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Mensajes del libro «Cumplimiento del tabernáculo y de las ofrendas en los escritos de Juan, El»
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CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

LAS SEÑALES EN JUAN DEL 14 AL 17

(2)

  Lectura bíblica: Jn. 14:2-3; 2:16

  Los escritos de Juan son libros de señales. En Juan del capítulo 14 al 17 hay diez grandes señales. En los capítulos anteriores vimos algunas de las señales descritas de este evangelio, como el tabernáculo (1:14), el Cordero de Dios (v. 29), la puerta (10:7) y los pastos (v. 9). Una señal es un símbolo con un significado espiritual. Un buen ejemplo de esto es un semáforo. En esta señal de tráfico cada color posee un significado específico: rojo significa alto, y verde significa siga. Tanto en el Evangelio de Juan como en el libro de Apocalipsis hay muchas señales

LA CASA DEL PADRE

  La primera de las diez señales halladas en los capítulos del 14 al 17 del Evangelio de Juan es la señal de la casa del Padre. Debemos estudiar el Evangelio de Juan, para ver que la casa del Padre representa la mezcla del Dios Triuno con Su pueblo redimido a fin de constituir una morada para Dios y Su pueblo.

  A lo largo de los siglos muchos han sostenido el concepto de que la casa del Padre, mencionada en Juan 14, se refiere a una mansión celestial, una mansión en los cielos a donde van los creyentes después que mueren. Es común que en el funeral de un creyente los pastores consuelen a la familia diciendo que el difunto ahora se ha ido a una mansión celestial y que en esta mansión celestial él es feliz. Luego quizás el pastor diga que todos los creyentes cuando mueren van a esta mansión.

  Muchos creyentes piensan que hay tres razones principales para convertirse a cristiano: en primer lugar, para recibir el perdón de pecados; segundo, para ser salvo de la perdición eterna; y tercero, para ir a una mansión celestial cuando uno muera. Éste es el concepto general de muchos cristianos. Sin embargo, el concepto de ir a una mansión celestial es supersticioso y está totalmente desviado de la línea de la revelación hallada en el Evangelio de Juan, el cual no tiene nada que ver con una mansión celestial. Más bien, la revelación en este Evangelio tiene que ver con el Dios Triuno que se imparte en nuestro ser, a fin de hacer de nosotros Su morada y de que esta morada también llegue a ser nuestra morada. Éste es el tema del Evangelio de Juan. En este libro no hay ningún pensamiento acerca de ir al cielo.

  El Evangelio de Juan comienza de esta manera: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios” (1:1). Luego nos dice que “la Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros [...] llena de gracia y de realidad” (v. 14). Juan pasa a decir en 1:16: “De Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. ¿Cuál es el propósito de que la Palabra se hiciera carne, llena de gracia y de realidad? ¿Es el propósito que vayamos al cielo? Este pensamiento es ilógico y yerra el blanco por mucho.

  En el Evangelio de Juan, la casa del Padre no significa una mansión celestial. La casa del Padre significa que Dios se mezcla con Su pueblo redimido para hacer de ellos Su casa, Su morada. Con el tiempo, la morada de Dios también llegará a ser la morada de Su pueblo redimido. ¡Alabado sea el Señor que en el universo existe tal maravillosa entidad, como lo es esta morada mutua para Dios y Su pueblo redimido! Dios está impartiéndose a Sí mismo en Su pueblo y mezclándose con ellos a fin de producir esta morada mutua.

  En el capítulo 1 del Evangelio de Juan tenemos el tabernáculo, y en el capítulo 2 tenemos el templo. Respecto al templo, el Señor Jesús dijo que era la casa de Su Padre: “No hagáis de la casa de Mi Padre casa de mercado” (v. 16). Esto nos muestra que la casa del Padre en el capítulo 2 se refiere al templo. Aquel templo estaba en la tierra; no era una mansión en los cielos. El mismo término que se usó en 2:16 para referirse al templo sobre la tierra, se usa de nuevo en 14:2: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay”. No es lógico decir que la casa del Padre en el capítulo 2 es el templo aquí en la tierra, y que la casa del Padre en el capítulo 14 es una mansión celestial.

  Nos debe impresionar el hecho de que en el Evangelio de Juan se usa dos veces la expresión la casa de Mi Padre. En 2:16 se refiere claramente al templo aquí en la tierra. Entonces, ¿a qué se refiere en 14:2? Aquí, se refiere a la casa de Dios entre Su pueblo en la tierra; no se refiere a una mansión celestial.

LA IGLESIA ES EDIFICADA EN RESURRECCIÓN

  Si la casa del Padre en el capítulo 14 se refiriera a una mansión en los cielos, la cual el Señor fue a edificar, entonces Dios tendría dos edificios en el universo a la vez. Estos dos edificios serían la iglesia y la mansión en los cielos. En Mateo 16 el Señor Jesús dijo claramente que Él estaba edificando Su iglesia. Si la casa en Juan 14 fuera una mansión celestial, entonces además de la iglesia en la tierra, el Señor Jesús estaría edificando una casa en los cielos. Esto implicaría que está edificando dos casas, una en los cielos y otra en la tierra.

  Si la casa en Juan 14 fuera una mansión celestial, no habría necesidad de que el Señor Jesús la edificara. Él simplemente podría haberla creado. En la creación, cuando Dios quería alguna cosa, Él simplemente hablaba y esa cosa llegaba a existir. Por ejemplo, Dios necesitaba la tierra. Por tanto, Él habló, y la tierra llegó a existir. El principio con respecto a la llamada mansión celestial sería el mismo. Si Dios necesitaba una mansión celestial como morada, no habría necesitado esperar dos mil años para edificarla. Dado que esa morada formaría parte de la creación, Él sólo hubiera hablado, y Su morada habría sido producida.

  Cuando el Señor habla de la casa del Padre en Juan 14, Él no se está refiriendo a una mansión celestial. La casa en este capítulo es la iglesia. La iglesia es la casa de Dios, la casa del Padre. El Señor Jesús dijo estas palabras poco antes de morir. Luego por medio de Su muerte y resurrección, Él edificó la iglesia. Este concepto concuerda con el pensamiento completo del Evangelio de Juan.

  El Evangelio de Juan revela que el Dios Triuno se imparte a Sí mismo en nosotros, se forja en nosotros, en virtud de la muerte y resurrección del Hijo. El Señor Jesús indicó esto en el capítulo 2 cuando dijo a los líderes judíos: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (v. 19). La frase en tres días quiere decir en resurrección. Así pues, aquí el Señor estaba diciendo que Él edificaría el templo, la casa del Padre, en resurrección. El Señor parecía decirles a los líderes religiosos: “Destruid este templo, la casa de Mi Padre, y Yo lo edificaré en resurrección”. Esto nos muestra que los capítulos 2 y 14 del Evangelio de Juan corresponden uno al otro.

  En 14:2 el Señor dijo que iba a preparar lugar para nosotros en la casa del Padre. Su ida a preparar un lugar era Su ida por medio de Su muerte y resurrección. Aparte de la muerte y resurrección de Cristo, no tenemos manera de entrar en Dios, ni hay lugar para nosotros en Dios. El Señor Jesús tenía que morir a fin de abrir el camino, preparar un camino, para que nosotros tuviéramos una posición, un lugar, en Dios.

MUCHAS MORADAS

  En 14:2 el Señor Jesús dijo: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay”. Una morada es un lugar donde morar. Por tanto, en el versículo 2, las muchas moradas son muchos lugares de habitación. En el versículo 23 el Señor dijo: “El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. En los versículos 2 y 23 se usa la misma palabra griega para morada. La única diferencia es que en el versículo 2 esta palabra está en plural, y en el versículo 23 está en singular. Juntos, estos dos versículos indican que las muchas moradas de la casa del Padre son los muchos creyentes. La casa del Padre es en realidad el Cuerpo de Cristo, y el Cuerpo de Cristo está compuesto de los creyentes como miembros. Cada miembro del Cuerpo de Cristo es una morada de la casa del Padre.

  ¿Creen ustedes que Dios no tiene una morada completa en los cielos y es necesario que el Señor Jesús acabe de edificarle una morada allá? ¿Creen que mientras el Señor está edificando la iglesia en la tierra, también está edificando una mansión celestial para el Padre? Dios concluyó Su obra creadora hace mucho tiempo. Esto significa que los cielos también fueron acabados y que allí no se necesita más edificación. Sin embargo, todavía es necesario que la iglesia, el pueblo escogido de Dios, sea edificado. El Señor Jesús murió por ellos y fue resucitado juntamente con ellos. Ahora con base en Su muerte y resurrección, Él está obrando en ellos para edificarlos en un solo Cuerpo, y este Cuerpo es la iglesia, la casa del Dios viviente (1 Ti. 3:15). Cada miembro de la iglesia es una morada donde Dios puede morar. Cuando Dios mora en nosotros, Él viene a ser nuestra morada. ¡Cuán maravilloso es esto! ¡Alabado sea el Señor que todos nosotros somos las moradas de Dios! Todos somos miembros del Cuerpo de Cristo, y este Cuerpo es la casa de Dios.

  En el Nuevo Testamento tenemos el concepto de que nuestro cuerpo es nuestro tabernáculo. El capítulo 5 de 2 Corintios indica que nuestro cuerpo es nuestra morada. Del mismo modo, el Cuerpo de Cristo es la morada de Dios. Esto significa que la casa del Padre, mencionada en Juan 14:2, es el Cuerpo de Cristo edificado con todos los creyentes. Cada creyente de Cristo es una morada de esta casa, para que Dios habite allí.

  La casa del Padre es una morada mutua, una morada para Dios y nosotros. Pero si no somos edificados por medio de la muerte y resurrección de Cristo, de modo que Dios pueda morar en nosotros, no podremos experimentar que Dios sea nuestra morada. Para que Dios pueda morar en nosotros, necesitamos ser edificados por medio de la muerte y resurrección de Cristo. Cuando seamos edificados de esta manera, seremos una morada para Dios. Cuando Dios mora en nosotros, Él llega a ser nuestra morada. Ésta es nuestra morada. Además, esto significa que nosotros y Dios, Dios y nosotros, somos mezclados juntos para llegar a ser una morada única, una morada mutua. Dios habita en nosotros, y nosotros en Dios: ésta es, una morada mutua. Éste es el pensamiento del Evangelio de Juan. Así pues, la casa del Padre es una señal que representa la mezcla de Dios con Su pueblo.

BET-EL

  En el Antiguo Testamento tenemos Bet-el (Gn. 28:12-13a, 16-19a, 22a). ¿Qué enfatiza Bet-el? Bet-el significa “la casa de Dios”. Según Génesis 28, en Bet-el vemos la piedra sobre la cual se derramó aceite. En este capítulo Jacob derramó aceite sobre una piedra, y la llamó Bet-el. Esto indica que Bet-el, la casa de Dios, está compuesta de piedra y aceite. La piedra representa al pueblo transformado de Dios (Jn. 1:42; Mt. 16:18; 1 P. 2:5), y el aceite representa a Dios como Espíritu que llega al hombre. Aquí vemos la mezcla de Dios con Su pueblo.

  Con Bet-el también tenemos la puerta del cielo, junto con la escalera que estaba apoyada sobre la tierra y tocaba el cielo (Jn. 1:51). Esta escalera trae el cielo a la tierra y une la tierra con el cielo. Experimentamos esta escalera en la vida de iglesia. La vida de iglesia es la puerta del cielo, y en la vida de iglesia tenemos el sentir de que el cielo es traído a la tierra y la tierra es unida al cielo. Esto es Bet-el.

EL TABERNÁCULO

  En Éxodo 25 tenemos el tabernáculo, un santuario para que Dios habite (vs. 8-9). El tabernáculo estaba edificado de madera de acacia recubierta de oro (26:15, 29). Dado que la madera de acacia representa la humanidad apropiada y el oro representa la divinidad, aquí tenemos la humanidad mezclada con la divinidad.

  Además, el tabernáculo estaba sostenido y cubierto por la redención de Cristo (38:27; 26:14). El tabernáculo reposaba sobre cien basas de plata. Cada basa estaba hecha de un talento de plata que pesaba más de cien libras. Estas cien basas eran el fundamento del tabernáculo. Esto nos muestra que el tabernáculo en realidad estaba sostenido por estas basas. La plata representa la redención de Cristo. Por tanto, lo que sostenía al tabernáculo era la redención de Cristo. Además, el tabernáculo también estaba cubierto con la redención de Cristo, según está representada por las pieles de carnero teñidas de rojo.

  Con el tabernáculo también tenemos a Cristo como las ofrendas, a fin de que los redimidos de Dios puedan entrar en el tabernáculo, y tenemos las riquezas de Cristo, a fin de que los que ya entraron puedan disfrutarlas dentro del tabernáculo. Por medio de Cristo, como las ofrendas, el pueblo redimido de Dios puede entrar en el tabernáculo. Luego, una vez que están dentro del tabernáculo, ellos pueden disfrutar las riquezas de Cristo, tipificadas por la mesa del pan de la Presencia, el candelero, el Arca y el altar del incienso.

EL TEMPLO

  En el Antiguo Testamento el templo era la casa de Dios (1 R. 6:1). Como casa de Dios, el templo era el tabernáculo agrandado (vs. 2, 20; véase Éx. 26:15-16, 18, 20, 22). El templo estaba puesto sobre una piedra de fundamento (1 R. 6:37), y estaba edificado de piedra, cedro y ciprés recubierto de oro (vs. 7, 9, 15-16, 18, 20-22). La piedra representa la humanidad transformada; el cedro, la humanidad en resurrección; y el ciprés, la humanidad que ha pasado por la muerte. Como lo vimos en el tabernáculo, el oro representa la divinidad. Por consiguiente, en el templo vemos de nuevo la mezcla de la divinidad con la humanidad que ha pasado por la muerte y está en resurrección y transformación.

  El templo era el reposo de Dios. El templo satisfizo Su deseo para siempre. También era un lugar donde Su pueblo recibía una provisión abundante (Sal. 132:13-16).

EL DISFRUTE DE LA CASA DE DIOS QUE TENÍAN LOS SANTOS

  Además de ser el reposo de Dios, el templo también era el disfrute de los santos. Este disfrute se muestra en los Salmos. Los santos disfrutaban las riquezas de Dios en el templo. Esto indica que la casa de Dios no sólo era la morada de Dios, sino que también era la morada de los santos. Los santos deseaban y anhelaban morar en ella (84:1-2, 4, 10; 43:3; 122:1; 23:6). En el templo ellos hallaron una casa para sí y también un nido donde poner sus polluelos (84:3). Esto indica que en la vida de iglesia hallamos una casa para nosotros mismos y también un nido donde traemos a los creyentes jóvenes. Además, en el templo los santos disfrutaban al Señor como sol y escudo, recibiendo gracia y gloria (v. 11). En el templo contemplaban la hermosura del Señor y le inquirían (27:4). Ellos también fueron saturados de la grosura de la casa de Dios, bebiendo del río de las delicias de Dios, disfrutando de la fuente de la vida y recibiendo la luz divina (36:8-9). Éste es un cuadro de las riquezas divinas que disfrutamos en la vida de iglesia, la casa de Dios.

  En el templo los santos florecen como olivo verde, llenos de savia y fruto (52:8; 92:13-14). En el templo ellos también reciben la revelación de Dios respecto al destino del impío y del piadoso bajo el trato disciplinario de Dios (73:13-25). Esto indica que en la vida de iglesia recibimos la revelación de Dios en cuanto a situaciones que no podemos entender. Si usted entra en la vida de iglesia, usted verá la revelación de Dios con respecto al piadoso y al impío.

NO ES UNA MANSIÓN CELESTIAL

  Nos debe impresionar profundamente el hecho de que la casa del Padre, revelada en Juan 14:2, no es una mansión celestial. Introducir el pensamiento de una mansión celestial en el Evangelio de Juan puede compararse con añadir un elemento extraño a nuestro cuerpo. Cada parte de nuestro cuerpo es orgánica, pero si se le añade un elemento extraño, ese elemento no será una parte orgánica del cuerpo. Introducir el pensamiento de una mansión celestial en el Evangelio de Juan equivale a inyectarle algo que no es de vida, lo que está básicamente en contra del principio rector del libro de Juan.

  Según hemos indicado, si la casa del Padre en 14:2 se refiere a una mansión celestial, esto significaría que hoy en día el Señor Jesús está llevando a cabo dos clases de obras de edificación. Según Mateo 16, el Señor está edificando la iglesia. ¿Cree usted que, por un lado, el Señor está edificando la iglesia en la tierra y que, por otro lado, está edificando una mansión en los cielos? Este pensamiento no es lógico, y también es contrario al principio divino.

  La Biblia claramente revela que Dios tiene dos creaciones: la vieja creación y la nueva creación. En la vieja creación efectuada por Dios, Él lo hizo todo por medio de hablar. Él sólo tenía que hablar, y las cosas, una tras otra, llegaron a existir. Si Dios hubiera necesitado una mansión celestial, ésta ya habría sido creada. No es correcto decir que después de la creación que Dios efectuó, Él todavía debería añadirle algo a Su creación, o remodelarla.

  La segunda creación de Dios, la nueva creación, no tiene lugar por medio de Su hablar. Más bien, la nueva creación es llevada a cabo por medio de la encarnación, la crucifixión y la resurrección de Cristo. De esta manera, Él se forja en los escogidos de Dios. Mediante este proceso Él hace que Su creación sea divina.

  La vieja creación no era divina. Aunque Dios la creó, ella no tenía nada de la naturaleza de Dios. La nueva creación es diferente, ya que es una entidad saturada con el ser de Dios. Dios se forja en esta entidad, no por medio de hablar para que llegue a existir, sino mediante la encarnación, la crucifixión y la resurrección; y también podemos añadir la transformación y la glorificación. Ésta es la edificación de Dios en el universo. Ésta no es la edificación de una mansión celestial en un sentido material. Al contrario, se trata de la edificación del Cuerpo de Cristo de manera orgánica, y este Cuerpo es la casa del Padre.

  Al igual que la vid mencionada en Juan 15, la casa del Padre es un organismo, no es una organización. Además, la unidad por la cual el Señor Jesús oró en Juan 17 es la casa del Padre. En este capítulo el Señor oró al Padre que hiciera a todos los creyentes uno en el Dios Triuno. Así pues, en el capítulo 17 tenemos la unidad de los creyentes en el Dios Triuno. Ésta es la mezcla del Dios Triuno con Su pueblo, y esta unidad es orgánica. Es un organismo divino, un organismo que es el Cuerpo de Cristo, la casa del Padre, y también una morada mutua. En la era actual, esta morada es la vida de iglesia, y en la eternidad será la Nueva Jerusalén. Éste es el entendimiento apropiado acerca de Juan 14:2.

  Según el Theological Word Book of the New Testament de Kittel, fueron los gnósticos quienes emplearon la palabra griega traducida casa (oikia) para referirse a una mansión celestial. Esto nos muestra que el concepto de una mansión celestial es pagano. También es un concepto herético.

  Debido a que los gnósticos sostienen el concepto de una mansión celestial, algunos expositores han pensado que Juan estaba bajo la influencia del gnosticismo cuando él escribió su evangelio. Según estos expositores, Juan estaba siguiendo a los gnósticos al hablar de una mansión celestial en el capítulo 14. Sin embargo, Juan ciertamente no era un gnóstico, y él no usó la palabra oikia para denotar una mansión celestial. Él no usó esta palabra con una denotación gnóstica. De hecho, no fue Juan quien usó esta palabra, como consta en el Evangelio de Juan; fue el Señor Jesús quien habló de la casa del Padre, y Él ciertamente no era un gnóstico. El Señor tampoco usó ninguna palabra con una denotación gnóstica.

  Lo que el Señor Jesús dijo en el Evangelio de Juan respecto a la casa del Padre, no se refiere a una mansión en los cielos; se refiere al Cuerpo místico de Cristo, es decir, a un organismo divino que está compuesto del Dios Triuno mezclado con Su pueblo escogido. Decir que Juan 14:2 alude a una mansión celestial es adoptar un concepto que es gnóstico, pagano, ateo y herético. Debemos desechar tal concepto por completo. Este pensamiento es levadura introducida de una fuente pagana.

  Aunque la verdad ha sido leudada, pienso que el Señor Jesús va a recobrar la verdad pura. Como parte de este recobro, debemos quitar esta levadura de una mansión celestial. El pensamiento de que vamos a una mansión celestial después que morimos es supersticioso, superficial y falso. Y también es un engaño, ya que los creyentes son embaucados cuando se les dice que sus amados difuntos están ahora en una mansión celestial. Esta levadura debe ser totalmente erradicada.

  Les aliento a que oren sobre estos asuntos y a que tengan comunión acerca de ellos. Entonces veremos que, hablando con la verdad, no existe tal cosa como una mansión celestial. El Hijo de Dios, el Señor Jesucristo, no está edificando una mansión celestial. Al contrario, por el Espíritu y por medio de Su muerte y resurrección, Él está edificando un organismo, que es la iglesia, la cual es Su Cuerpo y la casa del Padre. Esta casa está compuesta de la mezcla del Dios Triuno con Su pueblo escogido y redimido. Debemos todos ser nutridos con la verdad acerca de la mezcla de Dios con nosotros para producir una morada mutua.

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