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Mensajes del libro «Cultivar la siguiente generación para la vida de iglesia»
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LECCIÓN VEINTE

CÓMO GUIAR A LOS JÓVENES

(1)

  Lectura bíblica: Lc. 9:55; Mt. 18:10; 4, Lc. 15:20; 24:15, 17-19

  1. Si desean ayudar a los jóvenes, primero necesitan interesarse por ellos:
    1. No debemos buscar primero las faltas en los jóvenes; pues si lo hacemos, no podremos ayudarles—Lc. 9:55; Mt. 18:10:
      1. Algunos tienen preferencia por los jóvenes a quienes consideran buenos, pero hacen una mueca y dan muestras de desaprobación cuando ven a aquellos a quienes no consideran buenos; esto está mal.
      2. Con frecuencia, Dios nos prueba que nuestra evaluación de aquellos a quienes consideramos buenos, es incorrecta; en cambio, Dios puede usar grandemente a aquellos a quienes no consideramos buenos.
    2. Sin considerar si los jóvenes son buenos o malos, debemos tratar igual a todos, nos deben caer bien y debemos interesarnos por ellos:
      1. Juegue algún juego con ellos, y cuando el juego termine, hábleles acerca del Señor Jesús; ésta es una verdadera habilidad.
      2. Sin embargo, si no puede hablarles del Señor Jesús, porque Él le ha dejado mientras usted jugaba pelota, entonces su espiritualidad es falsa.
    3. Si queremos ayudar a los jóvenes, primero necesitamos interesarnos por ellos; no se preocupen tanto por sus errores; no los condenen en nada—cfr. Lc. 24:13-35.
    4. Debemos dejarles sentir a los jóvenes que somos sus buenos amigos, que los entendemos y nos interesamos en ellos y en sus asuntos.
    5. Todos debemos tener el corazón amoroso y perdonador del Padre y el espíritu de pastoreo y búsqueda del Salvador Cristo—15:20, 4; 2 Ti. 1:7:
      1. No debemos juzgar a las personas, porque nadie puede predecir lo que ellas serán.
      2. El espíritu que Dios nos ha dado es un espíritu de amor—v. 7.
      3. La iglesia no es una comisaría donde se arresta a las personas ni una corte judicial donde se juzga, sino un hogar de amor, un hospital y una escuela.
  2. Aprendan a hacer todo lo posible por ponerse en contacto con los jóvenes; la capacidad de ayudar a los hermanos y hermanas jóvenes no depende de que tengamos mucha habilidad para darles mensajes, sino de que tengamos contacto con ellos frecuentemente y con regularidad; recuerden no hablar sobre cosas espirituales al iniciar vuestro contacto con ellos:
    1. Cuando tengamos contacto con los hermanos y hermanas jóvenes, no debemos empezar preguntándoles: “¿Cuántos capítulos de la Biblia leíste hoy? ¿Oraste?”.
    2. Tales preguntas no se deben hacer hasta que hayamos tenido varios contactos con ellos, tal vez hasta después de ocho o diez veces.
    3. Si lo hacemos prematuramente, es probable que causemos una reacción negativa; si lo enredamos todo, es posible que él no reciba al Señor en toda su vida.
    4. Si les hablamos inmediatamente acerca de leer la Biblia y de orar, es posible estimular sus sentimientos negativos.
    5. Debemos esperar hasta tener más contactos con ellos y cultivar en ellos cierta simpatía y agrado por nosotros, y además, corresponderles con nuestra amistad.
    6. Una vez que hayamos tocado sus sentimientos y ganado su confianza, podemos comenzar a hablarles de cosas espirituales.
  3. Debemos dar énfasis a lo práctico en vez de recalcar las doctrinas; cuando ayudemos a los jóvenes, debemos dar énfasis al aspecto práctico:
    1. No debemos poner mucho énfasis en las doctrinas, no sólo cuando tenemos contacto personal con ellos, sino también cuando les predicamos el evangelio o les damos mensajes:
      1. Si les damos doctrinas y ellos solo vienen a escuchar, no habrá mucho resultado.
      2. Cuanta más doctrina les hablemos, más muertos, fríos y alejados estarán.
    2. Debido a que los jóvenes tienen muchos problemas prácticos, es imprescindible percibir sus sentimientos, comenzando con estos problemas:
      1. Necesitamos dedicar tiempo analizando los problemas que ellos tienen en su vida práctica, incluyendo los problemas que tenían antes y después de recibir la salvación.
      2. Basado en este análisis, lo que les hablemos al predicarles el evangelio o al edificarlos, será práctico y estará relacionado con los asuntos prácticos que afectan sus vidas.

Extractos de las publicaciones del ministerio:

DEBEMOS TENER INTERÉS EN LOS JÓVENES

  Primero que todo, ya dije antes y lo repito otra vez, si queremos ayudar a los jóvenes, debemos interesarnos por ellos. Visité un lugar donde había un grupo de hermanos y hermanas que tenían entre cuarenta y cincuenta años. Ninguno de ellos tenía nada bueno que decir de los jóvenes. Algunos me dijeron: “Hermano Lee, mire a los jóvenes que están entre nosotros. ¿Tienen buenos modales? No conocen la diferencia entre los mayores y los menores, entre ancianos y jovencitos. Cuando nos ven en la calle nos dan la espalda. Cuando nos ven en la entrada del salón de reunión, nos miran fijamente, sin respeto. Hermano Lee, debería dar un mensaje que ayude a estos jóvenes para que conozcan la diferencia entre los mayores y los menores, los ancianos y los jóvenes”. En otra ocasión, vino un hermano que tenía cerca de cincuenta años y me dijo: “Hermano Lee, mire a los jóvenes que están entre nosotros; tienen pocos modales. Caminan volando con los ojos mirando por todas partes; andan realmente sueltos”. Poco después, estuve con un grupo de hermanos de edad avanzada, y uno de ellos me pidió que diera un mensaje que enseñara a los jóvenes a ser obedientes. Él dijo: “Nuestros jóvenes simplemente no obedecen a los mayores”. Ese día sentí que era una buena oportunidad para compartirles una palabra, así que les dije: “Hermanos, me han hablado muchas veces de lo mal que se portan estos jóvenes. Quisiera preguntarles: Si ellos estuvieran bien, entonces, ¿para qué servirían ustedes los mayores? Sin duda, no se portan bien, pero ¿qué clase de ejemplo les han dado ustedes?”. Ese día les hablé por largo tiempo con la intención de estimularlos a ayudar a los jóvenes y a interesarse por ellos. No debemos buscar primero las faltas en los jóvenes; pues si lo hacemos, no podremos ayudarles.

  Algunos tienen preferencia por los jóvenes a quienes consideran buenos, pero hacen muecas y dan muestras de desaprobación cuando ven a aquellos a quienes no consideran buenos. Esto está mal. A veces Dios le muestra a usted que su evaluación de aquellos a quienes considera buenos, es incorrecta. En cambio, Dios puede usar grandemente a aquellos a quienes usted no considera buenos. Por tanto, es difícil asegurar que aquellos que nos parecen buenos ahora, serán buenos en el futuro, y que aquellos que ahora nos parecen malos, serán malos mañana. Nunca debemos confiar en nuestro propio juicio. Esto también se aplica incluso cuando nos evaluamos a nosotros mismos. Hoy podemos ser buenos, pero esto no garantiza que lo seremos hasta el final. Podemos ser malos hoy, pero mañana el Señor puede cambiarnos y hacernos buenos. De la misma manera, sin considerar si los jóvenes son buenos o malos, debemos tratar igual a todos, quererlos e interesarnos por ellos. ¿Caminan ellos volando? Entonces vuele usted con ellos. ¿Su mirada divaga? Permita que sus ojos divaguen también. ¿Juegan a la pelota? Juegue con ellos, y cuando el juego termine, hábleles acerca del Señor Jesús. Esta es una habilidad genuina. Sin embargo, si no puede hablarles del Señor Jesús porque Él le ha dejado mientras usted jugaba pelota, entonces su espiritualidad es falsa.

  Quisiera darles otro ejemplo. Suponga que un hermano se encuentra con un joven en la calle. Le pregunta adónde va y él le dice: “Voy al cine porque estoy muy aburrido”. No lo debe regañar ni ponerle mala cara diciéndole: “¿Por qué vas al cine? ¿Cómo puedes hacer eso?”. Si hace esto, no podrá ayudar a ese joven. Es mejor que sostenga una breve conversación con él. Puede preguntarle qué película verá y a cuál teatro irá. Luego, debe caminar con él una distancia corta o pedir un taxi e ir con él. Mientras van en camino al cine, el hermano puede hablar sobre algunas cosas que estén en su corazón. Puede preguntarle: “¿Hermano, has disfrutado la lectura de la Palabra en los últimos dos días?”. De esta manera el hermano puede comenzar a hablar con él acerca de leer la Biblia. También le puede hablar acerca de la oración y preguntarle si ha orado recientemente. Cuando lleguen al cine el hermano le puede decir al joven: “Hermano, ya llegamos. Entra, yo pagaré el taxi. Tengo que ir a una reunión. Diez minutos antes de que acabe la película regresaré y estaré aquí esperándote”. En lugar de ser impaciente con el joven, el hermano está totalmente interesado en él. Si tiene algún dinero, le puede preguntar: “Hermano, ¿tienes suficiente dinero para la entrada? Si no, yo puedo darte algo”. Hermanos y hermanas, si ustedes pueden hacer esto, verán que sí pueden ayudar a ese joven. Temo que ustedes sean como “abogados” que, con rostros inexpresivos, les enseñan rigurosamente e incluso los condenan. Una vez que este joven recibe su condenación, quizás no sea capaz de ser liberado de las películas por el resto de su vida, es decir, no podrá vivir sin ellas. Irá al cine el resto de su vida debido a que usted lo provocó. No piensen que hablo sin sentido; sé muy bien lo que estoy diciendo.

  Esto es lo que el Señor Jesús hizo aquel día camino a Emaús. El Señor le preguntó a los dos discípulos: “¿Qué pláticas son éstas que tenéis entre vosotros mientras camináis?” (Lc. 24:17). Uno de ellos contestó: “¿Eres Tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?” (v. 18). Indudablemente, el Señor Jesús estaba bien enterado, pero aun así les preguntó: “¿Qué cosas?” (v. 19). Ellos hablaron mucho y el Señor Jesús los escuchó con paciencia. Caminaban monte abajo, y el Señor simplemente caminó con ellos. Sin embargo, al final, el Señor les abrió los ojos, y ellos cambiaron de actitud completamente. Hermanos y hermanas, creo que todos saben lo que quiero decir con estas palabras. ¿Desean ayudar a los jóvenes? Entonces, primero necesitan mostrar interés en ellos. No se preocupen tanto por sus errores; no los condenen en nada. Deben dejarles sentir que ustedes son sus buenos amigos, que ustedes los entienden y que se interesan por ellos y sus asuntos. Este es el punto principal. (Cómo guiar a los jóvenes, págs. 15-21)

  * * *

  Como he dicho antes, el espíritu de no pastorear ni buscar a otros y de no amar ni perdonar está esparciéndose y predomina en el recobro. Creo que nuestra esterilidad se debe a que no se tiene el corazón amoroso y perdonador del Padre y a que se carece del espíritu de pastoreo y búsqueda del Salvador. Me doy cuenta de que todos trabajan arduamente, pero casi no hay fruto. El Señor dice: “Por el fruto se conoce el árbol” (Mt. 12:33), y nosotros somos un árbol sin fruto. La esterilidad prevalece en todas partes entre nosotros. Según las estadísticas, un pastor capacitado y amoroso que tal vez no tenga un don particular ni sea elocuente, sino que simplemente visita a las personas y las recibe cuando vienen a su reunión, tendrá un aumento anual del diez por ciento. Sin embargo, nosotros no tenemos ni eso. ¿Pueden ver cuán estériles estamos? Muchos de ustedes son buenos oradores y conocen las verdades bíblicas más elevadas. Las verdades que nosotros tenemos son mucho más elevadas que las que tienen en la cristiandad. Sin embargo, no tenemos fruto, porque carecemos del corazón amoroso y perdonador del Padre, y del espíritu de búsqueda y pastoreo del Hijo. Condenamos a otros y les imponemos reglas, en vez de buscarlos y pastorearlos. Tenemos una gran escasez en amar y en pastorear. Estos son los factores vitales para que podamos llevar fruto, es decir: ganar personas. Me preocupa bastante nuestro entrenamiento de tiempo completo. ¿Entrenamos a los jóvenes para que ganen a las personas o para que les impongan normas? Necesitamos meditar sobre nuestro camino, como dijo Hageo (1:5). Nuestro método no es correcto; hay algo que no está bien. (Una exhortación amorosa a los colaboradores, ancianos y los que aman y buscan al Señor, págs. 42-43)

TENER EL CORAZÓN DE NUESTRO PADRE DIOS QUE NOS AMA Y NOS PERDONA Y EL ESPÍRITU DE NUESTRO SALVADOR CRISTO QUE NOS PASTOREA Y NOS BUSCA

  Me gusta Lucas 15:1, donde dice: “Se acercaban a Jesús todos los recaudadores de impuestos y pecadores para oírle”. Los hombres rectos y justos no se asociaban con Él, pero los recaudadores de impuestos y los pecadores sí. Por eso, los fariseos murmuraron y se quejaron de nuevo. Entonces el Señor les dijo tres parábolas. La primera trata de un pastor que busca una oveja que se le perdió. De cien ovejas, se le perdió una; así que va a buscarla. ¿Por qué fue el Señor a una casa llena de hombres pecadores y deshonestos? Porque entre ellos había una oveja que le pertenecía y había ido a buscarla. La segunda parábola trata de la mujer que enciende una lámpara y barre la casa para buscar una moneda que perdió. La tercera parábola es la narración del hijo pródigo. Cuando el hijo pródigo regresa, en el camino prepara lo que le va a decir a su padre. Preparó las siguientes palabras: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (vs. 18-19). Mientras caminaba y ensayaba estas palabras, el Padre lo vio. Él versículo 20 dice: “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a compasión, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó afectuosamente”. El hecho de que el padre le viera de lejos no fue una coincidencia. Desde que el hijo se fue de la casa, el padre debe de haber salido a mirar y esperar su regreso todos los días. No sabemos cuántos días salió a esperar. Cuando el padre lo vio, corrió a él. Esto muestra cómo es el corazón del Padre. El padre interrumpió las palabras que el hijo traía preparadas y les dijo a los sirvientes que trajeran el mejor vestido, un anillo, las sandalias y que mataran el becerro gordo. Un maestro de la Asamblea de los Hermanos me dijo que en toda la Biblia sólo una vez dice que Dios corrió, y fue en este caso, cuando el padre ve regresar al hijo prodigo. Él corrió, y no pudo esperar. Así es el corazón del Padre.

  Les digo con toda franqueza que nosotros perdimos este espíritu entre los colaboradores, los ancianos y en los grupos vitales. No tenemos el espíritu compasivo que ame al mundo, a las peores personas. Clasificamos a la gente, y escogemos a los buenos. A lo largo de los años he visto a muchas personas buenas, pero muy pocas de ellas permanecieron en el recobro del Señor. Sin embargo, muchos de los que consideramos malos sí permanecieron. Al principio yo también clasificaba a las personas y catalogaba a algunas como malas, pero hoy día muchas de ellas aún están aquí. Si la elección dependiera de nuestros conceptos, ¿dónde estaría la elección de Dios? La elección depende de Dios, quien escogió a los Suyos antes de la fundación del mundo [...] Ninguno de nosotros lo hubiese escogido. Pero la decisión depende de la elección eterna de Dios.

  No clasifiquen a las personas. ¿Quién puede decir lo que ellas serán? Cuando yo jugaba a los dados a los 18 ó 19 años de edad, ¿quién habría pensado que este jugador estaría en Estados Unidos muchos años después para hablarle a la gente del Señor? ¿Quién me trajo aquí? Cristo, la escalera celestial. Él me llevó arriba, a Dios en los cielos, y me trajo a la tierra consigo mismo. La escalera celestial tiene muchos peldaños y Dios no me hizo subir en un solo año, sino en muchos años. Cuando llegué a la cumbre, conocí a Dios, y Él me equipó y me envió abajo de regreso. Vine abajo, primero a Taiwán, luego a las islas asiáticas del sur, y después vine a este país. Ahora estoy aquí. El pastor en mi pueblo no dijo de mí: “Sé que este hombre es un jugador de dados; no me cae bien, y no quiero a esta clase de miembro en mi iglesia”. Por el contrario, me visitó, y un día misteriosamente el Espíritu que busca, como la mujer mencionada en Lucas 15, me estaba buscando.

  ¿Por qué le dedico tanto tiempo a este asunto? Porque quiero pastorearlos y hacerlos discípulos, basándome en la Biblia, para que comprendan esto y cambien. El concepto del Dios-hombre es que Cristo vino a salvar pecadores, especialmente a los peores. Él salvó a los “bandidos”, incluso al líder de ellos, Saulo de Tarso. Pablo dijo: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Ti. 1:15). Pablo podía decir esto porque él había sido el peor pecador, ya que se oponía a Cristo. Él se rebeló contra Cristo, pero mientras lo hacía, Cristo lo derribó, lo llamó y lo salvó. Jesús mismo dijo: “Los que están fuertes no tienen necesidad de médico, sino los enfermos [...] No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt. 9:12-13). Es por esto que Él estuvo reclinado a la mesa entre los pecadores y los delincuentes, comiendo y disfrutando con ellos.

  Si nosotros perdemos este espíritu, aunque seamos ancianos, colaboradores o servidores, estamos acabados. A esto se debe principalmente que seamos tan estériles y que no hayamos llevado fruto en muchos años. Recientemente un hermano fue a cuidar a una pareja, pero sin este espíritu. Él los visitó a lo más diez veces y se desanimó. Ya que la pareja no tenía deseo de ver a este hermano, él dijo que era inútil seguir visitándolos. Cuando el pastor Yu me visitaba, a mí no me interesaba lo que él me decía, sin embargo, él siguió viniendo por tres o cuatro meses todas las semanas. Necesitamos esta misma actitud. Debemos cambiar nuestros conceptos. Tenemos muchos pensamientos naturales. Es por eso que necesitamos ser discipulados, pues así tendremos los conceptos divinos, los que hay en el corazón del Padre y en el corazón del Señor Jesús, quien vino a salvar a los pecadores.

  Nos gusta poner a las personas en rangos, y decimos que los colaboradores pertenecen a la primera categoría y que los demás están en un nivel inferior. Esto es absolutamente errado. No hay rango entre nosotros. Todos somos personas carnales y del mundo [...] Ni siquiera me considero apto para ser un pastor. Soy igual que los demás santos. Una vez que condenamos a alguien, perdemos la posición para cuidarlo. La condenación no nos provoca a que cuidemos a otros. ¿Quién en el género humano es digno de ser amado? A los ojos de Dios, nadie es digno de ser amado; aun así, Dios nos ama; Él ama al mundo. Preferiría no hablarles de esto, pero debo hacerlo por amor a ustedes a fin de pastorearlos.

  Tenemos que admitir que todos estamos en el mismo nivel, con sólo pequeñas diferencias en grado. No importa cuán superior uno parezca frente a otro aun estamos en el mismo nivel. Necesitamos comprender esto; entonces callaremos. No debemos hablar de otros, pues somos iguales a ellos. Si nos molesta que critiquen, nuestro espíritu nos dirá que nosotros también criticamos, y no nos atreveremos a hablar así. Somos iguales a los demás. Uno puede criticar diez por ciento, mientras que otro critica el quince. Somos lo mismo; pues todos criticamos.

  Debemos humillarnos, ya que el orgullo es el peor enemigo de Dios. Él resiste a los soberbios, y a los humildes da gracia (Jac. 4:6; 1 P. 5:5). Si criticamos, perdemos la gracia, y en vez de disfrutarla Dios nos resiste. Todos debemos aprender a pastorear. Esto no significa que porque yo los pastoreo, no necesito ser pastoreado. Yo necesito que ustedes me pastoreen. Todos tenemos defectos y faltas, cada uno los tiene. Por lo tanto, tenemos que humillarnos y buscar la gracia de Dios. Esto fortalece nuestro espíritu para que visitemos a la gente y la cuidemos, sin importar si ellos son buenos o malos. Independientemente de lo que sean, debemos ir a visitarlos y persistir.

  Necesitamos tener esta clase de amor e ir a decirle a los hermanos que se han enfriado y que piensan que la iglesia los juzga, y hacerles ver que la iglesia no condena a nadie. Al contrario, ella quiere ver que todos regresen. Si todos ellos regresaran, lloraría de agradecimiento ante el Señor. El Señor me es testigo de que yo no juzgo a nadie. No estamos calificados para condenar a nadie. Sin la misericordia del Señor, estaríamos en la misma posición que los santos que no han vuelto. Por lo tanto, debemos amarlos. Todo depende del amor. El rey Salomón dijo: “Pero el amor cubrirá todas las faltas” (Pr. 10:12). Amamos a las personas, a los opositores y a los más rebeldes. Lo digo de corazón. Los amamos; no los aborrecemos. ¿Quién soy yo? No tengo derecho a condenar ni a odiar. ¿Soy acaso perfecto? Aun el profeta Isaías, cuando vio al Señor, dijo: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos...” (Is. 6:5). ¿Quién está limpio? Si criticamos a los demás y decimos algo malo de ellos, no estamos limpios. (págs. 28-33)

EL ESPÍRITU QUE DIOS NOS DA ES UN ESPÍRITU DE AMOR

  El espíritu que Dios nos dio es nuestro espíritu humano regenerado en el cual mora el Espíritu Santo. Este espíritu es un espíritu de amor, por lo tanto, es un espíritu de poder y de cordura (2 Ti. 1:7). Tal vez pensemos que somos muy poderosos y sobrios, pero nuestro espíritu no es un espíritu de amor. Hablamos a las personas llenos de poder y de cordura, pero nuestras palabras las amenazan.

  Pablo dijo que debemos avivar el fuego del don de Dios (v. 6). El don principal que Dios nos dio es nuestro espíritu humano regenerado junto con Su Espíritu, Su vida y Su naturaleza. Debemos avivar el fuego de este don. Esto significa que tenemos que estimular nuestro espíritu para que éste arda. Romanos 12:11 dice que debemos ser fervientes en espíritu. Si nuestro espíritu no es un espíritu de amor, cuando avivemos el fuego de él quemaremos todo el recobro de modo negativo. Debemos tener un espíritu ferviente de amor, no un espíritu ferviente de autoridad que hace daño. Todo lo que se menciona en 2 Timoteo es un requisito para que nos enfrentemos con la degradación de la iglesia. ¿Cómo podemos vencer la degradación de la iglesia? Debemos tener un espíritu humano ferviente de amor. Bajo la degradación actual de la iglesia, todos necesitamos un espíritu de amor cuyo fuego sea avivado a fin de que seamos fervientes en espíritu. El amor prevalece de esta manera.

  Según mi observación durante años, la mayoría de los colaboradores tienen un espíritu humano de “poder”, pero no de amor. Necesitamos un espíritu de amor para conquistar la degradación de la iglesia actual. No debemos decir nada ni hacer nada que amenace a los demás. Al contrario, debemos hablar y obrar con un espíritu de amor, cuyo fuego ha sido avivado. Esto es lo que necesita el recobro.

  La iglesia no es una comisaría donde se arresta a las personas ni una corte judicial donde se juzga, sino un hogar donde se cultiva a los creyentes. Los padres saben que cuanto peores sean sus hijos, más necesitarán de su cuidado. Si nuestros hijos fueran ángeles, no necesitarían que fuéramos sus padres ni que les criáramos. La iglesia es un hogar de amor donde se cría a los hijos. La iglesia también es un hospital donde los enfermos son sanados y se recuperan. Finalmente, la iglesia es una escuela en la cual se enseña y se edifica a los indoctos que no tienen mucho entendimiento. Puesto que la iglesia es un hogar, un hospital y una escuela, los colaboradores y los ancianos deben ser uno con el Señor para cultivar, sanar, recuperar y enseñar a los demás en amor.

  Sin embargo, algunas iglesias son comisarías, donde se arresta a los pecaminosos, y cortes judiciales donde se les juzga. Pablo tenía otra actitud. Él dijo: “¿Quién está débil, y yo no estoy débil?” (2 Co. 11:29a). Cuando los escribas y los fariseos llevaron una mujer adúltera al Señor, Él les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Jn. 8:7). Después de que todos salieron, el Señor preguntó a la mujer pecaminosa: “Mujer, ¿dónde están los demás? ¿Ninguno te condenó?”. Ella dijo: “Ninguno, Señor”. Luego Jesús dijo: “Ni Yo te condeno” (vs. 10-11). ¿Quién no tiene pecado? ¿Quién es perfecto? Pablo dijo: “Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles” (1 Co. 9:22). Esto es amor. No debemos considerar que los demás están débiles, y nosotros no. Esto no es amor. El amor cubre y edifica, así que el amor es el camino más excelente para que seamos cualquier cosa y hagamos cualquier cosa para la edificación del Cuerpo de Cristo. (Los grupos vitales, págs. 75-76, 77-78)

HACER TODO LO POSIBLE PARA PONERSE EN CONTACTO CON LOS JÓVENES

  En segundo lugar, aprendan a hacer todo lo posible para ponerse en contacto con los jóvenes. La capacidad de ayudar a los hermanos y hermanas jóvenes no depende de que tengamos mucha habilidad para darles mensajes, sino de que tengamos contacto con ellos frecuentemente y con regularidad. Cuando tengamos contacto con los hermanos y hermanas jóvenes, no debemos empezar preguntándoles: “¿Cuántos capítulos de la Biblia leíste hoy? ¿Oraste?”. Tales preguntas no se deben hacer hasta que hayamos tenido varios contactos con ellos, tal vez hasta después de ocho o diez veces. Es importante tener en cuenta que no debemos hablar sobre cosas espirituales al iniciar nuestro contacto con ellos. Especialmente al hablar con un incrédulo es menester que guardamos este principio. No debemos hablarle acerca del Señor Jesús la primera vez que conversemos con él. Debemos restringirnos de mencionar al Señor Jesús porque queremos mantener una relación duradera con él. Descubriremos que, al mantener contacto con él, aunque parezca que estamos retrocediendo, en realidad, estamos avanzando. Necesitamos percibir su sentir como persona, hasta que un día, en el momento preciso, podamos impartirle el evangelio. De esta manera tendremos éxito con él. Sin embargo, si lo hacemos precipitadamente, es probable que causemos una reacción negativa. Si enredamos todo, es posible que él no reciba al Señor en toda su vida. Lo mismo se aplica a todos los jóvenes. Si les hablamos inmediatamente acerca de leer la Biblia y de orar, es posible estimular sus sentimientos negativos. Debemos esperar hasta tener más contactos con ellos y cultivar en ellos cierto agrado por nosotros, y que a nosotros nos agraden ellos. Una vez que hayamos tocado sus sentimientos y ganado su confianza, podemos comenzar a hablarles de cosas espirituales. Esto es como dar la medicina correcta para cierta enfermedad. Con la medicina correcta, la enfermedad ciertamente sanará. Entonces podemos esperar resultados.

DAR ÉNFASIS A LO PRÁCTICO EN VEZ DE RECALCAR LAS DOCTRINAS

  En tercer lugar, cuando ayudemos a los jóvenes, no debemos darles muchas doctrinas; más bien, debemos dar énfasis al aspecto práctico. No debemos poner mucho énfasis en las doctrinas, no sólo cuando tenemos contacto personal con ellos, sino también cuando les predicamos el evangelio o les damos mensajes. Si ellos sólo escuchan doctrinas, no habrá mucho resultado. Cuantas más doctrinas les hablemos, más muertos, fríos y alejados estarán. Debido a que los jóvenes tienen muchos problemas prácticos, es imprescindible percibir sus sentimientos, comenzando con sus problemas e inquietudes. Por tanto, necesitamos dedicar tiempo analizando los problemas que ellos tienen en su vida práctica, incluyendo los problemas antes y después de que recibieron la salvación. Basado en este análisis, lo que les hablemos al predicarles el evangelio o al edificarlos, será práctico y estará relacionado con los asuntos prácticos que afectan sus vidas. (Cómo guiar a los jóvenes, págs. 21-23)

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