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Mensajes del libro «Cumplimiento del tabernáculo y de las ofrendas en los escritos de Juan, El»
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CAPÍTULO VEINTICUATRO

LAS SEÑALES EN JUAN 8

(3)

  Lectura bíblica: Jn. 8

  En el capítulo anterior señalamos que hoy en día en la realidad y la práctica para nuestra experiencia, Cristo es el Espíritu vivificante, y que este Espíritu es el extracto del postrer Adán, Dios encarnado. Pasemos a considerar la esencia de este extracto divino.

EL HIJO DEL PADRE

  El gran argumento que se desarrolla entre el Señor Jesús y los fariseos en el capítulo 8 del Evangelio de Juan era respecto a quién era el Señor. Los judíos le dijeron: “¿Eres Tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? ¡Y los profetas murieron! ¿Quién te haces a Ti mismo?” (v. 53). Al Señor Jesús le era difícil responder a esta pregunta, porque quién es Él y qué es Él es no son asuntos sencillos, ni pueden expresarse en términos sencillos. Según Juan 8, el Señor Jesús es el Hijo del Padre. El primer elemento de este extracto divino es el Hijo del Padre. Aquel que es el Hijo del Padre es el Emancipador, el cual nos liberta.

  En este capítulo se revela claramente que el maravilloso Emancipador es el Hijo del Padre. El Padre es la única fuente. Él es la fuente de la economía divina y de todo cuanto el Dios Triuno es. El Emancipador, Aquel que nos libera de la esclavitud del pecado, es el Hijo de esta fuente. Él es la expresión del Padre, el Padre que emana de Él.

LA LUZ DEL MUNDO

  En 8:12 el Señor Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, jamás andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Esto indica que todo el mundo está en tinieblas y está llena de ellas. Las tinieblas implican pecado y muerte. ¿Cuáles son las tinieblas que llenan al mundo entero? Estas tinieblas son el pecado que resulta en muerte. Toda la sociedad humana, todo el linaje humano, yace bajo las tinieblas. El pecado son las tinieblas, y el pecado resulta en muerte. Considere la situación del mundo actual. En todos los países, incluso en los países más atrasados y remotos, la gente vive en pecado. Ellos no tienen luz alguna; al contrario, viven en tinieblas.

  Juan 8 trata sobre la fornicación, que es el pecado básico. En principio, la fornicación es la base de todo pecado. El primer pecado que Adán y Eva cometieron fue, según su significado espiritual, el pecado de la fornicación. Esto significa que ellos cometieron fornicación al volverse a otra cosa que no era Dios. Aunque ellos fueron creados por Dios y para Dios, ellos abandonaron a Dios, volvieron su corazón y su ser a algo que ocupó el lugar de Dios. En principio, esto equivalía a cometer fornicación. Así que, el primer pecado de Adán, según el significado espiritual, fue el pecado de fornicación. Por esta razón, decimos que la fornicación es el pecado básico, la base para cometer todos los otros pecados.

  En el capítulo 8 Juan usa como ejemplo un caso de fornicación que muestra lo que es el pecado. Este caso es una señal que, en principio, todo pecado que cometemos es un pecado de fornicación. Cometer fornicación espiritual equivale a alejarse de Dios para volverse a otra cosa aparte de Él. Hoy todo el linaje humano se está alejando de Dios para volverse a otras cosas. Esto significa que, no importa lo que ellos estén haciendo, en principio están cometiendo fornicación. Cada vez que disfrutamos de otras cosas, como entretenimientos y diversiones mundanas, en lugar de Dios, a Sus ojos eso es fornicación. Juan 8 trata con la fornicación como el pecado básico.

  Hemos visto que en este capítulo el Señor Jesús declaró que Él es la luz del mundo. Esta luz resplandece en las tinieblas, las repele e incluso las engulle. Solamente la luz puede sorber la oscuridad. Cuando viene la luz, las tinieblas de inmediato se desvanecen. Sólo la luz puede repeler las tinieblas. No hay manera de eliminar las tinieblas sin la luz. ¿Quién es la luz que repele las tinieblas del pecado y de la muerte? Esta luz es Jesús, el Hijo de Dios.

  Cuando recibimos al Señor Jesús, Él llega a ser la luz de la vida para nosotros. Esto significa que la luz llega a ser vida y nos trae vida. Según Génesis 1, cuando hubo luz, fue posible que todos los seres vivientes llegaran a existir.

  La luz produce vida. Como Hijo de Dios, Cristo es la luz del mundo. Cuando recibimos el resplandor de esta luz, recibimos vida, por cuanto la luz, como la luz de la vida, resulta en vida. Esta luz es diferente de la luz natural o de la luz eléctrica, que no son vivientes. La luz que hemos recibido de Cristo es viviente. Vive en nosotros, crece y se reproduce porque es la luz de la vida.

  Hasta ahora hemos visto tres elementos del extracto divino: el Hijo del Padre, la luz y la vida. Ahora sigamos para considerar al gran Yo Soy.

EL “YO SOY”

  El Señor Jesús es el Yo Soy. Su nombre es Yo Soy, el Eterno. En 8:58 el Señor dijo: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, Yo soy”. El Señor como el gran Yo Soy es el Dios eterno que existe para siempre. Por tanto, Él es antes que Abraham y es mayor que Abraham.

  Las palabras Yo Soy se relacionan con el verbo ser. Ser es existir. En Su obra creadora Dios llamó las cosas para que fueran. En realidad, Dios no hizo ninguna cosa, sino que más bien las llamó como existentes. En Romanos 4:17 Pablo habla de Dios como Aquel que “llama las cosas que no son, como existentes”. Llamar una cosa que no es como existente, es que ésta llega a existir. En cierto tiempo no había luz. Esto significa que la luz no existía. Entonces dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz; es decir, la luz llegó a existir.

  ¿Sabe usted quién es Dios? Dios es el Yo Soy único. Él es el Único que tiene ser, el gran verbo “Ser”. Nosotros, por el contrario, no somos. En nosotros mismos no tenemos ser. Esto quiere decir que el verbo ser puede aplicarse solamente a Dios y no a nosotros. Necesitamos entender que somos nada, que en nosotros mismos no tenemos ser alguno. ¿Sabe lo que significa ser nada? Significa que usted no es, que las palabras yo soy no pueden aplicarse a usted. Únicamente Dios es el Yo Soy. Sólo Él tiene ser. Él es el verbo Ser. Dios es el Ser universal, el verdadero ser. Aparte de Él, nada tiene ser. Antes bien, todo es vanidad; todo es nada.

  Cuando los fariseos le preguntaron quién era Él, el Señor les respondió, diciendo: “Yo Soy”. Aquí el Señor parecía decir: “Yo Soy el que Soy. Yo soy el único ser; Yo soy el verbo Ser. Pero vosotros escribas y fariseos son nada. Son nadie. Yo soy el Eterno, el Único que es, el Único que es verdadero”.

  Solamente el Yo Soy es realidad. Ya que Él es el verbo Ser, Él es la realidad. Cualquier cosa que no tenga ser, no puede tener realidad alguna. Todo lo que no tiene ser está vacío, es vano. Puesto que sólo Dios es el Yo Soy, Salomón pudo decir que todo es “vanidad de vanidades”. Solamente una Persona es el Yo Soy.

  Hemos visto que en Juan 8:58 el Señor Jesús habló de Sí mismo como el Yo Soy. Esta expresión se usa en dos ocasiones más en este capítulo. En el versículo 24 el Señor Jesús dijo: “Si no creéis que Yo soy, en vuestros pecados moriréis”. “Yo Soy” es lo que significa el nombre Jehová (Éx. 3:14), y Jehová es el nombre que Dios usa en relación con el hombre (Gn. 2:7). Por lo tanto, esto denota que el Señor es el Dios que existe para siempre en Su relación con el hombre. Si un hombre no cree que el Señor es Dios, ese hombre morirá en sus pecados. En Juan 8:28 el Señor también dijo: “Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que Yo soy”.

LA VERDAD

  En 8:32 el Señor dijo: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Aquí, la verdad no es una doctrina sino la realidad de la verdad, que es el Señor mismo (14:6; 1:14, 17). Juan 8:32 dice que la verdad nos hará libres. Pero el versículo 36 dice: “Así que, si el Hijo os liberta, seréis verdaderamente libres”. Esto prueba que el Hijo, el Señor mismo, es la verdad. Ya que el Señor es la corporificación de Dios (Col. 2:9), Él es la realidad de lo que Dios es. Por lo tanto, la verdad es el elemento mismo del Dios conocido y experimentado por nosotros. Cuando el Señor como el gran Yo Soy entra en nosotros como vida, Él, por ser la luz, resplandece en nuestro interior, y dicha luz introduce el elemento divino como realidad en nosotros.

  El Señor es la verdad porque Él es el Yo soy, porque Él es el verbo Ser. Por lo tanto, la verdad es el Yo Soy, el verbo Ser. La verdad que nos hace libres es el Yo Soy. El gran verbo Ser nos hace libres. Éste es Jehová, Aquel que era, que es y que será. Jesús es Jehová. El nombre Jesús significa “Jehová el Salvador”. Por lo tanto, Jesús es el gran Yo Soy, el gran Ser. Ya que Él es el Ser, Él es la verdad.

  El Señor dijo a los escribas y fariseos: “Antes que Abraham fuese, Yo soy” (v. 58). Aquí se usa el tiempo pasado con relación a Abraham, pero se usa el tiempo presente con relación al Señor Jesús. Gramaticalmente, la palabra del Señor parece ser incorrecta. No diríamos: “Antes que usted viniese, yo estoy”. Más bien, diríamos: “Antes que usted viniese, yo estaba aquí”. Sin embargo, es absolutamente correcto que el Señor dijese: “Antes que Abraham fuese, Yo soy”. El Señor es Aquel que existe para siempre. Antes que Abraham fuese, Él ya era el Yo Soy. Este gran Yo Soy, el eterno verbo Ser, es la verdad.

LIBERA AL HOMBRE DE LA ESCLAVITUD DEL PECADO

  Como el Emancipador, el Señor nos libera de la esclavitud del pecado y hace de nosotros hijos de Dios libres de la muerte (8:32-36, 51). El Señor es el que nos libera del pecado. En el versículo 51 Él dijo: “El que guarda Mi palabra, nunca verá muerte”. Esto indica que cuando llegamos a ser hijos de Dios, no moriremos jamás. El Hijo de Dios es imperecedero. El Hijo de Dios es eterno porque la vida del Hijo de Dios es la vida eterna, la cual nunca muere. De modo que, Él puede liberarnos de la esclavitud del pecado y, al impartirnos la vida eterna, hacer de nosotros hijos de Dios libres de la muerte.

ES LEVANTADO EN LA CRUZ COMO EL HIJO DEL HOMBRE

  En el versículo 28 el Señor Jesús se refirió a que Él sería levantado en la cruz. Según este versículo, el Señor fue levantado en la cruz como Hijo del Hombre. El Señor Jesús es el Hijo del Padre. Como tal, Él es el gran Yo Soy, el Ser eterno. Pero cuando le levantaron en la cruz, Él era el Hijo del Hombre. Este Hijo del Hombre es también uno de los elementos presentes en el extracto divino.

  Hasta ahora hemos abarcado algunos elementos que están en el extracto divino. El primer elemento es el Hijo del Padre. El segundo elemento es la luz del mundo, la cual llega a ser la luz de vida dentro de nosotros. El tercer elemento es el Yo Soy universal. Ahora abarcamos un cuarto elemento: el Hijo del Hombre. Ya que el Espíritu vivificante es un extracto que contiene todos estos elementos, este extracto es en verdad poderoso y efectivo.

  El capítulo 8 del Evangelio de Juan no menciona al Espíritu. Pero en 7:37-39 hay una palabra muy clara en cuanto al Espíritu. En el último día de la fiesta el Señor alzó la voz, diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (vs. 37-38). Luego el versículo 39 añade: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él; pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. En el capítulo 8 podemos ver a Cristo glorificado, ya que aquí tenemos al Cristo levantado como Hijo del Hombre. A este hecho le siguió la resurrección, y en resurrección el Espíritu como el Espíritu de Jesucristo llegó a ser. En el capítulo 7 “aún no había” el Espíritu. Pero en el capítulo 8, después que el Hijo del Hombre fue levantado, el Espíritu llegó a ser. Este Espíritu es el extracto del Hijo del Padre, la luz de vida, el eterno Yo Soy y el Hijo del Hombre. En este extracto se hallan todos estos elementos.

HONRA AL PADRE Y NO BUSCA SU PROPIA GLORIA

  Aquel que es el gran Yo Soy y también el Hijo del hombre, honró al Padre y nunca buscó Su propia gloria (vs. 49-50, 54). En esto no tenemos un elemento del extracto divino, pero sí tenemos la naturaleza del elemento que caracterizó el vivir del Señor como Hijo del Hombre. La naturaleza de este elemento es que el Señor honra al Padre y no busca Su propia gloria. El Señor siempre honró al Padre y nunca buscó gloria para Sí mismo.

  Si no honramos al Padre, sino más bien buscamos nuestra propia gloria, en principio cometemos fornicación espiritual. Debemos ser liberados de esto. Esto significa que ser liberados del pecado en Juan 8 incluye ser liberados de honrarnos a nosotros mismos y de buscar nuestra propia gloria. Si procuramos nuestra propia gloria, en principio estamos cometiendo fornicación.

  Aquí tenemos un entendimiento más profundo del pecado; ya que si buscamos aun un poquito de gloria para nosotros mismos, estamos pecando y en principio estamos cometiendo fornicación. Por ejemplo, al dar testimonio en una reunión tal vez deseemos oír muchos “amenes”. Si éste es nuestro deseo, estamos buscando gloria para nosotros mismos y no estamos honrando al Padre. Esto es pecado. ¿Qué podría dar fin a este pecado? Únicamente el extracto divino puede hacerlo. La naturaleza de este extracto es que no busca su propia gloria, sino que siempre honra al Padre.

ES ESPERADO CON REGOCIJO POR ABRAHAM

  En 8:56 el Señor Jesús dijo: “Abraham vuestro padre se regocijó de que había de ver Mi día; y lo vio, y se gozó”. Aunque Abraham esperaba al Señor con regocijo, nosotros ya no le esperamos: estamos disfrutándolo a Él.

ES CALUMNIADO POR LOS RELIGIOSOS

  El Señor Jesús como Hijo del Padre fue calumniado por los religiosos, quienes lo tenían como un samaritano que estaba poseído por un demonio (vs. 48, 52). Según el versículo 48, ellos dijeron: “¿No decimos bien nosotros, que Tú eres samaritano, y que tienes demonio?”. Aquí vemos que ellos calumniaron al Señor al acusarle de impuro. Un samaritano es una persona de sangre mezclada, que es parte judío y parte pagano. Los religiosos acusaron al Señor no sólo de ser un samaritano, sino de ser un samaritano poseído por un demonio. ¡Qué calumnia es ésta! En principio, los religiosos hacen lo mismo hoy al oponerse a quienes toman el camino del Señor.

ES TENTADO Y PERSEGUIDO POR AQUELLOS QUE PROCURAN MATARLO

  El Señor Jesús también fue tentado y perseguido por aquellos que procuraban matarlo (vs. 6, 20, 37, 40, 59). El Señor fue calumniado, tentado y perseguido, y algunos buscaban la oportunidad de matarlo. Los que se hallaban en el mundo religioso calumniaron a este Emancipador, o lo persiguieron o procuraron tentarle. La iglesia en el recobro del Señor hoy se encuentra en una situación similar al ser calumniada y perseguida. Sin embargo, mientras otros calumnian, tientan y persiguen, nosotros disfrutamos a esta Persona maravillosa que es nuestro Emancipador.

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