
Lectura bíblica: Jn. 15:4; Col. 1:27; Ef. 3:17; Gn. 1:26; 2:9; Jn. 16:12-13; 6:56; 1 Co. 15:45; He. 1:8; Col. 2:9; Jn. 14:9-10, 14:23, 25-26; 3:34; 6:63; 15:26; 2 Ti. 4:22; Jn. 4:24; Ap. 22:17
Con respecto a la persona de Cristo, quien es un misterio, no debemos tener simplemente un conocimiento objetivo doctrinal; más bien, debemos tener la experiencia subjetiva en vida. En el cristianismo se tiene el mal hábito, la mala influencia, de considerar todo lo escrito en la Biblia como una simple doctrina. Cuando predican acerca de Dios, muchos simplemente predican una doctrina; y cuando predican acerca de Cristo, muchos también simplemente predican una doctrina. En el cristianismo actual casi todas las verdades en cuanto a Dios y Cristo se han convertido en una teología y son presentadas enteramente como si fuesen una doctrina o teoría; son muy pocos los que recalcan la experiencia. Sin embargo, el propósito de la revelación bíblica no es impartirnos doctrinas. El propósito final de la Biblia al hablarnos de Dios y de Cristo es que lleguen a ser nuestra experiencia. Podemos hablar acerca de Dios a cabalidad y hablar acerca de Cristo detalladamente, pero si no tenemos la experiencia, ni Dios ni Cristo tiene nada que ver con nosotros.
Tanto en el Lejano Oriente como en el Occidente, hay algunos —incluso algunos que fueron “colaboradores” nuestros— que dicen que nosotros enseñamos herejías. ¿En qué consiste su desviación? En prestar atención únicamente a las doctrinas. Ellos dicen que en nuestras enseñanzas nosotros descuidamos las doctrinas y únicamente nos interesamos por las experiencias, las cuales dependen enteramente de nuestros sentimientos y se basan en ellos. Por lo tanto, algunos incluso han publicado libros que nos calumnian, al decir que nuestras enseñanzas son “sensoriales” y que de ningún modo se conforman a las doctrinas apropiadas. Sin embargo, lo que nosotros recalcamos es que las doctrinas tienen como objetivo nuestra experiencia. Algunos han argumentado, diciendo: “No es lógico que digan que Cristo vive en ustedes. Piensen en cuán grande es Cristo y cuán pequeño es el hombre. ¿Cómo puede Cristo morar en el hombre, quien es tan pequeño? Además, Cristo es el gran Amo soberano que está sentado en el trono en los cielos. ¿Cómo puede el hombre, quien es tan pequeño, permitirle entrar y morar en su interior? Esto es imposible”. Según ellos, Cristo, quien está sentado en lo alto de los cielos, sólo tiene un representante en la tierra, a saber: el Espíritu Santo.
Sin embargo, el Nuevo Testamento dice claramente que el Señor Jesús indudablemente mora en nosotros. En los Evangelios, Juan 14:23 dice: “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. En 15:4 el Señor Jesús añadió: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. Luego, en las Epístolas vemos que la verdad de que Cristo mora en nosotros es una verdad grande e importante. Colosenses 1:27 dice: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Romanos 8:9 dice: “El Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene al Espíritu de Cristo, no es de Él”. En este versículo el Espíritu de Dios y el Espíritu de Cristo se usan de modo intercambiable; ambos se refieren a Cristo, quien se menciona en el versículo 10. Efesios 3:17 dice también: “Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe”. En estos versículos, las expresiones permaneced, mora y haga [...] hogar son diferentes palabras en griego. La palabra permaneced en el Evangelio de Juan denota una acción ordinaria. En Romanos, la palabra mora es una forma verbal de la palabra casa; significa residir y es más que simplemente permanecer. La expresión haga [...] hogar mencionada en Efesios tiene un significado más rico que la palabra mora hallada en Romanos. El prefijo de esta palabra es una preposición enfática, kata. Esta palabra denota “echar raíces profundas”. Por lo tanto, no significa simplemente residir, sino, y aún más, establecerse en un hogar, o hacer hogar de una manera profunda. Una pareja puede quedarse en el hogar de sus parientes o amigos, pero eso es una acción temporal de residir y no de establecerse. No es sino hasta que ellos se muden a su propia casa que se establecerán y harán su hogar de manera profunda allí sin tener que mudarse nuevamente.
En Efesios 3 Pablo oró al Padre para que nos dé el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu, para que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones por medio de la fe (vs. 16-17a). El hecho de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones significa que Él se establece en lo más profundo de nuestros corazones y nunca saldrá. Durante las conferencias vienen personas de diferentes lugares y se quedan con nosotros sólo por un breve lapso, sin hacer su hogar aquí. Yo llevo ya cincuenta años en el ministerio del Señor y siempre he estado viajando. Durante todo ese tiempo, no sé con certeza en cuántos hogares me he quedado; no obstante, nunca he hecho mi hogar en ninguno de ellos. Es sólo cuando regreso a mi propia morada que puedo hacer mi hogar allí. El Señor Jesús no sólo mora en nosotros, sino que también hace Su hogar en nuestros corazones, esto es, en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Esto nos permite ver en qué radica el error del cristianismo actual. Dios es predicado únicamente como un Dios objetivo, no como el Dios que mora en nosotros.
La Biblia empieza hablándonos de Dios y el hombre. Génesis 1 dice que después de crear los cielos, la tierra y todas las cosas, Dios creó al hombre en el sexto día. Él creó al hombre de una manera muy particular; lo creó a Su imagen y conforme a Su semejanza. Las palabras imagen y semejanza indican que el hombre no sólo fue creado para ser exactamente igual a Dios, sino también para ser un vaso que le contuviera. Romanos 9 dice claramente que nosotros somos vasos de Dios. No fuimos creados para ser instrumentos de Dios, sino vasos Suyos. Un vaso, un recipiente, no sirve para hacer cosas ni para hacer algún trabajo, sino para contener algo. Podemos usar el guante como ejemplo. Un guante es hecho conforme a la forma y semejanza de la mano. Aun si usted no supiera cómo debe usarse un guante, en cuanto viera uno de inmediato vería claramente que fue hecho para contener su mano. Un guante es hecho exactamente igual a la mano con el propósito de contener la mano. De igual manera, Dios creó al hombre exactamente igual a Él con el propósito de que éste le contuviera.
Génesis 1:26 habla de que Dios creó al hombre, y luego 2:9 habla del árbol de la vida. El primer pasaje nos habla del recipiente, y el último nos habla del contenido. Después de crear al hombre, Dios plantó un huerto en Edén, al oriente, y puso al hombre allí. El árbol de la vida estaba en medio del huerto. Además, había un río que fluía para regar el huerto, y en el río había oro, bedelio y ónice. Podemos comparar el propósito del diseño de Dios en la creación con una mesa servida. Cuando vienen personas invitadas a nuestra casa, primero acomodamos la mesa, luego ponemos una jarra de agua y por último unos vasos. Con una mirada los invitados de inmediato pueden darse cuenta de que los vasos son para contener el agua. Igualmente, el hombre era el “vaso” que Dios había creado, y el árbol de la vida era el “agua”. Cuando Dios puso al hombre frente al árbol de la vida, ello indicaba que Él quería que el hombre, el vaso, le recibiera a Él, la vida. La Biblia empieza hablándonos de este asunto, y a medida que avanza también nos lo recalca.
Algunas personas que están en el cristianismo hoy sólo tienen un entendimiento superficial de las verdades bíblicas, pero aun así nos calumnian, acusándonos de enseñar herejía. Cierto grupo hizo una declaración afirmando que las doctrinas fundamentales de la Biblia son solamente las palabras que habló Jesucristo a Sus doce discípulos en la tierra, y que todo lo demás no es fundamental. Ellos hablan con mucho denuedo y confianza como si todos los razonamientos estuvieran de su parte, pero esto en realidad saca a relucir su ignorancia. No solamente este grupo ha hecho esta declaración; también algunos de una denominación destacada en el Oriente han dicho casi lo mismo. Algunos de entre ellos han dicho: “A nosotros únicamente nos interesan los cuatro Evangelios; no nos interesan las Epístolas”. Esto nos muestra que el recobro del Señor, al afrontar esta situación, indudablemente está peleando la batalla por la verdad.
En Juan 16:12-13 el Señor Jesús claramente les dijo a Sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de realidad, Él os guiará a toda la realidad”. Si las enseñanzas fundamentalistas incluyeran únicamente las palabras que Jesucristo habló a Sus discípulos en la tierra, ¿no sería contradictorio lo que el Señor afirmó aquí? Las palabras del Señor Jesús indican que Él aún tenía muchas cosas importantes que no podía decir a los discípulos en aquel entonces porque no las entenderían. Ellos tenían que esperar hasta más tarde cuando el Espíritu de realidad viniera y les dijera dichas cosas. Según la Biblia, después que el Espíritu vino, ¿por medio de quién habló? Principalmente lo hizo por medio de Pablo. El Nuevo Testamento consta de veintisiete libros, y solamente Pablo escribió catorce Epístolas. Si únicamente lo que Jesucristo habló a Sus discípulos en la tierra cuenta como enseñanzas fundamentalistas, y no las catorce epístolas de Pablo, entonces el Nuevo Testamento quedaría reducido a la mitad y, por ende, estaría incompleto.
Con el fin de defender la verdad, publicamos un folleto titulado What a Heresy—Two Divine Fathers, Two Life-giving Spirits, and Three Gods [¡Qué herejía!: Dos Padres divinos, dos Espíritus vivificantes y tres Dioses]. En este folleto señalamos que, con respecto al Dios Triuno, a muchos cristianos únicamente les interesan las tradiciones; no les importan las palabras claras y precisas de la Biblia. A fin de guardar las tradiciones, ellos incluso creen en dos Padres divinos, dos Espíritus vivificantes y tres Dioses. En primer lugar, Isaías 9:6 dice claramente que el Hijo es llamado Padre eterno. Sin embargo, algunos tergiversan este versículo diciendo que, según el hebreo, la palabra eterno no es un adjetivo sino un sustantivo; por consiguiente, la expresión Padre eterno significa Padre de la eternidad, tal y como se dice que George Washington es el padre de los Estados Unidos y que Thomas Edison es el padre de la electricidad. Así pues, según ellos, el Padre eterno se refiere a otro Padre, no al Padre que figura entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. En segundo lugar, en 1 Corintios 15:45 Pablo dice: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”. El postrer Adán, quien es Cristo, fue hecho Espíritu vivificante en la resurrección. Sin embargo, algunos también tergiversan este versículo, diciendo que esto se refiere al Espíritu vivificante, y no al Espíritu Santo. En otras palabras, además del Espíritu Santo, ellos creen que hay otro llamado Espíritu vivificante. Tercero, concerniente a la verdad del Dios Triuno, ellos dicen que el Padre es un Dios, el Hijo es un Dios, y el Espíritu es un Dios, y que los tres están separados el uno del otro porque son tres personas. Esto nos muestra que su conocimiento de la verdad es completamente superficial e incluso erróneo. Debido a su ignorancia en cuanto a la verdad, ellos incluso preguntan: “¿Cómo puede Cristo, quien es el gran Amo soberano, morar en los creyentes? ¿Cómo puede nuestro cuerpo, que es tan pequeño, contenerlo a Él?”. Es evidente que estas personas sencillamente no conocen la verdad.
En la teología china se halla la enseñanza de “tres personas, pero un solo cuerpo”. Por lo general, la gente piensa que esta frase se refiere a tres personas que tienen un solo cuerpo físico. En una denominación destacada en el Oriente, se exhibe un cuadro en el que aparece la figura de un cuerpo con tres cabezas; ésta es la supuesta Trinidad de ellos. Según la historia de la teología de los primeros días, los misioneros occidentales, al traducir la terminología teológica, crearon la frase “tres personas, pero un solo cuerpo” con la ayuda de sus maestros chinos. Sin embargo, la palabra cuerpo no se refiere a un cuerpo físico sino a una sustancia. Por lo tanto, la expresión “tres personas, pero un solo cuerpo” debe entenderse como “tres personas, pero una sola sustancia”. Colosenses 2:16-17 dice que la comida, la bebida, los días de fiesta, las lunas nuevas y los Sábados son sombras, pero que el cuerpo (la sustancia) es de Cristo. Éste es el uso apropiado de la palabra cuerpo en la expresión “tres personas, pero un solo cuerpo”. Tengo la confianza de decir esto porque he estudiado la Biblia a cabalidad y examinado toda la historia de la teología.
También hay otros que dicen que es una herejía enseñar a las personas a comer al Señor Jesús. Sin embargo, la enseñanza respecto a comer al Señor Jesús no es mi enseñanza; esto fue algo que el Señor mismo enseñó en Juan 6:57. Él dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí”. Los traductores de la versión Chinese Union traducido al mandarín no se atrevieron a traducir literalmente este versículo, así que lo tradujeron: “El que come Mi cuerpo”. Ellos se basan en que el Señor repite dos veces la frase: “El que come Mi carne y bebe Mi sangre” (vs. 54, 56), y que también dice: “Y el pan que Yo os daré es Mi carne” (v. 51b). Sin embargo, traducir el versículo 57 como “el que come Mi cuerpo” crea un problema, pues hace que las personas piensen que el cuerpo físico del Señor es comible. Ellos no ven que en el versículo 63 el Señor explica esto, diciendo: “El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha”. Esto significa que el Señor no les da a las personas Su cuerpo físico para que lo coman, porque esto no les aprovecharía para nada. Lo que Él les da a las personas es el Espíritu que da vida, es decir, Él mismo en resurrección. No sólo eso, sino que lo dicho por el Señor en los versículos 54 y 56: “El que come Mi carne y bebe Mi sangre”, implica Su muerte. La separación de la sangre y la carne indica que el Señor dio Su cuerpo y derramó Su sangre para que nosotros pudiéramos tener vida eterna. También hemos dicho que comer al Señor es una forma figurativa de hablar; y significa recibir al Señor en nosotros como nuestro suministro de vida. Éste es el verdadero significado de comer al Señor. Sin embargo, sin escudriñar este asunto, los opositores se precipitan a decir que comer al Señor es una herejía. De hecho, la verdadera herejía es decir que se come el cuerpo físico del Señor. Ésa es una mentira con la cual Satanás engaña a las personas en su modo de operar en el cristianismo.
Es preciso que veamos la verdad pura en la Palabra. La Biblia nos muestra que Dios es triuno, no para que tengamos un entendimiento doctrinal de Él, sino para que lo experimentemos y disfrutemos. A fin de llegar a ser nuestra experiencia, el Dios Triuno tenía que dar dos pasos. En primer lugar, tenía que resolver los problemas en nosotros relacionados con el pecado, el yo, el hombre natural, la naturaleza corrupta, Satanás, el mundo y las ordenanzas. Como personas caídas que somos, hemos sido contaminados por estas cosas. Podemos compararnos con un vaso que se ha ensuciado y necesita ser limpiado por dentro y por fuera. Puesto que el Dios Triuno desea entrar en nosotros para ser nuestro disfrute, primero tuvo que pasar por un proceso para efectuar la redención. Este paso lo llevó a cabo el Señor Jesucristo. Luego, después de efectuar la redención, Él puede entrar en nosotros. Éste fue el segundo paso de Su proceso.
Las enseñanzas dadas por muchos en el cristianismo son incompletas. Ellos enseñan al Cristo que fue crucificado en la cruz, pero no al Cristo que entra en nosotros. Ellos enseñan que Cristo murió por nosotros, pero no enseñan que Cristo vive en nosotros. Cristo murió en la cruz por nosotros por nuestra redención, pero vive en nosotros para ser nuestra vida. A fin de resolver nuestros problemas, Cristo tenía que ser el Redentor; pero a fin de entrar en nosotros como nuestra vida, Él tenía que llegar a ser el Espíritu vivificante. Si Cristo no fuera el Redentor, no podría resolver nuestros problemas; pero si Él fuera el Redentor mas no el Espíritu vivificante, no podría entrar en nosotros para ser nuestra vida. Por esta razón, la Biblia en dos ocasiones nos dice que Cristo llegó a ser algo. Él primeramente se hizo carne (Jn. 1:14), y después, el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45).
El capítulo 1 de Juan dice que en el principio era la Palabra, que la Palabra era Dios y que la Palabra se hizo carne para ser el Redentor. Esto es lo primero que Él llegó a ser. El primer paso que Dios dio fue el hacerse carne para tener sangre que derramar a fin de resolver todos nuestros problemas, el principal de los cuales era el problema del pecado. Hebreos 9:22 dice: “Sin derramamiento de sangre no hay perdón”. A fin de tener sangre, era necesario que Dios se hiciera carne. El Señor Jesús era Dios hecho carne, y en Su carne fue crucificado por nosotros en la cruz. Él dijo que Su sangre era derramada por nosotros para perdón de pecados (Mt. 26:28). Él derramó Su sangre y murió, fue sepultado y al tercer día resucitó. Después de esto, ascendió a los cielos. Según la enseñanza de algunos en el cristianismo, después que Cristo descendió de Su trono para redimirnos, regresó a Su trono y ya no está más entre nosotros. No obstante, el Nuevo Testamento claramente revela que en Su resurrección Cristo, por un lado, ascendió y regresó a Su trono y, por otro, fue hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Esto es lo segundo que Él llegó a ser, el segundo paso que Dios dio.
La palabra griega traducida se hizo y fue hecho en estos dos pasajes de la Biblia es una palabra enfática; alude a un propósito específico para lograr una meta determinada. Dios es un Dios que tiene una economía, y para lograr Su meta particular Él tiene un procedimiento muy definido. El hecho de que Dios se hizo carne no es algo insignificante, sino un hecho formidable; éste fue un paso deliberado que Dios dio para alcanzar Su meta particular, la cual en el aspecto negativo consistía en redimirnos, y en el aspecto positivo, en liberar Su vida. Luego el Cristo encarnado, el postrer Adán, dio otro paso con un propósito muy definido, a saber, fue hecho Espíritu vivificante a fin de impartirnos la vida que había liberado, la cual es Él mismo.
El Dios Triuno está estrechamente relacionado con nuestra experiencia de Cristo. De hecho, según nuestra adecuada experiencia de este Cristo, Él es el Dios Triuno. Juan 1:1 dice: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”. Según la carne, Cristo era de Israel, de la tribu de Judá, pero Romanos 9:5 dice que Él “es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos”. Él es un hombre y también es Dios. Él es Dios el Hijo y también es el Dios Triuno bendito por los siglos. Hebreos 1:8 dice: “Mas del Hijo dice: ‘Tu trono, oh Dios; por el siglo del siglo; cetro de rectitud es el cetro de Tu reino’”. Esto comprueba que el Hijo es Dios, el propio Dios que está sentado en el trono. Dios es triuno, pues incluye al Padre, al Hijo y al Espíritu. Cuando afirmamos que el Hijo es Dios, no queremos decir que Él apenas es una tercera parte de Dios, sino que es el Dios Triuno mismo. Esto es difícil de explicar en doctrina, pero muy fácil de entender en la experiencia. Cuando experimentamos al Hijo, experimentamos al Dios Triuno. No sólo eso, en nuestra experiencia, Dios el Padre es el Dios Triuno y también lo es Dios el Espíritu. No podemos separar al Dios Triuno, esto es, al Padre, al Hijo y al Espíritu. Todos los problemas doctrinales en cuanto al Dios Triuno se deben a nuestra mentalidad subjetiva.
Colosenses 2:9 dice: “Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. La plenitud de la Deidad, que es el Dios Triuno mismo, mora corporalmente en Cristo. Esto significa que Cristo es el Dios Triuno corporificado; el Dios Triuno mora en Cristo en forma corporal. También significa que Cristo es el Dios Triuno completo, esto es, el Padre, el Hijo y el Espíritu. Por tanto, Cristo es la corporificación del Dios Triuno completo. Es por ello que decimos que, según el Nuevo Testamento, nuestro Señor Jesús es el Dios Triuno completo, el Dios completo.
Juan 14:9 dice: “Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre”. Con respecto a este versículo, el cristianismo tiene dos clases de explicación. Una escuela de pensamiento dice que Cristo es el Padre, mientras que la otra dice que Él no es el Padre, sino que sólo representa al Padre. Ninguna de estas afirmaciones es completamente acertada. Decir que Cristo solamente representa al Padre es un grave error, y decir que Él es el Padre es demasiado directo. La manera acertada es decir que Cristo es la expresión del Padre; por lo tanto, cuando le vemos, vemos al Padre. Es por ello que este asunto es tan maravilloso y misterioso. Cuando vemos al Hijo, vemos al Padre porque el Hijo es la expresión del Padre.
No podemos separar al Hijo del Padre. Decir que cuando vemos al Hijo vemos al Padre, significa que el Hijo está aquí y también el Padre. Así pues, en el versículo 10 el Señor añadió: “Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí”. Esto indica que el Señor Jesús es el Dios completo y que Él es también la corporificación del Dios completo. El Padre está en Él, y Él está en el Padre. Por lo tanto, cuando experimentamos a Cristo, nos relacionamos completamente con el Padre. Este Cristo a quien experimentamos tiene al Padre en Él, y Él también está en el Padre; los dos no pueden ser separados. Cuando nosotros experimentamos y disfrutamos a Cristo, experimentamos y disfrutamos al Padre quien está en Cristo y en quien Cristo está. Esto nos permite ver que el Dios Triuno no nos es dado para ser el objeto de un debate doctrinal, sino para nuestra experiencia y disfrute.
Cristo es Aquel que es la corporificación del Dios Triuno completo, a quien no podemos separar. Cuando tenemos al Señor Jesús, tenemos a Dios porque Cristo es Dios. Asimismo, cuando tenemos al Señor Jesús, tenemos al Padre porque el Padre está en Él y Él está en el Padre. Además, puesto que Cristo llegó a ser el Espíritu vivificante en Su resurrección, cuando le tenemos a Él, también tenemos al Espíritu. Juan 3:34 dice: “Porque el que Dios envió, habla las palabras de Dios; pues no da el Espíritu por medida”. El que Dios envió es Cristo. Él fue enviado por Dios no sólo para hablarnos las palabras de Dios, sino también para darnos el Espíritu sin medida. Él puede hacer esto porque las palabras que nos habla son espíritu y son vida (6:63). Cada palabra que Él nos habla es espíritu; por tanto, Él nos da el Espíritu sin medida. Si queremos recibir al Espíritu que Él nos da, debemos escuchar Sus palabras. Esto demuestra que el Espíritu es Cristo mismo. Por tanto, cuando experimentamos a Cristo, experimentamos al Dios Triuno; cuando experimentamos a Cristo, experimentamos al Padre y al Espíritu.
Juan 14:23 dice: “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. Este versículo nos dice que el Padre y el Hijo harán morada en los creyentes. Los versículos 25 y 26 dicen a continuación: “Os he dicho estas cosas mientras permanezco con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre, Él os enseñará todas las cosas”. El versículo 26 habla del Padre y del Hijo, y también dice que el Padre enviaría el Espíritu Santo en nombre del Hijo. Esto significa que cuando experimentamos al Hijo, experimentamos al Padre y al Espíritu simultáneamente. En nuestra experiencia los tres —el Padre, el Hijo y el Espíritu— son uno solo. Desgraciadamente, por la influencia de la teología tradicional del cristianismo, muchas personas hoy en día piensan que cuando experimentan a Cristo, experimentan únicamente al Hijo, sin ninguna participación por parte del Padre y del Espíritu. Sin embargo, si nuestra experiencia no está relacionada con el Dios Triuno, no es una verdadera experiencia de Cristo. La Biblia claramente revela que Cristo está intrínsecamente relacionado con el Dios Triuno, con el Padre, Hijo y Espíritu. Cristo no viene solo; Él viene con el Padre. Además, el Padre envía no sólo a Cristo, sino también al Espíritu en nombre del Hijo. Todos los que conocen la Biblia saben que el nombre denota a la persona misma. Por lo tanto, el nombre del Hijo denota la persona del Hijo. El hecho de que el Padre envíe al Espíritu en nombre del Hijo significa que Él envía al Espíritu en el Hijo.
Juan 15:26 dice: “Pero cuando venga el Consolador, a quien Yo os enviaré del Padre, el Espíritu de realidad, el cual procede del Padre, Él dará testimonio acerca de Mí”. En griego, el significado de la frase del Padre es que el Espíritu de realidad, a quien el Hijo envía, no sólo viene del Padre, sino también con el Padre. Juan 14:26 dice que el Padre envía al Espíritu en el Hijo, y 15:26 dice que el Hijo envía del Padre al Espíritu y que cuando el Espíritu viene, viene con el Padre. Cuando juntamos estos dos versículos, vemos claramente que cuando el Espíritu viene, el Padre no se queda en el cielo, sino que viene con el Espíritu; más aún, el Padre no viene solo, sino que viene en el Hijo. Esto comprueba que el Hijo también viene con el Padre. Esto nos muestra que cuando Cristo viene, el Dios Triuno viene. Cuando experimentamos a Cristo, experimentamos al Dios Triuno, esto es, al Padre, al Hijo y al Espíritu.
El problema hoy en día radica en que muchas veces tenemos ideas preconcebidas acerca de la verdad. Debido a nuestra subjetividad, no logramos entrar en la revelación de la Biblia, aunque la leamos muchas veces. Necesitamos ser pobres en espíritu y pedirle al Señor que abra los ojos de nuestro corazón para que podamos ver claramente que el Dios Triuno es inseparable en nuestra experiencia.
Cuando el Espíritu viene, el Dios Triuno viene. El Espíritu no viene solo y deja al Padre en el cielo. Juan 15:26 dice que el Espíritu viene del Padre y con el Padre. El Padre es la fuente, y cuando el Espíritu viene de la fuente, no deja la fuente sino que viene con ella. De igual manera, 14:10 dice que el Padre está en el Hijo y el Hijo está en el Padre. Por tanto, cuando el Padre viene, no deja al Hijo, sino que viene con Él. Además, el versículo 26 dice que el Padre envía al Espíritu en nombre del Hijo, es decir, en la persona del Hijo. Puesto que el Hijo y el Padre son uno (10:30) y Ellos moran el uno en el otro en coinherencia, el Espíritu Santo quien es enviado no sólo viene del Padre, sino también del Hijo, y viene con el Padre y con el Hijo. Esto demuestra que el Padre, el Hijo y el Espíritu son un solo Dios, el Dios Triuno, quien llega a nosotros para impartirse en nosotros como nuestra vida y todo nuestro suministro. La teología cristiana de hoy en día ha separado por completo al Padre, Hijo y Espíritu. Esto se debe a la falta de conocimiento en cuanto a la Trinidad Divina. En realidad, no es posible experimentar al Hijo sin experimentar también al Padre y al Espíritu. El Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— no pueden ni deben ser separados.
Hemos visto que a fin de que experimentáramos al Dios Triuno, Él tenía que dar dos pasos. El primer paso fue la redención efectuada por el Hijo y el segundo paso es la aplicación del Espíritu. Por lo tanto, Efesios 2:18 dice: “Porque por medio de Él [el Hijo] los unos y los otros tenemos acceso en un mismo Espíritu al Padre”. Es imposible hallarnos por medio del Hijo y no tener acceso al Padre. También es imposible hallarnos por medio del Hijo y tener acceso al Padre, mas no estar en el Espíritu. Esto indica que si experimentamos a Cristo, seremos conducidos a la experiencia y disfrute del Dios Triuno. Si queremos experimentar al Dios Triuno, necesitamos experimentar a Cristo. Por tanto, enseñamos la verdad en cuanto a la Trinidad no para tener un debate con los demás, sino para nuestra experiencia subjetiva. Todos necesitamos que nuestros ojos sean abiertos para que veamos que sólo cuando experimentamos al Dios Triuno, podemos verdaderamente experimentar a Cristo. Nuestro Cristo hoy en día no es solamente Cristo el Hijo. Él es el Cristo todo-inclusivo, y es el Dios Triuno.
Juan 14 dice que el Padre envía al Espíritu en el Hijo, mientras que el capítulo 15 dice que el Hijo envía al Espíritu desde el Padre y con el Padre. Juan escribió tanto el Evangelio de Juan como el Apocalipsis, y Apocalipsis 22:17 habla del Espíritu y la novia. El Espíritu es uno con la novia, la iglesia. Puesto que el versículo 17 se encuentra al final de todo el Nuevo Testamento, el Espíritu aquí se refiere no simplemente al Espíritu Santo, sino a la consumación final del Dios Triuno procesado. En el Espíritu se hallan el Padre, el Hijo y el Espíritu. Cuando el Espíritu viene, el Dios Triuno viene. Ésta es la conclusión que se deriva de nuestros muchos años de estudio de la Palabra.
Si hemos de experimentar a Cristo, necesitamos ver que Cristo llegó a ser el Espíritu vivificante en Su resurrección. En 1 Corintios 15:45 se nos dice: “‘Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”. La expresión fue hecho alude a un proceso que involucra muchas cosas. Si conectamos este versículo con Juan 14:26 y 15:26, podemos ver que el Espíritu vivificante es el Espíritu que el Padre envió en el Hijo y que también el Hijo envió del Padre y con el Padre. Además, el Hijo y el Padre vienen con el Espíritu. Por lo tanto, la frase fue hecho no sólo se refiere a que el Hijo llegara a ser el Espíritu por medio de Su muerte y resurrección, sino también al hecho de que el Padre enviara al Espíritu en el Hijo y el Hijo enviara al Espíritu desde el Padre y con el Padre.
El Señor Jesús era la Palabra hecha carne. Puesto que la Palabra era Dios, el hecho de que la Palabra se hiciera carne significa que Dios se hizo carne. El procedimiento por el cual Dios se hizo carne consistió en que Él entró en el vientre de María al ser concebido del Espíritu Santo (Lc. 1:35; Mt. 1:20). El hombre Jesús era Dios hecho carne con la esencia divina y la esencia humana; por tanto, Él es tanto Dios como hombre. Esto ciertamente es un misterio. En la encarnación, Dios se hizo carne, pero el que nació fue el Hijo, cuyo nombre era Emanuel, esto es, Dios con nosotros. Por lo tanto, el Hijo es Dios, e incluso el Dios Triuno. Esto nos muestra que la encarnación incluía al Padre, el Hijo y el Espíritu. En estos dos pasos en que el Dios Triuno llegó a ser algo —el que llegara a ser carne y llegara a ser el Espíritu vivificante— el Padre, el Hijo y el Espíritu pasaron por un proceso. Es por ello que decimos que no es posible experimentar a Cristo independientemente del Padre y del Espíritu.
Puesto que Cristo es el Espíritu vivificante, Él puede entrar en nosotros. Pero, ¿en qué parte de nuestro ser entra? Definitivamente no entra en nuestra mente. Lo más que nuestra mente puede hacer es ayudarnos a aprehender a Cristo, pero no puede contenerle. En 2 Timoteo 4:22 leemos: “El Señor esté con tu espíritu”. El Señor es el Espíritu vivificante, y nosotros tenemos en nuestro interior un espíritu regenerado. Hoy el Señor como Espíritu vivificante entra en nuestro espíritu regenerado para estar con nosotros. Por tanto, para experimentar a Cristo debemos ejercitar nuestro espíritu. Es posible tener una mesa servida con alimentos y bebidas en abundancia, pero a menos que comamos y bebamos de lo que está servido, toda esa abundancia no tendrá nada que ver con nosotros. Si queremos disfrutar del rico alimento que está servido en la mesa, tenemos que abrir nuestra boca para comer y beber. De igual manera, Cristo nuestro Señor es Aquel que es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Él es Dios que se hizo carne para ser nuestro Redentor, y también es todo-inclusivo. Sin embargo, si Él únicamente estuviera en el trono, no tendría nada que ver con nosotros. Gracias al Señor, hoy en día Él es el Espíritu vivificante, y nosotros también tenemos un espíritu en nuestro interior que puede tener contacto con Él y recibirle. Por lo tanto, al ejercitar nuestro espíritu nosotros podemos obtenerle, recibirle y disfrutarle. Cuando le experimentamos, al mismo tiempo experimentamos al Padre y al Espíritu, quienes están en Él. Es de este modo que experimentamos al Dios Triuno.
En Juan 20:22 el Señor se apareció a Sus discípulos en la noche del día de Su resurrección, y sopló en ellos, diciendo: “Recibid al Espíritu Santo”. Éste era el Espíritu, el Consolador, a quien el Señor había prometido en los capítulos 14 y 15. Después que el Señor hizo esta promesa a Sus discípulos en estos dos capítulos, Él les dio a entender que iba a morir, a ser sepultado, y que regresaría en resurrección. Por medio de Su muerte y Su resurrección, el Señor llegó a ser el Espíritu vivificante, y en la noche del día de Su resurrección vino a Sus discípulos para infundirse en ellos, y ser su vida y su todo como cumplimiento de Su promesa. Asimismo, Él está en nosotros hoy en calidad de Espíritu vivificante. Simplemente al ejercitar nuestro espíritu podemos experimentarlo subjetivamente.
Todos los asuntos mencionados anteriormente están relacionados con el aspecto esencial del Dios Triuno, es decir, tienen que ver con Su ser y Su persona. La persona de Dios es lo que Cristo es; éste es el aspecto esencial. La Trinidad Divina tiene otro aspecto, el cual es el aspecto económico. Según el aspecto esencial, cuando el Hijo murió en la cruz, el Padre en Él también pasó por la muerte con Él (Hch. 20:28b), y el Espíritu en Él también participó junto con Él en la crucifixión (He. 9:14). Sin embargo, según el aspecto económico, fue el Hijo quien murió en la cruz por nosotros para llevar a cabo el propósito de Dios. El Padre planeó, el Hijo llevó a cabo el plan de Dios, y el Espíritu aplica lo que el Hijo logró. En la mesa del Señor, nosotros, como los redimidos por el Hijo, primeramente recordamos al Hijo y luego adoramos al Padre siendo guiados por el Hijo. Por lo tanto, la mesa del Señor no tiene que ver principalmente con el aspecto esencial, sino con el aspecto económico de la Trinidad Divina.
Todos los asuntos mencionados anteriormente son verdades cruciales y profundas de las Santas Escrituras. El Padre está en el Hijo, y el Hijo está en el Padre; éste es el aspecto esencial de la Trinidad Divina. Por un lado, los Evangelios nos muestran repetidas veces que el Hijo oró al Padre e incluso alzó Sus ojos al cielo mientras oraba (Jn. 11:41; 17:1); éste es el aspecto económico de la Trinidad Divina. Si sólo tuviésemos el aspecto esencial de que el Padre está en el Hijo y el Hijo está en el Padre, los dos podrían comunicarse íntimamente sin que el Hijo orara al Padre. Puesto que los dos moran el uno en el otro en coinherencia y, por tanto, son uno solo, ¿por qué el Hijo aún necesitaba orar al Padre alzando Sus ojos al cielo? Esto nos muestra que definitivamente hay otro aspecto, el cual es el aspecto económico.
Además, el Señor Jesús fue concebido y nació en virtud de que el Espíritu Santo entrara en el vientre de María. Por tanto, el Espíritu Santo es la esencia de lo que el Señor es (Mt. 1:20). El hombre Jesús no sólo poseía la esencia humana, sino que también tenía al Espíritu Santo en Su interior como Su esencia divina. Así pues, Él es un Dios-hombre. Sin embargo, cuando fue bautizado en el río Jordán, ¿por qué el Espíritu Santo descendió sobre Él como paloma (Mt. 3:16)? Él había nacido del Espíritu Santo, así que tenía en Su interior el elemento del Espíritu Santo (Lc. 1:35); esto tiene que ver con la esencia. No obstante, en el momento de Su bautismo el Espíritu Santo descendió sobre Él como Su poder para que cumpliera Su ministerio; esto tiene que ver con la economía. El aspecto esencial tiene que ver con Su ser interior, mientras que el aspecto económico tiene que ver con Su poder externo. Cuando el Señor Jesús nació, el Espíritu estaba dentro de Él como Su ser divino, y cuando fue bautizado para llevar a cabo Su ministerio para Dios, el mismo Espíritu tuvo que descender sobre Él externamente como Su poder. El mismo Espíritu primeramente estuvo dentro de Él como Espíritu de vida, y después sobre Él externamente como Espíritu de poder. Asimismo, cuando nosotros fuimos regenerados, recibimos al Espíritu de vida. Luego, cuando somos llenos del Espíritu Santo y experimentamos el derramamiento del Espíritu Santo, recibimos al Espíritu de poder. El Espíritu de vida en nuestro interior corresponde al aspecto esencial, mientras que el Espíritu de poder externamente corresponde al aspecto económico.
Ya tenemos al Espíritu esencialmente dentro de nosotros, pero aún necesitamos ejercitar nuestro espíritu diariamente y orar sin cesar para recibir poder económicamente. En 1 Tesalonicenses 5:17 se nos dice: “Orad sin cesar”. Muchas personas, debido a que tienen un concepto equivocado, se preguntan cómo podrían tener tantas cosas por las cuales orar sin cesar. En realidad, la oración es nuestra respiración espiritual mediante la cual ejercitamos nuestro espíritu para disfrutar al Señor. Nosotros no respiramos sólo cuando tenemos problemas y dejamos de respirar cuando no tenemos problemas. De igual manera, no oramos únicamente cuando tenemos problemas; antes bien, contactamos al Señor continuamente. Este Señor es el Dios Triuno quien está en nosotros en calidad de Espíritu. Cuando oramos y ejercitamos nuestro espíritu, tocamos al Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— y recibimos el suministro de vida. En nuestra experiencia estos tres son inseparables. Ésta es la verdad en cuanto a la Trinidad Divina. Necesitamos experimentar esta verdad rica y subjetivamente y llevar un poderoso testimonio de ella.