la tierra. En este mundo usurpado hay un monte que es la cabeza de playa que el Señor debe poseer. Si Él logra poseer plenamente esta área, podrá regresar y tomar posesión de toda la tierra. Éste es el pensamiento profundo del salmo 24. ¡Alabado sea el Señor!
Ahora consideremos como conjunto estos tres salmos. El salmo 22 nos dice que Cristo fue muerto; Él fue crucificado por nosotros. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (v. 1). Todos debemos responder, diciendo: “¡Señor, fue por mí, fue por mi causa!”. Él sufrió la muerte para redimirnos. Luego, Él resucitó, y por medio de Su resurrección produjo a muchos hermanos. Estos hermanos llegaron a ser Su rebaño, Su iglesia, Su Cuerpo; y ahora Él está pastoreando este rebaño, está cuidando de la iglesia, está edificando Su Cuerpo. ¿Con qué propósito? A fin de obtener un lugar en esta tierra, un monte en esta tierra usurpada, un peldaño por el cual Él podrá regresar y tomar posesión nuevamente de toda la tierra. En aquel tiempo Él será el Rey que ha regresado. En el salmo 22 Él es el Redentor y Aquel que regenera. En el salmo 23 Él es el Pastor; y en el salmo 24 Él es el Rey que viene, el Rey que tomará posesión de toda la tierra mediante aquellos a quienes está pastoreando hoy. Él murió por nosotros, y fue resucitado junto con nosotros y nos hizo Sus hermanos para que llegáramos a ser Su rebaño que disfruta de Su pastoreo, a fin de ser Su iglesia que Él está edificando. Luego, a través de nosotros, por medio de nosotros y con nosotros, Él regresará para ser el Rey de gloria. Podemos ver todo esto en el Nuevo Testamento.
Todos estos pasos los podemos ver en el Nuevo Testamento, y todos ellos se abarcan en los salmos del 22 al 24. Estos salmos nos dicen cómo Cristo capacita a los santos para que participen de Él en cinco pasos: (1) Él efectúa la redención por nosotros al sufrir la muerte (22:1-21); (2) Él nos hace Sus hermanos mediante Su resurrección (vs. 22-26); (3) Él es predicado hasta los confines de la tierra a fin de que todos los hombres se vuelvan a Él, le adoren y le sirvan (vs. 27-31); (4) Él es nuestro Pastor en la vida de resurrección, quien nos guía a morar en la casa de Dios (Sal. 23); y (5) Él regresa a toda la tierra para ser el Rey de gloria para nosotros (Sal. 24). ¡Cuán maravilloso es esto!