
Lectura bíblica: 1 Co. 13:7; Mt. 19:26; 2 Co. 5:7; 1 Co. 9:19-23; 1 Ts. 2:11; 2 Jn. 12; 3 Jn. 14
En cuarto lugar, es preciso tener una fe positiva en cada joven. Esto significa que debemos creer que los que nos parezcan buenos, serán mejores, y que los que no parecen tan buenos, llegarán a serlo. Además, debemos tener más fe en aquellos que no nos parecen tan buenos, y creer que serán buenos, y no tener tanta fe en aquellos que son buenos.
Quiero decirles, hermanos y hermanas, que todos somos descendientes de Adán, un linaje caído. Incluso los hijos de las personas más piadosas son caídos. No queremos decir que ser caídos esté bien, pero debemos recordar que todos los que verdaderamente conocen la salvación de Dios, anteriormente eran personas caídas. Si una persona ha sido preservada desde su nacimiento y no ha vivido nunca de una manera caída, no puede tener una experiencia profunda de la salvación de Dios. Debido a que nunca ha vivido de una manera caída, no es capaz de experimentar la salvación de Dios. No estoy diciendo que deben ser personas caídas, tampoco que deben ser sueltos con sus hijos. Esto no es lo que quiero decir. Mi punto es que jamás debemos pensar que está bien menospreciar a ciertos jóvenes porque no son buenos. Este concepto es erróneo.
Conocemos la historia de George Müller, un hombre espiritual del siglo XIX. Él llegó a entender claramente que era salvo probablemente cuando tenía veintiún años. Nació en una familia cristiana, y su padre fue un hombre temeroso de Dios. Sin embargo, antes de cumplir los veintiún años, fue un joven muy caído. A menudo le robaba dinero a su padre para vagabundear de un lado a otro. En una ocasión se hospedó en un hotel y como no pudo pagar la estadía, el dueño lo envió a la cárcel. En ese tiempo él era una persona muy corrupta y entregada a los placeres. Pero un día el Señor lo encontró. Después de ser salvo, vino a ser un joven que amó profundamente al Señor. Antes de los veintiún años, George Müller era una persona muy indecorosa. ¿Quién se lo hubiera imaginado que después de los veintiún años él amaría tanto al Señor y sería tan espiritual? Por esto, no podemos juzgar el futuro de un joven basados en su situación presente.
Hermanos y hermanas, les digo que, por lo general, la condición de los jóvenes no es confiable, sea buena o mala. Hoy podemos considerar que cierto joven es muy malo, pero contrariamente a lo que pensamos, un día él llega a ser bueno. De la misma manera, hoy podemos pensar que cierto joven es muy bueno, pero un día llega a ser muy malo. Por tanto, todos los que tienen cierta experiencia sirviendo con los jóvenes pueden decir: “No confiamos en la condición de los jóvenes. Sin embargo, por el lado positivo, creemos de todo corazón que un día Dios los ganará para Su propósito”. Esto nos librará de laborar solamente con los jóvenes a quienes consideramos buenos, y de desechar a aquellos a quienes consideramos malos. En realidad, muchas veces la percepción espiritual de aquellos que son habitualmente buenos, no es tan precisa y su crecimiento puede ser muy lento. Sin embargo, si dedicamos tiempo a aquellos que aparentemente son malos con el fin de que experimenten un cambio en su vida, después de volverse al Señor, su entendimiento espiritual será abierto inmediatamente Esto muestra que los que trabajamos entre los jóvenes no debemos confiar en su situación actual. No creamos en su buena o mala condición, sino únicamente en la obra de Dios. No importa cuán malo pueda ser alguno, todavía creemos que la obra de Dios puede hacer que se vuelva al Señor. No importa cuán deficiente sea alguno, creemos que la obra de Dios puede ayudarlo a emerger de su condición. Debido a que tenemos esta fe positiva, prestamos atención a todos y a cada uno de los jóvenes.
En quinto lugar, los que desean servir con los jóvenes tienen que aprender a ser un compañero de ellos y a adaptarse a ellos. No les pidamos que ellos se adapten a nosotros. Más bien, nosotros debemos adaptarnos a ellos a tal grado que seamos como pegamento. El pegamento es lo que mejor se adapta; no hay lugar donde no pueda adaptarse. Se adapta a superficies planas, ásperas, torcidas y aun a las esquinas. El pegamento puede aplicarse a todo. Los que laboramos con los jóvenes necesitamos permitir que el Señor trabaje en nuestro carácter a tal grado que seamos como el pegamento. Si alguien quiere servir a Dios, requiere un carácter que no sólo sea fuerte, sino también flexible; tiene que ser alguien que atempera lo fuerte con la flexibilidad para adaptarse a otros como pegamento.
Por ejemplo, los jóvenes tienen que enfrentarse a una dura competencia para entrar en la escuela superior; además prevalece una atmósfera de ir a estudiar al extranjero. Después de la primaria, tienen que entrar a la secundaria y a la preparatoria. Luego, tienen que entrar en la universidad. Después de graduarse de la universidad, tienen que ir al extranjero a continuar sus estudios. Todos están ocupados en obtener la educación más alta e ir al extranjero. Parece muy difícil trabajar con los jóvenes porque están muy ocupados para interesarse en seguir al Señor. Pero esta percepción nuestra no es muy acertada. Los que laboramos con los jóvenes tenemos que ser como el pegamento, de manera que no importe si el joven tenga un carácter suave o duro, si es tridimensional, plano o si tiene una superficie llena de picos y hendiduras; aun así debemos adherirnos a él. Tenemos que acoplarnos con los jóvenes y amoldarnos a ellos. ¿Están ellos ocupados preparándose para entrar a la escuela superior? Entonces trabajamos con ellos acompañándolos en su preparación para este asunto. ¿Se van al extranjero a estudiar? También los acompañamos y nos adaptamos a esto. Aunque no podamos ir con un joven a otro país, nuestro cuidado e interés irá con él. Debemos laborar con él, no sólo al grado de ganarlo, sino también de ganar a otros por medio de él en dicho país. Debemos laborar con él al grado que él haga la obra del Señor en cualquier universidad a la cual asista. Luego, como resultado de predicar el evangelio, él ganará allí a otros. Así que, en lugar de considerar la tendencia prevaleciente de ir al extranjero como un obstáculo, la consideramos como una salida para nuestra obra. Debemos tener correspondencia con los hermanos y hermanas que estudian en el extranjero, permaneciendo en comunicación con ellos. Antes de que se vayan, necesitamos ayudarlos a llevar una vida espiritual normal, a fin de que cuando partan, no estudien sólo para sí mismos, sino con miras a extender la obra del Señor. No podemos ni debemos esperar que todos abandonen la oportunidad de entrar a una escuela superior o de ir al extranjero a continuar sus estudios, y que se queden con nosotros esperando que laboremos en ellos, como si fueran un pedazo de tofu, queso de soja, que se pone en el plato para que nosotros lo comamos. A esto no se le llama obra. Si estamos haciendo una obra verdadera, aunque un joven vuele al cielo, allí lo seguiremos para adaptarnos a él.
Muchos dicen que los estudiantes de hoy están muy ocupados. Sin embargo, si realmente conocemos la situación de los estudiantes, sabremos que el hecho de estar ocupados no es un problema para los jóvenes. Más bien, el verdadero problema es el interés que ellos tengan. Si tienen interés, tendrán tiempo, no importa cuán ocupados estén. Ellos buscarán tiempo para las cosas que les interesan, aunque estén muy ocupados.
En los tiempos de los apóstoles, el Imperio romano persiguió a los cristianos. El césar romano, el emperador, asesinó a una gran cantidad de cristianos. No obstante, los apóstoles laboraron con eficacia, logrando realizar una obra tan eficaz, que incluso algunos de la casa de César fueron salvos. En Filipenses 4:22 dice: “Todos los santos os saludan, y especialmente los de la casa de César”. Esto comprueba que la obra de los apóstoles tuvo efecto aun en la casa de César.
Por lo tanto, debemos recordar que al hacer la obra del Señor, no debemos ser rígidos. No debemos decir que sólo podemos comer tofu y no piedras. Un obrero competente no sólo come tofu, sino también piedras, y aun puede comer cosas tan duras como los diamantes. Hermanos y hermanas, por favor, créanme y aprendan a adaptarse a otros. (Cómo guiar a los jóvenes, págs. 24-31)
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Tenemos que atraer gente, no por medio de nuestro celo, sino por medio de nuestra gentileza. Todo aquel que desea traer a otros debe aprender a ser tan flexible como el engrudo. La característica principal del engrudo es que es muy flexible. El engrudo se puede untar en cualquier cosa, ya sea en una superficie plana, una esquina aguda o un borde curvado.
Cada uno que ama al Señor debe ser como el engrudo; debe poder untársele en cualquier sitio. Quienquiera que nos toque debería pegársenos. Los que aman al Señor no pueden ser como planchas de acero, no pueden tener una personalidad dura e inflexible. Si son así, no llevarán fruto aun si aman al Señor hasta que mueran. Todo hermano y hermana que es como el engrudo es capaz de ganar hombres. (Puntos claves sobre las reuniones de casa, pág. 69)
Al tener contacto con las personas debemos entrar en su situación y en su condición; aquí radica la dificultad. Juan, en su Evangelio, registra por lo menos nueve casos en los cuales el Señor Jesús contactó personas. En cada caso, el Señor alcanzó a las personas de una manera diferente. Él nunca usó una sola manera para alcanzar a las personas. Él alcanzaba a las personas con el propósito único de Dios, pero no lo hacía según Su manera de ser. Más bien, los contactaba en conformidad a la situación y condición de ellos. En Juan 3 el Señor sabía que Nicodemo vendría a Él. Él no visitó a Nicodemo en su casa porque sabía que eso era un inconveniente para él. El Señor se dio cuenta que Nicodemo era tímido, que temía que otros supieran que Jesús había ido a visitarlo. De modo que, el Señor se quedó en Su casa a esperar que ese caballero tímido viniera a verle. El caso de la mujer samaritana era diferente. Según Juan 4, al Señor “le era necesario pasar por Samaria” (v. 4). Y después que llegó al pozo de Sicar, Él esperó allí a que la mujer samaritana viniese a Él. Este es un ejemplo maravilloso de cómo el Señor Jesús entró en la situación de esa mujer. Este es el principio básico de la encarnación.
La encarnación significa que Dios viene al hombre en la condición del hombre, alcanzando a las personas al entrar en la situación de ellos. El Señor no se quedó en el cielo y ordenó a las personas que le contactaran a Él. No, Él se hizo hombre y entró en nuestra situación. Después de hacerse hombre Él conducía Su propagación al entrar constantemente en la condición de las personas. Él no sólo fue a las personas mismas, sino que entró en la situación de ellos. Él supo que la mujer samaritana estaría sedienta; por ende, esperó por ella en el pozo. Al encontrarse con ella, no le dijo: “¿Has sido salva? ¿Por cuánto tiempo has sido cristiana? ¿A qué iglesia asistes?”. El Señor no le hizo ninguna de estas preguntas religiosas. Más bien, Él dijo: “Dame de beber” (v. 7). Él tocó el corazón de ella con esta sencilla palabra, porque ella estaba muy ocupada con este asunto de beber agua, como se deja ver por el hecho de que salió a mediodía, un tiempo extraordinario para sacar agua del pozo. Cuando salga a alcanzar a las personas, no las contacte de acuerdo a la tradición o trasfondo o manera de ser suyo. Ponga sus ojos en el Señor, a fin de que con Su ayuda, pueda entrar en la condición y la situación de las personas.
Considere el ejemplo del hombre impotente en Juan 5. En el capítulo 3 Nicodemo recorrió todo el camino hasta llegar al Señor, y en el capítulo 4 el Señor Jesús encontró a la mujer samaritana a mitad de camino. Pero en el capítulo 5 el Señor recorrió todo el camino hasta llegar al hombre impotente. Una vez más vemos que el Señor alcanzó a las personas entrando en la situación de ellos. En Juan 5 el Señor vino a un hombre que había estado impotente por treinta y ocho años. El Señor no le preguntó: “¿Lees la Biblia?”. Si lo hubiera hecho, el hombre enfermo le hubiera contestado: “¡Déjame tranquilo! No me importa la Biblia”. Si no entramos en la situación de las personas, no podremos tocar sus corazones ni sus sentimientos, y éstas nunca nos responderán. El Señor le dijo a este hombre: “¿Quieres ser sano? (v. 6). El hombre impotente, claro está, se interesó mucho en esto. (Young People’s Training, págs. 51-52)
En la Biblia podemos ver que para beneficio de otros, nosotros tenemos que aprender a adaptarnos al carácter de ellos, a su edad, a su manera de ser, e incluso a su manera de hacer ciertas cosas. Esta necesidad es particularmente obvia en los Estados Unidos, debido a que existe un amalgamamiento de todo tipo de gentes. No debemos olvidar que al salir a predicar el evangelio, no tenemos en mira a individuos solamente, sino a familias. Esto requiere que nosotros aprendamos a ser humanos. (El ejercicio y la práctica de la manera ordenada por Dios, págs. 104-105)
En sexto lugar, los que se ocupan de la obra que se lleva a cabo entre los jóvenes, tienen que prestar atención a la obra personal. El poder y la eficacia de una obra personal entre los jóvenes es mucho mayor que la que se lleva a cabo por medio de las reuniones. Las reuniones grandes no logran mucho efecto en los jóvenes; se obtienen mejores resultados con el contacto individual. Cuando reunimos a los jóvenes, por lo general lo único que podemos hacer es darles un mensaje y cuando mucho lograr un poco de avivamiento. El énfasis de la obra genuina entre los jóvenes reside en el contacto individual. Si alguien me preguntara: “Hermano Lee, ¿cómo llevaría a cabo la obra entre los jóvenes?”, yo le contestaría: “Puedo hacerlo sin celebrar ninguna reunión grande con ellos desde el principio hasta el fin del año; trabajaría con ellos uno por uno teniendo contacto personal”. Una obra de esta índole parece fragmentaria y una pérdida de tiempo. Es posible que sólo tengamos contacto con una persona por una hora, y a veces tal vez no contactemos a nadie después de medio día. Aparentemente esta manera es menos efectiva que llevar a cabo reuniones grandes, en las que podemos hablarles a centenares de personas a la vez. No obstante, la experiencia nos enseña que llevar a cabo reuniones grandes son inútiles; si las tienen todo el año, es posible que no obtengamos muchos resultados. Lo único que ganaremos será a algunos jóvenes superficiales. Sin embargo, debemos recordar que si prestamos más atención al contacto individual, aunque no ganemos a una persona para el Señor en un mes y tan sólo ganemos a una cada dos meses, aquel a quien el Señor gane mediante el contacto personal será de mucho valor. Además, él hará contacto con otros al igual que nosotros hicimos contacto con él. Tal vez sólo ganaremos a uno para el Señor, pero con el tiempo, el uno se convertirá en dos, los dos se convertirán en cuatro, los cuatro en ocho y los ocho en dieciséis, y cada uno de ellos tendrá una base sólida. De este modo, después de un tiempo veremos que se han obtenido un gran número de personas.
Espero que aquellos que sirven con los estudiantes jóvenes, lo hagan mediante el contacto individual, ya sea trayéndoles la salvación, ayudándoles a ser espirituales, o guiándoles a predicar el evangelio. De 1946 a 1948, cuando estábamos en las regiones de Shanghái y Nankín, no teníamos reuniones de estudiantes ni de jóvenes. La mayor parte de nuestra obra era llevada a cabo por el contacto individual; sin embargo, el resultado fue bastante bueno. Si los hermanos descuidan el contacto individual y sólo prestan atención a las reuniones de jóvenes, puedo decirles con certeza que después de haber conducido tantas reuniones, la obra entre los jóvenes terminará en algo superficial, como la arena suelta, sin fundamento. De esa manera no será posible producir jóvenes sólidos. Si desean producir jóvenes sólidos, deben tener contacto personal con ellos. No deben desanimarse con ninguno de ellos; más bien, deben dedicar el tiempo necesario para tener contacto con cada joven de forma individual.
Sin lugar a dudas, para poner en práctica el contacto personal se necesitan destrezas. Pero si practican seriamente este asunto, poco a poco adquirirán experiencia y discernimiento; sabrán a cuál joven de entre tantos deben contactar primero y ganarlo. Luego, después de que éste sea ganado para el Señor, una cosa es cierta, que una vez que lo han motivado de esa manera, él irá y motivará a otros de la misma forma. Esto funciona como una máquina con muchos engranajes; cuando un engranaje da vuelta, todos los demás también lo hacen. Siguiendo esta manera se producirá un efecto exponencial en los jóvenes; se producirán uno tras otro, tal como la multiplicación interminable de la procreación. Por tanto, aunque no haya reuniones grandes, aun así muchos serán salvos y criados para amar al Señor. En ese momento podrán comenzar a tener reuniones grandes, y todo lo que les hablen, ellos lo recibirán. Entonces las reuniones serán cien por ciento eficaces. Ustedes lograrán ganar para el Señor jóvenes estables y realizarán una obra profunda en ellos.
Cuando tenemos contacto personal con los jóvenes, por un lado, debemos relacionarnos con ellos de manera general, tratando a todos por igual; por otro, debemos tener un contacto específico con cada uno. Lo que quiero decir es que necesitamos ejercitar nuestra perspicacia espiritual y seguir la dirección del Espíritu para discernir a quién, entre tantos estudiantes jóvenes, debemos conducir primero al Señor. Luego, debemos enfocar nuestros esfuerzos en ellos para ayudarles a recibir la salvación del Señor. De la misma manera, entre tantos hermanos y hermanas jóvenes, necesitamos descubrir quiénes son aptos para causar un impacto en otros, una vez que sean ganados para el Señor. Entonces, debemos centrar nuestros esfuerzos en ellos primero y ayudarles a amar y seguir al Señor. Así, cuando ellos crezcan, ejercerán una gran influencia en los otros hermanos y hermanas jóvenes.
Por tanto, al servir entre los jóvenes, por un lado, necesitamos un amplio contacto con ellos, tratándolos de una manera general; y por otro, necesitamos un contacto específico con ellos, para ayudar a aquellos que puedan ser los primeros en entregarse al Señor y así atraer a los demás. Si logramos que alguno pueda dedicarse al Señor, ése irá y ayudará a otros aun sin que le enseñemos cómo hacerlo. Debido a que le hemos ayudado de esta manera, él ayudará a otros de la misma forma. Como resultado de esto, uno se convertirá en dos, dos en cuatro y así sucesivamente. Esto es semejante al efecto de las ondas que se producen al lanzar una piedra en el centro del agua. Las ondas siguen esparciéndose hasta que finalmente cubren toda la superficie del lago. Entonces podemos llevar a cabo reuniones grandes y serán eficaces. Si llevamos a cabo reuniones grandes desde el comienzo, habrá un logro de un veinte por ciento, y el otro ochenta por ciento será cero. Pero si estamos dispuestos a comenzar con el contacto individual y luego continuar con las reuniones grandes, los mensajes que daremos serán prácticos, y nuestra obra producirá un resultado de cien por ciento.
Todos los puntos anteriores son producto de las experiencias que he tenido al involucrarme en la obra con los jóvenes durante los años pasados. Todo asunto tiene su propia complicación y requiere experiencia. En particular, asuntos como conducir las personas a la salvación, ayudarles a amar al Señor y llevarlos a servir al Señor, son muy profundos y delicados e incluyen muchos puntos complicados. Ciertamente es la obra del Espíritu, pero todos sabemos que el Espíritu necesita personas apropiadas que puedan coordinar con Él. Algunos pueden coordinar con el Espíritu, y otros no. Algunos son útiles en las manos del Espíritu, y otros no lo son. Debemos prestar atención a estos asuntos y estudiarlos al empezar a hacer esta obra.
Los seis puntos que he compartido con ustedes, son sólo una introducción. Si están dispuestos a recibir esta palabra de comunión y a seguir adelante, aprenderán y progresarán. Incluso hallarán mejores formas de conducir a los jóvenes al Señor para que reciban Su salvación.
Hermanos, repito que el Señor tiene una gran necesidad por los jóvenes. Esta generación necesita a muchos jóvenes que dinámicamente reciban la salvación de parte del Señor y que sean guiados por Él para ser vasos útiles en Sus manos. Que el Señor nos conceda gracia en Su obra y en la iglesia para que valoremos las almas de los jóvenes. No sólo no les obstaculicemos ni dañemos, sino que los atraigamos dinámicamente, los perfeccionemos, los guiemos y los cultivemos, a fin de que experimenten la salvación del Señor y reciban la edificación del Señor que es necesaria para ser útiles en las manos del Señor. Verdaderamente espero que todos los hermanos y hermanas oren fielmente por esto delante del Señor por causa del futuro de Su obra. (Cómo guiar a los jóvenes, págs. 31-38)
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Hablamos mucho, predicamos mucho y enseñamos mucho, pero visitamos muy poco. La mayoría de las personas son ganadas al tener un contacto personal con ellas, y la mayoría de ellas son retenidas y edificadas por medio de tal contacto personal.
Se nos hace difícil ganar nuevos creyentes debido a que no tenemos la práctica de visitar a las personas. Todos nosotros tenemos que percatarnos de este secreto. Si no adoptamos la práctica de visitar a las personas y conversar con ellas cara a cara, la mera enseñanza de la nueva manera, la manera bíblica, la manera ordenada por Dios, no dará resultado. Hay solamente una cosa que es eficaz: visitar a las personas y conversar cara a cara con ellas.
Todos nosotros tenemos que tomar la firme resolución de visitar a las personas llevándoles Cristo. Siempre y cuando pongamos esto en práctica, aprenderemos el secreto. Así como cuando se combate con nuevas armas, podemos ganar la batalla en pro del incremento de la iglesia con la “nueva arma” de visitar a las personas.
Cuando algunos de nosotros visitamos a las personas, hablamos demasiado. Tratamos de ganarlas procurando ganar sus mentes; esto es un error. Ganamos a las personas al establecer cierta intimidad y cercanía con ellas, al manifestarles una preocupación íntima por ellas. Si meramente les impartimos enseñanzas a fin de ayudarles con su entendimiento de ciertas verdades, estas personas no nos seguirán. Pero si las visitamos y logramos cierta intimidad con ellas de una manera apropiada, las ganaremos para el Señor. (Entrenamiento para ancianos, Libro 11, El ancianato y la manera ordenada por Dios (3), págs. 93-94)