
Lectura bíblica: Jn. 12
En el capítulo 12 tenemos una conclusión de la primera parte del Evangelio de Juan. En capítulos anteriores hemos indicado que en Juan, del capítulo 3 al 11, se nos presentan nueve casos. El primero es un caso de regeneración, y el último es un caso de resurrección. Esto tiene mucho significado.
Todos estos casos hallados en Juan nos dirigen a una nueva creación. La humanidad cayó, y todos llegamos a ser la vieja creación. No importa si somos buenos o malos, mientras seamos la vieja creación, necesitamos a Cristo para ser regenerados y resucitados. Éramos pecaminosos y estábamos muertos, y necesitábamos una nueva vida, un nuevo nacimiento. Necesitamos llegar a ser una nueva creación. A fin de llegar a ser algo absolutamente nuevo, necesitamos ser regenerados y completamente resucitados de la vieja vida. Entonces seremos hechos nuevos, no en nuestra vida natural, en la vida adámica, sino nuevos en Cristo y en la vida divina, que es la vida eterna de Dios. Éste es el significado de todos estos casos. Además, como veremos, en estos casos tenemos el cumplimiento de las ofrendas en el Antiguo Testamento.
En el Antiguo Testamento había un centro, y ese centro era la morada de Dios. Primero, la morada de Dios fue el tabernáculo, y luego Su morada fue el templo. En realidad, el Antiguo Testamento es una historia acerca de la morada de Dios.
Aparentemente, el libro de Génesis no tiene nada que ver con la morada de Dios. Pero, el libro de Génesis de hecho, tiene mucho que ver con la morada de Dios. La morada de Dios no era meramente el tabernáculo y el templo; Su morada era un pueblo. El tabernáculo y el templo eran símbolos de los hijos de Dios como Su morada. El pueblo de Dios eran los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, los antepasados cuyas vidas constan en el libro de Génesis. Por tanto, en Génesis tenemos los antepasados de este pueblo que finalmente llegó a ser la morada de Dios. La historia del Antiguo Testamento es una historia de esta morada, la cual primero está simbolizada por el tabernáculo y luego por el templo.
Las ofrendas eran necesarias a fin de que el pueblo de Dios entrara en el tabernáculo a reunirse con Él. Frente al tabernáculo había un altar, donde las diferentes ofrendas se ofrecían a Dios. Estas ofrendas eran de cinco categorías principales: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones.
Recientemente dimos una serie de mensajes acerca de las ofrendas, que están impresos en el libro Experimentar a Cristo como las ofrendas para presentarlo en las reuniones de la iglesia. En estos mensajes señalamos que el holocausto y la ofrenda de harina eran un par, que la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones también eran otro par, y que entre estos dos pares estaba la ofrenda de paz. Además, la ofrenda por el pecado era respaldada por el holocausto. Esto quiere decir que sólo Aquel que se entregó absolutamente a Dios está calificado para ser la ofrenda por el pecado. Cristo, como el Absoluto, es el holocausto ofrecido a Dios para Su satisfacción. Por esta razón, está calificado para ser nuestra ofrenda por el pecado. Esto se revela claramente en el libro de Hebreos, el cual nos indica que Cristo era Aquel que era absoluto para Dios. Por consiguiente, Él era el Único que estaba calificado para ser la ofrenda por el pecado con el fin de tratar con nuestra naturaleza pecaminosa.
Así como la ofrenda por el pecado era respaldada por el holocausto, así también la ofrenda por las transgresiones era respaldada por la ofrenda de harina. Cristo, el único que es perfecto, estaba calificado para morir por nosotros y por nuestros pecados. Como la ofrenda de harina Él es apto para llevar nuestros pecados, delitos y transgresiones, solamente Él fue hecho apto para redimirnos. Como holocausto, Cristo era apto para ser la ofrenda por el pecado, y en calidad de ofrenda de harina, Él estaba calificado para ser la ofrenda por las transgresiones. Esto significa que Aquel que se entregó absolutamente a Dios estaba calificado para ser nuestra ofrenda por el pecado, y Aquel que era perfecto en Su humanidad estaba calificado para ser nuestra ofrenda por las transgresiones.
Cuando tenemos a Cristo, el Absoluto, con el propósito de que sea nuestra ofrenda por el pecado para dar fin a nuestra naturaleza pecaminosa y cuando tenemos a Cristo, el Perfecto, con el propósito de que sea nuestra ofrenda por las transgresiones para dar fin a nuestros actos pecaminosos, ya no tenemos más problemas. Entonces este Cristo llega a ser nuestra ofrenda de paz para que nosotros la disfrutemos como un banquete con Dios y unos con otros. Esto significa que la ofrenda de paz es un banquete. Cuando venimos a la mesa del Señor, venimos a un banquete, y este banquete es Cristo como nuestra ofrenda de paz.
Como ofrenda de paz, Cristo satisface a Dios, y también nos satisface a nosotros. Además, Él es la paz entre nosotros y Dios y unos con otros. Cristo también es la paz entre un hermano y su esposa. Sin Cristo como ofrenda de paz, no puede haber paz entre un esposo y su esposa. Sin Cristo, no habría paz alguna entre los hermanos y hermanas en la vida de iglesia. Cristo es nuestra paz, y esta paz llega a ser nuestro disfrute en la mesa del Señor. Cada semana en el día del Señor nos reunimos para celebrar banquete con Cristo como nuestra ofrenda de paz. Lo disfrutamos a Él delante de Dios y con Dios, y lo disfrutamos unos con otros. Esta ofrenda de paz es el resultado de las otras cuatro ofrendas mencionadas.
Veamos ahora cómo estas cinco ofrendas se cumplen en los casos relatados en los capítulos del 3 al 11 del Evangelio de Juan. Con el caso de Nicodemo, en Juan 3, tenemos la ofrenda por el pecado. Nicodemo era un caballero instruido, maduro, experimentado, moral, religioso y temeroso de Dios. Según la opinión que tenía de sí mismo, probablemente no era pecaminoso. En cierto sentido, Nicodemo no era pecaminoso externamente; sin embargo, internamente sí era pecaminoso. Es por esto que el Señor Jesús le habló acerca de la serpiente de bronce (v. 14). Era como si el Señor Jesús le dijese: “Nicodemo, eres muy correcto en tu comportamiento externo, pero aún necesitas que sea tu sustituto como la serpiente de bronce, para que tu naturaleza serpentina pueda ser anulada. Nicodemo, puedes decir que eres una buena persona en tu conducta y en tu carácter, pero no puedes decir que eres bueno en cuanto a tu naturaleza. En naturaleza Nicodemo, tu eres un ser serpentino. Has sido mordido por la serpiente antigua, y su veneno ha sido inyectado en tu ser. Por consiguiente, a los ojos de Dios, eres serpentino. Como maestro de los judíos, debes conocer el capítulo 21 del libro de Números. Ese capítulo dice que tus antepasados ofendieron a Dios, y como resultado, fueron mordidos por serpientes. A los ojos de Dios, todos ellos se convirtieron en serpientes moribundas. Cuando Moisés oró por ellos, Dios le dijo a Moisés que levantara una serpiente de bronce sobre un asta. Esa serpiente de bronce tenía la forma de una serpiente, pero no la naturaleza de ella. Esa serpiente vino a ser un sustituto por el pueblo al ser juzgada en lugar de ellos. Cualquiera que mirara a esa serpiente de bronce, viviría. Nicodemo, Yo soy la realidad de esa serpiente de bronce. Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que Yo, el Hijo del Hombre, sea levantado, para que todo aquel que en Mí cree, tenga vida eterna”.
Después que el Señor le habló a Nicodemo respecto a este asunto, Nicodemo no tuvo nada más que decir. Él entendió la palabra del Señor. En Juan 3 la serpiente de bronce levantada sobre un asta representaba la ofrenda por el pecado. Esta ofrenda no lleva nuestros pecados; más bien, da fin al pecado que mora en nuestra naturaleza caída.
En el siguiente caso, el de la mujer samaritana en el capítulo 4, tenemos la ofrenda por las transgresiones. Mientras que Nicodemo era una persona moral, la mujer samaritana era inmoral, pese a que era religiosa. La mujer samaritana había tenido cinco maridos, y ahora vivía con uno que no era su marido. Ya que era una persona inmoral, ella necesitaba una ofrenda por las transgresiones.
En el capítulo 7 del Evangelio de Juan, Cristo es el holocausto, Aquel que es absoluto para Dios. Como el Absoluto, Cristo vivía para la satisfacción de Dios y Él buscó la gloria de Dios.
En el capítulo 6 vemos a Cristo como la ofrenda de harina. La ofrenda de harina en el Antiguo Testamento se hacía principalmente de flor de harina. En Juan 6 el Señor Jesús dijo que Él era el pan de vida, el pan de Dios, el pan vivo y verdadero que descendió del cielo (vs. 32-33, 35, 41, 51). Así pues, Él es la verdadera ofrenda de harina que nos alimenta.
En todos estos casos tenemos la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto y la ofrenda de harina. Si el Señor Jesús no fuese las ofrendas, Él no podría hacer nada por nosotros, ya que entre nosotros y Dios existe el gran problema del pecado. Las ofrendas se encargan de dar fin al pecado. Los pecados son el resultado, el producto, del pecado, y el pecado es la fuente de los pecados. Si el pecado es anulado, entonces también los pecados serán anulados.
Por causa del problema del pecado, había un altar cerca de la entrada del tabernáculo. El problema del pecado tenía que solucionarse a fin de que los seres caídos pudiesen entrar en el tabernáculo para reunirse con Dios. El tabernáculo aludía al hecho de que Dios moraba entre el pueblo. La morada de Dios estaba en la tierra, de modo que Su pueblo pudiera entrar en Él a fin de disfrutarle y participar de todas Sus riquezas. Sin embargo, dado que el pecado fue inyectado en la humanidad, la humanidad está en una condición caída, y todas las personas tienen el problema del pecado. Este problema sólo puede ser resuelto por el altar, es decir, por la cruz. En la cruz Cristo se ofreció a Sí mismo como nuestra ofrenda por el pecado, nuestra ofrenda por las transgresiones, nuestro holocausto, nuestra ofrenda de harina y nuestra ofrenda de paz.
Con el caso de Nicodemo tenemos la regeneración. Con el caso de la mujer samaritana vemos una persona satisfecha con el agua viva y quien también obtiene la realidad, la verdad, con la cual se adora a Dios. Luego, en los capítulos del 5 al 11, tenemos el caso del hombre imposibilitado que es vivificado, en el capítulo 5, el caso de la multitud hambrienta que es satisfecha, en el capítulo 6, el caso de los sedientos que son satisfechos y desbordan con ríos de agua viva, en el capítulo 7, el caso de una persona liberada de la esclavitud del pecado, en el capítulo 8, el caso del ciego que es sanado de modo que pasa de las tinieblas a la luz, en el capítulo 9, y el caso de la resurrección de Lázaro, en el capítulo 11. Si juntamos todos estos casos, podemos ver que, sin Cristo como las ofrendas, no nos sería posible ser regenerados, ni ser satisfechos con el agua viva, ni tener la realidad para rendir adoración a Dios, ni ser vivificados, ni ser alimentados con el pan vivo, ni podríamos apagar nuestra sed y desbordar de agua viva, ni ser libertados del pecado a fin de salir de nuestra ceguera y ser resucitados de la sepultura para llegar a ser una persona viviente. Todo esto depende de que Cristo sea las ofrendas. A esto se debe que en este Evangelio tenemos el cumplimiento de las ofrendas para que entremos en el tabernáculo.
Tal vez se pregunten dónde se encuentra el tabernáculo en el Evangelio de Juan. En el capítulo 13 se halla el lavacro para lavarnos, y en los capítulos del 14 al 17 tenemos el tabernáculo con el altar del incienso. En el capítulo 17 Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, está intercediendo en el altar del incienso. En un capítulo posterior hablaremos sobre el lavacro, hallado en el capítulo 13. En este capítulo aún estamos en el altar. No obstante, al llegar al capítulo 12, estamos en el altar disfrutando no de la ofrenda por el pecado, ni de la ofrenda por las transgresiones, ni del holocausto, ni de la ofrenda de harina, sino que estamos disfrutando de la ofrenda de paz en una casa pequeña en Betania.
La primera señal hallada en Juan 12 es la señal de la casa en Betania (vs. 1-3), casa que es una miniatura de la vida de iglesia. Betania significa “casa de aflicción”. Sin embargo, había un banquete con el Señor.
Juan 12:2 dice: “Le hicieron pues allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban reclinados a la mesa con Él”. Aquí vemos que Lázaro estaba reclinado a la mesa con el Señor Jesús y que Marta estaba sirviendo. En el versículo 3, María hizo algo que expresaba su amor por el Señor. Pero el punto importante aquí era que todos los que se hallaban en la casa tenían un festín.
Cuando Jesús estaba en la casa en Betania, Dios estaba allí, porque Jesús es Dios encarnado. Mientras el banquete se llevaba a cabo en Betania, el sumo sacerdote y los otros sacerdotes servían a Dios en el templo en Jerusalén. Esto significa que se realizaban dos clases de servicios al mismo tiempo: uno en Betania y otro en Jerusalén. En el servicio que realizaban en Betania, Marta estaba sirviendo, Lázaro estaba reclinado a la mesa con el Señor Jesús y María ungía los pies de Jesús, y los enjugaba con sus cabellos. Pero en el servicio que realizaban en Jerusalén, los sacerdotes, vestidos con vestiduras largas, ofrecían sacrificios y quemaban incienso. ¿Dónde estaba Dios en aquel tiempo, en el templo o en la casa en Betania? Los sacerdotes sin duda alguna tenían la completa certeza de que ellos estaban adorando a Dios. Pero en realidad Dios no estaba allí, pues Él se hallaba en Betania. Él estaba disfrutando un servicio que no tenía nada de formalidades ni ritos. En lugar de ponerse de rodillas ante el Señor, Lázaro estaba reclinado a la mesa con Él. Conforme a 12:10-11, los principales sacerdotes tuvieron consejo para dar muerte tanto a Lázaro como al Señor Jesús, porque a causa de Lázaro muchos creían en el Señor.
El disfrute que se experimentó en la casa en Betania era el resultado, el producto, de todos los casos anteriores. El último caso, el de Lázaro, en el capítulo 11, fue un caso de resurrección. Por Su vida de resurrección el Señor había ganado una casa en Betania donde podía festejar, tener descanso y satisfacción. En esa casa en Betania, el Señor, el Dios encarnado, y Sus discípulos podían festejar juntos de la ofrenda de paz. Este festejo en Betania fue el resultado de los nueve casos anteriores.
Aquí quiero enfatizar el hecho de que al estudiar el Evangelio de Juan, no sólo debemos leer las historias escritas, sino que debemos profundizar en todos los capítulos y ver cuales son los extractos. Aquí en el capítulo 12 vemos un extracto particular. Este extracto consiste en que, como resultado de los nueve casos en donde vemos a Cristo como todas las ofrendas, hay una casa de banquete en Betania. Esta casa está compuesta por todos los que han sido regenerados, libertados del pecado, sanados de su ceguera y resucitados de la muerte. Por consiguiente, el resultado de que Cristo sea las ofrendas es una casa donde Sus discípulos pueden tener un banquete con Él, quien es el Dios encarnado.
Ciertamente, la vida de iglesia que nos muestra la casa en Betania estaba en una escala muy pequeña. Probablemente en la casa no más de veinte personas se habían reunido para ese banquete. Pero, aunque la escala era pequeña, la realidad era profunda.
En esta casa en Betania tenemos una miniatura de la vida de iglesia. Aquí tenemos un cuadro de la vida de iglesia y de las reuniones de la iglesia. Sí, la escala en Juan 12 es pequeña, pero el cuadro es perfecto, completo. ¿En qué consiste la vida de iglesia como se retrata en Juan 12? La vida de iglesia es una vida en la cual algunos sirven al Señor, otros expresan su amor por el Señor, y otros no hacen nada sino testificar de la vida de resurrección. Según este cuadro, todos festejan con el Señor. Ésta es la vida de iglesia.
Hemos señalado que mientras el Señor y los discípulos tenían un banquete en Betania, los sacerdotes estaban en el templo adorando a Dios en una manera formal y religiosa. En Betania se rendía un servicio a pequeña escala, pero en Jerusalén se rendía una adoración religiosa a gran escala. Si hubiesen estado allí en ese tiempo, ¿dónde habrían ido a adorar a Dios? ¿Habrían ido a la casa en Betania o al templo en Jerusalén? Creo que, si somos sinceros, admitiremos que habríamos ido al templo en Jerusalén para adorar a Dios. En aquella casa en Betania no había sacerdotes, ni tenía el altar donde se ofrecían los sacrificios ni el altar del incienso. No obstante, Dios estaba en esa casa en Betania.
Debido a que el propio Señor Jesús estaba con ellos, Lázaro, Marta y María ciertamente no lo habrían abandonado para ir a adorar en el templo. Ellos habían sido atraídos por el Señor Jesús; Él era como un poderoso imán que los atraía a Sí mismo. ¿Quién era este Jesús que les había atraído? Era el propio Dios encarnado, esto es, Dios en la carne, Dios en la humanidad. Este Dios encarnado disfrutaba con Sus discípulos allí en Betania, y Sus discípulos lo disfrutaban a Él junto con Dios y unos con otros. Todos juntos experimentaban un disfrute maravilloso. Éste es un cuadro de la vida de iglesia.
En la miniatura de la vida de iglesia retratada en Juan 12, vemos tres asuntos: servicio, amor y testimonio. Esta miniatura de la vida de iglesia, junto con estos aspectos, es el resultado de que el Señor fuese la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto y la ofrenda de harina. Ya que el Señor es la realidad de todas estas ofrendas, en Juan 12 vemos que Él es la ofrenda de paz. Por tanto, disfrutémosle como Aquel que es apto y como Aquel que satisface a Dios y a nosotros.
Creo que cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, ninguna ocasión fue más placentera para Él como esta vez que tuvo un banquete en la casa en Betania, junto con Lázaro, Marta, María y los demás. Cuando Él vio el testimonio de Lázaro, el amor de María y el servicio de Marta, Él quedó satisfecho, y disfrutó de un tiempo sumamente placentero. Así pues, ésta es la primera señal hallada en Juan 12, una señal que presenta la vida de iglesia en miniatura.