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Mensajes del libro «Cultivar la siguiente generación para la vida de iglesia»
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LECCIÓN VEINTISÉIS

ESPERAR LA BENDICIÓN DEL SEÑOR, Y HACER LA ÚNICA OBRA DEL CUERPO EN UNIDAD PARA PRODUCIR SERES DE LA NUEVA JERUSALÉN

  Lectura bíblica: Sal. 133; Ap. 21:2

  1. Debemos valorar la bendición de Dios y darnos cuenta que la obra de Dios depende de Su bendición; si vemos esto, se producirá un cambio fundamental en la labor que realizamos para Dios—Mt. 14:19-21:
    1. Al servir al Señor, debemos creer en la bendición del Señor y esperarla; estar bajo la bendición del Señor significa que en nuestro servicio, Él nos da resultados inesperados, el resultado no es proporcional a lo que nosotros somos o hacemos y sobrepasa lo que nosotros esperamos.
    2. Debemos aprender a vivir de tal manera que no obstaculice la bendición del Señor; el futuro de nuestro servicio no depende de si estamos en lo correcto, sino de la bendición del Señor.
    3. Cualquier cosa que traigamos al Señor debe ser partida para que sea una bendición a otros; este pan partido se convirtió en la satisfacción para todos los que tenían hambre, y trajo una gran bendición—vs. 19-21.
  2. La unidad del Dios Triuno, la cual es la unidad del Cuerpo de Cristo, incluye todo lo que Cristo es para nosotros en la economía de Dios y para ésta; la práctica de esta unidad, la unanimidad, es la llave maestra que nos da acceso a todas las bendiciones descritas en el Nuevo Testamento—Sal. 133; Ef. 4:1-6; Hch. 1:14; 1 Co. 1:9-10; Fil. 1:27; 2:2:
    1. El Espíritu Santo es el poder, el medio y el factor mediante el cual se produce el mover de Dios en la tierra, pero ése es un solo lado; existe la necesidad del otro lado, el lado humano, que necesita otro factor: la unanimidad—Hch. 1:14; 2:46.
    2. Si por parte del Señor no existiera el Espíritu, sería imposible realizar el mover del Señor en la tierra; y bajo el mismo principio, si por nuestra parte no hubiera unanimidad, tampoco sería posible realizar el mover de Dios; pero si le ofrendamos al Señor esta unanimidad, inmediatamente ocurre una clase de matrimonio y surge una pareja; entonces, todo podrá ser realizado—Ro. 15:16; 1 Co. 1:10; Fil. 1:27; 2:2; 4:2.
    3. La bendición y la gracia de Dios sólo pueden venir a una situación donde hay unanimidad. Esta situación es la práctica de la unidad; para que recibamos la bendición de Dios, tenemos que practicar la unidad, y la manera de practicar la unidad es ser unánimes—Sal. 133; Hch. 1:14.
    4. Día a día tenemos que salir de nosotros y del mal de la división y entrar en el “Nosotros” divino, el Dios Triuno como la bendición de la unidad, y tenemos que permanecer en Él para que Él tenga Su expresión corporativa; si nosotros continuamente tocamos la Palabra y permitimos que el Espíritu nos toque día a día, seremos santificados al salirnos de nosotros mismos, nuestro viejo alojamiento, y entrar en el Dios Triuno, nuestro nuevo alojamiento—Jn. 17:15, 17, 21; 15:5; Ef. 5:26:
      1. La unidad es la mezcla completa del Dios Triuno con los santos; esta unidad anula todo lo que pertenece a nuestra vieja creación y al hombre natural, nos santifica separándonos del mundo que Satanás ha atrapado, y nos libera del mundo y de Satanás—Jn. 17:2, 6, 11, 14, 17, 21-22; Ef. 4:4-6; Ro. 16:20.
      2. Al permanecer bajo el aceite de la unción y bajo el rocío que riega, experimentamos la bendición de vida ordenada por el Señor en el terreno de la unidad—Sal. 133:3b.
  3. Nuestra obra en el recobro del Señor es la obra de la economía de Dios, la obra del Cuerpo de Cristo—1 Co. 15:58; 16:10; Col. 4:11:
    1. El Cuerpo de Cristo, que es totalmente orgánico, no permite ninguna obra humana; el Cuerpo no es edificado por los métodos naturales del hombre ni por la organización de la obra humana—Ef. 4:16; Col. 2:19.
    2. La mayor parte de la obra en el cristianismo actual es producida por obra humana, es natural y no tiene nada que ver con la edificación del Cuerpo de Cristo—1 Co. 3:12-16.
    3. No debemos pensar que podemos realizar en el recobro del Señor una obra particular, conforme a nuestra propia manera de hacer las cosas; más bien, debemos darnos cuenta de que en el recobro del Señor existe una sola obra: la obra del Cuerpo de Cristo que consuma en la Nueva Jerusalén—Col. 2:19.
  4. Según la revelación del Nuevo Testamento en su totalidad, la meta única de la obra cristiana debe ser la Nueva Jerusalén, que es la meta final de la economía eterna de Dios—Mt. 7:21-24; 1 Co. 3:10; He. 12:22; Ap. 21:2:
    1. Los colaboradores tienen que ver que nosotros debemos hacer una sola obra, la cual es hacer al pueblo escogido de Dios personas que han sido regeneradas, santificadas, renovadas —el nuevo hombre— transformadas, conformadas —personas conformadas a la imagen del Hijo primogénito de Dios— y glorificadas. Todos los que estarán en la Nueva Jerusalén son esta clase de personas.
    2. De esta manera, nosotros subimos de un nivel a otro nivel hasta que alcanzamos el punto más elevado, donde todos llegamos a ser lo mismo; ya no hay más carne ni ser natural; todos están en el espíritu; todos son el reino de los cielos y todos son seres de la Nueva Jerusalén; este es el punto más elevado.

Extractos de las publicaciones del ministerio:

  Quisiera que viésemos el caso de la multiplicación de los cinco panes (Mr. 6:35-44; 8:1-9) en relación con la bendición de Dios. La alimentación que podamos dar a otros no depende de la cantidad de panes que tengamos, sino de la bendición de Dios. Si tuviéramos más de cien panes, no serían suficientes para alimentar a cuatro o cinco mil personas. Si tuviéramos diez o hasta mil veces más, no tendríamos lo suficiente para alimentar a cuatro o cinco mil personas, porque este asunto no depende de cuanto tenemos. Tarde o temprano, tenemos que darnos cuenta de que no se trata de cuánto podamos sacar de nuestro depósito, ni de cuán grande sea nuestro don, ni tampoco de cuánto poder tengamos. Llegará el día cuando diremos: “Señor, todo depende de Tu bendición”. Este es un asunto básico. ¿Cuánta bendición verdaderamente nos ha dado el Señor? No importa cuántos panes haya, porque en realidad es la bendición del Señor la que alimenta y da vida.

  Hay un asunto que inquieta mi corazón: ¿Valoramos realmente la bendición de Dios? Esta es una pregunta básica relacionada con la obra. Quizás ahora ni siquiera tengamos cinco panes, a pesar de que nuestra necesidad es más de cuatro o cinco mil personas. Temo que nosotros tengamos menos depósito del que tenían los apóstoles, a pesar de que la necesidad de hoy es mucho mayor que la que había en aquel tiempo. El día llegará cuando se hará manifiesto que nuestro propio depósito, nuestra fuente, nuestro poder, nuestra labor y nuestra fidelidad no son útiles para nosotros. Hermanos, el futuro nos depara mucho desánimo porque veremos que no podemos hacer nada.

  Hermanos, si Dios nos permite ver que Su obra depende de Su bendición, se producirá un cambio fundamental en la labor que realizamos para Él. Entonces, no consideraremos la cantidad de personas, ni cuanto dinero, ni cuanto pan tengamos. Podremos decir que no tenemos lo suficiente, pero la bendición es suficiente. La bendición suple la necesidad que nosotros no podemos suplir. Aunque nosotros no podemos alcanzar la medida de la necesidad, la bendición es mayor que nuestra escasez. Cuando veamos esto, la obra experimentará un cambio fundamental. En cada asunto, debemos mirar más a la bendición que a la situación. Los métodos, la prudencia, la sabiduría humana y las palabras sabias son inútiles. En la obra de Dios debemos creer en Su bendición y esperarla. Muchas veces somos descuidados y perjudicamos la obra; pero esto no es un problema. Si el Señor nos da una pequeña bendición, podremos pasar por cualquier problema.

  Nosotros verdaderamente esperamos que no cometeremos errores ni hablaremos ni actuaremos de una manera descuidada en la obra. Sin embargo, cuando tenemos la bendición del Señor, parece que no podemos hacer nada incorrecto, aunque estemos equivocados. A veces parece que hemos cometido un error muy serio, pero con la bendición de Dios, el resultado verdaderamente no es un error. Una vez le dije al hermano Witness, que si el Señor nos bendecía, las cosas que hiciéramos bien, estarían bien, y las cosas que hiciéramos mal también estarían bien. Nada puede dañar la bendición.

  La preocupación principal es que debemos aprender a vivir de tal manera que no obstaculice la bendición de Dios. Algunos de nuestros hábitos obligan a Dios a retener Su bendición; por lo tanto, los debemos eliminar. El temperamento de algunos hermanos hace que Dios no los bendiga; esto también se debe terminar. Debemos aprender a creer en la bendición de Dios, a confiar en ella y a eliminar las barreras que nos impidan recibirla.

  Debemos ver que el Señor no retiene nada que sea bueno para nosotros. Si la obra no está marchando bien, si los hermanos y hermanas están en una condición lamentable, y si no ha incrementado el número de personas salvas, no culpemos a las circunstancias ni a ciertas personas. No podemos echarles la culpa a los hermanos. Temo que la verdadera razón yace en que albergamos alguna frustración a la bendición. Si el Señor logra romper las barreras que hay en nosotros, Su bendición será mucho más grande que nuestra capacidad. Dios dijo a los israelitas: “Probadme ahora en esto [...] si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Mal. 3:10). Hoy Dios nos habla de la misma manera. La vida normal de un cristiano es una vida de bendición y la obra normal de un cristiano es una obra de bendición. Si no recibimos bendición, debemos decir: “Señor, tal vez yo sea el problema”.

  ¿Qué es la bendición? La bendición consiste en que Dios trabaje sin ninguna causa. Hablando en términos lógicos, un centavo debe comprar bienes por valor de un centavo. Pero a veces, sin que gastemos un solo centavo, Dios nos da bienes por valor de diez mil centavos. Esto significa que lo que hemos recibido, va más allá de lo que podamos calcular. La bendición de Dios es la obra que Él realiza sin que haya razón para hacerla. Esta obra sobrepasa lo que deberíamos recibir. ¡Cinco panes alimentaron a cinco mil personas y todavía sobraron doce cestas! Esto es bendición. Algunas personas no deberían de obtener buenos resultados en lo que realizan. Lo normal sería que obtuvieran poco, pero asombrosamente, reciben en abundancia. Toda nuestra obra es edificada sobre la bendición de Dios. La bendición hace que recibamos lo que no merecemos, esto es, que el resultado que recibimos excede lo que nuestros dones naturales pueden lograr. Para decirlo de una manera más fuerte, no merecemos ningún resultado debido a nuestras debilidades y fracasos, pero sorprendentemente obtenemos algo, y lo que obtenemos es la bendición. Si ponemos los ojos en la bendición de Dios, Él nos dará resultados inesperados. ¿En nuestro servicio tenemos la esperanza que Dios nos dé grandes resultados? Muchos hermanos y hermanas tienen la expectativa de recibir los resultados que se esperan de ellos mismos. La bendición significa que el resultado no es proporcional a la causa.

  Si sólo buscamos resultados basados en lo que somos, si solo buscamos un poquito de fruto y si no tenemos la esperanza de lograr grandes resultados, corremos el riesgo de perder la bendición de Dios. Puesto que solo prestamos atención a que estamos laborando día y noche, Dios no puede hacer nada que vaya más allá de nuestra expectativa. Debemos ponernos en una posición en la cual Dios pueda bendecirnos. Debemos decirle al Señor: “Con base a lo que somos, no debemos obtener ningún resultado, pero, Señor, por amor a Tu nombre, por amor a Tu iglesia y a Tu camino, esperamos que Tú nos des algo”. Tener fe en la obra es creer y esperar la bendición de Dios. En la obra de Dios, tener fe significa tener la convicción de que el resultado no será proporcional a nosotros. Cuando pongamos esto en práctica, yo creo que Dios bendecirá nuestro camino. Espero que cuando los hermanos discutan el asunto de migraciones, la bendición del Señor sobrepase nuestra expectativa.

  El futuro de la obra por completo no depende de si estamos en lo correcto, sino de la bendición de Dios. Si Dios bendice, muchos pecadores serán salvos. Si Dios bendice, podemos enviar personas a regiones remotas. Sin la bendición de Dios, nadie será salvo. Sin la bendición de Dios, no se producirán obreros. Sin la bendición de Dios, nadie ofrendará. Sin la bendición de Dios, nadie emigrará. Cuando la bendición de Dios está presente, aunque las cosas parezcan equivocadas, están bien. Cuando Dios bendice no podemos equivocarnos aunque intentemos. En cierta reunión cantamos un himno que pensamos que no era adecuado; pero tuvimos un buen resultado por que teníamos la bendición de Dios. A veces, mientras predicamos, parece que estamos hablando lo incorrecto a una audiencia incorrecta, pero aun así Dios bendice a algunos de los que escuchan. Cuando predicamos otra vez, quizá no hablemos la palabra correcta, pero Dios bendice a otro grupo de personas. Con esto no quiero decir que seamos negligentes a propósito, sino que no nos puede ir mal cuando tenemos la bendición de Dios. Parece que nuestros errores deberían ser una frustración, pero Él no puede ser obstaculizado. Dios dijo: “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (Ro. 9:13). Dios bendice a quien le place. Este es un asunto muy serio. No debemos pensar que la bendición es algo insignificante. La bendición equivale a almas y a personas consagradas. Detrás de la palabra bendición quizás hayan cincuenta almas o cien consagraciones. Las palabras, la actitud y las opiniones de ciertas personas pueden detener la bendición del Señor. Debemos pedirle al Señor que nos pinche interiormente hasta que obtengamos Su bendición. Si no hacemos esto, el pecado de perder la bendición del Señor será mucho mayor que cualquier otro pecado. La bendición puede ser cientos o miles de almas. Debemos buscar a Dios para que nos dé Su bendición y no la dejemos escapar. Debemos rogar a Dios para que nos dé Su gracia. (Esperamos la bendición del Señor, págs. 1-3, 5-8, 13-15, 17-18)

ALIMENTA A LA GENTE

  Mateo 14:19 dice: “Entonces mandó a las multitudes recostarse sobre la hierba; y tomando los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a las multitudes”. El Señor alimentó a la gente; Él les ministró el suplir de vida. Al ordenar que las multitudes se recostaran sobre la hierba las puso en buen orden. Esto nos muestra la sabiduría del Señor y lo ordenado que era. Al levantar los ojos al cielo, el Rey celestial indicó que Su fuente era Su Padre celestial. Luego Él bendijo los panes y los pescados, y los partió, lo cual indica que cualquier cosa que traigamos al Señor debe ser partida para que sea una bendición a otros.

  Después de que el Señor partió los panes, se los dio a los discípulos. Los panes provinieron de los discípulos, quienes los trajeron al Señor. Después de que el Señor bendijo y partió los panes, los devolvió a los discípulos a fin de que los repartieran a las multitudes, para quienes los panes llegaron a ser una gran satisfacción. Esto indica que los discípulos no eran la fuente de la bendición; sólo eran los canales que usó el Señor, quien es la fuente de la satisfacción de la gente. El pan partido fue pasado a los discípulos, y éstos lo distribuyeron a las multitudes. Este pan partido se convirtió en la satisfacción para todos los que tenían hambre, y trajo una gran bendición. El principio sigue siendo el mismo hoy. Sin duda hemos experimentado una gran bendición en el recobro del Señor en este país. No obstante, debemos comprender que esto se debe a que algunos santos queridos se ofrecieron a sí mismos al Señor. En la mano del Señor, estos queridos han sido partidos, y esos pedazos partidos han traído la bendición. (Estudio-vida de Mateo, págs. 515-516)

PRACTICAR LA UNIDAD DE LA TRINIDAD DIVINA

  Los creyentes deben practicar la unidad de la Trinidad Divina en la Trinidad Divina como lo hace la Trinidad Divina (Jn. 17:21-23). Debemos preguntarnos qué clase de unidad practicamos. Algunos afirman practicar la unidad del Cuerpo, pero en realidad practican una unidad sectaria, facciosa. La unidad del Cuerpo es la unidad del Dios Triuno. Practicamos la unidad de la Trinidad Divina no en nosotros mismos, sino en la Trinidad Divina. Los tres de la Trinidad Divina —el Padre, el Hijo y el Espíritu— practican constantemente la unidad divina. Por ejemplo, el Señor Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos” (Jn. 10:30). La unidad del Padre y el Hijo incluye el Espíritu, quien es la consumación y la totalidad del Dios Triuno. El Espíritu también es el Dios Triuno que llega a nosotros. Cuando Cristo entró en nosotros, vino como el Espíritu. Dondequiera que estén el Padre y el Hijo, allí también está el Espíritu. (El secreto de la salvación orgánica que Dios efectúa: “El Espíritu mismo con nuestro espíritu”, pág. 53)

  * * *

  Tenemos que comprender que lo que practicamos en el recobro del Señor no son prácticas que otros puedan copiar; al contrario, ello requiere de la vida divina. En cualquier cosa que hagamos necesitamos la vida divina. Es imprescindible que ustedes se percaten de cuál es la característica determinante de los ciento veinte discípulos que vemos al comienzo del libro de Hechos. La característica determinante que divide los cuatro Evangelios del libro de Hechos no fue el bautismo en el Espíritu Santo, sino la unanimidad que imperaba entre los ciento veinte. Si ustedes anhelan experimentar el bautismo en el Espíritu, tienen que ser partícipes de la unanimidad. Si entre todos los miembros de una iglesia local impera la unanimidad, el bautismo en el Espíritu estará presente. Si ustedes realmente desean predicar el evangelio de la manera apropiada, tiene que haber unanimidad entre ustedes. Sin esta llave maestra, ninguna puerta se les abrirá. La unanimidad es “la llave maestra que abre todas las puertas”, es decir, es la llave maestra que nos da acceso a todas las bendiciones descritas en el Nuevo Testamento. Por esto Pablo le dijo a Evodia y a Síntique que ellas debían ser unánimes (Fil. 4:2). Él sabía que estas hermanas amaban al Señor, pero que habían perdido la unanimidad.

  Lo que necesitamos es recuperar esta unanimidad. Si en verdad queremos ir adelante en el mover actual del Señor, necesitamos de esta unanimidad. Carece de todo significado determinar quién se halla en lo correcto y quién no; lo que verdaderamente se necesita es la unanimidad. Es necesario que seamos de una misma mente y una misma voluntad para llevar a cabo un mismo propósito con una misma alma y un mismo corazón. Filipenses nos dice que este asunto comienza a partir de nuestro espíritu (1:27); sin embargo, debemos comprender que no sólo somos personas que tienen espíritu, sino que además tenemos mente, voluntad, propósito, alma y corazón. Si compartimos un mismo espíritu, y somos de una misma alma, una misma mente y una misma voluntad, eso significa que hemos obtenido la unanimidad, la cual es la llave que nos da acceso a todas las bendiciones y legados contenidos en el Nuevo Testamento. De no ser así, simplemente repetiremos la lamentable historia del cristianismo al convertirnos en otro grupo de cristianos que cae en la misma clase de discordia. (Entrenamiento para ancianos, libro 7: Ser unánimes para el mover del Señor, págs. 20-21)

  * * *

  Por un lado, el mover de Dios depende de Él mismo como Espíritu consumado; por otro, Él necesita de nosotros para que sea posible realizar dicho mover en la tierra. Si nosotros no le brindamos ninguna cooperación ni le respondemos de alguna forma, nada sucederá, independientemente de cuán poderoso, dinámico y fuerte pueda ser el Espíritu Santo del Dios Triuno. Dios puede realizar la labor de creación por Sí mismo, pero no la obra de la nueva creación. La obra de la nueva creación tiene que ser llevada a cabo según el principio de la encarnación, el principio según el cual Dios es uno con el hombre, formando una sola entidad con dos elementos, sin que ello produzca un tercer elemento. El Espíritu Santo es el poder, el medio y el factor mediante el cual se produce el mover de Dios en la tierra, pero ése es un solo lado. Se necesita el otro lado, el lado humano. Se necesita otro factor: la unanimidad.

  El tema de la unanimidad controla toda la revelación concerniente al mover del Señor en uno de sus dos aspectos. Si por parte del Señor no existiera el Espíritu, sería imposible que el Señor se moviera en la tierra; y bajo el mismo principio, si por nuestra parte no hubiera unanimidad, Dios no podría moverse. Tenemos que estar a la par con Dios. Ahora Él es el Espíritu consumado, y nosotros tenemos que decir: “Señor, estamos listos, nosotros mismos somos la unanimidad. No solamente queremos brindarte tal unanimidad, sino que estamos preparados para ofrendarte esta unanimidad”. Inmediatamente ocurre una clase de matrimonio, y surge una pareja. Entonces, todo podrá ser realizado. (págs. 113-114)

PRACTICAR LA UNIDAD PARA TRAER LA BENDICIÓN DE DIOS

  Todos los que están sentados aquí hoy son ancianos y colaboradores. Tenemos que ser unánimes para mantener la unidad que Cristo busca. Puesto que estamos llevando la responsabilidad de la iglesia, debemos ver la manera de que la iglesia reciba gracia y bendición. Todos debemos darnos cuenta de que la bendición y la gracia de Dios sólo pueden venir a una situación donde hay unanimidad. Esta situación es la práctica de la unidad. En el Antiguo Testamento, el Salmo 133 dice: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras; como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sión; porque allí envía Jehová bendición y vida eterna”. Dios dará gracia y enviará bendición solamente donde haya unanimidad, o sea, la práctica de la unidad.

  Por lo tanto, tenemos que estar alerta. Si primero considerásemos y pensásemos un poco antes de hablar, y nos preguntásemos si aquello es Cristo o no, no tendríamos problemas. Si amamos a los santos, deberíamos preguntarnos si nuestro amor es de diferentes clases, grados, o intensidades, y si deberíamos recibir la respectiva corrección del Señor. Lo mismo es válido en cuanto a nuestro hablar. Solamente deberíamos hablar si lo que hablamos es Cristo; de otro modo, no deberíamos hablar. Tengo una pesada carga en mi interior. Todos queremos que la iglesia aquí reciba gracia y bendición. Pero no olvidemos el Salmo 133. El Señor envía bendición, la cual es vida para siempre, sobre los hermanos que habitan juntos en unidad. Es como el ungüento que se derrama sobre todo el cuerpo y como el rocío que desciende sobre Sión. Esta noche hemos visto que la unidad de los creyentes por la cual oró el Señor, no es ni la unidad de la que habla el mundo ni la unidad que es según lo que nosotros entendíamos anteriormente. Más bien, es una unidad perfeccionada por todos nosotros al estar en el nombre y la vida del Padre, en Su palabra de realidad, y en Su gloria divinamente expresada. Es sólo por este medio que se da la bendición de Dios. Por supuesto, debemos laborar y trabajar para el Señor, pero si nuestra situación no se basa en la unidad, y si no practicamos ser unánimes, me temo que nuestros resultados no serán abundantes. Por lo tanto, para que recibamos la bendición de Dios, tenemos que practicar la unidad, y la manera de practicar la unidad es ser unánimes. (La unidad y la unanimidad según la aspiración del Señor y la vida y el servicio del Cuerpo según Su deleite, págs. 19-20)

  * * *

  Podemos permanecer en Cristo y Cristo puede vivir en nosotros sólo al ser santificados. Vuelvo a decir, ser santificado equivale a salirnos de nosotros mismos y entrar en el Dios Triuno y permitir que Cristo viva en nosotros. Según los capítulos 14 al 17 de Juan, este es el concepto apropiado de la santificación. Cuanto más somos santificados, más estamos fuera de nosotros mismos y dentro del Dios Triuno.

SANTIFICACIÓN POR LA PALABRA Y EL ESPÍRITU

  Esta santificación se lleva a cabo por la Palabra, la cual es la verdad, y por el Espíritu, el cual es el Espíritu de verdad. En estos cuatro capítulos de Juan, la Palabra y el Espíritu se mencionan una y otra vez. De hecho, la Palabra y el Espíritu son uno. Doy gracias al Señor que muchos de nosotros hemos regresado a la Palabra y estamos profundizando en ella cada día. Al venir a la Palabra cada mañana, externamente tocamos la Palabra, pero internamente el Espíritu nos toca. Somos santificados por la Palabra y el Espíritu, los cuales son realidad.

  Ser santificados no es meramente ser separados del mundo, sino salir de nosotros mismos y entrar en el Dios Triuno. Si revisa con su experiencia, verá que cuanto más toca la Palabra y más el Espíritu lo toca a usted, más sale de sí mismo. Usted se muda de una morada, el yo, a otra morada, el Dios Triuno. Debemos hacer esta mudanza cada día. Si no salimos de nosotros mismos, estamos equivocados; porque en el yo hay mundanalidad, ambición, exaltación propia y opinión. (Truth Messages, pág. 58)

EL MAL DE LA DIVISIÓN

  El síntoma principal de la enfermedad en el sistema satánico es la división. En el mundo hoy día no hay unidad. Por el contrario, existe división en todo lugar: entre las naciones, en la familia, en las escuelas, en los negocios y en la política. Todas las sociedades están llenas de división. Todo el mundo está enfermo con la enfermedad de la división. Esta división es el mal que existe en el mundo. Según Génesis 11, la división y la confusión entraron en Babel. En la tierra hoy se ve lo mismo. Todas las naciones y todos los pueblos están divididos. Esta es la maldad que hay en el sistema de Satanás.

  Debemos mudarnos de nosotros mismos y entrar en el Dios Triuno y permanecer en Él con miras a la expresión de la gloria del Padre. Debemos permitir que esta gloria absorba nuestra exaltación propia de manera que Cristo pueda vivir en nosotros. Una vez que Cristo vive en nosotros, todos nuestros conceptos serán puestos a muerte. Entonces, en vez de la maldad, tendremos la unidad genuina.

  Esta unidad es lo que el Señor desea; es la voluntad agradable de Dios (Ro. 12:2); también es la verdadera edificación. La edificación sólo es posible en el Dios Triuno y prevalece sólo cuando Cristo vive en nosotros. ¡Aleluya, ahora estamos en el Dios Triuno y estamos permitiendo que viva Cristo en nosotros! Ahora podemos expresar la gloria del Padre y experimentar la unidad genuina. Que todos podamos traer esta palabra al Señor en oración. (págs. 67, 71-72)

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  La unidad revelada en el Nuevo Testamento no es una unidad en la cual nos juntamos, renunciamos a nuestros prejuicios, y nos convencemos unos a otros para ponernos de acuerdo que estaremos juntos. Tal unidad la produce el mundo. La unidad de la que estamos hablando es la mezcla completa del Dios Triuno con nosotros. Si no vemos este asunto hasta ese grado, me temo que la unidad de la que hablamos es solamente una unidad fabricada por los hombres; no es la unidad del Cuerpo.

LA UNIDAD ANULA AL HOMBRE NATURAL, AL MUNDO, A SATANÁS Y AL YO

  Este mezclar del Dios Triuno está en usted, en mí y en cada santo. Además, la vida que es común a todos los millones de creyentes y que es única, nos ha mezclado a todos en uno. Esta es la unidad del Cuerpo. Esta unidad ha anulado todo lo que pertenece a nuestra vieja creación y al hombre natural. Esto se ha llevado a cabo por el nombre del Padre y por la vida del Padre. Esta unidad también nos ha santificado, separándonos del mundo que Satanás ha atrapado, y nos ha librado del mundo y de Satanás. Esto es la consecuencia de la palabra de realidad del Padre. Por último, esta unidad nos librará del yo, así que solamente quedará Dios, y la espléndida gloria de la divinidad será expresada. (La unidad y la unanimidad según la aspiración del Señor y la vida y el servicio del Cuerpo según Su deleite, págs. 25-26)

  * * *

  Si hemos de estar bajo la bendición de vida ordenada por el Señor, debemos estar sobre el terreno de la unidad. Los disidentes podrán afirmar que tienen la bendición que Dios envía, pero en realidad no la tienen. (El terreno genuino de la unidad, pág. 25)

EXPERIMENTAR LA UNIDAD VERDADERA Y PRESERVARLA

  La unidad de la cual venimos hablando es el precioso ungüento que ha sido derramado sobre Cristo, la Cabeza, y también es el rocío refrescante que desciende sobre los montes de Sión. Si permanecemos en esta unidad o la descuidamos hace una gran diferencia. Hoy en día los cristianos se sienten libres de ir y venir donde les place, porque no han visto la unidad genuina. Por ello carecen del elemento que la unidad proporciona, el cual nos preserva y guarda. El Señor en Su recobro nos ha mostrado que la verdadera unidad es la mezcla del Dios Triuno procesado con Su pueblo escogido. Por una parte, el Dios procesado es el Espíritu compuesto y todo-inclusivo, que nos unge y nos “pinta” día tras día. Por otra, el Dios procesado es el suministro de vida que nos es dado para nuestro disfrute. Al permanecer bajo el aceite de la unción y bajo el rocío que riega, experimentamos la verdadera unidad. Siempre y cuando permanezcamos en la experiencia del ungüento y del rocío, nos será imposible dividirnos; más bien, seremos guardados en unidad. Éste es el significado de las palabras de Pablo en Efesios 4:3, las cuales nos instan a ser diligentes en guardar la unidad del Espíritu. De hecho, esta unidad es simplemente el Espíritu vivificante y todo-inclusivo. Al permanecer bajo el aceite de la unción y el rocío que nos riega, guardaremos la unidad y la preservaremos. (pág. 99)

EDIFICAR TAL CUERPO DE CRISTO

  Nuestra obra debe edificar tal Cuerpo de Cristo (Ef. 4:12, 16). Esto cambiará nuestra idea y nuestro punto de vista. Si tenemos tal visión, no podremos llevar a cabo ninguna obra que no sea parte del Cuerpo de Cristo. (La manera práctica de llevar una vida conforme a la cumbre de la revelación divina contenida en las Santas Escrituras, pág. 65)

LA EDIFICACIÓN DEL CUERPO DE CRISTO NO ES UNA OBRA HUMANA NI ES LA FORMACIÓN DE UN GRUPO SEGÚN EL MÉTODO NATURAL DEL HOMBRE

  Según Efesios 4, el resultado de la unión del Espíritu de Dios con el espíritu de los creyentes es la edificación del Cuerpo de Cristo. Esta edificación no es producida por obra humana ni por la formación de un grupo según el método natural del hombre; por tanto, no tiene nada que ver con la obra, los esfuerzos, las prácticas, los conceptos, las enseñanzas éticas, la filosofía ni con ningún sistema o actividades religiosos. La economía eterna de Dios consiste en obtener el Cuerpo de Cristo. Cualquier obra fuera de esto no está en la línea central de la economía eterna de Dios.

  La mayor parte de la obra en el cristianismo actual es producida por la obra humana, es natural y no tiene nada que ver con la edificación del Cuerpo de Cristo. Algunos dicen que el cristianismo también predica el evangelio y salva a pecadores. Pero predicar el evangelio y salvar a los pecadores no son asuntos sencillos; están relacionados con muchos asuntos importantes. El cristianismo predica el evangelio por obra humana, por esfuerzos humanos, actividades humanas; pero Pablo predicó el evangelio suministrándole, a la persona que era salva por él, el Espíritu de Dios, para que interiormente tuviera a Dios, la vida de Dios y también a Cristo. (El resultado de la unión del Espíritu consumado del Dios Triuno y el espíritu regenerado de los creyentes, pág. 53)

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  La edificación del Cuerpo de Cristo es formada por el crecimiento orgánico, y no es organizada por la obra humana. Todos los que no están en vida, que no andan conforme a la unión de estos dos espíritus, no están en la edificación del Cuerpo de Cristo. Necesitamos ver claramente esta visión. El Cuerpo de Cristo no es edificado en lo más mínimo por los métodos naturales del hombre ni por la organización de la obra humana. La edificación del Cuerpo de Cristo sólo puede lograrse cuando el Espíritu de Dios y el espíritu del hombre en los creyentes viven juntos y andan juntos, al experimentar ellos la co-muerte y la co-resurrección con Cristo, y al crecer en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo. El Cuerpo de Cristo, que es totalmente orgánico, no permite ninguna obra humana. Debemos ver esta visión claramente para que podamos edificar el Cuerpo de Cristo de modo orgánico. (págs. 73-74)

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  No debemos pensar que podemos realizar en el recobro del Señor una obra particular, conforme a nuestra propia manera de hacer las cosas. Tal vez seamos muy dotados y tengamos una gran capacidad para realizar lo que queremos; pero es posible que lo que logremos sea lo mismo que hacen las personas del mundo al llevar a cabo sus empresas. Debemos darnos cuenta de que en el recobro del Señor existe una sola obra. (Entrenamiento para ancianos, libro 10: El ancianato y la manera ordenada por Dios, pág. 132)

LA META ÚNICA DE LA OBRA CRISTIANA

  Según la revelación del Nuevo Testamento en su totalidad, la meta única de la obra cristiana debe ser la Nueva Jerusalén, que es la meta final de la economía eterna de Dios.

LA CAUSA PRINCIPAL DE LA DEGRADACIÓN DE LA IGLESIA

  La degradación de la iglesia se debe principalmente a que casi todos los obreros cristianos se distraen con muchas cosas que no tienen como meta la Nueva Jerusalén.

VENCER TODO LO QUE REEMPLAZA A LA NUEVA JERUSALÉN COMO NUESTRA META

  Así que, durante la degradación de la iglesia, para ser un vencedor que responde el llamado del Señor, se requiere que venzamos no sólo lo negativo, sino aún más lo positivo que reemplaza a la Nueva Jerusalén como la meta.

LA META DE UN VENCEDOR

  La meta de un vencedor debe ser única y exclusivamente la meta de la economía eterna de Dios: la Nueva Jerusalén. (Los grupos vitales, pág. 135)

LA COMUNIÓN DEL HERMANO LEE DADA EL 6 DE ABRIL DE 1997

  Lo siguiente es una comunión dada por el hermano Witness Lee el 6 de abril de 1997:

  Los colaboradores tienen que ver que nosotros debemos hacer una sola obra, la cual es hacer al pueblo escogido de Dios personas que han sido regeneradas, santificadas, renovadas —el nuevo hombre— transformadas, conformadas —personas conformadas a la imagen del Hijo primogénito de Dios— y glorificadas. Todos los que estarán en la Nueva Jerusalén son esta clase de personas.

  Específicamente, Dios procede paso a paso para hacer que un escogido de Dios sea una persona regenerada, santificada, renovada, transformada, conformada a la imagen del Hijo primogénito de Dios e incluso glorificada por Dios. De esta manera, nosotros subimos de un nivel a otro nivel hasta que alcanzamos el punto más elevado, donde todos llegamos a ser lo mismo. Ya no hay más carne ni ser natural. Todos están en el espíritu. Todos son el reino de los cielos y todos son seres de la Nueva Jerusalén. Este es el punto más elevado. Si usted entiende esto, podrá explicarlo a los hermanos y hermanas, y podrá pedirles que hablen lo mismo. (The Ministry, t. 1, núm. 1, octubre 1997, pág. 49)

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